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Diario de un Consentidor (57)

en Intercambios

“Mujer-30: ¿qué prefieres leer, que tengo unos dedos dentro de mi coño que me están torturando?”

 

“Ricky: Dicho así parece que tus dedos no te pertenecieran, que tengan vida propia”

Carmen me lanzó una mirada de complicidad. No hicieron falta palabras para entendernos.

“mujer-30: Es lo que parece, es como si se movieran por voluntad propia, apenas los controlo”

“Ricky: supongo que estarás cómoda”

 

“Ricky: me refiero a que a estas horas, debes estar en pijama, como mucho”

La observé mientras meditaba su respuesta. Apenas cubierta por el corto albornoz, sus muslos desnudos y algo separados mostraban su pubis invadido por mis dedos. La cinta que sujetaba el albornoz a su cintura se había ido aflojando y su escote se abría hasta su estómago mostrándome la curva de sus pechos.

“mujer-30: No suelo utilizar pijama”

 

“Ricky: ¿camisón?”

 

“mujer-30: tampoco”

 

“Ricky: entonces…”

 

“mujer-30: tengo puesto un albornoz”

 

“Ricky: ¿Nada más? Perdona si soy indiscreto”

 

“mujer-30: Si, lo eres, pero te perdono”

 

“Ricky: entonces, me responderás?

 

Saqué mis dedos de su coño, ambos estábamos tan centrados en la conversación que ya llevaba un buen rato sin moverme en su interior.

“mujer-30: No necesito más ropa para estar cómoda en casa, no crees?”

 

“Ricky: estoy convencido. Debe ser un placer verte ahora mismo”

¡Y tanto! Volcada hacia el teclado el albornoz se ahuecaba y me dejaba ver sus pechos en los que sus pezones aparecían agresivamente puntiagudos, mas por la excitación que por el frío.

Me levanté y me situé tras ella, tomé el albornoz y lo deslicé por sus hombros hasta dejarlo caído por su espalda, Carmen no tardó en sacar los brazos de las mangas y así continuamos, ella escribiéndose con un desconocido, yo leyendo tras ella, acariciando su espalda, disfrutando del placer de ver a mi esposa totalmente libre, totalmente entregada al sexo virtual.

Seguimos jugando con Ricky durante una media hora más en la que Carmen se dejó llevar por la excitación y se comportó como jamás lo había hecho. Le confesó que se había despojado del albornoz, le respondió a cuanta pregunta le formuló y se comprometió a volver a encontrarse con él la noche siguiente. Sorprendentemente fue Ricardo quien terminó la conversación y tuve la impresión de que, si por Carmen hubiera sido, habría estado hablando mucho más tiempo con él.

Cuando se cerró la ventana de Ricky no hizo intención de leer los demás mensajes que aparecían en pantalla y directamente cerró el irc. Se volvió hacia mí, parecía interrogarme.

-       “¿Te ha gustado?” – le pregunté, alzó los hombros y cerró los ojos un momento

-       “Siiii!, ha sido morboso”

Parecía una niña estrenando un juguete ¿Dónde estaba la mujer lasciva que hace unos momentos me lanzaba frases obscenas?

-       “¿Nos vamos a la cama?” – pronto comenzaría a amanecer.

La tomé de la mano para levantarla, ella dio un impulso y se echó en mis brazos. Nuestras bocas se unieron, nuestras lenguas se buscaron con avidez.

Pegados el uno al otro agradecimos el calor que todavía conservaba la cama, su cabello cosquilleaba en mi nariz mientras ella, refugiada en mi cuello, me prodigaba besos cortos y constantes. Mi mano izquierda recorría su costado ascendiendo la suave colina de su cadera, bajando por su muslo y buscando al retroceder sus nalgas, su espalda, su hombro…

-       “Seguro que se ha hecho una paja”

La sorpresa detuvo el deambular de mi mano por su piel. De nuevo aparecía esa voz algo más grave, ese tono desafiante, ese lenguaje vulgar.

-       “¿Tú crees?” – dije con cautela.

-       “¡Hombre! A ti se te pone una tía a contarte que está desnuda y tocándose… me vas a decir que no te la machacas!” – terminó la frase entre risas.

Separa su rostro para poder mirarme y en la penumbra descubro esos ojos calculadores, ardientes. Es la mirada de una extraña.

-       “Dicho así…” – me agarra con fuerza la verga que ha comenzado a hincharse y simula una masturbación.

-       “Vamos, sé sincero, ¿No te ha puesto cachondo verme charlar con ese tío?”

Sus dedos aprietan mi polla y la frotan con rapidez, un disparo de excitación me enciende. Me vuelvo sobre ella y la inmovilizo bajo mi cuerpo, sujeto sus muñecas con mis manos y la miro con furia.

-       “Eres una zorra” – sonríe, pero su boca muestra una mueca.

-       “¡Siiii! ¿Ahora te das cuenta?”

La beso con violencia, mis dientes atrapan su labio inferior y lo muerdo hasta que la noto agitarse  y escucho un gemido.

-       “¡Cabrón, me has hecho daño!”

-       “¿No es lo que querías?”

Sin soltar sus manos mi boca se apodera de su cuello, es uno de sus puntos débiles y comienza a retorcerse mientras lo chupo. Luego desciendo a su pecho y me apodero de su pezón, lo lamo, lo acaricio con la lengua, lo rodeo con los dientes… aprieto, no sé por qué lo hago, aprieto, escucho su quejido, aprieto.

-       “¡Hijo de puta!”

Su insulto me exaspera, aprieto más, su queja se convierte en grito.

Pero sus brazos no forcejean para liberarse. La suelto y sigo mordiendo su pecho. Sus manos se aferran a la almohada como si no la hubiera liberado, su vientre se curva golpeando mi polla.

Siento el sabor acre de la sangre y despierto de la locura. Al soltar mi presa el dolor se vuelve más lacerante y su grito se vuelve más agudo. Abre los ojos y me golpea con los puños en el pecho.

-       “¿Qué coño has hecho?”

Por toda respuesta, aprisiono su pezón herido entre mis dedos y lo estiro. Su espalda se curva y su garganta emite una profunda exhalación que vacía sus pulmones, se queda paralizada mientras mis dedos mantienen la presión.

-       “Castigarte, te has comportado como una ramera y mereces un castigo”

Suelto el pezón y de nuevo el dolor crece y hace que se retuerza, vuelve sus ojos turbios hacia mí.

-       “¿Y si yo no quiero?”

La obligo a volverse de espaldas, me sitúo sobre sus muslos y antes de que pueda reaccionar estrello mi mano en su nalga. El restallido inunda la habitación, su cuerpo parece botar en la cama, tiene el rostro hundido en la almohada y consigue ahogar su queja. - “¡Puta, zorra!” – repito a cada nuevo azote. Mis ojos apenas son capaces de captar el balanceo de mi brazo cogiendo fuerza y estrellándose con saña en el culo de Carmen que vibra estremecido con cada golpe. Uno tras otro, sin que mi asombro sea capaz de detenerme, los crueles azotes resuenan en el silencio de la alcoba salpicados tan solo por mis insultos, “zorra, ramera, puerca, puta”. Cuando ya no soporto la quemazón en mi mano me detengo. ¿Me he vuelto loco? Nunca he golpeado a nadie, jamás he sentido la tentación de hacerlo. La ira jamás me ha inducido a emplear la violencia y el sado no ha formado nunca parte de mis placeres.

Hasta hoy.

Está temblando, yo también. Escucho mi propia respiración desbocada que se solapa con la de Carmen, temblorosa, jadeante. Una inmensa culpa me domina, la hago girarse pero el roce de las sábanas le impide volverse. Tiene los ojos arrasados en lágrimas, la beso y cuando me dispongo a pedir perdón…

-       “¡Te quiero!” – dice con su voz más dulce.

-       “¡No sé qué me ha pasado…” – un dedo sella mi boca.

-       “Shhhh! Calla” – sus manos acarician mi rostro y mi cabello, nos besamos con ternura. Mis ojos se inundan de lágrimas que soy incapaz de contener – “calla” – repite cuando intento disculparme de nuevo.

Estoy sobre ella, no sé cuándo se ha terminado de volver boca arriba, me deslizo hasta situarme, siento su mano que toma con delicadeza mi polla y la dirige a sus labios, la desliza arriba y abajo para empaparla y luego la suelta para que yo termine de penetrarla. El dolor en sus nalgas aumenta con cada movimiento de mis caderas, sus quejas se van transformando en jadeos. No vamos a aguantar mucho más, lo sé, lo noto en su voz.

Explotamos en un orgasmo simultáneo. Cuando yo ya he acabado la observo como sigue presa del clímax, debatiéndose entre convulsiones que la alejan de la consciencia.

El sueño nos encuentra agotados, inertes, saciados.

…..

Abrí el grifo de la ducha y dejé que el agua helada se estrellara en mi piel. Apenas habíamos dormido un par de horas y necesitaba despejarme. Carmen seguía en la cama, el masaje con la crema que le había aplicado en su pecho herido había actuado de relajante. Al no venir a la ducha conmigo supuse que se habría dormido otra vez.

Gradué el agua para que fuera tomando temperatura y me enjaboné. Aturdido por los acontecimientos, preocupado por los constantes cambios de conducta de Carmen hago un repaso rápido de las últimas horas. Es cierto que a veces no la reconozco en su comportamiento, pero no es menos cierto que yo tampoco me identifico con el animal que mordía sus pechos y la azotaba hasta amoratar su culo.

Sin embargo, solo pensar en ello dispara en mí una oleada de excitación irrefrenable.

¿Qué nos estaba sucediendo? No era la primera vez que nos dábamos un cachete en medio de algún juego sexual, pero lo de aquella noche era mucho más salvaje, mucho más duro.

Cuando volví a la alcoba la encontré dormida. Me vestí procurando no hacer ruido y salí a la calle.

El aire frio de la mañana me acompañó durante mi paseo por los jardines de la urbanización, caminaba solitario, sin cruzarme con nadie en aquella mañana de sábado.

Desayuné un café y un croissant en el único bar que encontré abierto  y de regreso compré el periódico. Al entrar en casa escuché el sonido de la ducha. Carmen canturreaba bajo el agua.

Entré en el baño, la mampara cubierta de vaho me impedía ver con detalle, tan solo su silueta moviéndose con esa sensualidad tan natural en ella gmientras se aclaraba el pelo bajo la ducha. Esperé a que cerrase el grifo para hacerme notar.

-       “¿Ya estás aquí?” – dijo alegremente.

Salió de la ducha y le ofrecí la toalla, comenzó a secarse mientras hacíamos planes para el vermut de la una. Ninguno de los dos volvimos a mencionar lo sucedido.

…..

Cuando llegamos al bar, veinte minutos tarde, ya estaba todo el grupo sentado en las mesas del fondo. No me costó localizar a Graciela en la barra.

-       “Allí está “ – le dije a Carmen.

La miró durante un segundo en el que pude captar multitud de reacciones: rivalidad, hostilidad, aplomo y, como era de esperar en ella, la vi crecerse, afrontar el reto.

-       “Es guapa. Anda ve a por ella” – dijo y caminó hacia el grupo haciendo gestos de saludo mientras yo me dirigía a la barra.

Graciela nos había localizado al entrar y ahora, al ver mi sonrisa, cambió su expresión de cautela y sonrió.

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