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J. R o historia de un pervertido sin suerte

en Sadomaso

José Ramón está enamorado; eso es evidente. Pero ¿de quién? Es un amor platónico, afirma él, sin revelar más detalles. Todas sus compañeras de clase suspiran por ser la elegida, pues J. R es inteligente, muy buen chico y muy guapo. Mide 1.83, va al gimnasio una hora al día, sus ojos tienen "magia" y su pelo es negro como lo noche.

Está como un queso. – comentan a menudo las chicas en el recreo, mientras lo ven jugar al fútbol.

Pero J. R. no se ha fijado en ninguna de ellas, sino en la señorita Francisca o "Paquita", sustituta de Elvira, la profesora de Mates. No es de extrañar que esta mujer, rubia, alta, de preciosos ojos azul oscuro y una carita angelical haya encandilado al bueno de J. R. Es muy jovencita, quizás sólo tenga 23 o 24 años. Muchos chicos del instituto están colgados por ella, y también muchos profesores. Es con toda seguridad la mujer que todos los hombres del barrio imaginan cuando se masturban. Don Ernesto, el director, le propuso salir, pero Paquita lo rechazó por razones "personales".

El caso es que Paquita se percató de los sentimientos de J. R. y, sorprendentemente, los alentó. Siempre lo saludaba cuando lo veía con un beso en la mejilla. Y J. R., aunque tiene cuatro años menos que su amada, está convencido de que logrará hacer que la señorita Paquita sea su novia.

Por este motivo ha ido durante el recreo a verla a su despacho: para confesarle su amor.

Adelante. – dice Paquita con voz cantarina.

Hola señorita Paquita... –

Tú puedes llamarme Paqui, cariño. ¿Qué puedo hacer por ti? –

Pues verás...Yo he venido aquí a decirte que...que me gustas y que estoy enamorado de ti. –

Ya lo sabía...J. R. –

¿Ah, sí? ¿Tanto se me nota? –

¡Ja, ja! Sí ,bastante... Pero no te preocupes: es normal. –

Claro...Eres tan guapa que todo el mundo te quiere. –

Mmmmm... Sí, es cierto. Pero para mí eso no es suficiente. –

¿No? No te entiendo. –

¿Recuerdas que el director me invitó a salir? -

Sí, claro que lo recuerdo. ¡Me puse muy celoso! Por fortuna lo rechazaste. –

Sí, ¿pero sabes por qué? Porque yo soy muy especial. -

De eso no hay duda. Eres única. –

¡Gracias! Pero me refiero a que no voy a salir con un cualquiera que me diga tres cosas bonitas. –

¿Y qué tendría que hacer para salir contigo? –

Te veo muy lanzado, J. R. -

¡Sí! Estoy deseando saber que tengo que hacer para que seas mi novia. –

¿Harías cualquier cosa por eso? -

¡Cualquiera! –

Pues esa es mi condición para salir contigo: que hagas todo lo que yo te ordene.-

J. R. se puso tan contento que no reflexionó sobre el significado exacto de lo que Paqui acababa de decir.

Las primeras semanas que salieron como novios fueron para nuestro héroe las mejores de su vida. Estaba con su amor a todas horas, y ella lo cubría de besos. Pero con el paso del tiempo se dio cuenta de que Paqui era muy posesiva, celosa y mandona. Siempre iban adonde ella quería. Siempre quería tenerle cerca y no le gustaba nada que hablase con otras chicas. Un día J. R. miró a una chica guapa en una discoteca un rato y Paqui le montó un escándalo.

¡Eres un cretino! ¡Tú sólo me tienes que mirar a mí! No quiero que vuelvas a mirar a otra chica nunca ¿Entendido? ¡Nunca! –

Lo siento mucho, cariño. Lo he hecho sin darme cuenta. –

¡Ya! Eres un cerdo. –

Le sacudió una bofetada que lo dejo tieso.

Curiosamente a J. R. todas estas rarezas no hacían sino excitarle. Le encantaba el carácter de su novia y se sentía cómodo siendo controlado por ella en todo momento.

A los dos meses Paqui consideró que J. R. ya le había demostrado lo suficiente la dedicación que le profesaba. Estaba muy satisfecha de haber moldeado un criado que la adorase, pero se había cansado de masturbarse sola. A partir de ahora J. R. sería el encargado de complacerla. Y también a partir de ese momento J. R. conocería su secreto. No le iba a ser fácil asumir lo que Paqui ocultaba, pero ella lo preparó todo para que no pudiese escapar. Esa tarde lo llamó a su casa:

¿Sí? –

Soy yo, Paqui. –

¡Hola cariño! Te echaba de menos. –

¡No me llames cariño! Tienes que llamarme "ama" –

¿Cómo? ¿Por qué? –

Oye, o me llamas como te he dicho o cuelgo y te olvidas de mí. –

¡No, no! Perdóname, ama. –

Mucho mejor. Te he llamado para hacerte saber que nuestra relación ha cambiado. Me has demostrado con creces tu fidelidad y obediencia. Ahora quiero que sean permanentes. ¿Entendido? –

.... –

¿ENTENDIDO? –

Sí... -

¡Sí, mi ama! -

¡Perdón! Sí, mi ama. –

Entonces ya eres mi esclavo. Quiero que estés en mi casa esta tarde a las cinco en punto. Si no vienes....¡ADIOS PARA SIEMPRE! -

Sí, ama. A las cinco en punto. No faltaré. –

Te tengo preparada una sorpresa. –

¿De verdad, ama? –

¡Sí! Pero tendrás que sufrir para que te la enseñe. –

Me das miedo, ama. ¿Qué vas a hacerme? –

Mmmmm... Muchas cosas. –

¿Qué cosas, mi ama? –

No te voy a decir más. Sólo tienes que saber que tu "sufrimiento" me va a dar mucho placer. ¡Ya lo creo! Vas a hacerme muy feliz... ¿NO ES ESO LO QUE QUIERES, ESCLAVO? –

Claro, mi ama. Sabes que vivo para adorarte y cumplir tus deseos. –

¡Exacto! Bueno, esta tarde te veo. –

A tus pies, mi ama y señora. –

¿Y eso? ¿Por qué lo has dicho? –

No sé, mi ama. Me ha salido de dentro. –

Pues me ha encantado... Creo que vas a ser un esclavo estupendo. Hasta luego... ¡Y ni se te ocurra masturbarte –

J. R. tenía una evidente vena masoquista. No se podía creer lo que le estaba pasando. Desde pequeño había soñado con que una mujer lo esclavizara sexualmente. Se duchó y arregló. Quería estar perfecto para su ama.

A las cinco en punto llamó al timbre. Paqui abrió la puerta y miró el reloj.

Así me gusta: puntual. –

Estaba preciosa. J. R. la miró con la boca abierta. Llevaba un vestido de noche de seda completamente negro, sobre la cintura una cadena dorada, unos guantes como los de Gilda y a través del corte en el traje se adivinaban unas ajustadas medias de color grisáceo. Todas sus fantasías fetichistas estaban allí reunidas. Paqui pellizcó una de sus mejillas.

¿No dices nada? –

Perfecta, mi ama. Simplemente perfecta. –

Fueron al salón. Sobre la mesa había dos copas y una botella de Don Periñón. J. R. escanció el líquido bajo la atenta mirada de su señora. Durante un tiempo estuvieron charlando sobre el mundo de la dominación femenina y de la suerte que habían tenido al encontrarse. Luego Paqui estimó conveniente empezar "en serio".

Desnúdate, esclavo. Pon cachonda a tu ama. –

J. R. se levantó como un rayo. Estaba empalmado y quería enseñarle el miembro a su dueña cuanto antes. Se desabrochó la camisa y el pantalón. Luego se los quitó y se quedó en calzoncillos y con los zapatos.

¡Ja, ja! Estás ridículo. ¡Quítate el resto! –

En menos de lo que se tarda en decirlo ya estaba en pelotas.

Acércate. Quiero verte mejor el...pito. –

Cuando lo tuvo al lado le apretó los huevos y le pajeó un poco, sólo lo suficiente para que estuviera a cien.

Ahora te voy a atar para someterte al "suplicio". Sé que si te lo mando no te moverás, pero no queremos que un acto reflejo eche a perder un tormento refinado, ¿verdad? –

Haz lo que quieras, ama. –

Espérame arrodillado. –

Volvió al poco tiempo con un artilugio que sólo podía haber sido comprado en una tienda especializada. J. R. estaba seguro de que lo había encargado a su medida. ¡Qué viciosa! Se trataba de un corsé de cuero negro con un collar de perro enganchado por tiras. Además tenía un par de guantes del mismo material cosidos en la parte posterior. Creía que ese tipo de cosas sólo existían en la imaginación, pero ahora la tenía ahí delante, preparada para adherirse a su cuerpo y dejarlo completamente a la merced de su ama. Un sueño hecho realidad.

Veo que te gusta, ¿eh perro? –

¡Me encanta! Es el sueño de toda mi vida, ama. –

Mmmm... Esto se pone interesante. Casi me ganas en pervertido, por lo que parece. –

Le puso el curioso conjunto, todo lo ceñido que le permitió el cuero. Luego le pasó el collar. Por último le ayudó a meter las manos en los guantes de la espalda. Los ajustó con correas.

¡Listo! Intenta quitártelo. –

Evidentemente fueron inútiles los esfuerzos de J. R. por zafarse de la prisión de tela. De un empujón Paqui lo tiró al suelo. Luego le pisó la cara con uno de sus zapatos. Era más de lo que J. R. podía soportar. Estaba a punto de correrse de gusto. Pero Paqui le advirtió:

Te prohíbo terminantemente correrte. –

¡Ahhhh, mi ama! Por favor... No puedo aguantar más. –

¡He dicho que no! Antes tienes que jurarme obediencia eterna. –

Mmmm... O sí, mi ama. Siempre seré tu esclavo. –

Así no. Hay que seguir un ritual. Tienes que lamer mis zapatos. –

J. R. sabía que no iba a poder resistir tantas tentaciones. ¡Lamer sus zapatos! Sólo pensar en eso hubiera bastado para eyacular. Pero tenía que complacer a su ama. Sacó la lengua y a rastras se puso a rendir culto al calzado. Sin prisa, intentando controlar su erección, pulió con sus labios toda la superficie de piel. Eran unos preciosos zapatos de tacón grueso con broche. Únicamente le gustaban más los de aguja. Consiguió limpiarlos por completo sin correrse.

Lo has hecho muy bien. Como premio te daré ahora la sorpresa que te dije. Vamos a follar. –

¿De verdad? No puedo creerlo, mi ama. Es demasiado. –

Para un cerdo como tú desde luego; pero estoy demasiado caliente para continuar con los preliminares. –

J. R. ya se imaginaba montando a su ama. Ella lo cabalgaría como a un corcel. Pero se equivocó. Porque la sorpresa resultó ser mucho mayor que una simple follada.

¿Cuanto me quieres, J. R.? –

¡Todo mi corazón es tuyo! –

Bien, entonces...¡toma! –

¡Horror y terror! Paqui se quitó el vestido y ante los alucinados ojos de J. R. apareció un descomunal miembro en completa erección. Hasta ahora no se había percatado del bulto porque Paqui había estado con las piernas cruzadas. Era un pene sensacional. Mediría por lo menos 25 centímetros y el escroto aparecía coronado por dos pendientes de oro, uno a cada lado del glande. Otro pendiente idéntico permanecía oculto entre el vello rubio de la base del falo. Una imagen de pesadilla, sin duda.

¡Eres un tío! –

Yo prefiero el término "travesti". Aparte de mi "maza", por lo demás soy una mujer en toda regla. ¿O es que no te gustan mis pechos, mi pelo rizado, mis ojos y mis piernas depiladas? ¡Eres un desagradecido! De todos modos da igual: has jurado pertenecerme. ¡Pero no creas que tu insolencia va a quedar impune! –

Paqui se colocó encima del sorprendido J. R. Sus penes se rozaron. El muchacho tuvo un escalofrío. Y Paqui comenzó a descargar su ira sádica en forma de despiadados bofetones. Ambos guantes cruzaron a toda velocidad la cara del chiquillo docenas de veces. Paqui se reía como una loca. Además, para mayor humillación le escupía unos gargajos asquerosos que resbalaban por toda la cara de J. R. Esa misma humillación, el dolor de las tortas que sin pausa le propinaba su "adorada" ama y el saberse engañado hicieron que se desmayase.

Despertó tiempo después. Aterrorizado intentó ver si ya lo había sodomizado. No podía, porque ahora estaba amarrado a una mesa. Por fortuna su ano no le mandaba señales de dolor. Todavía era virgen por el culo. Evaluó la situación: seguía inmovilizado por el "corsé", y además Paqui le había puesto una mordaza de las de bola para que no chillara. No había escapatoria posible. Lo sabía, pero intentó de todos modos huir. Ni siquiera consiguió moverse.

Ya estás despierto, ¿eh? Te he dejado dormir tranquilo porque no quería que te perdieses tu primera enculada. –

En la puerta del salón estaba Paqui. Sólo llevaba encima los zapatos, las medias, la cadena de oro, que resaltaba su cintura, los guantes y las gafitas de "profe" perversa. Si no fuera por la terrorífica tranca que pendía, más amenazante que nunca, de su bajo vientre, J. R. todavía hubiera dicho que era una preciosidad.

¡Suéltame! – gritó J. R. olvidando la mordaza.

¿Qué has dicho? – preguntó con sorna Paqui

¡Suéltame! – volvió a gritar J. R, presa del pánico "anal".

¿Enculame? ¿Estás diciendo que te encule? – se mofó Paqui.

¡Que me sueltes! –

Sí, sí: que te encule. No te preocupes cielo, que dentro de nada te la meto. –

Paqui estalló en carcajadas. J. R. ya no podía chillar más y se echó a llorar.

Ya basta de charla...¿Qué te pasa?...¡Estás llorando nenaza! Pues espera que te daré un motivo para que llores en serio. –

Se colocó detrás suyo y apoyó el glande en las nalgas, frotándolo a posta para que J. R. padeciese más la espera. Por fin lo puso rumbo al ojete. Y sin prisa ninguna lo fue metiendo, sin lubricarlo siquiera. A J. R. se le salían los ojos de las órbitas. El culo se estaba dilatando hasta el límite. Si seguía así, le provocaría un desgarro. Y para aumentar el miedo de su víctima, Paqui dijo:

Muy bien. Ya está la punta. ¿Has visto que bien? Ahora te meteré todo el chorizo. –

"¡Sólo la punta! Si para meterla casi lo había liquidado, ¡qué sería el resto! Apretó el culo para evitar que pudiese penetrar más adentro.

¿Qué haces, putita mía? ¿Cerrarme? Pues yo haré que te abras. –

Un segundo más tarde una manojo de tiras de cuero sacudía sin parar los lomos de J. R. Paqui lo estaba azotando sin misericordia. A la vez, para acrecentar la humillación, lo empezó a masturbar. Lo hacía muy despacio. J. R. se empezó a excitar, aunque no quería. Odiaba saber que su cuerpo reaccionaba ante los estímulos. No pudo evitarlo y dejó de apretar. O eso o se correría. ¡Y no quería correrse! ¡No con un tío!

Mmmm... ¿Ves como te has abierto, mi perrito? –

El gigantesco falo siguió su marcha. Le tocó el turno de pasar a los anillos. Como con el resto del miembro, Paqui se esmeró en que fuese lo más despacio posible. Y no hacía esto con la intención de darle tiempo a la dilatación del ano, sino para que el suplicio fuese más lento. J. R. sintió las arandelas doradas en su esfínter. No pudo evitar imaginarse en esa postura tan humillante. Ya no luchaba, sólo podía llorar. Y a Paqui esto le ponía cada vez más cachonda.

Fueron unos minutos interminables para J. R. Por fin, en su dolorido, en su ya casi insensible culo, sintió el roce de los huevos. Lo había desgarrado y la sangre fluía por sus muslos. Sabía que ya no volvería a cagar sin dolor, y que tendría incontinencia.

Ya casi está, mi vida. Voy a asegurarme de que esté todo dentro. –

J. R. sintió que Paqui tiraba de las correas de su espalda para que abriera las nalgas hasta el extremo. Fue muy doloroso, y repitió la operación varias veces hasta que no hubo duda alguna: J. R. acababa de ser empalado.

¡Joder! Jamás creí que desvirgar un ano tan tierno, virginal y estrechito como el tuyo sería tan placentero. No voy a tardar nada en correrme dentro tuyo. Vas a recibir mi leche. ¿No estás contento? –

Le quitó la mordaza y J. R. se puso a dar gritos de dolor, terror, angustia y váyase usted a saber cuántos sentimientos más. Paqui le alentaba:

Grita más fuerte, putita. ¡Grita como la zorra desvirgada que eres! –

Cuando se cansó de sus gritos lo volvió a amordazar y comenzó a follarle el culo. J. R. nunca sintió tanto asco en su vida como cuando la leche caliente de Paqui salpicó su intestino. Después le sacó el pedazo de polla, también muy despacio, para "marcar todo el territorio" de sus nuevos dominios: el culo de J. R. Le restregó el pringoso glande por las nalgas y la espalda.

Ha sido una delicia... –

Los ojos de Paqui parecían compadecerse, o burlarse, de J. R. mientras le decía:

Ya nunca te irás de aquí. Serás mi juguete. Acéptalo cuanto antes. has nacido para ser usado por mí... Y puesto que no has querido correrte conmigo, ya no te permitiré correrte jamás. – y luego, mientras acariciaba su mejilla añadió – Pero en el fondo te quiero, J. R. –

Encerró al pobre chico, destinado a toda clase de suplicios sexuales, en un sótano, siempre bien sujeto y atado. Con el tiempo dejó de llorar cuando su ama lo violaba.

La primera vez que tuvo que hacerle una felación, vomitó el semen, pero también llegó a acostumbrarse. Nunca más volvió a hablar sino cuando su ama se lo ordenaba. Y para sancionar su permanente estado de esclavitud, Paqui lo decoró con dos símbolos: un tatuaje en forma de rayo en la mejilla, por donde cayeron sus primeras lágrimas, y un pendiente en el pezón derecho. Cuando J. R. vio su pezón traspasado por el piercing dorado lo comprendió: no era una pesadilla. Y al día siguiente se convirtió en el más devoto servidor de Ama Paqui.

- Bueno, lo mejor era adaptarse, ¿no? -

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