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Regalos envenenados

en Dominación

Describir lo que me hace sentir la mera presencia del ama es imposible. Ni las palabras harían justicia al torrente de inefables emociones, ni hay lenguaje que pueda expresar tanto amor...

Ahora mismo, que estoy preparando la cena para ella, pensando en que dentro de unos minutos la tendré junto a mi y me hablará, se me dibuja una gran sonrisa en el rostro y el principio de una erección se marca en el delantal, el único atuendo que llevo.

Hoy, le haré salmón a la plancha con limón y endibias con salsa de roquefort. Seguro que le encanta...

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Aunque opino que no hay que complacer, con regalos o castigos, al esclavo en demasía, hoy voy a ser muy generosa. Me apetece. Además, al mirar en la sex-shop de la calle principal, he visto un artefacto del que hasta hoy sólo conocía de oídas. Es ideal, justo lo que quiero para sentirme más dueña de mi Toby que nunca. Y junto a ese diabólico objeto, un plug. Mi esclavo me lo había sugerido alguna vez, pero no me lo quería pedir directamente.

Pues bien, hoy tendrá lo que inconscientemente desea y una sorpresa.

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La cena está lista. Espero que Ama Inés no tarde, o se encontrará frío el salmón. ¡Ah, ahí está!

-Buenas noches, ¿qué tal día ha tenido?-

-Ah, muy cansado, mi fiel perrito. Pero así vengo con ganas de encontrarme contigo, que te he enseñado bien cómo relajarme.-

-Sí, señora. ¿Me permite el abrigo?-

Ama Inés está preciosa. Tiene la belleza del otoño, de esa mujer que sabe lo que quiere, hace lo que debe por conseguirlo y al final de la jornada, cuando sus músculos empiezan a sentir cansancio, satisfecha por lo que ha hecho, regresa a su casa con quienes la quieren. Y yo la quiero, la adoro.

-Te he traído un par de regalos.-

¡Regalos! Como un resorte, mi pene vuelve a erguirse al conocer la noticia. Ama Inés piensa en mí también cuando no estoy con ella. Y me ha comprado algo, un juguete nuevo que coloree un poco más nuestra relación de dómina/sumiso.

-¿Qué es, ama?- pregunto, incapaz de contener mi curiosidad.

-Ahhh...-

Recuerdo mis obligaciones, mi protocolo de obediencia cortés.

-Por favor, ama, ¿puedo sugerirle que se recueste en el sofá del salón?-

-Me parece una gran idea. ¿Está ya la cena? Creo que sí, por lo bien que huele.-

Orgulloso asiento.

-Bien, cenaré en el salón.-

-Como desee, ama.-

Un instante más tarde dejo la bandeja sobre las rodillas de mi ama. Destapa el plato y me felicita por la presentación de los dos filetes de salmón. Me atrevo entonces a pedir:

-Ama Inés, ¿me concede el privilegio de masajearle los pies mientras come?-

Me mira un instante y sonríe. Me siento, temblando por la emoción, que ella absorta en la degustación del manjar parece no percibir. Descalzo sus pies de los zapatos, y ahogo un gemido al tocar esos dos eslabones fetiches de la cadena que me ata a todo lo que simboliza sumisión a Inés.

-Está rico, esclavo.- me hace saber el ama, sacándome por un momento de mi trance.

-Gracias, ama...-

Esas joyas, arquitectura gótica de carne, piel, hueso y sangre, envueltas en medias negras, me subyugan. Me las comería. Pero mi deber es hacer pasar un buen rato al ama. Hago acopio de cuanto sé de reflexologia y, sin pretender que llegue al éxtasis, comienzo a aplicarle un relajante masaje. Las plantas, pequeñas, se arquean como una rama al presionarlas con los pulgares. Los dedos giran, escapando de una leve cosquilla, y trazan círculos hipnóticos. El talón, mullido, permite que mis yemas se hundan en él levemente. El bellísimo empeine apenas marca los tendones, y he de improvisar la melodía sobre esas hebras invisibles de violín. Como un arpa, toco, rasgueo y acaricio. Pero no es suficiente.

-Quítame las medias.-ordena Inés, como si me leyera la mente.

No me atrevo a mirar mientras mis dedos suben hacia su pubis divino. Ya traspasar el umbral de las rodillas se me antoja sacrílego. Y aún así, cuando me quiero dar cuenta, la primera de las medias ha empezado a deslizarse sobre su piel de seda. Queda en mi mano y me imagino oliéndola. Hubiera llegado al orgasmo con su aroma. Pero ahora ni podía ni, por otra parte, me iba a ser concedida aquella voluptuosidad. Miré el pie desnudo y...

-La otra.-

Esta vez osé mirar. Así, de nuevo los dedos escalaron el aire hasta la cima del muslo, allí soltaron el frío broche metálico. La media se escurrió hacia abajo unos centímetros, y allí, en ese instante mágico, en ese lugar prohibido, toqué su piel sedosa.

-Oh, ama...-susurré.

-¿Qué?-me preguntó, pero no supe qué responder. Estaba erecto al completo. Lo vio y se rió. Paró un momento de comer para mirar en el interior de la bolsa de los juguetes. Yo, sin saber qué hacer, proseguí. Quité la otra media, la doble y coloqué junto a su compañera, y contemplé los pies de princesa de Ama Inés.

Bellos, infinitamente bellos. Si en alguna parte de su cuerpo debía volcar toda mi devoción, no lo dudaría: serían sus pies. Los sostuve por el tobillo e, intencionadamente, los levanté hasta la altura de mi pecho desnudo. Así podría sentir su intenso y dominante aroma.

Empecé a masajearlos, con exquisita delicadeza. Pero resultaba incómodo tener los dos a la vez. Mi ama, quiso ayudarme, pero en realidad me sometió a un suplicio insoportable. Mientras yo acariciaba su pie derecho, ella elevó el izquierdo hasta la altura de mi nariz. El tufillo era completamente erótico. Aspiré disimuladamente, y entonces ella se movió en el sofá, acercándose. Su planta se apoyó en mi cara, tapando mi boca. ¡Oh, tan cerca, sólo podía pensar en besar, en lamer, y no me estaba permitido!

Luego, cuando cambié de pie, rozó mi pezón con el pie que no estaba masajeando, el izquierdo. Era un juego como otro cualquiera, parecía a simple vista, pero desde luego era mucho más. Para empezar me probaba, mi resistencia, mi capacidad de concentración y también mi castidad. Ni ella ni yo habíamos perdido de vista la erección que dominaba mi bajo vientre, y que era espoleada por los continuos y delicados, tortuosos estímulos que ella me proporcionaba.

-Mmmmm... verdaderamente bueno, el salmón. Uy... no te he dejado nada.- comentó.

Yo siempre hacía cena para ella sola. Me agradaba el padecer hambre mientras ella disfrutaba con mis delicatessen. En cambio, sufría lo indecible cuando probaba alguna de los platos que con tanto cariño cocinaba y lo rechazaba, ordenándome tirarlo a la basura de inmediato. Su crueldad me disciplina, y por ello la agradezco.

-Bueno, creo que te mereces un poco. ¡Sólo un poco! El dedo gordo, nada más, chúpalo.-

Me sentí dichoso. Elegí el del pie derecho, ella elevó la pierna y yo, cerrando los ojos, besé aquel dedito, lo succioné, lo lamí, lo chupé, ¡todo! durante unos segundos que se me antojaron un suspiro.

-Suficiente, glotón.-

Apartó el plato y me levanté, dispuesto a llevarlo a la cocina, pero me lo impidió.

-Luego lo harás. Ahora te daré tus regalos...-

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Allí estaba Toby, entregado, complaciente y sumiso. Casi hasta dudé de si sería demasiado cruel regalarle aquellos dispositivos. Pero deseché el echarme atrás. No podía esperar ni un día más sin saber lo que se sentía al tener la herramienta de un esclavo bien... segura.

-Este es el primer regalo. Algo que garantizara no sólo tu fidelidad, que es algo que doy por hecho, sino también que tu sexo tendrá que aprender a moderar sus reacciones. Me divierte, querido perrito, que tu mente se llene de fantasías sobre mi, pero tu pene... Tsk, tsk, tsk. Es incorregible, y si tú no sabes dominarlo, lo haré yo...¡muy gustosa!-

Lo saqué y lo abrí. En mi mano, bajo su atenta mirada, no ocupaba gran cosa. Creo que eso ya lo asustó lo suficiente.

-Es un dispositivo de castidad para hombres. Y aquí está la llave. Ahora se un buen chico y ponte de pie para que te lo ponga.-

-Mi ama, no...-

Ah, las dudas. Creí que las habíamos dejado ya atrás. Da igual, conozco lo que hay que hacer para disiparlas: ignorarlas.

-Silencio.-dije, imperativa.

Toby se levantó. La erección aún le duraba. No quería recurrir al dolor en ese momento, porque no quería ver adulterada en sus ojos la humillación con el sufrimiento físico, pero no me quedaba más remedio. Tomé sus testículos, los rodeé con los dedos y di un tirón a la vez que los retorcía a un lado. Toby jadeó y dobló las rodillas, pero no llegó a caerse. Unos segundos más tarde, la erección había remitido.

Debía darme prisa. Toby estaba tan poco acostumbrado al contacto de mis manos sobre sus sexo que podría volver a empalmarse de inmediato si lo sometía a muchas manipulaciones.

-Relájate y no mires.- le ordené, y se puso a mirar al frente.

Ya había visto cómo se usaban estos dispositivos, y no me fue difícil introducir los testículos en la anilla de la base, aunque quedaban verdaderamente muy ajustados. Más complicado resultó meter el falo en la jaula. Era pequeña, mínima. Creo que debía estar pensada para que, además de impedir la erección, los afortunados sumisos que portasen este dispositivo viesen reducido el espacio "vital" de su "cerebro" a lo que albergaría normalmente la colita de un niño. Humillante. Pero ahora, por los leves tocamientos que me veía obligada a hacer, el glande de Toby apenas si entraba. Con cuidado, hice girar la prisión y conseguí que todo estuviese en su sitio. Cerré el candado veloz y contemplé el interesante resultado. La presión del glande sobre los inescapables barrotes fue cediendo, y la al principio antiestética "cosa", se reacopló del modo más simétrico posible dentro de la diminuta celda.

-Ajá. Perfecto.-

Toby miró su polla, con una mezcla de excitación, curiosidad y tristeza. Luego me miró a mi y vi la ansiada humillación licuándose en sus ojos. Pero no dijo nada. Es un buen esclavo.

-Ahora, tu otro regalo.-

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Ama Inés se sentó de nuevo en el sofá, más o menos en el centro. Yo seguía de pie, sin poder dejar de pensar en los roces de sus dedos sobre mi miembro, y en éste último, ahora encerrado.

-Túmbate en posición de spanking.-dijo, y obedecí. Era muy, muy incómodo, el maldito dispositivo. Cada movimiento me hacía notarlo, burlándose de los intentos de crecer de mi miembro. Aún me dolían los huevos por la llave. Pero conseguí tumbarme. Ahora, estaba seguro de ello, le tocaba el turno a mi culo.

-Alguna vez me has dichos que te intrigaban los plugs. Acostumbrado al strap-on y a los consoladores, tal vez lo encuentres poco interesante. Pero más que por la sensación, creo que te interesará por el hecho de que está diseñado para acompañarte todo el tiempo que yo considere necesario. Como el dispositivo de castidad. Se complementan a la perfección, ahora mismo lo verás.-

Noté que vertía lubricante en mi ano y deslizaba su dedo sobre él, pero sin llegar a penetrarlo. Se ve que quería que sólo el plug cumpliera esa tarea. Luego debió ponerle lubricante también al plug. Butt.Plug. Butter plug, el tapón anal de mantequilla. Porque parecía que eso era lo que le escurría y hacía brillante su superficie cuando el ama me lo mostró.

-Relájate hasta que yo diga, ¿entendido?-

-Sí, ama.-

De inmediato noté la punta del objeto, su textura de gelatina compacta, gomosa bajo la capa de lubricante, apoyada sobre mi ano. Relajé los músculos del esfínter y cedí a la presión, que lentamente hizo que ingresara en mí el plug. Me sentía buen, quizás demasiado bien, lascivo por momentos. Mi pene hizo un amago que rápidamente fue constreñido por el cinturón de castidad. Gemí, frustrado y erotizado, e inevitablemente hice fuerza con mi recto. El plug salió fuera unos centímetros.

-¡Esclavo, qué te acabo de decir!-

-¡Perdón, ama!-

Relajé de nuevo, ignorando lo que ocurría más abajo de mi pubis. Quería cortar el flujo de sensaciones entre mi mente, mi culo y mi sexo, y casi lo consigo, pero... La sensación del plug penetrándome sin compasión ayudado por el lubricante era agradabilísima, y mi pene quería participar de ella.

Miré a mi ama desde mi incómoda posición. Ella se fijó en mi expresión, debió gustarle, pero esbozó una media sonrisa que sólo pude interpretar como un perverso "me encanta esto". Así pues, intentando simplemente no quejarme, gocé sintiendo cómo mi recto se llenaba con el plug, hasta que llegó al punto más ancho, al límite.

-Ahora, esclavo, cierra.-señaló Inés, y obedecí.

El plug penetró completamente en mi culo, y mi esfínter se cerró sobre el estrechamiento precedente a la base. Todo de cintura para abajo era esa sensación de plenitud viscosa, que poco más tarde se confundiría con la agobiante percepción de que necesitabas ir al baño. Un poco asustado por esa perspectiva, traté de quitarme el plug, pero era completamente imposible sin ayuda externa. Allí se quedaría hasta que mi ama dispusiese otra cosa.

-Gracias, ama.- dije, y me incorporé, pero sólo un instante antes de ponerme de rodillas delante de ella. Cogió la llave, que venía en un cordón, y lo pasó alrededor de su cuello. Dejé de ver la llave que liberaba mi esencia masculina cuando se perdió en la inaccesible fortaleza del escote. Nunca me atrevería a ir allí a buscarla.

-Me alegro que te gusten mis regalos. Ahora, sigue masajeándome los pies hasta que me quede dormida. Así, buen chico... muuuy bien.... ummm.....-

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