miprimita.com

Mi duda, mi tormento, mi redención

en Sadomaso

El otro día, hablando con una amiga, me sorprendí a mí mismo tanteándola a ver qué sabía, y si sabía algo, qué opinaba de los juegos de dominación.

-Creo que me resultaría divertido tener a un chico haciendo el papel de mi esclavo o mi perro.-

-Ajá... Pues oye, yo ladro particularmente bien. ¡Escucha! ¡Guau, guau, aaaaauuuuuu! ¡Wof, wof, grrrr, wof!-

-Jeje. No está mal, aunque... creo que no me divertiría contigo.-

-¿Por qué?- quise saber, defraudado.

-Eres demasiado pachorrón. Y no me gustan los San Bernardos. Prefiero los perros de presa, un doberman, o un pitbul.-

-¿Y como esclavo?-

-Te faltaría rebeldía, creo yo.-

No dije nada más, que tampoco quería que se me viesen las intenciones, y cambié de tema. Pero dos semanas más tarde, y a base de insinuaciones, conseguí que nuestra conversación volviera por los derroteros que tanto comenzaban a excitarme.

-Lo del dolor es algo muy personal. Creo que a todos los chicos os pone un collar de púas, o el que nos vistamos como dominatrices. Incluso la gran mayoría estaría dispuesta a jugar a cambiar de roles, un poquito de sumisión... ya sabes. Pero ya si nos metemos con el dolor... Te tiene que gustar.-

-¿Y a ti... te gusta? Digo a niveles flojos, un azote, cosas de ese calibre.-

-¿Dar o recibir?-

-¿Recibir?-

-No. Prefiero dar. –

-O sea, que eres una sádica.-

-Sólo un poco y sólo en ese contexto. ¿A ti te gusta...?-

-No lo he probado, claro, pero creo que recibir. Me agrada que las chicas llevéis la iniciativa.-

Pasó el tiempo y fuimos profundizando en nuestro mutuo conocimiento del mundillo. Primero eran charlas ocasionales, pero pronto se convirtieron en tópico de nuestros diálogos. Descubrimos entretanto que nos gustaban muchas otras cosas que hasta entonces no habíamos compartido (en particular nuestra afición por la música heavy), coincidiendo con las vacaciones, que se prestaron a que nos viésemos todos los días, nos fuimos enamorando. Yo al menos empezaba a estar completamente loco por ella, y deseaba que ella me correspondiese. Finalmente reuní el coraje necesario y me declaré:

-Raquel, estos últimos meses me he ido...me gustas.-

Ella se sorprendió, y afirmó que no se había dado cuenta de nada.

-¿En serio, lo dices en serio?-

-¿Por qué te extrañas? Eres la chica más maravillosa que conozco, y te quiero.-

-No sé qué decir.-

-Di que tú también me quieres, o si sientes algo por mí.-

-Tú también me gustas, Fran, pero eres mi mejor amigo. Y no quiero perder esa relación que tengo contigo.-

-En otras palabras, que no me quieres.-

-No, no, si ya te digo que me gustas, mucho, pero...-

-¡Raquel, que no pasa nada! Soy un tonto, nada más. Pero quería que lo supieras.-

Durante un mes no hablamos más del tema, y dejamos de vernos. Yo sufría, y me daba cuenta de que dependencia me creaba su presencia. Todos los días le dedicaba horas a imaginármela, y no pude evitar caer en la tentación de masturbarme pensando en ella. Incluso, en mi obsesión, pensaba que no debía pensar en otras chicas más que en ella cuando me daba placer en solitario.

Al mes y poco, me llamó. La noté muy nerviosa, así que procuré tranquilizarla:

-¿Raquel? ¿Estás bien?-

-No, no estoy demasiado bien, Fran.-

-¿Qué te pasa? -

Hizo una pausa, que me dio el tiempo suficiente para abrigar la esperanza de que lo estaba pasando mal por mí, como así demostró ser:

-Desde hace un mes no he podido dejar de pensar en lo que me dijiste. Y he examinado mis propios sentimientos.-

-Entonces, ¿te gusto?-

-¡Por favor! Déjame que te explique.-

-Perdona, sigue, por favor.-

-Sí, me he confirmado a mi misma que te quiero.-

Me sentí inmensamente feliz al oír esas palabras, tanto que dejé escapar un suspiro que ella seguro oyó a través del cable telefónico.

-¿Quieres que nos veamos?-

-Sí, me encantaría.-

-¿Hoy? ¿A las... cinco en el parque?-

-A las cinco.-

-...-

-...-

-Te quiero, Raquel.-

-Yo también..-

-...-

-A las cinco entonces. –

-Sí... ¡Hasta luego, un beso!-

Colgué el teléfono y fui rápidamente a mi cuarto, a ver la foto que tenía donde salíamos ella, yo y unos amigos. Era la mejor que tenía suya. La saqué del marco y la besé. Luego, sin poder apartar la mirada de su cálida sonrisa y su carita, me pajeé. Al eyacular, cerré los ojos y grité:

-¡Te quiero Raquel, soy tuyo, Raquel!-

A las cinco menos cinco estaba ya en el parque. Nadie más había a esas horas. Hacía demasiado calor. Me puse en un banco sobre el que caía algo de sombra y esperé. Mientras lo hacía, recordé otra conversación de las que habíamos tenido:

-Cuando tenga novia, le pediré que me ate a la cama alguna vez.-

-¿Confiarías en ella?-

-Claro.-

-Piensa que podría hacerte lo que quisiera.-

-¿Como qué?-

-¡Jajajaja! Venga, Fran, que eres un tío, seguro que se te ocurren mil cositas que le harías a una chica si la tuvieras atada en la cama.-

Lo pensé un momento y sin querer, reflexioné en voz alta:

-No hay papel suficiente para escribir tantas perversiones.-

Raquel se me quedó mirando en aquella ocasión de un modo curioso, que no sabría cómo definir, pero que me hizo sentir entre avergonzado y pervertido.

Ahora la tenía allí delante. Llevaba un vestido de una pieza color violeta que le llegaba hasta medio muslo, y sandalias. Me levanté y me acerqué a ella, para darla dos besos. Supuse que le hubiera parecido muy... no me pareció bien darle un beso, aunque de veras lo deseaba. En vez de ello me quedé mirando sus bonitos pies y sus uñas, brillantes por el pintauñas transparente.

-Aquí hace demasiado calor. ¿Vamos a la heladería?-

-Te invito.-

-¡Bien!- sonrió y me dio otro beso, muy sonoro, en la mejilla.

En el parque, la heladería era uno de los negocios más prósperos del verano, pero no había mucha gente todavía. Nos sentamos y pedimos, yo una horchata, y ella un cucurucho de fresa y choco.

-¿Qué tal está?-

-Mmmmmmmm....-dijo ella, y cerró los ojos, para dar expresividad a su ronroneo de gusto.

-Me alegro que te guste. ¿Quieres probar la horchata? Está de vicio.-

Asintió y como en las películas, tomó la pajita con sus deliciosos labio y sorbió sin apartar la mirada de la mía.

-Tienes los ojos de un color precioso.-

Sonrió levemente, pero enseguida se puso seria, casi triste. Aunque no lo sabía, comprendía lo que sentía. Le tomé la mano, la acaricié y se la besé.

-Yo, te prometo que voy a darlo todo por nosotros.-

-Fran... Bésame.-

Me incliné sobre la mesa, temblando de emoción. ¡El momento tanto tiempo deseado había llegado! Sus labios se abrieron un poco, perfilando aún más su linda boquita. Sus largas pestañas cayeron y por fin, nos besamos. Nuestro primer beso como novios. Algo importante para mi, y por el entusiasmo que puso Raquel, también para ella.

El calor fundió en nuestros paladares el regusto de la horchata, del helado, y los suspiros que tantas veces lancé al aire, avivaron como un fuelle en ese momento mi pasión.

Nos separamos sintiéndonos nuevos, más vivos que nunca. ¡Qué gozada!

-Te quiero, mi niña.-

-Te quiero, Fran.-

...

Ya era oficial, para nosotros, para nuestros amigos, para nuestras familias, para todo el mundo. Éramos novios, y felices.

Empezó entonces para mí una de las pruebas más duras de mi vida de semental: la larga espera hasta realizar nuestras comunes fantasías, que iría pareja al momento en que nos acostáramos.

Crecieron mis dudas. Cuando no era más que una conversación entre amigos, me parecía casi evidente que Raquel tenía veleidades dominantes, pero ahora que éramos pareja... ¿no lo habría malinterpretado todo? Me culpaba a mí mismo de dudar, de no ser sincero de una vez por todas, de no quererla lo suficiente...

Decidí, y me juré, lo cual fue una trampa para mi propio equilibrio emocional, pues siempre consideré los juramentos algo inquebrantable, dejar que Raquel diera el primer paso, que yo la seguiría sumiso en los siguientes. Pero... ¿y si no lo daba? ¿Sería un eterno reprimido?

Todas las noches, hasta que me corría, me hacía esas preguntas, y curiosamente, aunque ahora era mi novia, fue la época en que menos mía la sentía.

Hasta que, gracias a una intervención exterior, pusimos las cartas sobre la mesa.

Nos invitaron a una fiesta campestre, con barbacoa y todo lo demás. Íbamos algunos amigos con nuestras novias, y en un momento de la tarde jugamos a "verdad o prenda".

Raquel, que conocía mis prejuicios respecto a no romper una promesa, me contó después de aquel día que había pedido a su amiga Marijose que me hiciese la pregunta:

-¿Cuál es tu fantasía sexual favorita, la zoofilia, el exhibicionismo, el sado, o eres voyeur?-

Estábamos todos bastante bebidos, pero yo no quise contestar, y enseguida procedieron a imponerme un castigo, con lo cual, según concluí después, había dejado la pregunta contestada.

"El que calla, otorga"

Raquel sabía de buena tinta que las otras opciones no me interesaban lo más mínimo. Afortunadamente, el resto de jugadores no.

Me ordenaron, las muy pérfidas, ponerme un tanquita y quedarme con él el resto de la tarde. A todos, menos a mi, les hizo mucha gracia, pero Raquel estaba particularmente divertida, casi se podría decir que satisfecha.

Así que, aunque yo no lo había confirmado por activa, por pasiva tenía la certeza de que me atraía la idea del sadomaso. Supongo que quiso cerciorarse, y unos días después, comentando la jugada del día en el campo, volvió a las conversaciones que tanto tiempo atrás habíamos tenido:

-¿Te sentiste muy humillado al tener que ponerte el tanga?-

-¿Tú qué crees?-

-A mi me excitó...-

-No lo entiendo, seguro que estaba ridículo.-

-Eso es lo de menos. Además, te lo ganaste, por no contestar.-

-¿Qué me preguntaban?.

Por supuesto yo recordaba perfectamente aquella comprometedora pregunta. Raquel la repitió, taladrándome con su mirada.

-Ah, sí, ésa era.- dije, como queriendo quitarle importancia.

-¿Y bien?-

-Y bien,¿qué?- musité, preocupado.

-¿Qué es lo que más te gusta?-

-Tú.-

-Gracias, pero no soy una opción. Contesta. ¿te gusta mirar a las parejas mientras se lo montan?-

-No.-

Uy, uy, uy... Una menos.

-Ajá, entonces lo que te pone es estar desnudo.-

-Sí, eso es.- mentí.

-¡Eso explica por qué estabas tan "cachondo" llevando sólo el tanga delante de todos en la fiesta! ¿No te parece?-

Mierda, me está tendiendo una trampa, y no quiero caer, pero...

-Tampoco fue para tanto, y fue divertido.-

-Seguro que sí, pero no te creo. Veamos, entonces nos queda que te gustan los animalitos para follártelos. ¿No es así?-

La sola idea me causaba cierta repugnancia, y casi como un reflejo, negué con la cabeza.

-¿No? Pues... Creo que es entonces evidente lo que te gusta.-

-¡Sí, joder, me encanta el sadomaso! ¡Ya está, ya lo he dicho, joder, qué cruz! ¿Contenta?-

No estaba furioso, sino aterrorizado por haber sido acorralado en lo más profundo de mi desviación, pero ¿de qué otro modo podía escapar si no era poniéndome a la defensiva? Dio, igual, porque Raquel se rió y desnudándome con sus ojos, burlándose casi, triunfalmente, dijo:

-Eres un masoquista, estoy segura.-

...

Aquel día no pude hablar nada coherente más, y Raquel tampoco parecía interesada en proseguir su intención, que ya me había sobrepasado. El resto del tiempo que estuve con ella, no dejó de mirarme a cada rato, de un modo cuando menos peculiar y nada tranquilizador. ¿Qué pensaría?

Durante toda una semana busqué el modo de evitarla, y con excusas bastante creíbles conseguí verla tan sólo un par de horas, y siempre con amigos. Por contra, y fue lo que más me chocó, ella parecía que había obviado la revelación de hacía pocos días, como si no hubiera llegado a pasar.

Casi había olvidado el episodio, cuando, al acompañarla a su casa, solos los dos, me dejó de piedra soltándome:

-¿Por qué te resististe tanto tiempo a confesarlo?-

-¿Eh?-

-Ya basta de juegos. Dime simplemente por qué no me lo dijiste desde el principio.-

-Yo no sé qué...-

Pero una mirada severa suya me impidió proseguir con el fingimiento.

-Creo que porque me gusta demasiado todo ese mundo. Y no creo que lo pueda compatibilizar con la relación que tengo contigo. No sé... No a los niveles que a mi me gustaría.-

-¿Quién dijo que sólo era un juego? ¿Tú o yo?-

-Creo que tú, y exactamente dijiste que "había que tomárselo como un juego".-

-Sí. ¿No estás de acuerdo?-

-...No sé qué decir. Me atrae mucho, te lo repito.-

Me acarició el mentón y con su dulce voz:

-Sube un rato, por favor. Tengo algo que enseñarte.-

Con la cabeza perdida en mil ideas y sentimientos, la seguí. Intuía, o quizás sólo deseaba, que allí y entonces acabase mi tormento, la duda, la vacilación. Ignoraba, desde luego, que para Raquel, ya no había duda de ninguna clase.

Entramos ya besándonos, y decididos a fornicar. Olvidé lo que acababa de ocurrir mientras me afanaba en quitarle sus prendas. Se quedó en bragas y sostén. Iba a lanzarme sobre ellos, pero me detuvo.

-Ven.-

Guiado por su mano, entré en su dormitorio. Violentamente, como nos gustaba a veces, me empujó contra el ropero y me quitó la respiración con dos profundos besos. Aprovechando la situación...

Noté que esposaba una de mis muñecas al saliente del armario.

¿Un juego, eh? Está bien, me dejaré llevar. Creo que no es lo que quiero de verdad, pero tampoco me desagrada. Y complacerla a ella siempre ha sido lo más importante para mí.

-Yo lo único a lo que puedo aspirar es a hacerte feliz.-le dije en una ocasión, y en otra, y en muchas otras, incluso cuando dormía.

Me dio la vuelta y esposó mi otra mano al otro extremo. El metal lo notaba frío, indicativo de lo caliente que yo estaba. Dijo entonces:

-Vuelvo enseguida, voy a ponerme otra ropa.-

Me sonaba demasiado tópico. Recurrente, como mis fantasías onanistas, que siempre, en algún momento, la evocaban enfundada en un bizarro conjunto de dominatriz.

-¡Pero la realidad es aún mejor!-

Por encima de mi hombro la vi entrar. No podría describirlo, de hecho creo que no recuerdo cómo iba vestida, pero en breves segundos, mi imaginación se sintió invadida, atacada por algo mucho más... lo que fuese.

-Te gusta.- afirmó, y el chasquido de un látigo de cuero trenzado confirmó la sentencia.

¡No, Fran, rebélate! No te mereces lo que te está pasando. Me martirizaba mi mente, por no sé qué extraño paroxismo. ¿Sería tan masoquista que incluso la idea de realizar mis perversos sueños me resultaba... algo inmerecido?

-Hagamos una cosa. Si gritas o suplicas, pararé y se acabó. Si no... bah, seguro que gritas.-

Me estaba desafiando. Y mi lascivia por otro lado exigía desahogarse. Apreté los dientes y los labios los sellé. Quedé mudo por propia voluntad y dispuesto a...

-¡Vamos a ver cuánto aguantas, ESCLAVO!-

Esa palabra fue el más doloroso azote que me propinó. Oída por primera vez inequívocamente dirigida a mí, hizo estremecer mi cuerpo por completo. Y enseguida, como un eco suyo, el silbido del látigo antes de lacerar mi costado. ¡Desde luego quise gritar, pero no de dolor, sino de alegría!

-¡Uno!-

La comezón del primer azote creció de forma exponencial, extendiéndose por toda la espalda. El segundo siguió una trayectoria muy parecida, y me provocó una convulsión. El tercero lo esperaba, lo deseaba, y al llegarme cerré los ojos y dejé escapar el aire de golpe.

-¡Cuatro!-

¡Basta! ¡Vas demasiado rápido! Gritaba yo sin abrir la boca, y tanto empeño ponía que mis oídos parecían llenarse del eco de mis pensamientos. ¡No lo puedo asimilar, es demasiado, placer y dolor, demasiado!

-¡Cinco!-

Miré al techo, revolví mis muñecas, intentando ofrecer más de mi mismo al látigo, a la mano que lo empuñaba, a mi ama. Como una esponja deseaba ser llenado, empapado.

-¡Seis, siete!-

Un gracioso y horrible doble chasquido, que a mi me pareció uno solo, estallaron sobre mis omóplatos. Rechiné mis dientes, bendiciendo el nombre de Raquel.

-¡Ocho!-

Temblaban mis rodillas, amenazando romperse. Mis músculos estaban ardiendo. Pero cesó la azotaina, aunque yo apenas me di cuenta, concentrado en beber mi propio dolor. Un segundo después, la mano que no besé lo suficiente recordó a mi trasero que apenas se había aplicado con él propinándole un azote seco. Y al instante siguiente, sus dedos masajeaban mis pezones, poniéndolos tan duros como fue posible o incluso un poco más.

-Muy bien, simplemente excelente. Lo que yo esperaba.- se colaron sus palabras entre mis jadeos y sudores. -Ahora, tu premio.-

Una bola de goma, con su correspondiente correa, penetró mi boca. Y sendas pinzas de metal se cerraron amorosamente sobre mis tetillas. ¡No voy a poder aguantarlo!

-Vamos, Fran, has sido un buen esclavo. No eres un pervertido, eres solamente mi esclavo. Aquí, conmigo, esto está permitido. Aquí y ahora, todo lo que has soñado es bueno. No te reprimas, puedes disfrutarlo sin remordimientos. ¿Lo harás?-

Incapaz de responder, tensé mis músculos. Raquel suspiró: tendría que darme más para convencerme. Y con bríos renovados, ya sin retener ni calcular el impacto, simplemente dejándose llevar por sus propios deseos, obviando mi anterior egoísmo, descargó no menos de veinte latigazos sobre mi calenturiento cuerpo. Cuando llevaba ya 18, gemí. Los pezones, la mordaza, las esposas, todo estaba matándome de placer. Tenía que parar ¡ya!. Raquel lo notó, dejó de flagelarme, y sosteniéndome amorosa, sacudió mi miembro completamente erecto hasta que me corrí.

Me sentí culpable un instante, infinitamente culpable, pero ella estaba allí a mi lado y acariciando mis heridas, susurró:

-Ya está, mi querido Fran. Ya está... Ya no más duda o arrepentimiento.-

Mas de Dr Saccher

Canto atormentado de culpa y castigo

Amor sin erre

Withe Over Black

Doralice, Mensajera del Dolor

La Princesa y su celda

Las reinas del vudú de Nueva Orleans

Encerrona en el gimnasio

Farsa cruel para Angie

Que duela, que guste y que sea original

Xiuxiu y su esclavo

Amor ácido

La doble vida de mi vecina

Blancas juegan, ganan y someten

El último juego de Belle

S.A.S: Sadomaso casero

Maná la Pantera en la selva urbana

La turista lesbiana

Cambio de ama

Función gótica

Amo al volante

Taifa de sumisión (1)

Las cadenas (2)

Las cadenas

Yo: mi mamá me mima, mi mamá es el ama

Dame un repaso

069 en el castillo von Bork

069 y los Cigarros de la Reina

El sueño de una sumisa

069. Operación: Emma

069 contra PHI EPSILON MI

La Casa de Jade

069 contra el Doctor Gino

Tu sueño de sumisión

Respuesta a una lectora sumisa

Barbazul (2)

Feminízame, ama

El internado para niñas malvadas (3)

Barbazul

Regalos envenenados

Casandra, sumisa repudiada

Perdido en ella

Venganza horrible

Aviso previo para mi sumisa

Obsesión...

...peligrosa

Voy a romperte el corazón (1)

El internado para niñas malvadas

Mis esclavas y yo

Tela de araña (3)

El Internado para niñas malvadas

Mi antología del Bdsm (2)

Mi antología del Bdsm (1)

Menú anal

El caleidoscopio de Alicia

Exploracion muy íntima

El dolor, medio y fin

Reconocimiento de Ethan

Madolina, musa del sufrimiento (3 - Fin)

Gusanita

Madolina, musa del sufrimiento (2)

Madolina, musa del sufrimiento (1)

Cazador de mariposas

La letra con sangre entra

Dos historias de un ama (II)

Tela de araña (II)

Dos historias de un ama (I)

Tela de araña (I)

Ángel revelación (II: de la sombra a la luz)

Ángel revelación (I: del trabajo a casa)

El enema

Mi perversa Esclavizadora

Asphixya: hacia la insondable oscuridad

Color noche

Canal sadolesbo

Pesadilla fetichista

J. R o historia de un pervertido sin suerte