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Diario de un Consentidor (41)

en Intercambios

Estrenamos el fin de semana envueltos en una borrachera de felicidad y romanticismo adolescente, durante todo el día nos comportamos como dos chiquillos que acabaran de enamorarse. Tras ducharnos desayunamos en la cocina mirándonos a los ojos y rompiendo a reír sin motivo aparente, no hacían falta las palabras, ambos sabíamos en lo que estaba pensando el otro.

Almorzamos en un restaurante del centro, comiéndonos con los ojos, uniendo nuestras manos cada vez que había ocasión; intentábamos no hablar de ello pero era inevitable que cuando nuestras miradas se hacían demasiado intensas, uno de los dos rompiera el silencio.

  • "Me vas a desgastar de tanto mirarme" – dijo ella coqueta.

  • "Es que me parece un sueño estar ante una mujer tan… increíble" – bajó los ojos intentando encajar mis palabras – "aun me cuesta creer que hace apenas veinticuatro horas tu…" – me detuve, no sabía cómo expresar lo que sentía, su mirada me interrogó, yo no encontraba las palabras adecuadas y ella no dudó en acudir en mi ayuda.

  • "¿Yo qué? ¿estuviera follando con otro?"

Su apuesta por provocarme me hizo sonreír satisfecho, no había indicios de pudor en su conducta, no había signos de censura ni arrepentimiento.

  • "Eso es, aun me parece mentira que hayas follado con Carlos" – Carmen me miró intensamente, su cuerpo reaccionaba y me adelantaba lo que sus palabras estaban preparándose a decir.

  • "Pues ha sido real cariño, no te imaginas lo real que ha sido" su voz sonó sensual, coqueta, explícitamente sugerente. Jugaba conmigo con total libertad.

  • "Me gusta"

  • "¿El qué?"

  • "Que seas así"

  • "¿Y cómo soy?"

  • "Me gusta que seas tan puta" – sonrió de una manera lasciva, su mirada se volvió sucia.

  • "¿Si? Te gusta verme follar ¿es eso, verdad?

 

Tras el almuerzo paseamos por Madrid agarrados del brazo sin rumbo fijo, interrumpiendo nuestros grandes silencios con diálogos breves que brotaban de la intensidad de nuestros pensamientos, caminamos abrazados, deteniéndonos para besarnos sin importarnos el lugar ni la gente que pasaba a nuestro lado. Más tarde elegimos casi al azar un cine que nos dio la excusa perfecta para poder sumergirnos en nuestra tormenta de recuerdos y emociones. Necesitábamos pensar en privado y al mismo tiempo queríamos sentirnos cerca. Fueron unas horas de soledad interior mientras nuestras manos unidas se apretaban de vez en cuando transmitiendo al otro la intensidad de las imágenes que cruzaban nuestra mente.

Tomamos cualquier cosa al salir del cine y no regresamos a casa hasta bien entrada la medianoche.

El domingo me levanté más temprano de lo habitual, Carmen dormía profundamente yo me vestí con sigilo y salí al parque con la excusa de comprar pan para el desayuno y el periódico.

Apenas había gente en la calle, algún vecino paseando su perro, un par de ancianos en un banco tomando el primer sol de la mañana… Caminé despacio aspirando el olor de la hierba, ajeno a los que me rodeaban. Compré el pan y caminé hasta el kiosco de prensa sumergido en mis pensamientos.

Era real, todos los sueños y fantasías que había alimentado durante los últimos meses se habían hecho realidad. Paseando por el jardín viajé hacia atrás en el tiempo buscando el origen de todo. Recordé la impresión que me causó ver como la miraban las bragas en nuestro aniversario; Allí comenzó mi propia transformación, en aquel momento en el que fui incapaz de advertirle de su descuido y sucumbí al profundo placer de ver el deseo en los ojos de los mirones. Aquel día se liberó una faceta de mi personalidad que desconocía y que ahora no estaba seguro de saber controlar.

Mi esposa se acababa de acostar con otro hombre, ese había sido mi objetivo durante meses y, una vez conseguido, me preguntaba si sería suficiente, si no me vería empujado a satisfacer mis impulsos provocando nuevas situaciones aun más impactantes. Tenía la intuición de que sería así, que no me bastaría con haberla visto follar una vez, mi reacción tras su visita al hotel el viernes me llevaba a pensar que mi presión hacia Carmen estaba lejos de terminar.

Atravesé el parque hasta llegar a la fuente central, la rodeé a paso lento mientras en mi mente aparecían cientos de variantes, cientos de posibilidades a cual más atrevida. ¿No fantaseó Carmen alguna vez con ser el centro de una orgía? Esa fue la confesión que le arranqué una vez y que reflejaba su fantasía oculta. La imaginé rodeada de hombres que la poseían por todas partes y la regaban con su semen por todo el cuerpo; Recordé lo que ella misma me relató sobre el intento de Carlos por penetrarla analmente y me recreé imaginándola ensartada frente a mi por otro hombre que ni siquiera era Carlos. Enlacé su pequeño escarceo juvenil con su amiga y lo reconstruí hasta convertirlo en una escena lésbica de alto voltaje.

¿Era eso lo que deseaba para Carmen o acaso estaba confundiendo el mundo de las fantasías desbocadas con el mundo de las realidades permisibles?

El recuerdo de verla follar con Carlos, verlos acostado juntos, descansando… todo eso seguía teniendo una intensidad tal que me ahogaba de placer, un placer brutal que me hacía desear mas.

Deseaba con todas mis fuerzas declararme marido de Carmen, confesarme cornudo ante Carlos y volver a escucharle contar cómo deseaba a mi mujer, pero esta vez sabiendo ambos quiénes éramos cada uno; El amante hablando con el marido consentidor, el cornudo preguntándole detalles al hombre que follaba con su esposa.

No sabía cuándo ni cómo pero no podíamos retrasar demasiado esa revelación sin que Carlos llegase a sospechar. Si el descubrimiento no partía de nosotros podíamos provocar un problema de confianza, Carlos se sentiría engañado y utilizado y ese desencuentro podía dar al traste con aquella relación.

Cuando entré en casa el silencio me indicó que Carmen, rompiendo sus costumbres, seguía en la cama; dejé el pan y los periódicos en la mesa de la cocina y me dirigí al dormitorio.

Sus ojos me sonrieron desde la cama, estaba boca arriba cubierta por el edredón, sus piernas abiertas abarcaban toda la cama, seguí el contorno de su cuerpo esbozado bajo el edredón y descubrí una de sus manos en su pubis, un zarpazo de placer recorrió mi espalda, nunca la había encontrado masturbándose a solas. Carmen detectó el destino de mi mirada y me sonrió con malicia.

  • "Me dejaste solita y tenía ganas de ti, pero no estabas…" – parecía una cría pequeña excusándose.

  • "Y empezaste a jugar con tu conejito, ¿verdad?" – entornó los ojos fingiendo pudor.

  • "Si, un poquito" – sacó la mano y la llevó a mi boca, sus dedos húmedos me ofrecieron el intenso aroma de su coño, lamí con urgencia aquel regalo.

  • "¿Me das de desayunar?"

Carmen respondió a mi deseo doblando las rodillas, me desnudé casi arrancándome la ropa, mis prisas parecían provocarle placer, me miraba sonriendo ante mi torpeza al quitarme los pantalones que me hizo perder el equilibrio, por fin levanté el final del edredón y me sumergí en la cama desde abajo.

Su coño era un charco, un mar cálido cuyo aroma me volvió loco, me transformó diluyendo mi cordura, comencé a besar sus labios hundiendo mi rostro en su coño, sus muslos abrazaron mi cráneo mientras yo seguía empapándome con su flujo y recuperando la imágenes que me acompañaron por el parque, ahora era yo uno más de los que follaban a Carmen, mientras mi boca bebía de su coño imaginé una polla en su boca, otra en su mano, unos dedos bajando hacia su clítoris, unas manos en sus pechos …

Cuando comenzó a arquear su espalda y el primer latigazo de placer anunciaba su orgasmo subí para ver en su rostro la agonía justo en el momento en el que mi polla la atravesara coincidiendo con el clímax. Pareció morir, su lamento podría confundirse con el de un intenso dolor. Pero no es así, la dulce muerte del orgasmo la lleva al límite del desmayo para hacerla renacer más bella, más hermosa que en ningún otro instante.

Descansamos en silencio unos minutos, yo había traído en ese momento a nuestro lecho a unos desconocidos imaginarios, ¿habría compartido ella ese orgasmo con la imagen de Carlos? Estuve tentado de preguntárselo pero me contuve.

…

Nuestra vida comenzó a volver a la normalidad, el día a día era lo suficientemente intenso como para hacernos sumergir de lleno en lo cotidiano, las noches sin embargo eran mucho más intensas de lo habitual, siempre hemos sido muy activos en la cama pero desde el encuentro con Carlos no había noche que no acabásemos enzarzados recreando cada detalle de aquella aventura.

Carmen hablaba a diario con él y luego me contaba por el Messenger o por teléfono la conversación que habían mantenido, eso daba pie a unos mensajes tórridos, altamente obscenos que nos preparaban para la noche.

En la cama invariablemente le preguntaba por lo que habían hablado ese día y ella me daba hasta el último detalle de aquellas charlas que cada vez eran más sexuales. Yo observaba el lento cambio que se iba produciendo en Carmen, si al principio parecía costarle comenzar a hablar de sus conversaciones y me veía obligado a excitarla previamente, en pocos días comenzó a ser ella misma quien iniciaba el tema. Los rastros que quedaban de pudor desaparecieron pronto.

Carlos ya no era un intruso, no constituía una excepción en nuestra vida. Se había convertido en una presencia clara e inevitable, no me sentía molesto por ello, al contrario era yo mismo quien la incitaba a hablar de él. De lo que me comentaba sobre sus charlas saqué dos conclusiones; la primera, que la atracción sexual que ambos sentían se había incrementado por la distancia que les separaba, esa separación le permitía también expresarse con mayor crudeza e intensidad sabiendo que las consecuencias de aquel ardor extremo no constituían un peligro inminente y se aplacarían por separado en cada ciudad, Carmen hubiera sido más prudente si él viviera en Madrid, se sentía a salvo de tentaciones incontroladas gracias al escudo protector que seiscientos kilómetros ponían por medio.

La segunda conclusión fue más difícil de asumir: Había algo más que sexo entre ellos, la ternura con la que Carmen hablaba de su amante dejaba traslucir cariño; en la mirada de Carlos, en sus gestos y en sus caricias yo había detectado esa misma ternura que involucraba sentimientos más profundos que el puro sexo. No pude evitar en aquellos días la intranquilidad que me causaba pensar si ese cariño evolucionaría a más.

Carmen, por su parte, vivía envuelta en una nube de euforia contenida. Durante el fin de semana estuvo alegre, desinhibida, provocadora en frases y gestos. Se sentía feliz, descargada de un gran peso que hasta entonces había arrastrado consigo mientras luchaba contra mis presiones y sus miedos, mientras veía como sus argumentos iban quedando en la cuneta ante la fuerza de su deseo cada vez mas liberado.

Ahora, se sentía muy segura de sí misma, casi invulnerable. Desde esa nueva posición de libertad parecía analizar el mundo desde otra perspectiva, si alguien nos miraba cuando nos besábamos y yo se lo hacía ver, respondía "déjale que mire, pobrecillo". Parecía haber perdido el pudor y la vergüenza. Lo había podido comprobar con claridad aquella tarde de sábado cuando, sentados en el cine, busqué un resquicio entre sus piernas. Me sentí como un chaval intentando magrear a su chica. Esperaba de Carmen una protesta que cortara mis avances en un lugar público, sin embargo reaccionó poniendo su abrigo sobre el regazo y abriendo ligeramente sus piernas a mi caricia, la tenue luz reflejada por la inmensa pantalla era suficiente como para dejar al descubierto nuestro juego y cuando vi la insistente mirada del vecino de butaca se lo hice saber a Carmen.

  • "Tenemos espectadores" – su reacción de nuevo me sorprendió.

  • "¿Si? ¿quién?"

Mostraba curiosidad en lugar de pudor, mi postura, vencido hacia ella y con mi brazo buceando bajo el abrigo entre sus piernas claramente abiertas no dejaba lugar a dudas, entre Carmen y el furtivo mirón había una sola butaca vacía en la que había dejado el abrigo hasta que lo usó de barrera, precisamente ese había sido el gesto que llamó por primera vez la atención del vecino de butaca.

  • "A tu derecha"

Carmen se volvió hacia la butaca vacía para coger del bolso un pañuelo. Luego me susurró al oído.

  • "Seguro que está empalmado"

Carmen me sorprendió de nuevo con esas palabras inusuales en ella, cada vez que yo creía haber asumido un gesto nuevo o una conducta nueva, ella volvía a dar un paso más, avanzaba un peldaño más sin que me diera tiempo a asimilar cada novedad que observaba en su forma de ser.

No abusamos de aquel juego, apenas avancé por su muslo pero el morbo que nos causó a ambos fue tanto como si la hubiera desnudado en pleno cine. Era más excitante lo que hacíamos suponer que lo que en realidad sucedía bajo el abrigo, el morbo estaba en lo que nuestro mirón imaginaba, que iba mucho más allá de mis inocentes caricias en la cara interna de sus muslos. Para mí la excitación provenía de ver a Carmen cambiada, desinhibida, dispuesta a jugar cualquier juego. Al terminar la película nos levantamos y observé cómo, lejos de evitar el contacto visual con el vecino, se volvió hacia su derecha mientras se ponía el abrigo y esperábamos a que salieran al pasillo.

Esa era la irreal seguridad en sí misma que mostraba entonces y que, tal y como les sucede a los conductores ebrios, le hacía minimizar los riesgos y sobrevalorar su capacidad de control.

La resaca llegó a finales de semana.

Carmen se levantó el jueves taciturna y desayunó casi en silencio, yo no le di importancia, supuse que había dormido mal; cuando nos separamos en el garaje le di un beso y le pregunté.

  • "¿Estás bien?" – su sonrisa forzada intentaba zanjar el tema, tampoco en esta ocasión sospeché que aquello fuera algo más que un mal despertar.

…

Tras el fin de semana Carmen pasó los días inmersa en el trabajo tan solo interrumpido por la habitual llamada de Carlos y nuestras incursiones en el Messenger. A lo largo de la tarde del miércoles detectó una indefinible inquietud que intento ignorar pero que a medida que transcurrían las horas derivó en una molesta desazón que crecía por momentos y ya para la hora de cenar le resultó evidente que sus intentos por sofocar aquel incendio eran inútiles, el malestar que atenazaba su estómago no se apagaba invocando la escenas de sexo vividas aquel fin de semana. Al contrario, esos recuerdos habían de dejado de producirle aquella deliciosa sensación y ahora la asfixiaban.

Durante la cena hablamos poco, no parecía enfadada o nerviosa, no aparentaba tristeza ni había indicios de arrepentimiento o culpa. Hacía días que yo esperaba una reacción de este tipo y supuse que necesitaba un tiempo para terminar de asimilar los acontecimientos de los últimos días, en ese momento tomé la decisión de darle ese tiempo y un espacio libre de presiones y referencias a nuestra aventura. Nos acostamos más temprano que de costumbre y sin que hiciera falta ninguna insinuación evité un acercamiento sexual para el que no parecía ser el momento adecuado.

Carmen se sentía como si acabase de despertar de un largo sueño, toda su conducta de los últimos días de improviso le pareció increíble ¿Qué clase de locura habíamos cometido? ¿Cómo había podido estar tan ciega? Frente a ella se mostraba su aventura con Carlos como la mayor barbaridad que jamás pensó llegar a realizar. Una avalancha de responsabilidad y cordura la tenía arrinconada, los mismos argumentos que hasta entonces le habían permitido asumir su adulterio ahora no lograban contrarrestar las acusaciones que su yo más sensato vertía contra ella. Un agudo brote de responsabilidad y decencia se había hecho con el control de su vida. Se despertaba de un largo paréntesis en su vida durante el que le parecía haber estado ausente, envuelta en un halo de irrealidad. ¿Y si Carlos mantenía relaciones con mas chicas? ¿Y si le contagiaba alguna enfermedad? El miedo comenzó a desplomarse sobre ella como una avalancha, nadie en ningún momento se planteó el uso de preservativos, ¿cómo habíamos sido tan irresponsables?

Pensaba en mí sobre un fondo de irritación por haberla empujado a emprender aquella locura. Debería estar hundida por la responsabilidad de lo hecho, sin embargo todos esos pensamientos que la irritaban como si se tratase de cientos de aguijones no llegaban ni siquiera a arañar esa extraña calma con la que analizaba los sucesos que habían cambiado su vida.

…

La genialidad de Louis Pasteur radicó en intuir que un variante leve de una infección es una especie de banco de pruebas donde el organismo se prepara y ejercita para resistir el asalto de la enfermedad. La vacuna por él desarrollada infecta a una persona sana y le permite mantener un combate desigual frente los gérmenes debilitados, es un combate amañado donde se juega con ventaja, aun así el organismo sufre los mismos síntomas, padece los mismos dolores y malestares y cuando por fin consigue vencer, queda inmunizado para una futura infección en toda su potencia que sin esta preparación podría ser letal.

Carmen se acostó con Carlos y esa fue nuestra particular vacuna que le permitiría llegar a asumir el adulterio como forma de vida, un adulterio que yo mismo inoculé en ella, un adulterio cuya gravedad y trascendencia debilité con mis argumentos y mis presiones. Tras consumarlo Carmen se debatió en una particular batalla contra sus reproches y su culpa, su vergüenza y su rechazo, síntomas de la reacción ante la infidelidad cometida.

Y en ese combate amañado Carmen jugaba con ventaja, mi connivencia, mi apasionada conducta al verla follando, mis argumentos antes, durante y después de acostarse con otro hombre debilitaron sus convicciones, su moral, sus normas de conducta y redujeron su reacción ante la abrumadora realidad a la que se enfrentaba en aquel momento tras despertar de la luna de miel en que habíamos vivido desde el fin de semana.

Pero eso solo fue el primer estadio, yo intuía que las sucesivas veces que se acostara con su amante serían nuevas dosis de la vacuna que terminarían por inmunizarla y pronto quedaría libre de todo prejuicio. Cuando volviera a follar con Carlos, incluso cuando se plantease la ocasión de acostarse con otros hombres, esperaba que no tuviera ningún reparo, que ya no sintiera ningún freno que limitara su hiperexcitable libido; De aquella vacuna esperaba ver surgir una mujer nueva, liberada de prejuicios y de normas, una mujer que se lanzase a vivir el sexo sin pudor, con energía, con ansias de probar cosas nuevas. Si Carmen hasta entonces ya era una mujer altamente sensual, la mujer que esperaba ver surgir de aquel proceso tendría pocos límites.

…

  • "¿Mario? Soy Carlos… oye, quería hablar contigo, cuando tengas un hueco llámame por favor, es urgente… bueno no lo es pero me corre prisa que hablemos"

Aquel mensaje en mi contestador a medio día me cogió de sorpresa, imaginé que le habría propuesto alguna nueva cita a Carmen y que ante su probable negativa pretendía que yo intercediera. Estuve tentado de hablar con ella y preguntarle pero preferí hacerlo antes con él. Esperé un par de horas antes de llamarle.

  • "Hola Mario ¿qué tal?" – parecía ansioso.

  • "Bien, me pillaste en consulta y luego se me complicó la tarde…"

  • "No importa, gracias por llamar. Oye, te habrá parecido extraño mi mensaje pero es que llevo dos días sin saber nada de Carmen, hablamos el lunes, parecía estar bien, el caso es que ni ayer ni hoy me ha cogido las llamadas ni me ha contestado a los sms ¿sabes algo de ella?"

No sabía nada, los últimos días no habíamos hablado nada siguiendo mi plan de darle un tiempo de reflexión pero suponía que habían seguido en contacto; rápidamente enlacé esto con su conducta evasiva y taciturna de los últimos días. Era evidente que la reacción que yo había detectado era más profunda y seria de lo que pensaba. Dudé antes de contestar, me apetecía mostrarle mi "rango", darle a entender que yo tenía más cercanía con ella si le decía que habíamos hablado hoy mismo pero no era la estrategia adecuada.

  • "Ahora que lo dices, no hemos vuelto a hablar desde el lunes"

  • "¿Es normal? Quiero decir… ¿le ha pasado otras veces, después de…estar con alguien?"

¿Por qué sucumbí a la excitación que me provocaba sentirle en mis manos? Se había acostado con mi esposa, si; El mismo viernes cuando estaba con ella en la cama me intentó despachar con rapidez y ahora sin embargo me rogaba que le ayudase.

  • "¿Quieres decir que si es habitual que desaparezca después de follar con otros tíos? No, no es habitual, aunque tampoco pretende convertir en cotidiano algo que es esporádico, ¿me entiendes?"

Me sentí muy satisfecho de mi argumento, le situaba en el terreno de los demás supuestos amantes, polvos que no implicaban ninguna relación sentimental.

  • "Lo entiendo, es una mujer casada, tiene una vida, si, pero… no sé, pensaba que ella y yo…" – intuía lo que pretendía decir y me encantaba verle inseguro – "… no se Mario, vosotros lleváis mucho tiempo, ya lo sé, no pretendo comparar pero… tengo la impresión de que Carmen siente algo mas por mí, que lo nuestro no es solo sexo"

‘Lo nuestro’, aquellas palabras me preocupaban y al mismo tiempo me excitaban, estaba hablando con el hombre que se follaba a mi esposa un hombre que quería poseerla más allá del puro sexo. En aquel instante volví a sentir la urgencia de declararle mi condición de esposo de su amante, pero no era el momento.

  • "No la agobies Carlos, Carmen no quiere complicaciones, solo pretende pasarlo bien, tener amigos, disfrutar" – la conversación me había dado pie para marcar unos límites que sin embargo no estaba seguro que él fuera a respetar.

  • "Entiendo…" – sonaba desilusionado – "…en fin, si hablas con ella dile que por favor me llame"

  • "He quedado con ella esta tarde, se lo diré, no te preocupes" – disfrutaba elevando mi maltrecho orgullo, ahora era yo quien de nuevo marcaba las reglas del juego.

Colgué la llamada y me recosté en el sillón, ¿Qué le estaba sucediendo a Carmen? ¿Por qué había dejado de repente de hablar con Carlos?

Nos reunimos en el gimnasio y volvimos a casa sobre las nueve, recorrimos el parque despacio, saboreando el silencio de la noche; El calor de la reciente sauna nos protegía del rigor de finales de Enero. Charlábamos de nuestras cosas cuando aproveché un silencio.

  • "Me ha llamado Carlos" – noté la tensión en su rostro pero se mantuvo en silencio – "dice que lleva llamándote desde ayer y que no le contestas"

Seguimos caminando unos pasos, Carmen mantenía la mirada en el suelo, por fin se volvió hacia mí.

  • "No me apetecía hablar con él" – me detuve y eso la obligó a pararse.

  • "¿No te apetecía? ¿Desde cuándo no te apetece hablar con Carlos?"

No acababa de creerme su respuesta, era evidente que estaba incómoda con aquella conversación.

  • "Pues eso, no me apetecía, no quiero que… no se Mario, está demasiado presente, demasiado metido en nuestras vidas, me agobia un poco todo esto" – pronunció estas palabras con voz crispada y tensa.

  • "Es natural, acaba de acostarse con la mujer más bonita del mundo ¿cómo no va a querer hablar contigo a todas horas"

Carmen no reaccionó a mis palabras como yo esperaba, ni siquiera una sonrisa por mi cumplido y entendí que la cosa era mucho más seria.

  • "A ver Mario, yo no quiero esto ¿lo entiendes? Hemos echado un polvo… vale si, más de uno…" – añadió algo molesta al ver el gesto de broma que puse – "pero no podemos seguir así permanentemente, al menos yo no lo tengo claro"

Avanzamos por el jardín en silencio, yo intentaba encontrar un argumento que apoyara mis deseos sin irritarla más, ella buscaba la forma de no herirme con sus palabras, de pronto continuó hablando.

  • "¿Sabes una cosa?" – sus ojos buscaron los míos- "Antes de Navidades hubo días en los que hablé con él más que contigo" – se había detenido para soltarme aquella bomba, sus palabras no expresaban enfado, quizás algo parecido a la tristeza – "sin irnos tan lejos, dime una cosa, en estos últimos días si quitamos todas las alusiones a Carlos ¿de qué hemos hablado tu y yo?"

Tenía razón, desde el fin de semana toda nuestra vida había girado alrededor de la aventura que habíamos vivido.

  • "Creía que tu… que a ti te gustaba"

  • "Y me gusta, el sábado fue un día especial, y el domingo, pero…" – me abrazó al ver mi desolación – "cielo, tenemos una vida tu y yo, no quiero depender de Carlos para que seamos felices ¿me entiendes?"

De repente fue como si todo un entramado construido con paciencia y dificultad se viniera abajo, no sabía cómo reaccionar ni que argumentar. Aquel abrazo me irritó pues parecía querer zanjar una historia que para mí apenas hacía sino comenzar. No respondí a su abrazo y, sin pretenderlo, mis palabras sonaron a enfado.

  • "Creo que exageras, acabamos de estar con él por primera vez, ya sé que el ritmo que hemos llevado estos días no se puede mantener indefinidamente pero… ¡joder Carmen, es normal que estemos todavía centrados en lo que hemos vivido!"

Carmen recibió mis palabras como si le estuviese echando una bronca.

  • "Pues será eso Mario, lo cierto es que necesito parar un poco, frenar este ritmo que llevamos, necesito pensar, volver a la normalidad, no sé si me entiendes"

  • "Te entiendo, lo que no se es como lo vas a hacer, porque dar la callada por respuesta no me parece propio de ti, ¿Vas a seguir ignorando sus llamadas?"

La estaba atosigando, era consciente de que la estaba poniendo entre la espada y la pared, pero no podía parar

  • "No, claro que no, tendré que hablar con él…" – la interrumpí.

  • "¿Y qué le vas a decir, que con tus amigos de Sevilla si pero que con él ya no?

Estaba siendo injustamente duro, me miró como si le pareciera imposible que yo hubiera dicho algo parecido, recapacité, tenía que reconducir aquella conversación que llevaba camino de convertirse en un desagradable altercado.

  • "He sido demasiado crudo cariño pero el fondo es ese, ¿qué crees que va a pensar si ahora, nada mas acostarte con él, le despides? Para él tú no eres una mujer que acaba de vivir su primera experiencia extramatrimonial, Carlos te imagina… bueno, digamos que tiene la imagen de ti que ambos le hemos hecho creer"

  • "Una golfa" – dijo con resentimiento.

  • "Sabes que no es eso lo que quiero decir" – respondí molesto por la manipulación evidente de mis palabras.

Carmen quedó en silencio, los argumentos que le acababa de dar la obligaban a reconsiderar todo, ¿Cómo frenar a Carlos cuando ella misma le había insinuado sus orgias en Sevilla? Comprendió que yo tenía razón, Carlos se sentiría utilizado, pensaría que había sido un capricho de ella si ahora le rechazaba; el rancio orgullo masculino saldría a relucir y pensaría si acaso no habría estado a la altura de lo que estaba acostumbrada con sus otros amantes.

Seguimos caminando lentamente, muy cerca ya de nuestra casa Carmen se detuvo.

  • "¿Cómo crees que debo enfocarlo? Lo que no quiero en absoluto es que esto se convierta en algo habitual, no pretendo estar acostándome con Carlos cada dos por tres, además, estos últimos días las conversaciones han estado demasiado centradas en el sexo"

  • "Lo que pienso es que no debes continuar evitando sus llamadas, tampoco creo que plantearle un corte radical sea la mejor manera de llevar esto" – su mirada era una clara interrogación – "Habla con él, dile lo que me acabas de decir a mí, que estáis demasiado volcados en el sexo, que echas de menos las charlas que teníais antes…"

  • "Yo no he dicho eso" – ‘¡Touché!’, acababa de tocar una fibra sensible.

  • "¿No es cierto que preferirías seguir hablando con él pero no solo de sexo?" – Carmen dudó en su respuesta.

  • "Bueno si… no se… lo que no quiero… ¡joder Mario, no me entiendes! No quiero seguir hablando a diario con él y en el tono con que me habla"

  • "¿A qué te refieres?"

  • "Cada vez me trata mas como… como si fuera…"

  • "¿Su novia?" – bajó los ojos, si la escasa luz lo hubiera permitido, seguro que habría descubierto el rubor en sus mejillas.

  • "Si, algo así" – noté la erección que nacía vigorosa.

  • "¿Qué te dice?" – Carmen comenzó a caminar de nuevo y pronto sobrepasamos nuestra casa – "¿Dime, qué cosas te dice para que pienses eso?"

  • "Me llama cariño, cielo, vida… cosas así, habla siempre en plural, de ‘nosotros’ como si esto fuese algo más serio"

  • "Está enganchado, yo ya lo había notado, esta coladito por ti"

  • "Pues no me gusta nada"

  • "Mujer, ¿qué va a pasar? Son solo… cariñitos, no le des más importancia"

  • "¡Qué ingenuo eres! Si le doy alas no se qué vendrá después"

  • "Me pedirá tu mano" – bromeé intentando rebajar la seriedad de la conversación.

  • "¡No seas tonto, estoy hablando en serio"

  • "Vamos Carmen, ¿me vas a decir que no te sientes capaz de dominar esta situación? que te llame cariño, cielo o incluso amor no tiene más importancia que la que tú quieras darle; si ve que no te afecta, él mismo no le concederá ningún valor a sus palabras

  • "No sé, quizás tengas razón pero me hace poner tensa cada vez que me lo dice"

  • "¿Y tú qué haces, qué le contestas?"

  • "Nada ¿qué le voy a decir?"

  • "¿No le dices tú también cariñitos?" – recalqué esa palabra al mismo tiempo que la estrechaba con mi brazo.

  • "¡Nooo, claro que no!"

  • "¿Y por qué no?" – Carmen se volvió a mi escandalizada.

  • "¿Estás loco? ¡solo faltaba que yo le diera pie!"

  • "Pero… ¿te gusta o no te gusta que te diga esas cosas?"

Quedó callada y ese silencio fue lo suficientemente elocuente para mí.

  • "Te gusta, pero no te atreves a reconocerlo"

  • "¡Joder Mario!"

Se sentía atrapada, si hubiera podido huir de aquella conversación lo habría hecho pero yo no lo iba a consentir, la tenía justo donde yo quería.

  • "¿Tengo o no tengo razón?" – insistí al ver que estaba punto de confesarlo.

  • "¿Y a quién no le gusta que le digan esas cosas?"

  • "No hablamos de los demás, hablamos de ti. ¿Te gusta o no te gusta?"

Esta vez dejé que su silencio se agotara hasta provocar su respuesta

  • "Si, me gusta, claro que si, pero… es peligroso jugar ese juego Mario, es muy peligroso"

  • "Le das más importancia de la que tiene y eso es lo que Carlos nota y lo que va a hacer que él mismo piense que sus mimos tiene un gran valor para ti, justo lo que quieres evitar"

Llevábamos un buen rato detenidos ante nuestro portal y consideré que había sembrado suficiente material como para dejar que reposara y lo asimilara, abrí la puerta y subimos en silencio en el ascensor.

No volvimos a hablar de ello en toda la noche, Carmen se sintió frustrada ahora que estaba dispuesta a hablarlo; En dos ocasiones que intentó volver a la conversación yo lo evité con habilidad. Tenía que dejarla en ese punto en el que su disposición a hablar quedase sin resolver.

El viernes a media mañana Carmen se enfrentó a la decisión que debía tomar, ese día Carlos había desistido de llamarla, posiblemente influenciado por mis consejos, pero para Carmen la ausencia de la cotidiana llamada funcionó como una alarma que le advertía de lo cerca que estaba de perder la relación con él.

Aguijoneada por el vértigo de perderle marcó su número.

  • "¡Vaya, la niña perdida!" – Carmen respiró aliviada ante el tono distendido de Carlos, esperaba algún reproche o, como mínimo, un tono más serio"

  • "Hola; no, no me he perdido, es que… verás…"

  • "Cielo, no me tienes que dar ninguna explicación. ¿Cómo estás, preciosa?

Sus palabras la devolvieron a ese agradable estado en el que se sentía mimada, halagada por sus detalles, envuelta en una nube de ternura y deseo. Zanjó de un plumazo toda su reticencia y se dejó acariciar.

Bastaron quince minutos para que Carmen sucumbiera al seductor encanto de Carlos; La mujer que colgó el móvil era otra muy diferente de la que había iniciado la llamada.

Hablé con ella a mediodía y no necesité que me lo dijera, su tono de voz y su alegría me dejaron claro no solo que habían hablado sino que las sombras de duda habían desaparecido.

  • "¿Ya has hablado con Carlos, verdad?" – se mostró sorprendida.

  • "¿Por qué lo sabes?"

  • "Te lo noto cariño, estás mucho más contenta que ayer, no parecías tu"

  • "Si, te hice caso y le llamé esta mañana"

  • "¿A que no estaba enfadado?"

  • "No, para nada"

  • "Me alegro, ¿en qué has quedado con él?"

  • "En nada, no le he dicho nada, si veo que sigue volcado solo en cosas de sexo se lo diré"

  • "Me parece mejor"

  • "Sabes una cosa?"

  • "No se" – dije intrigado "tú dirás"

  • "Me encanta poder hablar así contigo, me hace sentir… que te quiero más que nunca"

El corazón me dio un vuelco de alegría, eso era exactamente lo que deseaba escuchar.

  • "Es que nos queremos más que nunca cielo, es lo que llevo intentando explicarte todos estos días"

  • "Lo sé amor, pero es que cuando te escuchaba me parecía tan irreal, tan utópico. Ahora sin embargo lo he podido experimentar, tu y yo hablando de…" – el teléfono enmudeció un par de segundos, luego su voz sonó mas baja – "… del hombre con el que me he acostado, y tu, aconsejándome, ayudándome… a mi lado como siempre. Te quiero Mario, no sabes cómo te quiero".

Esperé a que el nudo que atenazaba mi garganta me permitiera hablar sin delatarme; El resto de la conversación quedó oscurecida por la intensidad de mis emociones, unas emociones que no perdieron fuerza durante el resto del día

Después de cenar estábamos viendo una película en la tele, Carmen tumbada en el sillón apoyaba su cabeza en mis piernas y mis dedos jugueteaban distraídamente con el fino cabello de su sien. No recuerdo en qué momento dejé de prestar atención a la película y me sumergí en revivir cada uno de los acontecimientos que habían removido nuestras vidas. Repasaba todas las conversaciones que habíamos mantenido los últimos días y me detuve en unas palabras con las que yo le resumí la conducta de Carlos: la trataba como si fueran novios, era algo que yo había visto ya el mismo día que se acostaron, cuando permanecieron tumbados en la cama mientras yo les traía las bebidas. Carlos la llamaban ‘cariño, cielo, vida’, quién sabe qué más cosas.

  • "¿Cómo te lo dice?" – llevábamos un buen rato en silencio, atentos a la trama de la película y Carmen no entendió mi pregunta – "Estaba pensando en Carlos, me preguntaba cuándo y cómo te dice cariño, cielo… esas cosas"

Carmen fingió un gesto de fastidio

  • "¿Otra vez?"

  • "Vamos, ¿me vas a decir que hoy no te ha hecho mimitos?" – Carmen sonrió.

  • "No son mimitos"

  • "¿Cuándo te lo dice?" – abandonó la película, seguía sonriendo mientras recordaba.

  • "Cuando descuelgo, suele decirme ‘Buenos días cielo’ o ‘Hola cariño’ – parecía más relajada que la primera vez que me lo contó.

  • "¿Y… cómo te sienta?" – se tumbó boca arriba, yo tomé el mando y enmudecí el televisor.

  • "Bien, es agradable aunque me preocupa"

  • "Si, te preocupa pero te dejas querer ¿no es cierto?"

  • "Si, supongo que si"

  • "¿Y tú no le dices nada parecido?"

  • "No, ya te lo he dicho"

  • "¿Por qué no?" – Carmen me miró

  • "No es lo mismo, si yo se lo digo le estoy dando pie a creer que hay algo más" – de pronto comenzó a negar agitando la cabeza – "¡además a mi no me salen esas cosas!"

  • "Conmigo si"

  • "¡Claro, pero tú eres tú!"

  • "Inténtalo"

  • "¿Qué?"

  • "Cierra los ojos, imagina que estás con Carlos y dile ‘Carlos cariño, tráeme una tónica’ – al instante recordó el momento en el que me pidió la bebida estando acostada con él y me miró reprendiéndome.

  • "¡Que no, no me sale!"

  • "Inténtalo, por favor"

Carmen cerró los ojos, una sonrisa pugnaba por brotar en su rostro, parecía una cría juguetona intentando contener la vergüenza que estalló incontrolada convertida en risa nerviosa.

  • "¡No puedo!"

  • "Venga, otra vez, cierra los ojos…" – Carmen obedeció – "estás en tu despacho, suena el teléfono, es él, descuelgas y le dices ‘hola cariño, buenos días’

Carmen se mantuvo con los ojos cerrados pero no pronunció ni una palabra, la risa nerviosa volvía a aparecer y a duras penas lograba controlarla.

  • "¡Venga, no seas chiquilla! Es solo un ejercicio de visualización"

Carmen cerró los ojos obediente y fracasó en dos intentos por pronunciar aquella frase tabú. Poco a poco consiguió sofocar esos accesos de hilaridad y se serenó. Pasaron los segundos, yo la animaba a intentarlo, dejando que sus silencios la ayudaran a arriesgar. Cuando estaba a punto de reforzar otra vez la imagen con mis palabras comenzó a hablar despacio, con voz profunda.

  • "Hola cariño, buenos días" – el corazón me dio un vuelco

  • "Repítelo"

  • "Hola cariño, buenos días"

  • "¿Estás pensando en él?"

  • "Si"

  • "Ahora di ‘Carlos cariño’

De nuevo dudó unos segundos antes de obedecer.

  • "Carlos, cariño" – vi como su pecho se elevaba movido por el cambio en el ritmo de su respiración.

  • "Dilo otra vez" – esta vez no dudó tanto.

  • "Carlos cariño"

  • "Ahora, imagina que estás con él, sentada en una cafetería…" – Carmen mantenía los ojos cerrados, su respiración agitada mostraba su excitación por el juego – "… dile ‘Pídeme una tónica, cielo’

Le di el tiempo suficiente como para que recreara la escena con detalle en su mente, sus palabras brotaron en medio de un suspiro.

  • "Pídeme una tónica… cielo"

Yo acariciaba su estómago desde… no sé cuándo.

  • "Ahora, imagina que estás en la cama con él, dile algo" – Carmen no abrió los ojos pero su respuesta fue rápida

  • "No sé qué decir" – protestó.

  • "Vamos Carmen, no seas niña"

Tardó unos segundos en responder y cuando lo hizo me cogió desprevenido.

  • "Carlos cielo, deja de morderme el cuello, lo va a notar mi marido" – abrió los ojos tras pronunciar aquella frase y me clavó su mirada más sensual.

  • "¡Qué golfa puedes llegar a ser cuando te sueltas!" – le dije sonriéndola, ella me mantuvo la mirada y sonrió a su vez elevando las cejas.

  • "Ni te lo imaginas"

  • "Pero me has hecho trampas, quiero escuchar algo real" – rió al verse descubierta – "venga, cierra los ojos… ahora imagínate que estas acostada a su lado… acabáis de follar, estas abrazada a él, descansando en su pecho. Dile algo"

De nuevo el silencio mientras construía la imagen me dio tiempo para embobarme con la belleza de su rostro transfigurado por las emociones que las imágenes le provocaban, al fin se rindió.

  • "No sé, no puedo"

  • "Cielo, ha sido fantástico" – improvisé.

  • "¡Yo nunca digo esas cosas!"

Me di cuenta de que al apartarme de su realidad hacia poco creíble la imagen que quería reforzar en ella, entonces volví a las situaciones cotidianas: el teléfono era el contexto para provocar esas frases.

  • "De acuerdo, sitúate esta mañana, cuando hablabais por teléfono" – Carmen cerró de nuevo los ojos, cuando estimé que le había dejado margen suficiente para construir la escena, continué – "Ahora, despídete de él ‘Un besito cariño, hasta mañana"

Tres, cuatro segundos, cinco…

  • "Un beso cariño, hasta mañana"

  • "Suena forzado"

  • "Un beso cariño, hasta mañana"

  • "Otra vez"

Carmen se tomó su tiempo antes de repetir

  • "Un besito, cariño, hasta mañana"

Esta vez su voz sonó distendida, muy relajada, natural.

  • "¿Te sientes mejor ahora?"

  • "Sí, creo que si"

  • "Estás frente a él, acaba de llegar en el AVE, se acerca a ti, le das un beso, o dos o…" – la vi sonreír sin abrir los ojos – "y le dices ‘Que ganas tenía de que llegaras cielo’

MI mano se había metido por debajo de su pijama y acariciaba su vientre duro y plano, el pulgar rozaba la base de sus pechos.

  • "¡Qué ganas tenía de que llegases ya, cielo!" – el énfasis en sus palabras me indicó la realidad de ese deseo.

  • "¿Ya te gustaría, eh?" – abrió los ojos sin dejar de sonreír.

  • "Si, ya me gustaría, si" – su sinceridad me volvía loco de placer.

  • "¿A que ya no te sientes violenta diciéndolo"

  • "No, es cierto"

Entonces, dominado por la excitación lancé un órdago

  • "Llámale"

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