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Diario de un Consentidor 97 - Virando a Ítaca

en Intercambios

Capítulo 97

Virando hacia Ítaca

Me llevan en volandas, boca abajo. Unas manos sujetan mis muslos, otras mis piernas, otras apuntalan mis tobillos. Más arriba mi cintura descansa en unas manos que se ahuecan para sustentar las crestas de mis caderas; saben lo que hacen. Así, a lo largo de todo mi cuerpo que parece volar por la sala en la que me encuentro, manos que aguantan mi vientre, mis hombros, mis brazos extendidos hacia delante como si estuviera volando.

 

Con todo, la postura no es cómoda; tengo que mantener en tensión el cuello para aguantar erguida la cabeza y poder mirar al frente, mas cada cierto tiempo debo claudicar y dejo caer la cabeza, vencida, agotada. Entonces veo mi pelo largo, mi melena atada en una coleta que se balancea al ritmo que llevan mis porteadores. A veces alguno se apiada de mi, agarra la coleta y tira de ella; mi cráneo se levanta y puedo mirar al frente sin que eso me suponga un esfuerzo para el cuello.

 

Mis piernas viajan abiertas lo suficiente para que cuando nos detenemos atendiendo al capricho de alguien pueda ser penetrada con facilidad. Tengo el coño muy dilatado, lo siento palpitar todo el tiempo. Ya no llevo la cuenta de las veces que he sido follada, noto los labios hinchados y húmedos. De vez en cuando me aplican una toalla que me refresca y me limpia de restos; la hunden con delicadeza en mi interior y me vacían de semen, luego continúa el peregrinaje.

 

A veces veo como nos acercamos a un grupo que charla y al detenernos algún hombre se vuelve hacia mí, se hace una paja rápida para terminar de endurecerse y me folla la boca. Si pudiera le diría que me permitiese hacerlo a mí, que no sabe lo que se está perdiendo, que soy muy buena, mucho mas buena de lo que él es capaz de hacer con mi boca. Pero no, se limita a mover la cintura torpemente y a correrse al cabo de unos minutos. Él se lo pierde. Enseguida acuden con una toallita para que pueda limpiarme; las primeras veces, en mi inexperiencia, me lo tragaba sin vacilar.

 

Siento un gel frío en el ano y me preparo para ser enculada, es la tercera vez en la noche y sé lo que debo hacer. Los porteadores delanteros se arrodillan, apoyo los antebrazos en sus muslos que me ofrecen un punto de resistencia; los que me sujetan atrás se mueven y adoptan la postura adecuada para que mis rodillas se acoplen en ellos; son hábiles. Quedo ofrecida. Siento unas  manos  diferentes en las caderas, no están coordinadas con las demás, van a lo suyo. El glande, grueso, busca el hoyo, cabecea y cuando se sitúa aprieta con exigencia. Es la señal, aprieto pero en sentido inverso, me abro como una flor y siento el estoque abrirse paso en mi carne, hasta la empuñadura. Ha sido fácil, cada vez me resulta más sencillo. Se afianza con las dos manos en mis caderas antes de empezar el ataque y comienza a golpearme con saña. No duele, él cree que si, se le nota, golpea, sale y entra con fuerza, es un poco sádico en sus maneras, no lo veo pero lo adivino en la forma que me golpea el culo; mis porteadores tienen que esforzarse para mantener el equilibrio ante el furor con el que se emplea. Al fin brama como un buey y suelta toda su carga dentro de mi culo y, tras un breve descanso sale de mi y desaparece sin el menor gesto de despedida; otros me han hecho una caricia en una nalga al abandonarme, una palmadita, algo… éste es una bestia. De nuevo las toallitas salvadoras viene a eliminar cualquier vestigio del animal que me ha enculado.

 

Cada cierto tiempo me retiran a un reservado y recupero la verticalidad. Debo sujetarme a mis acompañantes porque me siento algo mareada, entonces me refrescan todo el cuerpo con toallas húmedas, me enjabonan, me asean con suma delicadeza, sueltan la coleta y peinan mi largo cabello, retocan el maquillaje. Vuelvo a mi posición voladora y regreso a la sala que me recibe con murmullos y algunos aplausos.

 

Alguien pasa por nuestro lado y nos obliga a detenernos, acaricia mi espalda, pasa las uñas por mi culo y eriza mi piel. Siento un temblor en la mano que reposa en mi lomo, creo que se está masturbando, poco después noto la tibia descarga derramándose en mi cuerpo, luego comienza a extenderlo cuidadosamente con las manos abiertas sobre mi piel. ¿Por qué? Me gustaría poder volverme y contemplar su rostro ¿Cómo será? Debe ser joven. ¿Qué le ha motivado a hacer tal cosa? Continuamos nuestro peregrinaje, esta vez nadie ha venido limpiarme, ¿será porque el masaje ha sido tan intenso que mi piel ha absorbido por completo su semen?

 

Una mujer me reclama. Sentada en un sillón elevado, con las piernas abiertas; hace un gesto con el brazo para que mis porteadores avancen hacia ella. Adelanta la pelvis para que su sexo quede más a mi favor. Un tirón de coleta deja mi cuello doblado. Es curioso, no siento ningún dolor muscular a pesar de las horas que llevo en esta incómoda posición, ¿me habrán drogado otra vez? No lo sé.

 

La reconozco, acompañaba a otra dama a la que lamí al comienzo de la noche y que se corrió abundantemente en mi boca. Tenían sus rostros pegados mejilla con mejilla y no apartaba sus ojos de mi cara mientras yo le comía el coño a su compañera. Tuve que apartar la mirada varias veces, me turbaba su manera de mirarme sin embargo una y otra vez mis ojos volvían a buscarla. Ahora me tiene a su merced, sus muslos están abiertos ante mi boca y esta vez no podré evitar su mirada mientras mi lengua liba la flor que se abre jugosa, fresca; ese aroma a sexo me penetra los sentidos. Mis porteadores hacen el último movimiento para que mi rostro se funda con su coño. Comienzo. Su mano en mi cabello marca el ritmo que desea sentir en su gruta, soy un mero instrumento de placer, sigo su ritmo, bebo de su fuente, dibujo con mi lengua el rugoso paisaje que siento como mío, hago vibrar a la mujer como me gusta vibrar a  mi, sus gemidos son mis gemidos.

 

Exploran mi sexo, unos dedos se empapan en mi coño, se hunden con suma delicadeza, separan mis glúteos. Un beso, ¡qué extraño! ¿quién se toma tanto preámbulo en este contexto? Una lengua intenta llegar al lugar que por mi posición se ha tornado casi inaccesible, muevo la cintura pero corro el riesgo de desatender a mi dueña del momento. Me olvido del intruso y me dedico a ella, a la mujer a la que me debo. Hundo lo que soy ahora: un hocico, y me engolfo en este coño insaciable. Un gemido de plenitud me reconforta, he acertado, lanzo la lengua y llego lo mas profundo que puedo, un rio desbordado me responde. Bebo, bebo, mi lengua se vuelve serpiente, mi amante tiembla y se dispara el orgasmo. Me separo y su rostro maduro, aún bello, me devuelve una sonrisa de agradecimiento. El intruso entiende que es su momento, yo muevo la grupa y le dejo hacer, besos, besos. Los porteadores giran para liberar a la dama satisfecha y el amante que llevo pegado a mi culo se mueve como un perrillo. Hace bien su trabajo, a veces la delicadeza después de tanto sexo duro supone un contraste que despierta un erotismo diferente, más suave pero no por eso menos intenso.

 

Me llevan hacia una especie de estrecha camilla sobre la que se ha tendido alguien que me espera impaciente, a su lado un hombre algo más mayor me observa avanzar y me sonríe. Cuando llego en volandas los porteadores me hacen descender sobre el hombre tendido que me penetra con suavidad, la libertad que le da tenerme suspendida en el aire le permite acariciarme todo el cuerpo que se eleva a unos centímetros del suyo. Es agradable, formamos un ángulo agudo cuyo vértice son nuestros sexos que se frotan voluptuosamente. Sus manos acarician mis pechos, el vientre, los hombros. Nuestros rostros están a escasos centímetros, nos miramos, me besa, le sonrío. Es agradable flotar así.

 

Siento unos dedos en mi ano, me doblan las piernas, soy como una muñeca articulada que cede a la presión de las manos que gobiernan mis articulaciones. No pregunto, no me rebelo, solo dejo que mi cuerpo se mueva de acuerdo al control que he entregado cuando dispuse que jugaría este juego.

 

Me van a penetrar por detrás, creo que voy a vivir mi primera doble penetración, me acomodan hábiles manos y me dejo mover como si mi cuerpo no me perteneciera. Es fácil, solo tengo que ceder, no resistirme y mi cuerpo flexible se adapta a la postura que le piden.

 

Siento la verga en mi coño, parece haber engordado desde que la recibí, ahora noto movimiento en mi culo, tantean, encuentran el hueco, aprietan, aprieto… ¡Dios, lo están haciendo! es… nuevo para mí, siento una doble presión que me penetra, que me excita doblemente, que me dilata… me siento llena, más llena que nunca. Sus ojos se clavan en los míos, sonríe como si me conociera.¡Oh Dios! es él, es...

 

—¡Oh joder!

Carmen se incorporó de un salto buscando a tientas la luz. Estaba desubicada, todavía tardó un par de segundos en situarse, un instante que añadió más ansiedad a la que ya sentía. El corazón golpeaba en su pecho y esos mismos latidos, como un eco desacompasado palpitaban en su sexo. Una contracción fuerte, intensa, que no remitía.

Giró y bajó las piernas de la cama hasta quedar sentada.

Qué absurdo, pensó mientras se aferraba con ambas manos al borde del colchón e iniciaba un leve balanceo. Intentó calmarse, hacerse con el control de la pesadilla. Las emociones desbocadas poco a poco cedieron. Qué absurdo, repitió, qué mezcla más irreal de…

Se levantó con la cajetilla de tabaco en la mano y el mechero. Una profunda calada hizo la ilusión de calmarla. Ya en el cuarto de baño se desnudó, cogió una toalla grande y se la pasó varias veces por todo el cuerpo para librarse de esa molesta sensación de humedad, luego se envolvió en la bata.

—¡Qué mal, qué mal! —murmura mientras desciende las escaleras. Entra en la cocina, abre el frigorífico, busca sin saber bien qué. Al final claudica, no quiere nada, no necesita nada.

Al fondo, casi escondida al lado de un robot y unos frascos de cristal la vio. Su cafetera, la que él le regaló. Un tierno sentimiento, el mismo que nació aquel día brota al verla.

Al fin, tras rebuscar por los armarios, encuentra uno de los paquetes de café que él compró para ella. Diez minutos más tarde da vueltas a una taza humeante. 

La tensión no le permite pensar con claridad, apaga la colilla y enciende un nuevo pitillo. La pesadilla es la consecuencia final de tanta introspección, es posiblemente la elaboración de aquella otra que no llegó a recordar nunca. Se ha dedicado a hurgar con saña en los recuerdos de su paciente, de su yo herido como si pudiera desgajarse de sí misma sin darse cuenta de que la angustia que le provoca a ella, a la naufraga, se la está causando a sí misma.

Se pasa la mano por la frente como si ese gesto pudiera borrar los pensamientos que la asedian. Acaba en la  nuca. Su melena, esa melena que ha añorado en sueños la devuelve a la que fue y ya no es. Sonríe con nostalgia.

Busca las manecillas clavadas en la pared. Las cinco y cuarto de la madrugada.

El regreso a la casa de Doménico ha resultado más duro de lo que imaginó y le está pasando factura. Tiene que salir de allí, los recuerdos son demasiado agresivos, cada vez se ve menos capaz de manejarlos y eso que apenas ha transitado por ellos. Le falta…

Los dedos tamborilean machaconamente con el borde del plato haciendo que la cucharilla marque un insistente compás metálico de blues.

Le falta Mario, es a él a quien ha venido a buscar por fin, después de tanta ausencia. Si en algún lugar esperaba encontrarle es allí. Pero no contaba con que fuera a ser tan difícil desandar el camino hasta la alcoba donde estuvieron los tres y poder revivir las omisiones, las renuncias, las indecisiones. También las pequeñas venganzas y las provocaciones. Y poder entenderlas no es fácil, antes acechan otros recuerdos, otras personas, otros errores propios y ajenos que le impiden llegar a ese punto crucial que necesita revisitar.

Encontrarse con Mario, reconciliarse con él, con ella. Ahora es el momento de comenzar a hacerlo.

La ansiedad ha torcido el rumbo de esta vuelta al escenario decisivo. Regresó por la tarde con la idea de comenzar a plasmar en papel lo que había descubierto, sin embargo su tarea se convirtió en una lucha con los fantasmas que surgen en cada rincón de la casa, en cada mueble, en cada esquina. Todo parece confabularse para impedir que su trabajo avance. A las ocho abandonó y salió a comprar más tabaco aunque de sobra sabía que no era eso lo que podía calmarla. Anduvo sin rumbo durante media hora antes de regresar y de nuevo se enfrentó a la batalla. Cada vez le costaba más concentrarse, recuperar las ideas que habían aparecido durante la recreación de los hechos porque se veía asaltada por recuerdos intrusos de sucesos que ocurrieron allí mismo y que merecerían ser analizados si, pero no ahora, no en ese momento en el que lo que importaba era no perder los logros conseguidos ya. Así pasó la noche, luchando hasta que el sueño la venció.

¿Acaso está a punto de volver a estancarse? La intranquilidad que siente la atemoriza, le hace anticipar la parálisis que ya conoce y que solo consiguió desbloquear aquella noche en la sierra, cuando recordó que aún conservaba unos restos de marihuana.

Si, ahora le vendría bien para calmar la ansiedad que crece a oleadas. Pero no tiene forma de conseguirla, en ese terreno es una absoluta ignorante.

Y quién, quién podría...

No, ella no. De ningún modo.

No había vuelto a pensar en Claudia, ni siquiera cuando tuvo en sus manos la pitillera.

No.

Pero no puede detenerse; no ahora, no cuando está a punto de llegar a su objetivo.

Debe ponerse en marcha.

Recogió la taza y redactó una nota que dejó sobre la encimera. Tenía que dejar una justificación de su paso por la casa, no tanto por Doménico como por tranquilizar a Angelina, la asistenta que seguro que se alarmará al notar la presencia de extraños.

Aplastó el cigarrillo y subió al baño, necesitaba refrescarse.

Desnuda frente al espejo, dejó que el agua fría terminase de aclarar sus ideas. Concentrada en organizar el cambio. Debía encontrar un lugar para vivir los próximos días.

A las seis y media puso rumbo a la Sierra. Era tiempo de recoger sus cosas y cerrar esa etapa.

…..

—¿Qué haces aquí?

Elvira me ha estado observando desde que he entrado. Sentada en un butacón pegado a la cristalera que da acceso al jardín del hotel no la he visto hasta que, tras pedir un café y un Baileys, he buscado un lugar cómodo para sentarme. Encoge los hombros.

—¿No decías que no podías venir?

—A comer —puntualiza.

La estudio durante unos segundos mientras saboreo las sensaciones que comienza a provocarme. Sonríe, algo nota.

—Si quieres me voy.

—Ni se te ocurra moverte.

Eleva las cejas fingiendo asustarse y yo me siento a su lado, la camarera interrumpe el juego.

Iniciamos una conversación trivial. Su trabajo, mi sesión de esta mañana. Si, le respondo, todo marcha bien y Santiago, el que yo recordaba, a veces reaparece cuando está en faena. Elvira agradece este inciso que he logrado  incorporar a la conversación del modo más natural posible.

—¿Cómo estás?

Quizás con cierta brusquedad he cortado esa digresión que ambos sabemos superflua. Elvira se toma su tiempo, busca mis ojos, inspira.

—Enfadada. No contigo, estoy enfadada conmigo. Desde que supe que ibas a venir me planteé cómo enfocar este encuentro. Sabía que podían aflorar muchas emociones. Tampoco me lo puso fácil Santiago, ya sabes cómo es, siempre metiendo el dedo en la llaga. Me hice un propósito, debía construir una barrera para no dejarme llevar por el efecto del pasado. Sin embargo ya ves de qué poco me sirvió.

—Ya…

Si no se hubiese marchado de Madrid, pensé, si no hubiera interpuesto un muro de hielo entre Carmen y ella. Si no, si no…

—¿Cuándo regresas?

Su voz me sacó de mi soliloquio. Me había perdido, quizás demasiado, en mis divagaciones sin sentido.

—No lo sé. Santiago tiene previstas un par de sesiones más, luego…

Me encogí de hombros inconscientemente. Luego llegaba la semana santa. Un vacío se apoderó de mi pecho y posiblemente se reflejó en mi rostro.

—¿Por qué no te quedas unos días?

El contacto de su mano sobre la mía estuvo a punto de hacer que mis emociones se desbordaran pero logré remontar.

—No sé…

—Anda, quédate. —insistió con voz ahogada.

—¿Y Santiago?

—Santiago… Santiago ha hecho y deshecho cuanto ha querido durante todos estos años y yo me he mantenido al margen, en silencio. Ahora es mi momento y no lo voy a dejar pasar.

…..

Hizo tiempo, dio un par de pasadas con el coche hasta que vio movimiento en la puerta del club. Dejó el auto en un parking cercano y caminó despacio, calmando los incipientes nervios que atenazaban su estómago, todavía tenía que sortear al portero.

—Buenas noches.

—Buenas noches —El portero, el mismo que les recibió aquella vez, no hizo intención de franquearle el acceso.

—¿Ha llegado Álvaro?

—Si, ya está aquí —respondió con evidente confusión.

—¿Puede avisarle? Dígale que soy Carmen. Soy amiga de Doménico —Añadió al verle dudar.

La hizo pasar a un pequeño hall.

—¡Carmen, qué sorpresa!

La tomó de las manos, se besaron en las mejillas, tan cariñoso como siempre.

—¿Cómo tú por aquí? No me podía esperar…

—Yo tampoco, la verdad es que ha sido algo bastante improvisado.

Álvaro la llevaba cogida del brazo.

—¿Cuánto tiempo hace, un mes, dos?

—No, no tanto.

Llegaron a la barra y le ofreció una banqueta, él se sentó a su lado, sin dejar de mirarla sonriendo.

—¿Qué tomas? Déjame que te sorprenda. No, no te preocupes, nada… esotérico —dijo al ver como brotaba una expresión de preocupación en su rostro.

—Bueno, ¿qué es de tu vida?

Carmen generalizó, evitó entrar en detalles personales, entonces se dio cuenta de que quería saber, necesitaba saber.

—¿Y vosotros, qué tal por aquí?

—Bien, como siempre, el ambiente sigue tranquilo, no ha habido incorporaciones y las que hubo, como tú, desaparecieron —dijo poniendo expresión de lástima y tomando su mano.

—¿Y Doménico, sabes algo de él? —No pudo contenerse, le urgía tener noticias. Álvaro la miró a los ojos, ella entendió que sabía más de lo que aparentaba.

—Sigue en Italia. Por lo que me han contado no tiene intención de volver a corto plazo, creo que le rompieron el corazón.

Carmen bajó la mirada. Solo la voz de su interlocutor consiguió romper ese incómodo momento.

—Y además de eso, ¿qué más puedo hacer por ti? —¿Tan evidente era que había venido por algo más? Comenzó a pensar que aquello había sido un error.

—Pues sí, pero no sé como empezar, apenas nos conocemos y temo que te vayas crear un impresión errónea…

—¡Ay Carmen, si supieras las cosas que he visto y escuchado aquí! Este lugar es como un gran confesionario y yo, a estas alturas, me merezco el titulo de psicólogo. —Se acercó  a ella y tomó ambas manos en las suyas —Anda, cuéntame.

Por alguna razón se sintió segura con él, comenzó a abrirse. No entró en detalles pero si le contó su crisis matrimonial, su proceso de autoanálisis y la etapa de ansiedad por la que inesperadamente estaba pasando ahora que comenzaba a desmenuzar el diario que había ido construyendo las últimas semanas.

—No me lo puedo permitir, no ahora que me juego la posibilidad de recuperar mi matrimonio ¿me entiendes? He pensado medicarme, ya sabes, ansiolíticos —Álvaro rechazó la idea con un gesto—, lo cierto es que lo único con lo que he conseguido neutralizar esa ansiedad y volver a trabajar los diarios ha sido con marihuana, pero la que me quedaba estaba pasada, apenas me valía; además, ya la acabé y —Dudó, le  avergonzaba parecer una novata—, sinceramente, no  sé cómo conseguirla, no tengo ni idea y si lo supiera, tampoco sé si lo que me vendieran sería de buena calidad o…

—Así que has pensado que yo te la podía conseguir ¿es eso?

Carmen se ruborizó sin poder evitarlo. Un brote de orgullo surgido de algún profundo lugar la irguió, se levantó de la banqueta y cogió el bolso de la barra. Su rostro todavía conservaba esa expresión mezcla de desvalimiento y tristeza.

—Déjalo, no debí venir, perdona si te he…

Álvaro se levantó y la tomó de los hombros sin ejercer apenas presión.

—Carmen, Carmen, espera. Sé que no te ha debido ser fácil hacer esto.

Carmen lo miró, no había rastro de suficiencia en su mirada, solo serenidad, comprensión.

—Siéntate. Por favor, siéntate —insistió ante su indecisión.

—No te imaginas lo que significa para mi haber tomado drogas, no te lo puedes imaginar. He vivido de cerca ese drama, toda mi vida he estado radicalmente en contra. No sabes, no puedes saber lo que me ha costado enfrentarme al hecho de que yo…. yo…

Se detuvo, no podía seguir hablando, las imágenes que la bombardeaban eran tan intensas que no le permitían articular palabra. Ella, cargando la pequeña paleta en el polvo blanco, aspirando, sintiendo el intenso efecto encima del globo ocular. Ella perdiéndose en una nube espesa, ella observando cómo Claudia la instruía para no toser cuando el humo le llenase los pulmones vírgenes y viéndola sonreír cuando imitaba sus gestos y aspiraba el humo caliente, filtrado primero por sus puños formando una copa. Ella preparando rayas como si llevase toda la vida haciéndolo. «Juegas en otra liga». La voz profunda de Mahmud se hizo presente en sus oídos. ¡Y se sintió orgullosa, por Dios!

—Y ahora, cuando creía tenerlo superado, no imaginas lo que me supone estar aquí, buscando marihuana.

—No te martirices Carmen, lo que me planteas tiene poco que ver con una adicción. Necesitas algo que te ayude a superar esta crisis de ansiedad provocada por un trabajo personal muy intenso, muy valiente diría yo. ¿Ansiolíticos? No, gracias. Creo que has hecho la elección correcta, la menos dañina, la que menos te perjudica.

—¿Tú crees? A estas alturas yo ya no tengo nada claro.

—Permíteme que me declare en este terreno, experto.

Álvaro hizo una pausa, tomó la copa y bebió sin dejar de mirarla.

—Dame unos días, no es algo que maneje habitualmente. Déjame tu teléfono y prometo llamarte en cuanto consiga algo fiable.

—No sabes cómo te lo agradezco —dijo apretando afectuosamente su mano.

—Otra cosa. Si hablas con Doménico, si algún día lo ves, no le cuentes nada de esto por favor.

Álvaro sonrió y asintió.

—Cuenta con ello, ya te dije que a veces parezco más un confesor que un barman.

—En fin —dijo levantándose—, me voy a marchar.

—¿Dónde vas tan pronto? Quédate un poco más, esto se va a empezar a animar enseguida.

Carmen iniciaba una excusa cuando vio acercarse a un hombre que se dirigía sonriendo hacia ellos.

—¡Por fin te encuentro!

—¡Hombre Tomás! A ver si me ayudas a convencer a esta amiga mía para que se quede.

Fue toda una encerrona; entre ambos hicieron inútiles sus protestas, se trasladaron a una mesa y sin darse cuenta tenía la segunda copa frente a ella.

La charla fluía fácilmente, Tomás resultó ser un buen conversador, los tres intercambiaron opiniones y gustos, de modo que Carmen olvidó por algún tiempo las causas que la habían llevado allí y por primera vez en mucho tiempo se volvió a sentir relajada. Cuando Álvaro tuvo que dejarles para atender a otros clientes no se sintió incómoda, ya había creado un buen ambiente en aquella mesa, quizás eso formaba parte de su papel en el club, se dijo a sí misma.

Mientras le escuchaba hablar de jazz, le escudriñó. Debía rondar los cuarenta y muchos, si acaso no pasaba ya de los cincuenta. Se cuidaba bien aunque sentado en aquellos butacones no podía ocultar esa tripilla que de pie había mantenido bajo control. El pelo ensortijado, dominado con gomina no es de su gusto pero no pudo dejar de reconocer que no le sentaba mal. Las canas inexistentes le hablaban del tinte que guardaba en su cuarto de baño. Coqueto. Algo más bajo que ella, como siempre.

—Bueno, cuéntame algo de ti; ¿soltera...? —Tomás lanza una fugaz mirada a su alianza—, no, dejemos eso; ¿cómo conociste este club?, por medio de Álvaro, claro.

Carmen sonríe, le agrada como se ha retirado de un terreno comprometido.

—Estoy casada, como has deducido de mi alianza.  Ahora mismo estamos en un momento de, llamémoslo reflexión; nos hemos tomado un tiempo en el que estamos repensando la pareja.

—Entiendo.

—No, no creo —Una sombra de tristeza cubre su mirada. Por un momento enmudece, luego se recupera y finge una sonrisa —. ¿Y tú, qué es de tu vida?

Tomás se arrellana en el sillón, es el típico gesto de huida. Buscando una salida, piensa Carmen.

—¿Yo? Bueno, estoy casado —dice gesticulando con la mano para mostrar la alianza—, y puede que debiera seguir tu camino y tomarme un tiempo sabático para repensar… No, dejémoslo ahí. En fin, tengo dos hijos que viven su vida.

—No me estás hablando de ti.

—Tampoco tú lo has hecho.

—Touché.

Carmen sonríe, seguramente sus párpados caen con una de esas oscilaciones inconscientes que tienen una carga de sensualidad tan profunda como para turbar al hombre que se encuentra frente a ella. Es pura sensualidad sin objetivo, sin intención lo cual la hace mas deseable, mas inasequible.

—Te toca, me hiciste trampas.

Se siente cómoda, ¿por qué no? lleva semanas hablando consigo misma. Tomás es un desconocido que desaparecerá cuando ella así lo decida. Necesita hablar; el cuaderno no es suficiente, sabe que la palabra es sanadora; la conversación con Álvaro ha aliviado en parte su angustia, lástima que no haya podido dedicarle más tiempo; quizás pueda usar a Tomás de confesor, total es un desconocido; dentro de una hora saldrá de su vida habiendo aligerado su pesada carga. Medirá sus palabras, mantendrá el anonimato. Padre, perdóneme porque he pecado.

—No te hice trampas, te dije lo que soy, una mujer casada en busca de sí misma.

—¿Te has perdido?

—Me he perdido si, no sabes cuánto. Soy… una perdida —sonríe.

—Eso suena muy mal.

—Mucho, pero está muy cerca de la realidad.

—¿Quieres hablar? —Tomás ha iniciado un gesto de acercamiento. Espera.

¿Qué contarle? ¿Carlos, Roberto? No, no hace falta ir tan lejos, no merece la pena.

—Comenzamos a jugar juegos complicados, abrimos la pareja.

—Tríos, intercambios —tantea.

—Si, era una fantasía de mi marido que en principio compartíamos a ese nivel, solo una fantasía y que poco a poco fui haciendo mía.  La experiencia fue muy intensa, más de lo que pretendíamos, fue un largo fin de semana en el que sucedieron cosas que jamás nos habíamos planteado y en el que aparecieron facetas de nosotros, tanto mías como de mi marido que desconocíamos. Aquello nos cambió, creo que no fuimos capaces de asumirlo y cuando intentamos hablarlo quizás fue demasiado pronto. Dijimos cosas que no debimos decir y tomé la decisión de alejarme durante un tiempo para evitar que nos hiciéramos daño, así también podríamos reflexionar y recomponer la pareja.

Suspira, busca en el rostro de Tomás alguna expresión que delate lo que piensa; pero no, permanece sereno.

—Y en eso estamos, aunque durante el proceso no todo ha sido un camino de rosas.

Un camino de rosas; ¡Qué manera mas absurda de decir que ha estado a punto de tirar por la borda su matrimonio!

—¡Vaya! Espero que todo termine bien.

Carmen sonríe, agradece con un gesto; eso es lo que también ella espera.

—¿Y el club, fue aquí donde conocisteis a…?

—No, el club forma parte de ese... camino torcido, ese camino de espinas posterior a nuestra separación.

Tomás eleva las cejas y Carmen sonríe, la curiosidad morbosa le puede, piensa. ¿Por qué no darle un poco de carnaza? En realidad a ella le sirve de terapia, es lo que busca con esta conversación.

Le observa. Esa mirada levemente impaciente pide más. ¿Por qué no? Tomás desconocido, Tomás anónimo. Vas a escuchar la historia indecente de una mujer a la que quizás después desearás pero que, una vez termine de volcar su alma, no volverás a ver. Descargaré mi peso, hallaré respuestas y tú, tú no sabrás quién es esta mujer que una noche te abrió el corazón para contarte que un día fue infiel, abandonó a su amor, se acostó con su amante, erró por las calles de Madrid dejándose meter mano, buscó el placer entre mujeres y ahogó la pena en las drogas.

¿Por qué a ti, Tomás? Porque eres un desconocido y desaparecerás de mi vida esta misma noche.

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