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Diario de un Consentidor (59)

en Intercambios

Cap. 59

Como cada lunes Carmen evitó usar el auto para entrar en Madrid y la dejé en la estación de cercanías.

-       “Arrivederci bambina!” – bromeé exagerando el acento italiano, Carmen me asesinó con la mirada, luego sonrió.

-       “Ciao caro” – dijo con un mohín delicioso lanzándome un beso con la punta de los dedos en sus labios.

Arranqué dejándola frente a la estación. Sin dejar de sonreír la seguí por el retrovisor mientras cruzaba la calle hasta que la perdí. Me gusta observarla desde diferentes perspectivas. Todavía hoy a veces consigo verla como si no fuera ella. Unas veces es un espejo que me devuelve una perspectiva no esperada o puede surgir espontáneamente al encontrarnos en algún lugar donde no la espero y, al divisarla, existe una fracción de segundo antes de reconocerla en el que admiro a una desconocida que me seduce. Es solo un  breve instante antes de que piense, “es ella, es mía, es mi mujer”.

Carmen abrió el libro pero enseguida desistió. No había conseguido asiento y el tren iba demasiado lleno como para leer con comodidad.

Se sumergió en sus pensamientos.

Recordó la desagradable conversación con Carlos. Ya no le dolía, o al menos no tanto. El viernes era un dolor agudo, punzante; hoy era más parecido al dolor sordo de una magulladura.

Por asociación de ideas recordó el moratón en su pecho. ¡Qué locura! Jamás me había visto tan descontrolado, alguna vez habíamos jugado un poco con el sexo duro, apenas unos azotes, un intento de inmovilizar las manos, poco más.

Recordó la intensidad de sus emociones al ser azotada tan duramente, un brote de placer recorrió su cuerpo cuando evocó la sensación que le produjeron mis dientes hiriendo su pezón o las emociones enfrentadas e incompatibles que vivió mientras yo volvía a apretar con los dedos su pecho herido. Dolor intenso, dolor agudo, sí, a pesar de ello no hizo nada por pararlo y estaba segura de que, si yo me hubiera detenido, me habría pedido más.

Cuando notó el calor húmedo que comenzaba a impregnar su braga intentó apartar esos pensamientos de su cabeza sin conseguirlo. Una y otra vez se volvía a ver de rodillas en la cama sometida a mi brutalidad, siendo follada mientras mi mano se estrellaba en sus nalgas.

Movió la cabeza como quien ahuyenta un insecto y buscó otra línea de pensamiento.

¡Qué incrédulo vanidoso! ¿Cómo podía pensar que se estaba inventando la historia de Doménico? ¿Es que no la conocía?

No había vuelto a pensar en él desde aquel día. Tan poca importancia había tenido aquel incidente para ella que ni siquiera se le ocurrió mencionarlo. Era poco convincente, lo sabía, sobre todo por haberlo utilizado precisamente el día que apareció Graciela.

Es guapa, – pensó -, muy atractiva. Tuvo que reconocer que al verla a mi lado había tenido que ahogar un puntito de celos. Luego todo fue más fácil, Graciela resultó ser una mujer agradable, divertida, inteligente y fue sencillo que ambas se encontrasen cómodas. En ningún momento se insinuó nada sobre la forma en que nos habíamos conocido aunque estuvo flotando en el aire y se hizo patente en forma de un implícito entendimiento entre los tres que se dejaba entrever en algunas frases con doble sentido y en bromas cargadas de insinuaciones. Veinticuatro horas después del encuentro Carmen tuvo que reconocer que el vermut la había vuelto demasiado audaz, ¿Cómo se había atrevido a hacer aquellas insinuaciones? ¿Qué pensaría Graciela de ella?

Tras el trasbordo al metro y después de aguantar los apretujones típicos de los lunes, salió a la calle y agradeció el aire fresco de aquel día casi primaveral.

Llegaba pronto, demasiado pronto. Cuando ya se encontraba en la puerta de la cafetería donde habitualmente toma el segundo café del día, una idea que había crecido muda en su interior, sin verbalizarla, sin enjuiciarla, se hizo presente con toda su rotundidad. No fue hasta ese momento que reconoció ese pensamiento que había estado rondando su cabeza desde el día anterior. ¡Con que fuerza inconsciente había logrado mantenerlo a raya que ni siquiera superó el filtro de la palabra pensada!

Soltó la puerta que se disponía a traspasar y volvió sobre sus pasos sintiendo como su corazón adquiría revoluciones y su garganta se encogía. Era una locura, lo sabía, además probablemente no estaría allí. Recordaba que él le había dicho que la esperaría allí porque estaba seguro de que volvería pero eso era un absurdo, habían pasado… ¿tres semanas?  Quizás algo más. Estaba convencida de que aquello había sido una especie de cumplido que, si se había llevado a cabo, no había durado ni dos días una vez que comprobase que ella no aparecía. Aquel argumento despejó el ambiguo temor que le surgía al pensar en encontrárselo y dio vía libre al morbo que le producía esa misma posibilidad.

No tardó en llegar al lugar en el que le había conocido. Abrió la puerta del local y bajó las escaleras. La misma camarera, la misma luz amarillenta que iluminaba el pub, la misma sensación de sosiego al escuchar el “no-ruido” ambiente… De un rápido vistazo se aseguró de que entre los escasos clientes no se encontraba Doménico y no se sorprendió al detectar en ella una ligera decepción. Tomó asiento en la misma mesa que, casi un mes antes, ocupó y esperó que la camarera se acercase con su simpática sonrisa. Un café con leche templado y sacarina llegó a su mesa justo cuando se había quitado el abrigo y se disponía a consultar su agenda como excusa para olvidar su ahora ya reconocida frustración.

Qué incoherente le pareció su conducta, ¿Acaso esperaba encontrarlo allí, esperándola desde aquel día? No, claro que no, pero quizás, -razonó intentando justificarse -, aquel era su lugar habitual de desayuno, no es que pretendiera que la estuviera esperando, claro que no, pero…

No dirigió su atención a la puerta que se acababa de abrir hasta que le extrañó no escuchar cómo se cerraba. Sus ojos le reconocieron inmediatamente. Quieto en lo alto de la escalera, con el pomo de la puerta en su mano, la miraba como si se tratase de una aparición.

Carmen notaba su corazón trotando, compuso como pudo una falsa expresión distraída que se tornaba en sorpresa y para cuando él se acercó estaba convencida de que su actuación había sido pésima.

-       “¡Mira quién tenemos aquí, qué grata sorpresa!” – dijo sonriendo mientras su acento italiano acariciaba los oídos de Carmen.

Sin dudarlo aceptó la muda petición de Doménico para sentarse con ella, por unos segundos dejó que él la mirase sonriendo.

-       “Empezaba a creer que nunca volverías por aquí”

-       “Ya te dije que no me pilla de paso”

-       “Ya te dije que volverías” – replicó sonriendo sin dejar de mirarla ni un instante.

-       “No te pega nada ese estilo fanfarrón” – atacó Carmen. Doménico presentó las palmas de sus manos en señal de tregua.s solo expresaba mis mas profundos deseos con demasiado fervor" .

-       “No pretendía parecer engreído. Quizás solo expresaba mis mas profundos deseos con demasiado fervor”

-       “Y ahora me dirás que has acudido todos los días desde entonces a esperar mi aparición, ¿no es así?

-       “Tan cierto como que estás frente a mí” – Carmen sonrió  incrédula negando con la cabeza.

-       “No dudo que hayas venido a desayunar aquí muchos días, seguramente porque trabajas cerca, o vives cerca, pero me defraudarías si lo hubieras hecho movido por una ilusión tan improbable”

Doménico enarcó las cejas sorprendido.

-       “¿Cómo? ¿Te sentirías defraudada si me hubiera vuelto loco por ti y viniera a esperarte día tras día?

-       “Me parecería mas propio del perrito faldero al que se le muere el amo”

Rompió a reír por la ocurrencia de Carmen y ella se contagió de su risa.

-       “Tienes razón, vivo muy cerca y suelo desayunar aquí cada mañana.”

-       “¿Lo ves? Eso ya me parece mas lógico”

-       “¿Siempre eres tan… lógica, tan racional?

-       “Casi siempre”

-       “Menos esta mañana, cuando por fin has cedido a tu instinto y has venido a verme”

-       “¡Vaya, vaya, de nuevo el vanidoso entra en escena!”

A medida que conversaban se iba sintiendo mas cómoda, mas relajada. Aquella desenfadada discusión en la que él fingía tener un ego hinchado y ella le lanzaba dardos negando haber vuelto a pensar en él  era divertida, rompía el hielo y la llevó a bajar la guardia.

-       “Entonces, ¿no habías vuelto a pensar en mí? ¡Qué desilusión!”

-       “Así es, siento romper tus ilusiones”

-       “Lo acepto, pero a cambio espero que reconozcas una cosa”

-       “¿El qué?”

-       “Que hoy has venido a buscarme, que esperabas encontrarme aquí” – Doménico vio  la duda en sus ojos y continuó – “Se sincera. Yo lo he sido contigo”

Carmen sopesó las consecuencias de su respuesta. Una cosa es lo que ella quisiera decir y otra muy distinta podía ser lo que él entendiese o imaginase que ella había querido decir. Temía que ese momento agradable se estropease si Doménico reaccionaba como la inmensa mayoría de los hombres ante la improbable expectativa de una remota, remotísima posibilidad de llegar a algo mas con una mujer que no busca eso.

-       “De acuerdo, seré sincera” – Algo teatralmente, Carmen cerró los ojos y agachó la cabeza haciendo una pausa, luego le miró con seriedad y dijo en tono solemne – “Si, reconozco que hoy he venido aquí esperando encontrarte, ¿estás satisfecho?”

-       “Mas que satisfecho, contento”

Para tranquilidad de Carmen, aquella revelación no cambió para nada el buen clima de la conversación que, lejos de centrarse en ese tema, derivó por mil caminos, interesantes unos, divertidos otros y que no hizo sino aumentar la confianza entre ellos.

Estaba hablándole de su actividad profesional cuando Doménico le planteó la extraña depresión en al que se había sumido una buena amiga y compañera de trabajo tras comenzar una fallida relación sentimental y que, de acuerdo a los datos que le estaba proporcionando, tenía toda la pinta de tratarse de un tema de malos tratos como.

-       “Mira Doménico, lo que me cuentas tiene muchas probabilidades de tratarse de un  asunto de malos tratos, no puedo afirmarlo con total seguridad porque necesitaría conocer mas detalles. Lo mejor que podéis hacer los amigos es convencerla de que acuda a un especialista en estos temas”

-       “¿Conoces a alguien? Quizás tu misma…

-       “No, yo no trabajo ese área…” – fue en ese momento cuando una idea comenzó a brillar con fuerza en su cabeza – “pero mi marido trabaja con situaciones de estrés agudo”

Antes de obtener una contestación a su propuesta. Cogió el móvil.

….

Acababa de salir del parking cuando escuché la llamada. Durante el trayecto no había dejado de pensar en ella y en nuestro extraño fin de semana. Cuando la identifiqué en el móvil contesté siguiendo la broma con la que nos habíamos despedido

-       “Pronto!” – dije exagerando el acento italiano.

Carmen sonrió al escucharme, segura del chasco al que me iba a enfrentar.

-       “Hola, ¿Estás en el despacho ya?”

-       “¡Que va! Acabo de aparcar ahora mismo.

-       “Mejor estoy desayunando con un amigo que tiene un caso de posible depresión por estrés, seguramente causado por algún tipo de abuso. Te voy a pasar con él, se llama Doménico” – dijo recalcando el nombre. Escuché como pasaba el teléfono y le decía mi nombre.

No había podido contestarle nada, me acababa de quedar mudo y tardé en reaccionar cuando escuché una voz masculina, con marcado acento italiano.

-       “¿Hola? … ¿Mario? … ¿si?”

-       “Si, hola, ¿cómo estás?

Apenas escuché la primera parte del relato que ese tal Doménico, que de verdad existía, me estaba haciendo de su amiga. Cuando me obligué a centrarme en la conversación tuve que culpar a una falsa mala cobertura para rellenar las lagunas. Coincidí en el diagnóstico preliminar que había hecho Carmen y mis consejos fueron en la misma dirección que ella y acepté la posibilidad de recibirla en consulta.

-       “¡Estupendo! Pues si me das la dirección y el teléfono…”

-       “Luego te lo doy yo” – escuché decir a Carmen.

-       “Muchas gracias por todo Mario, te paso a tu mujer” - dijo antes de pasarle el teléfono.

-       “¿Todo bien?” - escuché decir a Carmen.

Su voz me llegó cargada con un matiz solo visible para ella y para mí. ‘Todo bien’ se traducía en algo parecido a ‘¿cómo te has quedado?’ o, mas crudamente, ‘¡chúpate esa!’  Imaginé la satisfacción que tenía que estar sintiendo al restregarme por la cara la realidad de su ligue italiano. Sabía que me iba a tener que tragar todas las bromitas que le había hecho desde el sábado.

-       “Claro, todo bien, ¿y tú, no vas a llegar un poco tarde?”

-       “Quizás… no se, a lo mejor se demora… la consulta” – dijo, disimulando de cara a Doménico pero con una clara intención de pincharme.

-       “Te llamo luego y me cuentas”

-       “Pues no se, porque el paciente no parece confiar demasiado en mi, creo que voy a tener dificultades con ese caso” – continuaba lanzándome mensajes en clave.

-       “El paciente confía plenamente en ti, solo intentaba picarte un poco”

-       “No creas, no va a ser fácil, si no consigo que se abra y se sincere voy a tener que dosificar todos los estímulos positivos”

-       “¿Me estás amenazando con el celibato?

-       “Algo así, ¡buena idea, mira! no lo había pensado”

-       “¡Eres una cabrona!” – bromeé.

-       “Yo también te quiero, un besito” – susurró antes de colgar.

Carmen dejó el móvil sobre la mesa intentando contener el regocijo que sentía por el resultado de su jugada. Me imaginaba atónito, descolocado, sin saber qué carta jugar.

-       “¿Compartís pacientes?” – dijo Doménico interrumpiendo su línea de pensamiento. Carmen no tardó en reaccionar enlazando este comentario con las últimas frases en clave que me había dirigido.

-       “Eh? No, lo que si solemos hacer es consultarnos casos, poner en común diagnósticos, historias… siempre es bueno tener una segunda opinión”

-       “Sobre todo cuando el colega es además tu amor” – Carmen sonrió ante el calificativo que había empleado. ‘Amor’, si, era la mejor definición que nadie podía hacer de lo que yo significo para ella.

-       “Si, aunque no te vayas a pensar que siempre estamos hablando de nuestra profesión”

-       “Ya supongo, no os imagino en la cama, después de… ya sabes, echando el cigarrito y hablando del psicópata de la mañana o de la depresiva del otro día” – bromeó.

La alusión al sexo cogió por sorpresa a Carmen que le miró enarcando las cejas. La sonrisa traviesa que encontró en el rostro de su acompañante fue suficiente para desarmar su reparo y acabó por contagiarla. Pensó rápidamente que Doménico no se hubiera atrevido a hacer semejante alusión la primera vez que charlaron, ¿qué había cambiado para que entrase en el terreno íntimo y personal, aunque fuera componiendo una broma?

Lo que cambiaba las cosas es que ella estaba allí, ella había acudido a buscarle. Le dijo, en un ataque de arrogancia, que estaba seguro de que volvería y así había sido. Cuando se conocieron ella estaba en su terreno y él intentaba acercarse, sin embargo ahora era ella quien había acudido deliberadamente al terreno de Doménico. Eso era lo que marcaba la diferencia.

-       “No es el mejor tema de conversación para después de… ya sabes” – dijo tras una pausa,  imitando su forma de eludir la palabra adecuada. Por un escaso segundo la prudencia hizo acto de presencia y la previno: seguir ese juego podía hacerle pensar que tenía posibilidades con ella. Pero Carmen se sentía eufórica después de su triunfo dialéctico conmigo y desoyó el consejo.

-       “Posiblemente, ¿Y… cuál crees que es el mejor tema de conversación después de… ya sabes?”

Doménico manejaba la tensión dentro del terreno de la broma como manera de suavizar el impacto real de sus preguntas. Ambos mantenían un tira y afloja divertido que comenzaba a ser morboso y ninguno de los dos parecía querer acabarlo.

-       “Depende del punto de vista, para muchos hombres seguramente es ese de…”, - Carmen compuso una expresión exagerada de arrobamiento y agudizó la voz – “ha sido maravilloso, cariño, has estado genial, eres el mejor” – Doménico se echó a reír.

-       “¡Que mala imagen tienes del sexo masculino!” – protestó – “¿Y las mujeres qué, de qué quieren hablar después de…”

-       “¿Follar?”

Se arrepintió nada más decirlo. Ambos estaban echando un pulso y se había dejado llevar de su ímpetu ganador. Se quiso mostrar atrevida, dispuesta a conservar el control de la conversación pero temía haberse pasado un poco. Procuró aguantar sin inmutarse para no demostrar el incipiente pudor que la atacaba. Doménico se mostró sorprendido lo suficiente como dárselo a entender  y contraatacó.

-       “Bueno… yo iba a decir ‘hacer el amor’ pero reconozco que tu versión ofrece un abanico de posibilidades más amplio”

Carmen reaccionó ante lo que se podía llegar a entender en sus ambiguas palabras. Doménico vio su gesto y matizó.

-       “No me interpretes mal, estoy hablando en términos generales, evidentemente ‘hacer el amor’ limita el concepto ‘follar’, a eso me refería”

No supo por qué, pero escuchar esa palabra en su boca la puso nerviosa. Notó el calor que comenzaba a encender sus mejillas y bajó los ojos. Por nada del mundo quería dar una imagen equivocada.

-       “Ya, ya te entiendo” – Por primera vez estaba descolocada, había perdido las riendas de la conversación y se sentía algo perdida. Él lo debió de notar y siguió por el mismo sendero.

-       “Al final no me has dicho de qué os apetece hablar a las mujeres después de… follar”

Esa pausa que remarcó la palabra maldita, esos ojos que no se aparataban de los suyos, esa tensión al escucharle, ese nerviosismo que se agarraba a la parte baja de su estómago y que comenzaba a descender, de nuevo fue incapaz de sostenerle la mirada. Y ese intenso calor en su rostro…

-       “De cualquier cosa que no sea responder las típicas preguntas sobre si ha estado bien, si la ha hecho disfrutar, ya sabes.”

-       “Insisto: ¡qué mala opinión tienes de los hombres!” – Carmen negó con la cabeza e iba a responder cuando Doménico continuó.

-       “No todos los hombres pensamos como tu marido”

La sorpresa se manifestó con toda claridad en su rostro. ¿Cómo no se había dado cuenta de que sus comentarios podían interpretarse como fruto de su experiencia matrimonial?

-       “No, te equivocas, mi marido no es así” – buscaba argumentos para afianzar su afirmación, pero de nuevo Doménico le arrebató el control.

-       “Entonces, debes haber tenido alguna mala experiencia en el pasado”

Carmen negó con la cabeza y otra vez vio interrumpida su respuesta

-       “¿En la actualidad?”

-       “¿Cómo dices?” – sintió que se le escapaba el control de la situación por momentos.

-       “Solo es una pregunta, defines con tanta claridad a los hombres que, si no es tu marido y tampoco se trata de alguna antigua relación…”

No terminó la frase. Ambos se quedaron mirando en silencio durante un momento, Carmen calibraba su respuesta sin darse cuenta de que su silencio era más elocuente de lo que se podía imaginar. Esto hizo que su respuesta sonase a evasiva.

-       “De lo cual deduces que debo tener un amante un tanto machista”

-       “Mis elucubraciones no iban tan lejos, en realidad estaba pensando en algún amigo, algún compañero de trabajo”

Un nuevo tropiezo la dejaba al borde del ridículo. Carmen se sentía incómoda, en desventaja, a merced de los razonamientos de aquel hombre que la sonreía con tal seguridad que parecía leer su mente. Su desazón se materializaba en gestos algo tensos, en su mirada evasiva. Era consciente de que su inseguridad la estaba delatando.

Tras cortar la llamada me quedé inmóvil en la puerta del despacho, paralizado mientras intentaba dominar la vorágine en que se había convertido mi mente. De pronto me encontraba frente a una situación inesperada y de cuyo alcance no tenía la menor idea. Carmen tenía un amigo, un hombre con el que se veía a la hora del desayuno como mínimo. Me dejé caer en el sillón sin poder dar crédito a lo que había escuchado. No era una fanfarronada suya inventada para contraatacar por el tema Graciela. Me sentí inseguro, algo parecido al miedo me tenía agarrotado en el sillón y multitud de preguntas se agolpaban en mi mente, ¿desde cuándo? ¿Cuántas veces se habían visto? ¿Hasta dónde habían llegado? Y sobre todo: ¿por qué no me lo había dicho antes?

Muchas de esas preguntas eran absurdas, o no tanto si pensaba que yo mismo le estaba ocultando mi paso por la sauna. Me sentí mezquino al medir a Carmen por el mismo pobre rasero mediante el que yo le ocultaba parte de mi vida. Ella no es así, es mucho más abierta, sincera, franca y leal.

Rompiendo nuestra costumbre habitual, no la llamé en todo el día en parte porque quería que fuera ella quien lo hiciera y en parte también porque no sabía bien como afrontar la conversación. Contra toda norma de nuestra cotidianeidad, ella tampoco me llamó. No era un pulso, al menos no es eso lo que me detuvo, sin embargo en aquel momento si pensé que Carmen esperaba que yo diera el primer paso.

….

Encendí la radio de la cocina. La SER ya estaba sintonizada y, como cada noche que me tocaba cocinar, me sumergí en los temas que planteaba  “hora veinticinco”. Carmen aprovechó para ducharse. Veinte minutos mas tarde el consomé humeaba en la cazuela mientras terminaba de aliñar una ensalada con virutas de beicon recién frito y queso de cabra desmigado.

No la escuché entrar. Lo primero que sentí fueron sus manos rodeando mi cintura y cobijándose bajo la sudadera, atrapando mi estómago. Luego, su aliento en mi cuello y su cuerpo pegado al mío. Seguí removiendo lentamente el consomé. Una de las manos intrusas descendió a la cintura de mi pantalón de chándal y se introdujo con habilidad por el slip rodeando los testículos y comenzando a amasarlos suavemente. Su pelo húmedo traspasaba pequeñas gotitas de agua a mi cuello que  sus labios se encargaban de recoger en cada beso que depositaba con extrema suavidad. Mientras, su mano derecha seguía acariciando mi vientre a la altura del ombligo. Su cuerpo, pegado al mío, ejercía una leve presión al tiempo que se frotaba levemente, sentí en mi espalda sus pechos libres bajo la bata de baño que cubría su desnudez. Su mano izquierda no dejaba de acariciar mi escroto y lo recogía como si lo estuviera pesando. Su mano derecha seguía recorriendo mi vientre y mi pecho con la yema de sus dedos, jugando a alcanzar mis pezones y pellizcándolos a veces antes de huir furtivamente de regreso a mi vientre. Mi polla había dejado hace tiempo de ser una pequeña extremidad dormida y comenzaba a crecer en oleadas atrapada por el slip que no le dejaba enderezarse. Carmen lo notó y la cogió entre sus dedos con delicadeza separando el slip para que pudiera crecer sin tropiezos. La colocó  erguida contra mi pubis y la abandonó para volver a apoderarse de mi escroto.

Apagué el fuego y retiré la cazuela pero no cambié de postura, lo último que deseaba era romper el hechizo del momento.

-       “¿Me crees ahora?” – susurró en mi oído.

-       “Por supuesto, siento haberte subestimado”

-       “¿No me creías capaz de ligar?”

-       “No es eso, es que no me lo podía imaginar”

Su mano abandonó mis testículos, escuché como se quitaba de la bata y volvía a pegarse a mi cuerpo no sin antes despojarme del pantalón y el slip que quedaron atrapados en mis rodillas. Su mano izquierda volvió a cobijar mis escroto mientras con la derecha rodeó la verga, dura como una piedra, y empezó a recorrerla una y otra vez, sin apretarla, apenas el roce suficiente para arrastrar la piel y descubrir el húmedo glande,

-       “Tampoco yo me lo podía imaginar de ti, mujeriego”

Apoyé ambas manos en la encimera y me dispuse a dejarme hacer lo que quisiera, miré hacia abajo. Su mano brillaba por el flujo que brotaba de mi polla y que empapaba sus dedos, el tormento al que me sometía me estaba llevando al límite y cada vez que estrujaba con las yemas de los dedos el glande mis piernas parecían desfallecer. Su pubis desnudo encajaba entre mis nalgas y me hacia cosquillas con el roce de su vello. Sus pechos formaban olas sinuosas en mi espalda. Era todo tan suave, tan intenso, tan delicado…

-       “¿Y ahora qué?” – pregunté. Necesitaba saber cuál era el próximo paso en su relación con Doménico, seguramente me estaba precipitando pero mi cabeza no había hecho otra cosa durante toda la jornada que crear escenas, a cual mas sexual, entre mi esposa y su nuevo amigo.

-       “¿Qué?” – No me lo ponía fácil, sin duda sabía cuál era mi pregunta pero no iba a dar nada por sobreentendido.

Dudé, quería preguntarlo, deseaba hacerlo y a pesar de todo temía dar ese paso. Su mano apretó mi polla apremiándome.

-       “¿Qué?” – insistió.

-       “¿Te piensas acostar con él”?

Carmen había comenzado a deslizar sus dedos por el resbaladizo tronco, me torturaba apretándolo unas veces, rozándolo con la uñas otras.

-       “¿Quieres que lo haga?”

Sentía la humedad brotando cada vez mas copiosa y mas espesa de mi verga y empapando toda su mano, sentía el olor a sexo que ambos emanábamos,  sentía su cuerpo pegado al mío frotándose cada vez más intensamente. Sentía como cada vez aceleraba mas la masturbación a la que me sometía.

-       “¿Tu quieres que me acueste con él?” – insistió poniendo en su voz toda la sensualidad de la que es capaz.

Mi estómago se encogió, mis muslos flaquearon, mi cintura se aflojó y entonces, cuando sentí como me vaciaba en su mano, exclamé entre espasmos.

-       “¡Sí, sí, quiero que te lo folles sí!, ¡ Oh, joder! ¡quiero que te acuestes con él, si, si, si!”

Apoyado en la encimera, soportando el peso de su cuerpo que descansaba sobre mi espalda, intenté recuperar el aliento mientras veía como nuestra cena se había echado a perder por los regueros de semen que, además de estrellarse contra la pared, habían caído en la ensalada, en la encimera e incluso en el consomé.

-       “¡Qué desperdicio!” ´musité casi inaudiblemente. Carmen levantó la cara de mi espalda y contempló el desastre.

-       “Si que es un desperdicio” – dijo, situándose a mi lado y recogiendo con sus dedos un goterón de semen que había caído en la encimera, luego se lo llevó a la boca y lo saboreó lentamente mirándome a los ojos. Sonreí. Esta es la brujilla que me vuelve loco.

-       “¿Pido una pizza?” – propuse. Me miró abriendo mucho los ojos y negó con la cabeza, luego tomó una hoja de lechuga cubierta de semen y se la llevó a la boca. Estuvo saboreándola unos segundos con los ojos cerrados como si se tratase de  la cata de un gourmet y exclamó.

-       “No se tu, pero yo no voy a perderme esta delicatessen”

La besé con fuerza, con intensidad, la besé con todo el amor que siento por ella, la besé como si me fuera la vida en ello.

Y cenamos consomé y ensalada con sexo.

Mas de Mario

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