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069 y los Cigarros de la Reina

en Fetichismo

Cuando el agente Travis vio aquel antro, dudó.

-Calle del Sátiro, sin número, butaca 12.-

¡Era un cine X de barrio, disimulado en una callejuela sucia! ¿Qué demonios querría la mujer que lo había citado, presa de los nervios, allí por teléfono? Algo muy turbio, sin duda... Tanto como para darle una oportunidad a aquella extraña reunión.

En el sofocado ambiente de la sala, unos bultos se movían rítmicamente, camuflados por la oscuridad lo suficiente como para no dar facilidades a quien intentara identificar a alguien en concreto entre los pajeros empedernidos allí reunidos.

Una diva del porno, cuya única vestimenta, aparte de una peluca lisa morena, era un cinturón de piel con adornos n pedrería, interpretaba en la pantalla a la reina de Egipto, la inmortal Cleopatra. Su piel, blanca como la leche, contrastaba con la de los dos esclavos negros inmensamente dotados, que la servían en aquella escena. Uno, de constitución nervuda , se masturbaba de rodillas a la izquierda del trono, mientras la reina, con la mano de uñas infinitas, jugaba con los rizos de su cabeza. El otro, mucho más fornido, estaba rapado por completo y lamía con frenética devoción los exquisitos pies de la diosa del Nilo.

Travis tragó saliva y buscó la butaca convenida intentando pasar desapercibido. No le hacía demasiada gracia que un tipo tan sexualmente interesante como él estuviese cerca de los depravados cinéfilos presentes durante la proyección.

La película apenas mostraba la historia de los amoríos de Cleopatra con Julio César y Marco Antonio. Los dos romanos salían poco más que para tirarse a su amante sin ni siquiera quitarse las corazas. Y cuando Cleopatra montó a César mientras Marco Antonio le metía su miembro en la ansiosa boca, supo que los guionistas eran los mismos mercenarios de siempre vendidos al metisaca vulgar. Por otra parte, la mujer no parecía venir, así que hizo ademán de levantarse, pero justo entonces la vio, tras las últimas butacas, y decidió sentarse.

La mujer no parecía preocupada por los siseos de extrañeza y lascivia que surgían del público: era algo extraordinario ver una fémina en el cine X. Ando con pasos seguros sobre la sucia moqueta del pasillo hasta colocarse en la fila de butacas inmediatamente posterior a la de Travis donde, por suerte, no había nadie más.

-Gracias por presentarse a este encuentro, Mister Travis. Era de vital importancia para mi reunirme con usted.-

La mujer hablaba en un susurro apenas audible, pero el entrenado oído de Travis la entendió. Por algún motivo el tono le resultaba extrañamente familiar. Por señas le indicó a la chica que le explicara la razón de su desasosiego.

-Verá, agente. Soy la hermana de Rob Deckstone, el famoso antropólogo. Mi hermano ha investigado durante los últimos meses las culturas indígenas matriarcales de la República Libre de Zugabar. ¿Me sigue?-

-Sí, conozco a Mister Rob. Es uno de los principales responsables del plan de recuperación y promoción cultural que nuestro gobierno ha promovido en Zugabar tras la caída del régimen de la Reina Wanda.-

-De la supuesta caída del régimen de Wanda.-le corrigió la chica, provocando el desconcierto en Travis.

-¿Cómo dice?-

-Sí, como lo oye, la abolición del régimen totalitario y abyecto de la Reina Wanda es un inmenso fraude en el que nada el gobierno, inconsciente de la realidad. Y ésta no es otra que Wanda sigue dirigiendo el país, ahora a través de esos peleles que ustedes llaman "gobierno democrático".-

Travis se revolvió en la butaca, inquieto. Aunque aún no daba crédito a las palabras de su interlocutora, parecía muy al tanto de las operaciones que se llevaron a cabo para acabar con la tiranía esclavista imperante en Zugabar.

-Eso no es posible. Wanda está prisionera en una prisión de máxima seguridad aquí, en Inglaterra.-

-¡Ja,ja! Vamos, Mister Travis, no creerá en serio que una megalómana obsesiva como la Reina de Zugabar no previó una acción por parte del gobierno británico y se aseguró de burlar en último término su aprisionamiento. Por lo que a mi respecta, la mujer que ustedes tienen prisionera no es sino una doble leal a la verdadera, y tristemente libre, Wanda.-

La idea de que el servicio secreto había sido literalmente toreado cuando todos creían que habían realizado la mayor y más exitosa operación de liberación nacional jamás vista empezaba a agobiar seriamente a Travis. La más exitosa... quizás demasiado incluso. Ahora le parecía que el desembarco nocturno, la infiltración en los palacios reales y la captura sin bajas de los principales cargos de Zugabar, incluida la propia reina, habían sido demasiado fáciles. Pero eso no bastaba, necesitaba...

-Pruebas, señorita. Sólo deme una prueba y yo me encargaré de todo.-

La mujer guardó silencio un instante antes de preguntar:

-¿Conoce usted personalmente a la Reina Wanda?-

-Sí, fui uno de los encargados de vigilarla hasta que tomó el avión a Gran Bretaña.-

-Entonces la prueba la verá ahora mismo. Es por eso además que le he hecho venir a este cine. Preste atención a la película.-

Confuso, Travis volvió su mirada a la gran pantalla. La emperatriz se deleitaba en ese momento observando las súplicas de una esclava que había sido condenada a recibir una docena de latigazos por tirar un ánfora de vino. Pronto, y mientras Cleopatra introducía uno de los cetros faraónicos en su coño, la jefa de los esclavos de palacio, látigo en mano, hizo que se cumpliera la sentencia. Y a Travis se le heló la sangre en las venas al observar que la mujer, negra como el tizón, tenía la misma cara que la Reina Wanda, sólo que trastornada por una mueca de sádico disfrute.

-¡Imposible!-

-Ssssh, ahora sabe que no le miento. Esta producción es inmediatamente posterior a la restauración de la democracia en Zugabar, y fue rodada no lejos del palacio de Kofbo.-

-Pero, ¿cómo sabe usted todo esto?- inquirió el conmocionado agente.

-Mi hermano me dio las pistas. Hizo una excursión al palacio de Kofbo durante sus investigaciones y se topó con el rodaje de esta... bueno, de esto. Pero, como usted, conocía de vista a Wanda, y le pareció reconocerla en ese personaje que usted ha visto. Con sigilo se acercó a ella, pero fue detectado y al parecer le siguieron algunos leales a la perversa monarca. Sé que escapó de ellos porque se puso en contacto conmigo para comunicarme sus temores, pero debieron capturarle. Y... me hicieron llegar esta nota.-

A través del hueco entre las butacas, la mujer entregó a Travis con mucho disimulo un papel doblado. Rápidamente el agente lo examinó: "Tenemos a Mr. Deckstone. Si dice a su gobierno algo de lo que él le haya podido decir, no lo volverá a ver." Una gran W hacía las veces de firma al final de la escueta nota.

-He tenido que decidirme, mister Travis: la vida de mi hermano o revelar esta información. Por eso me he puesto en contacto con usted, porque es el único capaz de salvar a mi hermano.-

El hombrecillo lo pensó largo rato. Sin duda lo que decía era verdad, pero... ¿cómo enfrentarse ante esas terribles noticias? Por fin, declaró:

-¿Me está pidiendo que me infiltre en Zugabar, solo, y que encuentre a su hermano para una vez a salvo acabar con esa sabandija escurridiza de Wanda?-

-No, sólo le pido que mantenga en secreto cuanto le he dicho, por la seguridad de Rob. Usted verá si se atreve a emprender esta misión. No puedo ofrecerle ninguna recompensa, salvo mi eterna gratitud. –

Esas palabras convencieron a Travis. Al fin y al cabo quería ser un tipo duro, y ninguno de los que admiraba se echaba para atrás. Así que dijo:

-Iré a Zugabar, Miss Deckstone, y haré todo lo que esté en mi mano para reunirla de nuevo con Rob.-

La mujer se deshizo en agradecimientos, para terminar echándose a llorar. Travis carraspeó para disimular y se levantó para irse, pero antes de que saliera por la puerta, oyó a la mujer decirle:

-No confíe en nadie, se lo ruego. Del secretismo con que acometa este trabajo depende el éxito del mismo y de nuestros propósitos. Mucha suerte...

Camino de la central, Travis fue ideando un plan. Sin más pistas por donde empezar, procuraría investigar en el palacio de Kofbo, y luego en el resto de palacios del país. Pero como era una persona bastante famosa allí tras el golpe de estado, viajaría con una coartada.

-Winnipenny, necesito que me consigas un billete de avión para Zugabar.-

-¿Qué se te ha perdido allí, Travis?-

-Me voy a tomar unas vacaciones, nada más.-

-Ah, muy bien. Pero, ¿por qué en aquel sitio? No tiene muchos encantos turísticos, que digamos...-

-Verás, últimamente me apetece sobre todo visitar los lugares que nuestro gobierno ha recuperado de los megalómanos que intentan dominar el mundo. Ir allá, sentarme y fumarme un buen puro. El tabaco de Zugabar, además, es el mejor del mundo.-

-Ajá –dijo Winnipenny, no muy convencida. Era una chica lista y ya Travis la había ido con cuentos parecidos en otras ocasiones. No obstante dijo:

- Tardaré un par de horas.-

-Excelente. ¿Está Quincey en el almacén?-

Allí consiguió lo que necesitaba: planos de los palacios tomados por satélite. No necesitaba más de momento, así que volvió y encontró a Winnipenny con los billetes. Su viaje más arriesgado acababa de empezar.

Lejos, a 10000 kilómetros de Londres, en una mazmorra mal ventilada aguardaba Rob Deckstone, desesperando ya de que alguien lo rescatara. Sus ropas habían sido ya hechas jirones a base de latigazos, y en su cuerpo semidesnudo había huellas de varios tormentos, unos de un refinamiento diabólico, otros simplemente bestiales.

Por el pasadizo que recorría los sótanos se empezó a oír el eco de unos pasos. Eran suaves, pies descalzos de alguien bastante ligero, y un ruido metálico irregular. Los prisioneros sabían ya bien qué significaba eso: hora de comer.

Rob se encogió contra la pared como se lo permitieron los grilletes. No aguantaría mucho más allí, y se había vuelto cobarde y miedoso. Los azotes le dolían intermitentemente y no olvidaría nunca la mano que se los propinó. Y una vez más la propia Wanda se acercó a la celda de su prisionero favorito para humillarlo y atormentarlo.

-Hola un día más, gusano... Compruebo satisfecha que ya no rechazas mi hospitalidad y no intentas escapar. Bien, muy inteligente por tu parte.-

Rob miró a Wanda con miedo. Era hermosa, a pesar de todo, una pantera irresistible de piel de ébano. Iba como siempre vestida como emperatriz, con un vestido rojo, una diadema de marfil ciñendo su cabellera cortada y varias pulseras de oro en los brazos y muñecas. No le extrañaba que los hombres se arrojaran a sus pies para complacerla, pero... Tampoco se dejaba engañar. Por muy bellos y salvajes que fueran sus rasgos, había visto, había sufrido de hecho, su inmensa crueldad. Así que terminó musitando:

-Tarde o temprano llegará a su final tu siniestro reinado. Poco importa lo que a mi puedas hacerme, bruja.-

Wanda enarcó una ceja, decepcionada. Luego de un pliegue de su vestido extrajo un purito y sin dejar de mirar a Rob lo descapulló con sus afiladas uñas. Se lo puso en la pequeña boca de grandes labios y lo encendió. Aspiró una profunda calada y cuando la soltó sonrió.

-Sí, ya sé lo de tu hermana. Pero no ha sido muy lista y me ha proporcionado algo sumamente valioso. ¡Jajaja!-

La risa de Wanda hizo que Rob se estremeciera de angustia, porque en cada eco de la misma intuía un terrible peligro. Aquella perversa dómina preparaba una trampa, pero ¿para quién? No le dio tiempo a recapacitar sobre ello, porque a toda velocidad el pie descalzo de la reina se incrustó en su bajo vientre y le hizo aullar y retorcerse de dolor.

-En cuanto a ti, alégrate: también tienes tu papel en el "plan".-

Mientras lo decía, aplastaba los genitales de Rob moviendo el tobillo en todas direcciones. A él se le saltaban las lágrimas y gimoteaba, pero no por ello disminuía la presión la reina. Sólo cuando creyó que iba a desmayarse paró, y volvió a aspirar de su purito. Le excitaba tener a su prisionero así, hecho un guiñapo, listo para ser pisoteado. Se inclinó sobre él y dejó que el humo del tabaco le bañara la cara. Él tosió débilmente al aspirarlo.

-¿Quieres beber un poco?-

-No... sé de sobras que es un cubo de orina.- balbuceó entre las toses el magullado reo.

-Ni hablar, no te mereces probar mi néctar.- respondió Wanda y fue a por el cubo, que había dejado a la entrada. Lo acercó al sediento hombre que, aunque no confiaba en absoluto en la palabra de su anfitriona, estaba demasiado aturdido como para negarse a un poco de refrigerio. Ella elevó el cubo por encima de la cabeza de él, que puso la boca lista para beber. Un agua negra empezó a caer, y flotando sobre ella grumos de cenizas y colillas de cigarros y puritos. Rob casi se atraganta al notar esa inmundicia penetrar en su garganta y escupió, pero la porquería siguió cayendo sobre su cara y cuerpo, mientras Wanda reía maligna. Si no fuera porque un criado fue a avisarla de que ya había llegado su invitada, se hubiera quedado allí por más tiempo regodeándose en la miseria impuesta a su huésped.

Pero volvamos a Londres. Tal y como había planeado, Travis tomó el vuelo a Zugabar aquella misma tarde, y mientras los otros pasajeros dormían, él estudiaba toda la información pertinente para su objetivo. El avión por fin aterrizó y el agente tomó un taxi hasta el hotel.

Allí le estaban esperando algunos diplomáticos de segunda fila que, enterados de la venida de su antiguo aliado en la democratización del país, no parecieron demasiado sorprendidos de su visita, y se deshicieron en detalles para asegurar que la estancia de uno de sus "libertadores" fuera lo más grata posible. Travis, desconfiando de ellos, rehusó sus invitaciones alegando que "había venido a pasar unos días, sin formalismos oficiales", y sólo aceptó como obsequio una caja de puros. Pero cuando, tal y como había dicho a Winnipenny, se fumó el primero tranquilamente, le dio un horrible acceso de tos.

-Joder, esto es infernal...-

Y se fue a dormir.

Al día siguiente viajó en autobús hasta el palacio de Kofbo, ahora convertido en lugar de interés turístico. Sospechaba que los secuaces de la reina lo seguirían, así que no intentó ninguna cosa rara. Pero cuando, probando a mezclarse con la gente de a pie, preguntó a los compañeros de trayecto que qué tal era ahora la vida en un Zugabar libre, nadie pudo responderle sin recelos. Desde luego no parecían demasiado contentos con el nuevo régimen, lo cual apoyaba la tesis de Miss Deckstone de que todo era un montaje.

La visita al palacio, guiada, no resultó demasiado concluyente. Aquel sitio parecía desierto, pero el sexto sentido le decía al agente que era allí donde se ocultaba Wanda. Se dio cuenta de que no dejaban de mirarlo una pareja de enormes negros, vigilando sus movimientos. Probó a hacerse el turista despistado internándose por una de las áreas no abiertas al público y al instante en las esquinas del mismo pasadizo aparecieron los dos negros. Travis regresó con el grupo convencido de que aquel era le escondite y cuando volvió al hotel por la tarde llamó a la central.

-¿Winnipenny?-

-¡Travis! Creí que no llamarías nunca y te había pasado algo. Estaba a punto de...-

-Tú siempre tan alarmista, nena. Pues llegué cansado y no he tenido tiempo hasta ahora, ¿vale? Ea, sé buena chica y pásame a Quincey.-

-A veces eres tan insensible, Travis...-

Quincey apuntó lo que Travis le solicitaba y le aseguró que se lo enviaría ipso facto. El agente apuntó las coordenadas de lugar donde caería el paquete y colgó. Aquella misma noche acometería la incursión de Kofbo, en un golpe magistral por sorpresa. Simuló que se acostaba, dejando unos bultos entre las sábanas, y bajó sin ser visto a la calle por la ventana. Allí no le costó más que tiempo hacerse con una moto y dirigirse al punto de encuentro a escasos kilómetros del palacio.

Era noche cerrada y el bosque estaba en silencio. Travis esperaba impaciente y al final lo vio: bajando en silencio un bulto adherido a un paracaídas. Fue a recogerlo, pero mientras desenredaba las cuerdas notó un movimiento en unas ramas cercanas. Así que, previendo que algún secuaz de Wanda lo hubiera seguido desde el hotel, se lanzó, listo para asestar un letal golpe de karate.

Unos segundos más tarde, Travis pedía clemencia a la mujer que, con apenas esfuerzo, había esquivado su llave y lo había tumbado boca abajo retorciéndole el brazo a la espalda.

-¡Soy un turista rico, suélteme, por lo que más quiera y le pagaré lo que me pida, o más incluso!-

Una risa dulce le respondió. Reconocía ese sonido. ¡Era Winnipenny! ¿Qué demonios estaba haciendo allí?

-¿Winnipenny? Lo que me faltaba. ¿No te han dicho nunca que te metas con los de tu tamaño?-

-Muchas veces. Pero no hago caso, y tratándose de ti, menos.-

Winnipenny se quitó de encima y ayudó a Travis a levantarse. El hombrecillo, herido en su orgullo, se sacudió el polvo, pero enseguida su compañera le preguntó:

-Así que de vacaciones, ¿eh? Sabía que me ocultabas algo. –

-Eres una cotilla incorregible, y una metomentodo. –

-¡Ja! Tú un mentiroso, así que estamos en paz. Ahora, dime qué estás haciendo en este país.-

Travis no quería decirle a Winni el motivo de su presencia en Zugabar, pero ahora que estaba allí... no había nada que hacer. Le explicó todo y ella, tras meditar un rato, comentó:

-No sé, a mi me huele a trampa. ¿Por qué confías en esa mujer misteriosa?-

-Querida, conozco perfectamente a las mujeres y sé cuándo me engañan. Esa pobre chica estaba desesperada y acudió a mi. Y no pienso defraudarla. Ahora, ve al hotel y espérame allí, estaré de vuelta con Mister Deckstone antes de que amanezca.-

-De eso nada, voy contigo.-

Travis no dijo nada. En lugar de eso abrió el paquete que le había hecho llegar Quincey: dos equipos completos de buceo de última generación. ¿Dos? Sí, Winnipenny había metido uno para ella también. Deprisa, y maldiciendo al blandengue de Quincey por consentir en la locura de Winnipenny, Travis se desnudó y se puso el mono. El tejido, semejante al látex, era negro y elástico, y se adhería como una segunda piel, remarcando toda la anatomía del agente. Un dispositivo automático extraía el aire para mejorar la natación submarina. Por último una capucha del mismo material aislaba completamente al buzo del agua. En ella había implantadas dos ojeras de plástico y un tubo de goma conectado al sistema de respiración.

-Travis, ayúdame con la capucha, por favor.-

A Winnipenny el atuendo le quedaba estupendamente. Bajo la negra capa impermeabilizante se marcaban sus jugosos pechos, su monte de Venus, y las estilizadas formas de sus piernas y brazos. Él se colocó tras de ella y susurró:

-Lo siento, Winni, es demasiado peligroso para ti.-

Y antes de que la aguerrida secretaria pudiera reaccionar, el agente 069 la dejó inconsciente con un golpe seco. Luego arrastró el cuerpo tras unos matorrales. Era medianoche, pero la luna iluminaba con fuerza, y ella parecía una princesa dormida (bien que vestida de un modo algo extravagante). Travis se hubiera empalmado si aquel endemoniado traje lo permitiese, así que sólo puso suspirar e inclinarse para besarle una mejilla y desearle dulces sueños. Pero cando iba a hacerlo, ella giró el rostro a un lado y musitó en sueños "no...". Triste por aquel detalle, el agente se incorporó y se concentró en la lejana masa sombría que era el palacio de Kofbo. Allí, sometido a quién sabe qué suplicios, estaba Rob Deckstone, aguardando ser liberado...

Fue una marcha rápida y sin contratiempos. Travis contaba con el tiempo a su favor: aún faltaban varias horas para que amaneciera, suficientes para poner a salvo al secuestrado y reunirse con Winni antes de ordenar una invasión inmediata en el palacio a la guarnición permanente de la embajada. Tan sólo tendrían que retener a Wanda hasta que llegaran las fuerzas británicas a poner orden en aquella nación corrompida. Pero... por si los planes no salían como él quería, no había comunicado aún el estado actual de las cosas en Zugabar. Si ocurría lo peor, no quería tener en la conciencia la muerte de un inocente, ejecutado por su temeridad.

En teoría el único obstáculo era atravesar las puertas del palacio, que contaba con que estarían vigiladas. Para eso había hecho traer el equipo de buzo: según las fotos del satélite, el río Kofbo penetraba a través de tuberías de piedra para llenar las fuentes y piscinas interiores del recinto. Así que, trayendo a la memoria el plano espectrográfico de los sistemas de irrigación del edificio que había estudiado en la Central, se sumergió. El equipo funcionaba perfectamente y andaba cómodamente por el fondo de la ribera fluvial. Encontró la tubería y se internó en ella.

Emergió a la media hora en la piscina principal de palacio. Con cuidado se aseguró de que no hubiera nadie. Sólo un centinela guardaba el pasadizo que daba a las mazmorras y con un rápido movimiento del agente cayó inconsciente al suelo. Así, se internó por el oscuro corredor, buscando pistas, y no tardó en encontrar una, ¡y vaya pista!

Era una celda como las demás, pero en esta no dormitaba ningún ciudadano de Zugabar que hubiera caído en desgracia a los ojos de Wanda, sino una preciosa occidental. Su cara le era familiar, muy familiar, y de golpe recordó: ¡la esclava que había visto en la película del cine X, aquella a quien Wanda en persona castigaba! Parece que en aquel rodaje había algo realmente siniestro y que algunas actrices no habían sido precisamente "voluntarias".

Lo que habían hecho con ella no tenía nombre. Encadenada por las muñecas a la pared, estaba sentada en los adoquines, desnuda salvo por unos pantis desgarrados y el cuello y algún jirón de lo que debió ser una camisa. En la cara enrojecida por el llanto había círculos de piel negra, probablemente quemaduras de cigarros. Un sucio trozo de la misma camisa desgarrada, cuyos restos más grandes reposaban en una esquina de la celda, servía de mordaza. Y en el suelo, junto a su vagina hinchada, se veían regueros de semen. Sin duda la Reina la había entregado como juguete a sus siervos más leales.

Movido a lástima por aquella visión, Travis abrió la reja herrumbrosa del cubículo y se acercó a la chica. Ésta abrió los ojos y al ver a aquel engendro embutido en un ajustadísimo mono negro, lo confundió con uno de los sicarios de Wanda y empezó a patalear y gimotear, presa del pánico. Travis tuvo que ponerle la mano en la boca para evitar que con el escándalo advirtiera a alguno de los guardias, y se quitó la máscara con algo de dificultad.

-No chilles, he venido a rescatarte.-

La chica se calmó de inmediato al ver las facciones anglosajonas de Travis y se echó a llorar en silencio: su calvario había terminado. Travis la liberó con su pulsera láser (ver "operación Emma") y pronto los dos se disponían a abandonar aquel infierno. Pero antes Travis le dijo:

-Tengo que encontrar también a un hombre. Rob Deckstone. ¿Sabes si está por aquí?-

-¿Rob? ¿Mi hermano?- respondió la mujer.

Un escalofrío recorrió la espalda de Travis y puso en alerta todos sus sentidos. Si aquella era la hermana de Mister Deckstone... ¿quién era la mujer que se había confiado a él en el cine X? Y la respuesta llegó veloz: todo aquello había sido un cebo, una trampa, hábilmente dispuesta para capturarle. ¡Mierda, Winnipenny tenía toda la razón! Maldiciendo el haber dejado k.o a su compañera, Travis pensó en un plan de huída desesperado. Retrocedieron hasta la piscina y de allí tomaron la vía principal hacia las puertas. Pero enseguida, de todos los pasillos, de todas las esquinas, salieron decenas de sicarios, armados con relucientes fusiles de gran calibre, y los rodearon. La hica salió corriendo sin que el agente pudiera evitarlo, pero a los pocos pasos fue rodeada y le arrojaron una red por encima, capturándola.

Travis disparó su láser a los ojos del esbirro que le impedía huir hacia la piscina. A aquella distancia no le haría daño, pero lo deslumbró lo suficiente como para con un empujón apartarlo a un lado y emprender una frenética carrera. Se aseguró la capucha como pudo (mal) y se tiró de cabeza al agua, pero enseguida, y mientras se debatía para llegar al fondo, los rifles empezaron a disparar una lluvia de redes que no tardaron en hundirse con él y capturarlo. Agobiado porque el agua entraba por las rendijas, observó cómo varios de los esbirros se sumergían y lo rodeaban, izándolo hasta la superficie.

Lo arrojaron, tosiendo medio ahogado, al piso y le obligaron a mantenerse de rodillas. A través de las ojeras empañadas veía una silueta distinta a las demás, una mujer. Pero no era negra, sino blanca. ¿Quién sería? La duda lo corroyó mientras le colocaban unos grilletes en los codos y muñecas, asegurándolos a la espalda. Pero en cuanto ella habló, sus dudas quedaron disipadas y fueron sustituidas por un temor insondable.

-Hola, 069. Volvemos a vernos.-

Reconoció en primer lugar el tono de la mujer que hasta hacía poco él creía Miss Deckstone, su confidente en el cine. Pero en aquella estancia cerrada del palacio de Kofbo, la voz se amplificó por encima del susurro e identificó en ella aquello que la primera vez que la escuchó creyó simplemente "familiar": era la misma voz de Sarah.

La mujer pasó el pulgar por las ojeras, quitando la humedad: era sin duda la integrante de las PHI EPSILON MI (ver relato correspondiente) que, junto con su perversa compañera, Lyndsey, había sometido a crueles vejaciones al hijo de un importante diplomático británico, y que tras ser descubiertas por Winnipenny y Travis, habían desaparecido del mapa merced al deseo del mismo diplomático de mantener el turbio asunto en secreto.

-Es él, sin duda. Reconocería esos ojos lascivos en cualquier parte.- comentó Sarah, y de una fuerte bofetada hizo que 069 cayera de costado. Entonces la vio: la pérfida Reina Wanda también estaba allí, burlándose de su frustrada operación de rescate. Ella también lo reconoció, y le sonrió antes de pisar con su pie derecho el lado izquierdo de la cara enmascarada de Travis.

-Debiste hacerme caso. "No confíe en nadie".-dijo Sarah.

-Y debió quedarse en Londres, Mister Travis. –

El agente estaba aterrado, y aún no se había recuperado del todo del sofoco, así que se convulsionó violentamente por la tos cuando Wanda lo empujó para ponerlo boca arriba y le plantó el enorme pie en el pecho.

-¡Jajajaja! ¿Te ha sentado mal el baño? Vaya, cuánto lo siento. Pero no te preocupes, que aunque no tengo previsto que seas mi huésped demasiado tiempo, sabré agasajarte como corresponde a alguien de tu calaña.-

-¡Llevadlo a la alcoba!- ordenó Sarah a dos sicarios, que prestamente, aunque no con buenas maneras, levantaron a Travis y lo hicieron andar con ellos. Lo último que oyó antes de internarse en el corazón de aquel maldito palacio fue a Wanda agradeciendo a Sarah su colaboración para apresarlo, y a ésta última recordándole a su cómplice que el trato que tenían seguía en pie.

Winnipenny despertó asustada y dolorida. Gritó en medio del bosque "¡Travis, no, no te vayas!" y se sonrojó al descubrir lo profundos que eran sus sentimientos por su compañero. Pero enseguida se le pasó el rubor, que se convirtió en enfado, a medida que el chichón comenzaba a punzarle. Estaba amaneciendo ya. Se incorporó y maldijo por lo bajo a su compañero, prometiendo que si lo encontraba le daría un sopapo tan bestia que le pondría la cara del revés. Sin embargo cayó en seguida en la cuenta de lo más evidente y preocupante: Travis no estaba de vuelta, y calculando el tiempo que ella había estado inconsciente, ya debería haber regresado.

Corriendo se dirigió al palacio, pero se detuvo a un centenar de metros: había guardias por todas partes, y parecían atareados, como si alguna conmoción dentro del recinto los hubiese puesto en estado de alarma.

Amparándose en las todavía largas sombras del alba, se aproximó poco a poco a los muros de palacio...

Dentro, unas horas antes, había comenzado el tormento para el pequeño agente. Incapaz de darse a la fuga, sólo podía esperar a que ocurriera un milagro y que Winnipenny no hubiera sido tan poco previsora como él. Recostado sobre un diván, aguardaba a lo que quisieran hacer con él.

El sudor por el miedo llenaba los recovecos del ajustadísimo traje y le escocía y picaba. El aire dentro de la máscara estaba ya viciado y sólo un hilillo de la atmósfera impregnada del fuerte aroma a tabaco de Zugabar se colaba por las rendijas. Pero ni podía rascarse ni era capaz de quitarse la incómoda capucha.

Aparecieron Wanda y Sarah en la alcoba y le echaron al suelo a golpes, riéndose. Luego, mientras Sarah llenaba unas copas de algún licor exótico, Wanda ordenó a Travis ponerse de rodillas, lo que el pobrecillo no lograba

-Inútil... ahora verás.-

La Reina de Ébano tomó un cuchillo de pelar fruta que había en la mesa y con él practicó, ante los asustados ojos de Travis, que temió por su vida, un par de cortes en el mono a la altura de los pezones. Cuando tuvo estos al alcance, Wanda tomó unos alicates de punta fina que guardaba en la bandeja inferior de la mesa para algún terrible propósito que 069 no tardó en descubrir: mordiendo con ellos las tetillas y tirando hacia arriba consiguió, a fuerza de dolor, que el agente consiguiese mantenerse de rodillas ante ella, que tomó asiento a su lado.

Sarah había encendido un cigarro y aspiraba tranquila el humo. Estaba cambiada desde la última vez. Se había teñido el pelo de un rubio mate y se lo había recogido en una cola de caballo. Su maquillaje no restaba belleza a sus rasgos, pero los había endurecido, y ya no parecía una niña traviesa, sino una dómina implacable. Sólo sus ojos seguían traicionándola. Por lo demás, vestía una cazadora de charol negro y llevaba un pañuelo de seda al cuello para combatir el calor de Zugabar. Los pantalones blancos de lycra no parecían demasiado adecuados, ni tampoco las altas botas.

-Ese traje... no resulta cómodo, ¿verdad?-

Sarah posó su mano, enguantada, en la cabeza de Travis y la balanceó suavemente. Luego probó suerte con los broches y cierres herméticos hasta que consiguió volver a ajustar la capucha perfectamente sobre el mono. Inmediatamente 069 sintió el calor de su propio aliento empañar por dentro las ojeras y llenar de humedad la máscara. Fuera del agua el equipo de respiración no funcionaba adecuadamente. Wanda lo notó y de un tajo, cortó el tubo de respiración, y el aire "puro" entró en los necesitados pulmones.

-Se me ocurre un juego perverso.- dijo entonces Wanda, y sonrió malignamente al tiempo que encendía un purito. Dio un par de caladas, que no hubiera podido aguantar un hombre robusto sin ponerse amarillo, como si nada y retorció uno de los pezones con los alicates. Un amargo quejido salió por el tubo de goma, seguido de una tos. Entonces Wanda apretó el tubo, cerrándolo al paso del aire. Travis notó que aún inspirando con todas sus fuerzas no lograba hacer pasar el aire, y se angustió, lo cual hizo que respirara más rápido. El tubo se contraía sobre si mismo a cada inhalación. Oía la risa burlona de Sarah mientras se sacudía intentando un imposible: liberarse. Un apretón en sus mortificadas tetillas le indicó que más le valía estarse quieto. Lo hizo e intento relajarse, pero resultaba muy difícil. El aire ya estaba viciado dentro de la máscara. Había pasado un par de minutos y sintió que se mareaba. Entonces Wanda soltó el conducto de respiración y el aire entró con fuerza en rápidas y cortas ráfagas. Pero no por ello dejó Travis de sentirse mal: aquel traje del demonio lo estaba martirizando casi tanto como la crueldad de sus enemigas.

Wanda pasó el tubo a Sarah, que miraba fijamente a Travis a los ojos a través de las ojeras. Sin prisa, como quien aplasta un trozo de plastilina, cerró la mano y el tubo volvió a quedar sellado, pero esta vez Travis había tomado aire de sobra. Sarah y Wanda fumaban, extasiadas, y se preguntó si aquellos puritos no tendrían algún opiáceo. El olor que le había llegado antes le resultaba nauseabundo. Pasaron 3 minutos y su resistencia se empezó a desmoronar y al final se quebró, soltó todo el aire de golpe y las ojeras se empañaron. Las figuras borrosas de Sarah y Wanda seguían ahí, envueltas en una tiniebla de vahos y humo gris. Pero el aire volvía a faltar y el tubo bailaba con los agónicos intentos del agente de respirar. Y de pronto, el tubo fue de nuevo abierto y dio una gran bocanada.

Casi muere al hacerlo. Sarah había aguardado a abrir el conducto para verter en él una profunda voluta de humo, que a 069 pilló por sorpresa. El humo viscoso penetró en su garganta haciéndola arder y punzó sus pulmones como un enjambre de termitas, tosió, lloró y se retorció, pero nada consiguió, de nuevo la salida fue cerrada y Travis quedó boqueando en la emponzoñada atmósfera de su máscara de buzo.

Wanda volvió a tomar el tubo, riendo a carcajada limpia por los padecimientos de su invitado. Cuando consideró que ya estaba a punto de desmayarse, quitó el dedo que había metido en el extremo cortado y al tiempo dejó que sin ninguna prisa el humo de la última calada saliera de su boca rumbo a la máscara. El agente intuía la trampa y trató de aguantar, pero en pocos segundos se derrumbó y volvió a aspirar para no perder la conciencia. De nuevo el azote gaseoso traspasó el umbral de su escocida lengua y le provocó estertores de asfixia. A punto de desmayarse notaba que Wanda le acariciaba los pezones y decía algo a Sarah, como que podía llevárselo cuando quisiera. Pero enseguida todo se hizo oscuridad.

Winnipenny ya se había situado en el lado opuesto del palacio. Allí había descubierto un helipuerto, seguramente a través del cual pensaría darse al a fuga la Reina. Esperó mordiéndose los labios el momento oportuno para, a la desesperada, pues había demasiados centinelas, infiltrarse en el palacio y rescatar a su compañero. Pero no hizo falta, porque vio salir a una mujer, rubia, vestida de un modo chocante para un país centroafricano. Era, por supuesto, Sarah, y a plena luz del día Winni la reconoció, de modo que a duras penas pudo contener un gritito de asombro.

Tras ella iban unos cuantos centinelas de Wanda cargando un largo bulto. Lo metieron en el helicóptero y uno de los centinelas se puso a los mandos.

-Así que PHI EPSILON MI está detrás de esto. Seguro que se ha conchabado con la Reina Wanda para pillar a Travis... –musitó la valiente muchacha, en su escondite tras un árbol, y cerró los puños. Los guardianes volvieron a meterse en el palacio, pero Sarah se quedó fuera y sacó un teléfono móvil. Marcó, pero en aquel lugar no debía haber muy buena cobertura, porque se paseó, molesta, buscando un punto en el que las ondas se recibieran bien. Y así se acercó al árbol donde aguardaba Winni. Era el momento de actuar. Gritando como una posesa, se lanzó sobre la desprevenida dominatriz y la derribó. Rodaron por el suelo, pero no tardaron en separarse y levantarse. Sarah lanzó una mirada de odio a su rival mientras se limpiaba con un dedo un pequeño corte en el labio que había empezado a sangrar.

-Vaya, vaya. Ya te estaba echando de menos, querida Winni.-

-¿Sí? Me extraña, zorra degenerada. –

-Oh, ¿qué modales son esos? No deberías decir esas cosas a una antigua amiga.-

-¿Qué estáis planeando esta vez? No creí que cayerais tan bajo como para aliaros con Wanda.-

-¡Ja! Cuidado con lo que dices, princesa. –

Y dio un par de puñetazos que por poco no impactaron en la cara de Winni. Ésta había perdido ya la oportunidad del ataque sorpresa, y algunos centinelas de palacio salieron y las rodearon. La bella agente ya se veía perdida, pero Sarah ordenó a los secuaces de Wanda que se detuvieran, y mientras cogía el pañuelo que tenía al cuello y lo anudaba a su cintura, les advirtió:

-Esta perra es mía. Si alguno la toca sin que yo de mi permiso, se las verá con la Reina.-

Detrás del círculo que se formó en torno a las dos mujeres el helicóptero se puso en marcha. Winni lo miró de reojo: fuera lo que fuera, tendría que esperar. Luego se encaró con Sarah otra vez y se concentró para derrotarla. La pérfida contrincante parecía muy confiada y se burló:

-Bonito conjunto.-

-Lo mismo digo, puta.-

Eso molestó de veras a la mala, que de un salto echó las manos al cuello de su rival. Pero Winni las interceptó antes de que los guantes hicieran presa, y usando el impulso de su atacante contra él mismo, le retorció la muñeca y el brazo, colocándoselos a la espalda.

-¡Suelta!-gritó la acogotada Sarah, mientras con el otro brazo intentaba inútilmente liberarse de la llave, y gritó de dolor cuando Winni afianzó la presa. Notándose con posibilidades de concluir la pelea pronto, Winni se tomó la libertad de agarrar del pelo con la mano libre a Sarah y le dio un tirón que la hizo gritar de nuevo e hincar la rodilla. Pero así permitió que la aferrara de la muñeca con el brazo libre y usando la fuerza bruta consiguió que Winni volara literalmente por encima de su espalda y cayera al suelo.

-¡Ay!-

Iba a levantarse otra vez, pero Sarah le plantó la bota de agudo tacón entre los pechos y la empujó al suelo con vehemencia. Winni se quejó, y la otra se relamió viendo así a su antigua "amiga".

-Mmmm... Estoy pensando... Quizás empiece contigo a aficionarme a las esclavas. ¿Qué te parece?-

-Vete a la mierda.- jadeó Winni, magullada, pero la lasciva dómina la ignoró y prosiguió:

-Serás mi perra sumisa, y harás todo lo que yo te ordene. Te follaré con todo tipo de objetos, te azotaré sin piedad y tu sólo tendrás que decir "gracias, ama".-

Winni buscaba el modo de librarse de aquella postura, pero el tacón se le clavaba en la carne a través de la goma del traje de buzo. Jadeó para conseguir oxígeno, y Sarah le colocó la bota encima de la boca.

-Venga. Lámela como la esclava que eres y acepta tu derrota, y sabré ser compasiva.-

Entonces la agente tomó el pie de su enemiga con ambas manos en un rápido movimiento y haciéndolo girar, logró que Sarah perdiera el equilibrio y cayera. Un puñetazo a la mejilla y por fin la malvada mistress quedó fuera de combate.

Sarah escupió nada más levantarse sobre el cuerpo inconsciente.

-Tu oferta no me seduce, bruja.-

Y enseguida se preparó para lo inevitable: que los secuaces de Wanda se abalanzaran sobre ella. Y de hecho así habría sido de no ser por la repentina aparición de un grupo de mujeres indígenas que en pocos minutos rodearon, desarmaron y prendieron a los guardias.

Winni no entendía qué pasaba y miró a la entrada del palacio de Kofbo. De allí salían, las manos en la nuca y con todas las trazas de haber sido derrotados, todos los centinelas de la Reina Wanda, y la propia monarca, con cara de absoluta sorpresa y desprecio, la última de ellos.

Y detrás de ellos... ¡Quincey! La joven agente abrió los ojos como platos, pero enseguida echó a correr para abrazarse a su compañero de la central.

-¡Quincey! ¡Esto es... es...!-

-Increíble, lo sé. Ésa es mi especialidad. Pero no debes darme a mi todo el mérito. Si no hubiera sido por la colaboración de Madame Mopongo, esta operación de rescate no hubiera sido posible.-

Al lado del inventor había una mujer enorme y con adornos tribales muy vistosos que miraba con el ceño fruncido a los prisioneros y ordenaba que los reunieran a todos en el helipuerto.

-Verás, cuando Travis me pidió el equipo de buzo, yo también sospeché, y conociéndote como te conozco, supuse que irías con él. Así que aunque os envié lo que me pedisteis y a ti te dejé lanzarte en paracaídas con los trajes de buzo, que por cierto ya veo que te sientan fenomenal, me olía que esto no iba a ser un picnic entre tú y Travis. Por eso me puse en contacto con Madame Mopongo, líder de las tribus matriarcales de Zugabar. Es enemiga acérrima de Wanda, y en cuanto le insinué (aunque no estaba muy seguro de ello) que la Reina podría estar en libertad y volviendo a tramar diabluras, no dudó en prestar su colaboración y la de sus amazonas negras. Pero... ¿dónde está Travis?-

Deprisa se internaron en las mazmorras del palacio y allí encontraron a Rob Deckstone y su hermana, en un estado lamentable, pero vivos. Fue un momento emotivo, pero no dieron con el paradero de Travis.

-Malditas, deben haberlo ocultado en alguna parte.-

Furiosa y temiendo por su amado 069, Winni fue junto a la todavía inconsciente, pero ya maniatada Sarah y colocándose a horcajadas sobre su pecho la sacudió hasta despertarla. Tras unos segundos de confusión y un par de maldiciones por parte de la mala, la agente comenzó a interrogarla duramente, pero la otra se negaba a responder, y sonreía malévola. Llorando de rabia, la abofeteó, y entonces Sarah se carcajeó descaradamente.

-¡Jajaja! ¡Pega, más duro, venga! ¡Jajajaja! Me encanta, pero no te diré jamás lo que hemos hecho con el "pequeño comecocos" (ver 069 contra PHI EPSILON MI).- luego olisqueó el cercano coño de Winni y añadió –Mmmm, yo estoy excitada, ¿tú no? ¡Jajaja!-

Y seguía riendo locamente a pesar de que Winni, en su desesperación había empezado a estrangularla. Quincey tuvo que intervenir y la separó. La chica lloraba, y aunque pronto cayó en la cuenta de que debían haber metido a Travis en el helicóptero, eso no la aliviaba: ahora el mejor agente especial sexual de toda Gran Bretaña y su amigo más querido estaba rumbo a quién sabe qué rincón del planeta...

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