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Diario de un Consentidor (4)

en Intercambios

La actitud de Carmen me comenzó a inquietar, temía que su despecho la llevase a comportarse de una forma que luego se arrepintiera, su carácter le hace tolerar mal los engaños y, aunque había intentado avisarla, estaba seguro de que consideraba mi conducta como una trampa premeditada.

Centrado en estos pensamientos, había perdido el hilo de la conversación, Carlos contaba anécdotas de su juventud y de los primeros años de carrera y Carmen me ignoraba ostensiblemente; me estaba castigando eso estaba claro, lo que no sabía era hasta donde iba a llevar su castigo. Carlos, consciente del interés que parecía provocar en Carmen, jugaba todas sus cartas sin ningún reparo hacia mí; En realidad era yo mismo quien le había dado pie para ello, poco me había faltado para obligarle a venir al almuerzo y mis argumentos en ese sentido habían sido mas que una insinuación, no me podía por tanto extrañar que lanzase toda su artillería contra mi mujer.

Y ella… ella derrochaba encanto, ese encanto natural tan alejado de la coquetería y de la vanidad que la hace irresistible como amiga, pero también como mujer. Si hubiera sido otra habría pensado que estaba coqueteando con él, pero en ella esa capacidad de seducción es tan natural, que es difícil sustraerse a su encanto.

Participaba animadamente de la conversación en la que yo a duras penas metía baza; ella reía, bromeaba… y me seguía ignorando. Carlos interpretaba esta actitud de una manera equivocada y cada vez parecía más seguro de sus posibilidades.

En mitad de una anécdota especialmente interesante, Carmen se acodó en la mesa, los ojos de Carlos se desviaron durante una fracción de segundo hacia su escote que se había ahuecado y nos dejaba ver más de lo que ella imaginaba. Yo sabía que ese gesto no tenía ninguna intención oculta, mil veces la había visto acodarse de esa manera para seguir con mas intensidad un argumento o una conversación; Ese gesto realizado entre nuestros amigos carece de intencionalidad, forma parte de la naturalidad y de la espontaneidad de Carmen que no ve maldad en cosas así; no es una ingenua pero tampoco vive reprimida por las neuras de los demás. Una vez uno de nuestros mejores amigos, ante una situación similar le dijo – "Carmen por favor, que sabes que padezco de vértigo, a ver si me voy a caer por ese precipicio" – todos reímos y nadie se molestó por el enfoque tan sencillo que le había dado nuestro amigo a sus emociones al ver el escote de carmen y ésta no se violentó tampoco por el comentario.

Pero allí en Sevilla Carmen no era mi esposa, era una mujer casada viviendo una aventura conmigo y su gesto tomaba para Carlos otro valor, su interpretación le llevaba a ver una insinuación en Carmen, yo mismo le había dicho lo lanzada y abierta que era, ¿podía extrañarme de la reacción de Carlos?

Carlos siguió contando la historia que había comenzado, pero sus ojos se perdían insistentemente en el escote de mi mujer; por fin ella se dio cuenta, entonces volvió su cabeza hacia mi, sin cambiar la postura y me lanzó una mirada profunda, de esas que me desarman completamente; nos entendimos perfectamente; Con la mirada ella me decía "¿No es esto lo que querías? Pues toma"

Y mi mirada… mi mirada quería decir tantas cosas, tan enfrentadas entre si… Quería decirle "Sigue, sigue adelante", también "ten cuidado"; Me encontraba inmerso en una confusión de ideas, en una tormenta de sensaciones; Morbo, excitación, temor, - celos también, si -, alegría, peligro… y algo nuevo para mi: humillación.

Me sentía humillado ante esa escena; Carlos no sabía que estaba cortejando a mi esposa pero ambos me habían dejado de lado claramente aunque por razones distintas; Y esa humillación, en lugar de herirme, ¡Dios!, ¿cómo era posible? Me estaba excitando aun más, de una manera desconocida, poderosa, arrolladora.

Vi como Carmen se erguía para recogerse el pelo y observé como los ojos de Carlos se regodeaban en el pecho y en las axilas de Carmen que mantenía los brazos en su nuca mientras sujetaba con una pinza su cabello, carmen se daba perfecta cuenta del efecto que causaba en Carlos y volvió a mandarme un mensaje con sus hermosos ojos.

Comprendí que aquel día estaba sucediendo algo importante, un cambio trascendental en la reacción de Carmen ante estas situaciones; Por primera vez la veía disfrutar de ello, por primera vez no lo evitaba, por primera vez estaba dejándose, por primera vez estaba seduciendo activamente con su cuerpo y con esos ojos tan turbadores.

Quince minutos antes del comienzo del curso dimos por terminada la sobremesa y nos dirigimos caminando lentamente hacia allí, Carlos continuaba hablando con Carmen, acaparándola sin esconder su intención, yo me mantenía en mi papel de acompañante, casi de voyeur, Carmen me miraba de vez en cuando, buscando en mis ojos algún signo de mis emociones, estaba jugando conmigo y con Carlos pero mas allá del juego, Carmen estaba descubriéndose a si misma en una faceta que no había probado nunca.

Al llegar a la puerta, me despedí de ella dándole un beso en la boca

"¿Nos vemos en el hotel? – me sonrió con complicidad y me dijo intentando dar una entonación enigmática a su frase

"Quizás" – le devolví la sonrisa; Seguía jugando conmigo.

Carlos se adelantó a ella para despedirse y la cogió de la cintura para despedirse con dos besos, me pareció que se acercaba mucho, demasiado a ella, pero quizas era mi visión de los hechos mas que la realidad.

"Carmen, ha sido un auténtico placer, espero que tengamos ocasión en estos días de volver a vernos" – dijo mirándome, yo hice un gesto afirmativo con la cabeza y volví a buscar los ojos de Carmen que mantenía una tenue sonrisa en su rostro.

"¡Claro! ¿por qué no?" – dijo ella sin hacer ningún movimiento que indicase a Carlos que era el momento de soltarla. Un segundo quizás dos, pero me parecieron eternos, en los que él mantuvo la mano en su cintura, sin dejar de mirarla y ella, altanera, poderosa, le mantuvo la mirada.

Comenzamos a subir la escalinata cuando Carlos se detuvo y se volvió a mirar como se alejaba Carmen, me detuve a su lado y admiré su forma de caminar: Estaba hermosa, recordé un piropo que me contó que le habían dedicado una vez por la calle y que le agradó especialmente "Así se baila" le dijo un vejete al verla andar.

Carlos me miró después de que Carmen se perdiera de nuestra vista, quizás buscaba en mi algún reproche, alguna barrera, pero no lo encontró y eso le hizo relajarse.

"Joder Mario, es increíble"

"Me alegro de que te haya gustado"

"¿Gustarme? Me ha dejado… joder! Que tía!" – no pude evitar reírme ante la falta de palabras de mi compañero

"Veo que te ha dejado sin habla" – Carlos me miró antes de continuar hablando, supuse que intentaba calibrar hasta donde podía ir conmigo

"No quisiera molestarte…" – su pausa me dio opción para darle permiso con un gesto – "¿Viste como se adelantó para enseñarme las tetas? ¡qué tía! Ha estado calentándome toda la comida y luego, esa forma de recogerse el pelo, lanzándome sus pezones, me ha puesto a cien" – Sus palabras me provocaron una punzada de placer inesperada, quizás eso fue lo que me hizo perder las precauciones

"Ya te dije que es una mujer muy abierta" – sabía que pisaba terreno peligroso pero la excitación me dominaba y no podía acabar con aquello

"¿De verdad no te importa?" – no sabía a donde me conduciría mi respuesta, pero tenía claro que no iba a retirarme del juego

"¿Por qué me iba a importar? No es mi mujer, ni mi hermana, tan solo es una amiga" – aquella mezcla de vértigo, miedo y excitación era demasiado poderosa como para poder controlarla; ya estaba dicho, acababa de darle todas las opciones.

En aquel momento no buscaba nada mas allá de lo que había sucedido, pero mi último comentario me atormentó toda la sesión de la tarde ¿Y si Carlos intentaba actuar por su cuenta? ¿Y si buscaba la forma de acercarse a Carmen sin ningún limite?

Pero también tenía claro que de poder repetir esa escena, no habría cambiado ni una sola palabra.

Carlos también estaba distraído, se le notaba nervioso, impaciente por acabar la sesión, cuando llegó la hora me dijo

"¿Qué te parecería si os invito a cenar esta noche? Conozco bien Sevilla, podríamos cenar y luego ir a tomar, algo bailar y.. bueno lo que surja" – su sonrisa lasciva me molestó, iba demasiado deprisa o quizás iba al ritmo que yo le había dejado marcado, pero desde luego no era mi intención poner en un apuro a Carmen; improvisé una excusa que fuera creíble

"Esta noche no va a poder ser Carlos, tenemos un compromiso con unos amigos que viven aquí" – según lo dije, descubrí yo mismo los puntos flacos de mi argumento, que Carlos se apresuró a plantear

"¿No serán amigos de tu mujer, no? " – rió a carcajadas, yo le seguí las risas

"No, claro que no, son unos amigos de la facultad" – me dió un golpe con el codo en mi brazo, un gesto que siempre me ha resultado desagradable

"¿Amigos eh? ¿Y ella sola? ¡como os lo vais a pasar! ¿hay hueco?" – Carlos acababa de fastidiarlo todo, en un segundo dejé de estar excitado y pasé a estar preocupado y cabreado. Me molestaba el tono barriobajero que empleaba, desde luego no era eso lo que buscaba para Carmen

Pero, en realidad… ¿Qué estaba buscando? ¿Quería realmente avanzar más con Carlos? Ni lo tenía claro ni creía que fuera el momento para Carmen ni para mi, una cosa eran las fantasías, una cosa era jugar con el riesgo y el morbo y otra muy distinta… Sentí algo parecido al vértigo, todo había sucedido demasiado rápido, apneas unas horas antes improvisábamos un juego por la carretera y ahora tenía delante de mi a un hombre que, a poco que le diésemos pie, se llevaría a mi mujer a la cama, un hombre con el que Carmen había coqueteado como jamás la había visto hacer.

Despedí a Carlos demasiado secamente, él notó mi cambio de actitud y frenó sus intentos de acoplarse a esa cita que en su imaginación se convertiría en una orgía. Cuando me vi solo, tomé un taxi mientras marcaba el móvil de Carmen

"¿Si?"

"¿Dónde andas?"

"De compras" – intentaba deducir por sus palabras cómo estaba, pero no me resultaba fácil

"¿Te voy a buscar?"

"Estoy al lado del hotel, mejor nos vemos allí, ya estoy acabando"

"¿Cómo estás? Tenemos que hablar" – no pude evitar que sonase a disculpa

"Por supuesto, venga te veo ahora" – su ton no denotaba enfado, pero tampoco eso me tranquilizaba, no quería que pensase que la había metido en una encerrona deliberadamente.

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