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Diario de un Consentidor (71) - De vuelta a casa

en Intercambios

De vuelta a casa

 

Abrir la puerta de casa y traspasar el umbral supuso un duro ejercicio de retorno, un regreso a nosotros mismos, a la normalidad.

Miro a mi alrededor como si llevásemos meses sin pisar nuestro hogar, extraño mi entorno, el olor de mi casa, el sonido del silencio que sisea en mis oídos y que me es tan familiar. Voy hacia el salón y por el camino dejo el llavero en el aparador de una manera automática, como cada día; luego atravieso la entrada siguiendo a Carmen que avanza unos pasos por delante de mí. Esas caderas…

Estoy cansado, terriblemente cansado, Carmen se vuelve desde el umbral del pasillo. Su rostro delata el mismo cansancio.

-        “Voy a acostarme un rato, estoy muerta”

Suena a evasiva, creo entender que no desea compañía.

-        “Yo no tengo sueño, me quedaré aquí un rato” – parece aliviada, o al menos me da esa sensación

Me derrumbo en el sofá, estoy agotado; intento pensar pero mi mente no da para más, apenas puedo controlar las imágenes que surgen sin control, desordenadas, caóticas, como si alguien fuera lanzando cartas de una baraja en la que se mezclan las escenas de todo lo que hemos vivido desde el viernes por la tarde. Y yo no puedo hacer nada por detener esta sucesión de flashes que se empeñan en aparecer sin ningún tipo de secuencia lógica.

….

Me despierto sobresaltado. Me duele el cuello que ha acabado vencido sobre mi hombro izquierdo. El sonido que me llega del exterior me hace sospechar que han debido pasar varias horas; la luz del mediodía, los sonidos en el jardín… calculo que deben ser las dos de la tarde.

Me levanto y mis huesos doloridos me gritan lo mal que me encuentro. El sueño, en lugar de aliviarme, me ha cargado con una dosis aún mayor de fatiga, todo ese cansancio que no detecté durante el maratón de la madrugada y que ahora me pasa factura. Lo tenía que haber previsto.

Me asomo a nuestra alcoba; en la penumbra que la persiana medio bajada filtra distingo el cuerpo de Carmen oculto bajo la sábana. Duerme. Sospecho que debe estar tan agotada como yo.

A las tres de la tarde salgo de casa procurando no hacer ruido al cerrar la puerta, necesito aire puro, caminar, despejarme; por alguna razón que no quiero analizar la casa se me cae encima.

El día se ha nublado y amenaza lluvia. No sé que me pasa, puede que sea simplemente la resaca, el agotamiento acumulado, la consecuencia del bajón; dicen que es así, después del exceso de energía sin límites te sobreviene este bajonazo, que es pasajero. Pero una cosa es saberlo y otra muy distinta experimentarlo.

¿Será solo eso? Desde que salimos de casa de Doménico apenas hemos hablado; el trayecto en taxi no era el ambiente mas adecuado, es cierto, pero solo era una excusa, lo sé; En cuanto nos despedimos me sentí violento con ella y casi agradecí la excusa de encontrarme encerrado en el auto para no tener que enfrentarme a ese silencio sin motivo.

¿Qué me pasa, qué nos pasa? Tengo la sensación de que Carmen está atravesando un momento similar. La huida, -porque ha sido una huida -, al dormitorio fue demasiado evidente. Veremos que pasa cuando despierte.

El sonido del móvil me sobresalta. Es ella.

-        “¿Ya estás despierta?”

-        “¿Dónde andas?”

-        “Salí a dar una vuelta para despejarme, ¿cómo estás?”

-        “Echa polvo”

-        “Como yo”

-        “Yo más” – respiro aliviado, tiene ganas de bromear

-        “Voy para casa y comparamos”

-        “No tardes, tengo hambre”

Camino rápido, tengo prisa por llegar a casa, por verla. Cuando entro en el dormitorio Carmen está cambiándose de ropa. Tiene mala cara pero sonríe al verme, me acerco y la beso, acabamos abrazándonos con una intensidad que significa mucho.

-        “Vámonos a comer fuera” - dice

-        “Es tarde, pero algo encontraremos”

Caminamos en silencio por la urbanización, apenas hemos cruzado un par de frases desde que hemos salido de casa ¿qué está ocurriendo?

-        “Es como si llevase el sillín de la bici en mitad del culo” – me mira con cara de mala y sonríe, es la primera referencia que hace a lo que ha sucedido este fin de semana. Por fin se ha roto el silencio aunque la noto tensa, sé que está haciendo un considerable esfuerzo por intentar mantener una conversación normal.

-        “¿Te duele?”

-        “Me molesta un poco, supongo que se acabará reabsorbiendo”

No sé qué decir, la miro pensando algo, alguna frase que no me delate, que no descubra al espía que fui. Ella me mira e interpreta erróneamente mi silencio.

-        “Lo siento, sé que querías…”

-        “¡Oh no! No estaba pensando en… no cielo no te sientas mal – la estrecho con el brazo con que rodeo su espalda – creo que nunca hubiéramos avanzado en… eso tú y yo solos porque siempre me detenía el miedo a hacerte daño, no sabíamos como hacerlo – exhalé profundamente – ahora ya está, estás abierta – nos miramos y me sonrió – tenías razón, nunca nos había preocupado el tema de la virginidad ¿por qué tenía que ser diferente con tu culo?”

Me miró buscando la sinceridad de mis palabras, sonreí y la besé.

-        “Así que… ¿un sillín de bicicleta?” – dije rompiendo el examen al que me sometía.

-        “Algo menos, mas bien una pelota de tenis” – nos estrechamos riendo la broma.

-         “Me gustó verte”

-        “¿De verdad?”

-        “Si, me gustó mucho, fue… muy excitante”

Carmen agacha la cabeza recordando.

-        “¿Y a ti, ¿te gustó?” – sé la respuesta, de sobra lo sé pero quiero oírlo de sus labios

-        “Si, bueno al principio no del todo, era un poco molesto, todo era cuestión de voluntad, de querer hacerlo pero luego… bueno, si, fue muy excitante”

A mi cabeza regresaron las imágenes de aquella segunda vez, tan diferente, cuando ella se entregó de una manera mucho mas consciente. Enmudecí otra vez.  No estamos relajados, lo intentamos pero algo falla. Es extraño, el diálogo es frío para una tema tan caliente, estamos tensos, nos estamos forzando para volver a la normalidad pero no conseguimos alcanzar la calidez de otras veces y ambos lo notamos.

Estamos a punto de entrar en uno de los restaurantes de la urbanización que solemos frecuentar y abandonamos la conversación.

Eran casi las cuatro y en el restaurante apenas quedaban mesas ocupadas, escogimos una pequeña cerca del ventanal; Ensalada Cesar pidió Carmen, lo mismo para mi dije tras mirar la carta sin apenas prestarle atención. Nos quedamos mirándonos a los ojos, mudos, con media sonrisa que no acaba de terminar de brotar en nuestra boca.

-        “Ya está” – dije al fin

-        “¿Ya está, qué?”

-        “Ya sucedió, después de tanto preparativo, ya pasó”

Carmen entornó los ojos, suspiró profundamente y volvió a mirarme.

-        “¿Ha sido como esperabas?” – su pregunta es absurda, claro que no.

-        “Ni mucho menos. ¿Y tú?”

Su mirada se perdió en el mantel y negó con la cabeza.

Las ensaladas parecen absorber toda nuestra atención durante los siguientes minutos. Dejamos caer algunos comentarios perdidos sobre la escasa calidad de la comida, la prisa que parecen tener porque acabemos y nos vayamos para poder cerrar. Todo muy violento, todo muy artificial. Estoy cansado e intento achacarlo a eso, al cansancio, al embotamiento de mis sentidos, quizás es un efecto secundario del uso de la coca por primera vez. Excusas, sé que son excusas pero prefiero pensar eso a cualquier otra alternativa.

-        “No podía imaginar que todo se iba a desmadrar de esta manera” – Carmen acaba de dejar los cubiertos, su mirada triste busca la mía que debe llevar demasiado tiempo clavada en el plato.

-        “Yo tampoco, no contaba con el asunto de la coca” – respondo. Carmen desvía con rapidez los ojos de los míos.

-        “Nunca me hubiera imaginado…”

-        “Yo tampoco” – me cuesta hablar, a Carmen también, la camarera viene en nuestro auxilio, parece tener prisa por cerrar, mira los platos prácticamente intactos.

-        “¿Van a tomar postre, café?”

-        “No, traiga la cuenta” – pido sin consultar con Carmen.

Abandonamos el restaurante y caminamos en silencio; me preocupa como ha caído en picado el diálogo que iniciamos al salir de casa. No fue fácil desde el principio y no hemos conseguido remontarlo. Como sea tengo que conseguir que superemos este bloqueo. La llevo cogida por los hombros, caminamos despacio. Cuando voy a comenzar a hablar ella empieza al mismo tiempo y enmudecemos. Tras un instante de desorden e interrupciones le cedo la palabra.

-        “Esta claro que tenemos que hablar sobre todo lo que hemos hecho ayer, no sé tú pero yo me siento tan cansada y tengo la cabeza tan aturdida que no creo que sea capaz de ordenar bien las ideas y de razonar correctamente todo lo que quiero decir ¿me entiendes?”

-        “Creo que me pasa lo mismo”

-        “Si nos dejamos llevar de la prisa por empezar a hablar podemos hacerlo mal ¿no crees? – yo asentí con la cabeza – me alegro que estés de acuerdo,  pienso que hoy deberíamos descansar y tratar de no darle demasiadas vueltas, y mañana, ya mas descansados y con la cabeza despejada, nos sentamos y lo hablamos todo ¿te parece?”

-        “Te iba a proponer algo parecido” – mentí.

-        “Genial”

Continuamos en silencio hasta casa, cuando estábamos llegando, se detuvo y me miró, no dijo nada, solo me miró y me dio un beso, rodeó mi cuello con sus brazos y me dio un beso. No como los que le dio a Doménico al despedirse. No debo pensar esas cosas, me reproché.

Nos movíamos por casa buscando una naturalidad que no sentíamos. Nos cambiamos de ropa sin apenas mirarnos, el silencio en el que estábamos sumidos nos dolía pero ninguno de los dos encontrábamos motivo alguno de qué hablar. Mi cabeza, y supongo  que la suya,  era un hervidero en el que se cocinaban ideas que pudieran dar motivos para iniciar una conversación, pero todas nacían muertas.

-        “¿Te parece que nos tumbemos en el sillón y veamos una peli?” – dijo cuando entramos en el salón.

-        “¡Claro!

Estaba convencido de que ninguno de los dos íba a prestar la mas mínima atención a la película pero era la mejor excusa para estar juntos, centrados en nuestros pensamientos sin tener que preocuparnos de disimular pasando las páginas de cualquier libro cada cierto tiempo.

La tarde se nos hizo eterna, la tristeza por no ser capaces de superar la distancia nos fue envolviendo y, aunque las palabras no brotaron, los gestos las suplieron con creces, manos entrelazadas, dedos que se acarician, piernas que se rozan... Mediada la película, Carmen se tumbó en el sillón y reposó la cabeza en mi muslo, yo alcancé la manta del cabecero y la extendí sobre sus piernas. Mi mano cubrió su hombro  y allí se quedó el resto de la película. Si creyese en el Reiki, en la imposición de manos o en cualquiera de esas teorías de la New Age le daría otro sentido al calor que poco a poco comencé a  percibir en la palma de mi mano, ese intenso cosquilleo que a veces me hacía pensar que mi mano crecía, ondulaba, se elevaba  sobre el cuerpo de mi mujer y otras se fundía con su carne. Si fuese un místico pensaría que le estaba enviando amor a través de la mano que se fundía con su piel, que una corriente de energía fluía desde mi cuerpo hacia el suyo y sanaba las heridas que se habían abierto en su alma la noche anterior.

Pero no soy místico, soy científico, no hay alma que sanar, por eso abrí y cerré el puño varias veces para recuperar el flujo de sangre antes de volver a dejarla sobre el hombro de mi amor, de mi niña, de la mujer a la que amo más que a nada en este mundo.

Cuando terminó la película Carmen llamó a su madre, yo atendí un par de mails, vimos el telediario  y decidimos cenar pronto; seguíamos agotados tras el maratón de la noche anterior. Al levantarnos del sillón había notado que Carmen hizo un gesto de dolor y su forma de comenzar a caminar me hizo suponer  que tenía serias molestias en el culo pero no quise romper nuestro silencio precisamente con ese tema, tiempo habría de hablar de ello aunque me preocupaban las consecuencias de la repetida sodomización a la que la había sometido su amante.

Comenzamos a preparar una cena sencilla y al poco rato Carmen se excusó y desapareció, me extrañó sobre todo porque no me dijo el motivo y cuando comenzó a tardar mas de la cuenta dejé mi tarea y salí de la cocina en su busca.

No se por qué no la llamé a voces como suelo hacer cuando no sé donde anda, esta vez salí en silencio. Cuando enfilé el pasillo y vi la luz encendida en nuestro dormitorio, por un segundo me temí lo peor, me la imaginé hablando por teléfono con Doménico. Fue un pensamiento ruin. A medida que me acercaba sigiloso como un ladrón a la puerta de la alcoba escuché un grifo, que identifiqué como el del bidet, y un chapoteo; entonces me di la vuelta avergonzado esperando no ser descubierto y regresé a la cocina recriminándome por mi bajeza.

Durante la cena observé como cambiaba continuamente de postura en la banqueta de la cocina; evitó quejarse pero era evidente que estaba incómoda a pesar del mullido asiento.

-        “¿Quieres otro cojín?” – Carmen levanto los ojos del plato y me miró, sus ojos me parecieron tristes.

-        “Mejor una toalla de baño” - respondió con una leve sonrisa.

Volví con una toalla que doblé hasta formar un cuadrado grueso y mullido; se encontró mas cómoda y continuamos cenando.

-        “He pensado pedir cita con Ramiro, estoy muy irritada”

Ramiro, su ginecólogo de toda la vida, estuvo en nuestra boda y había pasado a formar parte del círculo de nuestras amistades a raíz de un problema depresivo que tuvo su madre y que necesitó hospitalización. No era tan intimo como para estar en el grupo de los sábados pero solíamos cenar con él y su mujer un par de veces al año. Me pareció buena idea, sobre todo porque podría consultarle también sobre las hemorroides sin entrar en detalles incómodos y  de ese modo evitaba acudir a un especialista. Un proctólogo detecta rápidamente cuando la lesión ha sido producida por penetración.

-        “¿Irritada?”

-        “La vagina, me escuece por dentro”

-        “Has tenido mucho trajín, no es extraño” – mi broma no cuajó y me arrepentí de inmediato.

-        “De paso le comento lo de las hemorroides, no es su especialidad pero sabrá que hacer, me da corte ir a otro médico para eso” – añadió sin mirarme, habíamos tenido la misma idea.

-         “Me parece estupendo, seguro que él te puede poner un tratamiento”

Me había quedado preocupado por la irritación que mencionó, por primera vez desde que habíamos comenzado a tener relaciones… liberales pensé que la ausencia de protección nos exponía a riesgos con los que no estábamos contando.

-        “Carmen, ¿es irritación o picor? – se quedó mirándome muy sería al notar mi preocupación.

-        “Irritación, es escozor, como aquella vez ¿te acuerdas?”

¡Cómo no acordarme! cinco años atrás, un fin de semana en Londres en el que casi no salimos del hotel y follamos como salvajes, como adolescentes; yo regresé con llagas visibles en el glande y Carmen trajo una irritación vaginal que tuvo que tratarse durante mas de una semana y que mereció una severa reprimenda por parte de Ramiro.

…..

La cama me resultó un territorio hostil, era la primera vez que nos acostábamos solos desde el jueves anterior y había una tensión implícita, no hablada pero que se palpaba. Carmen se dejó puestas las bragas y eso fue una especie de barrera, una señal que marcaba un límite. Cuando salió del baño y se aproximó a la cama mis ojos se desviaron a su pubis sin poder evitarlo y ella se percató de mi mirada.

-        “Me he echado una crema para las hemorroides y no quiero manchar…”

¡Se estaba excusando por acostarse con bragas! Me sentí desolado, hasta ese punto se encontraba violenta conmigo.

- “Claro, claro” – no me salían las palabras, me acosté y fingí leer, ella tomó su libro y se volvió dándome la espalda, todo un síntoma.

…..

Duermo mal, agitado, tengo pesadillas en las que Carmen se va, me abandona y me quedo solo otra vez, la congoja me despierta y me encuentro solo en la cama. Reacciono enseguida, reconozco lo que fue un mal sueño, Carmen debe estar en el baño pero no escucho ruido. Me levanto, me pongo la sudadera del chándal y salgo a buscarla. La luz de la cocina está encendida pero no la encuentro. De regreso al salón subo las escaleras del ático, de nuevo me muevo con el sigilo de un ladrón, otra vez me dejo llevar por las sospechas mezquinas y subo despacio, procurando no hacer ruido y cuando apenas soy una sombra a ras del suelo del ático la veo apoyada en la cristalera del fondo, iluminada tan solo por la luna llena en esta noche estrellada. ¿En qué estará pensando que no la deja dormir? ¿En quién está pensando que no la permite estar acostada conmigo?

Bajo los peldaños uno a uno, despacio, sin hacer el más mínimo ruido; que no se entere que la he estado espiando mientras piensa en otro, mientras recuerda lo que hizo con otro, mientras sueña con estar en otro lugar, lejos de aquí, quizás en otros brazos. Tengo un nudo en la garganta. ¡Qué he hecho, joder qué he hecho!

….

La cama se hunde a mi izquierda y me despierta, siento su cuerpo frio que se pega a mi costado, extiendo el brazo para acogerla y mete su cabeza entre mi hombro y mi pecho, su lugar seguro como lo llama a veces. Su mano aprieta mi tetilla, está fría, tirita y me pone la carne de gallina, su muslo repta por el mío, tropieza con mi dormido sexo y lo arrastra hacia arriba, lo aprisiona, mueve su rostro hasta alcanzar mi cuello y me besa, su mano comienza a hacer un recorrido por mi cuerpo, ¡cómo lo necesitaba, cómo te necesitaba mujer! Y ahora si que no puedo contener esas lágrimas que escapan de mis ojos, solo espero conseguir que no las encuentres en el vagar de tus labios por mi cuello.

Me acaricias, recorres mi cuerpo con delicadeza, siento tu aliento en mi cuello, a veces parece romper su sosegado ritmo, ¿es un sollozo? Quizás, pero si lo es consigues contener las lágrimas, tienes mas coraje que yo, mujer.

Tu mano ha llegado al lugar que buscaba y se ha apoderado del pajarillo que dormía y que ya empieza a despertar, lo tienes entre tus dedos, aún es como un bebé, tierno, suave, pequeño, sé que pronto conseguirás volverlo arrogante, duro como una espada. Lo acaricias con suavidad y a la vez con firmeza mientras me sigues besando el cuello, mordiendo el pecho. Consigo dominar las lágrimas y las seco con mi mano pero mi gesto no te ha pasado desapercibido y buscas con tu boca, tanteas, palpas mi rostro y percibes la humedad en mis ojos.  Rápida como una gacela, te montas sobre mi y me cubres de besos, casi  no me dejas respirar.

-        “Te amo” – tu voz lanza esas dos palabras como si te vaciases al pronunciarlas

-        “Lo sé”

-        “No, no lo sabes bien. Te amo”

-        ….

-        “Vamos a superar esto, juntos, los dos” – me prometes.

Te abrazo, te estrecho tan fuerte como puedo porque si no lo hago, si no suelto toda la emoción en forma de abrazo…

Cuando creo que puedo hablar…

-        “Creí que te estaba perdiendo”

-        “Eres lo mas importante que tengo, lo mas importante que me ha pasado, eres mi vida Mario”

Te bajas y te echas a mi lado, oigo como te despojas de las bragas

-        “Ven”

Me encaramo a tu cuerpo y recibo tu calor como el mayor bien. Te amo Carmen, te amo, no he pretendido herirte y si lo he hecho, si te he causado daño, jamás me lo perdonaré. Pero estas palabras no salen de mi boca, porque mi boca está fundida con la tuya, tus muslos rodean mis caderas, tus brazos se cruzan en mi nuca. Te amo Carmen, te amo, vamos a superar esto juntos, los dos, unidos, como siempre hemos hecho.

Buscas con las caderas que el contacto que sientes en tu vientre encuentre el camino, sé lo que quieres. Bajo la mano, empuño la verga que tu misma preparaste y la conduzco a tu nido que ya está listo, húmedo, caldeado, abierto. Cuando sientes el contacto te mueves pidiendo más y no te hago esperar, me deslizo dentro de ti, donde más deseo estar. Te amo Carmen, te amo. Tus labios me engullen y mis labios te besan.

Me muevo con calma, sin prisa, quiero sentir cada milímetro de ti, cada roce, cada pliegue, aspiro el aroma de tu cuello, te beso, te muerdo, lamo tu hombro.

Te agitas, te tensas, ¿qué te ocurre? Ya no hay paz, tus brazos son un muro que me presionan, que me alejan.

Intentas volverte y te sigo, ahora estás sobre mí, tu mandas. Tus manos sobre mi pecho ya no me acarician, me aprietan contra la cama. Respiras agitada, te mueves sobre mi, te detienes, no logras encontrar el ritmo, algo te pasa y no sé lo que es. No te encuentras, no me encuentras, no hay sincronía, estoy a punto de preguntarte cuando te bajas, siento como me agarras, me agitas, pero no, no hay placer, ¿qué te ocurre? Estoy en tu boca, ¡Carmen, Carmen!  ¿qué ocurre? ¡Oh si, lo vas a conseguir claro que si! pero… ¿por qué?  a fondo, a fondo, tragas, tragas como solo tú sabes hacer ¡Oh Carmen, por qué, por qué!

Terminas conmigo, lames a conciencia, hasta la ultima gota, ni una palabra, escucho cómo vuelves a ponerte las bragas, para no manchar, como dijiste antes. Te acuestas a mi lado con tu cabeza en mi hombro.

Buenas noches amor, ese nudo que tengo en la garganta no me deja casi respirar pero me quedo con tu promesa, superaremos esto juntos.

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