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Diario de un Consentidor (72) - Cosas que nunca...

en Intercambios

Cosas que nunca debieron haberse dicho

  

Quien esté acostumbrado a dormir en compañía me comprenderá.

Abrí los ojos totalmente alerta, vigilante, sin rastro del sueño del que acaba de emerger. Nada me había alterado, nada me había sacado del cómodo estado en el me encontraba, ningún ruido, ninguna molestia, tan solo una sensación de ausencia. La falta de su respiración, del calor tibio de su cuerpo, de la cercanía de sus movimientos al cambiar de postura… La cama sin ella producía un estruendoso silencio que me había arrancado del sueño.

Las ocho de la mañana, me mostró el reloj de la mesita de noche.

Tras orinar me lavé en el bidet; el espejo me devolvió un rostro cansado, las ojeras marcadas bajo mis ojos eran las huellas que quedaban de la batalla. Me refresqué la cara, me arreglé el pelo con los dedos y volví a la habitación, recogí las bragas que estaban tiradas en el suelo al lado de la cama, ¿qué hacían allí? Camino del cuarto de servicio recuperé las imágenes de unos cuerpos enredados, ansiosos por encontrarse, por descubrirse como si fuera la primera vez que se tocaban, dos personas haciendo el amor con infinita ternura, como si la pasión necesitase dejar paso al tacto, a las caricias. Y de pronto la repentina tensión, el desasosiego, la frustración, la pena. 

Dejé la ropa usada en el cesto y fui en busca de Carmen, la imaginé en la cocina tomando café pero me equivoqué; tampoco había acertado al pasar por el salón; comenzaba a sentir frio, debí haberme puesto algo, una camiseta, un albornoz, pero ya no iba a retroceder y continué desnudo hacia la escalera.

Al tomar la curva del primer tramo, justo cuando mis ojos enfilaban el suelo de la planta superior la descubrí como la noche anterior, apoyada en el ventanal del fondo con una taza en la mano. Me detuve, no me había escuchado subir y desde donde yo estaba no me podía ver. Parecía ensimismada, ausente, sumida en sus pensamientos. Su perfil me descubría un velo de nostalgia, quizás de tristeza. O era mi imaginación que ponía esas emociones en lo que tan solo era evocación de un fin de semana intenso, duro, arriesgado, llevado al límite.

La dejé, no quise importunarla y volví al dormitorio urgido por el frio que comenzaba a reclamarme algo de ropa. Esta vez mi mente no vio fantasmas. Recuperando calor me preparé un café y busqué unas galletas antes de volver a subir al ático; esta vez si dejé que mis pasos me delataran en los escalones finales. Carmen volvió el cuello y esbozó una tensa sonrisa, luego regresó a su introspección, a su fuga a través de la cristalera mientras daba un sorbo al café.

La rodeé con mis brazos. No me había equivocado en mi primera apreciación, mi niña estaba triste.

-        ¿Y este madrugón, a qué se debe? – dije dejando un beso en su oreja. Carmen se refugió en mi cuerpo, su rostro se pegó al mío como un imán, buscando el contacto de mis labios.

-        No tenía sueño, llevaba un buen rato sin poder dormir y no quise despertarte

-        ¿Llevas mucho tiempo aquí?

-        No sé… una hora, algo así

La estreché, comencé a masajearla como si necesitase entrar en calor, ella se dejó hacer; poco a poco se giró hasta quedar frente a mí, entonces bajó su rostro y lo ocultó en mi cuello como si necesitase cobijarse.

-        ¿Qué te pasa cielo?

Suspiró, fue un hondo suspiro que dio paso a un silencio del que, estaba seguro, surgiría una respuesta.

-        No lo sé, en serio, no lo sé. Han sido tantas cosas… necesito pensar – levantó la mirada, tenía una expresión que me sobresaltó – pero sola ¿no te importa, verdad? tengo que poner orden en mi cabeza

No sé qué vería en mi rostro porque inmediatamente puso sus manos en mis hombros y me dijo

-        No te lo tomes así, necesito un poco de tiempo para pensar, solo es eso, lo que no puedo ahora es meterme en una de nuestros debates - de repente noté como cambiaba, se puso tensa, visiblemente irritada -   bah! déjalo – dijo cortante y se volvió de nuevo hacia el ventanal.

Yo no había dicho ni una palabra, no entendía su reacción, no estaba preparado para aquel cambio tan brusco que nada podía predecir y me sentí molesto ante su actitud defensiva.

-        No he abierto la boca Carmen, no sé por qué te pones así

-        Te conozco, sé lo que estas pensando

-        ¿Ah si, en serio? – me alejé unos pasos hacia atrás – tienes razón, será mejor que te deje tranquila, parece ser que mi presencia te irrita y no sé muy bien por qué

-        No puedo hablar contigo ahora sencillamente porque no espero encontrar a la persona ecuánime que siempre he tenido a mi lado

Aquello me dolió profundamente. Desoí esa parte de mí que le daba la razón, que se ponía de su parte y sabía que yo no era precisamente imparcial en cualquier discusión en la que se tratase ese tema, nuestras relaciones de pareja, y me revestí de un aire de indignación antes de contestarle.

….

El hombre que actúa por despecho suele causar daño a quien se lo provoca. La mujer movida por el despecho suele acabar dañándose a sí misma.

Carmen lo había visto en clínica infinidad de veces, ahora lo vivía en su propia carne.

El amanecer la encontró despierta. La luz se había ido filtrando por la persiana y a medida que la oscuridad se despejaba fue como si sus ideas se aclarasen simultáneamente. El cansancio aún perduraba pero al menos su cabeza parecía funcionar con lucidez.

A su lado yo dormía profundamente. Miró el reloj; aún no eran las siete. Se levantó con sigilo, y estiró la espalda, el cuello le seguía molestando, echó los brazos hacia atrás. Notó la incomodidad de haber dormido con ropa interior y se despojó de las bragas que abandonó en el suelo; abrió con cuidado la cómoda y escogió unas nuevas, se puso la bata que estaba en el silloncito y las guardó en el bolsillo. Evitó entrar en el cuarto de baño para no hacer ruido y salió de la alcoba camino del aseo.

Mientras se preparaba un café reparó en la pesada carga que la agobiaba. Algo parecido a la pena, tampoco era culpa, quizás se parecía mas a un sentimiento de pérdida, como cuando has enterrado a un familiar. ¡Qué absurdo! pensó mientras daba vueltas con la cucharilla, ¿por qué tenía que sentirse así de mal, así de triste? tan diferente a como se sentía apenas unas horas antes. Ayer mismo su estado de animo era bien diferente, bromeando con su marido; la pelota de tenis en el culo, recordó y una leve sonrisa transformó el rictus de seriedad que ensombrecía su rostro.

Poco duró; La congoja seguía ahí, atenazando su pecho, pesando sobre sus hombros.

Salió de la cocina con la taza en la mano y subió al ático. El cielo, otra vez gris, amenazaba lluvia y confería al salón un tono pálido que poco ayudaba a mejorar su ánimo. Separó las cortinas del ventanal, se apoyó en el marco y echó un vistazo a la terraza;  las coníferas habían crecido, aquí y allá destacaban las agujas nuevas como pinceladas de un verde mas claro; los rosales pronto comenzarían a brotar. Teníamos que limpiar la barbacoa.

Se refugiaba en lo cotidiano para calmar ese desasosiego que la atormentaba, quizás si invocaba lo rutinario, lo que había sido su vida hasta el jueves anterior pudiera ser que lograse exorcizar los demonios que la asaltaban desde la madrugada.

Porque al despertar, sin que tuviera que verbalizarlo, había sido consciente de que su vida había cambiado radicalmente. Ese día, no antes, no cuando se entregó a Carlos, no. Su vida había cambiado esa noche, con Doménico.

Y había sido el despecho lo que la había llevado a sus brazos. Ahora lo veía claro, aquella semana había sido como una vertiginosa pendiente por la que se había deslizado sin freno desde la discusión con Carlos, cuando éste transformó la dulzura en desprecio, la declaración de amor en vejación.

¡Qué absurdo, qué ingrata forma de pensar! Para algunos hombres parecía no haber elección; o novia y esposa o puta y ramera. No había término medio, pensó con tristeza apoyando la frente en el frío cristal de la ventana.

Recordó al amigo con el que había pasado horas al teléfono y había compartido tantos momentos de confidencias en los que se sintió arropada, protegida, escuchada, ¿dónde estaba?

Le echaba de menos, el desgarro que sintió al escuchar cómo rompía los lazos que les unían se reavivó al recordarlo, de nuevo sintió la amargura, el dolor, la pena…

Luego, el abandono de su marido, la ausencia cuando mas le necesitaba y, en medio de la pena, la veleidad del ligue que, en cualquier otro momento hubiera servido de juego pero que entonces ahondó su sensación de inmensa soledad, de vacío.

Despecho, contra Carlos y contra Mario, despecho contra el mundo. Despecho fue lo que le llevó a recuperar de su memoria un incidente sin importancia, una persona que, sin mediar estas circunstancias, hubiera pasado de largo por su vida y que ahora sin embargo, la había trastocado por completo.

Doménico… Si no hubiera sucedido todo aquello, si no se hubiera distanciado de Carlos, si Mario hubiera estado al quite y la hubiera arropado Doménico no hubiera regresado de su memoria y  no hubiera vuelto a entrar en escena, pero ahora… ahora ya era tarde.

¡Qué diferente era! Resolutivo, directo… cubría la parte de cariño y dulzura que necesitaba, además tenía una faceta de… mando de la que tanto Mario como Carlos carecían y que jamás pensó que toleraría en un hombre.

¡Qué curioso! Se enfrentaba por primera vez a una persona dominante que, sin embargo no le resultaba desafiante. Doménico no se imponía de una manera agresiva ni violenta, su forma de mandar era casi natural. Recordando se dio cuenta de que desde la despedida tras el desayuno en el que se decidió la cita aquella noche ella se dejó dominar casi sin percibirlo, Doménico tomó las riendas y ella no solo dejó que sucediera sino que sintió un extraño placer al permitirlo. Aquel beso robado en plena calle fue la primera de las múltiples claudicaciones que vendrían después; él lo supo entonces, por eso la tomó por la cintura y le robó un beso más, de alguna manera supo que podía hacerlo. Y luego cuando le llamó para cancelar la cita, él maniobró con autoridad, esa autoridad que ella no supo contrarrestar y acabó derrotada, la primera gran derrota que sin embargo no le dejó sabor a tal.

-        ¿Qué me está pasando? – susurra en voz baja

¿Qué tiene este hombre, qué poder ejerce sobre ella, qué atracción la domina para haberla cambiado de esta forma?

No se reconoce a sí misma, nunca se imaginó… enchochada, - ¡Dios, qué palabra! Pero es la única que define el estado en que se encuentra -, enchochada por un hombre, porque así es como se siente ahora, sin la excusa del alcohol, sin poder achacarlo a la droga. No, está loca por volver a meterse esa maravillosa polla en la boca y sentir como se la llena de semen, se muere por volver a sentir como le rompe el culo, quiere escuchar ese acento italiano diciendo ‘la mia puttana’.   

Enchochada. Acaba de entender por qué ha surgido esa ordinariez en su cerebro.

Sonsoles, veintiocho años, cajera en un supermercado, lleva en consulta cinco meses derivada  por un compañero de asuntos sociales. Estudios básicos e incompletos, con una relación estable de mas de seis años, había comenzado una relación año y medio atrás con un compañero del trabajo, nada serio al principio, decía ella, un tonteo, alguna caricia a escondidas en el almacén, en los vestuarios… le gustaba porque le veía diferente a su novio, mas lanzado, con un puntito salvaje que le ponía.

Serafín, su novio era todo ternura, todo cariño, la trataba como una reina y, claro, ella no tenía ninguna queja pero a veces sentía que le faltaba algo, no sabía qué pero cuando el bestia de Javi comenzó a pellizcarla el culo cuando les podían ver… esa sensación de peligro le ponía el corazón a doscientos por hora. Y luego la sensación de sentirse agredida, en vez de cabrearla, o además de cabrearla, la calentaba y le hacía revolverse con una furia que, cuando le seguía al almacén y le arrinconaba y le decía “¡oye tú, pero qué te has creído!” y veía como él la miraba con esa sonrisa de chulo, la mitad de las veces se iba con un calentón entre las piernas…

Tenía que pasar. Una tarde, cuando Javi pasó por su lado y haciéndose el descuidado le rozó una teta con el brazo Sonsoles le siguió hasta el almacén.

-        ¿Oye tú, ¿pero de que vas?

Javi se volvió con esa sonrisa de suficiencia y la miró de arriba abajo comiéndosela con los ojos

-        ¿Yo, de qué voy?

-        Si, tú, ¿te crees que puedes pasar por mi lado y tocarme las tetas como si nada?

Javi sonrió y le miró al pecho con descaro

-        Pues… ahora que lo dices… si, creo que si

-        ¡Joder! ¿qué te parecería que yo pasase a tu lado y delante de todo el mundo te hiciera esto?

Sonsoles bajó la mano y le cogió el bulto que sobresalía en su bragueta. Toda su valentía se esfumó en un instante, Javi perdió la sonrisa de chulo, ambos se quedaron mirando unos segundos y se fundieron en un beso intenso, en un abrazo doloroso, las manos se buscaban. Tropezando buscaron un rincón en el que ocultarse, un sitio alejado donde las manos de Javi desnudaron la carne pálida de Sonsoles y ella palpó por primera vez la erguida virilidad del hombre que la llevaba persiguiendo tantos meses. Se dejó agachar y llevó a su boca esa húmeda barra y la besó con ansia y apenas pudo contenerla a tiempo como para que se derramase en su boca y no en su ropa y luego,  empujada sobre una caja de detergente, dejó que le bajara las bragas y sintió como esa verga, todavía dura, se empotraba en su interior y volvía a derramarse  después de hacerle saber lo que era de verdad el primer orgasmo de su vida.

Intentaron llevarlo con cautela pero esas cosas acaban por saberse y llegó a oídos  de Serafín. Sonsoles tuvo que dejar la casa que era de la familia de su novio y se trasladó a vivir  con Javi, estaba enchochada, le dijo a Carmen para justificar por qué lo había dejado todo por él.  

Lo que en principio era un puntito salvaje al poco tiempo se declaró como violencia sobre todo cuando el alcohol era demasiado, Sonsoles comenzó a aparecer en el trabajo con gafas de sol y manga larga aunque fuera verano para ocultar los moratones. Su trabajo comenzó a resentirse, su vida se estaba haciendo añicos y pidió ayuda.

¿Ese es el perfil de Doménico? Sintió un escalofrío.

-        No, joder, estoy desvariando, él no es así – murmuró.

¿Seguro? El maltratador no se muestra como tal desde el principio, eso es algo de libro. Va tejiendo la red poco a poco y la víctima va cayendo en ella progresivamente, a través de sus propias cesiones, con cada una de sus claudicaciones, por pequeñas que sean, y ella había hecho muchas desde el viernes por la mañana, muchas. Se había ido dejando llevar, cediéndole terreno, decisiones… ¿por qué?

Me estoy volviendo paranoica – pensó – es solo un hombre atractivo, con una personalidad fuerte y yo me he dejado impresionar, me ha pillado en un momento especialmente sensible, estoy dolida por Carlos, por el idiota de Mario, por su ligue, y he sido tan tonta como para intentar darle por las narices ¡joder!

Captó un velo de rencor que cubría sus pensamientos, no es una persona rencorosa sin embargo no encontraba otra forma de definir la sensación que la embargaba en ese momento y que había ido creciendo, casi imperceptiblemente desde que se disiparon los efectos de la droga y volvió a estar despejada el sábado al caer la noche.

Rencor, una pátina de rencor la separaba de mí; no era grave, - creía -, lo suponía pasajero pero no lo podía evitar, sentía un destello de rencor al pensar en mi, al tenerme cerca, al escucharme. Ahí estaban las consecuencias de tanto manejo, de tanta manipulación. Jugábamos al filo del precipicio y había bastado un mal momento emocional para que mis presiones verbales dieran el resultado que ninguno de los dos esperábamos.

Se nos había ido de las manos. Y aunque ella sabía que no era del todo inocente me consideraba el principal responsable.

La congoja le atenazó la garganta ¡qué lejos quedaba aquella mujer que era hace un año. La echaba de menos, su tranquila existencia, su paz, su inocencia…

Seguía mirando a través de la cristalera, recordando su vida anterior, pero su mente le reflejaba otras imágenes ante las que se veía impotente, incapaz de oponer resistencia.

Se vio caer al suelo ante Doménico, rendida ante su verga, ¡Dios, cómo la deseaba! ahora mismo casi podía sentir el tacto en sus dedos, la apretada bolsa en la palma de la mano, el olor tan cerca de su cara, ese olor que la embriagó desde el primer momento… comenzó a excitarse. Y luego sintió el contacto de una mano en su cabeza, como si fuera una niña  a la que le dan un premio… así se sintió ella, reconfortada, y así quiso mostrarse cuando abrió la boca y engulló el glande de aquella preciosa pieza por primera vez. Quería dar placer, ¿cómo no se dio cuenta entonces? ¡De rodillas, dejándose acariciar la cabeza, lamiéndole la polla… era la imagen clara de la sumisión, por Dios!

Pero seguía excitada, ahora mismo esa imagen la seguía excitando y escandalizando al mismo tiempo, rompía todos sus esquemas, todo su ideal de mujer independiente, sin embargo ahí estaba ese temblor que denunciaba su deseo desatado.

Y, casi sin tiempo para seguir analizándose, otra escena se superpuso a ésta.

Arrojada al sofá, follando conmigo, siendo consciente de que no voy a ser capaz de consumar y viendo en lo alto de la escalera al italiano desnudo, excitado por su causa, erecto, mirándola a los ojos, esperando su turno. Y ella, preocupada por no humillarme, sigue, aguanta, intenta llevarme al orgasmo aunque sabe que no lo voy a conseguir y mira mas allá, a lo alto de la escalera donde otro hombre se excita viéndola follar y de repente su excitación frustrada descubre algo nuevo: Qué es lo que hay al otro lado de la frontera del pudor, mas allá del limite de la vergüenza y entonces algo se rompe en su cabeza, un límite, una cadena. “Déjalo, no pasa nada, cómemelo, necesito correrme” y se muestra mas desnuda para el mirón y se deja ver mientras le comen el coño y siente un placer brutal, como nunca ha sentido antes, se está exhibiendo, jamás lo ha hecho. Nunca se lo ha permitido a sí misma, nunca ha sentido algo así, no rehúye el encuentro de los ojos, no se esconde y en lugar de bajar la mirada mira, mira al macho desnudo que se acaricia la verga altiva, hinchada y se siente objeto del placer por el que el varón se masturba, y eso la vuelve loca de excitación y comienza a mover la caderas y se masturba ella misma contra la boca de su marido sin dejar de mirar al hombre que desde lo alto de las escaleras la desea. Un duelo de miradas cargadas de sexo puro, en el que el esposo es solo un objeto contra el que frotarse. Se pellizca los pezones para el otro, para provocarle mas placer y cuando al fin se corre no cierra los ojos, quiere ver al otro, quiere ver como la mira mientras se corre.

-        ¡Oh Dios!

¿Agua? Le ofrece su marido; Si, lo que sea con tal de que te vayas y dejes a la vista lo que tu cabeza oculta, ¿no ves que estorbas?

Abierta, húmeda, chorreante, le ve bajar las escaleras con un trote que hace brincar esa verga hinchada, baja hacia ella cuando todavía su marido no ha terminado de abandonar el salón. No hay palabras, no hay preámbulos ni caricias, la ensarta de una sola estocada que no duele de lo mojada que está. Es puro sexo, ambos lo saben, no quieren otra cosa y comienzan a copular como animales, golpeándose con furia.

Verlo bajar las escaleras así, esperarle abierta le supuso un shock. Antes de que yo le recordase su fantasía juvenil ella revivió aquellas imágenes masturbatorias y le produjo un caos en su mente. Era real, ya era real, sin necesidad de palabras su cerebro percibió que un hombre salía de su coño y otro llegaba para entrar en ella. Estaba dispuesta, abierta a todo, abierta a cualquier experiencia. El crack se había producido.

-        ¡Oh, joder!

Carmen bebió un sorbo del café que comenzaba a quedarse frio ¿qué habría pasado si hubiera habido mas hombres en casa de Doménico? Un relámpago de placer recorrió su espalda al pensarlo. Luego surgió  el miedo al descontrol, pavor a lo desconocido, a lo que podría haber sucedido con personas de las que no sabes como pueden reaccionar.

De pronto un repentino cambio de escenario le recordó, casi sintió el suave y húmedo roce de una lengua entre sus nalgas, su propia mano separándolas para facilitarle el acceso, ¡Dios, cómo pudo ser tan dócil, cómo pudo ofrecerse así! De nuevo esa sensación, ese placer tan intenso al recordar que diluye cualquier intento de recriminación.

Recuerda que fue él quien le arrastró la mano hacia atrás para que se sujetase ella misma su nalga abierta, lo entendió al instante y, aunque al principio el pudor fue inmenso, se rindió a su deseo y se ofreció obscenamente, se abrió el culo y le enseñó su ano. Jamás, ni ante su propio marido se había mostrado tan provocativa, tan obscena. Guarra fue la palabra que le vino a la mente cuando por fin claudicó y se abrió el culo; cerda se llamó a si misma mientras  sujetaba el glúteo y sentía los dedos de Doménico hurgar en su ano. Cerda, nunca había empleado esa palabra. Cerda, guarra, golfa.

La pasividad de su marido también la incitó a dejarse hacer; tanto reclamar para sí la primicia de su culo y cuando comienza a ver los manejos de Doménico se inhibe y se retira a su faceta de mirón, fue entonces cuando decidió dejarse hacer o, quizás solo fue una excusa para aceptar lo que ya deseaba, entregar su culo a otro, dejarse sodomizar por alguien que la usase sin miramientos y no la tratase como a una reina. Despecho.

Carmen bebió otro sorbo de café, intentando no perder esa imagen nítida de si misma, boca abajo en la cama, separándose las nalgas, mostrando su ano, - ¡Dios, que guarra!  -, mientras ese hombre hunde el dedo dentro de su culo. No duele, escuece un poco si acaso, pero es tan excitante. Se siente usada, humillada pero es una humillación intensa, abrasadora, luminosa, es una entrega por la que desea pasar, que desea sentir como ha querido sentir esa lengua en su culo, ¡Oh Dios, que maravilla!  

Tiene a su marido a su lado, viendo como otro hombre va a poseerla por el único lugar por el que aun es virgen y siente una sensación extraña. Dependencia de ese hombre y poder, poder sobre su marido. Le ama, sabe que él está disfrutando y al tiempo nota la congoja que le atraviesa como una daga y que sin embargo le causa placer. No hay marcha atrás, Doménico va a hacer lo que ellos no han sabido, no han podido o no han tenido el valor de hacer; tiene miedo pero lo desea. Golfa, me siento una golfa. Cornudo, me dejaste sola cabrón, te necesitaba y no te tuve a mi lado.

Las imágenes se agolpan, se solapan, se aceleran, se ve de rodillas en la cama, sujeta por las caderas, con una presión que la causa un dolor lacerante, que se disipa cuando el glande logra superar el esfínter y se hunde dentro de ella. Es curioso, ya no hay casi dolor pero tampoco placer, aun así se siente feliz; es todo mental, siente como se desliza, como se dilata y cuando él está dentro, cuando le siente pegado a ella, entonces si comienza el placer, la dilatación que se transmite a su coño, la sensación de estar traspasada, los latidos de su sexo que se transmiten  al esfínter que intenta cerrarse y que apenas puede hacerlo por la enorme barra que lo perfora y eso hace que su coño se contraiga con más  fuerza y al hacerlo su culo intenta contraerse de nuevo y se inicia una secuencia imparable de pulsaciones que no controla. Y cuando le escuchó correrse, cuando le sintió derramarse en su interior, entonces si, si lo experimentó, una extraña mezcla de emociones. Su culo perforado, sus caderas aprisionadas por unas manos que parecían garras. Sometida, forzada, era su mente quien le enviaba andanadas de emociones que se transformaron en éxtasis.

Sometimiento, Esa es la palabra, pensó mientras volvía a beber. ¿por qué se sometía a esa experiencia, por qué se sentía tan atraída por esa situación de sometimiento?

Fue luego, la segunda vez, cuando se sometió a su deseo conscientemente, cuando la penetración fue mas sencilla. Podía haberse negado,  hubiera bastado un ‘no’  y Doménico no habría insistido, pero ni se lo planteó, se dejó inspeccionar el culo obedientemente, sumisamente, ¿por qué?

Dejó de pensar. Las imágenes la abrumaron durante cinco, diez minutos. De rodillas en la cama, con su marido dormido a su lado mientras unos dedos intrusos hurgan en su intestino buscando alguna lesión y ella sumisa, quieta, se deja tocar, se deja untar la droga en su ano sin una protesta.

Luego, una palmada en la nalga que significa, buena chica. Después el roce de la verga que ya conoce bien, que la excita, entre sus glúteos, rozando su irritado esfínter. Sabe lo que quiere decir. Y ella no tiene voluntad, no sabe por qué pero está en sus manos, depende de él, solo pide, ruega que no le haga daño, que sea cuidadoso y se entrega.

El recuerdo le eriza la piel. De nuevo la presión en su ano pero esta vez todo parece mas sencillo, el músculo ya no se resiste como antes, parece domado, escuece pero ha aprendido a abrirse y tras un leve esfuerzo cede y se abre a su dueño.

Se siente feliz, es una victoria y escucharle contento por su éxito la colma de felicidad. De nuevo las manos en sus caderas dirigiéndola la hacen sentirse sometida, guiada, tutelada. Mueve el culo siguiendo el ritmo de su amo. ¡Dios, por primera vez está usando esa palabra que le ha surgido espontáneamente!.

Hay placer, su mano busca el camino hacia su coño, entra dentro y nota el grueso cuerpo que horada su intestino. Escucha el jadeo de su dueño que se vuelve mas intenso al notar  sus dedos que le presiona al otro lado de la pared.

Se corre, se corren. Está satisfecha de darle placer.

Deja la taza sobre la mesa del ordenador ¿Por qué le emociona pensar en él como su amo? ¿Se atrevería a pronunciarlo en voz alta? El rubor calienta sus mejillas de solo pensarlo.

-        Amo… Amo… – Apenas es un susurro pero la alerta, se vuelve hacia la escalera, tiene la sensación de que su voz ha sonado en toda la casa – Amo… - repite, se estremece cada vez que la pronuncia.

Respira profundamente, una, dos, tres veces, cierra los ojos.

-        ¡Qué locura por Dios, qué locura! – sacude la cabeza negando la palabra que acaba de pronunciar por tres veces.

De rodillas, es como se recuerda, de rodillas comenzó la noche, frente a la verga de Doménico, y de rodillas continuó,  follando con su marido y lamiendo la polla de Doménico. Su recuerdo es confuso, el golpeteo de las caderas en su culo, las palabras soeces de su marido y la sensación, otra vez, de sometimiento, esta vez a dos hombres, el que la sujeta las caderas y la folla con algo de brutalidad y el que tiene delante de ella reclinado en el cabecero de la cama mirándola con deseo, abierto de piernas mientras ella sujeta su polla con la mano para evitar que con la violencia de la embestida de su esposo escape de su boca. Se siente utilizada pero su atención está en ese hombre que la mira, que ve como le sirve. Porque eso es lo que ella siente, que le está sirviendo, y siente ya entonces una emoción distinta, irracional, no del todo asumida pero que hoy, ahora se le hace plenamente consciente. Recuerda las pulsaciones de la verga en su mano anunciándole la eyaculación que inundará su paladar, la desea  y cuando se derrama en su boca por primera vez, no lo duda, traga su semen, lo devora y le mira a los ojos mientras lo hace, no quiere perderse su expresión de placer. Luego, cuando su marido la recupera y termina de follar, su cabeza sigue en otra parte, continua en ese momento de sometimiento en el que, ¡que absurdo! Se ha sentido libre.

De rodillas ha estado también en la ducha, bañada en la orina del italiano, su vista se le nubla al recordarlo ¿cómo ha podido hacerlo? Intenta recuperar la cordura, renunciar a lo que siente al pensar en lo que hizo. Sin embargo la emoción que la domina al recordarlo es tan intensa, tan sobrecogedora que teme lo inevitable que es lo que puede suceder en el reencuentro con Doménico, si repetirá ese acto que ya no es una aberración para ella.

Porque lo va a volver a ver. Ha luchado contra esa idea toda esta noche en vela, se ha enfrentado con propósitos que nacieron huecos. Se conoce y sabe cuando tiene una batalla perdida y ésta, por mucho  que luche, la tiene perdida; lo mas que puede hacer es retrasarla unos días, quizás una semana.

Deja la taza sobre la mesa del ordenador, abre el ventanal y sale a la terraza, el frio de la mañana la despeja. Los rosales están a punto de brotar, arranca unas ramas secas de un geranio, quita unas hojas del pruno, se apoya en la baranda de piedra. En el jardín dos perros corretean y se persiguen mientras los dueños charlan subidos al respaldo de un banco.

Las imágenes vuelan en su cabeza, Doménico  acaba de follar con ella sobre el sofá, aún siente el peso de su cuerpo, ve los ojos de Mario apoyado en la mesa alta del salón mientras ellos golpean sus caderas con brutalidad, mientras siente derramarse una vez más en su interior esa preciosa polla. ¿Qué ha visto en su mirada? No quiso analizarlo en ese momento pero ahora cree que vio pena, derrota, él acababa de desistir de un polvo imposible pero le ha regalado un orgasmo maravilloso con la boca, es cierto que ayudado por la presencia de Doménico en lo alto de la escalera ¿por qué tenía que sentirse humillado porque ahora éste le descargara su verga? ¡debería sentirse feliz por ella, por el amor de Dios!

Recordaba la tremenda brutalidad con la que se golpeaban, abrazados, jadeando como animales, amarrados el uno al otro, tenía las piernas entrelazadas a sus caderas, sujetándole para que no se separara de ella incluso cuando tomaba impulso para descargar toda su furia contra su coño. Todavía creía escuchar el sordo golpear de sus pelvis fundido con el gemido que, sin poderlo evitar le provocaba, y en su oído, el resoplido de Doménico, como un toro embravecido, cada vez se asemejaba mas al lamento de quien está a punto de llegar al límite de sus fuerzas.

Así les sorprendió cuando regresó al salón con el vaso de agua en la mano, así estaba ella cuando volvió sus ojos y le vio en la entrada. De un solo vistazo percibió la sorpresa en su rostro, captó la derrota que sentía, vio el desfallecimiento que le llevó a dejarse caer hacia la mesa para apoyarse en ella y seguir mirando cómo follaba como una desesperada, sin control, sin medida, sin límite.

En ese momento se había sentido infiel, descubierta, atrapada en un engaño que no había sido engaño hasta entonces. Y siguió follando sin dejar de mirarle, sin perder un ápice del morbo que sentía al estar entre dos hombres, uno que la follaba y otro que la amaba, pero por primera vez en su vida se sintió absurdamente infiel aunque no hizo nada por dejar de mirar al hombre al que estaba supuestamente engañando. Mírame, le gritaba en silencio, mírame, y cuanto mas miraba a su marido mas cerca se encontraba del orgasmo.

No se sintió irritada entonces, era ahora cuando le molestaba esa conducta victimista que vio en su marido, quizás a causa del despecho que la embargaba.

Y luego… otra imagen. Tumbada, rezumando semen, con el sexo palpitando aún, con el corazón desbocado por el esfuerzo, excitada por la indiscreción que acaba de tener Mario al contar su fantasía. Soñaba de jovencita con acostarse con muchos hombres, si, uno tras otro. Doménico, excitado aprovecha para coger el móvil y proponer, ¿llamo a mis amigos? Le describe a Salif el africano, a Mahmud el moro, a Jairo, y ella los imagina y se excita, le atrae la idea, está bajo los efectos del sexo, de la coca, le palpita el coño, ve la verga de Doménico que vuelve a la vida ante la expectativa de una orgía, ve a Mario que recupera la erección ante la idea de hacer realidad la fantasía tantas veces imaginada; Se excita ante la escena, está viendo a sus dos hombres excitados porque la quieren en una orgía; ¿Volvería a follar?,  claro que si… un árabe, un negro… Si; Ponme a prueba le había dicho hace un momento a Mario, y éste se lo contó a Doménico. Mira a Mario antes de claudicar al deseo desbocado, no sabe que hacer, su cuerpo le pide mas…. pero tiene miedo… Si Mario dijera que si…

Pero no, Mario da un paso atrás que hoy agradece aunque esa noche la aturde, la confunde, Mario el lanzado le rompe algo que quizás ya estaba en marcha, cree que se sintió molesta aunque no lo puede asegurar, sabe que hizo bien pero...

Mario incoherente, Mario indeciso, Mario complicado.

Mario, Mario….  Esta madrugada por fin han vuelto a hacer el amor, dulcemente, tiernamente, como es él, sin embargo… se ha sentido asaltada por tantas imágenes… ha tenido que estar luchando por evitarlas, por no dejarse llevar por los recuerdos, por huir de las comparaciones que la violentaban. ¡Y no quería, claro que no quería! Y mientras tanto, Mario con esa dulzura, con ese mimo… ¡Oh Dios, ha llegado a irritarla!

No sabe por qué piensa eso, se siente culpable, quizás no debió empezarlo, lo hizo porque pensó que se lo debía tras una tarde tan… fría, tan violenta; Solo quería arrimarse a él, cobijarse, entrar en calor, pero le vio tan… desvalido… ¡Oh Dios, se equivocó, claro que le ama pero no debió llegar tan lejos! No tan pronto.

Regresa dentro, hace frio,  cierra el ventanal y toma la taza. Escucha pasos en la escalera. Ahora no; le irrita mi presencia, ¿o ya venía irritada? lo ultimo que necesita es una conversación conmigo, necesita pensar, estar sola.

….

-        Vaya, de repente ya no soy la persona adecuada con la que compartir tus preocupaciones, qué sorpresa

-        Déjalo, por favor, no quiero discutir, solo necesito un poquito de silencio, un poco de espacio para pensar, nada más

Sentí que estaba muy tensa, lo que acababa de decirme me dolía profundamente y sobre todo me provocaba un gran temor.

-        De acuerdo cielo, pero siempre nos hemos apoyado, hemos resuelto los problemas juntos, lo que sea que te esté pasando lo podemos afrontar en pareja, hasta ahora lo hemos resuelto siempre bien y no creo que haya ahora nada tan insalvable como..

Carmen se volvió hacia mí con la mirada cargada de furia.

-        ¿Nada insalvable, te parece poco? En menos de un año me he acostado con dos hombres distintos, he dejado que mi jefe me metiera mano para conseguir un ascenso, si Mario si, lo he hecho. Me acaban de dar por el culo ¡ah si! y he tomado cocaína ¿te parece poco?

Se acercó a la mesa y cogió la taza con intención de beber pero, al comprobar que estaba vacía, la dejó con tal brusquedad que hizo saltar la cucharilla en el plato; negó nerviosamente cuando le hice un gesto para que tomase mi taza

-        Te he puesto los cuernos aunque técnicamente no ha sido así porque tu has estado mas que de acuerdo -  soltó con demasiado sarcasmo, yo no podía creer lo que estaba escuchando.

Comenzó a caminar por el salón sin dejar de mirarme.

-        No estaba preparada para esto, no para tanto, esperaba una noche de sexo, si, pero.., ¿esto?  Ha sido demasiado, se nos ha ido de las manos Mario, la coca nos ha hecho perder el control

-        Tu fuiste la que decidiste tomarla, te lo advertí

Al escuchar aquello Carmen se detuvo y me miró entre sorprendida y escandalizada.

-        ¿Perdona? – no podía creer que yo hubiera dicho aquello

-        Yo no quería que la probaras… – no me dejó continuar

-        Si no querías que la probara no haberlo hecho tú – se volvió furiosa hacia la ventana - ¡desde luego, como puedes darle la vuelta a las cosas, es increíble!

-        Vamos Carmen, no es eso

-        ¿Acaso te has preguntado por qué me decidí a tomarla?

Me quedé mirándola, buscando una respuesta que no acabé de encontrar. No, no me lo había preguntado.

-        Déjalo, esta es justamente la clase de conversación en la que no me quiero enredar. Por favor, déjame sola

-        Carmen… – me detuvo con un gesto de su mano

-        Por favor

Caminé hacia la escalera con el dolor atenazando mi garganta. Cuando comenzaba a descender me volví.

-        Voy a recoger el coche, ¿Prefieres que traiga el tuyo? – me miró como si la pregunta fuera ininteligible

-        No, es igual

…..

 

Veinte minutos mas tarde sonó el telefonillo anunciando que el taxi que había llamado ya estaba en la puerta. No me despedí de Carmen, no tenía sentido, quería estar sola y sola la iba a dejar.

Ese tiempo que tardé en arreglarme para salir hacia Madrid no había sido suficiente para sofocar el incendio que me devastaba, mi pulso se empeñaba en darse a conocer en el cuello y en la sien y yo seguía inmerso en un estado de animo entre la ofensa y la desesperación por no ser capaz de recuperar la paz que siempre ha existido entre nosotros. No entendía como nos habíamos enzarzado en aquella absurda discusión, cómo no fuimos capaces de evitar un enfrentamiento como éste en el que jamás nos habíamos visto inmersos. No teníamos ninguna experiencia previa en este tipo de discusión, quizás por eso no vimos a donde nos conducía la discusión y no logramos detener aquello.

Serenidad, mi salida de casa con la excusa de recoger el coche nos daba el tiempo necesario para recoger velas, apagar el incendio y, a mi regreso, hablar como siempre lo hemos hecho.

¿Seguro? No reconocía a Carmen, la agresividad con la que me había hablado era algo nuevo para mí, la crudeza de su lenguaje, el tono  despectivo casi insultante con el que se había dirigido a mi… “Te he puesto los cuernos, aunque técnicamente no ha sido así”, ¡ese sarcasmo, por Dios, ese desprecio! No sabía si iba a poder superarlo.

Me revolví en el asiento del taxi como si quisiera librarme de aquella afrenta. No era ella, no podía ser ella quien me hablaba de esa forma. Me sentía herido, humillado por mi propia esposa, en todo el tiempo que llevábamos jugando con el tema de meter a otras personas en nuestra cama, la palabra cuernos siempre tuvo un sentido lúdico. Excepto hoy que por primera vez adquiría un valor ofensivo, hiriente.

¿Qué nos estaba pasando, qué había sucedido esa madrugada en casa del italiano que nos había transformado en dos personas diferentes, tan distintitas que apenas nos reconocíamos?

Porque yo tampoco me reconocía en el servil mamporrero que sujetó la polla de Doménico mientras apretaba contra el culo de Carmen y se la untaba de crema para facilitarle la penetración. Esa imagen que no había vuelto a recordar hasta ahora me avergonzó de una manera abrumadora ¿cómo había sido capaz?

Me horroricé; no había vuelto a pensar en esa escena desde entonces, la había sepultado en lo más profundo de mi mente como si no hubiese sucedido jamás.

Pero si, si había sucedido y lo que entonces fue motivo de excitación y morbo ahora se me antojaba repugnante. Intentaba huir de ese recuerdo pero no  conseguía apartar las imágenes en las que me veía a mí mismo guiando el miembro de Doménico hacia el culo de Carmen, lubricándolo, estrechándolo con mis dedos para que pudiera penetrar su estrecho agujero.

Debía estar tan atormentado que mis gestos tenían que estar evidenciando la lucha que mantenía por escapar de la pesadilla que vivía en mi interior porque varias veces me crucé con la mirada del conductor a través del retrovisor que no dejaba de espiarme mientras conducía; ¿tan transparente estaba siendo mi sufrimiento?

-        ¿Pasa algo? – Acabé por decirle en un tono desabrido

-        No, nada

-        Pues entonces conduzca

Y a pesar de todo, en contra de lo que mi sentido común me dictaba, mi cuerpo me enviaba señales contradictorias que yo rechazaba, que no quería sentir, que me hacían sentir vil y que sin embargo me dominaban.  Porque por encima de la repugnancia que el recuerdo de aquella conducta me producía, había otras huellas en mi memoria sensorial que no lograba evitar; Olores, humedades que muy a mi pesar me excitaban, el tacto de mis dedos apretando su glande, la sensación de rozar su ano al mismo tiempo que palpo la polla de su amante, el olor penetrante de los fluidos entremezclados de los dos sexos, mi mano en su nalga trémula, mis dedos a caballo entre el húmedo periné de mi hembra ya montada y la verga ahondando el hueco por el que abrir la brecha; mi mirada tan cerca de la cópula anti natura que está a punto de consumarse, tan cerca que si quisiera podría tocarles con la boca

Parecía como si esas imágenes atrajesen a otras de la misma especie. De pronto me vi desabrochando la hebilla del cinturón de Carmen y soltando nerviosamente los botones de su cintura, acallando la sorpresa de  su mirada, tirando de su pantalón, descubriendo sus caderas hasta dejar a la vista sus bragas y el inicio de su vello púbico, recordé la mirada que me lanzó Doménico, como si no se pudiese creer que el marido de la chica que tenía en sus brazos se prestase a desnudarla para que él hundiese los dedos en su coño. Ahí empezó todo.

Aquella mirada, cargada de ironía, de burla y de desprecio. No lo vi entonces o no quise verlo, tan ciego estaba por el morbo y el alcohol. ¿Y todavía me extrañaba que ahora mi mujer me despreciase?

Seguí camino de Madrid hundido, avergonzado por esas escenas que se empeñaban en aparecer una y otra vez ante mí; por primera vez era consciente de lo que había hecho, no podía escudarme en el alcohol ni en la coca, mucho antes de eso yo ya había perdido el control de mis actos.

Me revolví en el asiento; de nuevo los ojos del taxista se cruzaron con los míos y otra vez le fulminé. Si no hubiéramos caído en la droga todavía habría habido una oportunidad para la razón, pero… ¿por qué la tomó ella? Fue un error que yo cayera en la provocación de Doménico aunque tenía una debilidad y caí en la tentación, ¿pero ella? Jamás me imaginé que Carmen tuviera curiosidad por probar algo que siempre le ha provocado un rechazo visceral. No, no entendía ese cambio tan brusco en mitad de un debate en el que mantenía una posición enfrentada a los argumentos que planteaba Doménico y que, pasó de tolerar nuestro consumo a pedir probarlo. No lo entendía ¿qué había sucedido que yo no conseguía captar?

A raíz de ese instante fue cuando todo se descontroló porque sin la coca podíamos haber seguido la noche con el plan que teníamos previsto, sexo, erotismo, nada mas. ¿Por qué tuvo que probarlo?

“¿Acaso te has preguntado por qué decidí tomarla?” Recordé de pronto que me había preguntado en mitad de la discusión, poco antes de  darla por finalizada, ¿Qué había querido decir? ¿Acaso no fue una decisión improvisada sobre la marcha?

…..

Aparqué en el garaje y todavía me quedé sentado en el auto un rato más. Sinceramente, no tenía ganas de subir a casa. Añoraba el momento alegre de abrir la puerta, soltar un silbidito, un ¡Yúhu!, cualquiera tontería improvisada sabiendo que ella estaba en casa.

Hoy no, hoy no había espacio para las bromas, dejaría las llaves y entraría procurando aparentar una normalidad que hiciera mas viable el resto del día.

-        Siéntate – me dijo nada mas verme cruzar la puerta del salón. Me esperaba sentada en uno de los sillones individuales; Tomando distancias, pensé. Me senté en el sofá a su izquierda y esperé.

-        Estoy cabreada, esa es la emoción principal; cabreada conmigo, por haberme dejado llevar, por no haber controlado esto desde el principio. Estoy cabreada contigo porque me has manipulado, me has manejado a tu antojo – intenté intervenir pero me detuvo con un gesto seco que me paralizó – y eso me cabrea conmigo misma todavía más porque no he sido capaz de imponer mis propias ideas

Carmen se detuvo, su mirada se desvió hacia la derecha como si buscara en su memoria.

-        Echo la vista atrás, a todo lo que me ha sucedido este año y… - su voz adquirió un tono más grave - no me lo puedo creer Mario, no me reconozco en muchas de las cosas que he hecho o que he dejado que sucedieran

Otra vez el tiempo corrió, en mi contra sin duda, y su mirada me taladró. Supe que estaba siendo juzgado, quizás condenado y soporté como pude el peso de esa mirada. Sabía que me jugaba mucho en aquel momento, quizás el futuro de nuestra vida en común. El frío que me helaba la espalda era solo la materialización de la evidencia que comenzaba a tomar cuerpo en mi mente: quizás aquella conversación era el comienzo del fin.

-        Y tú, Mario, no siempre has estado a la altura de lo que yo esperaba de ti

-        Lo sé – de nuevo me mandó callar.

-        Y a pesar de todo… - su voz apenas era un hilo frágil a punto de romperse – a pesar de todo… te amo mas que nada en el mundo

Sus ojos, empañados en agua, contuvieron esas lágrimas que no consintió que cayeran por sus mejillas. Se mantuvo mirándome, sus labios temblorosos delataban la tensión interna en la que se debatía. Y yo aguanté su mirada dejándome amar, dejándome crucificar, porque lo merecía. No tenía nada que decir, mis palabras aunque sinceras hubieran sonado huecas.

-        - Anoche, amándote como te amo, no fui capaz de hacerte el amor, me sentí…  - sus ojos vagaron por el techo -  me recordó a la radio de mi abuela que no había forma de sintonizar y que mezclaba dos o tres emisoras a la vez. – la tierna sonrisa que había brotado en su rostro al evocar a su abuela Rosa ya fallecida desapareció poco a poco -   Así estaba yo anoche mientras intentaba amarte, acribillada por imágenes que no podía controlar, por palabras que se dijeron y que sonaban otra vez en mi cabeza sin que pudiera hacer nada por evitarlo

-        Por eso…

-        Si, por eso.

Por eso sucedió lo que sucedió, por eso se dispararon las tensiones, por eso no pudo más y abortó un acto dulce, tierno y lo transformó en una felación dura, salvaje, que no consiguió satisfacernos a ninguno de los dos aunque logró derramarme en su boca.

Sus dedos juguetearon por el canto de la mesa, se desplazaron por su rodilla, luego suspiró y me miró.

-        Echo de menos a Carlos. Durante este invierno en el que has estado tan ausente mientras yo sufría el acoso de Roberto y le consentía mas de lo que debería haberle consentido, Carlos ha sido un apoyo muy importante, nos hemos hecho muy amigos, más que amigos - Se detuvo y su mirada me adelantó algo que intuí importante – la discusión de la semana pasada fue… - comenzó a mover la cabeza – los hombres sois demasiado categóricos, o es blanco o es negro, para Carlos era una reina, me quería para él pero si no me podía tener… era una zorra ¿sabes?

-        No todos somos así

-        Te lo concedo

-        ¿El qué?

-        El matiz, no todos sois así

Los silencios servían para llenar los huecos que las palabras no alcanzaban expresar. Había tanto por decir… Estaba hermosa, digna, serena, ahora si estaba serena.

-        Quiero recuperarle, todavía no sé cómo pero necesito recuperarle

Comencé a mover la cabeza, tampoco yo sabía cómo hacerlo, ante todo teníamos que derribar la falsedad que habíamos construido…

-        Ni se te ocurra a hacer nada, ya me encargo yo – su advertencia le dio a su voz un tono duro, cortante, me detuvo en seco. ¡Cómo habían cambiado las cosas!

-        No pensaba hacer nada sin contar contigo – me excusé, pero ella continuó, ignorando mis palabras

-         Con respecto a Doménico…

A medida que la escuchaba, me di cuenta de que tenía bien preparado todo lo que iba a decirme, la mañana y quizás parte de la noche le habían dado margen suficiente para desarrollar sus ideas.

-        … no esperaba que fuera tal y como es, tampoco me esperaba que las cosas se desarrollaran así. Cuando le conocí no parecía tan… resuelto, tan…

-        ¿Dominante?  – Me miró algo sorprendida, quizás esa era la palabra que intentaba eludir

-        No es eso exactamente, es resolutivo, se nota que está acostumbrado a mandar, a organizar

-        Y a que le obedezcan

-        Puede ser, el caso es que me ha sorprendido algunas veces

-        Fuera de juego, quizás, como cuando intentaste anular la cita – de nuevo se sorprendió por mi sagacidad

-        Si, esa fue una de esas ocasiones, me pilló algo fuera de juego – comencé a sentirme otra vez cómodo con Carmen

-        Eso me pareció notar cuando me llamaste

-        Tiene carácter y a poco que le dejes, toma posiciones y gana terreno

Sonreí sin darme cuenta y Carmen reaccionó a mi gesto

-        ¿Qué?

-         Eso mismo pensé yo nada mas veros en el pub – hizo un gesto pidiéndome una aclaración – me pareció que había un juego en el que tu jugabas un rol pasivo a sabiendas de lo que hacías y él iba ganando posiciones cada vez que tu cedías, pero me dio la impresión de que lo disfrutabas

No estaba seguro de estar pisando terreno firme. Me estaba aventurando mucho, acababa de temblar ante la expectativa de estar viviendo una posible quiebra de nuestra convivencia y me atrevía a elucubrar con teorías sobre lo que precisamente lo había puesto en peligro. No tengo remedio.

Carmen se había quedado pensativa unos segundos, de pronto reaccionó como mi sentido común me presagiaba; agitó la cabeza como si tratase de espantar un enjambre de avispas.

-        ¿Ya estamos otra vez?, ¿es que no puedes dejar de manejar los hilos por una puñetera vez en tu vida? ¡Joder!

Dio una fuerte palmada en el sillón y se levantó, caminó hacia el ventanal y se quedó allí de espaldas mirando hacia el exterior, tras unos segundos que se me hicieron eternos volvió a sentarse.

-        ¿Me vas a dejar hablar? – su voz había recuperado la serenidad.

No dije nada, me limité a inspirar y callé.

-        Llámalo dominante, llámalo como quieras, Doménico tiene carácter, tiene labia y te arrastra, te lleva a su terreno

Las pausas que Carmen intercalaba en su discurso me hicieron pensar que cuidaba mucho cómo quería expresar lo que me quería decir, ¿tan grave era lo que me tenía reservado? Me miró, aspiró profundamente.

-        Han pasado muchas cosas Mario, la mayor parte no las esperaba, muchas ni siquiera las había pensado, algunas… jamás me las hubiera planteado. Pero han pasado y ya no vale lamentarse

Se volvió a levantar y regresó al ventanal, desde allí se volvió hacia mi, fue como si necesitase esa distancia y esa posición elevada para continuar.

-        Es más, ahora que han sucedido te diré que no me arrepiento, nunca imaginé que haría la cosas que he hecho pero… lo que si sé es que las volvería a hacer – me miró esperando mi reacción, yo me limité a escuchar su silencio mientras en mi cabeza la veía a cuatro patas, enculada y la escuchaba llamarse a sí misma puttana y hablar de piercings en los pechos y en el clítoris. No soporté esa imagen, sentí como mis mandíbulas se apretaban. Pasaron unos segundos. Suspiró.

Carmen se sentó a mi lado y me tomó de las manos.

-         Lo que quiero decir… es que, quiero volver a verle – Me miró fijamente, esperando alguna reacción que no llegó - no sé cuando, no ahora mismo pero tenemos que seguir viéndole

No supe reaccionar, no esperaba esa confesión. Me dejé caer en el respaldo. Hubiera entendido que me plantease condiciones, cambios de cualquier tipo, renuncias a nuevos juegos. Sentí como mis puños se cerraban hasta apretarse de modo que las uñas se enterraban en la palma de mis manos, aquella declaración terminó de despertar la irritación latente que dormía en el fondo de mi cerebro desde que nos fuimos de la casa de Doménico.

-        No se si lo entiendes, supongo que no, claro, no me extraña, es todo tan… absurdo, acabo de decirte que no me esperaba…

Había dicho todo esto sin mirarme, con la vista fija en el suelo, de pronto volvió a fijar los ojos en mi, parecía nerviosa, irritada.

-        ¡Di algo, por Dios, no te quedes ahí callado, como si no pasase nada!

-        ¿Qué quieres que diga? – estallé - ¿Me concederás un poco de tiempo para que intente asimilar todo lo que me estás soltando, no? Para mi también ha sido un shock vivir lo que hemos vivido, no creas, ¿que quieres volver a ver a tus amantes? ¡vale, pero déjame que lo asimile por Dios! si piensas que estaba preparado para ver como te abrían el culo o como te comportabas más como la… puta de Doménico que como mi esposa…

Sentí el hielo congelando mis venas, el terror de quien acaba de situarse al borde de un precipicio y ha dado un paso al vacío, un paso que ya no tiene vuelta a atrás.

-        ¡Por favor! – exclamó cargada de desprecio, sus ojos parecieron mirar a un desconocido. Se levantó y se dirigió hacia el pasillo.

-        ¿Dónde vas? – dije intentando detenerla pero me ignoró. Salí tras ella.

-        No he querido decir eso – la alcancé en nuestra habitación, el corazón me dio un vuelco cuando la encontré abriendo los cajones de la cómoda y la vi sacando ropa

-        Déjame

-        ¿Qué estás haciendo?

Se volvió hacia mí con el rostro descompuesto por la pena.

-         Será mejor que nos tomemos un tiempo para calmarnos y reflexionar; si no, veo que nos vamos a hacer daño y eso sería horrible – las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas – no podría soportarlo Mario, no podría

Se volvió hacia el cajón y continuó escogiendo ropa que iba dejando sobre la cama. El dolor lacerante que me rompía por dentro no me dejaba hablar.

-        ¿Te vas?

-        Solo unos días, no sé, un par de semanas o lo que haga falta, así nos calmamos y podemos pensar con claridad, ordenamos nuestras ideas y cuando nos juntemos de nuevo podremos hablarlo sin violencia

No se volvió para decírmelo, se mantuvo apoyada en la cómoda, ocultando su rostro que seguramente estaba arrasado en lágrimas. Las sienes me iban a estallar, el mundo se me estaba viniendo abajo. La historia, la puta historia se repetía otra vez y yo no tenía fuerzas para volver a comenzar de nuevo.

-        ¿Dónde vas a ir?

-        No lo sé, no te preocupes, llamaré a Gloria

-        Quédate aquí, ya me voy yo

-        No podría, la casa… se me caería encima

Como a mi, pensé. No podré vivir aquí sin ti, Carmen, grité para mis adentros, no podré.

Salí de la alcoba con diez años más sobre mis espaldas, me serví un whisky doble y me apoyé en el ventanal del salón, ante mis ojos pasaron las disputas con mi primera mujer, las desavenencias por la separación, la transformación que se produjo en lo que parecía que iba a ser un divorcio amistoso y que acabó siendo una tortura por mil y una pequeñas mezquindades que nos convirtieron en dos enemigos irreconciliables. Pensar que Carmen y yo podíamos recorrer ese camino me produjo una congoja que no podía soportar.

La escuché cerrar una maleta, hablar por teléfono en voz baja, pedir un taxi. Vacié el vaso de un trago. Finalmente oí sus tacones por el pasillo, solo entonces me volví para verla marchar.

Nos miramos con la pena transfigurando nuestros semblantes. Ninguno de los dos sabíamos qué hacer, qué decir. Intenté ponérselo fácil, me acerqué a ella puse mi mano en su hombro y le di un beso en la mejilla.

-        No me tengas en ascuas, dame alguna noticia tuya

Carmen asintió con la cabeza nerviosamente, no podía hablar. Caminó hacia la entrada y yo la seguí, cuando estábamos en la puerta se volvió hacia mi y se arrojó  a mis brazos sollozando.

-        Van a ser solo… – no pudo continuar.

-        Lo sé, lo sé

Cuando la puerta se cerró y me quedé solo esperé a escuchar el ascensor, luego dejé que el ruido se apagase. Cuando el silencio inundó nuestra casa me tiré en el sofá, hundí la cara en un cojín y desgarré mi garganta en un grito, un aullido como nunca había dado. Me quedé sin aire, entonces inspiré al máximo y volví a gritar como un animal herido. Y otra vez y otra y otra más hasta que no fui capaz de emitir ningún sonido. Luego llené el vaso de whisky y quemé la herida de mi garganta tantas veces hasta que dejé de sentir.

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