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069. Operación: Emma

en Dominación

-Y ahora, damas y caballeros, el incomprensible milagro de la desaparición de la mano del ilustre Profesor Touba. ¡Un aplauso, por favor!-

Emma había ido al circo con sus amigas. Era la última noche que pasaría con ellas antes de regresar a Oxford. Era, pues, una de tantas estudiantes de intercambio, quizás más guapa que la media. Con su mirada inteligente, su gracioso acento y aquellos pechos no demasiado grandes, pero de pezones marcados, había seducido a varios chicos albaneses de Tirana. Y hoy tenía que decir adiós a todo eso...

El espectáculo estaba siendo realmente malo. Aquel circo era de segunda categoría, y la mitad de los números resultaban poco originales. Por eso no pasó mucho tiempo hasta que el grupo de chicas empezó a charlar sobre sus cosas, dejando de prestar atención a la pista. Al final, tan alto hablaban que el resto del público no podía atender.

-Jo, Emma, te vamos a echar mucho de menos.-

-Os escribiré todos los días, lo prometo y...-

¡Zas! El agudo restallar de un látigo hizo enmudecer de susto a la chica. Miró hacia el centro de la pista, de donde una firme voz femenina le echaba una larga y rápida parrafada a gritos. Era la ayudante del Profesor Touba, la domadora, una alta mujer de pelo oscuro y tez tan blanca como la lecha. Embutida en un dos piezas de cuero con pedrería, sus enormes pechos bajaban y subían a toda velocidad por la agitación con que hablaba. Enseguida una de las amigas de Emma le respondió con una sarta de improperios que a duras penas la súbdita británica pudo comprender. Por fin la ayudante del prestidigitador se rindió, y tras dedicar una gélida mirada de odio a Emma, regresó al espectáculo. La pobre chica sintió un escalofrío y ganas de ir al servicio, pero el entusiasmo de sus amigas, que se felicitaban por haberle plantado cara "a esa bruja pechugona", la contagió y se olvidó de sus necesidades hasta que el espectáculo concluyó.

-Amigas, necesito ir al baño.-

-Ok, vamos a comprar un gofre allí.-

Emma se metió en el urinario móvil habilitado para los espectadores en el exterior. Estaba realmente sucio, así que tardó unos minutos en encontrar la postura que le permitiera mear sin tocar la taza. Entonces fuera se oyó un jaleo. Parecía que sus amigas volvían a pelearse con alguien, la domadora. Y esta vez llevaban las de perder. Por lo que pudo entender, las obligaron a salir del recinto. Se apuró para acabar, pero cuando ya se subía las braguitas, un ruido espeluznante la hizo quedarse muy quieta. Era un rugido de uno de los animales, probablemente un león, y sonaba muy cerca. Luego oyó la voz de la domadora.

-Quieto, Fruntz. ¿Qué te pasa? ¿Has olido algo?-

Hubo un par de olisqueos cerca del urinario, y Emma se acurrucó, aterrada. Pasó así media hora, hasta que creyó que estaría segura. Pero cuando quiso abrir la puerta se encontró con que habían echado la cerradura desde fuera. Aporreó la puerta con todas sus fuerzas, pero no le sirvió de nada y se echó a llorar. Alguien debió oírla, porque se escuchó una risita y luego el urinario entero fue volcado. Emma cayó y se dio un golpe que la dejó inconsciente.

...

Dos días más tarde el agente Iepka esperaba en el aeropuerto a su homólogo británico, el agente Travis. Había oído hablar de él y deseaba conocerlo en persona. De hecho le extrañaba que un agente de su categoría se encargase de aquellos trámites burocráticos. Sea como fuere, se había hecho una idea equivocada de él, porque pareció incrédulo cuando un esmirriado hombrecillo de apenas metro sesenta se le acercó para decirle:

-Hola, soy Travis, de la central de inteligencia inglesa. –

Varios asuntos legales y un par de extradiciones habían provocado la presencia de Travis en Tirana, pero enseguida resolvió esas "pequeñeces". Luego le comentó a Iepka que el verdadero motivo de su presencia en Albania era la desaparición de una chica inglesa, Emma, que era la sobrina de una amiga personal suya. Al saber que la central pensaba enviar un agente a aquel país, le pidió en confianza a su amigo que se ocupara de la investigación del caso. Y así Travis había terminado allí.

-Ahora, ponme al corriente. –

Lo primero que hicieron fue, tras revisar la denuncia por desaparición interpuesta por las amigas de Emma tras la noche del circo, ir a hablar con ellas. Las chicas contaron su versión: tras ser expulsadas del recinto, aguardaron en la salida a que saliera Emma, pero al ver que no aparecía, se marcharon, pensando que habría salido por otra puerta. Como al día siguiente no cogió el vuelo de regreso a Oxford, se empezaron a preocupar de verdad, y llamaron a su tía.

Esa misma tarde Travis y Iepka se dirigieron al circo, que había mudado su sede a una localidad del Norte. Preguntaron en las taquillas, acreditándose como agentes del gobierno, pero no les supieron decir nada. El circo actuaba por última vez en Albania aquella noche antes de iniciar una gira por los Balcanes.

-Mañana quedarán fuera de mi jurisdicción, mister Travis.-

-De acuerdo. Hoy investigue usted por su cuenta, que yo me infiltraré entre el público para ponerme en el lugar de Emma. Si no encontramos nada, llame a Londres y dígales que seguiré investigando por mi cuenta.-

-Caray, mister Travis, le veo decidido a resolver este caso.-

-Siempre lo estoy, pero la seguridad de una pobre chica inglesa depende de lo que averigüemos esta noche.-

-Suerte, mister Travis, ha sido un placer.-

Entre el público el agente se hizo una idea de cómo habría sido la noche de Emma, hasta la interrupción de la domadora. Cuando ésta apareció, Travis jadeó: era justo su tipo. Sus labios pintados de rosa, la sombra de ojos de un violeta casi profundo y una cinta de raso negro al cuello resaltaban los rasgos marcadamente caucásicos de aquella mujer. La delicadeza con que se puso los guantes lo subyugó, y cuando hizo restallar el látigo para azuzar al enorme oso que abría su número, casi deseó estar en la arena y hacer equilibrismos sobre la bola de madera para esa amazona en lugar del patoso plantígrado. El número acabó y Travis se levantó para aplaudir como un desaforado, y curiosamente, la sudorosa mujer se fijó en él, aunque su mirada era desafiante, suspicaz.

Por señas, al acabar la función, Iepka le indicó a su compañero que no había hallado nada, y Travis le indicó que se marchara tal y como habían quedado. Luego se encaminó al pabellón de administración, con una idea en la cabeza.

-Adelante... ¿Sí, señor?-dijo la jefa de pista y dueña del circo.

-Hola, me llamo Travis. Soy artista profesional y he visto su espectáculo. Aunque va perfilándose como un gran circo, necesita actuaciones nuevas, y en resumidas cuentas, vengo a ofrecerle mis servicios.-

-Viene a buscar trabajo.-

-Correcto.-

-¿Tiene referencias? ¿Currículo?-

-No señora. Pero puede ponerme a prueba.-

-¿Cuál es su especialidad?-

-Soy escapista, de la escuela de Houdini.-

-Seguro... Pues ya ve usted, creí que pediría el puesto de mujer barbuda, ¡jajajaja!-

En ese momento, cuando de nuevo la sensibilidad masculina de Travis se veía atacada, entró en el pabellón la domadora. Sobre el body de terciopelo negro con cintas que había elegido como indumentaria de trabajo para esta ocasión llevaba una bata violeta.

-Hola, Anastasia. Mira, vienes justo al pelo. Aquí mister...-

-Travis.-

-Eso, quiere formar parte de nuestra feliz familia circense. De escapista, concretamente. Y yo necesito saber si es tan bueno como pretende.-

-¿Qué quieres, que lo ate? Estupendo, acabo de encerrar a los tigres en su jaula y ahora esto.-

-Por favor.-dijo melosa la dueña. Anastasia suspiró y miró a Travis, esta vez con indiferencia. Tomó un rollo de cuerda de pita que había encima de un taburete y cortó un par de metros. Travis puso las manos a la espalda, y pronto notó la áspera cuerda cruzar sus muñecas. Anastasia no era precisamente amable, y le pareció que ajustaba en exceso las vueltas, casi cortándole la circulación. Pero cuando terminó se dio la vuelta.

-Eh, quiero ver cómo lo haces.- protestó la jefa de pista.

-Ah, no. El maestro se guarda sus secretos.-

Tras el escarnio sufrido en su peripecia contra el doctor Gino (consultar el relato correspondiente), Travis había practicado varias veces en la central con distintos tipos de ataduras. Winnipenny le ayudaba solícita, pero hasta la fecha no había sido capaz de liberarse por si sólo. Así que lo que le encargó a Q fue un pequeño láser que, escondido en la pulsera de identificación que llevaba, le ayudara a cortar los nudos sin problema.

Y no obstante en esta ocasión no fue necesario, porque Anastasia, aunque había apretado las vueltas, había hecho un nudo simple para cerrarlas. ¿Por qué? Aún no lo sabía, pero le resultó extremadamente fácil librarse de aquella atadura.

-¡Tachán!- dijo teatralmente.

-Impresionante.-respondió sin ganas la jefa de pista. –Pero un escapista la fin y al cabo es algo muy manido. ¿Seguro que no prefieres ser la mujer barbuda?-

A punto estaba Travis de resignarse a aceptar aquel puesto humillante, cuando Anastasia intervino:

-¿Y si hace el número del escapismo desnudo?-

Los ojos de la jefa de pista se abrieron como platos y declaró:

-Eso SÍ tendría gancho. ¿Qué le parece, mister Travis?-

-Perfecto.¿Cuándo empiezo?-

Al día siguiente Travis preparaba nervioso su número. Anastasia había sido asignada como su ayudante, aunque en realidad lo único que hacía era atarle. Ella apareció una hora antes de que comenzara el espectáculo.

-¿Listo, enemigo del bondage?-

-¿Qué?-

-Nada. Dime, cómo tengo que atarte.-

-Pues no sé... ¿nunca has atado a nadie?-

-No está en mi lista de fantasías eróticas... a no ser que seas un león, o un oso.-

-Vaya... bueno, pues yo creo que primero los pies y luego las manos, y por último me cubres con el paño y listo.-

-Ajá... ¿No te ato por la entrepierna? Seguro que sería más "sexy".-

-¿No dices que no tienes fantasías con esto?-

-Vale, idiota, pies, manos y paño. –

Travis se puso una bata y salió hacia la pista central. Espero nervioso su turno. Cuando llegó, la jefa de pista pidió silencio al público y luz apropiada. Un foco iluminó al pequeño hombrecillo que caminó hasta el centro del escenario, hizo una reverencia al escaso público y espero. Enseguida apareció Anastasia, entre aplausos de los rudos camioneros y gente de similar condición que componían buen parte del público. Contrariamente a su costumbre los saludó con una sonrisa y les envió un beso, como si quisiese humillar a Travis haciéndole ver que aquél era su territorio, y que en aquella jungla, ella sabía manejar el látigo como nadie.

De un tirón inesperado, Anastasia despojó a su compañero de la bata. Travis se cubrió las vergüenzas como pudo, provocando la risa generalizada del respetable, pero enseguida se armó de valor y exhibió sus atributos, arrancando algún vítor de las damas presentes en el público. Entre dientes, pero sin dejar de sonreír, le dijo a Anastasia:

-¿Qué demonios haces, loca?-

-Darles algo de morbo. Tú sígueme la corriente.-

Componiendo un gesto de estudiada prepotencia, la domadora chasqueó el látigo que siempre llevaba prendido de la cintura, haciendo que Travis se encogiera y apretara los puños. Enseguida la chica tomó el cabo de cuerda y dio un par de vueltas alrededor de Travis exhibiéndolo por encima de su cabeza. Se situó tras él e hizo que la soga acariciase en un erótico movimiento los pectorales y estómago, pero no llegó a tocarlo con las manos, que es lo que Travis hubiera deseado. Inmediatamente, llevó los dos extremos de la cuerda hacia atrás y ató las muñecas del agente, para ir cruzando en sucesivas vueltas, uniéndolos, los muslos, rodillas y piernas.

-Túmbate.- ordenó Anastasia, y por fin ató los tobillos para terminar uniendo estos con las vueltas de cuerda que pasaban por la cintura. Luego pidió una voluntaria de entre el público, y enseguida una señora no demasiado mayor de mejillas coloradas y generoso escote se acercó, jaleada por los demás espectadores. Anastasia la invitó a que comprobara los nudos, y ésta lo hizo, aprovechando para meter mano disimuladamente al culo de Travis. Quedó satisfecha y la domadora procedió a cubrir con una gran tela el cuerpo inmovilizado del hombrecillo.

Bajo ésta y mientras Anastasia entretenía al público, Travis no tuvo demasiados problemas para colocarse en la posición que permitía aplicar el láser sobre los cabos de cuerda, y en apenas un minuto estuvo libre. Se sentía algo ridículo, allí desnudo sobre un montón de cuerda quemada, y por otro lado el ser atado por Anastasia le había excitado. Sonriéndose y confiado en que su compañera le preguntaría si estaba ya preparado antes de quitar la tela, se acarició el pene. Pero la pérfida domadora quería hacerle sufrir un poco más y sin aviso previo retiró de golpe la tela. Todos se sorprendieron: Travis por razones ya expuestas, el público por ver al tipo desnudo con una mano en los genitales y Anastasia porque creía que no se habría logrado soltar. Sea como fuere, todos prorrumpieron en carcajadas, incluidos Anastasia y Travis, aunque estos dos sólo por seguirle la corriente al público.

-¡Magnífico, verdaderamente sensacional! Lástima que este tipo de números tengan que ser clasificados para mayores de 18, porque para mí el bondage es puro arte. Enhorabuena.- vino a felicitar la jefa de pista a su nuevo empleado.

La función se repitió al día siguiente, con idéntico éxito (aunque esta vez Travis no fue pillado con las manos en la masa, claro). Pero Anastasia advirtió:

-El número es muy sencillo. Yo lo recargaría más de erotismo, de fetichismo. A la gente le encanta, si no es demasiado provocador o completamente pornográfico.-

-¿Qué propones?-

-Sígueme.-

Fueron a las jaulas de los animales, el reino de Anastasia. Entre aquellas fieras parecía sentirse a gusto y cómoda, mucho más que con sus compañeros humanos de trabajo. Allí, en un baúl tenía un montón de cadenas, correas y otros adminículos por el estilo, en perfecto orden y muy bien conservados, casi parecían nuevos, y a Travis le extrañó.

-Ah, nos los hacen llegar al Profesor Touba y a mí cada mes.-

-¿Al profesor?-

-Sí, al mago. Los usa en algunos de sus trucos. Ten.-

Anastasia tomó varios rollos de cadenas y algunas correas y se los dio al agente. Se pasaron el resto de la tarde planeando cómo los distribuirían para que resultara estético sobre el cuerpo del hombrecito, aunque no consintió en probárselos delante de ella. Por fin, llegó el momento del espectáculo. La música, elegida a propósito, era una mezcla de clásica y rock, decadente, apropiada al tipo de espectáculo para "paladares sibaritas". Travis entró en la pista saludando con cara cómica al público. Llegó junto a Anastasia, y chasqueó los dedos para que le privase de su bata ceremonial. No bien lo hizo dio media vuelta para que todos pudieran apreciar su estupenda fisonomía, no muy grande pero sí muy bien proporcionada (excepto en cierta parte, que se salía de los cánones y estadísticas, incluso de las más optimistas).

-Bien, ya te has exhibido.- susurró la domadora, molesta por los exagerados ademanes y posturitas del agente –Ahora ¡A cuatro patas, perro!-

Lo dijo suficientemente alto como para que desde las primeras filas lo entendieran. Travis enarcó una ceja, sorprendido por aquel viraje en la conducta de Anastasia, pero se puso a cuatro patas. Anastasia procedió a colocar correas en tobillos y muñecas, unidos todos entre sí por pequeñas cadenas. Además un grueso cinturón con varias argollas tenía dos cadenas que se unían a la de los tobillos y a la de las muñecas. Cuando todo estuvo en su sitio, Travis notó el peso de los eslabones: unos 6 kilos de acero.

-Necesitaré algo más de tiempo esta vez.-

-Tienes 3 minutos, como siempre.- se limitó a contestar Anastasia, y le pasó por la cabeza un saco que cerró por los pies. –A ver si logras escapar esta vez, listillo.-

Quemar cuerdas con el láser era sencillo, pero las correas de cuero no eran tan endebles. Por suerte todas estaban por delante, aunque aseguradas con candaditos cuya llave pendía ahora mismo de las braguitas de Anastasia. Sólo había una posibilidad de hacerlo bien. Travis se hizo una bola, colocó todas las correas a la vez en la trayectoria de láser y se quedó muy quieto, para que el rayo quemase justo donde tenía que quemar. Anastasia estaba fuera, anunciando el tiempo que le quedaba. Faltaban ya tan sólo 10 segundos y nuestro héroe sudaba la gota gorda. En voz alta y sin ocultar su complacencia en el fracaso de su compañero, pronunció la cuenta atrás. Inmediatamente abrió el saco y lo retiró. Viendo que Travis aún no estaba libre, fingió lamentarse:

-¡Ooooohhhh, qué lástima, parece que esta vez nuestro escapista no ha podido conseguirlo. –

-Espera.- dijo él, incorporándose lo poco que le permitían las ataduras. Había quemado lo suficiente las correas como para debilitarlas e intentar una cosa –Dicen que más vale maña que fuerza, pero a veces....¡aaaaahhhh!- clamó y tirando con todas sus fuerzas mientras extendía sus brazos y piernas, el cuero se rompió y cayeron al suelo casi todos los cierres, y los que no, no tardó en despojarse de ellos sin mayor esfuerzo. Anastasia alucinaba con aquella demostración de fuerza bruta y el público aplaudió a rabiar. Travis hizo un par de reverencias y se marchó.

Aunque aquella vida circense le empezaba a atraer, no había dejado de pensar en la pobre Emma ni por un instante, y durante aquellos días había investigado a casi todos los miembros del circo, excepto a dos: a Anastasia, que le había trastornado un poco el juicio, y el enigmático Profesor Touba. Si con ninguno de ellos tenía suerte, tendría que renunciar a concluir la misión con éxito.

Primero fue Anastasia quien le brindó la oportunidad de hacer más averiguaciones.

A la noche siguiente de la "fuga por los pelos" de aquel entramado de correas y cadenas Anastasia vino a pedirle perdón por haberle tratado con tanto desprecio y falta de compañerismo. Venía muy bien maquillada, con un rojo intenso en los labios y pendientes de perlas. Llevaba una gabardina y zapatos de tacón alto. A Travis esa pinta le extrañó.

-¿Te vas de viaje?-

-Quizás... o quizás sea porque hace frío esta noche.-

-Ah, o.k. Bueno, no hacía falta que vinieras a disculparte.-

-¿Damos un paseo?-

Comentando algunas cosas de su vida (las de Travis completamente ficticias, pues no podía por supuesto revelar su actividad como agente secreto) llegaron a la carpa central. Estaba a oscuras y Anastasia le pidió que fuera hasta el centro, que ella daría la luz. Unos segundos más tarde un foco de enorme potencia hizo que Travis tuviera que protegerse los ojos con la mano, pero enseguida vio que había una mesa, sobre ella un par de copas y al lado un par de taburetes de los que usaba Anastasia para los números de equilibrismo de los elefantes. También estaba el baúl de ella. Anastasia bajó y lo abrió, para sacar de él una cubitera en la cual había una botella de champán.

-Vaya, qué sorpresa.-

-Es mi modo de decir "lo siento, seamos amigos".-

-Eres un encanto, Anastasia. ¿Puedo tutearte?-

-Claro.-

Ella estaba junto a uno de los taburetes, y prestamente Travis se acercó para, haciendo gala de caballerosidad, ayudarla a quitarse la gabardina. Tragó saliva al ver el precioso conjunto que Anastasia llevaba debajo, de una pieza, en dorado, que por abajo apenas si cubría medio muslo y por arriba hubiera hecho que los tremendos pechos se desbordasen si no fuera porque el escote estaba asegurado por cadenitas de lentejuelas también doradas.

Se divirtieron durante bastante rato, y Travis bebió un poco, lo suficiente como para que cuando Anastasia le preguntó cuál era su truco para escapar siempre, le dijera que no se lo podía revelar, pero que le haría un número sólo para ella. Anastasia aceptó el ofrecimiento y del baúl extrajo el entramado de cadenas y un nuevo juego de muñequeras y tobilleras de cuero, pero esta vez en vez de cinturón tenía un collar. Sonriendo, Travis se dejó encadenar por completo, incluso con las manos a la espalda. Pero algo no funcionó. El láser no funcionaba, y el principio de borrachera se esfumó en cuanto llevó un minuto sin poder activar el artilugio, para convertirse en frustración y miedo. ¿Y si Anastasia le había tendido una trampa?

-¿No puedes?-preguntó ella, observándolo con sorna mientras daba otro trago a su copa.

-Mmmm... no, hoy no. Suéltame.-

-Vale, dime tu truco y te suelto.-

-Un artista nunca revela sus...-

-Claro, claro, lo olvidaba. Oye, Travis, ¿tu "magia" no tendrá que ver con la tecnología, verdad?-

-¿Cómo?-

-Sí, concretamente con esto.-

Anastasia le mostró a Travis su pulsera de identificación. ¡Le había dado el cambiazo! El agente intentó zafarse una vez más, pero le fue imposible. Sin la pulsera era incapaz. La domadora apuró el champán y tomó el látigo. Empujándolo con el pie, lo hizo perder el equilibrio que mantenía de rodillas, y antes de que pudiera intentar nada, se colocó encima, a horcajadas.

-Vamos a ver qué tan sincero eres, cariño. Si no me gustan tus respuestas, te daré una buena azotaina. Créeme que duele mucho más de lo que puedes imaginar oyendo como chasquea. –

-Suéltame, no me gusta esta broma.-

Travis mentía, porque tener a Anastasia encima, con su coño tan cerca de su miembro, le estaba provocando verdaderos calambres de excitación. Pero ¿qué podía decir? Anastasia empezó a desenrollar el látigo con paciencia. Cuando lo tuvo listo, preguntó:

-¿Eres policía?-

-No.-

La muñeca de la domadora hizo un giro rápido, felino, y transmitió el movimiento al cilicio, que se enroscó sobre si mismo a escasos centímetros de la cara de Travis.

-¡No mientas! Te vi hace cuatro días hablando con un agente albanés que luego vino a preguntarme algo. Eres policía, estoy segura.-

-No soy policía.- y añadió, antes de que Anastasia descargara una bofetada sobre su cara – Soy agente secreto. Espía.-

Anastasia pareció sorprenderse. Travis le dijo que trabajaba por su cuenta, aunque pertenecía a la central de inteligencia británica.

-¿Por qué te has colado en nuestro circo?-

-No puedo revelártelo, pondría en peligro la vida de alguien.-

-¿De... Emma?-

Travis miró fijamente a los ojos a Anastasia. Intentó descubrir en ellos algún rastro de maldad o una huella que la delatara como criminal consumada, pero no la encontró. Tenía que confiarse a ella, no le quedaba otra. Asintió con la cabeza.

-Esa niña repelente estuvo en el circo la semana pasada. Me enfadé con ella y eché del recinto a sus amigas albanesas. Desde entonces no la he vuelto a ver.-

-Tiene que estar aquí, oculta o, más bien, secuestrada a la fuerza.-

-No, no está, te lo puedo asegurar. Conozco bien el circo. Es imposible que esté secuestrada.-

-Emma es la sobrina de una amiga mía. Tengo que encontrarla. No puedo permitir que la den por desaparecida. Tengo que agotar todas las posibilidades. Suéltame y deja que haga mi trabajo.-

Anastasia miró a Travis, estudiando la situación. Luego preguntó:

-¿Tienes algún sospechoso?-

-Creía que tú tenías algo que ver, pero ya veo que no. Sólo me queda el Profesor Touba.-

-El gabinete del Profesor es muy pequeño. Lo he visto por dentro y no hay nada. Pero... te ayudaré. –

Anastasia soltó los cierres con la llavecita y pronto Travis se vio libre. Guiado por la domadora llegaron a la caravana donde el Profesor residía. Efectivamente era un lugar pequeño, de apenas tres metros de largo por dos de alto. Había luz dentro, pero no se escuchaba ni un ruido, por lo que dedujeron que estaba insonorizado. De pronto se abrió la puerta y salió la jefa de pista.

-Te veo luego, Touba. Prepáralo todo para que vea los progresos.-

Y la puerta se volvió a cerrar. Sería difícil investigar con el Profesor dentro, así que Anastasia sugirió que podría entretenerle el tiempo suficiente. El mago había intentado seducirla en un par de ocasiones, y no resultaría difícil. Llamó a la puerta, pero Touba no salió hasta casi un minuto después, cuando ya Anastasia había insistido un par de veces. Con voz melosa le pidió que hablara con ella un rato, que no podía dormir aquella noche. El mago accedió, aunque se negó a alejarse demasiado de su roulotte.

Travis se coló dentro mientras por el rabillo del ojo observaba a Anastasia besando al sorprendido Profesor Touba. ¡Pobrecilla, hasta dónde había tenido que llevar aquella maniobra de distracción!

Dentro apenas había nada: una caja grande para el truco de la desaparición, un perchero con dos esmóquines bien planchados y un catre. Con algo de ingenuidad, Travis miró en la caja de las desapariciones. No, Emma no estaba allí. Pero sus sentidos aguzados de espía le advertían de que algo no andaba en orden. Miró a todas partes intentando descubrir qué: a la cama, al perchero, a la puerta, a la caja mágica, al espejo colocado en el fondo para ganar en impresión de volumen y que ocupaba toda la pared... Se acercó a éste último, recorriendo con los dedos su contorno, y activó el mecanismo oculto. El espejo se soltó y giró sobre una bisagra. Y detrás... la encontró.

Al principio creyó que se había equivocado. En las fotos que su amiga le había enseñado de Emma, parecía una chica con escaso busto, y aquellos dos tremendos pechos parecían sacados de una película porno. Era casi, junto con las piernas y la boca amordazada, lo único que se veía de la pobre chica. El resto estaba constreñido en una especie de camisa de fuerza.

Emma llevaba casi una semana en ese zulo. Cuando despertó tras su caída en el urinario, ya le habían colocado aquel corsé diabólico y una máscara. Asustada gritó, pero no sirvió de nada. El Profesor le interrogó, sacándole toda la información que necesitaba. Luego le colocó la gruesa mordaza, casi ahogando a la pobre Emma y desde luego enmudeciéndola. Y para tenerla quieta y entretenida la hizo ponerse sobre un poste, de modo que sólo poniéndose de puntillas podría evitar clavarse la punta en sus genitales.

Cada día a partir de aquél el Profesor la había visitado para ajustar un poco más el corsé, desplazando parte de la masa de la chica hacia los pechos, y para darle algo de agua y comida.

-¡Qué tipo de mente enferma ha podido hacer esto a una pobre chica! Tranquila, Emma, soy un amigo.-

Emma gimió y la saliva le goteó patéticamente sobre los senos. Travis la abrazó y la intentó levantar de aquel poste, pero en cuanto lo hizo, dos pequeños toconcitos que servían de apoyo a los pies de la chica para llegar al suelo y en los que el agente no había reparado se escurrieron. Justo en ese momento escuchó fuera las débiles voces de Anastasia, el Profesor y la Jefa de Pista. ¡Iban a entrar!

-¡Sssshhhh, Emma, lo siento, tendrás que ser fuerte y esperar un poco!-

Travis dejó caer el peso de la chica sobre le poste, que la penetró inmisericorde, ahora que los apoyos se habían movido. Gimió profundamente y arqueó su espalda, los tobillos casi se le descoyuntaban y su peso descansaba sobre casi exclusivamente los dedos gordos de ambos pies. Travis cerró el espejo, sufriendo por ella, y sin otro lugar mejor para esconderse, se metió en la caja de las desapariciones. Por suerte, era tan pequeño que cupo sin problemas.

-Bueno, Touba, voy a hacer una llamada. Dentro de una hora le veo. ¿Vale?-

Era la voz de Anastasia, que no había sido capaz de retener por más tiempo al Profesor en cuanto regresó la jefa de pista. Por una rendija vio entrar a los dos y a la preocupada Anastasia marcharse.

-Qué pesada, la domadora.-

-Es raro, creo que quería que me acostara con ella.-

-¿En serio? Pero si siempre te ha rechazado.-

-Por eso digo que es raro.-

-Bueno, vamos a ver a nuestra invitada.-

¡Así que la jefa de pista también está en el ajo! Travis se mordió el labio. Tenía que hacer pagar a aquellos dos desalmados su fechoría. Observó que abrían el espejo y se recreaban en la contemplación de la pobre Emma.

-Ya puedes ver los primeros resultados de la reducción de cintura y aumento de pecho. En un mes, estará perfecta y podremos venderla por... ¿10 millones? ¿15?-

La jefa de pista sostuvo los turgentes pechos. Por debajo de la máscara comenzó a formarse cierta humedad: Emma estaba llorando, humillada, indefensa, abusada.

-Estupendo. Creo que la darán definitivamente por desaparecida. No hemos tenido noticias de la policía desde la visita de ese inepto de Iepka en Albania. Deben haber deducido que ha regresado a Inglaterra, por lo visto sucede con muchos estudiantes de intercambio. Para cuando se den cuenta de que no es así, ya habrán perdido su rastro.-

Emma se convulsionó, incapaz de sostener por más tiempo sus peso sobre las puntas de los pies. El Profesor se dio cuenta de que los soportes habían sido desplazados y los volvió a colocar en su lugar mientras comentaba:

-¿Estás tonta, esclava? ¿Quieres que te empale el poste? Ni pensarlo, virgen vales el doble. A no ser qué...- y cayó en la cuenta, porque empezó a mirar a todas partes del gabinete. –Voy a mirar una cosa. No me creo que Anastasia quisiera seducirme hoy.-

Touba salió del gabinete y cerró la puerta tras de si. La perversa jefa de pista se quedó un rato admirando la efigie de Emma, hasta que se decidió a divertirse en serio con ella. Se quitó los pantalones y las braguitas, dejando al aire un coño velludo y un orondo pandero.

-Relájate princesa. Te mereces un poquito de placer... dentro de un mes.... mmmm... ya lo verás, ya.-

Se puso en cuclillas y empezó a masturbarse con una mano mientras lamía el chochito semi-traspasado de Emma. Ésta gemía, incapaz de apartarse, pues eso supondría su total penetración. Travis lo miraba todo, decidido a salir de un momento a otro y acabar con aquella espantosa escena. Pero el Profesor volvió, con una espada en la mano.

-Sé que estás ahí, canijo. ¿Dónde sino? En tu cuartucho no, desde luego. Ya sospeché de ti desde el primer momento. Y no estaba equivocado.-

-¿Qué dices, Touba?- preguntó la jefa, recomponiéndose un poco la ropa.

-En la caja, que está Travis, el ecapista. Pues bien, veremos si escapa de ésta. –

Touba acercó el acero a la rendija de la caja, y el agente comprendió que aquel lugar se usaba para los trucos de espadas. Pero no quería comprobar si era o no de verdad aquel doble filo. Gritó:

-¡Alto, alto, me rindo!-

Y fue a salir, pero Touba cerró la tapa y la aseguró con un candado.

-¡Soy agente de inteligencia, suéltenme, pervertidos!-

-¡Jajajaja! Ni hablar. –

-¿Qué hacemos con él?-

-Mmmm... creo que en el harem de la Reina Wanda de Zugabar, en África Central, nos darían algo por este enclenque. ¿Sabes lo que hace la Reina a sus esclavos consortes? ¡Jijiji! Pronto lo descubrirás. Lo que le espera a Emma no es nada comparado con aquello.-

Uh, uh... Realmente aquella amenaza le puso a Travis los pelos de punta. Las referencias que le habían llegado del misterioso reino de Zugabar eran de todo menos alentadoras, y la situación allí requeriría pronto la intervención de la central de inteligencia inglesa.

Por suerte para Travis, y como siempre, antes de que el Profesor terminase de hablar, Anastasia y sus tigres amaestrados habían rodeado la roulotte y les conminaban a no hacer ninguna tontería mientras esperaba que llegaran los refuerzos que (al final sí) había pedido por teléfono.

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Mi duda, mi tormento, mi redención

El internado para niñas malvadas

Mis esclavas y yo

Tela de araña (3)

El Internado para niñas malvadas

Mi antología del Bdsm (2)

Mi antología del Bdsm (1)

Menú anal

El caleidoscopio de Alicia

Exploracion muy íntima

El dolor, medio y fin

Reconocimiento de Ethan

Madolina, musa del sufrimiento (3 - Fin)

Gusanita

Madolina, musa del sufrimiento (2)

Madolina, musa del sufrimiento (1)

Cazador de mariposas

La letra con sangre entra

Dos historias de un ama (II)

Tela de araña (II)

Dos historias de un ama (I)

Tela de araña (I)

Ángel revelación (II: de la sombra a la luz)

Ángel revelación (I: del trabajo a casa)

El enema

Mi perversa Esclavizadora

Asphixya: hacia la insondable oscuridad

Color noche

Canal sadolesbo

Pesadilla fetichista

J. R o historia de un pervertido sin suerte