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Withe Over Black

en Dominación

Evelyn Millford, nueva en el campus, era una presa fácil. Tan rubia, tan pálida, lo suficientemente desarrollada para no parecer demasiado inocente, y lo suficientemente pequeña para resultar manejable. Tímido esbozo del sueño anglosajón, aferraba su carpeta como si de un salvavidas se tratase por los paseos arbolados cercanos a las casas de las hermandades.

Le gustaría pertenecer a una, pero sabía que no admitían a nadie porque sí, y no era tan valiente como para presentarse sin más a la puerta de una diciendo:

-¡Hola! Quiero ser guay.-

De hecho ni siquiera quería ser guay, pero estaba dispuesta a intentarlo con tal de sentirse protegida como miembro de un grupo. Pensando en ello por enésima vez, se sorprendió leyendo un cartel pegado a una de las farolas.

"¡Bienvenida al Campus! Pásate a partir de las 11 por el 17 de la Avenida Clark y únete a la fiesta de la BOW. ¡Sólo chicas blancas!"

Bueno, el cartel era algo inusitado, y probablemente rozaba lo ilegal. ¿Quién iría a una hermandad racista? Ella, Evelyn Millford, sudista hasta la médula desde hacía 4 generaciones, desde luego que no...

Al final se pasó. No pensaba entrar, pero pensó que estaría bien fijarse en si iba alguna chica para luego hablar con ella. Algo tendrían en común. Inconscientemente, además, deseaba ver a algún grupo de negros increpando a aquellas "blanquitas", llamándolas de todo. Nunca lo reconocería, pero la excitaba imaginarse forzada por alguno de esos que, según el abuelo "aún deberían trabajar los campos de algodón".

Sea como sea, cuando fingiendo dar un paseo se acercó por la Avenida Clark, quedó bastante más intrigada de lo que sería previsible. La Avenida Clark sólo tenía 16 números. Confusa, miró a todas partes, y algo asustada, dio media vuelta. Demasiado tarde comprendió que aquello era una trampa. Oyó un pitido y sintió un repentino dolor en el costado. Apenas pudo girarse a tiempo de ver cómo una figura, la de un deportista que hacía footing en la que antes apenas había reparado, retiraba una pistola de descargas eléctricas, antes de quedar inconsciente.

-Despierta a la muñeca, Joshua.-

-Yo creo que ya lo está.-

Evelyn salió de las tinieblas dolorosas de la pesadilla a una pesadilla de verdad, no menos oscura. Tenía algo en la cabeza, las manos atadas a la espalda y un pañuelo amordazándola. El pánico hizo presa de inmediato en ella, y trató de levantarse, pues estaba sentada, pero no fue capaz: dos manazas de hierro la retuvieron. Gimió y gritó, sin apenas éxito.

-¡Quieta, puta blanca!-

La voz, ruda, era imponente. Se imagino a su dueño: un poderoso negro a su derecha. La de la izquierda era la de una chica, con marcado acento barriobajero. Una "queen" del guetto. Se echó a llorar. Estaba perdida.

-Blanda, no lloriquees. Aquí mama no te va a salvar el culito blanco.-

-Jeje. No. Yo me encargaré de tu culito. Lo voy a poner rojo. O más blanco todavía con mi jugo. Veremos si con él desbordándote por las nalgas tienes tanto aprecio a ese color.-

La obligaron a levantarse. El chico debía estar detrás de ella, agarrándola por los brazos. Era realmente fuerte. Podría romperla en dos si quisiera.

-Veamos la putita, qué domingas tiene.-

Hubo un sonido siniestro, un click metálico. Enseguida notó algo metálico junto a su ombligo, por debajo de la blusa. ¡Una navaja automática! Jadeo, aterrada. Aquello no era una broma de novatos. Así que, a pesar de la humillación a que la sometían, se quedó quieta mientras la chica la iba cortando todos los botones de la blusa. Cuando desprendió el último y retiró la blusa hacia los lados, Evelyn tomó aire y aguardó lo inevitable.

-Mmmmm... nada del otro mundo.-

-¿Cómo que no, Jocelyn? ¡Son perfectas!-

-No digas jilipolleces, Joshy. Las mías, las de cualquier hermana son mucho mejores que las de esta perra escualida.-

-Sólo hay un modo de saberlo.-respondió el chico, y nuestra sufrida heroína notó que retiraba una de las manos que la sujetaban para meterla entre el sostén y sus delicados pechos de nata coronados de fresa. No pudo evitarlo y quiso zafarse.

-¡Quieta zorra!-le gritó el chico, recuperando el control y volviendo a sujetarla.

-No aprendes, ¿eh?-

La chica la dio un puñetazo en el estómago que la hizo doblarse, sin aliento. La empujó la cabeza hacia abajo y tiró de las manos atadas hacia arriba, ayudada por Joshua. ¡La iban a descoyuntar! Empezó a chillar suplicando, y aunque no podía hacer que saliera una sola palabra inteligible de la mordaza, debieron entenderla, porque dejaron de torturar sus hombros y volvieron a colocarla en el ¿sillón? donde había despertado. Pero en cuanto estuvo allí, le pasaron algo alrededor del cuello, constriñiendo la bolsa de papel que la cubría. Debía ser un collar, o un cinturón. Y lo engancharon bien corto al sillón, de modo que restringía sus movimientos a la mínima expresión.

-Bien, muñeca. Las cosas son así. Te vas a estar quieta o...-

Y apoyó la navaja contra uno de los brazos de Evelyn, sin apretar tanto como para atravesar la delicada piel, pero sí como para paralizarla de miedo.

Le quitaron el sujetador y las manos, tanto las de largas uñas de Jocelyn como las de Joshua, se pasearon por sus senos sin pudor, amasando sus pechos, masajeando sus pezones y dibujando el contorno de su regazo y senos. La bolsa translucida por la humedad de su llanto, el vaho de su aliento y su saliva filtrada a través de la mordaza, proyectaba las sombras de sus captores delante de ella, y de otras sombras tras ellos, lo cual la puso los nervios de punta. ¿Había más gente allí? Todo era posible.

Cuando se hubieron hartado de sus pechos, pasaron a su estómago, vientre y muslos. Los dedos de Jocelyn, había que decirlo, eran expertos y volaban sobre los pliegues, llanuras y curvas de la jovencita, perlando de un sudor, mezcla de miedo y excitación, todo su cuerpo. Joshua era menos considerado. Apretujaba la carne como si no hubiera un mañana, con ansia, con avaricia. Era doloroso, molesto y vejatorio. Evelyn no se daba cuenta de que poco a poco se iba abriendo a esas "caricias", y que sus piernas ya no estaban tan rígidas.

A Jocelyn tampoco le pasó desapercibido.

-La cerda está lista. Mira como se ha abierto.-

Evelyn cerró instintivamente las piernas, pero ya era tarde. ¡La hija de papá era una puerca caliente! Las manos de Joshua hurgaron por encima de sus bragas, buscando transpasar esa tela para acceder a su coño delicioso. La otra lo detuvo justo cuando tironeaba de la goma. Algo en su voz era diferente: parecía enfadada, pero no con la resistencia de Evelyn, sino con algo que había hecho Joshua.

-Stop, Joshy.-

Hubo un islencio, pero las manos del chico se retiraron, y al cabo se oyó su voz contrita, algo atemorizada:

-Lo siento, Ama.-

-Levántala y sujétala.-respondió ella con severidad, y fue obedecida con prontitud.

Fueron sin duda las manos de Jocelyn las que retiraron las bragas de la ya desesperada Evelyn. Pero no por ello, mientras su sexo quedaba expuesto y su minifalda era recogida en su cintura, pudo dejar de advertir que Joshua la susurraba:

-Muerde. Muérdeme.-

No había ironía en aquella sugerencia. Todo aquello era raro, muy raro. Pero ¿qué no lo era en aquella maldita sala? Bastante preocupante era que todos los presentes, fueran cuantos fueran, bestias negras sedientas de su carne sureña pálida y vorginal, pudieran contemplar su monte de Venus y los pliegues de sus labios, que sin duda estaban brillantes después de tanto manoseo.

-Al suelo.-volvió a ordenar Jocelyn a su compañero, y pronto Evelyn fue tumbada en el tibio entarimado. Uno de los dos, ya no sabía orientarse lo suficiente para decir cuál, estaba entre sus piernas, impidiendo que las cerrara. El otro lo notaba por la sombra junto a su cabeza. sintió cierto alivio, y también una insana frustración íntima, cuando oyó que la voz de la chica provenía de más allá de su bajo vientre.

-El culo es una birria, pero este coñito... mmmm...-

¡La dio un lametón desde los labios a la ingle izquierda! Evelyn se estremeció, tanto que casi no se dio cuenta del placer que la invadía. Una perra de ébano la iba a masturbar. Y ella no podía hacer nada, prisionera de aquella bolsa de papel que convertía todo alrededor en sombras pardas.

Fue penetrada por los largos dedos, anillados en su mayoría, de su captora. Comprobaron su resistencia, su grado de excitación, lo profunda que era y si podría, en definitiva, albergar alguna polla afroamericana de horrendo calibre. Y lo disfrutó de principio a fin. Sus pezones suplicaban caricias, pero sólo de cuando en cuando Jocelyn dejaba de explorar su intimidad para apoderarse de ellos y pellizcarlos un instante antes de regresar a la cúpula del denigrante deseo que se había convertido en el centro de todo el ser de Evelyn. ¿Por qué Joshua no la tocaba? Volvió disimuladamente su rostro hacia donde él debía estar, pero no obtuvo respuesta. Joshua sólo miraba en aquel momento. Quizás se reservaba para castigarla después con su virilidad.

-Lista. Evelyn, tu decides. O te conviertes en la mascota de la Black Over White, o... bueno, princesita de leche. Ya sabes.-

El dedo corazón de Jocelyn seguía enterrado en su intimidad más profunda, mientras el pulgar, húmedo de saliva, retiraba y colocaba la piel que protegía su botón en una alternancia demencialmente agradable. La "princesita" no podía casi pensar. Por suerte, le facilitaron las cosas: con lanavaja le practicaron un agujero en la bolsa de papel, a la altura de la boca. Por allí entró algo de luz y aire, que agradeció no poco en cuanto los dedos de carbón de Joshua le quitaron la mordaza pegajosa y chorreante.

-Chúpala y te prometo que no te pasará nada... definitivo. Niégate y verás lo que les espera alas chicas sureñas demasiado soberbias.-

Por el agujero fue introducido el descomunal pene e instintivamente abrió la boca.. para, en cuanto recordó lo que le había susrrado Joshua, morderlo con rabia. Ni lo pensó. Una hija del sur puede ser una puta, pero sin bozal, no deja de ser peligrosa.

¿Una polla de goma?

-¡Fantástico, Evelyn!-

La sala se llenó de aplausos mientras al sorprendido, alucinado y confuso retoño de los Millford lo ayudaban a levantarse, la desataban las manos y la cubrían con una túnica, para finalmente quitarle el collar y la bolsa de la cabeza. En torno suyo había un grupo de riseuñas chicas, todas ellas blancas, y de rodillas, aguardando órdenes sumiso, un enorme chico negro. Joshua, sin duda. Trataba de mirarla sin que lo pillaran, pero era casi imposible.

La chica más cercana se acercó y la dio dos besos. En cuanto habló reconoció en su voz la de Jocelyn. ¡Cuán diferente a como la había imaginado en su prisión de tinieblas! Era una venus casi tan pálida como ella, morena, de ojos verdes. Pero su voz, y sobre todo su acento, eran de negra.

-Lo sé. Soy una auténtica sureña, criada por aya negra. no te extrañe el acento, preciosa.-

-Pero... ¿por qué?-

-Por tu padre.- intervino otra. -Es una tradición que las hijas Millford ingresen en la White Over Black. Pero tienen que superar la prueba. Como tú bien has hecho. ¡Felicidades!-

Las chicas felicitaron con entusiasmo a Evelyn, y se sintió completamente integrada, aunque le costó un buen tiempo aceptar lo que había pasado como una necesidad de la hermandad.

-No podemos dejar que entre cualquiera. Hay muchas guarras que ceden... pero bueno, de esas mejor no hablar. Las que no lo hacemos, podemos con todo el derecho considerarnos auténticas herederas del sur.-siguió diciendo la chica.

-Y ejercer ese derecho sobre nuestros esclavos. Como Joshua.- intervino de nuevo Jocelyn -¿Verdad, Joshy?-

El negro levantó ligeramente la mirada y asintió, humillado. Todas se rieron. Mientras lo hacía, la jefa se acercó a la pared y descolgó un latigo enrollado que había suspendido de un clavo.

-Bueno, ahora estás en tu derecho de castigar como te parezca a nuestro perro favorito. Puedes hacer lo que quieras, hasta tirártelo. Es muy complaciente: lo hemos educado para serlo.-Joshua asintió, contento.-Pero...-y para concluir, fingió que susurraba al oído de Evelyn, aunque todos lo oyeron: -no le dejes correrse.-y una vez dicho volvió a hablar en voz alta: -¡Ni te imaginas lo que es capaz de hacer cuando cree que le vas a dejar desahogarse!-

Las risas inundaron la casa durante unos minutos más mientras Joshua era obligado a traer bebidas y snacks. Por fin, llegó la noticia de que unas chicas negras habían caído en otra trampa de la pérfida WOB cuando trataban de colarse en el jardín y se encontraron con un doberman furioso que había hecho jirones su ropa.

-¡Nosotras nos vamos para allá a enseñarles cómo nos las gastamos, Evy! Tú puedes quedarte a jugar con Joshua, o lo que quieras. Ésta es tu casa. ¡Vamos chicas, coged las pistolas de agua!-

El tropel de chicas abandonó vociferando la casa, y Evelynn quedó sola. Encontró una muda de ropa idéntica a la suya sobre una comoda y se vistió en un cuarto cercano, ordenándole a Joshua que no mirara bajo ningún concepto. Para comprobar su grado de sumisión dejó la puerta abierta, de modo que muy satisfecha pudo ver que obedeció su orden. ¿Hasta donde llegaría ese corderito negro para complacer al rebaño de lobas blancas? Sonriendo, desenrolló el latigo y le indicó al coloso de café por donde podía empezar a ganarse un inexistente derecho a eyacular: lamiéndole los zapatos.

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