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Encerrona en el gimnasio

en Dominación

-¡Kyoshiro! Haragán, perezoso sin remedio, deja de no hacer nada y saca la bicicleta. Tenemos un pedido.-

El joven, ya casi un hombre, fibroso, delgado y moreno, de pelo lacio, hizo mover el palillo con que andaba jugueteando entre sus dientes y salió a la calle, donde su jefa ya le tenía preparado un paquete.

-Al gimnasio Toyushi, ¡y no te entretengas!-

-Venga, jefa, ¿no podría hacer la entrega mañana? Apenas hay luz ya. Los demás negocios ya han cerrado y nadie hace ya repartos a estas horas. -

-Ni hablar. Mi local es un negocio serio, ¡no una de esas tiendas de ahora! Métete la camisa y vete ya. ¡Venga!-

-Vale, vale... Espero que den propina.-

La oronda jefa entró rezongando en la pequeña ferretería en cuanto se hubo asegurado de que su empleado se ponía el casco y metía los faldones de la camisa dentro del pantalón. Duraron allí dentro apenas una docena de pedaleos.

El gimnasio Toyushi era un centro especializado en artes marciales. Sus padres le habían dicho que se apuntara, a ver si sacaba músculo, y dejaba de ser un enclenque. Pero el joven no quería ir. No le apetecía nada deprimirse viendo los cuerpos de los otros clientes al compararlos con el suyo.

Llegó en apenas unos minutos, pero el sol ya había caído. El local parecía cerrado. La puerta delantera estaba abierta, pero en la recepción no había nadie. Dejó allí la bicicleta y cogió el paquete.

-¿Hola? Traigo el pedido a la ferretería Shobuku. ¿Hay alguien?-

Nadie respondió de dentro y Kyo djó el paquete en una repisa para entrar. Pasó por un par de estancias vacías, pero al entrar en la sala de musculación le pareió oír una voz. Alguien, una chica cantaba. Y lo hacía bastante bien. Siguió el sonido hasta la puerta de los vestuarios y sin poder evitarlo se dio de bruces con una chica cuando ésta salía, completamente desnuda.

-¡¡¡¡Aaaaaahhhh!!!! ¡Pervertido!-

-¡Perdón, perdón!- dijo Kyo mientras, con los ojos muy abiertos fijos en los voluminosos pechos de la chica, retrocedía unos pasos. Su espalda chocó con otra superficie, blanda, y cuando se giró, casi se caga del susto. Una figura enmascarada y con una espada se erguía delante suyo. Se encogió insintivamente y pidió que no le pegasen.

Cuando volvió a mirar, vio que la tal figura no era otra cosa que una chica vestida con el uniforme de kendo. Se reía sin parar de la cobardía de Kyoshiro.

-¡Jajajaja! ¿Qué te ha pasado, pequeño pervertido? ¿Tienes miedo?-

-En absoluto.- respondió Kyo, muy enfadado.

-Jijiji.- oyó una risita tras él. Era la chica desnuda, que se había colocado una toalla en torno al cuerpo y tras el susto se había unido a su compañera.

-Soy de la ferretería. Les he traído un pedido.-

-¿Cómo te llamas?- le interrumpió la luchadora de kendo, mientras se quitaba la máscara protectora y dejaba caer en torno a sus hombros una melena negra con mechas rojas.

-Kyoshiro.- contestó el chico, y tras hacer una inclinación y sin querer aguantar más bromas, se fue hacia la recepción.

Allí se reunieron los tres, en cuanto la chica recién bañada completó su escaso atuendo con un elegante kimono y una toalla para el pelo, aún húmedo.

-A ver si está todo... Mmmm, tornillos, escarpias, pegamento, ducktape...-

-¿Ducktape?- preguntó la chica "húmeda", ignorando el significado de esa palabra americana.

-Cinta americana. Esto.-

-Oh. ¿Para qué es?-

-Para las tuberías de la sala de pesas. Están algo sueltas.-

Kyoshiro comprobó que estuviera todo en la factura, ajeno a los manejos de las chicas. La esgrimista, que parecía la dueña o encargada del local abrió la cinta americana y se la pasó a su amiga. Ésta tiró del extremo, pero por inexperiencia, se le quedó pegada.

-Tonta, no dejes que se pegue sobre si misma.-

-No pasa nada, puedo romperla. ¡Mmmpppp!-

Intentó romper un trozo, pero no fue capaz. Tenía las manos prisioneras en la cinta.

-¿Lo ves? Ahora tendré que ir a por unas tijeras. ¿no tendrás unas a mano, Kyoshiro-kun?-

Al chico le molestó ese modo tan familiar de llamarle, y sin mediar palabra tomó el trozo de cinta de las manos de la chica húmeda y lo rasgó con algo de esfuerzo.

-¡Guau! ¡Qué fuerte!-

-Sí. ¿Haces ejercicio? No lo parece, por tu aspecto.- comentó la esgrimista.

-No.- respondió Kyo secamente. –Ya soy bastante fuerte.-

Recogió la caja de cartón donde había traído el pedido y esperó a que le pagaran. La esgrimista lo observó un instante, luego miró a su amiga y sin que Kyo se diera cuenta le guiñó un ojo.

-Hagamos una cosa. Si logras soltarte de la cinta, te pago el doble y puedes invitar a tu novia a un helado. –

-Si tiene novia.- añadió, con una fina ironía la chica húmeda.

-¿Y si no?-

-Te apuntarás a mi gimnasio un mes.-

-¡Ja! Qué absurdo.No gano gran cosa.- se mofó Kyo.

-Bien, entonces no te pago nada y te largas.-

-¡Eh, eh! ¿Cómo que no me pagas nada? ¡No digas tonterías!-

-Entonces juega. ¡Venga! También podemos decidirlo con un combate pero... sería demasiado fácil para mí, ¡ja!.-

Kyo apretó los dientes examinando a aquella desafiante chica y su compañera, que sonreía y lo animaba a acpetar el reto. Al final, aceptó.

-Está bien. Venga.-

Juntó las muñecas y la esgrimista se apresuró a poner una vuelta de cinta americana alrededor. Pero luego puso otra, y luego otra, y otra más después.

-Eh, eso no vale.-

-Lo sé. Venga inténtalo.-

Kyo hizo fuerza, y aunque consiguió separar un poco los antebrazos, no pudo librarse de la plateada y pegajosa cinta.

-Bah. Has hecho trampa.- comentó mientras forcejeba, furioso –No pienso apuntarme al gimnasio, y si no me pagas, te denunciaré.-

Las chicas no dijeron nada, pero sonreían con más malevolencia que antes. La húmeda cortó un trozo de cinta sin dificultad, lo cual ya hizo sospechar a Kyo de que su incapacidad había sido fingida. ¿Con qué propósito? Empezó a imaginárselo cuando la húmeda se acercó a él y le puso rápidamente el pegote en la boca.

-¡Mmmmmm!-

Mientras, la esgrimista se había situado tras de Kyo y lo sujetaba con firmeza, usando sus conocimientos de artes marciales. Impotente, fue maniatado con la endiablada cinta en los tobillos.

-Yuri. Quítale la ropa.-

La húmeda Yuri abrió la camisa de rebeldes faldones y la bajó hasta los codos de Kyo, sujetándola allí con unas cuantas vueltas de la endiablada cinta. Luego desabrochó los pantalones del chico y los bajó, junto con los calzoncillos, hasta más debajo de las rodillas. El pene de Kyoshiro quedó allí expuesto, mientras su aterrado dueño trataba en vano de zafarse.

-Listo, Tamiki.-

-Cierra la puerta del gimnasio. Yo lo llevaré dentro.-

Lo arrastró hasta una habitación que tenía suelo de tatami y paredes de papel, y allí lo dejó tirado en el suelo, pero en cuanto Kyo trató de reptar para escapar, le plantó encima la sandalia de madera con tanta fuerza que aplastó sus testículos contra el suelo, provocándole agudos gemidos de dolor y algunas lágrimas.

-Debilucho, no aguantas nada.-

Yuri volvió. Desde el suelo, Kyo la vio abriendo su kimono. Aún llevaba la toalla enrollada al cuerpo. Le sonreía con lascivia. Separó sus esbeltas piernas y Kyo comprobó que aún no se había puesto ropa interior. Lentamente Yuri se arrodilló dejando la cabeza de su prisionero entre sus muslos, hasta que su propio sexo descansó sobre la cara del chico, que empezó a sofocarse.

-Qué traviesa eres, Yuri.-

-¿Pues a qué esperas?-

Kyo notó que Tamiki empezaba a rozarle el pene con la sandalia de madera. No era demasiado agradable, así que al rato, en cuanto se percató de ello, Tamiki se descalzó y masajeó el sexo de su víctima con el pie. Recorría toda la longitud con los dedos y tiraba cuando llegaba arriba del todo del prepucio hacia abajo, haciendo que Kyo se estremeciese de gusto.

-Se mueve mucho, este pelele.-

-Eso se puede arreglar.-

El agradable masaje cesó y fue sustituido por le inconfundible sonido de la cinta americana desenrollándose. Tamiki juntó los muslos de su presa y los envolvió con cinta. Luego pasó a la cintura, pero respetó el pene, que dejó libre. Siguió el proceso de momificación ininterrumpidamente hasta que llegó al cuello.

-Levántate.-

Yuri obedeció y apareció el rostro enrojecido de Kyo mirando con una mezcla de desesperación y excitación. De un tirón le arrancaron la cinta que lo amordazaba.

-¿Y bien? ¿Vendrás al gimnasio, hombrecito?-

 

Epílogo:

 

Kyo respondió afirmativamente, pero a pesar de ello le volvieron a amordazar y momificaron también la cabeza, hasta convertirlo en un gusano plateado. Cuando acabaron, hicieron un hueco para los pezones y los pringaron de pegamento, para inmediatamente después adherir a ellos unos ganchos de plástico. Lo levantaron y con unos cuantos metros más de la cinta americana lo adhirieron a una pared, dejaron colgados de los ganchos de sus pezones el kimono, el uniforme de kendo y la toalla. Finalmente, tras proporcionarle una fabulosa felación que nunca supo cuál de las dos se la hizo, sufrió una noche entera de inmovilización forzosa sólo interrumpida cuando una de sus captoras tenía la apetencia de un "trago de leche" para conciliar mejor el sueño.

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