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Diario de un Consentidor 91 - La búsqueda

en Intercambios

NOTA DEL AUTOR: NO HAY SEXO - En este capitulo no hay ninguna escena de sexo explícito. Onanistas, virtuosos de la zambomba y otras manualidades, abstenerse.

Capítulo 91

La búsqueda

 

¿Existe el silencio absoluto? Quizás, pero no en la montaña.

Saturada por los ruidos de la ciudad, Carmen paladeaba el contraste con ese silencio cargado de murmullos, de ruidos apacibles que poco a poco habían comenzado a cobrar presencia en su diario ascenso por el monte. Cada brizna de silencio que llegaba a sus oídos lo hacía cargado de sonidos y al tiempo que su olfato empezaba a percibir aromas olvidados, sus ojos descubrían luces, sombras, formas y figuras que quizás nunca había visto o que creía perdidas. Sus sentidos, ahora sí, comenzaban a reaccionar a la naturaleza.

El siseo constante que dominaba su paisaje sonoro los primeros días, cuando se alejaba del pueblo y se adentraba por los senderos que ascendía la montaña, había remitido. Ahora percibía con claridad el paso del viento entre las hojas de los arboles, el crujir de la tierra bajo las botas, el cencerro lejano de una vaca, el canto desconocido de un ave. Tantos y tantos sonidos que el primer día que se adentró por esos mismos caminos le pasaron desapercibidos y hoy conformaban un conjunto armónico.

Sonríe al recordarlo. Aquella primera jornada anduvo deprisa, como si pasear tuviera un objetivo, una meta, un destino. Ahora sin embargo  se deja llevar, saborea la brisa, el sol de la mañana que entibia sus mejillas; escucha y encuentra el sentido a la melodía que va surgiendo, mira el paisaje y ve un esquema de luz y color impresionista.

Busca su lugar en lo alto del risco donde cada mañana se sienta a estar, a ser. Cierra los ojos, inspira profundamente para llenarse del olor a brezo y retama. Agudiza los sentidos y deja que de nuevo el silencio atronador la colme. Diez, quince minutos después saca el cuaderno y, como cada mañana, escribe.

……

–Café con leche en taza grande, corto de café y una tostada, por favor.

Tras encargar el desayuno en la barra se dirige hacia la mesa que lleva ocupando desde que llegó, tres días atrás. Había escogido ese sitio la primera noche cuando bajó a cenar. Una mesa al fondo, pegada a la pared que le cubre la espalda dándole una sensación de seguridad y a la vez de intimidad. A su izquierda el ventanal por el que ve las montañas todavía algo manchadas de nieve. La orientación del hotel, a poniente, evita que el sol le deslumbre durante el desayuno, a cambio le impide despojarse enseguida del plumas que la abriga del frío ambiente de las mañanas, cuando aún no se ha caldeado el comedor.

Saca el cuaderno y lo abre por donde lo ha dejado al poner fin a su paseo matutino. No tiene una idea predeterminada de lo que pretende escribir, tan solo deja que su mente produzca ideas y las plasma sin censurarse nada, sin volver atrás. Luego cierra el cuaderno y no lo vuelve a leer; eso pertenece a una segunda fase, eso lo hará otra persona, otra Carmen días o semanas mas tarde. Ahora toca confesar, hablar con el papel sin buscar justificaciones, sin reproches, sin ocultar nada. Intentando evitar las lágrimas aunque si acaso llegan, dejándolas brotar libremente.

La decisión de romper con todo comenzó a tomar forma aquella madrugada del lunes en la que apenas durmió. Varias veces tuvo que reprimir el pánico, algo parecido a la claustrofobia solo que en ese momento se sentía presa dentro de sí misma. Se levantó de la cama, no podía respirar. Vagó por la casa. El espectáculo del salón revuelto le recordó la batalla que allí se había librado. Bebió agua y resistió la tentación de fumar. Huyó de la cocina, no podía estar allí, eran demasiadas recuerdos a los que ya no era inmune.

El alba la encontró despierta y cuando Doménico comenzó a moverse fingió dormir. No fue hasta que le escuchó cerrar la puerta de la calle cuando abandonó la comedia. En ese momento no supo por qué lo hizo, solo sabía que no podía actuar con una normalidad que estaba lejos de sentir. Necesitaba estar sola. Necesitaba pensar, entender qué le estaba sucediendo.

Llevaba sentada en la cama demasiado tiempo, sin acabar de tomar ese impulso que había iniciado diez, quince minutos antes. ¿En qué había estado pensando? No tenía ni idea, puede que tan solo hubiera estado ahí, presente, inmóvil por primera vez en muchos días. Inmóvil, sin huir hacia delante, sin escapar de sus fantasmas, sin reprocharse nada ¡y mira que tenia motivos para hacerlo!

Se levantó antes de que ese último pensamiento pusiera en marcha toda una maquinaria de culpa-reacción-reproche. Entró en el cuarto de baño, abrió el grifo de la ducha y se sentó a orinar mientras esperaba que el agua tomase temperatura.

Cuando salió de la ducha ya no estaba sola. Abajo la asistenta se afanaba tratando de poner orden en el desastre que se había encontrado. Imaginó que estaba acostumbrada a las bacanales del italiano, no obstante decidió darse prisa en arreglarse; tenía muchos planes para ese día.

……

Doménico cierra la puerta de la calle con cuidado, le sigue el juego a Carmen ¿para qué descubrirla? Él también fingió dormir al  notar que ella no tenía intención de refugiarse en sus brazos como otras veces cuando el amanecer les encontraba despiertos.

El ascensor estaba a punto de llegar a la planta, justo entonces cambió de idea y comenzó a bajar las escaleras despacio.

Camina hacia el café donde acostumbra a desayunar ensimismado en sus pensamientos. La ha notado inquieta toda la noche, incluso la ha sentido levantarse varias veces y lo poco que ha dormido ha sido un sueño intranquilo, cargado de tensión y miedos y en el que se ha visto incapaz de acercarse a protegerla.

¿Por qué? Otras veces desde que comparten lecho Carmen se ha cobijado en sus brazos cuando se ha sentido angustiada; esta noche no, esta noche ha sido diferente. Cuando las pesadillas la han arrancado del sueño se ha levantado, ha buscado la soledad del salón, ha huido de la alcoba, no se ha refugiado en él. No, esta noche ha sido diferente y él se ha sentido desplazado.

Llega al café, ocupa su mesa y mientras espera el desayuno continúa pensando en ella. Está preocupado, sabe que no está bien, la tristeza la delata. Carmen no ha vuelto a ser la mujer que conoció, la que compartió con su marido aquel fin de semana. Hace el amor y sus ojos están velados por una sombra de pena que empaña ese momento, Carmen folla como si le fuera la vida en ello pero la tristeza asoma en cuanto baja la guardia. Ríe, finge estar bien pero él sabe que no ha vuelto a ser la mujer alegre y segura que conoció aquí, en este mismo café, que le enamoró aquella tarde cuando le descolocó al preguntarle “¿enroque corto o largo?”.

Esta mañana, mientras yacía en la cama ya despierto ha tenido tiempo de pensar. Ha recordado esos momentos en los que no parece ella, en los que apenas la reconoce en esa mujer fría, de mirada dura que marca distancias de todo y de todos. Ha vuelto a ver esa mirada anoche, frente a Mahmud, frente a otros con los que al final ha acabado follando. Es como si quisiera protegerse, ser otra, vivir otra vida para salir indemne tras la batalla.

Se ha perdido durante unos minutos en sus pensamientos. Han sido unos días tan intensos en los que la presencia de Carmen ofrece tantos enigmas que le es difícil procesar tanta información. Toma un sorbo de café. No, no es ella, a veces no parece ella. A la luz de esta idea recuerda la ausencia de Carmen a principios de semana, ¿Dónde estuvo aquella tarde? Esa inseguridad, esa incoherencia en sus explicaciones le hizo sospechar y le molestó. Parecía como si quisiera ocultarle algo cuando en realidad no tenia por qué dar cuenta de sus pasos.

Ahora lo ve de otro modo. Ayer cuando subían en el ascensor Carmen tuvo un instante de ensimismamiento del que le costó sacarla. Entonces volvió a encontrar esa mirada en la que no la reconoce, como si saliese de un ensueño, como si la mujer que vuelve de esa ausencia no fuera… No, no quiere ni pensarlo.

Quizás aquel día… ¿es posible que realmente no recordase dónde había estado? Porque ayer, al subir en el ascensor, tras ese momento de ausencia, parecía distinta. La mujer que entró en su casa iba dispuesta a cualquier cosa. No dejó de observarla durante toda la noche, sin poder olvidar que había habido como un sentimiento trágico en la conversación que mantuvieron momentos antes en esa misma mesa, como si se sintiese predestinada a cumplir una condena, un destino.

Es absurdo, no tiene sentido pero ¿por qué no la protegió? ¿por qué dejó que cumpliese esa absurda profecía de la que había hablado?

Quizás porque a él también le fascinó la idea. La veía follar y se quedaba absorto hasta el punto de que no solo Piera se dio cuenta. Estuvo toda la noche más atento de Carmen que de sus parejas, tanto que en cuanto la perdía de vista se mostraba inquieto, nervioso hasta que la volvía a ver. Fue trágico, puede que patético porque sin embargo Carmen estaba más pendiente de Mahmud que de nadie. Todo el mundo asumió que había un baile de miradas y gestos en ese trio y que los demás sobraban. Lo supieron, lo fueron entendiendo a medida que avanzaba la noche, no hicieron falta grandes gestos. Su dependencia de ella era evidente aunque no era él quien tenía el mando. El control que ejercía el argelino era difuso pero suficiente, como el de un director entre bastidores. Y la pendiente por la que se deslizaba Carmen era cada vez más arriesgada y más profunda.

¿Acaso esa mujer era Carmen? ¿qué quedaba ayer de Carmen? ¿Quién era la mujer que se entregó anoche a aquella espiral de sexo y drogas?

No. Quisiera asumir la ruptura que proclama Carmen y recuperar la normalidad en la que han vivido durante esta semana pero no es posible. La mujer con la que estuvo hablando ayer por la mañana es una mujer rota, la mujer que ha visto en su casa es una mujer a la deriva que está emprendiendo un camino hacia su propia destrucción.

Tiene que intervenir, debe hacer algo, ha de detener esta locura.

……

No tardó demasiado en recoger, la maleta seguía abierta en medio del salón de Irene y las pocas cosas que había usado regresaron a su interior en menos de diez minutos. Demasiado equipaje para ese viaje. Carmen mira las dos maletas y decide reducir. Una se quedará en casa de Doménico aguardando su regreso, la trolley irá con ella, con lo imprescindible.

Mira a su alrededor. Pone orden, recoge la taza que usó, la manta con la que se arropó. Entra en el dormitorio de Irene y mientras arregla el embozo de la cama las imágenes que le asaltan le recuerdan a ellas dos amándose reclinadas contra la pared, meciéndose, acariciándose. Cierra los ojos y se ve en sus brazos, abriéndose, entregándose a caricias que no conocía, experimentando una ternura que no podía imaginar, llorando de alegría, explotando por la plenitud alcanzada en brazos de una mujer.

Sale del dormitorio. Ha de romper el hechizo antes de que ponga en quiebra su decisión.

Se propone dejarle una nota a Irene, no se ve con fuerzas para despedirse en persona; si lo hace sabe que no se irá y la decisión está tomada, debe marcharse sola y debe hacerlo ya.

No es fácil plasmar en un papel los sentimientos que la embargan. ¿Cómo explicarle a Irene por qué se va? Quizás lo entendería mejor si se lo dijera mañana, cara a cara. Lo difícil es marcharse, no abrazarla, no besar esa boca, no estrechar ese cuerpo que tanto desea, no pedirle que la desnude, que le haga el amor como solo ella ha sabido hacerle.

No, no puede quedarse más tiempo o la tentación crecerá como la espuma. Comienza a escribir, se detiene, arruga la hoja, comienza de nuevo, se seca las lágrimas que amenazan con arruinar lo que lleva escrito. Al fin da por concluido lo que quiere decirle a Irene, su chica, su pareja, como la ha definido en la nota. Necesita pensar, recomponerse, luego volverá y espera encontrarla porque la necesita.

_____

 

Supongo que no esperabas esto. Pero antes de que me taches de cobarde sigue leyendo. Necesito que me concedas unos minutos más de confianza.

 

Estos días sin ti han sido más duros de lo que imaginé. Tenías razón, era necesario que tomásemos distancia para poder pensar en frío y aunque tú misma decías ayer en tu mensaje que te arrepentías, creo que fue una decisión acertada.

 

Te quiero, ahora lo sé. Sin tu presencia constante que me ciegue lo sé. Te quiero, sin la borrachera de tus besos, sin el olor de tu cuerpo, sin la pasión que me produce abrazarte sé que te quiero.

 

Estos días sin ti han sido duros y me han hecho ver que la vida que he llevado desde que mi matrimonio se fue a pique no me conduce a nada bueno. En esa vorágine de sinsentido, quizás lo único bueno que me ha sucedido ha sido conocerte, ser tu pareja.

 

Estoy tocando fondo Irene, no puedo seguir esta senda de autodestrucción por la que me he empeñado en transitar.

–––––

 

Carmen se detuvo. Miró el papel cubierto de frases incompletas tachadas, de lágrimas que emborronaban algunas letras y reprimió la tentación de arrugarlo y comenzar de nuevo. No, esta era ella y así debía verla Irene.

 

–––––

 

Sería fácil ceder a la tentación, esperarte y contarte todo esto antes de marcharme. Sabes muy bien que posiblemente no me iría, caería en tus brazos porque me muero por besarte, por refugiarme en ti y reír y llorar y olvidarme de todo lo que he vivido desde que no estás.

 

Pero no es esta Carmen la que quiero darte, porque tarde o temprano te haría daño. Necesito recomponerme, recoger los pedazos que quedan de mi, reconstruirme y volver a ti. No has visto lo mejor de mí y eso, esa Carmen es la que quiero ofrecerte.

 

Para eso necesito alejarme de todos y de todo, limpiarme, hacer un trabajo intenso para el que creo que estoy capacitada aunque nunca antes lo he intentado conmigo misma.

 

Tengo miedo Irene, miedo de lo que pueda encontrarme, miedo de no ser capaz de lograrlo, miedo de la soledad, miedo de que no seas capaz de esperar, miedo de tantas cosas. Todavía no sé si mi matrimonio es cosa del pasado o es algo que puedo recuperar y entonces, tu y yo, ¿dónde nos ubicamos? Porque si algo tengo claro es que no quiero renunciar a ti.

 

Tengo miedo a dejarte esta carta, tengo miedo a tu reacción. Solo sé una cosa, te quiero y por ti me muevo a emprender este proceso de curación.

 

 

Carmen.

–––––

Con el corazón desgarrado, apaga las luces, cierra la puerta y baja la vieja escalera arrastrando las dos maletas. El taxi seguro que ya espera. La carrera hasta el parking es corta y acalla el mal gesto del taxista prometiendo una compensación. Las gafas de sol ocultan las ojeras. Recoge el coche y parte hacia la casa de Doménico. Todo tiene sabor a despedida, incluso el día se ha vuelto gris.

……

–Solo digo que deberías organizar las cosas un poco más antes  de irte, –argumenta Doménico en tono conciliador –¿a dónde vas?, ¿llevas todo lo que necesitas? Piensa un poco antes de ponerte en marcha, solo eso. Te evitarás tener que andar moviéndote desde donde estés para conseguir cosas imprescindibles.

No le cuesta reconocer que tiene razón, nunca las prisas son buenas. No tenia ni idea del lugar al que quería ir, solo sabía que pretendía aislarse; un pueblo de montaña, bien comunicado pero alejado de los lugares que ha frecuentado hasta ahora en el que pueda centrarse en su propia terapia y retomar el ejercicio físico. Es cierto, necesita algunas cosas que no tiene; su equipo de deporte, por ejemplo, ropa de abrigo, unas botas, su gorro de lana. No, no está preparada para salir de inmediato.

–Puede que estés en lo cierto, quizás me estoy precipitando. Creo que dedicaré el resto del día a organizarme –Una sonrisa triste iluminó su rostro y se dejó besar por el hombre que además de amante estaba resultando ser mejor amigo y consejero.

Eran las siete de la tarde cuando aparcó de nuevo en el garaje. Demasiadas bolsas, demasiadas compras. Su decisión de no pasar por casa le había obligado a reponer su equipamiento. Esperaba al menos correr por el campo pero si encontraba un gimnasio quería tener lo necesario para poder continuar con su rutina los días que estuviera… lejos de casa, iba a decir. ¿De qué casa?

Recogió todo, cerró el coche y se dispuso a salir del garaje cuando sonó un mensaje entrante.

Irene. Sintió un golpe en el pecho. Le anuncia la hora y la terminal de llegada, y luego…

“Nada me haría más ilusión que verte en la puerta. Te quiero.”

Se ahogó, dos lágrimas escaparon a su control. Imaginó su sorpresa al no recibir respuesta a este mensaje y mañana el desconcierto al no encontrarla en el aeropuerto. Luego la pena o la decepción al llegar a casa y leer su nota. Cobardía, por mucho que ella lo negase es lo primero que Irene iba a pensar. Cobarde, se dijo a sí misma. Cobarde, se repitió durante toda la noche.

–¿Qué pasa?

Doménico ha notado la expresión de profunda tristeza que Carmen no ha conseguido ocultar al entrar en casa. Sonríe y apenas consigue esbozar un gesto que asemeja al que tantas veces a iluminado su rostro.

–Nada, no es nada. –Excusa mientras avanza hacia la escalera. Se detiene. No puede hacerle eso. Vuelve sobre sus pasos, abandona las bolsas en mitad del salón, deja el bolso en el sofá y se sienta frente a él, con las piernas juntas y las manos sobre las rodillas sin dejar de entrecruzar los dedos denotando la ansiedad que la domina.

–Es Irene, me acaba de enviar un mensaje. Me espera en el aeropuerto mañana. –Carmen eleva la mirada hasta encontrarse con los ojos de Doménico. Conoce la decisión que ha tomado y lo que ese mensaje tiene de desestabilizador.

–¿Qué vas a hacer? –Su voz serena, tranquilizadora, no emite juicio ni añade presión a la que ya sobrelleva.

–Le acabo de dejar una nota en su casa explicándole los motivos por los que no pensaba esperarla, por los que me alejo.

–¿Pensabas? –pregunta recalcando el tiempo pasado que usó en su frase. Carmen niega con vehemencia.

–No, no he cambiado de idea, ha sido un desliz.

Doménico calla, las miradas hablan.

–Estoy segura – reafirma tras esa pausa en la que sus ojos no aguantaron el duelo.

–Sin embargo…

–Me duele imaginar como estará ahora esperando mi contestación y como…

Se cubrió el rostro intentando sofocar las lágrimas que habían ahogado su voz.

–Como se quedará mañana cuando… ¿no te vea?

Afirmó nerviosamente sin descubrirse.

–Sin embargo, sabes que es lo mejor que puedes hacer.

Encogió los hombros. ¿era lo mejor? Ya no estaba segura de nada. Cerró los ojos, las lágrimas escaparon entre sus parpados. Escuchó el murmullo del sofá al liberarse del peso de un cuerpo. El ruido apagado de unos pies descalzos que se acercaban. La mano de Doménico en su hombro, cálida, apretó en su justa medida. Dejó caer la cabeza buscando el contacto con su pierna. Solo eso, un punto firme de apoyo, no necesitaba más y él tampoco hizo nada por añadir algo a lo que ya estaba completo. Carmen dejó que las lágrimas rodaran en silencio, se desahogó pegada al muslo del amigo, sintiendo la mano en su hombro que le daba el sostén necesario. No hacía falta más.

Un profundo suspiro marcó el tiempo. Doménico separó con cuidado la mano de su hombro y ella se levantó. Entonces si, surgió una sonrisa plena, triste pero plena.

–Gracias.

–Vamos, te ayudaré a subir las bolsas.

……

Cenan en silencio. Doménico está decidido a hablar con ella pero  no encuentra la excusa y sabe que se le acaba el tiempo. Mañana se irá temprano y siente que quedan muchas cosas por decir. 

Tiene que hacer algo. Se le acaba el tiempo.

……

Martes

–¿Cómo estás?

Carmen se arregla ante el espejo del cuarto de baño, Doménico la observa desde el dintel. Ella le mira de reojo.

–Bien, ¿por qué?

¿Cómo afrontarlo? ¿Cómo provocar una conversación difícil que sin embargo es necesaria? Hay tantas cosas que no se han hablado… ¿Qué hay entre Mahmud y ella? Es una relación insana que surge en el peor momento para Carmen. Conoce a su amigo y sabe que no va a soltar la presa fácilmente pero, ¿es el tiempo adecuado para hablar de eso?

¿Y Mario? ¿Es cierto que todo se ha terminado? La intensa pena de Carmen le dice que no es cierto, ¿por qué se empeña en darlo por perdido? ¡Qué estúpido es ese hombre! ¡cómo puede estar tan ciego y perder a esta mujer!

–¿Qué me miras? –Doménico lleva un buen rato en silencio observándola.

–En serio, ¿estás bien?

Carmen deja el rímel en la repisa del espejo y se vuelve hacia él.

–Si claro, ¿qué pasa? – Se acerca, pone  las manos en su pecho, la insistencia le hace presagiar algo.

–¿Has intentado hablar con Mario? – Carmen se retira y vuelve al espejo.

–¿Crees que he tenido tiempo? Además… –Toma el rímel pero Doménico la detiene con suavidad

– Espera.

La toma por la cintura, la atrae de nuevo hacia él, Carmen está seria y le evita.

–¿Qué pasa Carmen?

–Creo que no queda mucho de que hablar después de… –baja los ojos pero él le busca la mirada.

–¿Después de qué, Carmen?

–Ya lo sabes, lo que sucedió aquí… –de nuevo baja los ojos –no debí venir, no quería que pasase lo que pasó, te lo dije.

Doménico toma su barbilla y la besa en la boca.

–Era una asignatura pendiente que tenías contigo misma.

–¡No digas tonterías!

–¿O es que quizás se la debías a Mario?

Carmen hace un intento de fuga pero él la retiene.

–¡Qué coño estás diciendo, eh!

–No lo sé, dímelo tú. Sabías quienes estaban en casa, fuiste tú la que mencionaste la orgía, no yo. ¿Por qué Carmen, por qué?

Carmen se suelta, le mira angustiada, intenta hablar y enmudece, parece acorralada, busca las palabras pero no encuentra la respuesta, se apoya en el lavabo. Está desconcertada.

–¿Por qué me haces esto?

–¿Qué has hecho Carmen, qué has hecho?

Se vuelve con los ojos arrasados en lágrimas.

–¿Me lo estás reprochando, tú? ¡Esto es el colmo! He hecho lo que todos queríais. Verme follando con tus amigos, ¿No era eso lo que quería Mario?  ¿no era eso lo que tu querías, lo que quería Mahmud?. ¡Joder Doménico, pero si es lo que Mario piensa que he hecho desde el principio, que soy una puta. Pues ya lo tiene, ya tiene su puñetera orgía!

Carmen rompió en un sollozo descontrolado. Con los brazos cruzados oculta el rostro con una mano. Al sentir a Doménico que se acerca lanza el brazo deteniéndole. No le quiere cerca en ese momento, acaba de hacerle un daño innecesario, imprevisto y lo que menos necesita de él es un cambio de humor que no entendería, que no podría aceptar.

Dolor, desolación, ¿por qué, por qué? Un torbellino de impotencia y desesperación comenzó a crecer en su cerebro.

De pronto el llanto cesó, Carmen quedó en silencio.

–¡Cabrón! –apenas un murmullo. Doménico se sobresalta, no esperaba esa reacción, no de ella.

Carmen se volvió hacia él sin rastro de reproche en sus ojos, lo que Doménico ve le corta el aire.

–¿Pero tú quién te has creído que eres? ¿Es que te has convertido de pronto en psicólogo, un aprendiz de terapeuta o algo así? ¿te crees capacitado para manejar las emociones de la gente?

Nunca pensó que le pudiera mirar con tanto desprecio.

–¿Qué has hecho Carmen, qué has hecho Carmen? –le imita en tono de burla –No tienes ni puta idea de lo que le estás haciendo coño, estás jugando con fuego y no te das cuenta de lo que haces.

Carmen caminó hacia él con la ira marcada en el rostro. Doménico comenzaba a asustarse, no comprendía lo que estaba pasando, apenas la reconocía.

–Es como si tuvieses una bomba en la mano y te pusieses a jugar con ella, tío, ¿qué cable corto, el rojo o el azul? –le golpeó con el índice en el pecho –¿pues sabes una cosa, listo? te has equivocado de cable. –zanjó dándose la vuelta con violencia.

–Puto italiano –murmuró mientras se alejaba hacia la alcoba –Doménico no podía creer lo que había escuchado, un escalofrío le recorrió la espalda.

–Carmen, por Dios, ¿qué te pasa?

–Vete, sal de aquí, déjame –su expresión fría, tranquila, dura, le intimidó hasta el punto de que salió del dormitorio sin volverse.

Apoyado en la encimera de la cocina, Doménico trata de controlar el temblor que domina sus manos. Bebe un vaso de agua para aliviar la intensa sequedad de boca. Busca en los armarios donde habitualmente guarda algún analgésico y a punto está de perder los estribos al no encontrarlos. Se detiene, respira, no puede perder también el control. Vuelve hacia donde está el vaso, bebe, apoya las manos, deja caer el cuello, respira profundamente, respira.

Comienza a repasar los hechos. Tiene que detenerse un par de veces porque la tensión que le genera es insoportable. Lo enlaza con lo que estuvo analizando ayer. Carmen no está bien, Carmen…

–Lo siento –Doménico se sobresalta al sentir la mano en su cintura, la voz dulce de Carmen contrasta con la mujer agresiva que le echó del dormitorio momentos antes. La mira, es ella de nuevo.

–¿Qué te ha pasado? –Carmen baja la mirada.

–No sé, estoy muy tensa, perdóname.

Doménico la toma por los hombros

–Jamás te había visto así.

Carmen sonríe.

–Yo tampoco. Me has dicho cosas horribles –le abraza –anda, dejémoslo.

Doménico no está dispuesto a dejarlo, se separa.

–¿Puto italiano? –Carmen le mira extrañada.

–¡Qué! ¿yo…? –Carmen sonríe incrédula negando –¡No, estás de broma!

Doménico se mantiene en silencio, comienza a hilar ideas, las ausencias. Carmen le mira seria.

–Doménico, yo jamás te diría algo así. ¡cómo se te ocurre!

–Está bien, está bien.

–¿Cómo has podido…? – insiste ofendida, Doménico la calla con una mano.

–Te debí entender mal, perdóname. –la abraza, la estrecha en sus brazos.

……

Carmen salió del garaje detrás del todo terreno de Doménico.  Le siguió sin dejar de mirar su cabeza, incluso podía ver sus ojos reflejados en el espejo retrovisor aunque las lágrimas que comenzaban arrasar los suyos empezaban a nublarle la vista. Aquello era el final de la despedida que había intentado ser tranquila arriba, en su casa y que se derrumbó cuando intentó devolverle el juego de llaves y él las rechazó.

–De eso nada, quién le va a echar un ojo a la casa cuando me marche a Milán?

Carmen sintió que se la paraba el corazón.

–¿A Milán, cuándo te vas a Milán? Nunca has mencionado…

–Un asunto de familia –Carmen, experta en comunicación no verbal comprendió que mentía.

–No es verdad, –le mira, busca signos en su rostro, en sus gestos. Doménico se sabe escrutado y la evita. –¿Esto tiene que ver con lo que ha sucedido…?

Doménico sonríe para ocultar que se ha visto descubierto. Si, ha tomado una precipitada decisión. Quitarse de en medio unos días, una temporada, no sabe todavía cuanto tiempo, al menos tanto como dure la ausencia de Carmen. Él también necesita sanearse, tomar distancia. Aprovechará para arreglar asuntos de familia, negocios en los que le reclama su madre y que siempre le ha dado pereza ejercer. Luego… ya verá.

Pero antes todavía tiene que atar algunos cabos sueltos en Madrid.

–¿Te crees tan importante como para poner patas arriba mi vida? ¡No te creía tan vanidosa!

Carmen sabe que miente pero no dice nada.

–¿Cuánto tiempo estarás fuera? –La voz se le ahoga, no podría seguir hablando  sin que se convirtiera en un sollozo. Doménico eleva los hombros y compone ese gesto de niño bueno que tanto la enternece.

–No lo sé seguro, una semana, quizás dos…

–No me dejes sola –Carmen no pudo terminar la frase, se dejó caer en su pecho, Doménico la recogió en sus brazos.

–Estaré, cara, si me necesitas estaré contigo. Ahora tienes que tomar distancia, tú misma lo dijiste.

¿Por qué, por qué todos los que la quieren se alejan de ella?

El semáforo se puso verde y Doménico arrancó. Carmen le siguió, sabia que pronto cada uno tomaría su camino. De vez en cuando los ojos del italiano la observaban a través del espejo y ella forzaba una tenue sonrisa para que él no se llevara como último recuerdo un rictus de tristeza.

Al llegar al cruce de Velázquez Doménico encendió el intermitente, ella seguiría recto hacia la Avenida de América camino del Aeropuerto. Cuando el semáforo se puso verde Doménico levanto la mano y le envió la última mirada por el retrovisor, Carmen le envió un beso.

Se detuvo. Las lágrimas no le permitían conducir, un sollozo dominó su cuerpo y se abandonó a él. Estaba sola, completamente sola.

Un potente claxon y una luces la hicieron salir de su crisis, había invadido el carril bus. Arrancó y siguió camino de la Avenida de América, rumbo al Aeropuerto.

¿Era una buena decisión? Tras la dura conversación con Doménico volvió a leer el mensaje de Irene, un mensaje cargado de ternura y de deseo por verla. Ese mensaje rompió sus barreras. Acababa de hacer daño al hombre que le había dado cariño, protección y apoyo desde que su mundo se vino abajo y ahora… La imaginó desolada esperándola, llegando a su casa y leyendo la nota, imaginó su decepción, se hizo las peores hipótesis. Tuvo miedo, miedo a perderla y decidió acudir a su llamada, explicarle por qué debía marcharse.

Pero a medida que avanzaba por la autovía la pregunta adquiría mayor peso. ¿Era una buena decisión? Pronto llegaría la ultima oportunidad de cambiar el rumbo de los próximos días de su vida, quizás del resto de su vida. Cambio de sentido, desviación a la M40, Burgos. Levantó el pie del acelerador, a lo lejos vio la desviación. Irene, cariño, imágenes, besos, caricias, sexo, ternura. Y más allá, dolor, recuerdos, culpa, remordimientos…

La desviación se acercaba más rápido de lo que hubiera querido, la decisión era inevitable.

Puso el intermitente y un gemido, un lamento, casi un grito brotó de su garganta como si le arrancaran la piel.

Jueves

Desayunaba con mi socio. No había podido sustraerme esta vez a su enésimo intento de sacarme de mi despacho a tomar algo como tantas veces solemos hacer. Su preocupación por mi salud era más que evidente y mis argumentos, además de débiles e inconsistentes, dejaban clara mi escasa intención por ocultar mi estado de ánimo. Cuando sonó el móvil me encontraba intentando darle una respuesta convincente a algo que apenas había escuchado.

No reconocí el número, en cualquier otro caso habría ignorado la llamada, pero en esta ocasión me servía de excusa para escabullirme de mi amigo.

–¿Dígame?

–Mario, Doménico al aparato.

Noté cómo las mandíbulas cargaban presión, a continuación era todo mi cuerpo el que adquiría una extrema rigidez. Me volví hacia la derecha, di un par de pasos alejándome.

–¿Qué coño quieres? – pregunté bajando la voz.

–Tenemos que hablar, es importante.

–Tu y yo no tenemos nada de qué hablar.

–Mario escúchame. Carmen no está bien, es importante que hablemos.

Su tono de voz me alertó, algo le había sucedido.

–¿Qué le ha pasado? Dime.

–No lo sé, estoy preocupado por ella. En serio, creo que deberíamos vernos, tienes que estar al corriente de cosas que quizás no sepas.

–¿Cosas, qué cosas? ¿De qué coño estás hablando?

Quedamos en vernos a mediodía; no sé qué cara tendría cuando volví a reunirme con mi socio porque su expresión de preocupación era clara.

–¿Sucede algo?

–No, no es nada.

Pero era evidente que sí, que algo grave me sucedía y que no lo quería compartir con él. Salimos del bar y no volvió a abrir la boca el resto del trayecto hasta el gabinete, mi expresión de preocupación era suficiente como para mantenerle callado.

A las dos y diez llegué a la cafetería de la Gran Vía con diez minutos de deliberado retraso, no quería ser el primero en llegar. Le vi enseguida, sentado al fondo. Me dirigí hacia él. Cuando me vio se levantó y me ofreció la mano que no recogí, Doménico captó mi frialdad y se sentó. Me senté frente a él y esperé.

–Me alegró que hayas aceptado reunirte conmigo, supongo que no te esperabas... –No tenía ganas de escuchar palabrería y le corté.

–Vamos al grano, esta mañana me dejaste preocupado, ¿qué es lo que le pasa a Carmen? –Bajó la mirada e hizo una breve pausa, cuando volvió a fijar sus ojos en mí su expresión había cambiado.

–¿Qué le pasa? tú la conoces mucho mejor que yo, lleváis juntos ¿diez, once años? –se encogió de hombros –dímelo tú, dime que le está pasando.

Me revolví en el asiento, ¿qué era aquello, algún tipo de juego, una burla? Recogí las llaves del coche que acababa de dejar sobre la mesa y me levanté. 

–No he venido aquí a que te burles de mi –Doménico se levantó de un salto y me miró totalmente crispado.

–Siéntate joder, siéntate, he venido a ayudarte a que no pierdas a tu mujer.

Nos quedamos mirándonos. Le odiaba ¡Dios cómo le odiaba! y él lo percibió, bajó la mirada.

–Siéntate por favor, haré lo que sea necesario para qué Carmen dejé de sufrir ¿lo entiendes? Ahora, siéntate y hablemos.

Sufrir, Carmen sufría. Pensé en Graciela. Había tirado por la borda demasiadas ocasiones de escuchar y de hablar con serenidad, quizás esta era la última oportunidad que tenía. Me senté.

Doménico se sentó y respiró profundamente un par de veces para calmarse, estaba muy alterado. Un camarero se acercó a tomarnos nota y eso me dio la ocasión para ganar tiempo y relajarme. 

–De acuerdo, tu dirás – fue mi declaración de armisticio.

–Cuando conocí a Carmen supe que estaba ante una mujer excepcional. Más allá de su físico, su forma de enfocar el pequeño problema que hubo con un ligón, no se sí te lo contó... –afirmé con un gesto –bueno, esa seguridad, ese dominio de la situación me cautivó; pensé que sí intentaba acercarme a ella me rechazaría, por eso lo hice de una manera no convencional y acerté, aunque sabía que mis probabilidades con ella eran escasas. Por eso cuando reapareció, semanas después, pensé que me había tocado la lotería. No me voy a extender, –dijo al ver mi gesto de impaciencia –su exposición sobre vuestra forma de vivir la pareja, la fidelidad, las relaciones; vuestras ideas me parecieron tan evolucionadas, tan progresistas… y Carmen me había cautivado tanto que hice todo lo posible por entrar en vuestras vidas y fui absolutamente sincero cuando, hablando de la quiebra de la relación con Carlos, le dije que yo quería ser tu amigo para bloquear la posibilidad de enamorarme de ella.

No pude evitar que el escepticismo apareciese en mi rostro y surgiese una amarga sonrisa, Doménico se acodó sobre la mesa. 

–Mario, nunca he querido quitártela, nunca. Es tu mujer y yo quiero que siga siéndolo y no soporto verla tan triste y tan hundida como está desde la ultima vez que habló contigo.

Tomé aire y exhalé.

–Doménico, me dejó para reflexionar sobre no sé muy bien qué, se marchó a casa de una amiga y cuando fui allí me encontré con que se había instalado en tu casa –me detuve, alcé los hombros, le mostré las palmas de las manos –Una cosa es que hagamos un trío contigo y otra es que me engañe ¿no lo ves tu así?

–¿Le has dado la oportunidad de que te cuente por que se vino a mi casa? Me temo que te hiciste una idea preconcebida y se la escupiste a la cara, porque además la espiaste y nos viste llegar una noche con mis amigos, si, esos de los que habíamos hablado.

– ¿Me vas a decir que no ha pasado nada entre ellos? Porque yo la vi muy... cariñosa, por no decir otra cosa. 

Doménico torció el gesto en señal de desagrado.

–No te entiendo, no sé cómo puedes hablar así de ella, ni siquiera le has dado la oportunidad de explicarse – me observó un segundo – ¿qué te sucede Mario, estás a punto de perderla, no te das cuenta?

Bajé la mirada. Si, me daba cuenta y sin embargo algo me impedía reaccionar.

–No se qué me pasa –claudiqué.

–Supongo que todo lo que sucedió… aquel fin de semana fue más de lo que habíais previsto.

Le miré buscando alguna doble intención en sus palabras pero no, Doménico parecía sincero. Durante un breve instante aparecieron como ráfagas en mi mente sucesivas escenas de lo que habíamos vivido con él. Vi a Carmen bajando la escalera como una diosa; luego, cuando la despojé del albornoz la volví a ver caer rendida ante él, postrada ante su falo. La vi en la cama abrazada a su amante, poseída, entregada, abierta. Las imágenes se sucedían a una velocidad abrumadora. Carmen reprendiéndonos por tomar coca y a continuación ella misma esnifando, Carmen abrazada a los dos, tumbada sobre mi cuerpo mientras era ensartada por él, Carmen dejándose dilatar el ano, Carmen siendo sodomizada, Carmen ignorándome mientras le dice "pero es que esa maravilla no se agota nunca?", Carmen diciéndole que es su puta, su puttana, que si, que desea esos piercings que él le propone, que sí, que acepta tatuarse...

Salí del trance, quizás sólo habían sido unos pocos segundos que Doménico había respetado sin dejar de mirarme.

–No estaba dormido. 

Doménico no dijo nada, supo inmediatamente a qué me refería y esperó, estaba convencido de que no había terminado de hablar.

–Aquella madrugada cuando Carmen se incorporó para ir a orinar y la retuviste, me desperté. No sé por qué me quedé quieto, quizás no estaba del todo despierto, puede que fuera el efecto de la coca, no sé, el caso es que me quedé observando como te montaba –hice una pausa recordando –¡Qué hermosa estaba! A partir de ahí seguí el rumbo de todo lo que sucedió, me resultó imposible salir de esa especie de trance en el que me encontraba, me mantuve fingiendo que dormía y espiándoos.

–¿Por qué? Habíamos estado jugando los tres sin ningún problema ¿por qué te inhibiste?

–No lo sé, hubo un momento en el que sentí por primera vez el peso de la diferencia de edad. 

–¡Pero eso es absurdo! –gesticuló como si rechazase mi argumento.

–Lo sé, tantas cosas fueron absurdas ese fin de semana... Luego, cuando la volviste a sodomizar y ella exclamó aquella frase… "en qué me estas convirtiendo"

–¡Si, tremenda! –exclamó absolutamente emocionado.

–¿Qué te ocurrió? Porque a raíz de aquello te transformaste, dejaste de ser el mismo, te volviste otro, alguien dominante, casi agresivo.

– No...

–Si, Doménico si. Comenzaste a influir sobre Carmen, a lanzarle ideas que casi no podía asimilar, estaba todavía bajo el efecto de la droga y tú seguías dándole más, no fuiste leal.

–Quizás tengas razón, aquello me sorprendió, no esperaba esa reacción y aposté, jugué fuerte.

–¿Jugaste, te das cuenta de lo que dices? –Doménico bajó la mirada – Puttana, la hiciste confesar que sería una puta, que la convertirías en una puta de lujo, la cargaste de droga Doménico, ¿qué fue eso del piercing en los pezones y en el clítoris?, ¿no viste que la tenías doblegada?

–Mario, no, solo fue un juego. –Casi me lancé sobre la mesa.

–¿Un juego? un juego para ti, para ella significaba algo más, quizás en su estado estabas consiguiendo implantarle unas ideas que en otro momento hubiera rechazado de plano ¿no te das cuenta?

–Lo siento Mario, no calculé….

–No calculaste – repetí cargado de desprecio..

–¿Y por qué no reaccionaste? Si lo veías tan claro ¿por qué seguiste fingiendo que dormías?

Le miré, no tenía respuesta para esa pregunta que me llevaba haciendo toda la semana, ¿qué es lo que me hizo mantenerme al margen mientras otro la poseía, mientras la dominaba?

–¡Si yo lo supiera! Llevo preguntándomelo todos estos días. Al principio estaba bajo los efectos de la coca, no estaba despierto del todo, luego me impactó la escena, verla tan sexual, tan hermosa mientras te follaba. Después, cuando comenzaste a explorarla, no sé que me pasó.

De sobra lo sabía, me había sentido desplazado ante su rabiosa juventud pero no se lo iba a decir aunque supongo que él lo intuía.

–Mario – dijo en tono de reproche –habíamos sido tres toda la noche, ¿por qué te excluiste? Todo hubiera sido tan diferente si hubieras estado ahí.

–Tienes razón, ese grito…

–Si, ese grito hubiera sido para los dos.

–“En qué me estas convirtiendo”  – repetí, Doménico sonrió al recordarlo.

–¿Sabes una cosa? creo que aunque estuvieras dormido, ella lanzó ese grito sin un destinatario único. Creo que pensaba en los dos, nos consideraba responsables a ambos de lo que le estaba sucediendo.

–Quizás tengas razón.

No lo había pensado así, puede que Carmen tuviera la intuición de que yo no estaba tan dormido como aparentaba, puede ser.

Estuvimos un rato en silencio, perdidos en estas ideas.

–Lo que no acabo de entender – intervino Doménico – es por qué de pronto Carmen decidió probar la coca después de todo el alegato que había estado haciendo en contra.

Me sorprendió, yo llevaba mucho tiempo dándole vueltas a lo mismo.

–¿Sabes que Carmen me insistió varias veces el domingo en preguntarme si tenía la más mínima idea de la razón por la cual la había probado? Incluso el otro día, cuando nos volvimos a ver insistió en preguntármelo de nuevo.

–¿Y cuál fue tu respuesta?

–No tengo respuesta, no sé por qué lo hizo, no me entra en la cabeza que lo hiciera – me acerqué a él a través de la mesa – ¿ha vuelto a tomarla?

La forma en que me evitó la mirada me dio la respuesta.

–Contesta, ¿ha vuelto a tomarla?

–¿Y eso qué importa? Carmen está destrozada y tú no ayudas precisamente a que se recupere.

Doménico, Graciela… todos insistían en hacerme ver mi responsabilidad en el desastre al que estábamos conduciendo nuestro matrimonio.

–Mario, Carmen no está bien, cada vez que tenéis una cita o habláis por teléfono vuelve destrozada.

Le miré, ¿cómo decirle que yo tampoco volvía bien parado de esos encuentros? ¿Por qué se empeñaba en ponerme como el máximo culpable?

–Para, para un momento. La mujer con la que me cito un día vive con su amante, me llama para intentar arreglar nuestro matrimonio pero la noche anterior la veo llegar borracha con dos de tus amigos de los que, ¡oh casualidad!, habíamos hablado el viernes pasado que podrían ser candidatos para que se la follaran y mira por donde la veo muy cariñosa con ellos entrando en tu portal.

Doménico comenzó a negar con la cabeza pero le detuve.

–Por si fuera poco, durante la conversación y en vista de que no me decía donde estaba viviendo, le dije que ya sabía que vivía contigo. Se ofendió, me echó la culpa de todo, cosa que en parte es cierto. Empleó un lenguaje bastante vulgar y sucio hasta conseguir que perdiera los nervios y para cuando le dije que la había visto con tus amigos mi tono no era demasiado sereno, eso rompió toda posibilidad de diálogo. No te extrañe que llegara mal, supongo que bastante culpable entre otras cosas, había descubierto que además de infiel y adúltera se había montado por fin la orgía que tanto deseaba.

–Ahora lo entiendo todo – se recostó en la silla y me miró como si estuviera ante otra persona – Pobre Carmen. Te estás equivocando, estás tan obcecado… –me miró moviendo la cabeza de un lado a otro – la vas a perder, estás ciego, completamente ciego.

–¿Tú crees?

–Veníamos de una fiesta en el club del que te hablé, Mahmud, Salif, Jairo y dos amigos más venían a quedarse en mi casa para ver como hacemos todos los años, el campeonato del mundo de moto; siempre se quedan en mi casa, montamos una fiesta y ahora con Valentino mucho más –dijo elevando las manos –Carmen no se acostó con ninguno de mis amigos. –dijo con vehemencia.

–Vaya, por eso la llamo el sábado y la encuentro en la cama con una mujer, ¿y pretendes convencerme de que antes no se había acostado con tus amigos?

Doménico plantó una mano en la mesa haciendo saltar los cubiertos. De las mesas cercanas nos  miraron. Se acercó hacia mi, su respiración se había vuelto agitada.

–¡Iluso, tonto, cretino!. Has sido tú quien la has arrojado a los brazos de mis amigos, tú el que la has llamado puta una y mil veces, el que la has repudiado, el que la has hecho sentir que realmente no valía nada. Tú, la noche que volvió después de que la llamases zorra por enésima vez, fuiste tú quien la lanzaste a la cama de Antonio, de Salif, ¿quieres más nombres?, porque si ya lo dabas por hecho y no le dejabas ninguna opción, si ya no valía nada para ti, ya qué mas daba. No fue el miércoles, no, ha sido este sábado, después de que intentase hablar contigo tantas y tantas veces y tú, estúpido engreído, te negases a escucharla y solo supieras rechazarla y llamarla puta. Eso has conseguido, tú eres el artífice ya lo sabes.

–No es cierto –negué espantado.

–Cree lo que quieras, lo que más te convenga, pero lo has jodido todo. Desde el primer momento Carmen ha intentado hablar contigo, si no hubieras sido un capullo nada de esto habría pasado.

Tenía razón, mis insultos, mis nervios descontrolados la hicieron marcharse de casa, los sucesivos intentos de dialogo habían sido dinamitados por mi rencor y todo lo que había sucedido a lo largo de esta maldita semana no habría tenido lugar si yo hubiera sido capaz de controlar mi carácter.

El sábado, ese sábado, si hubiera escuchado, si tan solo hubiera sido capaz de escuchar.

Vértigo, un deseo irrefrenable de volver atrás, de reescribir el pasado  reciente, de corregir lo errores, un ahogo que me atenazaba las sienes, un deseo de correr hacia… ¿dónde?

–Ya qué más da, no creo que esto tenga solución, Carmen me lo dejó muy claro la ultima vez, no quiere saber nada mas de mi.

–No quiere saber nada del animal que la insulta. –Se acercó a través de la mesa y me miró –Mario, ¿la quieres todavía?

Me quedé inmóvil, estaba frente al hombre que follaba con mi mujer desde que se había ido de casa, algo de ese orgullo que me jugaba tantas malas pasadas me hacía contenerme, me impedía abrirme ante él. Supongo que se dio cuenta.

–No sé Mario, – dijo al tiempo que comenzaba a levantarse –quizás no sea la persona más adecuada para darte consejos matrimoniales, al fin y al cabo soy parte del problema. Pero Carmen me preocupa, me preocupa y mucho. Hay otros problemas mucho mas graves que el hecho de que se acueste o se deje de acostar con uno o con otro, pero por lo que veo no te interesa saberlos.

–¿A qué te refieres?

Durante unos segundos dudó, estuvo a punto de seguir hablando.

–No tienes la dosis mínima de fe en ella como para que ahora te cuente lo que en realidad venia a contarte. Sabes mi número, cuando quieras me puedes llamar, pero no ahora, no con esta actitud.

Se levantó, insistí en pagar pero no me dejó.

En la despedida, me volví, necesitaba saber algo mas.

–Dime una cosa, ¿has vuelto a… sigues… sodomizándola?

Doménico me miró con desagrado.

–¿Por qué, Mario, por qué?

–Necesito saberlo.

Se revolvió, imagino que luchó con diferentes alternativas, quizás con la idea de insultarme o de echarme de allí a patadas porque no me gustó la forma en que me miró. No supe identificar lo que se ocultaba tras sus ojos. Pena, pero no por mí, quizás por nuestro maltrecho matrimonio. Dolor, ¿por Carmen? puede ser, quizás por mí, por los tres ya que la relación que quería tener con ella hacía aguas si la nuestra no remontaba.

–Si, ¿satisfecho?

–¿Te lo pide? – Pareció a punto de perder los estribos ante mi nueva pregunta.

–¡Mario, por favor! Ya te lo he dicho, se ha ido, ya no estamos juntos.

–¿Te lo pedía? – insistí. La angustia que sentía se volvió física. Doménico me miraba sin acabar de creerse que pudiera estar haciéndole esa clase de preguntas. Suspiró profundamente.

–De acuerdo, si es lo que quieres oír… Si Mario, me lo pedía, no surgió de ella si es lo que quieres saber, me excitaba oírselo decir.  Una vez que me apetecía le hice pedírmelo.

–Que te decía.

–¿Qué? – Doménico no daba crédito.

–Cómo te lo pedía.

Se llevó una mano a la frente, miró hacia atrás buscando la silla y se volvió a sentar. Le imité y me senté otra vez frente a él. Había cambiado, los recuerdos quizás habían hecho que el desprecio con el que me miraba apenas unos segundos antes hubiera desaparecido. Ahora era solo el amante de una maravillosa mujer frente al marido y ambos la añoraban y compartían sus recuerdos.

–Yo… nunca me imaginé que… Jamás ninguna mujer se expresó así, es tan… –me miró asombrado –Es tan abrumador… –le interrumpí, ahora el asombrado era yo.

–Sigue, como te lo pedía.

–Es… cuando la escuché por primera vez me causó tal impresión…

–Dímelo.

Doménico se quedó en silencio, le vi como se perdía recordando.

…..

–Vamos, mírame, deja de comportarte como una cría, alguna vez tenía que pasar.

Doménico, había vuelto del baño desde donde intentó quitarle hierro al asunto, al no obtener ninguna respuesta se asomó. Carmen, en posición fetal, ocultaba el rostro en la almohada. Volvió con unos kleenex humedecidos en la mano y se sentó en la cama.

–¡Carmen, por favor, no seas ridícula!, me has manchado y qué, ¿crees que es la primera vez que me sucede? eres una novata, mejor que te haya pasado conmigo ¿no crees? – Se dejó caer hacia ella y la besó en la oreja buscando su rostro pero Carmen le rehuyó ocultándose  aún más en la almohada.

–Me vas hacer enfadar.

Un fuerte e inesperado azote la hizo estremecer, fue el detonante para que rompiera en un violento sollozo. Doménico aprovechó su abandono para recogerla en sus brazos, Carmen había soltado toda la tensión que acumulaba, aquel incidente cuando su amante se retiró de su culo solo fue la gota que rebasó el límite de su resistencia.

Cuando el llanto cesó, protegida entre los brazos de su hombre, escuchó sus consejos sobre como debía prepararse cada vez que quisiera tener sexo anal. Su culo debía ser tratado con tanto mimo como su coño, le dijo él. A partir de ahora su ano formaba parte de su sexo y merecía el mismo esmero, el mismo cuidado, la misma higiene. Ella le escuchó, intentando dominar los suspiros incontrolados que el llanto le había dejado, como los truenos lejanos que la tormenta deja mientras se marcha. Le habló de las lavativas, de su uso previo cuando quisiera ser enculada, –¡como le gustaba esa expresión! –, o cuando intuyese que él se lo iba a pedir. Le habló otra vez de cómo ejercitar el esfínter. Y ella escuchaba, absorbía cada palabra sin protestar. Regresaba cambiada desde la profunda humillación que había sufrido cuando vio la expresión en el rostro de Doménico, ella todavía vencida sobre la cama, a cuatro patas, sintiéndose abierta, él mirándose el miembro que sujetaba en su mano con aire preocupado. Cuando sus ojos se cruzaron tan solo dos palabras, una orden tajante, “No mires”, luego, casi inmediatamente, el olor, el infame olor que perforó su cerebro.

Si hubiera podido desaparecer, si hubiera podido disolverse, hacerse transparente, salir corriendo… No supo qué sucedió en los siguientes segundos, o minutos, solo el horror que la paralizó.

–No pasa nada.

Sola en la cama, paralizada mientras le escucha caminar hacia el baño, le imagina asqueado, asqueado por ella, de ella.

Todo es una nebulosa de la que vuelve cuando un trallazo estalla en su culo, un dolor lacerante, una voz infantil en su mente, “Sucia, he sido mala”, y rompe a llorar, llora, llora, llora…

Ahora, en brazos de su amante, mas dócil de lo que jamás ha estado, escucha la lección sobre lavativas, aseo, ejercicio del suelo pélvico…

–Vas a comprarte un plug anal, lo usarás en casa para ejercitar el músculo, además me gustará verte con él.

–¿Y dónde consigo eso?

–¿Dónde va a ser? En una sex shop, claro.

–¿Y cuándo vamos?

–No he dicho que vayamos, quiero que vayas tú sola.

Carmen se quedó en silencio, por un momento se imaginó la situación y las implicaciones que tenía.

–¿Carmen?

–Dime.

–¿Qué piensas?

–Supongo que ya te lo estarás imaginando.

–Si, pero esa era otra Carmen. La mujer que tengo en mis brazos es capaz de entrar en esa tienda y moverse con soltura, buscar en las estanterías, elegir el que más le guste, preguntar si es necesario, ¿es mi puttana recuerdas? No tiene pudor, volverá a casa con la compra y me hará sentir orgulloso de ella.

Carmen bajó la mirada, intentaba asimilar lo que Doménico le decía, quería identificarse con esa mujer que le acaba de retratar, lo necesitaba. Tras la vergüenza sufrida aparecía de nuevo la puttana en boca de Doménico. Se sentía tan humillada que esa puttana que le costaba admitir, ahora sin embargo era un salvavidas que le devolvía un punto de orgullo ante él. ¿Por qué no? Él era el único que la protegía, que no la repudiaba, ¿Por qué no darle ese capricho?

Sintió una molestia en el ano y recordó lo sucedido, aún estaba sucia.

–Tengo que… –Salió precipitadamente de la cama.

Dejó  que la ducha cayera sobre su rostro, con los ojos cerrados rememoró el momento en el que Doménico, tras bombear varias veces con fuerza en su coño, salió por sorpresa de ella y la miró a los ojos.

–Pídemelo.

–¿Qué?

–Lo sabes, pídemelo.

Entonces lo entendió, supo lo que quería, lo que no sabia era cómo pedírselo, ¿soezmente, dame por culo? No, no podía ¿métemela por detrás? Tampoco ¿debía girarse simplemente y ofrecerse?

Lo intentó pero él la detuvo.

–Pídemelo.

Carmen se debatía, no sabía cuál era la fórmula. De pronto, surgió como una chispa en su cabeza.

–Sométeme.

Doménico la miró asombrado, como si no llegase a comprender lo que acaba de escuchar.

–Repítelo, dilo otra vez.

–Sométeme.

–¿Eso es lo que deseas?

Carmen supo que había descubierto la razón de su vida, la razón de su existencia. ¿Qué parte de su despertar se lo debía a la charla con Mahmud? ¿Tanta impresión le había causado? Apenas habían sido cinco minutos, mientras bailaban y no conseguía olvidar sus palabras.

–Si, sométeme –Dijo con la voz ahogada por la emoción.

Doménico la tomó de las caderas e inició el giro que ella concluyó, le ofreció su grupa, hundió el torso, ahora supo por qué se trastornaba cada vez que adoptaba esta posición, por qué le faltaba el aire, porqué se sentía tan entregada, tan abierta, tan… sometida, ¡si, sometida, lo había sabido desde la primera vez!

Paladeó cada movimiento como no lo había hecho las veces anteriores, porque esta vez lo había pedido, “sométeme”, le dijo. Era una declaración de principios, era la entrega de su virginidad mental. Sintió como la impregnaba cuidadosamente con el espeso aceite y su culo se abrió como una flor. El glande entró sin ninguna resistencia y lo disfrutó, ¡vaya si lo disfrutó!  La verga se deslizó en su interior y a medida que su esfínter se dilataba ella procuró sentirlo al máximo, era su sometimiento, su entrega, se sentía perforada, llena. Y cuando los testículos de su dueño rozaron su cuerpo…

–¡Oh si!.

–Eres mía.

–Soy tuya, si.

Comenzó a moverse, las manos firmemente agarradas a sus caderas, las suyas sujetas a la cama, haciendo freno, preparadas para contrarrestar la violencia que llegaría en breve. Sometida, usada, entregada al placer del macho.

–Tócate.

Una orden que se dispuso a cumplir para darle mas placer, llevó una mano hasta su coño, hurgó en él y sintió la dura barra que se movía libremente por el interior de su cuerpo, apretó y le provocó un gemido de placer – ¡Qué puta! – le escuchó decir, provocado por su maniobra y sonrió; sabia bien como excitarle.

Se corrió dentro de ella, todo había sido perfecto hasta ese incidente.

Se lavó directamente con la mano cargada de gel. No quiso usar la esponja que ambos usaban, no quería mancharla. Una y otra vez se lavó ahí atrás intentando erradicar cualquier vestigio del olor que la había avergonzado más de lo que nunca antes se había sentido. Luego se volvió a lavar la mano con gel frotándose compulsivamente. Se dio cuenta de que estaba actuando de una manera absurda, olisqueando sus dedos y volviendo a frotarlos con gel, pero no podía evitar sentir ese olor a pesar de que sabía perfectamente que era su imaginación quien le hacía percibir lo que ya no estaba en su piel.

–Creí que no ibas a salir nunca, anda ven aquí.

–Me voy a vestir.

–De eso nada, ¿qué te crees, que no sé lo que te pasa?

Doménico saltó de la cama y antes de que ella pudiera reaccionar la tuvo entre sus brazos

–No déjame –protestó.

Pero fue inútil, pronto el albornoz cayó al suelo y su cuello fue presa de la boca del italiano, no hizo más resistencia, era suya, Carmen se dejó arrastrar a la cama. Envuelta en sus brazos se sintió segura, se olvidó de todo, abrió las piernas, cerró los ojos y se entregó.

….

Doménico vuelve de su abstracción. Le he dejado perderse en sus pensamientos, no he querido interrumpirle tal era su nivel de concentración, he visto en su rostro la fuerza de sus recuerdos y me ha emocionado; si, me ha emocionado. Cuánto han debido vivir en estos días. Siento envidia, ni siquiera son celos, es pura envidia y tristeza. Me mira, estoy seguro de que en estos momentos intenta medir las palabras para no herirme.

–Sométeme

–¿Qué?

–Sométeme. Me dejó aturdido, nunca antes, ninguna otra mujer me lo había pedido así. Carmen es… tiene esa capacidad para sorprender. Fue como si me golpease. –dejó de mirarme, sus ojos enfocaban más allá, sin un punto concreto –la tenía de rodillas ante mi, volvió su rostro y clavó sus ojos en mí, esa mirada que…ya sabes.  Entonces lo dijo, pronunció esa sola palabra. Sométeme, casi exhalada, expulsada con la respiración. Creí que no había oído bien, que no era posible haber escuchado tal cosa, me faltó el aire Mario, le pedí que lo repitiera y lo hizo. Sométeme. Ofrecida, imponente, tan hermosa. Por primera vez en mi vida creí que no llegaría…

–¡Mario!

Levanté la cabeza, Doménico llevaba un rato intentando atraer mi atención.

–¿Estás bien?.

Afirmé con un gesto pero no, no estaba bien. Acababa de entender que Carmen, la mujer con la que había convivido durante diez años, no existía ya. Y esa otra mujer de la que hablaba Doménico, esa que pedía que la enculara diciendo “Sométeme” era una desconocida.

Me levanté de la silla con gesto decidido y Doménico me imitó.

–Dile a Carmen que has hablado conmigo, dile que no me llame, que tiene razón, necesitamos tiempo para pensar, más tiempo..

Le ofrecí mi mano, esa mano que le había negado a mi llegada.

–Mario….

–Gracias Doménico – corté todo tipo de discurso, nos estrechamos la mano y salí de allí convencido de que nuestra vida en común había terminado..

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