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El internado para niñas malvadas (3)

en Dominación

La clase terminó, los alumnos salían por la puerta, y el profesor dijo:

-Hasta mañana. Vanessa, por favor, quédate.-

Pablo: ya entrado en la cincuentena, conserva una buena, no, una excelente forma física. Siempre va impecable, la americana sin ninguna arruga, el pelo lavado y peinado a conciencia, y una gran sonrisa en su cara morena.

Vanessa: esta niña rebelde, de apenas 16 años de edad, es un torrente de sensualidad adolescente. Su aspecto habitual dista del de una estudiante recatada. El pelo moreno y liso cae sobre sus hombros recogido en parte a la altura de las sienes por dos coletas. Su carita de niña buena esconde una mente perversa de diablesa. Hoy lleva una camisa blanca a medio abrochar bajo la que se ve el sostén rosa, y minifalda. Calzan sus pies zapatos pequeños de hebilla sin mucho tacón y calcetinitos bordados.

Con su mirada desafiante y distraida, segura de si misma, espera apoyada en la puerta mascando chicle a que salgan todos sus compañeros. Guiña el ojo a una amiga. Por fin, Pablo cierra la puerta y queda a solas con Vanessa. Mete las manos en los bolsillos y la mira a través de sus gafas. Enseguida, rechazado por la energía que desprenden los ojos de Vanessa, vuelve a su sitio tras la mesa. Ordena algnos papeles y dice, con voz nerviosa que intenta aparentar seriedad:

-No estás aplicándote nada este trimestre, Vanessa. Voy a tener que suspenderte.-

La mira, ella está jugando con su pelo, aún apoyada en la pared de junto a la salida. Pero enseguida se fija en él con expresión sarcástica y comenta:

-Yo creo que no.-

Pablo traga saliva con dificultad y abre un cajón de su mesa.

-La Dirección ha insistido en que debo emplear los castigos físicos para corregir las actitudes de los alumnos. Pero creo que podemos prescindir de eso, si colaboras.-

Vanessa se ríe con ganas y Pablo se derrumba. No está preparado para esto. Oye a la chica decir:

-A ver qué medios considera la Dirección los adecuados para corregir las actitudes. Venga, profe, enséñemelo.-

-Vanessa, en serio, no es necesario. Si me escuchas un momento, yo..-

Vanessa pone una mano en el manillar de la puerta y dice, tajante:

-Enséñemelo.-

Si no lo hace, se irá. Pablo suspira y extrae del cajón un largo objeto de madera: una regla. La deposita sobre la mesa con un ruido seco. No lo ve, pero Vanessa se acaba de relamer al ver la disciplina, y su graciosa mano lo que ha acabado haciendo es cerrando el cerrojo de la puerta. Camina hasta la mesa y hace que sus dedos anden unos centímetros sobre la tabla hasta llegar al instrumento de doble función: medida y castigo.

-Mmmmm... Así que esto es lo que considera la Dirección "castigo físico". Bien, como quieran. Adelante, profesor, corríjame.-

Pablo mira sorprendido y asustado a Vanessa. Lo está diciendo en serio. Ha tendido su pequeña mano y le ofrece el dorso para que lo golpee implacablemente. No, no podrá.

-Venga, profe. Reconozco mis faltas, ahora le toca a usted hacer que no olvide la lección.-

Pablo toma la regla, su contacto le estremece. Mira a Vanessa a los ojos y la levanta, listo para golpear. Pero... sus preciosos ojos negros. No, es del todo incapaz. Retira la mirada y...

-No, no puedo.-

¡Plas! Vanessa le da una bofetada con la mano tendida que cruza la cara de Pablo. Con rapidez coge la regla y agarra al maestro de la corbata.

-Imbécil, ahora verás...-

De un tirón lo echa sobre la mesa.

-¡Quietecito, "profe"!-

Desabrocha su cinturón y le baja los pantalones hasta las rodillas, y luego hace lo mismo con los calzoncillos. Pablo está confuso, incapaz de reaccionar, pero siente que en cuanto las manitas de Vanessa tocan cerca de su paquete, es excita a toda velocidad. Ahora su culo está expuesto..

-Así que suspenso... Yo creo que no. ¡Cuenta!-

La regla cae sobre el culo sin piedad y con violencia, impactando cn un ruido sordo.

-¡Uno!-jadea Pablo.

Enseguida un segundo golpe vuelve a caldear las nalgas, conmocionándolas.

-¡Dos!-

El tercero silba en el aire antes de estrellarse sobre la piel ya enrojecida.

-¡Tres!-

Vanessa toma aire y lasciva ante la sumisión de su maestro, se toma un instante en contemplar su trasero. Pero pronto vuelve a azotarlo con la larga regla.

-¡Cuatro!-

Pablo piensa "sólo uno más, sólo uno más", cree que podrá aguantarlo, pero sus nervios le indican lo contrario: de cintura para abajo todo es un escozor y un dolor agudo... que es renovado en intensidad por el quinto golpe.

-¡Cinco, basta, estás aprobada!-

-¿Aprobada? ¿Crees que me tomaría tantas molestias si quisiera simplemente un aprobado?-

El sexto golpe pilla de sorpresa a Pablo. No ha podido endurecer instintivamente sus musculos y la madera entra en su blanda carne como un aguijón. Aullaría, pero en vez de eso grita:

-¡Seis!-

Teme ya que no pare hasta...

-¡Siete!-

Es insufrible la picazón. Si al menos diera tiempo a que el dolor de un golpe se disipara un poco antes del siguiente. Pero Vanessa, bien porque esté entrenada en este tipo de "diversiones", bien porque la escitación no le conceda pausas, vuelve a descargar la cólera de su brazo.

-¡Ocho!-

Una profesora pasa al lado de la clase por el pasillo. Oye el número, pero la voz congestionada y doliente le impide reconocer en ella a su compañero de enseñanza. Sonriendo, convencida de que alguno de esos pillastres del internado está rcibiendo su merecido, sigue adelante. Antes de que tuerza por el pasillo, le llega el eco apagado:

-¡Nueve!-

Vanessa está pletórica. La clase de hoy había sido particularmente aburrida. Se lo hará pagar a ese puerco de Pablo, ahora mismo y con un último y definitivo golpe. Quiere arrancarle un grito, una súplica, una muestra de su absoluta sumisión.

-¡Diez! ¡Ay, perdón, perdón Vanessa!-

Pablo casi está llorando. Su pene erecto roza la tabla de la mesa. De su culo sólo siente un intenso dolor, que no es apaciguado ni mucho menos cuando se atreve a subirse los calzoncillos y los pantalones. El roce es horrible. Casi no puede moverse. Mira a Vanessa, que juguetea, contenta, con la regla.

-Divertido, muy divertido. Me voy a aficionar a esto.-

Se sienta sobre la mesa y acaricia la cabeza de su maestro. Un poco de piedad se apodera de ella. La suficiente como para que consienta en dejarle reposar un minuto mientras ella canturrea.

-Vanessa...-gime Pablo.

-¿Sí?-

-Eres... oh, Vanessa, te amo. Te amo, mi Lolita.-

-Ajá.- comenta ella, sin ganas.

-Pablo se levanta y se coloca delante de su musa. Planta sus manos en la mesa a ambos lados de sus muslos. La mira a los ojos, siente tantas cosas, tan hermosas, pero sobre todo una profunda, líquida, absoluta, adoración.

-Eres guapa, única, la diosa. Todas las demás son feas, horribles, a tu lado, y yo... Vanessa, te adoro, déjame adorarte, te lo suplico.-

-Eso se hace mejor de rodillas, perro.-

Pablo hinca enseguida sus rodillas en el duro suelo de baldosas. Su culo dolorido se estira y lo aguijonea. Ella lo mira atenta, con la regla lista en sus bellas manos. Pablo deja de pensar y vuelca toda su sumisión en fundir sus labios con las rodillas, piernas y zapatos de Vanessa, que se deja hacer, complacida ante la voluptuosidad masoquista de su esclavo. Pero tiene prisa y sólo le deja un rato. Cuando considera que ya ha tenido suficiente, y que va siendo hora de darle algo que le recuerde su papel de perro humillado, le dice:

-Ahora, abre la boca.-

Pablo obedece y Vanessa deja caer desde la suya el chicle. Pablo vuelve a tener esa extraña y plena sensación, a la vez triste y placentera, de ser un pelele a merced de los sádicos y humillantes caprichos de una fémina cruel.

-Tragatelo.-

-Glup.-

-Esta tarde Nina dará una fiesta en su cuarto. Prepárate, nos darás placer a todas... no te toques, ¿entendido?-

-Sí, mi diosa Vanessa.-

Un beso en la mejilla del devoto servidor y canturrenado alegre y satisfecha... de momento... la mujercita sale del aula.

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