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Blancas juegan, ganan y someten

en Dominación

Marc lo daría todo por sus pobres hermanitos y su anciano e impedido padre. Alejandro lo daría todo por saciar sus deseos. Y Blanca... digamos que lo daría todo por seguir la vena de su inspiración hasta el final.

Marc trabajaba de camarero en una discoteca gay, aunque era heterosexual. Tenía un buen tipo y su conversación era agradable, nunca afectada por el tono de las locas que pasaban la noche allí pidiendo martinis con limón. Muchos chicos asiduos lo deseaban, y el dueño del local se le había insinuado, pero Marc, amablemente, le dijo que no. Marcial, que así se llamaba el dueño, tuvo que resignarse, pero no podía evitar sentir un nudo en el estómago mirando a su empleado.

Blanca y Alejandro se habían conocido de un modo un tanto peculiar. Él era policía, mientras que ella, algunos años menor, pero no demasiados, estudiaba psicología. A Blanca le gustaba ir a locales alternativos después de clase, y también acompañar a su compañera de piso y amiga Dora, que era lesbiana, por garitos gays del centro. Blanca no era homosexual, si acaso bisexual cuando se emborrachaba, pero sus gustos sadomasoquistas encontraban en la estética gay más dura una leve válvula de escape.

Pues bien, Alejandro había investigado durante meses los trapiches de droga que supuestamente había en los garitos del centro. El tráfico de pastillas era constante, pero empezaba a alcanzar niveles alarmantes. Intentando localizar a algún camello, con otros dos compañeros del cuerpo, se introdujo en los círculos adecuados y pronto dio con una posible narcotraficante: Dora.

La siguió durante algunos días y la vio hablando con algunos yonquis, pero necesitaba pruebas fehacientes para denunciarla y detenerla. Así que fue a su casa y forzó la cerradura, impaciente por encontrar algo que le sirviera. Pero en vez de eso encontró correas, fustas, antifaces y algunos objetos más de uso análogo. Alejandro fantaseaba a menudo con la sumisión, y ese hallazgo fue toda una sorpresa.

Entonces entró Blanca en el piso. Alejandro la vio, vestida casi como una dominatriz, con la chaqueta y la mini de cuero y zapatos de tacón de aguja, y se quedó sin respiración. Pudo reaccionar antes de que Blanca saliera a pedir ayuda y le enseñó la acreditación policial. Blanca se asustó, pero Alejandro le dijo que no venía por ella, sino por su vecina. Tras un breve interrogatorio en el que Alejandro se convenció a si mismo de que Blanca no tenía conocimiento ni relación con los trapicheos de Dora, ideó el modo de saciar su deseo sin... complicaciones. Como, según Blanca, la compañera vendría pronto de la compra, podrían simular estar dentro de una sesión de juegos eróticos.

A Blanca la idea le extrañó, pero como aún estaba conmocionada por la noticia de que Dora podría ser una narcotraficante de importancia para la policía, accedió. Alejandro se quitó los pantalones, los zapatos, calcetines y camisa. Le pasó las esposas reglamentarias a Blanca, quien atrapó con ellas las manos de su inesperado esclavo.

-Átame los pies también.- pidió Alejandro, cada vez más dominado por su libido.

-¿Con qué?-

-He visto que tienes correas y otras cosas en tu cuarto. Tráelas. Y un antifaz y una mordaza también.-

Mientras, en la discoteca, Dora y Marc charlaban animadamente. La vecina de Blanca conocía bien a los hermanitos de Marc, a dos de los cuales había dado clases particulares gratis. Lo hacía porque se sentía culpable desde que asesinó a su amiga, la madre de Marc, dándole unas pastillas que la provocaron una sobredosis. Marc, por supuesto, no lo sabía, así que creía que Dora simplemente cumplía con el papel de maestra como recuerdo de la amistad que la unió con su madre.

Dora regresaría a casa después de conseguir en los lavabos un surtido de anfetaminas que revendería a buen precio unos días más tarde. Ella no se drogaba, ni siquiera bebía, y para casi todo el mundo que no trapicheaba con ella era una chica sana, lesbiana y simpática.

A Blanca todo lo que estaba pasando con Alejandro, aunque le empezaba a gustar, no dejaba de resultarle raro. Se daba cuenta de que su invitado disfrutaba, y no de un modo "normal", con aquello. No le parecía lógico que un policía, por muy de incognito que fuera, permitiera que le pusieran las esposas, privándole de la libertad de movimientos, y mucho menos lo amordazaran y taparan los ojos. Pero era muy instintiva, y se dejó llevar. No bien lo tuvo indefenso, le hizo perder el equilibrio, arrojándolo al suelo. Alejandro se quejó tras la mordaza. O fingía muy bien, o realmente se había dado cuenta de que aquello no tenía ninguna lógica. Sea como sea, por más que gritó, los gemidos apagados que salían de su boca no sirvieron para que Blanca detuviera el juego.

-Veamos si estás a la altura.-le dijo al oído, y se fue.

Alejandro sintió miedo y frustración al escuchar los tacones alejándose. Intentó zafarse de las esposas y ataduras, en vano, desde luego. Le entró un acceso de ira, luego miedo, y luego se quedó quieto, muy quieto, durante una larga hora o más. Alguien estaba entrando en la casa. Dora, sin duda.

-Hola, ¿qué haces?-

Blanca se quitó las gafas y se frotó los ojos. Llevaba estudiando un examen del día siguiente durante largo rato, ojeando de cuando en cuando a través de la puerta para ver qué hacía Alejandro. Miró a su compañera de piso y pensó qué debía decirle.

-Estudio. Ve al salón, hay algo que te puede interesar.-

Dora enarcó una ceja, pero enseguida, en cuanto miró por la puerta entreabierta, reconoció en la penumbra el bulto jadeante pero casi inmóvil que era Alejandro. Muy sorprendida fue a preguntar a Blanca, pero ésta por señas le indicó que no hablara y que la acompañara al servicio. Una vez dentro...

-¿Y eso?-

-Un gusano que tengo. Un esclavo.-

-Qué... bueno, raro. Sabía que te gustaba ese rollo, pero no me lo esperaba.-

Blanca entrecerró los ojos y susurró:

-Necesito sacarlo de aquí sin que se entere. Es parte del juego.-

-Como no lo drogues...-

-Ésa es la idea. ¿No tendrás somníferos?-

-Pues... sí.- y rebuscó en su bolso hasta que sacó unas pastillas. Blanca sonrió, pero se cuidó muy mucho de memorizar le nombre del producto. Salieron del lavabo y fueron junto a Alejandro, quien, al oír sus pasos, se puso tenso.

-Voy a quitarte la mordaza, pero no digas nada.-

Alejandro asintió, y se imaginó por un instante que Blanca invitaría a Dora a besarlo, pero lo desechó enseguida: era lesbiana; aunque quizás lo haría por el morbo. Acertó en parte, pero fue Blanca la que lo besó en la boca, y le pasó la pastilla. Nada más hacerlo le tapó la nariz y volvió a poner la mordaza en su sitio, a pesar de la resistencia de Alejandro.

-¡Trágatela!-le ordenó, y viendo que se quedaba sin aire, obedeció. Unos minutos más tarde, el sopor lo atenazaba de tal modo que, aunque luchaba, y con energía, por evitarlo, se quedó dormido.

-¿Y ahora qué?-

-Tengo que esconderlo en algún sitio hasta mañana.-

-¡No jodas, tía!-

-¿Qué tal en la disco de la que eres relaciones?-

-Eh, eh. Ya bastante he hecho dándote las pastillas. No voy a meterme en vuestros juegos y jugármela.-

-¿Y por 300, lo harías?-

-Joder, tía. Ni por 300, ni aunque te acuestes conmigo.-

-500. Y te invito a cenar un día de aquí a un mes. A cenar y a joder, si quieres.-

Era una oferta tentadora, no tanto por el sexo, que desde luego era una aliciente, como por la pasta. Tenía algunos buenos clientes en la ciudad, y podría venderles más droga, consiguiendo unos beneficios como para olvidarse de trabajar el resto del año.

 

-Ok, zorrona. Pero ¿cómo lo llevamos? Entre las dos no creo que podamos.-

-No sé, ¿no hay nadie de confianza?-

-Hay un camarero, Marc, el de mi bar. Podría interesarle por un poco de pasta.-

-¿Es de confianza?-

"Y aunque no lo fuera, puta pervertida" pensó Dora mientras asentía con la cabeza. Salió del salón y llamó por su móvil. Mientras, Blanca cogía la ropa de Alejandro, encontró la cartera, le quitó todo el dinero y la acreditación. Blanca volvió: en media hora Marc estaría allí con la furgoneta. 200 habían sido más que suficientes para convencerle de que viniera, y con otros 100 o 150 tendrían de sobra para acabar con sus escrúpulos cuando se enterara del trabajito. Blanca supuso que su compañera lo habría convencido por mucho menos, y que pretendía quedarse con la diferencia, pero le dio igual.

Veintiocho minutos más tarde Marc llegaba.

-Marc, Blanca. Blanca, Marc.- los presentó Dora.

A los quince minutos o así ya le habían convencido de que les ayudara con la "bromita". Entre los tres metieron al inconsciente Alejandro en la furgoneta y lo llevaron a la discoteca. Era sábado.

-Esto no lleva a ninguna parte.- dijo Dora.

-Ayúdame a ponerle su ropa.- se limitó a decir Blanca. Estaba cansada y necesitaba dormir. -Cuando espabile saldrá por la puerta de emergencia sin saber qué ha pasado.-

-¿Y todo es, para qué?-

Marc creía tener la respuesta, pero se la calló. Miraba a Blanca con creciente curiosidad. Era fría y segura de sí misma, y estaba casi convencido de que hacía lo que hacía por puro placer de experimentar. Blanca no confirmó esa hipótesis, sino que bostezó y anunció que se marchaba definitivamente.

-¿Vienes?-

-No... tengo que hacer unas llamadas, ya está amaneciendo.-dijo Dora, pensando ya en sus negocios.

-¿Y tú?- le dijo a Marc.

-Tengo casa.-respondió él, confundido. Blanca se rió y le dio un beso en la mejilla antes de marcharse.

Efectivamente, Alejandro despertó, con el estómago hecho polvo y una jaqueca espantosa. Lo habían dejado al lado de la salida de emergencia y por allí salió enseguida a la calle para vomitar en cuanto le dio el sol en la cara. Pensó en ir a la comisaría, pero tal y como estaba, y no sabiendo qué le habían dado, prefirió regresar a su casa y pensar en cuanto se le pasase el malestar. Unos días después, llamó al timbre de la casa de Blanca y Dora. Le abrió la segunda.

-¿Está Blanca?-

-No... ¿de parte de quién?-

-No importa. ¿Cuándo volverá?-

-Está de viaje, no sé. Adiós.-

Los dos habían ocultado mucho y presupuesto otro tanto. Pero mientras que la lesbiana pensaba en sus beneficios, ignorando que tenía un policía delante, a Alejandro le corroían las dudas. En sus esquemas mentales no hallaba una explicación a todo lo que había pasado. Regresó a su casa y esperó... hasta que sonó el teléfono una semana después.

-Soy tu ama, Blanca.-

-¿Qué?-

-Tengo un video tuyo muy interesante, poli.-

-Oye, ni se te ocurra...-

-Ven a casa.-y colgó.

Esa semana había sido realmente interesante para todos, pero para Marc casi que el que más. Tenía constancia de todo lo ocurrido el fin de semana anterior, y había decidido ser un chico listo y usarlo para ayudar a su familia. Chantaje. Blanca parecía tener pasta de sobra, o al menos se deshacía de ella con bastante facilidad, y podría sacarle un buen pellizco. Así que el miércoles fue a visitarla y se lo insinuó: se iría de la lengua si no aflojaba más dinero. Blanca pareció molesta, y le prometió darle más, pero tendría que esperar.

-La consigo trapicheando, igual que Dora.-

-Eso... me da igual. Si el domingo no está, vete pensando en desaparecer, guapa.-

Droga... Dora... Eso había matado a su madre. Era sólo una sospecha, pero cobraba visos de ser realidad en cuanto consideraba que su compañera de trabajo, la profesora particular de sus hermanos, nunca se lo había dicho. Tendría miedo de que supiera la verdad.

Alejandro llegó al piso el primero. Blanca lo esperaba, vestida como una diosa del dolor. Al abrir la puerta, el policía tuvo que apartar la mirada y entrar apresuradamente.

-Te veo demasiado erguido, perro.-se burló Blanca.

-Soy un agente de policía. Ya lo sabes. Me has robado, me has drogado.-

-Perdona. Eras un agente de policía. -le interrumpió Blanca, y le dio la acreditación policial.

-¿Qué dices?-

-Y no te he robado ni te drogado ni voy a darte más que una oportunidad. Al suelo, esclavo.-

Mientras lo decía, se sentó en una silla y desplegó un largo látigo. Alejandro, al observarla, quiso morirse: volvía a desear lo prohibido, pero ahora era más fuerte, no sucumbiría a ese demonio.

-Tres... Dos...-

El hombre cayó sobre sus rodillas y se puso a cuatro patas, derrotado. No quería, pero sí quería, pero tenía que hacerlo. Esa lucha interna lo estaba sometiendo a una presión mental excesiva. Se imaginaba a si mismo en el inexistente video siendo forzado mientras estaba inconsciente a todo tipo de actos depravados. Gateó hasta las piernas de Blanca y allí, casi llorando, suplicó, aunque no sabía qué. Misericordiosa, o divertida, Blanca se descalzó de uno de sus zapatos y lo pasó por la nuca de Alejandro.

-Vas a ser un buen esclavo. Ah, y Dora es una narcotraficante bastante importante. Al final tenías razón, Alex.-

Se oyeron pasos fuera. Alejandro se incorporó y se escondió, asustado, tras una esquina. Cada vez entendía menos, pero Blanca parecía saberlo todo.

-¡Adelante, no está cerrado!-dijo, modulando su tono de voz hasta hacerla cursi y rijosa.

Marc entró sin más. Se había mentalizado de que con Blanca no se jugaba, y no podía permitir que aquella mujer, por muy lista que fuera, le toreara sin más. Desde su posición, oculto, Alejandro lo identificó: era el camarero del bar donde trabajaba Dora. ¿Otro narcotraficante? No sabía qué pensar, si aquella mujer a la que tanto deseaba y de la que tanto temía, le estaba sirviendo en bandeja de plata el caso de su vida.

-¿Dónde está lo mío?-

-Te lo doy si me follas como a una perra.-

Y sin darle tiempo a reaccionar, Blanca se levantó del asiento, dejó un condón en la silla y se bajó la cremallera de la mini.

-No estoy... para juegos.-

-Yo sí. Venga, a otros les he cobrado mucho más por tenerlos en el suelo jadeando y pidiéndome que los azote con esto.-

Meneó el látigo, cuyo extremo se deslizó con suavidad por la alfombra.

-Venga, coño. Estoy caliente, cabrón.-

Se bajó las bragas y se las quitó, para mordisquear el elástico mientras lo examinaba, expectante.

-Vale, tía. Eres una zorra de lo más rara.-

Marc se desabrochó los pantalones y Blanca se apoyó contra la pared, separó las piernas y gimió débilmente. Enseguida, en cuanto se puso el preservativo, Marc la penetró. Su polla no era nada del otro mundo, pero bastó para satisfacer las ansias de Blanca, que sonreía pensando en el pobre Alejandro, voyeur inesperado de la escena.

-Ya estoy aquí, cielo. A cobrar lo que me habías promet... ¡Marc! ¡Qué haces aquí!-

Dora había llegado por fin. Blanca le había dicho que esa noche cenarían y luego se acostarían juntas, cumpliendo así la cláusula del trato que hicieran una semana antes.

-Perdona, creo que la cena tendrá que esperar hasta que este semental se decida.-

Marc sacó la polla del coño de Blanca y de un empujón la arrojó al suelo. Se subió apresuradamente los pantalones, pero Dora ya se iba, segura de que algo no iba bien. Lo mismo Blanca pretendía hacer un trío... Desde el suelo, riéndose, Blanca gritó.

-Agente Alex, deténgala. Tiene todas las drogas del mundo en su bolso, las he visto.-

De la esquina, como disparado por un resorte, salió Alejandro, el policía. Esgrimiendo su acreditación, agarró con fuerza el brazo de Dora y recitó todos los cargos, incapaz de evitar que un tono de sorpresa que se iba tornando satisfacción se desprendiera de sus palabras.

-¡Suéltame, hijo de puta!-

-...la acuso formalmente de posesión y tráfico de estupefacientes, y de asesinato en segundo grado en varias personas que fallecieron de sobredosis el último año. Puede permanecer en silencio...-

Era la confirmación de las sospechas de Marc. Sacó una navaja que había traído para intimidar a Blanca y la clavó gritando "¡puta, asesina!" en el cuello de Dora, que pasmada, se derrumbó chorreando sangre. Alejandro reaccionó con rapidez, y antes de que el enajenado Marc pudiera atacarle para darse a la fuga (obviando la posibilidad de ordenarle que soltara el arma y se entregara), le disparó dos tiros que lo tumbaron, muerto en el acto y con l corazón destrozado. Sus hermanos y su padre tendrían que sobrevivir de otro modo. Luego, y agotado, soltó la pistola, pero Blanca, que ya se había levantado...

-Eh, ¿no tienes nada que hacer, perro?-

-¿Qué... qué, ama?-

-La sangre. Lámela.- ordenó la chica, sacudiendo delante de él con la mano ambos zapatos de tacón, de los cuales goteaba el rojo líquido. -¿O para que otra cosa tienes la lengua, esclavo?-

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