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Venganza horrible

en Sadomaso

-Adios, amor mío. ¡Muac!-

Aquel beso de Elías compensó con creces los 7 años de frialdad a que su esposo, Obdulio, la había sometido. Ahora, mientras por su coño chorreaban hasta empapar las bragas sus propios jugos y el esperma de su amante, todos los desprecios y sinsabores eran olvidados.

Había sido infiel, por última vez. Esa misma noche, antes o durante la cena, pediría el divorcio.

En casa, no obstante, la aguardaba una sorpresa. Nada más entrar descubrió velas encendidas para alumbrar en lugar de la luz eléctrica. Entró en el salón y allí vio la mesa con una opípara cena preparada. Él la esperaba, sonriendo, junto a una silla, dispuesto a retirarla para que Ana tomara asiento.

-¿Perdón?- preguntó ella, incrédula y confusa.

-Hola, cielo. ¿Qué tal el trabajo? He pensado que estarías cansada y te he preparado esta minucia. ¿Me das tu abrigo?-

Ana no sabía qué decir, Desde luego la idea de pedir el divorcio, delante de aquel banquete, quedo relegada.

"Bueno, se lo diré después." pensó.

Permitió que el cortés Obdulio tomara su abrigo y lo colgara, pero no que la ayudara a sentarse. Se hizo además el firme propósito de no abrir la boca sino era para comer. Y así aguantó la mirada de su esposo, que apenas probó bocado observándola devorar con apetito todo lo que había preparado. Crecía su inquietud ante el radical cambio de comportamiento de su marido, y lo acalló cayendo en la gula. Cuando estaba nerviosa comía de más.

-¿Y bien? ¿Estaba todo a tu gusto?-

-Sí.- musitó Ana, notándose pesada.

-Perfecto. ¿Quieres que te de un masaje en los pies?-

-¿Qué?-

-Imagino que te dolerán después de la dura jornada laboral. Por favor, permítemelo, quiero que mi mujercita esté a gusto.-

Ana empezaba a tener sueño, un sueño pesado, y cedió. No le vendría mal un masaje antes de decirle lo que... quería, e irse a dormir a la habitación de invitados. Sin casi darse cuenta se quedó dormida en el sofá, mientras Obdulio la miraba, aplicando un relajante masaje en sus plantas.

...

Despertó con nauseas, como si algo en la comida le hubiera sentado mal. Tenía un lado de la cara empapada de su propia saliva, que se filtraba a través de una mordaza asegurada en su boca. Sus brazos habían sido atados por los codos y las muñecas a su espalda, muy tensos, y y le dolían. Debía llevar varias horas así. Sus tobillos también estaban atados.

"¿Qué está pasando?" se preguntó, presa de la confusión y el terror.

La mano de Obdulio se escurrió entre los rizos de su cabellera castaña. Apartó la cabeza de ese contacto.

"¿Qué va a hacer conmigo? ¡Se ha vuelto loco!" se dijo a sí misma.

-Vaya. ¿Tu amante no te había hecho todavía ninguna cosa así? En las fotos parece un verdadero pervertido.-

"¿Qué fotos?" se preguntó Ana, y como respuesta, unas cuantas instantáneas en blanco y negro mostrándola fornicada por Elías en el parque cayeron junto a su cara.

-Ésta me gusta especialmente.- comentó Obdulio, y la obligo a mirar una foto en la que su amante la metía la mano debajo de la falda. -¿Disfrutaste? ¡Dime, puta, disfrutaste!-

Ana gimió, pero la mordaza cumplía su cometido a la perfección.

-El detective tardó tiempo en conseguírmelas. Incluso llegó a insinuarme que no me estabas siendo infiel, pero yo sabía muy bien que tú, zorra, me la estabas pegando. -

Ella empezó a llorar. Se sentía muy indefensa, desnuda sobre la cama, inmovilizada, a merced de un marido cornudo. ¿Qué haría? ¿La mataría?

"¡Oh, por favor, que alguien me ayude!" pensaba, mientras Obdulio la cogía en brazos y la llevaba hasta el coche. La metió n el maletero y lo cerró.

...

El viaje fue largo, muy largo, y notaba Ana que iban por una carretera muy mala. Dedujo que la llevaba al desierto. Se sentía francamente mal. Las herramientas del coche la magullaban en los baches y las curvas, y empezaba a tener necesidad de ir al baño. Como gritar no servía de nada, golpeó el maletero con las piernas. Obdulio lo oyó y detuvo el coche. Abrió el maletero y la hizo salir.

-Ya es suficiente.- dijo, y la dedicó una mirada fulminante. Pero Ana lloraba tanto y le pedía con gestos y gemidos tirada en el suelo con tanta violencia que al final le retiró la mordaza.

-¡Socorro!- gritó a pleno pulmón ella, y una bofetada la hizo callar en pleno grito.

-Aquí nadie te va a oír, desgraciada. Así que no malgastes tu aliento.-

-Por favor, Obdulio. Suéltame, por favor.-

-No.- respondió el secamente y sin vacilar.

-Por favor, haré lo que quieras, por favor, te lo suplico.-

Ana, sollozando piedad, se arrastró sobre las rodillas, lastimándoselas con la grava, y echó su cuerpo sobre las piernas de él. Gemía y lloraba, pero nada podía conmover a Obdulio.

-¿Ya has terminado?- le preguntó, sin siquiera mirarla, y fue a por algo en el asiento de atrás del coche.

Ana sólo podía lloriquear, aterrada. Pero eso no fue nada cuando vio que su esposo volvía con un consolador y unos arneses. No podía imaginar para qué los iba a utilizar, pero su sola visión hizo que intentara huir, arrastrándose, alejándose escasos metros del coche y de Obdulio. Mas no había posible escapatoria.

-¡Quieta, puerca!- le gritó, le propinó un golpe y la cogió del pelo para hacerla volver junto al maletero.

De él extrajo un bote de silicona con su pistola aplicadora. Sonrió malévolo a Ana y se lo enseñó. Luego le dio la vuelta, y se lo metió, a pesar de los forcejeos y los gritos de la chica, en el ano.

-Al menos este agujero será sólo para mí.- le anunció.

La silicona pronto se adhirió al tracto rectal. ella, angustiada, lo notaba, pero apenas podía combatirlo. Ya no tenía fuerzas. Y las ganas de defecar aumentaban al notar una presencia extraña en el esfínter.

-Y esto para que no se te olvide lo que has sido en mi vida. ¡Mierda, un montón de mierda!-

Y rápidamente deslizó el consolador en el dolorido ano, hasta introducirlo por completo. El chillido que Ana emitió hizo que unos buitres cercanos levantaran el vuelo espantados.

Por último, Obdulio aseguró los arneses en el pubis y cintura de ella, de modo que resultara del todo imposible que expulsara el objeto. Colocó la mordaza en su lugar y la puso de pie. Allí en medio del desierto, esperando a reventar por su propia mierda en unas horas, llorando, desesperada, la vio Obdulio por última vez, reflejando su desnuda y solitaria silueta el retrovisor. Y no sintió lástima, sino una inmensa satisfacción.

-Y ahora, a por él.-

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