Querida Ama:
Aún no te conozco y ya te amo con locura. ¿Cómo es posible? No lo sé, pero siento que es así y sufro.
Querido perrito:
No significas nada, y si me he fijado en ti es sólo cuestión de azar. Pero alégrate: que tú seas un cero a la izquierda no es obstáculo para que acepte atormentarte.
A ¿mi malvada Ama?:
Tus palabras tienen en mis oídos el mismo efecto que un látigo sobre mi piel: duelen, pero me excitan. Osaré preguntar... ¿puedo entonces considerarme ya esclavo de vuestra propiedad?
A ese gusano idiota:
Me encanta ver como derrochas ese patético lirismo intentando halagarme... mientras te pisoteo como a la larva repugnante que eres. No obstante, y en respuesta a tu pregunta: puedes.
A mi Ama:
Hoy es un día feliz. ¿Acaso hay mayor felicidad que la de saberse propiedad de la diosa a la que adoro? Imposible. Gracias, ama. Este gusano se atreve a besar sus pies en señal de gratitud.
Audaz admirador:
Como veo que conocéis vuestro lugar en el orden de las cosas, me limitaré a sentarme en mi trono con tu espalda de escabel. No estarás aburrido, tranquilo, que dejaré que mis pies se acerquen a tu rostro cada cierto tiempo. Pero no podrás hacer nada, ni besarlos, como sé que es tu deseo, ni acariciarlos. Así comprobaré hasta dónde llega tu resistencia.
Terrible reina:
Veros desde mi humillada posición, por extraño que parezca, me colma de dicha. Usadme como os plazca, que para mi cualquier tarea que me impongais será un goce inenarrable. Ya la cercanía de vuestros preciosos, de vuestros sagrados pies, me resulta un premio que no merezco.
A mi escabel humano:
Muy bien, muy bien. Estoy segura de que después del tiempo suficiente el exquisito tufillo de mis pies te obsesionará tanto que no podrás alejarte de él sin padecer tormento, y te envenanará la mente con mi imagen. ¿Quieres eso, esclavo? ¿Quieres que sea tu perdición?
A mi pérfida dueña:
Teníais razón, ama, en todo. Ahora siento que me falta el aire si no siento vuestro aroma cerca. Agonizo hasta que oigo el eco de vuestros pasos acercándose. Y muero cuando no os tengo ante mí, poderosa, señora, divina.
Adiós, insecto:
Me has cansado. Adiós. Te prohibo acercarte a mí, te prohibo llamarme, te prohibo verme.
¿Ama?
¡Haré lo que me pidais! ¡Lo que sea, ama! ¡No me dejeis, os lo suplico! Mi vida ya no es vida sin vos...
...
¡AMA!
Por favor, ama. Volved. Os lo suplico de rodillas.
...
A mi Ama perdida:
No he sido el esclavo que queríais, sólo eso puedo decir. Eso y que imploro vuestro perdón.
Al perrito llorón:
Creo que ya has comprendido. Ahora es mi turno: el de aplicarte el castigo adecuado. Pero antes debes dejar ya los harapos de sórdido hombrecito. Todos ellos. Sólo aceptaré al esclavo, sin nada más, sin otra cadena que la que yo quiera ceñirle.
A mi dulce ama:
¡Gracias Ama! Por perdonarme, por darme la vida, por enseñarme. Ya no quiero nada, salvo lo que el Ama quiera para mi. Soy suyo, puedo y debo decirlo sin miedo, con orgullo. He olvidado a mis padres, a mis hermanos, a mis amigos, mi trabajo, mi casa, mis posesiones, hasta mi ropa. He muerto para volver a nacer con el único propósito de ser su esclavo. Que este tributo, producto de la venta de mis anteriores cadenas, sea el último recuerdo de una vida que ya no es la mía.
A mi esclavo:
Ven. Ya has traspasado la puerta de entrada a mi mundo. Ciérrala detras de ti y pon atención. Hay tanto que hacer...y tan poco tiempo...