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Diario de un Consentidor - 84 Ruleta rusa

en Intercambios

Ruleta rusa

(Viernes)

                                          

Desde la mullida cama de Graciela escucho el rumor del agua en el baño. Me ha despertado el dolor de mi mano que se hace notar saliendo de una tregua que ha durado no sé cuánto, tres, cuatro horas quizás.

Hace frío, echo en falta el calor que la calefacción central de casa, aún apagada, mantiene durante la noche y por otra parte agradezco estar arropado hasta el cuello, bajo el suave y ligero edredón que nos ha cobijado.

La luz entra a raudales a través de los visillos. Anoche no me percaté de la ausencia de persianas. Ella está duchándose y siento una débil tentación que destierro inmediatamente. No, no tenemos la suficiente confianza, no sé si rompería su intimidad. Prefiero esperar y quizás otro día ser invitado a compartir con ella ese placer.

El silencio que sucede a continuación se llena de murmullos que pinto con imágenes. La supongo desnuda envuelta en una toalla. Algunos sonidos me ayudan a recrear una pierna doblada con el pie sobre una banqueta o quizás apoyado en el borde de la bañera mientras ella seca el muslo. ¿Tendrá el cabello envuelto en una toalla? A lo mejor usa un gorro de baño como…

Un agudo dolor me atraviesa el pecho. Las imágenes se han transformado, ahora es Carmen la que suplanta a Graciela y seca sus pechos con esa gracia que conozco tan bien. Se enrolla la toalla en la cintura y al sentirse observada, gira la cabeza y me mira traviesa, “¿qué me miras?”

No puedo quitármela de la cabeza. Cada vez que me he despertado esta noche, cada vez que me he dado la vuelta y he tocado a Graciela, he agarrado su brazo o sus pechos, cuando he puesto mi muslo sobre el suyo, por un segundo he creído sentir a mi mujer y al darme cuenta de mi error no he podido evitar un conato de desilusión, de fiasco. Apenas duraba un segundo, quizás menos, porque la grandeza de la mujer que tenía a mi lado era tan imponente que la razón me hacía reconsiderar mi desilusión y, aún entre sueños, recomponía la sensación y me volvía a dormir satisfecho. Satisfecho si, aunque el regusto amargo perduraba ahí, como un eco lejano que no quería escuchar.

–¡Buenos días! ¿He hecho mucho ruido?

¡Qué hermosa, qué sonrisa más radiante! ¿cómo puedo infravalorar la suerte que me regala la vida?

–Buenos días ¡qué va! Llevo ya un rato despierto, mi mano es la culpable – dije levantando el puño herido, Graciela se acercó y lo tomó con cuidado

–Vamos a verlo

Al agacharse, la bata se le abrió y me mostró sus pechos desnudos, sus ojos captaron enseguida mi mirada

–Ahora no, que voy a curarte – me reprende coqueta, sonreí y ella desvió sus ojos de nuevo hacia mi mano

–¿Eso quiere decir que luego si?

No contesta, evita responder como si, pasada la noche, hubiera algo que nos separa, que nos devuelve a esa normalidad de amigos que éramos ayer en la cena o ayer por la tarde mientras hablábamos. La noche nos convirtió en amantes atendiendo el mandato de Carmen. La noche rompió los frenos que nos impusimos. Ahora, a la luz del día, tras las lágrimas vertidas, las palabras ya dichas y las pasiones derramadas volvemos a guardar las formas. O eso parece.

Después de cambiarme el vendaje hicimos juntos café y tostadas. Evitamos hablar de temas complicados y dejamos que las noticias de la radio nos ayudaran a evadirnos mientras preparábamos la mesa del desayuno.

Pero era inevitable que volviésemos a los asuntos que nos rondaban en la cabeza. Poco a poco nos habíamos quedado en silencio.

–¿Qué vas a hacer?  – fue Graciela quien rompió el fuego, levanté la vista de la taza, llevaba una eternidad dándole vueltas al café

–¿Esta mañana? Me pasaré por casa, si me dejas, – bromeé – me cambiaré de ropa, luego iré al gabinete y… – Graciela comenzó a mover la cabeza

–No Mario, sabes a lo que me refiero, tienes una conversación pendiente con Carmen que no dejaste que fluyera.

¿Qué no dejé que fluyera? Elevé las cejas y me eché en el respaldo de la silla. Esa era la idea que Graciela se había hecho de lo que yo le había contado.

–Puede ser, quizás no ‘dejé que fluyera’, como tú dices, aunque Carmen tampoco ayudó mucho… – Graciela me detuvo mostrándome la palma de su mano.

–No, no sigas por ahí. Reproches no. Esa es la vía para volver al bloqueo. No queremos eso ¿verdad?

Comenzaba a sentirme incómodo con aquella conversación. Yo soy el terapeuta y reconocía las buenas intenciones pero también la mala praxis. ¿Cómo decirle  a Graciela que así no es como se hace?

–No, claro que no queremos eso – miré el reloj – de todas formas ahora es demasiado tarde para poder seguir hablando.

Vi un punto de frustración en sus ojos

–¿Tienes algún plan para este fin de semana? – sus ojos brillaron de nuevo

–No, salvo intentar cuidarte un poquito, si me dejas

–Podemos pasarlo en mi casa de la Sierra, te gustará, es un lugar muy tranquilo

Graciela se mostró pensativa, seguro que por su mente se cruzó Carmen y se vio como una intrusa

–No sé si es una buena idea

–Yo si lo sé, estoy seguro

–¿No sería mejor que aclarases todo con Carmen? Cuanto antes mejor

Me revolví en la silla y me asusté. Un incipiente arranque de ira había estado a punto de sacarme de mis casillas. Noté la tensión en la mano que sujetaba la taza y la crispación que hacía que mis mandíbulas se apretasen exageradamente.

Graciela me observaba con preocupación, no había sido capaz de ocultar la violencia de mi reacción. Respiré hondo.

–No sé lo que me pasa, yo no soy así

–Tranquilízate, lo sé, no te preocupes por mí

–Si veo a Carmen en este estado voy a volver a estropearlo todo ¿me entiendes? – Graciela asintió – necesito relajarme, pensar en otras cosas, aunque suene egoísta – la miré a los ojos, buscaba convencerla, buscaba su complicidad, su compañía en esta travesía que me disponía a comenzar hacia mi mismo, hacia Carmen – Ven conmigo, pasaremos el fin de semana paseando, charlando, es lo que necesito. Me vendrá bien

–No sé, en fin, quizás un día

–Un día, vale. Mira, te recojo a mediodía, pasamos por mi casa a por algo de ropa y nos vamos

Se quedó pensando, por un momento temí que se echase atrás, al fin me miró

–De acuerdo pero me llevo el coche, lo mas probable es que me quede solo el sábado y no quiero hacerte volver antes de tiempo.

–No es ninguna molestia

–Insisto, prefiero llevar mi coche, no me gusta depender de nadie

…..

Carmen dejó el teléfono sobre la mesa, aún resonaban las palabras de Graciela en sus oídos y todas y cada una de las frases que le había dicho se le clavaron en el pecho produciéndole un frío mortal. No pudo contenerlo, se dejó arrastrar por el llanto. Le acababa de entregar lo que más quería, se declaraba en retirada, se rendía y le dejaba el campo libre. ¿Era eso o estaba simplificando las cosas? Mario estaba sufriendo tanto o más que ella. De pronto se había sentido egoísta, muy egoísta viviendo una vida absurda mientras su marido se moría de pena. Había dicho lo que su corazón le mandaba. Graciela podía mitigar el dolor, Graciela podía consolar la pena, podía cubrir su ausencia mientras durase. Tenía que asumir el riesgo que suponía ser la puta desconocida para su marido mientras que ella, Graciela, era la amiga que podía llenar el hueco de cariño, de ternura y por qué no, de sexo que ella había dejado libre.

Sollozó como nunca lo había hecho, el dolor era tan intenso que creyó no poder soportarlo, ¡Mario, Mario!

No sintió llegar a Irene hasta que la arropó entre sus brazos e intentó contener el drama que la desgarraba. A duras penas consiguió retenerla consigo y cuando el llanto acabó agotándola al fin pudo llevarla a la cama.

…..

Quizás fuera por su respiración, quizás por la forma en que había estirado el cuello un par de veces para mirar el reloj, Irene había intuido que estaba despierta y comenzó a acariciarle la espalda muy suavemente. Carmen se dio la vuelta de un salto y quedó frente a ella mirándola con ternura, había conseguido arrancar una sonrisa de su maltrecha persona.

–Te he despertado con mis nervios – afirmó. Irene se aproximó para besar sus labios

–Buenos días cariño – Carmen entornó los ojos al escucharla, necesitaba tanto sentirse querida, ni siquiera sus párpados cerrados pudieron evitar que sus pestañas se humedecieran. Irene la atrajo hacia sí y comenzó a mecerla en sus brazos

–Eres fuerte Carmen, más fuerte de lo que ahora crees

Si, puede que tenga razón, pero ahora mismo no encuentra esa fuerza que necesita, se encuentra desorientada, sola, sin ningún lugar a donde ir, la única amiga que ha encontrado se marcha de viaje y se enfrenta a un fin de semana en el que debe reubicarse, No puede vivirlo en casa de Doménico, no.

Pero ahora es tarde, tiene que pasar por allí cuanto antes; aún es su casa, tiene sus cosas, debe arreglarse para ir al gabinete a tiempo.

Besa a Irene, la mira, le cuesta separarse de ella.

–Me voy, no puedo llegar tarde otra vez – enfatiza esas dos palabras, la besa de nuevo

–Te llamaré desde allí, quiero saber cómo estás y a mi regreso quedamos ¿de acuerdo?

–¡Claro! Comemos juntas y me cuentas como te ha ido en Italia ¿vale? – responde fingiendo una vitalidad que está lejos de sentir

Apenas se arregla, ya lo hará en casa. Vuelve a besar a Irene antes de irse, sigue en la cama y siente una intensa tentación cuando al incorporarse descubre su pecho desnudo. La acaricia, duda un instante cuando su pulgar recorre la joya que atraviesa su pezón. Yo también, piensa gozosa, yo también. Y mientras baja las escaleras trotando lleva la mano a su pecho y lo roza, un sordo dolor le responde, un dolor placentero que amaga con recordarle al argelino pero consigue expulsarle. No es él a quien quiere en su mente, es a ella, a su chica,  a la mujer que la ha hecho feliz en medio de su pena. Descubre un atisbo de esperanza al que se aferra.

Consigue un taxi; ¡deprisa por favor! La ansiedad comienza a apoderarse de ella, calcula los minutos que necesita para cada cosa, no quiere cerrar la semana volviendo a llegar tarde.

El ascensor se le hace mas lento de lo habitual. Abre la puerta con sigilo para no alterar el sueño de nadie, también para no encontrarse con Mahmud. Es demasiado temprano pero no quiere tener un encontronazo con él. Sube las escaleras con los zapatos en la mano, la puerta del dormitorio está cerrada, eso es que Doménico no ha dormido en casa. Se relaja, ya pasó el peligro del encuentro indeseado. Abre confiada y lanza los zapatos hacia la alfombrilla de la cama.

El golpe amortiguado resuena en su pecho al mismo ritmo que su corazón. Un cuerpo de mujer se incorpora bruscamente al escuchar el ruido, Carmen reconoce a Piera. Doménico se da la vuelta somnoliento sin saber que sucede, la mira sorprendido

–¡Carmen!

Un ahogo, un vacío inmenso la deja sin aliento, ¿cuál es su lugar? ¿A dónde pertenece? Se siente suplantada por Piera, expulsada, rechazada, apartada, perdida.

Se rehace, no puede seguir ahí mirándoles en la cama, desnudos. Parece una de esas escenas de infidelidad solo que ella no tiene derecho, ningún derecho a exigir nada. Es curioso, ya tenía decidida su marcha, aún así no puede evitar sentirse fuera de lugar al encontrar su hueco ocupado por otra mujer.

–Perdonad, no sabía… recojo mis cosas, me arreglo y me voy enseguida

Bajó la mirada y pasó hacia el armario

–Carmen, espera – dijo Doménico con cierto fastidio en su voz y eso la hizo sentir aún peor.

–No te preocupes, esta misma tarde, cuando salga de trabajar, me marcho

–¡Carmen, por favor! – esta vez fue Piera la que intentó mediar

–¡Estás sacando las cosas de quicio! Ayer no apareciste, no llamaste ni dijiste nada, estuvimos aquí todos y luego… – Carmen se vuelve hacia él visiblemente afectada

–No me tienes que dar explicaciones Doménico

–¡Ya lo sé! – exclama irritado – No tenemos ninguna obligación el uno con el otro. Por eso no entiendo que te pongas así – Se ha levantado de la cama, Carmen no puede evitar que sus ojos se desvíen un instante a la potente erección que comienza a declinar

–¿Cómo me he puesto, dime? – su voz suena serena, ha recuperado el control de sí misma, sabe a lo que venía – Es igual, ya lo tenía decidido, no pensaba pasar el fin de semana aquí, te lo iba a decir – se gira hacia el armario y comienza a buscar entre su ropa.

–¿Ah si, y cuando me lo ibas a decir?

Doménico se ha acercado a ella, la toma de los hombros, Carmen sigue de espaldas a él, siente el roce de la verga en su culo y se aparta

–Ahora no Doménico, no estoy en situación de permitirme volver a llegar tarde al trabajo

–¿Y se puede saber con quién has pasado la noche?

Carmen se separa, lleva un par de perchas y la ropa interior en la mano, necesita acabar con esta conversación y se dirige al baño, desde la puerta le mira.

–Eso no es cosa tuya

–Tienes razón, como tampoco es cosa tuya con quien me acuesto cuando desapareces

–Yo no te he pedido explicaciones

Entra en el cuarto de baño y cierra la puerta, intenta recuperar su ritmo de respiración normal que hasta ahora no se había dado cuenta que había perdido. ¿Qué está haciendo allí? Pero si no está allí ¿a donde va? Siente una opresión en el pecho que no le deja respirar. Le duele, no es nada grave, lo sabe, es ansiedad y puede controlarlo.

¿Qué hace con las perchas en la mano? Si se va a arreglar no puede dejar la ropa en el cuarto de baño, ¡es absurdo!

Como todo en su vida últimamente.

Sale del baño, Doménico, de pie al lado de la cama se vuelve hacia ella, Carmen le ignora y sigue hacia el armario, devuelve las perchas a su sitio y regresa al baño. ¡Se siente tan ridícula!

Se desnuda y deja que el agua tibia del bidet caiga directamente sobre su pubis, tiene que pensar en su futuro, ya le ha dado demasiadas vueltas al pasado, a lo que ha hecho, eso se acabó. Piensa en Irene, si no se fuera de viaje podría quedarse con ella, pero no es una opción, cuando llegue al gabinete buscará una alternativa.

Es tarde, aún así reconoce que necesita una ducha rápida, agua fría para despejarla. Suelta las bragas que había comenzado a ponerse, busca el gorro de baño y se mete en la bañera, no dispone de mucho tiempo, solo quiere sentir un golpe de agua helada, dejar que el impacto del choque térmico la reavive, la tonifique, ni siquiera usará gel, no lo necesita.

Sus manos recorren su cuerpo que reacciona al brusco cambio de temperatura. No había recordado que tiene los pezones heridos hasta que sus dedos han pasado por encima sin precaución provocándole un dolor inesperado. Se detiene, palpa las pequeñas bolas que cierran una de las barras, las mueve con cuidado y siente como se desplaza en su interior. El pezón está erguido, duro ¿estará ya siempre así?

Se seca, busca la crema hidratante, no consigue quitarse a Irene de la cabeza mientras extiende la crema por su cuerpo. Apenas le duelen ya los pechos. Cuando se vuelve para buscar el cepillo del pelo siente abrirse la puerta del baño, es Piera.

–Carmen

–No quiero hablar ahora – se vuelve ligeramente, no quiere que la vea, pero es tarde

–Escúchame un segundo, no estoy aquí para echarte, no voy a quitarte tu sitio.

Carmen busca la bata que cuelga cerca de la puerta pero se interpone Piera, sus ojos están clavados en sus pechos, se siente incómoda desnuda delante de ella.

–Es igual, déjalo, ya no importa, realmente pensaba irme

–Carmen, ¿te has parado a pensar cuál era mi lugar antes de que llegaras?

No, nunca lo ha pensado; calla mientras se cepilla el cabello, ya no hace nada por ocultar las barras que atraviesan sus pezones, es inútil. Recuerda las miradas que Piera le lanzaba en sus primeros encuentros, desafío, celos quizás, ¿la desplazó?

–No, es cierto, no sé cuál era tu lugar Piera, jamás me lo he planteado – deja el cepillo en el lavabo y la mira – los hombres son egoístas por naturaleza.

Piera sonríe, hay algo de tristeza en su mirada

–Si lo son, y a pesar de saberlo caemos rendidas en sus brazos una y otra vez – de nuevo su mirada se dirige a sus pechos – ¿cuándo te lo hiciste?

Carmen cede

–Anoche, estuve con Irene

–¡Ah Irene! Te ha pegado fuerte esa chica

Acerca su mano despacio, dándole margen para rechazarla. Carmen calla, siente la tensión que nace en sus músculos pero calla. El roce de los dedos de Piera en su pecho altera el ritmo suave de su respiración y la transforma en suspiro violento que intenta reprimir en vano. Piera lo escucha y la mira. La presión de los dedos le provoca una sensación cercana al dolor, es un dolor apagado, sordo pero también es placer, el placer de sentir la delicada caricia que roza ese pezón ahora en permanente erección. Piera lleva unos sencillos aros que a Carmen le resultan muy eróticos. Intenta apartar esos pensamientos de su cabeza, tiene que irse ya, es tan tarde. Siente el deseo de tocarla pero no lo hace.

–¿Todavía te duelen?

–Muy poco

–Quién te lo hizo, ¿Erika?

–¿La conoces?

–Si, es muy buena. Cuida la higiene, sobre todo al principio es muy importante – dice

Carmen la mira pero su mirada es huidiza, ¿qué tiene Piera que la intimida? Quizás es el recuerdo de su primera vez con ella, fue tan intenso, tan devastador. Pero no quiere eso, sin embargo no hace nada por detener esa caricia en que se ha convertido el primer roce que calibró la barra que atraviesa su erguido pezón. No, no ha hecho nada todavía por parar esos dedos que palpan su pecho, que rozan su areola trazando círculos concéntricos con una suavidad extrema, lentamente. Piera sigue mirándola a los ojos con esa picardía que parece adivinar su debilidad, con esa media sonrisa que acentúa el hoyuelo en su mejilla que tanto le gusta.

–No – atina a decir con voz enronquecida

–¿No qué, que no te toque, que no deje de hacerlo?

Carmen da un respingo cuando siente el contacto de otra mano en su cadera, muy abajo, casi tocando su nalga, nota la presión que la insta a acercarse a ella y cede, sin darse cuenta cede, se aproxima y da un pequeño paso para mantener el equilibrio. Sus muslos se rozan, un movimiento más y sus pechos entran en contacto, la mano que acariciaba su culo se desliza por su espalda y la estrecha haciendo que sus pechos se aplasten.

–Me tengo que ir – su voz ha temblado, se da cuenta de que ha sonado mas a rendición que a otra cosa

–Espera un poco

–No, basta ya – ahora si consigue darle firmeza a su voz

Carmen se separa con cierta brusquedad, evita su mirada y avanza hacia la bata que cuelga del perchero en la pared, al lado de la puerta. No le da tiempo a descolgarla cuando siente las manos de Piera en su espalda que le eriza la piel. Es tan suave, tan delicada. Pero no puede ser.

–Déjalo ya, por favor, tengo que irme

Está atrapada. Piera se pega a su cuerpo, el aliento en su oído le habla de deseo, de sexo, los pechos clavados en su espalda, el pubis empujando su culo, las manos abiertas cubriendo sus hombros.

–Déjame

Piera comienza a derramar pequeños besos en su cuello, en su mejilla mientras sus manos descienden buscando los volúmenes que nacen bajo sus axilas. Carmen cierra los ojos, no puede ser, no debe ser.

Se vuelve.

–Piera, por favor

La atrapa de nuevo contra la bata, sigue sonriendo con esa malicia en su rostro que la anula

–¿Qué, por favor qué?

Sus pechos se rozan, Piera sabe el efecto que está causando en Carmen y se mueve sensualmente para que el roce sea mas impactante, la besa en la boca, un beso corto, provocador, Carmen gira el rostro para escapar de ese beso pero antes de que lo consiga es Piera la que ha abandonado su boca y eso la sorprende. Juega con ella, con sus vacilaciones. Carmen se enfada

–¡Ya está bien!

–¿Si? – La vuelve a besar por sorpresa, otra vez un beso rápido, corto, intenso, otra vez la pilla desprevenida, Carmen la mira sin saber bien como reaccionar.

–¡Déjame ya!

–¿Eso es lo que quieres, de verdad?

Amaga con darle otro beso, Carmen la evita, Piera de nuevo  busca su boca y Carmen la rehúye, Piera disfruta con ese juego, sonríe hasta que la caza y le planta otro beso en la boca. Carmen tan pronto parece desvalida como frustrada.

De pronto la mira, su expresión ha cambiado, toma su rostro con las dos manos y la besa con furia, intensamente, rodea su cuello con un brazo como si no quisiese separarse de ella y la besa una y otra vez. Sus ojos muestran ese fuego que la vuelve poderosa. Le muerde el labio inferior, ya no tiene control, la desea, hunde la lengua en su boca.

–¿Ya?, ¿estás satisfecha? – Piera no contesta, entorna los ojos y suspira, Carmen afloja el lazo que la anuda a su cuello y le acaricia la mejilla, sigue dándole multitud de pequeños besos en la boca – eres…

–Vamos a enseñárselo a Domi – la interrumpe Piera

–¡No!

–Le gustará verte – se separa de ella y la toma de las manos – ¡Domi! – exclama en voz alta

–¡Tengo que irme! – suplica Carmen

–¡Domi, vieni quí, subito!   (¡Domi, ven aquí, rápido!)  – intenta soltarse de las manos de Piera pero ésta la retiene – no seas tonta

Doménico abre la puerta del baño, las mira sorprendido al verlas forcejear, pero enseguida sus ojos se clavan en los pechos de Carmen y su expresión cambia

–Guarda Domi, ¿è bella?  (Mira Domi ¿A que está hermosa?)

Doménico la mira a los ojos, luego vuelve a sus pechos, se acerca, Carmen ya no forcejea, Piera la suelta y se aparta. Doménico la toma por los hombros sin dejar de mirar sus pechos, al fin lleva su mano derecha lentamente hacia el pezón, lo roza, Carmen gime

–¿Cuándo te lo has hecho?

–Anoche – el roce de los dedos del italiano sobre su pezón la hieren, la excitan, vuelve a gemir

–Cuidado – dice Piera – aún le duele – Doménico se vuelve hacia Piera, parece aturdido, asiente con la cabeza, abandona el pezón pero sigue acariciando el pecho

–Es, estás preciosa – la estrecha en sus brazos, luego se separa y la mira, su expresión ha cambiado, se ha vuelto mas fría – Por fin lo hiciste

–¿Qué dices?

–Creí que me lo habías pedido a mí – le reprocha ­– ¿quién te ha hecho eso? – Carmen calla, no entiende el enfado

–Estaba con Irene, surgió – Carmen parece confusa

–¡Ah Irene! ¿Tienes nueva pareja? – se separa de Carmen unos pasos, camina hacia la puerta – se te da bien eso de engañar a la gente, primero a tu marido y ahora a mi – dice mientras sale del baño

–¡Domi! – le reprende Piera

–¡Eres un cabrón! – Carmen está desolada, otra vez la repudian, de nuevo se siente despreciada. Toma la bata y sale tras él.

–¿Yo un cabrón? ¿Y tú, qué eres tú?

Puta, lo ve venir otra vez, no es mas que eso, una puta para todo el mundo. Se desmorona. “no te reconozco, pareces una puta”, suena la voz de su marido en su cabeza, vuelve a ver a Borja mirándola con desprecio llamándola puta, metiéndola mano. Ve a Pelayo con sus dedos bajo el vestido tocándola. Aparece Gonzalo rozando sus muslos en el café, mirándola como si fuera una cualquiera. Se hunde, se rompe en mil pedazos.

La mirada que percibe Doménico en Carmen cuando comienza a hablar le inquieta. No ha calculado el alcance de sus palabras, ha ido demasiado lejos, le ha hecho daño, lo ve en sus ojos

–Dilo, no te reprimas, una puta, ¿es lo que ibas a llamarme, no? – dijo con la voz cargada de tristeza – para Mahmud ni siquiera soy eso ¿sabes? Cree que no tengo suficiente clase, que soy solo una golfa – se aleja unos pasos y de nuevo se vuelve hacia él, su mirada refleja todo el hastío, toda la amargura que lleva arrastrando estos días – Sin embargo para Mario si soy una puta, ya ves, dice que no me reconoce, que ya no soy la que era. Así que no te cortes, puedes llamarme puta si te apetece.

Se dio la vuelta hacia el armario y tomó las perchas que poco antes había escogido y se dirigió de nuevo hacia el baño, quiere estar sola mientras se viste y desaparece. Doménico está impactado.

–Carmen, lo siento – se acerca a ella, intenta detenerla

–Déjame, por favor – la retiene por los hombros

–Lo siento – hunde su rostro en su cabello – lo siento, perdona, no sabía lo que decía

Carmen cede, está herida y reconoce al Doménico tierno y sensible, se deja arrullar en sus brazos

–¿Qué ha pasado Carmen, qué te ha pasado?

Doménico nota el temblor que poco a poco domina el cuerpo de Carmen, la estrecha en sus brazos y acoge el mudo sollozo. Libera sus manos de las perchas y se las entrega a Piera que asiste en silencio al drama de su amiga, luego sale de la alcoba. Doménico la lleva hasta la cama y consigue sentarla a su lado. Cuando el llanto remite Carmen comienza hablar atropelladamente, mezclando momentos. El encuentro con Mario, el descubrimiento de su infidelidad, el equivoco al haberla visto con Mahmud y Salif en la puerta de su casa, “pareces una puta”, le insulta su marido. Sin embargo Mahmud en la fiesta le dijo que no tenía clase para ser una puta, que solo era una pequeña burguesa jugando a serlo, tan solo una golfa; y Doménico se tensa y decide ponerle las cosas muy claras a su amigo, sobre todo cuando se entera de la escena en la cocina aquella misma mañana. Aprieta los puños, sabe de las oscuras aficiones de Mahmud y no va a consentir que vuelva a tocar a Carmen. Mientras, sigue escuchando el relato entrecortado, el desvarío de esta mujer atormentada al ser rechazada por su marido que vaga por Madrid; imagina cosas que ella no acaba de contar, preguntas que no responde y enlaza con Irene, su tabla de salvación, – ¿salvación de qué? –, no responde y vuelve a hablar de Irene que la recoge del sufrimiento, le enseña el ambiente y le regala el piercing en los pechos.

Doménico escucha en silencio, entiende y acepta la necesidad de soledad que expresa Carmen

–Pero quizás deberías esperar unos días, ahora estás muy dolida, necesitas compañía, puedo estar a tu lado como amigo Carmen solo como amigo

–Lo sé, pero es lo  mejor, necesito pensar, reinventarme.

–Mario…

–Mario piensa que soy una puta que se acuesta con cualquiera, cree que me he acostado con Mahmud y con Salif, a saber con quien más cree que me estoy acostando a estas alturas.

–Pero no es cierto – interviene Piera que acaba de entrar en la alcoba

–Da igual. Que lo haya hecho o no carece de importancia, para él soy una puta y eso es lo trascendental

…..

El silencio se extiende sobre los tres amigos amantes que reposan en la cama. Piera acaricia con ternura la mano de Carmen que cae sobre su pecho y enreda con el aro, lo levanta y lo deja caer distraídamente una y otra vez. Doménico piensa, piensa mientras la acoge en su hombro, ¿Qué le ha sucedido a esta mujer? ¿Qué puede hacer por ella?. Aspira el aroma de su cabello y piensa qué puede hacer para evitar que esta pareja siga esta deriva que les condena a la ruptura. Carmen por su parte retrocede en el tiempo, vuela de unas escenas a otras. Revive el abuso de Ramiro, su ginecólogo y amigo al que nunca creyó capaz de tratarla como lo hizo; de pronto se ve frente a Mahmud, taladrada por esa mirada que parece ver a través de su cuerpo, capaz de adivinar sus pensamientos; él, que ha sido capaz de hacerla confesar su condición de golfa, ni siquiera puta, solo una simple golfa, la azota y consigue con esa humillación hacer brotar algo muy profundo, algo sobre lo que no quiere pensar, algo de lo que quiere huir y que sin embargo la incita a regresar hacia quien la ha agredido, como el perro apaleado que vuelve a lamer la mano del amo. Ahora se ve frente a Borja viviendo esos turbios momentos que no ha podido contarle a Doménico. Se dejó sorprender por la duda del yuppy, ¿eres o no eres una puta? Tuvo una fugaz tentación a la que no supo ponerle precio.

–¿Cuánto valgo? – la pregunta rompe la paz del silencio que ha dominado los últimos minutos

–¿Qué? – Carmen mira hacia arriba buscando sus ojos

–Si – insiste – si realmente hubiera sido tu puttana, ¿cuál sería mi precio, mi tarifa.

Doménico se separa de ella y la mira violento, Piera se incorpora con cara de sorpresa

–¿De qué estás hablando?

–Vamos, tú debes saberlo, me conoces bien, debes saber lo que valgo

El italiano la observa intentando analizar la expresión de su rostro. Carmen parece serena, no hay rastro de ansiedad ni de ironía. Doménico no logra adivinar el objetivo de Carmen

–No estás bien Carmen, déjalo por favor

–¿Te molesta hablar de esto? Yo estoy bien, solo quiero saber lo que valdrían mis servicios como puta, nada más, todo el mundo me trata de puta, unos como halago, otros como insulto, pero nadie me dice mi tarifa – mira a Piera buscando apoyo – siento curiosidad, nada más –dice encogiéndose de hombros

–Tiene razón, díselo – dice Piera

–Cállate, no tienes ni idea – dice Doménico visiblemente afectado

–¿De qué no tengo ni idea?  Me has tratado de puttana a tu antojo, me has motivado, me has incitado a serlo y cuando quiero saber más, ¿te callas?

Carmen le desafía pero se da cuenta del malestar del italiano y cede

–No te enfades, solo es curiosidad

–Carmen, yo… solo era un juego, no quiero que te pase nada

Carmen sube un brazo hasta alcanzar su mejilla y le acaricia

–Tonto, ¿en qué estas pensando? No me va a pasar nada

–¡Mamma mía! – Piera se levanta bruscamente y se sienta en la cama sin dejar de mirarles burlona

Suena el zumbador de un móvil, Carmen lo reconoce y se sobresalta, sale de la cama, es Julia

–¿Dónde estás? Andrés lleva preguntando por ti toda la mañana

Mira el reloj, las diez y media, ¿cómo  no se ha dado cuenta de la hora?

–Voy para allá, dile que no me encontraba bien

–Carmen ¿dónde estás, te llamé antes y no lo cogiste, te he llamado a casa y al final he optado por llamar a Mario. Por Dios ¿qué está pasando? Me ha dicho que no sabía donde estabas

Un escalofrío recorre su espalda

–Luego hablamos, voy para allá

…..

Entró en el gabinete usando sus propias llaves. La mirada de la recepcionista le indicó que algo no iba bien, quizás su propio rostro no había logrado ocultar la preocupación que la dominaba y eso no hacía sino confirmarle a los que la veían avanzar hacia su despacho que los rumores que circulaban desde primeras horas eran ciertos. Algo sucedía con Carmen, algo que había hecho intervenir al propio Andrés.

Cerró la puerta y se apoyó en ella, cerró los ojos y respiró hondo. No sabía a lo que se enfrentaba. ¿otro fracaso más? Si era así se lo tenía bien ganado. A pulso.

Dejó sus cosas en la mesa y marcó la extensión de Andrés

–Andrés, buenos días

–Carmen, por fin – su voz sonó impaciente

–Cuando quieras

–Yo te aviso

Se sintió desolada, su tono de voz había sido tan frío, tan diferente al habitual. Rodeó la mesa y se sentó. No pudo sino hacerse las peores expectativas. Hizo un repaso mental de lo que había sido aquella semana. Impuntualidades, retrasos en compromisos, cancelaciones en consultas, salidas intempestivas, ausencias en reuniones en las que su presencia era necesaria. No, no había estado a la altura de la responsabilidad que había asumido.

Julia abrió la puerta sacándola de esta condena a la que se estaba sometiendo.

–¿Qué ha pasado? – Carmen hizo un gesto de impotencia con las manos al tiempo que negaba con la cabeza

–¿Qué dicho Andrés?

–Te han estado esperando hasta y media, te he llamado ¿cómo no lo has cogido? – Julia continuó al ver que no iba a responder – pensé que podías estar enferma y te llamé a casa, pero nada. Luego se me ocurrió llamar a Mario, la cosa estaba muy fea – dijo al ver la expresión de Carmen

–¿Qué te dijo? – Julia la miró extrañada antes de responder

–¿Qué me iba a decir? que estarías de camino – se acodó en la mesa y buscó la mirada de Carmen – ¿Me vas a decir de una puñetera vez qué os está pasando?

El sonido del teléfono vino en su ayuda

–¿Si?

–Carmen, cuando quieras – la voz de Andrés parecía haber vuelto a la cordialidad habitual o eso al menos le pareció.

–Voy ahora mismo – se volvió hacia Julia levantándose – Es Andrés

–Claro – Julia se levantó a su vez pero por su expresión Carmen supo que la conversación no había terminado y su amiga, en algún momento, volvería a por respuestas.

…..

–Carmen, pasa, por favor

Andrés la recibe de pie, dos besos, como siempre, su cordialidad es algo mas tensa que otras veces, se le nota preocupado. Cuando se sientan se produce una pequeña pausa que a Carmen se le antoja mas larga de lo necesario.

–Verás Carmen, estoy preocupado; por ti, por el departamento que diriges y por las consecuencias que los últimos acontecimientos pueden tener en el normal desarrollo del gabinete. Esta ultima semana tu… actitud no ha sido, digamos, normal. El lunes te ausentaste por motivos de salud y a partir de ahí has mantenido una conducta errática, si, errática, difícil de prever. Nunca he podido saber si disponía de ti o no, si estarías cuando te necesitaba, si los compromisos a los que te comprometías estarían a tiempo. Incluso tu carácter ha cambiado. En la ultima reunión donde defendiste el nuevo protocolo, tu manera de rebatir las objeciones de tus colegas, de tus amigos, – enfatizó –  fue excesivamente… agresiva, llegó a  veces a rozar el insulto. De verdad Carmen, sé lo luchadora que eres y eso me gusta de ti pero jamás te había visto agredir en una negociación y el otro día, al salir de aquella junta, mas de uno salimos preocupados por tu forma de conducir el debate.

Carmen escuchó el alegato de su mentor sin llegar a creer que su drama personal pudiera haber afectado tanto a todos los ámbitos de su vida, ¿cómo había estado tan ciega?. La voz de Andrés se convirtió en un murmullo sobre el que sus pensamientos adquirieron un primer plano. ¿Acaso se había preocupado durante estos días de su familia? Su madre suele llamar un día si y otro no a casa para hablar con ella, ¿se le había pasado por la cabeza una sola vez que podría estar preocupada?

No, vivía sumergida en su particular vorágine de sexo y drogas, en su egoísta mundo en el que no había lugar para familia, amigos ni esposo. ¿Qué estaba haciendo con su vida?

–¿Me estás escuchando? – dijo Andrés visiblemente contrariado

Carmen no intentó ocultar su distracción, el rubor caldeó sus mejillas, bajó la mirada de nuevo. Tenía que tomar la iniciativa.

–Andrés, estoy pasando por un momento crítico, de una especial gravedad, creo que puedo resolverlo y volver a la normalidad, pero soy consciente de que en estos días no estoy a la altura de lo que esperas de mí, quizás debería haber tomado una decisión antes.

–No empieces con eso otra vez Carmen, cuento contigo, ya lo sabes, solo te pido que cuando tengas problemas cuentes tú también conmigo y pongamos las medidas adecuadas con tiempo, que no actúes por libre, somos un equipo.

Carmen esperó, no sabía que decir. fue Andrés quien continuó

–¿Puedo ayudarte, como profesional, como amigo? – Carmen negó con la cabeza

–No Andrés, te lo agradezco pero esto tengo que solucionarlo yo sola

–Entonces, lo que vas a hacer es tomarte un tiempo, dos, tres semanas, nos arreglaremos sin ti hasta que soluciones tus problemas, lo que quiero es que cuando regreses estés a tope, al cien por cien recuperada

–No Andrés, no es necesario…

–Es una orden, no admito discusión, necesitas solucionar tu problema, sea el que sea, tómate este tiempo de un modo terapéutico, vete con Mario de vacaciones – Para Andrés no pasó desapercibido el gesto de dolor que cruzó el rostro de Carmen, se acercó a ella a través de la mesa y buscó el contacto con su mano, su voz se volvió más suave  – haz lo que sea necesario para recuperar la alegría, la fuerza que siempre has tenido pero destierra la violencia y esa tristeza que empaña tu mirada.

Carmen asintió

–Te quiero de vuelta, quiero a Carmen, a la de siempre, ¿me lo prometes? – dijo ya en la puerta del despacho mientras la sujetaba por los hombros, había mas de padre que de jefe en la forma que la miraba.

…..

–¿Qué ha pasado? – Julia entra al despacho, Carmen está recogiendo algunas cosas de su mesa. La mira, está serena, más serena de lo que ella misma se esperaba.

–Estaré fuera unos días, dos semanas, quizás tres, no lo sé seguro – continúa recogiendo, de pronto se vuelve hacia su amiga – ¿qué ha pasado esta mañana?

Julia duda, no sabe como contárselo

–Te esperaban a primera hora, Luís comenzó a preguntar por ti, parecía muy alterado a medida que pasaba el tiempo y no aparecías, ya sabes como es, empezó a decir que esto era intolerable, cosas así. Fue cuando empecé a intentar localizarte. Entonces Andrés intervino, me preguntó, me dijo que tratase de localizarte como fuese, por eso llamé a Mario, si no…

Luís, su jefe inmediato, nunca asumió bien la caída en desgracia de Roberto. Su relación es correcta, aunque nunca han conectado en lo personal.  Carmen se ha sentido permanentemente juzgada por Luís y piensa que la ve como una protegida de Andrés, lo cual le resta méritos a su trabajo de una manera claramente injusta.

–No te preocupes, ya veo

–¿Qué está pasando? Carmen ¿qué te sucede? Si no me lo dices no te podré ayudar

Julia la toma de las manos, parece angustiada, Carmen se mantiene serena, con una nota de trágica serenidad que lejos de tranquilizar a Julia la pone mas en alerta.

–Ahora no es el momento Julia pero te prometo que pronto hablaremos, te lo prometo.

–¿De verdad? – Carmen le sonríe y asiente con la cabeza

–Ahora déjame, por favor, tengo que hacer un par de llamadas, termino de recoger y me marcho

Julia se abrazó a ella como si temiese perderla. Cuando cerró la puerta del despacho, Carmen se quedó inmóvil. De nuevo la alejaban, la obligaban a tomar distancia de su mundo. Otra vez se sentía repudiada por aquellos que formaban parte de su vida. Andrés, alguien que, además de jefe, era su mentor, alguien por el que sentía un cariño casi paternal y al que le había fallado también, como a todos.

Salió sin despedirse de nadie, evitó las miradas de preocupación que luego se transformarían en cotilleos que durarían uno, dos días a lo sumo, luego quedaría en el olvido hasta que se decidiera a volver. Si es que volvía, si es que Andrés aceptaba su vuelta.

…..

Abrió el pesado portal y se metió en el viejo ascensor cuando eran las doce del mediodía, disponía de un par de horas de soledad para hacer la maleta con tranquilidad antes de que llegase Doménico. Le dejaría una nota anunciándole su decisión, tiempo tendrían de volver a encontrarse más adelante cuando todo se hubiese calmado. Luego pasaría por casa, necesitaba mas ropa y ahora que no sabía cuánto tiempo iba a estar alejada del que había sido su hogar quería recuperar algunos de los objetos que formaban parte de su vida personal, pequeñas cosas cuya ausencia no causara sensación de ruptura en el paisaje de la casa y que a ella sin embargo le iba a procurar un calor de hogar allá donde se instalara. De momento en la vacía casa de Irene, luego ya vería.

–¿Qué haces aquí a estas horas?

La voz de Mahmud la sobresalta, no esperaba encontrar a nadie en la casa

–¡A ti que te importa! – responde molesta por haberse mostrado quizás asustada

La detiene, la toma por una muñeca

–Insolente, ¿no te bastó con lo del otro día?

Carmen intenta soltarse pero el argelino la sujeta con firmeza

–¡Suéltame, qué te has creído!

La atrapa con fuerza por el cuello con una sola mano y la arrastra contra la pared violentamente hasta golpear el cráneo contra el muro. Carmen no puede casi respirar y comienza a sentir miedo

–Ramera orgullosa, ese es tu pecado, el maldito orgullo. No tienes modales pero yo te voy a enseñar a tratar a un hombre

Carmen le sujeta la muñeca con ambas manos intentando soltarse

–¡Suelta! – apenas puede hablar, siente los primeros signos del pánico

–Así no se piden las cosas – Mahmud le aparta las manos de su brazo, Carmen está cada vez mas asustada, se debate, lucha, trata de soltarse pero es inútil, mira de reojo hacia la escalera

–No hay nadie más, estamos solos, o me lo pides bien o te vas a asfixiar

–¡Suéltame!

–No Carmen, pídelo bien – cada vez tiene más miedo, le falta el oxígeno, manotea intentando soltar la garra que la ahoga pero ya le fallan las fuerzas, el terror asoma en su mirada y la sonrisa de Mahmud le asusta. Claudica

–¡Por favor!

–¿Qué?

–Suéltame, por favor

–No es un favor. Suplícame – Carmen está al límite, nota un latido en la sien

–Te lo suplico

–¿Qué?

–Suéltame, te lo suplico

Mahmud afloja la presión en su cuello, Carmen respira con dificultad, tiene la mirada baja, por sus  mejillas ruedan un par de lágrimas, el argelino mantiene la presa en su cuello

–¿Estás loco? ¡No, vale, vale! – rectifica al sentir que el argelino comienza a apretarle la garganta nuevamente

–No has aprendido nada, sigues tan díscola como siempre, lanzando coces a quien se te acerca, ¿quién te has creído que eres? Una mujer, solo eres una mujer.

Carmen le miró con furia y de pronto sintió un fuerte chasquido, los oídos comenzaron a silbarle, el mundo se volvió negro y apenas consiguió mantener el equilibrio mientras se deslizaba por la pared. La había abofeteado. Se llevó la mano a la mejilla que comenzaba a arderle. Miró a mahmud entre sorprendida y asustada.

–No me vuelvas a mirar con esa insolencia ¿entendido?

Se quedó paralizada, pegada a la pared temblando frente a Mahmud, intentando recuperar el aliento, sintiendo como el ardor de su mejilla crecía, humillada, sin poder moverse, como si su cuerpo no fuera capaz de obedecer.

–Estoy harto de tus aires de señora, ya no sé como decírtelo. Hace tiempo que dejaste de ser una señora, solo eres una burguesa de clase media jugando a las putas, una esposa infiel que le pone cachonda hacerle unos cuernos a su marido; estás disfrutando con esta aventura que tienes con mi amigo, viviendo como si fueses una puta, acostándote con Doménico y poniéndome caliente a mi, si, porque ayer estabas mojada como una perra abriendo las piernas y enseñándome las bragas. ¿Crees que no te veía como me mirabas? No eres capaz de serle fiel ni siquiera a tu amante, si hubiera querido te habría llevado a la cama mientras Doménico dormía tranquilamente arriba. – Mahmud la miró recorriendo su cuerpo y ella no pudo soportar esa mirada – Eres una zorra, una aprendiz de puta, una infeliz y si no andas con cuidado vas a acabar en la cama de cualquier desaprensivo que va joderte bien la vida

Carmen pensó en Borja, si no hubiese sido por Irene quien sabe donde hubiese podido acabar anoche. Recordó a Gonzalo, su mirada que la etiquetaba como fácil, como asequible, por un momento se imaginó entregada a él, como una zorra. Algo vio Mahmud en su mirada que la delató.

–¿Sabes que tengo razón, verdad? Estás perdida, sin rumbo, sin nadie que te guíe, ya no eres la santa mujer que fuiste, convéncete, has elegido otra vida, la que te pide el fuego que arde en tu coño, el problema es que no sabes como vivirla

¿Cuándo había empezado a acariciarle los pechos? Carmen se revolvió pero Mahmud apretó de nuevo la mano que aferraba su cuello

–Shhh quieta, fiera – Carmen se detuvo, de nuevo le faltaba el aire y se sometió antes de soportar la angustia de la asfixia, dejó  que la mano de Mahmud recorriera sus pechos

–Así está mejor, ¿ves como no cuesta tanto ser dócil? – Carmen evitaba mirarle pero él la obligó a hacerlo –  Dar placer al hombre es el principal destino de la mujer, cuanto antes lo asumas antes descansarás.

Carmen se dejo acariciar mientras sentía el férreo yugo en su cuello, por alguna razón dejó de sentirse humillada, la mirada de Mahmud, dominante, altiva, poderosa era al mismo tiempo una mirada de admiración, una mirada protectora, no tenía nada que ver con la mirada lasciva de Borja, con los ojos lujuriosos de Gonzalo. ¡Qué extraño! Qué diferente era también a la mirada de Doménico. Se sentía presa por aquella mano que podía asfixiar su garganta a voluntad, estaba entregada a esa otra mano que recorría sus pechos sin que ella le hubiera dado permiso para hacerlo y sin embargo tenía una extraña sensación que no acababa de identificar. Aquel hombre acababa de abofetearla, la había insultado, la había humillado y, si la soltase ahora mismo…

Como si hubiese leído su pensamiento, Mahmud soltó su cuello

–Lo vi en tus ojos ayer cuando te azoté, además del orgullo herido había otra cosa, si, había pasión, deseo – Mahmud seguía acariciándola – ¿Qué hiciste cuando saliste huyendo, dime?

Carmen evitó su mirada, el argelino cogió su rostro con brusquedad y la obligó a mirarle

–Zorra, dímelo, ¿qué hiciste, te tocaste?

Carmen esta atrapada, no puede evitar su mirada, Mahmud es rápido, la suelta y de nuevo la abofetea

–¡Contesta!

–¡Si! – grita casi en un sollozo

–Si, qué

–Si, me toqué – se ha rendido, su voz es dócil, sin rastro de rebeldía

–Te masturbaste

Mahmud esta cerca de su rostro, muy cerca, el silencio es denso, pesado, cada vez que Carmen intenta desviar sus ojos Mahmud aprieta la mano que ha vuelto a rodear su garganta y ella obedece y vuelve a mirarle. Le teme.

–Me masturbé

–Zorra – Carmen baja la mirada, él presiona y ella le mira, el aprendizaje continúa y es efectivo

–Zorra – Carmen ya no baja la mirada, se deja insultar sin dejar de mirarle

–¿Qué hiciste?

–Me masturbé – No baja la mirada, siente el yugo en su garganta, sabe que si no obedece se cerrará. Mahmud sonríe, tiene el rostro tan cerca que Carmen puede sentir su aliento.

–Aprendes rápido

La suelta y se aleja hacia su habitación, Carmen no reacciona, está conmocionada. Sigue apoyada en la pared sin ser capaz de asimilar lo sucedido. Son demasiadas cosas. Andrés, que de una manera suave la arroja de su entorno, no es suficientemente buena, ha roto las normas y debe ser expulsada. Irene, que la quiere pero le pide distancia, tiempo, la expulsa de su lado, no es suficientemente lesbiana. Doménico, que ocupa su lecho con Piera mientras ella está fuera, la arroja de su lado; no hay compromiso, le recuerda, está de paso en su vida. Y Mahmud, que la enfrenta con su realidad, ha roto sus lazos con su vida anterior, ya no es una señora, tan solo es una zorra que cede su cuerpo a unos y a otros. Borja, Gonzalo, Pelayo, Piera su mente se convirtió en un hervidero donde se mezclaron las palabras de Mahmud, los insultos que yo le había lanzado, las miradas sucias que había recibido todos estos días, los desprecios, las vejaciones a las que se había sometido

–Puedes irte mujer, nada te retiene aquí. Coge tu bolso y márchate

Mahmud la sacó de la pesadilla, le miró sin apenas moverse 

–¡No! – casi un grito, casi un desafío. Una última rebeldía de una mujer sin nada más que perder

Caminó hacia ella extrañado

–Si te quedas voy a continuar contigo lo que empecé ayer, lo sabes – Mahmud se cruza de brazos sorprendido – ¿Qué haces ahí, por qué no te vas?

¿Por qué, por qué no se fue cuando la abofeteó? ¿por qué todo lo que le contó la primera vez que bailaron en el club le causó tanta impresión? ¿Por qué volvió a bajar las escaleras después de aquel azote en la cocina? ¿Qué hacía allí sometiéndose a aquella humillación, dejándose pegar por un hombre cuando en su vida había tolerado el castigo físico?

–Porque me lo merezco – respondió tras una pausa

Mahmud la miró. No había desprecio en sus ojos. Parecía estar valorando la situación, Carmen se mantuvo quieta sin apartar los ojos de él, apoyada en la pared, temblando levemente

–¿Te lo mereces?, ¿qué es lo que te mereces?

–Ser castigada

–Qué equivocada estás. Yo no castigo, yo educo – Carmen le miró con los ojos inundados en lágrimas que intentaba no derramar, Mahmud la miró en silencio unos segundos – Aunque por otro lado, la expiación de la culpa te ayudará a ser mas sumisa

Recogió con la yema del pulgar una lágrima que rodaba por su mejilla

–De acuerdo, si es lo que quieres – caminó sin dejar de observarla, luego se detuvo frente a ella – aunque no creo que resistas

Sus ojos se cruzaron a escasos centímetros

–Vamos a ver de que pasta estás hecha, date la vuelta y apóyate en la pared

Carmen respiró profundamente, sintió miedo pero se giró y apoyó las manos en la pared a la altura de sus hombros, Mahmud le corrigió la postura y elevó sus manos arriba, muy arriba, casi en cruz. luego, le golpeó los pies hasta sepáraselos entre sí  y se los alejó de la pared, Carmen pensó que  quedaba en un posición como si fuera a ser cacheada.

Le escuchó salir del salón, cuando volvió al cabo de un minuto le sintió a su lado, le mostró una vara marrón alargada, del grosor de su dedo meñique, la dobló a su lado para que pudiera ver lo flexible que era.

–Esto va a ser muy diferente a lo que sentiste ayer con la regla; por ultima vez te lo digo, te voy a azotar con esta vara, esto no es un juego Carmen, si quieres puedes irte ahora

–No

Mahmud le subió la falda y se la dobló. Luego, con gestos bruscos, se la enganchó en la cintura dejándole al descubierto el culo, se sintió violentada, manejada, humillada, expuesta, pero no se movió. Su respiración se había acelerado y no lograba evitar que sonase en el silencio que reinaba en el salón. Mahmud se paseaba despacio, supuso que la miraba y el calor de sus mejillas se intensificó realzando la marca que debía tener en la que había sido abofeteada momentos antes. No pudo evitar un gesto de alerta cuando comenzó a hablar

–Eres una ramera Carmen, una perra infiel, has engañado a tu esposo, ya no se puede fiar de ti. Te acuestas con otros hombres a sus espaldas, tienes un amante y también le engañas a él, conmigo, con su mejor amigo. No eres de fiar Carmen, eres una mala  mujer, una furcia, una golfa. Por eso te voy a castigar, por eso estas aquí, pidiendo el castigo, porque sabes que lo mereces. Crees que así vas a expiar tus culpas pero no es así porque volverás a caer, tienes el vicio sembrado en tu cuerpo y ya no puedes vivir de otra forma. No eres buena Carmen, eres una mala mujer, no sirves para esposa ni para madre, solo sirves para follar, en eso eres buena, muy buena, demasiado orgullosa pero eso se corrige, Carmen no te preocupes, poco a poco aprenderás a ser sumisa

Mahmud situó la vara sobre las nalgas de Carmen y ésta contuvo la respiración esperando el golpe que no llegó.

–Shhh no tiembles, tienes que aprender a confiar en tu dueño, sabes que te lo tienes merecido, relájate, cuanto más relajada estés menos te dolerá, eso tú ya lo sabes, acéptalo, esa es la mejor disposición mental Carmen, aceptación, si no es así mejor es que te vayas ahora

Carmen inspiró profundamente varias veces, su cuello se venció entre los hombros

–Eso está mejor, acepta tu destino, acepta tu condición y espera el castigo que has pedido

Mahmud volvió a posar la vara sobre las nalgas de Carmen, esta vez consiguió controlar la tensión que solo se mostró en la respiración rota brevemente. Tras unos segundos, la vara desapareció y Carmen esperó el trallazo pero no llegó. El corazón comenzó a acelerársele. Sintió unos golpes secos en sus riñones

–No estás bien puesta Carmen, saca más el culo, sino puedo hacerte daño en la espalda

Carmen se agachó un poco, metió riñones y saco culo. Mahmud, sin previo aviso le bajó las bragas hasta medio muslo, Carmen emitió un grito. El corazón comenzó a bombear con fuerza. Una oleada de imágenes la arrollaron, el mismo esquema ya vivido, la misma situación, arrojada contra una pared, sometida, semidesnuda, con esa tensión que rodea sus piernas que le producen las bragas en mitad de sus muslos es… es… ¡Oh no!

El contacto de la vara en sus nalgas, tanteando la mejor posición se añade a la pesadilla, el corazón parece que se le va a salir por la boca. Diez segundos después la vara silbó al salir despedida hacia arriba, Carmen apretó los ojos, tensó los músculos pero la vara no volvió.

Su respiración se había convertido en un jadeo , miedo, miedo era lo que dominaba sobre todas las cosas, miedo era la única emoción que podía percibir, la única cuya intensidad  apagaba cualquier otra, tenía las aletas de la nariz dilatadas, tan dilatadas que notaba como los músculos de los labios y de la nariz estaban en máxima tensión.

Cuando sintió posarse la vara con suavidad en su piel ahogo un grito que no llegó a salir. Mahmud tanteó la mejor posición, busco el ángulo adecuado, bajó hasta casi posicionarse en el nacimiento de los muslos, luego rectificó y se colocó en la parte media de los glúteos. Se detuvo, tanteó dos o tres veces, descansó la fusta en la carne, Carmen supo que esta vez si, esta vez iba a recibir el trallazo que desgarraría su piel.

En un abrir y cerrar de ojos, la fusta desapareció, escuchó el silbido en el aire, sus ojos se cerraron esperando el dolor, sus nalgas se tensaron, su cuello se agarrotó.

Luego nada, una tensa espera, un tiempo agónico en el que los músculos se fueron relajando poco a poco, nunca del todo porque nunca acabó de confiar, de creer del todo que no fuera a llegar el despiadado dolor que no por desconocido fuera menos temido. Quizás eso le hacía mas horrible, mas pavoroso, no saber el alcance del daño le hacía ser mas temible, si al menos lo hubiera sufrido una vez sabría a qué atenerse. ¡Qué paradoja! El verdugo le estaba haciendo desear el castigo

–No estés en tensión Carmen, si el músculo está  duro la fusta desgarrará la piel, acepta el castigo, deja el culo relajado así el daño será menor, tú lo sabes ¿por qué no te abandonas?

No podía hacerlo, intentaba dejar el glúteo suelto y en cuanto sentía el contacto de la fusta el terror le impedía dominar el reflejo que contraía la musculatura.

No tuvo tiempo de seguir pensando, de nuevo la fusta se dejó sentir en su piel y otra vez su cuerpo reaccionó al contacto poniéndose en tensión, sus nalgas se endurecieron, sus piernas se tensionaron, su corazón se desbocó aun mas, Carmen dejó caer la cabeza entre sus hombros, y se plegó al ritual del verdugo, la vara acarició sus nalgas buscando el lugar mas apropiado o simplemente haciéndola sufrir, subiendo hacia sus riñones, bajando, dos, tres golpecitos.

No pudo controlar un gemido cuando sintió como la fusta se introducía entre sus labios, tuvo que contener un movimiento instintivo que la hubiera conducido a cerrar sus piernas. Aquello habría enfadado a Mahmud, ¿Qué habría sucedido, la habría abofeteado otra vez, la habría ahogado como antes? Quizás tan solo le habría dicho que se fuera. En cualquier caso consiguió controlarse todo menos el jadeo que movía su pecho de una manera escandalosa.

La forma en que resbalaba la fusta entre sus labios la avergonzó, estaba húmeda, empapada, casi al mismo tiempo que este pensamiento se cruzo por su mente, escuchó a su verdugo

–¿Ves como eres una zorra? Estás mojando la vara Carmen, el miedo no te impide estar caliente como una perra, estás temblando de miedo y chorreas como una cerda, no tienes remedio

Mahmud limpió la vara en sus nalgas y comenzó el juego otra vez, Carmen sintió que le iba a estallar la cabeza, ahora si, sabía que esta vez el castigo era inminente, la forma en que había dejado esta vez la vara en su culo mostraba una determinación diferente y se preparó para el dolor, sabía que sería muy diferente al producido por una regla plana como la que utilizo ayer, esa fusta podía desgarrarla y tuvo miedo.

Silbó en el aire, cerró los ojos, se tensó, agachó la cabeza, un gemido agudo escapó de su garganta.

Nada, de nuevo nada, solo su jadeo, su terror, su desconfianza por si todavía podía descargar el trallazo en su carne desnuda.

Pasos, “Zorra, mala mujer, infiel, no tienes palabra, no eres de fiar”. Le duele la cabeza. Si, es cierto, no es una buena mujer, ha engañado a la persona que mas la ha querido, le ha fallado, ni siquiera ha sido capaz de mantenerse fiel a Doménico, tampoco a Irene, ¿qué ha hecho esta mañana con Piera? Es una zorra sin escrúpulos, se merece estar así ¿por qué no la azota de una puñetera vez?

Siente la fusta otra vez en el culo, ¡si, joder, si, rómpeme la carne de una vez! Desea decirle. Se mueve, le ofrece el culo con un gesto que Mahmud interpreta mal

–¡Pero que zorra! ¿Estás caliente, te pone esto? – Mahmud abre la mano derecha, coge fuerza y descarga un brutal azote en la nalga de Carmen que pierde el equilibrio y casi cae al suelo, grita, se recompone y recupera la postura – No vuelvas a provocarme con tus contoneos furcia, esto no es un juego ¿te has enterado?

El dolor hace palpitar su glúteo, Carmen no puede controlar las lágrimas, Mahmud vuelve a sujetar con rudeza la falda  con la cinturilla que se había soltado por la violencia del azote, – Ni te muevas – la amenaza al oído. El glúteo herido palpita y arde y cuando Mahmud sitúa la fusta sobre él Carmen se sobresalta, esta vez no tiene perdón

De nuevo la ruleta rusa en movimiento, la vara se sitúa, se mueve, oscila por la tersa carne de Carmen, busca la mejor posición, va poniendo en tensión a la mujer.

Desaparece, silba en el aire, Carmen cierra los ojos, se tensa, espera el dolor. Nada, la nada agónica, la nada que la hace desfallecer

Silencio, espera, ¿por qué esta vez la atormenta con esta pausa mas larga? ¿qué debe hacer? No puede calcular cuanto tiempo lleva esperando el contacto de la fusta en su piel, no se atreve a mirar atrás, a romper la norma.

Pero el tiempo pasa y el silencio es estridente

–¿Mahmud?

No hay respuesta, vuelve a llamar a su verdugo. Mira hacia atrás y no le ve, se atreve a romper esas cadenas invisibles que la atan a la pared, se vuelve. No hay nadie vigilándola

–¿Mahmud?

Se sube las bragas y camina temerosa hacia la habitación del argelino, está vacía.  Se dirige hacia la cocina llamándole, ya no susurra, ha elevado el tono de voz, le busca nerviosa, sube las escaleras ,– “¿Mahmud?” – repite con cierta angustia en su voz. Escucha como se cierra de golpe la puerta de la calle.  –¡Mahmud! – grita, no acierta a entender, esos segundos que ha perdido son vitales, se suelta la falda de atrás y baja corriendo las escaleras hacia la puerta, abre pero ya no hay nadie. No puede irse, no puede dejarla así. No puede hacerle esto.

–¡Mahmud! – grita con todas sus fuerzas

Entra en su dormitorio, mira la fusta, se sienta en la cama aturdida ¿por qué, por qué? Se deja caer en la cama, golpea el colchón ¿por qué? Esconde el rostro entre sus brazos. El dolor de su nalga golpeada le recuerda las palabras de su verdugo, zorra, furcia. Se repite sus propias palabras, no ha sido capaz de mantenerse fiel a Mario, a Doménico, a Irene, no es mas que una puta rechazada por todos, incluso por Mahmud.

Una hora mas tarde tiene preparada su maleta, no queda rastro de su presencia en casa de Doménico. Echa un ultimo vistazo al dormitorio donde ha vivido esa semana, después baja las escaleras  y sale de la casa.

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