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Diario de un Consentidor (39)

en Intercambios

El radio despertador sonó lejanamente y durante un tiempo que me pareció muy largo intenté ignorarlo; Soñé que lo apagaba, me metía en la ducha y después, como cada mañana, preparaba el desayuno mientras Carmen terminaba de arreglarse, pero el ritmo machacón de la emisora me devolvió a la realidad a los pocos minutos.

Y la realidad, la abrumadora realidad que hacia totalmente diferente aquel amanecer me despejó como si hubiera metido la cabeza en agua fría.

Miré a mi derecha, Carmen dormía profundamente vuelta hacia mí; lancé el brazo hacia la mesita de noche y palpé con cuidado de no derramar el vaso de agua hasta encontrar a ciegas el interruptor del despertador.

Estaba hermosa, con esa cara de niña que tiene mientras duerme nadie diría que acaba de vivir su mayor aventura, se había acostado con otro hombre, hoy amanecía una mujer adúltera.

El brusco silencio tras apagar el despertador hizo el efecto contrario al que yo pretendía y alertó a Carmen, intentó abrir los ojos que por dos veces consecutivas se negaron a obedecer, por fin me miró y me lanzó una de sus más hermosas sonrisas.

  • "Tengo mucho sueño" – dijo mimosa, volviendo a cerrar los ojos y refugiándose en mi hombro.

Una inmensa emoción de amor me hizo estrecharla con mi brazo, la sorpresa que me produjo sentir como dos lagrimas brotaban de mis ojos y rodaban por mis sienes me desconcertó; ¿era emoción? ¿Era tristeza? ¿Acaso era arrepentimiento?

Volví mi rostro hacia ella y besé su pelo. Mi niña preciosa acababa de follar con otro hombre, la había visto besarle con pasión, con auténtico deseo, había escuchado sus gemidos de placer, había vivido sus orgasmos tremendamente intensos mientras se abrazaba con fuerza al hombre que la penetraba con un vigor envidiable.

  • "Vamos perezosa, se nos va a hacer tarde"

  • "Me da igual" – remoloneaba juguetona, de pronto abrió los ojos, su expresión cambió y comprendí que acababa de aterrizar en la realidad.

Me miró buscando conocer mi estado de ánimo, le sonreí pero me di cuenta de que mi sonrisa transmitía toda la ambigüedad de mis sentimientos.

  • "¿Cómo estás?"

  • "Bien cariño, estoy bien ¿y tú, cómo estás?" – Carmen bajó la mirada y suspiró.

  • "No estoy segura, aun no lo sé"

  • "Supongo que te pasa como a mí, todo ha sido tan… intenso"

Me moví para quedar de lado, frente a ella; mi brazo derecho recogía su cuello, como una almohada y mi mano izquierda se posó en su cintura que, estando de lado, marcaba con rotundidad la curva de su cadera. Mis dedos ascendieron lentamente por la ladera de aquella hermosa colina hasta alcanzar la cima, luego avancé por su muslo suave y prieto, Carmen se mantuvo en silencio y yo proseguí.

  • "Lo hemos imaginado tantas veces que me resulta difícil no pensar que lo de ayer no haya sido una fantasía mas"

  • "Eso me pasa a mi"

  • "¿Estás contenta?" – Carmen dudó, me miró un par de veces a los ojos.

  • "Sí, creo que sí, pero estoy preocupada"

La besé en la boca, dulcemente, varias veces, sin buscar excitarla, solo pretendía quererla.

  • "Es normal, amor mío, yo también estoy un poco asustado"

  • "¿Te arrepientes?" – su pregunta surgió rápida como un rayo.

  • "¡Nooo! ¡en absoluto! Ha sido maravilloso, es la experiencia más fuerte que he vivido jamás…" – la apreté con mi brazo y la besé con pasión – "… y estoy más enamorado que nunca de ti"

  • "¿En serio?" – sus miedos salían a flote y ella buscaba mi seguridad para afianzar la suya.

  • "Eres la mujer más increíble que hay en la tierra, me siento tan orgulloso de ti… ayer, cuando Carlos te vio desnuda, tenías que haber visto su cara, entonces me sentí tan orgulloso de que seas mi mujer…"

Carmen no me dejó terminar, sus labios se apretaron contra los míos y durante una eternidad

nos besamos sin más palabras.

Estábamos agotados, la falta de sueño y la tensión de la jornada anterior nos pasaba factura, casi sin hablarlo interrumpimos lo que comenzaba a surgir y nos fuimos juntos a la ducha.

Mientras acariciaba su cuerpo con la esponja pensaba que aquella hermosura había sido recorrida por primera vez por otro hombre que había arrancado de ella sus más intensos orgasmos. Cuando Carmen se volvió hacia la pared para dejarme que la enjabonara la espalda la imaginé con Carlos en la ducha de la sierra, dejándose montar, "como una yegua", había dicho ella, "como una perra" pensé yo.

Desayunamos con rapidez y a las ocho y cinco nos detuvimos en el garaje, frente a frente, mirándonos a los ojos.

  • "Te llamo luego" – dije sonriendo ante mi incapacidad para expresar todo lo que bullía en mi cabeza, Carmen me dio un beso y la seguí con la vista mientras se dirigía a su coche.

La perdí en el atasco de aquella fría mañana y recorrí mi calvario particular durante los cincuenta minutos que tardé en llegar al gabinete y sumergirme en el trabajo intentando aliviar de esa forma mi ansiedad; ahora estaba solo con mis pensamientos, ya no podía refugiarme en la excitación que me produjo verla en brazos de Carlos, la habitual caravana de entrada a Madrid se convirtió en una amarga tortura en la que absurdas escenas me mostraban un futuro en el que yo tenía un triste y humillante papel; Mi razón y mi experiencia profesional me decían que no podía dejarme llevar de esos pensamientos intrusivos nacidos de la inseguridad y del miedo, pero mis emociones iban por libre, desbocadas, ausentes de juicio, construyendo una enorme bola de nieve que amenazaba con sepultarme. En menos de un segundo podía pasar de la más cruda excitación al miedo paralizante, una misma escena en la que recreaba a Carmen en bazos de Carlos me podía provocar una erección al tiempo que me ahogaba el miedo a perderla. Recordé momentos en los que me sentí ignorado, ajeno al juego sensual que ambos mantenían en la cama y el terror a ser abandonado se mezcló con la sensación húmeda que amenazaba con traspasar el pantalón. Indeciso, torturado, excitado, ese era yo aquella mañana de invierno.

….

Carmen aprovechó un pequeño hueco en el carril izquierdo para acelerar e incorporarse a él, por el retrovisor vio que no la había podido seguir y poco a poco la distancia entre ambos se fue ampliando hasta que dejó de verme, sintió un desagradable escalofrío como si aquello fuera un negro presagio; por encima de la intensa excitación al recordar lo vivido, la preocupación por las consecuencias que aquella aventura podía tener en nuestro matrimonio oscurecía cualquier otra emoción.

La noche anterior al llegar a casa y también aquella mañana durante el desayuno le parecía haber visto tristeza en mis ojos, me conoce bien y había detectado cómo intentaba disimular. Le causaba horror pensar si ahora, después de lo sucedido, me arrepentiría; eso podía marcar nuestra relación de una manera infranqueable; se dio cuenta de que nos habíamos jugado nuestra estabilidad, todo nuestro matrimonio a una sola carta y apretó los puños en el volante deseando poder volver hacia atrás y borrar todo lo sucedido los últimos meses.

A pesar de todo era consciente de que nada se podía enmendar, se había acostado con Carlos, delante de su marido, había sentido las caricias de ambos, me había estado besando mientras su cuerpo se zarandeaba con los empujes de Carlos y recordaba mis ojos clavados en los suyos a escasos centímetros mientras explotaba en un brutal orgasmo.

No podía ser que aquella intensidad compartida conmigo nos pudiera separar, no podía ser.

El móvil interrumpió sus pensamientos, imaginó que sería yo, perdido al fondo de la inmensa serpiente que reptaba pesadamente hacia Madrid.

  • "¿Te has perdido?"

  • "Completamente, me has perdido tu" – la inesperada voz de Carlos al otro lado disparó la tensión en su cuerpo; Como si hubiera pulsado un interruptor, su sexo se contrajo y se relajó un par de veces y un rio de hormonas inundaron su sangre calentando su piel, endureciendo sus pezones, acelerando su pulso, irrigando los labios de su coño que se hincharon haciendo que ella lo sintiera abrirse como una flor.

  • "¿Carlos?"

  • "Buenos días cariño, imaginé que te encontraría aun en la carretera, ¿Quién creías que era?" – dijo al descubrir en su frase que no era a él a quien esperaba al teléfono.

  • "Pensé que eras mi marido, estamos en un atasco y se ha quedado rezagado en su coche"

  • "Mejor así, quiero que te desvíes un poquito y desayunes conmigo, voy a pedir que nos lo suban a la habitación, así nos despedimos"

Carmen analizó en un segundo la situación, la esperaban en el gabinete, deseaba volver a estar con él pero no a mis espaldas, todo parecía apuntar a que aquella idea era imposible de realizar.

  • "No puede ser Carlos, tengo una reunión inaplazable a primera hora" – dijo expresando mas pesar en su voz del que hubiera querido mostrar.

  • "Llámales, ponte mala, di que anoche te picó un bicho muy malo" – Carmen sonrió

  • "Y tan malo, no hacía más que picarme una y otra vez" – su voz se había vuelto sugerente, tan sensual como solo Carmen puede ser sin caer en lo vulgar.

  • "Por eso, necesitas el antídoto, una dosis más te curará" – Carmen resistió la tentación, su responsabilidad le gritaba que no podía cancelar la reunión de las nueve y media.

  • "De verdad, no puedo, es imposible…"

  • "No nos vamos a volver a ver en muchos días, quizás un mes o más, necesito despedirme de ti"

Carmen se debatía entre el deseo y la sensatez.

  • "Te propongo una cosa, retraso la reunión media hora, me paso por el hotel, desayunamos juntos, en la cafetería…" – dijo remarcando esas últimas palabras – "… y luego me voy corriendo; o eso o nada, tú verás" – fingió lanzar un ultimátum con un exagerado tono dictatorial.

  • "Me rindo, lo que tu digas, cómo tu digas, soy tu esclavo ¿no te das cuenta de que me has hecho prisionero?" – la ternura de Carlos la desarmaba, la sonrisa que nació nada más comenzar la conversación no había desaparecido de su rostro ni un momento.

  • "Entonces, déjame que lo organice, luego cuando esté llegando te llamo para que bajes"

  • "¿Ninguna posibilidad de que nos tomemos el desayuno arriba?"

  • "¡Pesado!"

  • "Dime una cosa, ¿todavía me sientes dentro de ti?" – Carmen recordó como en el coche, de camino hacia casa tras dejarle en el hotel, le parecía sentirle aun en su coño.

  • "Todavía"

  • "A mí me parece tenerte aun en mis manos, tu olor no se ha ido de mi…" – Carmen caía por una pendiente de sensualidad y ternura – "… por cierto, me quedé preocupado por ti"

  • "¿Por mi? ¿y eso por qué?"

  • "Tu marido, ¿no te notó nada?" – Carmen se sentía inquieta hablando de su falso marido

  • "¿Y qué iba a notar?"

  • "No te volviste a lavar, luego me quedé pensando si acaso notaría el olor de mi…"

  • "De tu…"- jugaba con él, le seducía abiertamente.

  • "De mi polla" – una cálida humedad se extendió entre sus labios y comenzó a invadir su braga.

  • "Me duché nada más llegar"

  • "Ten cuidado, esas son conductas de mujer infiel" – no se sentía cómoda con esa conversación y la cortó de inmediato, no le agradaba mentir explícitamente sobre un falso marido.

  • "Venga, voy a llamar al gabinete"

  • "De acuerdo, aquí te espero, un beso cariño"

  • "Un beso"

Colgó, se había acostumbrado a oír como la llamaba `cariño´ y si al principio le resultaba extraño escuchárselo decir, le parecía demasiado íntimo, demasiado personal; ahora formaba parte de algo hermoso, nadie salvo yo la llamaba así, ahora se sentía acariciada por aquella palabra que le llegaba de dos hombres.

A las nueve menos cuarto estacionó en el mismo parking que el día que lo llevó al hotel desde la estación y en cinco minutos recorrió con prisa el trayecto; el aire frio de aquella mañana de ambiente aún navideño golpeaba su rostro y la ayudaba a despejarse del todo, se notaba cansada, con falta de sueño y anticipó una jornada en la que le resultaría difícil mantener la atención.

Traspasó la puerta y de nuevo sintió el mismo morbo que experimentó el día anterior al entrar y sentirse observada, el hall de hotel actuó de estímulo condicionado que disparó todas la emociones que había vivido allí al ir a recoger a Carlos; de pronto una intensa excitación nubló su vista, eran casi las nueve de la mañana, una mujer sola entraba en el hotel, reconoció a dos de las empleados que estaban tras el mostrador de recepción, el día anterior supuso que pensarían que era la querida de aquel hombre con el que salió y hoy de nuevo la veían llegar…

Vio la entrada a la cafetería a su derecha, pero sus pasos la condujeron al ascensor que se abría en ese momento sin concederle una opción para reconsiderar lo que sus pies habían decidido por su cuenta, llegó justo a la puerta cuando salía la última persona y entró sin detenerse, si hubiera tenido que esperar quizás hubiese recapacitado, quizás hubiera retrocedido hacia la cafetería.

Pero ahora estaba allí, pulsando el botón de la planta tercera y viendo como las puertas se cerraban clausurando cualquier alternativa posible.

En el silencio del ascensor escuchaba el latido de su corazón golpeando en sus sienes, su respiración alterada sonaba como un jadeo, "¡Dios mío! ¿Qué estoy haciendo?" murmuró en voz baja.

Un pensamiento cruzó su cabeza, abrió el bolso con precipitación, cogió el móvil y lo silenció.

El timbre del ascensor anunciando la planta tercera la sacó de sus tribulaciones, salió al pasillo, se cruzó con un carro de la limpieza conducido por una gruesa camarera con aspecto de peruana que la saludó.

Caminó por el pasillo y en cada paso se decía "aun puedo bajar, todavía estoy a tiempo de…", pero sus pasos no se detenían, sus pies no daban la vuelta y regresaban al ascensor sino que la llevaban hacia la puerta que ya conocía.

En el pomo colgaba el cartel de "no molestar", coincidía con ella en su obsesión cuando estamos en un hotel por evitar los intentos de arreglar la habitación antes de que salgamos a desayunar.

Respiró profundamente, notaba el acelerado golpeteo en su pecho, elevó la mano y la detuvo a unos centímetros de la puerta, "Aun estoy a tiempo, todavía puedo bajar"

Golpeó dos veces, la primera demasiado débil, la segunda demasiado fuerte.

  • "¿Quién?" – escuchó al otro lado tras unos segundos.

  • "Servicio de habitaciones"

No hubo respuesta, en su lugar una pausa, Carlos seguro que había reconocido su voz, se abrió la puerta, solo una rendija, como el día anterior lo que podía ver de él estaba desnudo, abrió del todo, llevaba un slip negro, ajustado, una preciosa sonrisa comenzó a brotar en su rostro ilusionado.

  • "Eres… ven, pasa"

Carmen entró y, como si todos los argumentos que se había puesto para evitar aquello se disolvieran, se abrazó a él fundiéndose en un beso intenso, casi doloroso, Carlos la apretaba en sus brazos y ella recorría su espalda intentando recuperar en un instante todas las sensaciones acumuladas en las yemas de sus dedos el día anterior. Como dos hambrientos se buscaban y mientras Carlos la intentaba desnudar, Carmen apresaba con su mano el duro bulto oculto bajo el slip mientras la otra mano clavaba las uñas en su nuca.

Su ropa cayó desordenada en el suelo, nada le importaba, la urgencia era tal que dejó que sus medias se arrugaran en sus rodillas al ser arrastradas por su tanga, otra vez tomó el mando, de nuevo Carlos se dejaba hacer, le tumbó en la cama y ella misma le despojó con prisas del slip, cuando vio aparecer su erguida polla lanzó un "Aah!" en medio de un gemido. Le deseaba, ¡Dios, cómo le deseaba!

De rodillas sobre Carlos buscó el contacto de sus sexos mientras le clavaba sus pezones y se apretaba a él como si le fuera la vida en ello. Sintió como le separaba las nalgas y un dedo buscaba su coño, echó los riñones hacia atrás y el dedo se hundió provocando un gemido que no intentó sofocar, la polla se clavaba en su pubis y comenzó a moverse deslizándose sobre aquella dura barra, el dedo intruso entraba y salía de su coño y cuando rozó su ano Carmen emitió un pequeño grito de placer, "Cuidado" fue lo único que pudo pronunciar, ‘cuidado’ no significa ‘no’ y Carlos lo entendió; la caricia de aquel dedo húmedo en su esfínter la hizo consciente de que le estaba entregando algo nuevo, algo que ayer no le dio. Seguía moviéndose sobre la gruesa polla, como si fuera un raíl sobre el que sus labios se abrían y se deslizaban con facilidad gracias a su abundante flujo, el dedo que profanaba su ano se había secado y le provocó cierta molestia, Carmen se quejó y notó como desaparecía para volver a aparecer en su coño y embadurnarse bien de su flujo, por tres veces empapó el pequeño agujero antes de presionar con la yema, el esfínter cedió y el dedo se deslizó en su interior, Carmen estaba entregada, ¿quería su culo? Pues ahí lo tenía, no se sentía capaz de negarle nada a aquel hombre dulce, tierno, sensible, cariñoso.

Pero Carlos no estaba dispuesto a dejarse someter otra vez y se incorporó haciéndola caer en la cama, Carmen quedó tumbada, indefensa, entregada a lo que quisiera hacer de ella, sabía que su postura era obscena, que sus piernas abiertas le ofrecían su sexo sin ningún pudor pero no le importó, necesitaba sentirle dentro de ella, necesitaba ser follada. Carlos recorría su cuerpo con la mirada como si no se acabase de creer que era cierto, que aquella increíble mujer era suya, luego se miraron a los ojos intensamente y comenzó a besarla mientras cubría su pecho con la mano, sin apretar.

De repente Carlos pareció cambiar, abandonó sus pechos y tomó sus piernas por las rodillas levantándolas, Carmen entendió lo que deseaba y apoyó los tobillos en sus hombros; cuando sintió el roce suave del glande en sus labios sus ojos se cerraron y esperó.

No estaba preparada para lo que sucedió a continuación y lanzó un grito de sorpresa y dolor, Carlos se había hundido en ella de un solo golpe intenso y despiadado, Carmen abrió los ojos y le miró sorprendida mientras un nuevo grito escapaba de su garganta al sentir el siguiente golpe en su pubis, Carlos retiró su polla completamente hasta dejar el glande apoyado entre los labios y de nuevo se lanzó contra ella con fuerza, una, otra, otra vez, aumentando la velocidad y la intensidad en cada ataque, Carmen no cesaba de gritar, el dolor se mezclaba con una creciente excitación a la que se sumó la emoción de sentirse violada, asaltada, usada para el placer egoísta de Carlos. Su rostro estaba crispado, parecía no verla, con la mirada perdida en la pared continuó golpeando su pubis arrancando nuevos lamentos de Carmen, hasta que se derramó cuando apenas llevaban quince segundos follando.

Luego vinieron las caricias, las suaves manos recorriendo con dulzura su cuerpo, arrancando el orgasmo con paciencia y delicadeza, pero Carmen no olvidaba el brutal desahogo de Carlos en el que ella se había sentido objeto, un simple coño donde vaciarse y aquello, lejos de molestarla, le había provocado un placer tan desconocido que ahora, mientras él volvía a ser el amante tierno y sensible que conocía, se obstinaba en intentaba entender lo que había sentido y añoraba al macho brutal y desconsiderado que acababa de violarla.

…..

Carlos había cerrado los ojos un momento y los abrió sobresaltado, se había quedado embelesado mirando a Carmen cuando ésta se rindió al cansancio y no fue consciente de que él mismo se dormía. Buscó el reloj del enmudecido televisor, las diez y media, calculó que debía haber dormido más de veinte minutos, miró a Carmen a su lado, profundamente dormida, vencida por el cansancio de una noche casi en vela y se emocionó; había imaginado cómo sería despertarse a su lado, le había contado varias veces en sus charlas por teléfono su sueño de despertarse algún día con ella, ambos sabían que aquello era utópico, inalcanzable y sin embargo las circunstancias se habían aliado con él para regalarle esa ilusión.

La miró con deseo, descubrió ese aspecto adolescente en su dormir que tanto me gusta, ambos estaban desnudos sobre la cama, el aire acondicionado mantenía la habitación a una temperatura exageradamente elevada, recorrió su cuerpo con la mirada, "¡qué hermosa es!" pensó, "no tiene ni un solo defecto, nada que corregir"

Escuchó un zumbido en algún lugar, no detectó lo que era hasta que éste se detuvo, apenas habían transcurrido unos segundos cuando volvió a sonar y lo ubicó en su bolso, debía ser el móvil; Con sigilo para no despertarla se levantó de la cama, abrió el bolso y lo sacó, temía que aquel ruido la terminara despertando, no quería romper la magia del momento, necesitaba tenerla todo el tiempo posible a su lado.

Iba a apagarlo cuando reconoció el número, entonces entró en el baño y cerró la puerta con cuidado.

  • "Mario"

Un intenso escalofrío me recorrió el cuerpo, una fuerte opresión me atenazó el pecho cuando reconocí en aquel susurro la voz de Carlos.

  • "¿Carlos?"

  • "Si, hola; está dormida, no quise que el móvil la despertara"

  • "¿Dónde estáis?" – el corazón parecía a punto de salirse por mi boca, una intensa y aterradora sensación de peligro me dejó incapaz de pensar.

  • "En el hotel, la llamé esta mañana para despedirme de ella y cuando vi que aun estaba de camino la convencí para que viniera aquí" – me había quedado sin palabras, no esperaba que Carmen tomara la iniciativa sin mí de esa manera, ¿me sentía traicionado? algo así, una fuerte nausea apareció en mi estómago.

  • "Vaya, me alegro, imagino que la despedida está mereciendo la pena"

Un agudo dolor me atravesaba, un dolor como no esperaba sentir y que, por primera vez me hacia arrepentirme de haber provocado todo aquello; sin embargo mi polla crecían sin control hasta el punto de que tuve que bajarme la bragueta y colocarla hacia arriba para que la forzada postura en la que había crecido no me doliera, estaba totalmente empalmado a pesar de que al mismo tiempo me sentía engañado por los dos, hablaba manteniendo mi papel de amante despreocupado, hablaba como un autómata mientras mis emociones me asediaban.

  • "Es una mujer increíble Mario, es… brutal"

  • "Si, lo es"

  • "¿Querías algo?, luego le digo que te llame" – intentaba colgarme, le estorbaba, no me necesitaba, ya tenía lo que quería y no le resultaba útil; Rápidamente pensé.

  • "Mejor no, te pediría que no le digas que has hablado conmigo, prefiero estar al margen hoy, ¿lo harás?"

  • "¿Y qué más da, tú no eres un extraño, no molestas" – agradecí amargamente su condescendencia, pero me obsesionaba que Carmen no supiera que la había llamado.

  • "Por favor, la conozco bien, hay momentos que son suyos, solo suyos"

Dudaba de la coherencia de mis argumentos pero no lograba tejer más de dos ideas seguidas, estaba aturdido, sobrepasado por los acontecimientos, por primera vez, la palabra ‘cornudo’ surgió en mi cabeza no con una carga morbosa sino como un brutal insulto.

  • "Como quieras, pero lo va a ver en el móvil" – Carlos se resistía a ocultarle mi llamada, debía temer que Carmen le reprochase no habérselo dicho

  • "Si acaso lo ve, dile que cortaste la comunicación para que no se despertara"

  • "Si, es buena idea; Oye Mario gracias por todo, nos veremos pronto" – de nuevo intentaba abreviar, pero algo en esa despedida me preocupó.

  • "¿Tienes planes de volver?"

  • "En cuanto pueda coordinarlo con Carmen"

  • "Bien, entonces, nos veremos, buen viaje"

  • "Gracias Mario"

Dejé el teléfono sobre la mesa y me quedé paralizado incapaz de reaccionar, me faltaba el aire, apenas podía coordinar, miré el pantalón abierto, los faldones de la camisa sobresalían arrugados y sentí mi polla que seguía tozudamente erecta, ajena a la humillante sensación de derrota que me aplastaba contra el sillón.

¿Carmen me estaba engañando? No tenía sentido, habíamos compartido desde el inicio aquella aventura, incluso esa misma mañana habíamos intercambiado nuestras dudas y nuestros miedos además de nuestra excitación. Carlos me había dejado claro que no había habido ninguna premeditación en aquel encuentro, pero ¿por qué no me había avisado antes de meterse en la cama con él? ¿Acaso temía que yo le pusiera objeciones?

Me derrumbé, en un segundo fue como si todos los planes y todas las fantasías que habíamos montado juntos se desmoronaran como un castillo de naipes, otro Mario más sensato, mas juicioso sustituyó al que ahora era juzgado como obseso y ponía en entredicho todas y cada una de mis acciones a lo largo de los últimos tiempos, remontándose incluso a aquel aniversario en el que Carmen involuntariamente mostraba sus bragas y yo la dejé hacerlo. Para mi juez aquel había sido el comienzo de mi degradación y el momento en el que había comenzado a perder a Carmen. Me abroché y salí con urgencia al baño donde vomité hasta vaciar mi estómago.

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