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Diario de un Consentidor 86 - Desesperadamente

en Intercambios

Capítulo 86

Desesperadamente

(Viernes noche)

Los mullidos sillones las recogen en una penumbra que no las oculta del todo. Besos cargados de deseo, caricias marcadas por los nervios de una urgencia a la que Carmen se rinde. El cuerpo de Claudia la cubre y la blusa abierta deja al descubierto sus pechos para que la nueva pupila los bese y los muerda con delicadeza, Claudia domina, dirige, la guía y ella se deja guiar. Lame, succiona, entierra su rostro entre las dos colosales mamas esculpidas a fuerza de gimnasio y cirugía. A Carmen le excitan los ojos curiosos de quienes las ven jugar, ya no se esconde, no rehúye las miradas; al contrario, provoca, incita con esos ojos profundos que una vez turbaron a tantos varones y hoy excitan a hembras que mueren por ocupar el lugar de quien la posee. Se sabe deseada, ¿por qué no dejarse querer y olvidar tanta pena?

Olvidar. Sumergirse entre los senos de Claudia, cerrar los ojos, nublar la mente, hacerse otra vez pequeña entre los pechos de una mujer madura y buscar cobijo donde ocultarse del mundo. Aunque solo sea por unos minutos necesita olvidar el agudo dolor que le ha provocado con su certero aguijón. “Estás enamorada de Carlos, quizás por eso has lanzado a tu marido a los brazos de otra mujer, para poder sentirte libre de amarle sin trabas, sin remordimientos”.

No, no fueron esas las palabras exactas de Claudia, ¿es que acaso las está mezclando con sus propios presagios?.  “Por eso te estás autodestruyendo, porque no te atreviste a aceptar tus sentimientos y le perdiste”.

El alcohol altera las frases que le ha lanzado Claudia, no las recuerda bien. No, no dijo eso. Entonces, ¿de dónde salen esos argumentos tan devastadores?

Es ella, es ella misma la que las adapta, la que deduce en conclusión, ahora sin censurarse, cuales fueron las consecuencias de su falta de arrojo al escuchar a Carlos como le declaraba su amor.

Y Mario ausente, duro, ácido, agresivo, pasivo, sumiso, frio, insultante, lejano.

Tiene que dejar de pensar.

Claudia se mueve, toma uno de sus senos con la mano y lo guía hacia su boca, Carmen no pone objeción, besa el grueso pezón, lo lame, lo mordisquea hasta conseguir que se endurezca entre sus labios. Escucha los primeros jadeos de placer y prosigue su labor obediente, intentando dejar de pensar, entregándose a su oficio.

….

Saca otro cigarro de la pitillera y se lo acerca a la boca. Carmen hace un gesto de rechazo, jamás ha fumado pero ella insiste, no va a ceder y por fin lo atrapa en sus labios.

–Ya sé que no fumas pero al menos sabrás como se enciende un cigarrillo, ¿no?. Anda, se buena chica, ve a la barra y pide fuego para mi – Carmen la mira, Claudia ha tomado el mando desde el principio, ha estado llevándola durante todo el baile, ha sido quien ha decidido cuándo y dónde se sentaban y en qué momento quería usarla para su placer.  

– Vamos – la urge.

Se levanta con el cigarro en los labios, se coloca la falda y avanza hacia la barra, se aproxima hacia la primera pareja que fuma. Le acercan el mechero encendido, no es la primera vez que hace algo así aunque se tiene que remontar a su  juventud; aspirar sin tragar el humo. Guiña los ojos, exhala, toma una bocanada más, agradece con una sonrisa y vuelve hacia la mesa con el cigarro en la mano mirando a su pareja, buscando su aprobación.

–Gracias, ¿En serio, no quieres uno? – Carmen rechaza con un gesto.

Claudia toma una bocanada, la retiene un instante, echa la cabeza hacia atrás saboreándola y al fin la expulsa, luego se vuelve hacia ella, sonríe, se acerca, la rodea con el brazo y la besa en la boca. El sabor a tabaco le desagrada pero cede al deseo, sucumbe al tacto de la mano que se posa en su pecho y busca los extremos del piercing bajo la ropa.

–Desabróchate – su tono suave contrasta con la firmeza de su mirada. Carmen consume unos pocos segundos, luego, sin dejar de mirarla va soltando uno a uno los botones de la blusa. Mira a su alrededor, – A nadie le importa – Claudia le reprocha esa mirada mientras le retira a un lado la blusa y recorre la blonda del sujetador malva. El roce de sus dedos sobre su pecho la excita, sus pezones se marcan rotundos sobre el ligero tejido del sujetador, lo oscurecen. Intenta levantarle la copa, Carmen lleva las manos hacia atrás, curva la espalda y suelta el cierre, Claudia agradece el detalle con una sonrisa, cubre el seno con su mano y arrastra la copa hacia arriba, durante unos segundos permanece así, cubriéndola con su mano fría, luego descubre el pecho y lo mira como si fuera un tesoro que hubiera permanecido oculto durante siglos.

–¡Eres tan joven y tan hermosa! – El índice y el pulgar toman los extremos de la barra que atraviesa el pezón con tanta delicadeza que Carmen se emociona. Lo estira ligeramente hacia arriba, lo mueve hacia uno y otro lado y una tenue sonrisa nace en su boca. Juega con el piercing durante unos segundos más totalmente absorta. Carmen no deja de mirarla, parece asombrarse ante el efecto que le causa a esta mujer, luego Claudia se inclina y comienza a besar el agudo pezón, lo lame con una extraordinaria ternura, como si no existiera el tiempo, Carmen siente deslizarse la barra empujada por la lengua inquieta. Ve como las miran y no siente ningún pudor, ninguna vergüenza, su pecho está oculto bajo la espesa melena plateada de Claudia que ahora estira su pezón tirando con los labios de la barra que atraviesa su delicada carne. Y ella acaricia ese cabello blanco, le transmite cariño por darle esa paz, esa compañía que tanto necesita, por romper la soledad a la que está condenada.

Se incorpora.  Carmen se cubre con la blusa pero no se la llega a abrochar, quizás espera más, desea más. Claudia toma un nuevo cigarro de la pitillera, el anterior se consumió olvidado en el cenicero, y se lo pone en los labios sin que esta vez ofrezca resistencia. Carmen sonríe traviesa, sabe lo que quiere y cede, ¿por qué no darle ese capricho? Aún no se ha dado cuenta de que no se trata de eso. Se coloca el sujetador bajo la atenta mirada de su mentora. Adivina por su expresión que el cigarro colgando de su comisura le confiere un toque erótico que ella jamás habría imaginado. Se termina de abrochar la blusa y camina hacia una de las mesas cercanas en las que la conversación es la actividad dominante. Pide fuego, se agacha sabiendo que por delante ofrece sus pechos y por detrás se exhibe para Claudia. Agradece a ese par de ojos grises que se perdieron dentro de su escote y vuelve caminando despacio, contoneándose lo justo, esta vez con el cigarro en los labios, los ojos guiñados y una media sonrisa cómplice.

–¡Pero qué sucia puedes llegar a ser! – dice Claudia quitándole el cigarro de la boca, Carmen sonríe

–¿Algún problema?

De nuevo en sus brazos, se deja, se abandona, cierra los ojos y siente, solo siente como esas manos finas, delicadas, se apoderan de su cuerpo y la hacen vibrar. Y la hacen olvidar.

Vuelven a una conversación fluida, intrascendente que aturde a Carmen. Tiene varios frentes abiertos que necesitan respuestas y Claudia parece querer dejarlos inconclusos deliberadamente. Quisiera cambiar el rumbo de la conversación pero no encuentra el momento ni el modo, está aturdida y no consigue razonar con claridad. Los intervalos de pausa en los que podría dejar caer una frase que le diera la oportunidad de variar la deriva que lleva la charla se le escapan a veces por un solo segundo. Está mareada y una sensación cercana a la náusea empieza a rondarle.

Está confusa, apenas atiende ya al monólogo en que se ha convertido lo que fue una conversación. A la confusión mental se añade una inestabilidad física producto del exceso de alcohol, comienza a encontrarse mal, cada vez más, cada vez peor.

–No me encuentro bien, voy al baño

–Te acompaño

–No, déjalo

Se levanta del sillón, apenas consigue mantenerse estable. Claudia se incorpora con rapidez y la sujeta. Juntas van a los servicios. De nuevo es Claudia quien toma el mando de la situación

–Vamos, tienes que eliminar todo el alcohol

–Si, lo sé pero déjame sola

–¡No seas chiquilla!

Están encerradas en un retrete, Claudia ha levantado la tapa de la taza e intenta que Carmen se incline

–¡No, por favor, vete!

–¡Ya está bien, agáchate!

Carmen está avergonzada pero termina por dejarse hacer, el mareo la supera, tiene que apoyarse en la pared, Claudia le sujeta la mano. Se inclina, las arcadas le llegan, la vergüenza le hace aguantar pero no puede, vomita, se asquea, se avergüenza, Claudia la anima a dejarse llevar, a soltar todo, el olor a vómito la humilla pero ya no puede contenerse, suelta todo el contenido de su estómago, cada vez se siente peor.

–Límpiate

Carmen toma la toallita que le ofrece, debe tener un aspecto horrible, el mareo la domina, necesita sentarse, Claudia nota su inestabilidad, baja la tapa y la ayuda a sentarse. Cierra los ojos y oculta su rostro entre las manos. Siente como el mundo gira vertiginosamente a su alrededor, lanza una mano hacia Claudia que la atrapa y la sujeta, se aproxima a ella y la ayuda a apoyarse en su cadera. Carmen nota como hurga en su bolso, hace ruidos que no consigue identificar, no puede mirar, necesita estabilizarse, ¿por qué no se está quieta?

–Toma, vamos, abre los ojos

Claudia le muestra un espejo rectangular. Sobre él, perfectamente alineadas, dos rayas paralelas de polvo blanco. Su mano derecha sostiene un tubo corto, estrecho. Se lo ofrece. Carmen no reacciona, la mira a los ojos

–Venga, te sentirás como nueva

–No, no, yo jamás…

–Vamos, no es la primera vez y hoy lo necesitas más que nunca

–Pero no así, además no quiero volver a tomar eso

–Mira Carmen ­– dice con voz irritada – déjate de tonterías, esto es lo único con lo que se te va a pasar la borrachera, si no querías volver a tomar coca no haber bebido a lo loco. O te tomas esto ahora mismo o me voy. No voy a pasar el resto de la noche con una borracha que no sabe beber.

Carmen tiembla y se encoge mientras la escucha. Nadie la ha tratado así nunca, jamás. Se siente desamparada, no quiere quedarse sola en ese estado

–No sé cómo se hace

–¿No sabes?, ¿y cómo lo has hecho antes? Es igual, ya me lo contarás – La dulce Claudia ha vuelto y Carmen respira

Se agacha delante de ella, va a darle una lección y Carmen mira con los ojos muy abiertos, no pierde detalle. Claudia  aspira una de las rayas, luego le ofrece el tubo. Carmen lo toma e imita lo que ha visto hacer.

Cierra los ojos.

El efecto es tan diferente a lo que ha probado hasta ahora, es mucho más directo. Al principio se instala al fondo de su tabique nasal, entre sus ojos. Pero algo mas potente le hace olvidar ese efecto. De inmediato comienza a sentirse despejada. Ve como prepara otra carga sobre el espejo mientras su cerebro se disuelve, se purifica, se aclara. Los focos que desde fuera mal iluminan el estrecho espacio en el que ambas mujeres están confinadas parecen ganar en intensidad. Observa a Claudia como sigue la línea blanca en el espejo que se eleva y desaparece en su fosa nasal, y cuando se lo ofrece no duda, toma el tubo y aspira con más seguridad, llena su nariz, sus pulmones, su cerebro, su mente. Y explota.

–¡Ah! no me lo puedo creer – dice agitando la cabeza

Claudia sonríe

–No me querías hacer caso – responde mientras prepara otras dos rayas – anda, toma – la regaña como si fuera su madre

Carmen coge el espejo, ahora se maneja con más soltura, aspira, cierra los ojos, se limpia con el dorso de la mano, luego enfila la segunda raya y la hace desaparecer con rapidez

–Vamos, tengo que arreglarme, debo de estar hecha un desastre – exclama con decisión

Claudia sonríe y abre la puerta. Salen. Carmen se enjuaga la boca, extiende las pinturas sobre  el lavabo y se recompone el maquillaje sin dejar de hablar. Está entera, sobria, con ganas de seguir la noche.

–¿Qué tal estoy? – pregunta mostrándose ante ella

–Radiante – La toma por la caderas y la besa

–Espera – dice mimosa – no hice pis

Se dirige a otro de los reservados y Claudia la sigue, Carmen la reprende, se baja las bragas, la minifalda deja su pubis al descubierto.

–¿Te pone verme mear? – Carmen ha perdido todo rastro de vergüenza

–Te asustarías si te contara las cosas que realmente me ponen – dice sin dejar de mirar entre sus piernas

–A estas alturas me asustan pocas cosas – Claudia entorna los ojos

–No te precipites niña

Se limpia delante de ella, provocándola, mirándola a los ojos mientras se ajusta las medias. Salen, vuelven a su mesa, dejan los bolsos y de nuevo Carmen se descalza para bailar, está cargada de energía

…..

La noche se acaba, apenas quedan cuatro o cinco parejas en la sala, Billy Joel enfila los últimos compases de Harmony mientras la camarera se ocupa recogiendo las mesas vacías. Carmen y Claudia bailan en solitario. Cat Stevens comienza una de sus mas bellas melodías, Carmen tararea el inicio.

Miles from nowhere 

I guess I'll take my time 

Oh yeah, to reach there 

 

Luego, recita la traducción de los versos al oído de Claudia

–“A millas de ninguna parte, creo que me tomaré mi tiempo para llegar allí”.Qué ironía, parece escrita para mi,

–No te mortifiques

Carmen sigue tarareando en brazos de Claudia

I creep through the valleys 

And I grope through the woods 

'cause I know when I find it my honey 

It's gonna make me feel good 

 

–“Me arrastro por los valles y busco a tientas por el bosque, porque sé que cuando lo encuentre, hará que me sienta bien” – suspiró – ¿Qué estoy haciendo con mi vida, qué estoy buscando? – Separó su rostro de Claudia para poder mirarla –¿tú crees que  algún día me volveré a sentir bien?

Claudia la estrecha en silencio

–¿Tienes donde ir?

La pregunta ha sonado en su oído suave como un susurro. Carmen siente que la noche se acaba, que de nuevo se va a encontrar sola.

–Claro, estoy viviendo en casa de una amiga. Irene, la que me trajo aquí por primera vez

–¿La que está en Italia? – Sin darse cuenta, deja caer su rostro en el hombro de Claudia, las palabras son como cargas de profundidad que la dejan sin defensas, que desmontan sus pobres argumentos para dar una apariencia de fortaleza

–Si, pero vuelve el martes – Responde en un ultimo intento por mostrar que aún conserva su dignidad, que todavía resiste.

Claudia detecta la sensación de soledad de Carmen

–¿Quieres venir conmigo, a mi casa?

Suspira, intenta hablar pero ya no lo consigue

–Mi marido, si es lo que te preocupa, ni está ni le espero en todo el fin de semana. Anda por Marbella, asuntos de negocios. Llamaré al servicio para que nos dejen solas, nos arreglaremos tu y yo con la casa ¿te parece?

Carmen se refugia en sus brazos como respuesta

–Anda, vámonos

Hace frio, caminan cogidas de la mano, hace unos días se hubiera sentido incómoda, violenta por el qué dirán, hoy se deja llevar, incluso cuando  Claudia la coge por la cintura ella imita el gesto y deja caer su mano en la cadera. Camina mirando al suelo, no es que intente ocultarse de la gente, a estas alturas no tiene nada qué ocultar. Le zumban los oídos, posiblemente sea más por los excesos cometidos que por el ruido ambiente del local del que acaban de salir. Le gusta sentir en su mano el balanceo de la cadera de Claudia al caminar, el ligero choque en su propia cadera, la presión con que la lleva cogida de la cintura, como si quisiera marcar territorio.

–¿En que vas pensando?

–En nada

–Te has quedado muy callada – Carmen dobla el cuello y vence la cabeza hasta descansar en la de Claudia

–Estoy… sobrepasada

–Estás desesperadamente sobrepasada

–Puede que tengas razón

–Mi pequeña naufraga – dice estrechándola –esta noche te voy a cuidar, ya verás

Carmen cierra los ojos, si ella supiera cuanto lo necesita

Se acercan hacia un Mercedes plateado. Demasiado grande para ella, piensa Carmen, quizás es el de su marido. Asientos de cuero, acabado en madera, todo lujo. No, definitivamente no es el coche que se imaginaba para ella.

–¿Es tu coche? –No ha podido resistir la curiosidad, Claudia la mira divertida

–¿Por qué, te esperabas un coche más pequeño, más… femenino?

–No es eso, no sé, no me parecía… – Carmen no sabe como salir del embrollo

–Pues si, es mi coche ¿desilusionada?

–En absoluto, ha sido una tontería

No sabe nada de ella, y ese auto la sitúa en una posición de inferioridad, no por el poder económico que denota sino por la falta de información que tiene. ¿Quién es Claudia?

Enfilan la autovía de Burgos, se dirige hacia una de las zonas más exclusivas de las afueras de Madrid y a medida que entra en su mundo se da cuenta del poder de ésta. Ahora entiende la facilidad con la que se impone, está acostumbrada a hacerse respetar, a dirigir, a mandar y de una manera natural lo hace en sus relaciones, a menos que estas lo limiten y ella no lo ha hecho, se ha dejado manejar desde un primer momento.

Todo lo que rodea a esta mujer es lujo. Se detiene ante un inmenso chalet, acciona un mando y comienza a abrirse el portón de seguridad. El coche se detiene dentro del espacioso garaje, Claudia apaga el motor y respira profundamente, no tiene prisa, se recrea mirándola

–Bueno, hemos llegado, bienvenida a mi hogar – su rostro ha cambiado, se ha vuelto tierna, dulce. Extiende una mano hasta alcanzar la suya. Carmen le devuelve la sonrisa y atiende al gesto de aproximación que ha iniciado Claudia. Se funden en un beso.

El recibidor es tan amplio como el salón de su casa, piensa Carmen, si antes se sentía pequeña, cuando recorre el espacio que separa el hall y entra en el inmenso salón se queda impresionada. Claudia se mueve con soltura ignorando la expresión de asombro que Carmen no consigue contener. Toma el teléfono y hace una llamada al servicio para anular su presencia al día siguiente, parece no importarle que sean casi las tres de la madrugada. Lleva a Carmen a la alcoba principal.

–Voy a darme un baño, tu vete abriendo la cama. Quita el cubre edredón, déjalo ahí.–dice señalando una pequeña cómoda, su tono ha vuelto a cambiar, parece rígida, distante – Me gusta tomar una infusión de té verde por las noches, lo encontrarás todo en la cocina – hace intención de ir hacia el baño, entonces se vuelve como si olvidara algo – Por supuesto, tú puedes tomar lo que quieras. Cuando lo tengas todo preparado, avísame. Luego si te apetece puedes darte un baño.

…..

Sábado, en la sierra

Sentado en el porche, sigo a Graciela que camina por el límite del césped y se adentra por la maleza en que se ha convertido la zona de árboles. Se detiene, toca una rama, continúa andando, mas allá se agacha y corta una flor silvestre. Algo ha debido ver en una roca y se acuclilla para observarlo más de cerca. Se levanta con un pequeño objeto en la mano, lo intenta limpiar pero lo único que consigue es mancharse los dedos que se frota en el pantalón antes de dar la vuelta y mirarme desde lejos ilusionada

…..

Me levanté temprano, sobre las ocho. He dormido mal, inquieto. El viaje hasta aquí lo pasé sumido en una congoja insufrible. Temo que he traspasado el límite y que con mi conducta de ayer he cortado los últimos lazos que nos unían. Varias veces la desesperación me llevó a golpear el volante. Graciela me echó las luces y puso el intermitente pero la ignoré. Solo cuando vi que se detenía en el arcén no tuve más remedio que parar. Imaginé lo que venía a continuación y supe que podía dar al traste con este fin de semana igual que he hecho con mi matrimonio.

–¿Qué te pasa? – su voz, cargada de dulzura era lo menos parecido a un reproche, a una queja. Me desarmó.

–Graciela, esto no va a funcionar, tarde o temprano voy a hacer algo que… Vas a acabar por hartarte y te vas a marchar, como Carmen

No pude seguir mirándola, me di la vuelta ¡Qué coño me pasaba últimamente que tenía la sensibilidad al borde de los párpados?

Sentí su mano en mi hombro

–¿Cuándo?, ¿esta tarde, mañana? A lo mejor te mando a hacer puñetas, eso como mucho porque no soy muy de decir tacos, o te doy un empujón, eso si lo hago mucho cuando me enfado. Soy terrible, ten cuidado porque si te pillo desprevenido lo mismo te tiro contra un mueble o algo así – Caminó hasta ponerse frente a mí. Su mirada profunda me recordó dolorosamente a Carmen – Pero no te vas a librar tan fácilmente de mí por mucho que te pongas borde. Sé a lo que vengo Mario, a sufrir contigo, a echar de menos a Carmen, a hablar de ella, a preguntarnos juntos por qué no está aquí en lugar de estar yo. Si Mario, si. Vamos a ver en qué cosas te has equivocado y en qué cosas se ha equivocado ella y como las puedes asumir. Y sobre todo, vamos a ver cómo superas ese rencor que te está consumiendo y te impide reconocer que la necesitas y que te mueres por abrazarla cada vez que te encuentras con ella.

Y la abracé, abracé a Graciela y me mordí la lengua para no decirle que la quería, que pasase lo que pasase ella ya estaba en mi vida y de ahí no iba a salir.

Eso si, eso si lo podía decir.

–Pase lo que pase…

–Calla

–No, déjame hablar

–No Mario, cállate – Su tono, su gesto inflexible me enmudeció – Vámonos

Caminé hacia el auto intentando asimilar la reacción de Graciela. No podía saber lo que pretendía decir, quizás había entendido mal lo que yo pensaba. Por nada del mundo me estaba situando ya en la alternativa de sustituir a Carmen. Solo de pensar que Graciela me creyese capaz de tramar algo así…

Abrí la puerta y me volví para mirarla. Apoyada en la puerta de su coche me esperaba. Me lanzó un beso. No, no me creía capaz de algo tan mezquino, menos mal.

Al llegar  no puede evitar un cruce de sentimientos. Echaba de menos a Carmen, los recuerdos me vapuleaban, aunque lo primero que me vino a la cabeza fue una escena parecida, la llegada a la casa con Carlos una noche del pasado invierno, por mucho que quise evitarlo no pude controlar las imágenes de la entrega a su primer amante. Si yo no la hubiera conducido a eso…

Salí del auto para abrir la cancela y la tormenta de recuerdos no se detuvo. Avanzamos por la grava hasta dejar los dos coches emparejados junto al muro, tiempo habría de meterlos en el garaje. Hacía una tarde estupenda, Graciela caminó unos pasos admirando el paisaje. Las montañas, iluminadas por el sol poniente, reflejaban todo su relieve cargado aún de nieve.

–Esto es precioso, no me extraña que no te quisieras desprender de esta casa

Caminé hacia ella y rodeé sus hombros, mi vista se perdió en las montañas. Si, este es un lugar especial para mí pero carecía de sentido si definitivamente Carmen no volvía a mi vida.

Le enseñé la casa y en cada rincón había un recuerdo, en cada mesa había un retrato de Carmen sola o conmigo. No hizo comentario ninguno. Deshicimos el equipaje y llenamos el hueco que ambos notábamos con una conversación que Graciela supo hacer fluir. A pesar de todo hubo un momento en que la tensión se hizo patente y necesitamos un momento de soledad

–Voy a dar un paseo

–Muy bien, aprovecharé para revisar la caldera, esta noche nos va a hacer falta

La realidad es que tenia otros planes. Cuando la vi alejarse por el camino cogí el teléfono, desde que salimos a la carretera una idea rondaba mi cabeza ¿y si al quedarse la casa sola Carmen había vuelto? ¿y si estaba allí, y si a pesar de mi nuevo error echaba tanto de menos su hogar que había decidido pasar ese fin de semana en casa, en su casa ahora que me sabía ausente? Era una locura, si, pero no podía quitármelo de la cabeza.

Si, yo era el obstáculo para su vuelta al hogar, yo era quien le impedía volver a su casa, yo quien cada vez que intentaba dialogar le ponía trabas, la insultaba, le negaba la posibilidad de la reconciliación, yo era quien hoy prácticamente la había echado de casa.

¿Por qué, por qué lo hice si precisamente hoy había visto algo, algo en sus ojos, algo en esa mirada, en ese titubeo, en esa pausa última que estuvo a punto de dar paso al diálogo y que no fui capaz de conseguir?

Me quedé mudo, completamente mudo mirándola, con una pena en la garganta que me impidió dar el paso de cogerle las manos y decirle, “ven, hablemos”

Y la dejé marchar, una vez más.

Quizás esté en casa, quizás haya vuelto a recoger sus cosas, como dijo, y haya tenido la tentación de quedarse. Tiene que echar de menos su hogar, ¡cómo no! quizás esa mirada que vi en sus ojos antes de irse sea la prueba de que…

No sé, no lo sé, pienso que puede estar allí, viviendo en nuestra casa como antes, ahora que no está ese bruto que la insulta.

Marqué, esperé con el corazón en vilo latiendo contra mi pecho hasta que saltó el contestador y su voz alegre me dijo que no estábamos en casa, que si quería podía dejar un mensaje.

Puede que esté y que no haya querido responder al ver que soy yo quien llama desde la sierra. Pensará de todo menos la realidad, imaginará cosas malas, cosas desagradables. Casi mejor que no esté

No. Voy a volver a llamar y el mensaje le revelará la verdad

El contestador de nuevo. Ella, alegre, diciendo que no estamos en casa. Si quieres deja un mensaje.

Respiro hondo.

 

 

Carmen, no sé si estás ahí. Ojalá estés. Me he comportado como un imbécil esta tarde, últimamente, cada vez que te veo, hago y digo cosas que no siento, que no quiero decir. No sé qué me pasa.

 

Carmen, si estás ahí coge el teléfono por favor, necesito hablar contigo, sin insultos esta vez, de verdad.

 

Quiero… no quiero estropearlo todo, quiero verte, quiero que hablemos, quiero que pongamos fin a esta locura Carmen, por favor.

 

Te necesito.

Colgué. La garganta me dolía, ya no me daba más de sí, había hecho todo el esfuerzo que podía para superar el nudo que la agarrotaba. Tampoco tenía muchas más palabras que añadir que no supusieran una vuelta a la misma idea. Si estaba en casa escuchando y no había levantado el auricular no lo iba a hacer por mucho que me esforzase y si no estaba aquello resultaba patético.

Cinco minutos después volví a llamar, no dejé ningún mensaje. Unos minutos después, cuando vi regresar a Graciela por la ventana corrí a coger el teléfono otra vez

 

 

Carmen, te he llamado hace un rato, a lo mejor estabas bajando cosas al coche y no lo oíste. Te he dejado un mensaje en el contestador, por favor escúchalo, por favor, es importante.

–¿Acabaste con la caldera?

–Si, ya está todo a punto

Mi padre dice que las mujeres tiene un sexto sentido. Yo, como psicólogo, se lo he desmontado en multitud de ocasiones con argumentos técnicos de gran calado y él me escucha y sonríe. El caso es que Graciela me miró y pareció alcanzarme en el centro de mi inexistente alma

–¿Estás bien?

–Si, claro

Charlamos, paseamos por los alrededores y evitó entrar en el tema que nos había traído a la sierra. Había notado mi cambio de humor e hizo todo lo posible por tratar de que no me sintiera incómodo. Fingió no darse cuenta de mi pesadumbre y yo fingí no darme cuenta de que fingía. Caminamos de la mano y ese contacto cálido hablaba por nosotros con más sinceridad que el teatro que nuestras palabras representaban. Me reconfortó con una habilidad que nunca he olvidado durante una de las peores noches que recuerdo. Graciela fue, es y seguirá siendo una persona fundamental en mi vida, en nuestra vida.

Después de cenar, cuando el café en el porche y la charla ya no daba para más, saqué la botella de Jack Daniels, la cubitera y un par de vasos, había estado demorando el momento de entrar al tema y sabía que Graciela no me lo iba a permitir mucho mas tiempo.

–Te lo he puesto a huevo, ¿Cómo pudiste ser tan borde? Me dejaste paralizada Mario

Sin rodeos, estaba claro que quería ir al grano, sin perder un minuto más. Me quedé mirando como el whisky daba vueltas en el vaso siguiendo el giro que mi mano daba al vaso. “Te lo he puesto a huevo”. Recordé incluso el tono crispado de mi voz y la crispación que tan solo era recuerdo se tradujo en tensión muscular.

–Me sentía violento, no la esperaba en casa en ese momento

–Si, nos dimos cuenta las dos, parecías un adolescente al que su madre le pilla con una chica en la cama. “No es lo que parece”. ¿Te sentiste ridículo verdad?

–Mucho, no quería que pensase que tú y yo… y solté esa estúpida frase

–Que ella, sin embargo había sabido contener cuando tú le dijiste que la habías visto con esos dos. Aunque me imagino que tampoco le diste mucha oportunidad de abrir la boca ese día ¿verdad?

–No seas tan cruel conmigo

–¿Crees que estoy siendo cruel? Ayer Carmen te dio un argumento claro, sereno, sin ningún atisbo de revanchismo. Era una mano tendida para dialogar, Mario. Te estaba diciendo que nada es lo que parece, que lo entendía. Te estaba pidiendo que hicieras lo mismo, que por un momento intentases bajar la guardia y la escuchases. Pero no, todo tu sentido del ridículo te hizo soltar esa… bravuconada machista, si machista – insistió al ver mi gesto de rechazo – “te lo he puesto a huevo”. – repitió una vez más y creí notar algo de desprecio en su voz – Me sentí tan avergonzada de ti, de estar ahí que si no hubiera sido porque de verdad os quiero a los dos, me hubiera marchado en ese mismo momento.

Se inclinó hacia delante y me miró reprochándome lo que sin duda iba a decirme a continuación

–¿Te das cuenta en qué lugar me estabas dejando? Menos mal que Carmen me conoce

–No sé qué me sucede, la quiero con locura, pero me duele, me duele tanto que cada vez que la tengo delante ese dolor me hace ser ruin y le hago daño.

–Tienes que escucharla, tú eres el psicólogo y sabes de esto mucho más que yo, tienes que dejar de darle vueltas a la cabeza a esa historia que te has montado y pensar que hay otra versión, la de Carmen, la que no has escuchado todavía y que, entre tu versión y la suya posiblemente encontraréis la forma de salir adelante juntos.

–No sé si después de todo lo que ha pasado, después de todos los errores que hemos cometido y la de veces que la he apartado de mí, aún habrá una oportunidad. Ya no me mira como antes, lo he visto ayer por primera vez.

–Sin embargo ayer vi algo. Cuando ya se iba estuvisteis a punto de comenzar a hablar, os faltó un instante de decisión, pero en la mirada había amor además de pena, estoy segura.

–¿Y por qué sigue con Doménico? Es algo que no consigo entender, no sé por qué se fue a su casa pero lo que no entiendo es por qué, después de una semana sigue con él

–Tendrás que hablarlo a ella, pero reconocerás que el insulto y el reproche no es la mejor forma de empezar un diálogo. Si las pocas veces que os habéis acercado has terminado por insultarla no te extrañe que acabe por alejarse de ti.

–¡Graciela!

–¿Qué? No te lo puedo decir más claro. ¿Quién ha intentado comenzar a dialogar? Ella, solo ella y en todos los casos lo has dinamitado con insultos. ¿Crees que esa es la mejor manera de conseguir que vuelva a tu lado?

–¿No crees que tengo motivos para echarle en cara cosas? –estaba casi gritando

–Posiblemente, pero ella también motivos para reprocharte y no lo hace hasta que no la sacas de sus casillas.

Nos quedamos en silencio unos minutos, ambos habíamos subido el tono demasiado

–No se si tengo derecho a inmiscuirme tanto en vuestra vida Mario, no creas que la defiendo ni que apruebo sus actos pero tengo la sensación de que si no hubiera habido tanta violencia en vuestro primer encuentro, si hubierais hablado en lugar de discutir quizás Carmen ya no estaría tan lejos

Tenía razón, yo también lo pensaba. Si aquella tarde, en lugar de insultarla la hubiera escuchado, posiblemente hoy estaríamos en casa, juntos, intentando restañar las heridas.

–Tengo que serenarme, la necesito, no sé por qué estoy convirtiendo esta necesidad en violencia

Me dejó hablar, intenté escudriñar en el fondo mis emociones, en las causas profundas de esa violencia que brotaba cada vez que veía a Carmen. Quería saltar y abrazarla y sin embargo la ira me hacia decir cosas que no quería decir y cuando mi provocación la hacían reaccionar me sentía justificado para continuar mi ataque. Y al verla partir me hundía. No, no te vayas, pensaba, te quiero, que he hecho, que he hecho. Y me mortificaba por haberla dejado partir una vez más.

De ahí nació el compromiso de buscar la serenidad, de aceptar los errores de ambos, de buscar el diálogo el mismo lunes, cuanto antes.

…..

Apagamos las luces, cerramos las contraventanas y subimos a la planta superior.

–¿Cuál es el lado de Carmen?

 La pregunta me cogió desprevenido, acabábamos de entrar en la alcoba y yo caminaba como un autómata hacia mi lado. Me volví y la miré sorprendido sin saber qué responder porque en realidad no sabía el motivo de la pregunta

–¿Es este verdad? –dijo sonriendo, su rostro no mostraba la más mínima señal de malestar por ocupar la cama de Carmen, estaba serena – entonces déjame que me acueste allí

MI rostro le debió resultar divertido porque enseguida añadió

–No te preocupes, luego te lo explico

Ver desnudarse a Graciela por primera vez fue una experiencia hermosa, ver su expresión al sentirse observada fue tan dulce, tan tierna que no me costó trabajo contenerme, quedarme quieto y seguir mirándola mientras se despojaba de la ropa y sus ojos veían como yo la miraba.

Sonreía, se mantenía vuelta de espaldas mientras se despojaba de la ropa, a veces hacía un medio giro para dejarme ver parte de su cuerpo. Y sonreía, sabía el inmenso placer que me provocaba con cada gesto, con cada detalle. Yo permanecía sentado en la cama viendo como iba desapareciendo cada prenda e iba apareciendo piel, carne, músculo. Cuando estuvo desnuda…

–Voy al baño

–Si, pero no te laves

Sus ojos, grandes de por sí, se volvieron redondos, inmensos, su boca se abrió formando un pequeño círculo

–¡Qué dices!

Ahí estaba desnuda, la sorpresa de mi petición le hizo olvidar su desnudez, el gesto de recato quedó olvidado. Ahí estaba, desnuda frente a mi.

–Quiero olerte

Una media sonrisa intentó esconder su pudor

–Pero llevo todo el día…

–Mejor, quiero oler a la hembra

El rubor subió arrebatándola sin control, un segundo de duda antes de que los prejuicios la volvieran a asaltar

–Mario, no…

–Haz lo que ibas a hacer, solo sécate, no demasiado, y vuelve aquí. Si, lo sé, no lo has hecho nunca. Prueba a dejarte llevar, ¿ya es hora no crees?

El brillo de sus ojos, el color de sus mejillas, si hubiera podido oler su aliento habría podido notar la excitación de la hembra. No dijo nada y entró en el baño. No escuché ningún grifo, solo el chorro en la taza y el sonido de la cisterna. Aún tardó en salir, momentos de vacilación, no sabía lo que yo iba a hacer con ella.

Cuando salió era otra, su mirada era otra, puro fuego. La esperaba desnudo sobre la cama, estaba excitado y mi erección la esperaba. Sus ojos se clavaron en mi sexo que temblaba. Caminó hacia la cama, se arrodilló a los pies y avanzó hacia mi y se tumbó a mi lado, la recogí en mis brazos, temblaba ligeramente a pesar de la agradable temperatura del cuarto

–Esto va a rozar…

–Lo escatológico, si

No la besé, tendría que esperar, aquello iba a ser mucho más primitivo, mucho mas corporal, su aroma de mujer era penetrante, me había llegado desde lejos, acaricié con mi rostro su cuello, elevé su brazo buscando su axila, el sudor fresco reciente invadió mi olfato y todo mi cuerpo reaccionó, un aroma suave, excitante que me hizo palpitar. Gimió al sentir mi verga latiendo en su muslo. Lamí su axila lentamente, con esmero. Bajé hacia su pecho, sentí como frotaba sus muslos, tropezaba adrede con mi verga y siguió frotándola con su rodilla pero me aparté, era yo quien quería aprendérmela, quien quería conocer cada rincón de su cuerpo.

–Hueles bien

Su respiración sonaba, temblaba. Mordisqueé sus pezones, duros y erectos como pequeñas piedras y se retorció gimiendo como si le doliese. Bajé mi mano por su vientre que se encogía con cada respiración. Su vello, rizado, corto, se enredó en mis dedos. Tiré de él, se quejó, tiré con más fuerza y su rostro se dobló buscando el mío. Encontré el surco, húmedo, encharcado, bordeado por dos gruesos montes que pellizqué con suavidad. Mi dedo quedó enterrado entre sus labios cálidos y ahí lo dejé quieto, sintiendo el latido que alimentaba su excitación. Pero mi curiosidad me pudo y llevé mi dedo impregnado de su aroma a mi rostro. Exquisito, mi verga brincó de deseo.

–¿Te has olido alguna vez?

–¿Qué? –dijo saliendo a duras penas de su arrebato

–¿Conoces tu aroma?

–¡Calla!

–Di, ¿lo conoces?

–¡No, no sé!

–¿Cómo es posible que no te conozcas, nunca te has olido? –Llevé de nuevo mi dedo a mi nariz, aspiré, ella me miraba , cerré los ojos – es maravilloso – la miré de reojo – toma, prueba

Pero tantos años de absurda represión hicieron efecto y Graciela retiró el rostro

–¡Hueles maravillosamente, me vuelves loco! –volví a bajar la mano y enterré el dedo en su coño, cuando me sintió se estremeció – dame más de tu perfume – luego lo llevé a mi nariz y lo aspiré – es una maravilla, toma

Esta vez no se retiró, acerqué los dedos a su rostro, hizo un amago de apartarse pero se mantuvo. No la toqué con mis dedos, los dejé cerca

–Huele, eres tú –dije sonriendo

Graciela aspiro tímidamente y me miró, volvió a aspirar y me devolvió una sonrisa

–¡Hueles tan bien!

Sonrió abiertamente, llevé los dedos a mi boca y los chupé con verdadero placer. Me miraba, sabía que no fingía, varías veces llevé mis dedos a su sexo y los recuperé repletos de su jugo y los devoré con auténtica gula bajo su mirada. Entonces me abrazó, estaba emocionada. Nos besamos, mientras seguía acariciando su sexo, buscando su placer

–Quiero beber de ti

Bajé besando su cuerpo, mientras mis manos se quedaban atrás, arriba, torturando sus pechos, mordí su vello, el aroma que me llegaba tan cerca me emborrachaba, no pude mas, hundí mi lengua entre sus labios, estaba tan encharcada, tan húmeda, entonces la oí gritar como  si la hubiese clavado un cuchillo. Se retorció, rodeó mi cuello con sus fuertes piernas, podría haberme roto el cuello si hubiese querido, pero no, de su sexo comenzó a brotar un manantial que bebí, su clítoris, era una pequeña piedra recta, erguida que en mi lengua la hacia saltar en la cama y que la hacia pedirme mas y mas hasta que gritó y me hizo subir para tenerme dentro de ella.

Solo entonces nos besamos, solo entonces me besó de una manera delicada, intensa si, pero delicada, sujetándome el rostro con sus manos mientras sus caderas golpeaban contra las mías buscando tenerme dentro, dentro lo mas dentro posible.

Y me desbordé y me rompí dentro de ella y esta vez, esta vez no estuvo Carmen. Solo Graciela y yo, enterrado dentro de ella, abrazado por sus muslos, besando su boca, descargando mi orgasmo en ella, mirando sus ojos, sonriendo a su sonrisa hasta que desfallecí sobre ella.

–No te he dicho todavía por qué quería este lado de la cama

Lo había olvidado, me puse de lado mirándola, me sonreía

–Aquel es el lugar de Carmen, acostúmbrate a tenerme a este lado, por si algún día nos tienes a los dos en la misma cama – dijo guiñándome un ojo

–Eres… –no pude continuar, me di cuenta de la clase de mujer que tenía al lado, la besé. En ningún momento estaba olvidando a Carmen.

…..

–Mira lo que he encontrado – dijo extendiendo el brazo. Tardé en reconocerlo, aunque lo había estado limpiando, tenía pegado barro, tierra y hojas. Cuando lo tuve en mi mano me trasladé al bateau mouche un mes de abril de 1997, una cena por el Sena especialmente romántica, ¿por qué? Por nada especial porque nos apasiona París, porque cada vez que podemos volvemos allí, sin excusas, sin motivos, a pasear por sus calles, a cruzar los puentes, cualquiera de ellos que te dan un vista diferente del Sena. A sentarnos en el café a los pies del Sacre Coeur mientras los caballitos dan vueltas y vueltas.

Y en aquella cena, le regalé este medallón que había comprado esa misma mañana a escondidas, mientras ella regateaba  en el marché aux puces. ¡Cuántas veces lo había buscado desde que lo dio por desaparecido! Apenas tenía valor material pero Carmen lo guardaba como un tesoro hasta que dos años atrás lo perdió.

…..

Graciela respeta mis silencios con esa elegancia que la caracteriza. Se ha hecho con la casa de una forma natural. La oigo trastear en la cocina, yo estoy en la parte de atrás intentando devolver al medallón el brillo original que la intemperie, el sol, la lluvia y dos inviernos le han quitado. Al cabo aparece ella, mi segunda mujer, con una bandeja a la que le precedió un aroma exquisito. Pequeños sandwiches con un aspecto delicioso y que por el aroma adivino cargados de queso cheddar, también cabrales, jamón y lo demás ya lo sabré. Su mirada ilusionada espera una aprobación que no tardo en darle

–¡Por favor, te voy a tener que contratar, o mejor aún te voy a secuestrar!

Cuando deja la bandeja sobre la mesa de trabajo la rodeo con mis brazos y la beso, la beso con ternura, con agradecimiento, con cariño. El abrazo se transforma, cobra fuerza, las bocas se abren, las lenguas se buscan, una de mis manos baja por su espalda, llega a su cintura pero quiere mas, encuentra su culo, escucho su respiración que parece decir algo. Tanteo, palpo, aprieto, su muslo se separa de su gemelo y abraza al mío, ¿qué quieres mujer? Su brazos acarician mi espalda, aprietan mi cuerpo contra el suyo, su lengua es una víbora ágil que juega con la mía, la busca, se escapa, vuelve a por ella.

–Vamos – Mi voz, casi no la reconozco, suena grave, enronquecida. Abre los ojos, está tan pegada a mi que siento como su boca sonríe antes de poder verla

–No, que se nos va a enfriar el aperitivo – Por fin compruebo esos empujones que me contó. Me separa, coge un pequeño sándwich, lo muerde, acerca su boca a la mía y me cede el bocado que lleva – prueba, a ver si te gusta.

–Eres más mala de lo que imaginaba

–No lo sabes bien – suspira, agita la cabeza intentando relajarse y rompe a reír – anda, trae las cervezas

Salgo hacia la cocina, no he perdido la sonrisa de la boca. Por el pasillo me cruzo con una foto en la que estamos Carmen y yo en el jardín, la tengo sujeta por la cintura y ella se dobla tratando de escapar. Verano del noventa y siete, quizás del noventa y ocho, nos la hicieron una mañana que nos juntamos toda la panda para celebrar algo, cualquier cosa. Recuerdo que, después de hacer la foto se volvió, me echó los brazos al cuello y me comió la boca como solo ella es capaz  de hacer.

Me ahogo, buscó el teléfono y marco tozudamente. De nuevo el contestador, su dulce voz insiste en que no estamos en casa. Cuelgo, busco el móvil desesperadamente, no sé donde lo dejé, debe estar en la habitación. Ahí está, casi se me cae de las manos. Tiemblo. Tengo que hablar con ella como sea.

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