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Diario de un Consentidor 87 Lejos, cada vez más...

en Intercambios

Lejos, cada vez más lejos

(Sábado)

Perversa. No se le ocurre otra palabra. Sin embargo, los recuerdos que la han llevado a calificarla de esa forma no le desagradan, quizás deberían provocarle rechazo. Lo intenta pero, muy al contrario, solo consiguen despertar un profundo murmullo de tortuoso placer.

Perversa, Claudia ha sido perversa, depravada, retorcidamente viciosa.

Empezó a ser perversa cuando la dejó sola en la alcoba cerrando tras de sí la puerta del cuarto de baño, envuelta en un mar de confusión. ¿Tenía que abrir la cama antes o después de prepararle la infusión? ¿Estaba allí para follar con ella o era una jodida criada?

No suele hablar mal pero se sentía tan utilizada, tan engañada que lo único que quería en aquel momento era aporrear la puerta del baño y, por primera vez en su vida pronunciar unas palabras que aborrecía: “¡Vete a tomar por culo!”. Luego cogería su bolso, llamaría a un taxi y saldría de allí.

Sin embargo, se quedó quieta, sintiendo como su pecho subía y bajaba atropelladamente, mientras su mente componía una escena en la que entraba en el baño y le cantaba las cuarenta a esa mujer, “¡pero tú quién te has creído que eres!”. Así una, dos, infinidad de veces, reelaborando la escena, haciéndola más compleja, consiguiendo encenderse más en lugar de calmar esa sensación de haber sido humillada sin ningún motivo.

Luego, cuando supo que no iba a marcharse, cuando se rindió a la evidencia de que no iba a traspasar esa puerta ni le iba a pedir explicaciones, quitó el cubre edredón, lo dobló y lo dejó donde Claudia le había ordenado. A continuación bajó a la cocina y buscó lo necesario para preparar la infusión de té verde, dispuso todo en una bandeja, subió a la alcoba, lo dejó sobre la mesita camilla, se acercó a la puerta del cuarto de baño.

Y llamó con los nudillos.

–¡Pasa!

Claudia la miró desde la bañera, parecía tan relajada, sumergida hasta el cuello en el agua humeante. Sonrió invitándola a hablar.

–Ya tienes la infusión preparada – Carmen se sintió cohibida.

–Gracias – Siguió mirándola en silencio, como quien observa un objeto hermoso. Carmen permaneció quieta ante ella, sin saber qué hacer ni qué decir. Sabe sin embargo para qué está allí, lo ha sabido desde que aceptó seguirla, desde que se montó en aquel lujoso auto, desde que se ha rendido, ha abierto la cama y ha asumido su papel en la cocina.

–Desnúdate

No es fácil distinguir el tono de voz que le imprimió, parecía amable y a la vez tenía un toque imperativo. Esa era la condenada habilidad que tenía Claudia y que Carmen no lograba descifrar

–¿No vas a tomarte…

–Llevo toda la noche muriéndome de ganas por verte desnuda. Luego me traes la taza, ahora desnúdate.

No había duda, su voz ya no pedía, exigía. Comenzó a desabrocharse la blusa sin apartar la mirada de esos ojos que la vigilaban. Dobló cuidadosamente la prenda y la dejó sobre un aparador. Buscó atrás la cremallera de la minifalda y se desprendió de ella. Durante unos breves segundos de duda vio como la mirada de Claudia la recorría una y otra vez. Se encontraba solo con la ropa interior de Irene, las medias y los zapatos de tacón. Se los quitó y los apartó. Subió un pie al borde de la bañera y comenzó a quitarse la media. “Despacio”, escuchó susurrar. Elevó la mirada y vio la transformación que se había producido en su rostro, la lujuria la había vuelto mas hermosa, incluso parecía más joven. Cambió de pierna y obedeció, deslizó la media lentamente por su muslo haciendo que el recorrido se eternizase y sintió las primeras pulsaciones en su coño. Se incorporó, el roce de los pezones en el leve tejido del sujetador le supo a caricia, los sintió duros como rocas y mucho más desde que se los habían perforado. Claudia se ha dado cuenta, sus ojos están atrapados en sus pechos como un imán. Llevó los brazos hacia atrás buscando el cierre y cuando al soltarlo notó la liberación de la tensión fue como si se liberase de algo  más. Sus dedos bajaron los tirantes y arrastró la prenda. Ya, por fin, ya estaba desnuda ante ella, y lo que vio en sus ojos la llenó de orgullo. Claudia abrió ligeramente la boca, sus ojos brillaron, un leve movimiento de sus piernas bajo el agua delató su excitación.

Carmen dejó el sujetador con el resto de la ropa y se quedó quieta frente a ella

–Sigue

Los latidos en su sexo son cada vez más continuos, Carmen toma la ultima prenda por la cintura y la desliza poco a poco, está tan húmeda que se resiste a separarse de su sexo. Cuando al fin la tiene en su mano, consciente de que está siendo observada, la dobla y se vuelve para dejarla sobre el resto de la ropa, luego se encara con ella.

Durante un tiempo que no puede calcular, cinco, diez segundos, pero que se le hacen eternos, los ojos de Claudia recorren cada milímetro de su cuerpo. Carmen tiembla de una manera imperceptible aunque cree que ella será capaz de darse cuenta. Su coño palpita cada vez con más frecuencia, cada vez más intensamente, la humedad que empañó la braga ahora no tiene donde contenerse, ¿será visible? Un rubor incontenible arrasa su rostro, Claudia sonríe.

–Eres preciosa

Carmen calla, se entrega, sus ojos miran más allá, poco a poco pierde la tensión que le produjo desnudarse, ahora se deja mirar, se siente deseada, baja los ojos y observa su expresión de deseo. Se excita, está allí para dar placer, no hay entre ellas nada más que deseo, no hay nada más que sexo y esa idea que acaba de surgir le hace sentirse libre de ataduras.

–¿Qué edad tienes Carmen?

–Treinta años –Claudia se sorprende

–¡Criatura! no te echaba mas de veinticinco – la repasa con la mirada de arriba abajo – eres un ejemplar perfecto. Date la vuelta – Carmen obedece y le da la espalda – Si, perfecto

Carmen se estremece al escucharla

–¿Un ejemplar, de qué, para qué? – pregunta molesta y escucha una risa queda

–Modelo, no te asustes, tengo amigos artistas que pagan muy bien a chicas como tú ¿te interesa?

Carmen se volvió y clavó sus ojos negros en ella

–No gracias, sabes que no lo necesito

–No todo se hace por necesidad, a veces también es una cuestión de placer. Servir de modelo a un pintor puede ser muy gratificante, ni te imaginas cuánto. Tienen otra forma de mirar, y lo notas, ¡vaya si lo notas! Sé que tienes una vena exhibicionista por explotar, te has delatado varias veces esta noche.

–Gracias pero no –recalca. Claudia encogió levemente los hombros

–Pásame la toalla, aquella – dijo señalando una en concreto

Carmen tomó la toalla  y escuchó el sonido del agua al levantarse, Claudia salió de la bañera y esperó que la envolviera.

–Gracias

Claudia se secó y luego se puso un albornoz

–Aprovecha el agua, aún está caliente

–Prefiero darme una ducha

–Luego, ahora quiero que te bañes mientras me tomo la infusión aquí, contigo. Puedes cambiar el agua si es lo que te incomoda – dice al verla dudar

–No, no es eso, claro que no

Carmen se sumergió. El agua conservaba una temperatura elevada y pronto sintió el efecto tonificante de las sales de baño.

Salió hacia el dormitorio y volvió con la taza, se sentó al borde de la bañera y se quedó mirándola. Carmen abrió los ojos, ya no se encontraba tan cohibida al sentirse permanentemente observada.

–Deberías haberte desmaquillado antes, bueno, luego lo solucionaremos – Carmen sonrió por toda respuesta

Claudia dejó la taza y se remangó, hundió la mano en el agua y comenzó a acariciarle el hombro, luego dejó que su mano deambulara por su cuerpo. Carmen cerró los ojos, solo quería sentir. Las uñas, perfectamente perfiladas, marcaban líneas onduladas por su piel, vagaron por su clavícula, descendieron entre los pechos y dibujaron su contorno, recorrieron el relieve de las costillas, siguieron el perímetro de la joya que adorna su ombligo y se desviaron hacia la cresta de una de sus caderas, viajaron por el interior de los muslos evitando rozar el sexo y Carmen protestó con un suspiro entrecortado. Esos dedos apretaron una de las pantorrillas antes de comenzar el camino de regreso y cuando volvieron por sus muslos y estos se abrieron guiando su camino ya no pudo ignorarlo y reposó sobre el mullido delta. Las piernas entraron en tensión, emergieron del agua, se doblaron sobre su pecho, se abrieron para ofrecerse a esos dedos curiosos que, con cuidado, bucearon entre los labios con la sabiduría propia de una mujer.

Desde que se fijó en sus cuidadas manos, desde que vio sus largas uñas había temido este momento. Ahora sentía como se deslizaban por su sexo, como abrían sus pliegues y tuvo miedo, no lo pudo evitar. Sin embargo se sentía entregada, abierta, notaba la suavidad de la yema de sus dedos y un poco mas allá, como si de afiladas cuchillas se tratase, la dureza puntiaguda abriéndose paso por medio de su vulva. Estaba en sus manos, un mal gesto, un movimiento brusco y podría dañarla irreversiblemente. Claudia jugaba con ese efecto sin duda, notaba la tensión que le provocaba al situar la punta roma de las uñas en el cruce de dos finos pliegues. Se detenía, parecía insinuar, “si quisiera, si ahora quisiera destruiría este débil velo que protege tu intimidad”. Y Carmen, en tensión, abierta, ofrecida, calla, espera, se mantiene expectante con las cuchillas amenazando su zona más frágil. El poder y la sumisión convertidos otra vez en erotismo.

–Ábrete – Obediente, abrió el ángulo de sus piernas que emergían del agua mostrando impúdica su sexo y separó los labios con dos dedos. La miró. ¿Acaso se podía entregar más?

Claudia accionó un botón de la bañera y redujo el nivel hasta conseguir que el agua bañara el sexo de Carmen mansamente, como si fuera una playa, luego se arrodilló en el suelo, rozó el erguido clítoris con la yema del índice. Carmen arqueó la espalda bruscamente chocando la cabeza contra la bañera. Era demasiada estimulación.

–¡No puedo! –gimió

–Claro que puedes

Siguió castigando su sexo que ella misma le ofrecía y comenzó a temblar pero no hizo nada por negarle el fruto que fue madurando con cada toque de sus expertos dedos y se fue hinchando, abriendo. Carmen sentía como si todo su coño fuera enorme, como si el resto de su cuerpo hubiera desaparecido y solo esa parte de si misma existiese. El roce alcanzó el puntiagudo clítoris, se retorció en el agua y se mantuvo tensa, jadeante mientras Claudia trazaba círculos sobre la erguida cabeza. Aquella tortura dejó paso a la uña que pulsó la sensible zona como si fuese una púa y la hizo brincar en la bañera otra vez, no pudo reprimir un grito y creyó desfallecer

–¡Claudia! –suplicó

–Calla

Una vez más Claudia recorrió el mismo camino, valle abierto, labios hinchados, colina erguida. Una vez más Carmen se tensó como si hubiese sido alcanzada por un rayo y su grito se confundió en un sollozo de placer. Pero no se rindió, no abandonó la posición de entrega. Las piernas elevadas, abiertas, su sexo ofrecido, sus propios dedos abriendo la gruta para que pueda torturarla sin piedad.

–Ahora estate muy quieta, no te muevas

Notó como dos uñas la pinzaban más abajo del capuchón del clítoris que quedó aprisionado y palpitó atacado por aquella inesperada presión en una zona virgen. Acostumbrada a estimular el glande se sorprendió al sentir sensaciones más allá, en una zona que nunca antes había despertado. Y se volvió más duro, turgente, erguido ante algo que jamás había sentido. La miró sorprendida. La presión justa, un poco más y estaba segura de que habría dolor. Comenzó a notar algo nuevo, un brote de excitación, una sensación desconocida que nacía de algo muy profundo, algo que nunca antes había sido estimulado.

–¿Lo notas, notas el tallo del clítoris?

–¡Si, si, oh, si! – exclamó con los ojos muy abiertos.

Claudia empujó levemente las uñas hacia el pubis, retirando el capuchón, irguiendo aún más el clítoris.

–Tócalo, mira, nunca lo habrás tenido tan grande como ahora.

Carmen lleva sus dedos hacia su sexo, tropieza con los de Claudia que se retira y por fin llega a su clítoris, se asombra por su tamaño, por su rigidez, comienza a rozarlo y apenas puede aguantar la excitación, un solo toque y responde como nunca antes. Se masturba, todo su cuerpo reacciona al roce, salta en el agua, apenas puede soportarlo y cae en un brutal orgasmo.

…..

–¿Café?

–Ya estará frío.

–¿En qué piensas?

Carmen baja la mirada. Claudia descansa sobre su estómago y tiene que forzar el cuello e inclinar la cabeza para poder encontrarse con sus ojos. Sonríe.

–Estoy pegajosa, me tengo que duchar – responde con un mohín de protesta al tiempo que le da un suave cachete en la espalda.

–¿Te habías comido alguna vez un coño con sabor a mermelada de fresa?

–Nunca, ¿Y tú, te habías comido un coño con sabor a mermelada de melocotón? –Responde usando su misma frase – No me lo digas, seguro que sí

–Pero ninguno tan sabroso como el tuyo – los ojos le sonríen, no parece la misma mujer autoritaria que la trata a veces como a una criada.

Carmen se remueve, Claudia se incorpora.

–Tengo restos de mermelada por todo el cuerpo – protesta Carmen.

–Eso es que no me esmeré tanto como tú, yo estoy limpia – Claudia la mira con malicia.

La noche ha sido larga. Tras el baño, Carmen se desmaquilló y bajaron a la cocina, Claudia insistió en que comiera algo ligero. Ya en la cama se sintió un juguete en manos de una experta que buscaba no solo su placer sino el de ambas. Creía haber roto todos los límites, no sabía que Claudia se disponía a llevarla más allá.

Mirarla a los ojos mientras abre sus piernas y frota por primera vez su sexo con el de otra mujer rompe otra frontera en su mente. Se siente sucia pero ese contacto cálido húmedo, resbaladizo la excita profundamente. El vello púbico de su maestra recorre su grieta y la hace temblar y la mueve a imitar el ritmo que marca con su caderas, no puede apartar los ojos de ella, su sonrisa lasciva se traslada a su boca. Apoyada en sus codos, su cintura baila la danza que le enseña Claudia, sus jugos se mezclan en ese beso íntimo que nunca antes había recibido, que nunca antes había compartido con ninguna otra mujer. Y cuando cae rendida en la cama, sin separar sus vulvas, se deja llevar por un orgasmo extraño, nuevo, diferente, que no pide ni necesita nada más, solo golpear al unísono con ese otro coño vibrante que la besa íntimamente.

Durmieron poco, apenas un par de horas, luego al despertar, surgió otra vez la Claudia fría distante

–Arregla esto y después prepara el desayuno. Unas tostadas con café estará bien, súbelo y desayunamos en la cama. Yo voy a ducharme mientras.

Esos cambios bruscos la desorientan, ¿Qué es para ella, una sirvienta o un plan de una noche? Pero si ayer no reaccionó ahora es tarde. La ve desaparecer en el baño y, tras unos segundos de humillación y duda asume su papel, se pone la bata. No sabe por donde empezar, ¿qué espera de ella, debe cambiar las sábanas o lo hará después de su siguiente sesión de sexo? Al fin decide airear la habitación y arreglar la cama, recoge la taza de té que le preparó anoche y baja a la cocina.

Café recién hecho, tostadas, mermeladas de varios sabores, mantequilla, leche muy caliente. Se siente como una auténtica criada y a la vez, desnuda y húmeda bajo la bata, como una zorra, la zorra que resuena en su cabeza con voz de Borja, con voz de Mario, con voz de Mahmud.

–¡Zorra, golfa! – pronuncia con voz queda y apenas le produce emoción alguna.

Coge la bandeja y sube las escaleras.

–Me debería duchar – dice cuando Claudia sale del baño

–No, me excitas más así, oliendo a sexo

Se acerca y la besa, Carmen percibe el aroma a gel de baño, ella sin embargo debe oler a…

Siente una profunda humillación, es una nueva discriminación intencionada por parte de Claudia que asume el rol de la señora pulcra y aseada mientras que ella, ¿quién es ella? la criada sucia y maloliente.

–Déjame que me duche, por favor

Claudia nota el arrebato de pudor de Carmen. Sonríe, le abre la bata y sin soltar las solapas, baja el rostro y comienza a olfatearla.

–¿Por qué, crees que hueles mal?

Dobla el cuello, intenta oler su axila, Carmen se resiste

–¡Claudia, por favor! – el rubor caldea sus mejillas, trata de separarse pero Claudia tiene la bata fuertemente sujeta.

–Has sudado esta noche, ¿Te dio demasiado calor el edredón o fue el ejercicio? – Sonríe con maldad, está disfrutando con el juego.

–¿Quieres dejarlo ya?

–¡Oh, ese aliento! alguien debería lavarse la boca.

Carmen vuelve el rostro visiblemente avergonzada.

–¡Por Dios, déjame!

Claudia la suelta pero la arrincona en la pared.

–No sabes como me excita tu olor, me vuelve loca, no quiero que te quites todavía ese aroma cariño, me trastorna.

 La besa, Claudia está descontrolada, se pega a ella con una furia que no le ha visto en toda la noche, es pura pasión, le come la boca sin que Carmen pueda hacer nada por contenerla.

Está desconcertada, no entiende los cambios de rol que Claudia le impone. Se abraza a ella, sucumbe a sus besos, deja que sus manos se apoderen de su cuerpo. ¿Qué es ahora?, ¿cuándo ha dejado de ser la criada y ha vuelto a ser la…?

–Anda, vamos a desayunar

Desnudas sobre la cama, Claudia vuelve a ser la compañía amable. Charla animadamente hasta que toma un poco de mermelada con la punta del cuchillo y sin darle tiempo a reaccionar, la unta en el pezón de Carmen.

La ve sonreír con malicia pero no reacciona, siente el frio que ha hecho erguirse el pezón, luego la ve estirarse hasta llegar a su pecho, lo abarca con sus labios y lo lame con delicadeza hasta dejarlo limpio.

–mmm, ¡Riquísimo! ¿No quieres probar?

Duda, siente el brote de flujo que ha encharcado su sexo, toma el cuchillo, lo carga con mermelada y se acerca al pecho de Claudia, lo extiende en su pezón, algo cae en su muslo, deja el cuchillo se acerca a ella, lo chupa, lo mordisquea, sabe que a ella le encanta, la escucha gemir, luego se agacha y lame la mermelada que cayó en su muslo.

–Buena chica, me gusta que seas limpia y recojas lo que manchas

Claudia toma un poco de mermelada y se la extiende a sí misma por la mejilla, luego la mira provocativamente. El desayuno se ha pospuesto. Carmen se acerca, la sujeta por los hombros y lame su rostro. Ahora es su turno, toma su cuchillo transformado en paleta, lo carga, y se extiende la mermelada por los labios, Claudia sonríe satisfecha

–¡Siii!

Se acerca, la besa, se restriega en ese beso intenso, las dos están sucias de mermelada, se ríen como dos niñas, luego se dedican a lamerse, hasta dejarse limpias.

–Ábrete

Carmen obedece y separa las piernas, sabe lo que quiere, está empapada, toma la mermelada con dos dedos y se unta el clítoris y los labios. Claudia está excitada, sus ojos brillan de deseo, se deja caer de bruces y acerca su boca, comienza a lamer el dulce, Carmen gime

Es el turno de Claudia, se llena la vulva y Carmen lame, se mancha el rostro a propósito para dejar que sea ella quien la limpie a besos.

Claudia se pone de rodillas con los muslos bien separados, toma la mermelada con dos dedos, Carmen se turba. Sin dejar de mirarla a los ojos ha llevado los dedos hacia atrás, fuerza una torsión del cuerpo para alcanzar el lugar que quiere manchar de mermelada sin perderla de vista. Carmen la ve bella, sugerente, morbosa, su rostro compone una expresión traviesa que la rejuvenece, luego se vuelve y le ofrece la grupa, la incita, deja caer el torso y se separa las nalgas. Ahí está, la mermelada resbala lentamente hacia sus labios. Carmen duda, jamás lo ha hecho y teme ofenderla si la rechaza, un segundo más de indecisión y se romperá ese buen clima.

Se acerca, acaricia sus rotundos glúteos, necesita ganar tiempo para tomar una decisión, la besa en la cadera, le da un azote. Recuerda cuantas veces ha sentido esa caricia ahí, cuantas veces Mario la ha hecho morir de placer con su lengua y cuanto le costo romper ese tabú y aceptar que ese era un lugar de placer.

Cierra los ojos, se hunde entre las nalgas de Claudia, siente el dulce sabor, lame, escucha el profundo suspiro, nota vibrar el cuerpo de Claudia, lame, pronto apenas queda mermelada. Lame, el intenso gemido es cada vez más agudo, Claudia tiembla, la lengua palpa el pequeño punto rugoso, alcanza el inicio de los gruesos labios, roza el vello, lo mordisquea, regresa al pequeño agujero que se contrae como si se asustara, comienza a explorar relieves y a provocar suspiros, besa, lame, besa. Claudia ahoga un grito, Carmen besa, lo recorre con la lengua, chupa, tantea con la punta de la lengua y el pequeño músculo se aprieta y se distiende como si fuera un animalillo. Carmen siente palpitar en su barbilla el sexo cercano, Claudia golpea el colchón con la cabeza una, dos, tres veces, Carmen lame el ahora abultado esfínter siguiendo el ritmo que marcan los dedos de Claudia más abajo mientras se masturba. La siente correrse, y ella la besa ahí, sintiendo en sus labios las contracciones gemelas de las que Claudia soporta en su coño.

Sonríe, otra barrera mas que se derriba.

Se incorpora, Claudia se vuelve con urgencia, se lanza a sus brazos la mira intensamente y la besa con tal intensidad que ambas caen de bruces en la cama.

Más mermelada, más huecos por explorar, Claudia le devuelve el beso profundo, “No lo llamo de ninguna otra forma”, le dirá más tarde. Pero Carmen parece algo ausente, sonríe, si, juega, si, ofrece su grupa, separa su nalgas y se deja llenar de fresa para ser lamida y disfruta y casi se corre. Sigue turbada por los límites que acaba de traspasar.

–¿Café?

–Ya estará frío

–¿En qué piensas?

…..

Suena un móvil, Carmen lo reconoce, se estira y alcanza el bolso. Es Mario, un ahogo le encoge el pecho, se tumba de nuevo y se refugia en el cuerpo de Claudia que la acoge en sus brazos y la arropa bajo el edredón.

–¡Mario! – se vuelve hacia ella ilusionada, con una mirada se entienden, se sonríen

–Hola

–Hola

Una pausa, un silencio tenso en el que ambos esperan

–Estaba… ya sabes, estoy en la sierra

–Si, con Graciela – Se arrepiente, teme que Mario piense que lo dice por comenzar una guerra

–Si. Esto es… en fin, es difícil estar aquí, está lleno de recuerdos y… estaba pensando en ti, en nosotros

–Bueno, esa era la idea ¿no?

–Si, si, eso es

De nuevo una pausa, es como si hubiese algo por decir que no acaba de brotar. Carmen piensa que debe decir cualquier cosa para romper ese silencio pero teme hacer algo que estropee lo que parece un buen clima

–Dime

–Pensé que, cuando nos fuimos quizás habías vuelto a casa

–Si, volví. Tenía que recoger ropa y algunas cosas – suspira – Si, estuve allí, ¿por qué?

–No estuve muy afortunado ¿verdad?

–La verdad es que no, la pobre Graciela debió sentirse muy violenta

–Y tú

Debe contestar pero un nudo acaba de apresarle la garganta. Un intenso dolor de cabeza le rodea la frente, sabe que es pasajero, es propio del esfuerzo que está haciendo para contener la emoción.

–Yo… yo no quería discutir

–Lo sé, lo sé, yo tampoco, no sé por qué dije eso

Carmen espera, espera, siente que Mario no ha terminado esa frase, que está por decir algo más.

–No sé, por un momento pensé que quizás… es una tontería lo sé, pero pensé que a lo mejor… verás, he estado llamando a casa

–¿Llamando a casa? ¿Qué me quieres decir?

–Pensé que a lo mejor habías vuelto a casa, para quedarte, al menos el fin de semana, pensé que  si te encontraba allí podríamos hablar, estaba dispuesto a volver a casa y…

–¿Y dejar colgada a Graciela? De todas formas ya viste lo que pasó, no estamos aún en una disposición de diálogo como para eso, aún hay mucha crispación Mario. Creo que esta conversación que estamos teniendo es un gran paso, es la primera vez que logramos hablar sin tirarnos los trastos a la cabeza.

–Es cierto, supongo que ha sido una ilusión que me he montado al estar aquí, son tantos recuerdos

–Toda una vida Mario, a mi también me ha costado recorrer la casa, tan solo hace una semana y sin embargo tengo la sensación de que hubiera pasado mucho mas tiempo

–Algo así me pasa a mí

Silencio. Una pausa en la que ambos esperan dar el paso o quizás esperan que el otro sea el que de el paso.

–Voy a ducharme, luego pensamos en algo para comer ¿vale cariño? – susurró Claudia en su oído y le dio un beso en la mejilla

–Vale – respondió cortante, casi culpable. Una sola palabra con la que intentaba hacer como si Claudia no hubiera dicho todo lo anterior, una palabra cargada de sentido para ella, para Mario, para el resto de la conversación que estaba por venir

Si el silencio tiene matices éste los tuvo. La interrupción de Claudia sonó a lo que era, el murmullo del edredón al descubrir su cuerpo, el tono meloso de su voz, el roce de los labios en su mejilla. Todo, todo cobró sabor a delito para Carmen

–No quería interrumpir, mejor te dejo – dijo por fin Mario con tono seco

–Mario, no interrumpes nada

–¿Seguro?

–Por favor, estamos hablando como hace tiempo que no hacemos, no lo estropeemos ahora

–Es igual, ya había acabado

–Mario, es importante, esto es importante

–No sé, ahora ya me parece un poco absurdo

–¿Por qué, porque estoy viviendo con una amiga?

–¿Es eso lo que haces, vivir con una amiga?

–¡Por Dios Mario!

–No sé quién eres Carmen, me cuesta reconocerte

–Yo tampoco, a veces no sé quién soy, el problema es que tampoco te reconozco Mario, has cambiado, mucho y si no ponemos freno a esto puede llegar un momento en el que ya no tengamos nada en común con los que fuimos.

El silencio, de nuevo el silencio. Tenía que hacer algo para reconducir aquello antes de que ese silencio condujera al cierre de la comunicación

–Me he mudado Mario, estoy viviendo con una amiga, era el plan original.

–¿La conozco?

–No, no la conoces

–Ya, nuevas amistades – la ironía de su voz cargó de ansiedad a Carmen, le estaba perdiendo, otra vez le estaba perdiendo

–No empieces, no lo estropees

–¿Crees que no se nota a través del teléfono? ¿Desde cuando estás con ella?

–Por favor Mario, no me hagas esto

–¿Que no te haga qué? ¿Estáis en la cama, verdad? –Carmen exhaló profundamente ante lo inevitable

–¿No vas a parar verdad?

–¿En qué te has convertido Carmen? – Cerró los ojos, otra vez, estaba sucediendo otra vez

–¿No me lo vas decir tú? Seguro que lo tienes en la punta de la lengua

–No sé Carmen, no entiendo la vida que llevas, desde que te fuiste has cambiado, no pareces tú

–¡Y tú qué sabes! ¿te has parado a intentar hablar conmigo? No, te limitas a juzgarme, a insultarme, apenas me dejas hablar, te plantas ante mí con esa expresión de juez y me lanzas tus veredictos

–Reconocerás que me lo pones muy fácil, el espectáculo que ofrecías el otro día con los dos tipos esos dejaba pocas dudas. Borracha, dejándote magrear ¿qué querías que pensara? Y ahora, en la cama con esa… haciéndote mimos, que te llama cariño y te va a hacer qué, ¿el desayuno? después de hacer qué cosas, ¡Por Dios Carmen, reconócelo, estáis liadas!

–Liadas… ¿Y si lo estuviéramos qué? ¿No es eso lo que querías, no es lo que buscabas que sucediera con Sara?

–¿Lo reconoces entonces?

–¿Y qué si fuera así? ¿qué es lo que te molesta, que no lo puedes controlar, verdad? ¿qué no estás aquí para verlo, es eso verdad?

–Zorra – Por un segundo creyó que ese murmullo había sonado en su mente. Luego, cuando comprendió que ese pensamiento se le había escapado se quedó sin aliento. De nuevo había cruzado los limites

Carmen sintió que la traspasaba el dolor

–Es la última vez que me insultas ¿me has oído?, te lo he consentido demasiadas veces durante estos últimos días y ya no Mario, ya no, se acabó. Esta es la ultima vez que voy a escuchar un insulto de tu boca, se acabó, no tienes ningún derecho. No me vuelvas a llamar, no te vuelvas a dirigir a mí, no intentes ponerte en contacto conmigo. Ya lo has conseguido Mario, se terminó.

Dejó el teléfono en la mesilla. Ahora si estaba segura, todo se había acabado. Sintió frio un frio intenso que la calaba hasta los huesos. Las lágrimas arrasaban sus ojos. Escuchó un ruido, Desde la puerta del baño Claudia la observaba.

–¿Llevas mucho tiempo ahí?

–Desde el principio

La miró, comenzó a negar con la cabeza, no tenía palabras para expresar la pena, la cruel decepción, la sensación culpa, de castigo, de condena.

Todo estaba perdido, no le quedaba nada. Zorra, ya tenia lo que se merecía.

–Se acabó, le he perdido

 No podía hundirse, estaba sola, completamente sola, ya no era una posibilidad, el final se había consumado. Necesitaba evitar el derrumbe y Claudia se dio cuenta, avanzó hacia una de las cómodas.

–No puedes hundirte Carmen

Una pequeña bandeja plateada, una caja que le recordó a la de Doménico. No iba a poner objeción alguna, necesitaba huir, como fuera, de la manera que fuera. Observó con atención la habilidad de Claudia para preparar cuatro rayas blancas perfectamente alineadas, le ofreció en primer lugar pero Carmen le cedió el turno, necesitaba verla, recordar como se hacía. Claudia aspiró con seguridad, luego le pasó a Carmen la bandeja y el tubo. Aspiró la primera raya con cierta indecisión, la segunda fue más fácil, más directa. Luego comenzó a ver todo de otra manera.

–Vamos a ducharnos, pequeña, luego ya pensaremos.

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Diario de un Consentidor 89 - Confesión

Diario de un Consentidor 88 - El principio del fin

Diario de un Consentidor 86 - Desesperadamente

Diario de un Consentidor 85 - Mea culpa

Diario de un Consentidor - 84 Ruleta rusa

Diario de un Consentidor - 83 Entre mujeres

Diario de un Consentidor -82 Caída Libre

Diario de un Consentidor - 81 Cristales rotos

Diario de un Consentidor 80 - Sobre el Dolor

Diario de un Consentidor 79 Decepciones, ilusiones

Diario de un Consentidor 78 Despertar en otra cama

Diario de un Consentidor (77) - Descubierta

Diario de un Consentidor (76) - Carmentxu

Diario de un Consentidor 75 - Fundido en negro

Diario de un Consentidor (74) - Ausencia

Diario de un consentidor (73) Una mala in-decisión

Diario de un Consentidor (72) - Cosas que nunca...

Diario de un Consentidor (71) - De vuelta a casa

Diario de un Consentidor (70)

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