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Cazador de mariposas

en Sadomaso

En un laboratorio casero, Eduardo Jilguero, alquimista aficionado desde que su padre le regaló el quimicefa, trabaja con ahínco. La fórmula que su progenitor buscaba, en la que cifraba toda la felicidad, está casi lista.

Un poco más... Sólo un poco más... ¡Ya! –

Lo ha logrado. Después de años de esfuerzo en vano, Edu ha conseguido dar con el elixir deseado. Allí, en el fondo de una probeta, se encuentra una sustancia incolora. Con ella conseguirá poseer a todas las mujeres que quiera.

Ya no importará lo feo que me encuentren las chicas. ¡Con esto – grita, agitando el líquido maravilloso – tendré a la que quiera! Papá, te sentirías orgulloso de lo que ha conseguido tu hijo. Tu labor, ingrata y carente de frutos, la he concluido con éxito. ¡A ti te dedico mi triunfo! –

Sólo queda buscar un objetivo para probarla. Un conejillo de indias. Edu carga su invento en un dardo. Cuando lo dispare a su víctima, ésta caerá en un profundo sueño, la podrá llevar a su guarida y jugar con ella todo lo que le plazca. ¡Y ella no se enterará de nada!

La noche cae en la ciudad. Edu, con la cerbatana escondida bajo una gabardina, ha ido al parque. Allí dará caza a su presa. Ya la ha visto. En un recodo apartado, en el que nadie podrá verlo, hay una linda chica. Tendrá 18 años. ¡La edad perfecta! Es una preciosidad de rizos dorados y cuerpo completamente desarrollado. Se le nota una buena alimentación, y un cuidado esmerado de la belleza. En una palabra, una joya.

Ésta chica es ideal. –

La pobre incauta está paseando a su perro. Un esmirriado foxterrier al que llama Tintín.

¡No corras tanto, Tintín! – le dice, conteniendo con la correa los ímpetus de su mascota.

Edu echa una última mirada a los alrededores. Nadie por aquí, nadie por allá. Es el momento. Saca la cerbatana y escupe el dardo. ¡Diana!

La chica parece sorprendida por el impacto, pero en menos de un segundo se queda dormida. El invento funciona a la perfección.

Muy bien muñeca, ahora a casa. –

Edu se acerca hasta la chica. La minifalda deja ver sus braguitas blancas. Eso le excita aún más. El perro ladra al intruso, pero un capón bestial lo calma por completo, reduciéndolo a la inconsciencia.

Je,je. Tranquilo, chucho estúpido, que te devolveré a tu dueña de una pieza dentro de un rato. – ironiza Edu sobre el animal, completamente roque.

El camino de vuelta a casa no supone ningún problema. La chica pesa poco a pesar de su constitución saludable. Quizás 60 kilos, y menos de un metro sesenta.

¡Por fin! Ya está en lugar seguro con la pieza. Edu se seca el sudor de la frente, causado más por el miedo a ser descubierto en pleno secuestro que por el esfuerzo de llevar a la doncella hasta su cubil.

Bien, y ahora... ¿por dónde empiezo? –

Está preciosa dormida. Tiene una expresión de inocencia exquisita en el rostro. Someter a tan delicioso ángel a perversiones producto de una mente desquiciada por la neurastenia será una verdadera voluptuosidad. ¡Manos a la obra!

La desnuda, deleitándose en el aroma de su cuerpo y su ropa. Está convencido de que no despertará por mucho que la mueva.

¡Qué bella! – exclama, sorprendido por la perfección de la feminidad de su cautiva. Había visto antes otras mujeres desnudas, pero nunca una de carne y hueso a su entera disposición. – El rato que vamos a pasar va a ser inolvidable... aunque sólo para mí, claro. –

Decide hacer fotos de todo lo que ocurra. Serán sus trofeos. Primero se encarga de recoger todo su cuerpo, en primeros planos, cuidando los ángulos, la luz y todos los detalles para que resulten unas instantáneas insuperables.

Está excitado. Necesita poner ya en práctica sus secretas e inconfesables veleidades. Dado que nunca ha tenido contacto con mujer alguna, su mente pervertida ha elaborado incontables fantasías de dominio. Cuando Edu se masturba, lo hace imaginándose a su pareja atada, o narcotizada, o hipnotizada. Sabe que es la única manera verosímil de tener acceso carnal a una mujer para alguien tan horrendo como él.

Por eso decide atar a su víctima. Bondage. ¿Lo hará bien? Sólo hay un modo de comprobar que las cuerdas quedan estéticas y le excitan al estar constriñendo y aprisionando el cuerpo de una mujer viva.

Ata sus extremidades, estirándolas. Hace así el efecto de una marioneta cuyos hilos sólo él controla. Le gusta esa sensación de poder. Luego hace que el cabo de cuerda aprisione, sin martirizarlos para que no queden marcas delatoras, los pechos de la chica.

¡Aaaaahhh! Preciosa. –

A Edu le encanta el resultado de los nudos y la soga cruzando el estómago y costados de la prisionera. Los tensa, para que se hundan ligeramente en la carne. Los pechos parecen más grandes sobresaliendo entre la red de cáñamo. De hecho, la postura y el roce de la cuerda está excitando inconscientemente a la víctima. Sus pezones se ponen duros. Edu se da cuenta al instante y se decide a chuparlos.

Jamás imaginé que existiera algo tan apetitoso. Creo que sólo hay una cosa mejor... –

Se refiere, por supuesto, al conejo. Toma el extremo de soga y lo hace pasar por los labios vaginales. Las cerdas trenzadas se adentran en la intimidad de la chica.

Mmmmmmm... Zzzzz – gime, en sueños.

La cámara de fotos vuelve a recorrer el cuerpo, ahora completamente atado. Los muslos se elevan, sostenidos por sendas correas sujetas al techo por poleas.

Te encantaría estar aquí ahora, papá... – musita Edu, recordando a su padre, que le enseñó todo lo que sabe.

Las carnes de su dama durmiente piden castigo. Ella, como todas las mujeres del planeta, se ha negado a compartir alcoba con Edu, y por ello las guarda un odio obsesivo. Todas deben pagar por su desprecio. Ésta será la primera que lo haga.

Toma una caja llena de pinzas de metal. Las ha diseñado él mismo. No duelen lo suficiente como para despertar a su víctima, pero quedarán sujetas a los pliegues de piel con un mordisco.

Empieza a colocarlas en los puntos estratégicos: pezones, estómago, muslos, y labios.

Te voy a dejar como un árbol de navidad, cariño. –

El artefacto que culmina toda la obra es un vibrador-extractor. Colocado en la vagina de la mujer, la ordeñará, succionando sus jugos del placer.

La cámara de fotos es sustituida por otra de vídeo. Edu quiere inmortalizar toda la secuencia. Sorbe por un tubo preparado al efecto los primeros licores del amor de su muñeca.

¡Mmmmmm! ¡"Ta rico"! – dice, paladeando goloso el manjar.

Saluda a la cámara y comienza a masturbarse, frenético. Mira el último detalle vejatorio que ha colocado sobre su indefensa presa: unas letras del Scrabble que forman sobre su barriga la palabra "TU GUARRA".

Venga, hay que darse prisa. – se jalea a sí mismo.

Queda menos de cuarto de hora para que el elixir deje de hacer efecto y su invitada se despierte. El vibrador, a todo gas, provoca orgasmos involuntarios e inconscientes en la fémina. Está teniendo una sesión fuerte de sexo sin enterarse ni disfrutarla. Esa es una de las cosas que más le gustan a Edu de su invento: el que sólo él lo pueda gozar.

Finalmente, en un paroxismo de la lujuria, se corre. La leche salpica un poco el gurruño de ropa. No le importa. Ella nunca sabrá de dónde ha venido.

Será mi firma, y la llevarán todas mis guarras. – piensa, satisfecho.

Justo diez minutos más tarde María despierta en el parque. Su perro Tintín está a su lado con un chichón considerable. La mira, como intentando decirle lo que ha pasado, pero su dueña no lo entiende.

Vaya, Tintín, me he quedado dormida. –

Un policía se acerca y le indica a María que es tarde y que es mejor que se vaya a casa. Ella, todavía un poco aturdida por la droga, se aleja. El policía comenta, pensativo:

Esta juventud... –

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