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Farsa cruel para Angie

en Dominación

Angie regresa a casa tras su rutina diaria. ¿Qué piensa? Puede que en simplemente sentarse y relajarse. Quizás en follar con su marido como todos los días. Es posible que incluso haya decidido empezar a leer el libro que su hermano le ha prestado, un best seller cualquiera. Importa poco eso: no se espera lo que va a encontrar en cuanto traspase la puerta.

-Ya llega. Venga, todos atentos.-

Dentro de la casa, en cuanto han divisado la deliciosa silueta de Angie, cuatro personas van hasta el lugar que un perverso plan les ha marcado y aguardan en absoluto silencio, aunque ninguno de ellos puede casi contener la excitación. Uno de ellos sobre todo, apenas puede dejar de sonreír hasta que se coloca una tira de cinta adhesiva sobre la boca y espera a que la mujer que aguarda al lado suyo le ate las manos tras el respaldo de la silla con un par de nudos.

Angie abre la puerta. Todo está muy oscuro. Las persianas están bajadas y la luz apagada. Enciende la del hall, pero la del pasillo parece haberse fundido.

-¿Charlie? ¿Estás en casa?- pregunta, con algo de inquietud. En otra persona hubiera sido más cierto hablar de miedo, pero no han sido pocas las veces que su marido la ha sorprendido con alguna broma o susto. Sobre todo cuando está "tontorrón". Vamos, cuando tiene alguna fantasía rondando por la cabeza.

Pero Charlie está callado. No obstante y por si Angie decide irse a alguna otra habitación, gime tras la mordaza y se retuerce un poco.

Angie lo oye casi al mismo tiempo que huele un perfume bastante fuerte. Perfume de mujer. O la ha comprado un regalo o... Sea lo que sea, lo va a averiguar enseguida. Se encamina al dormitorio.

-¡Charlie!-

Su grito se apaga cuando ve que una mujer desconocida y que lleva una especie de máscara para ocultar su rostro mantiene un cuchillo junto a la garganta de su esposo, desnudo salvo por los calzoncillos, atado a una silla y que la mira con expresión de miedo, intentando comunicarle lo que sus labios sellados por la cinta adhesiva no pueden expresar.

-Silencio, puta, o me cargo a tu marido.-

Detrás de Angie hace su aparición un tipo al que tapa el rostro una media, haciéndolo irreconocible. Agarra a Angie por los brazos en silencio y la mete dentro de la pieza, cerrando la puerta detrás de sí.

-Venga.-empieza a hablar la mujer.-Dinos dónde guardas las joyas. Este idiota no ha querido, o "no sabe".-

Angie la mira confundida y aterrada. Es una mujer con un buen cuerpo, y se adivina algo de maquillaje a través de los resquicios que deja la máscara. También repara en un conjunto brillante tirado sobre la cama, desecha. Es ropa propia de fetichistas, en cuero, o charol, o algo así. Ropa de mujer. Junto a ella hay unas esposas y una fusta, y un bolso bastante grande. Su mente empieza a elaborar una idea descabellada: Charlie ha contratado una dominatriz profesional que ha aprovechado cuando lo ha tenido a su merced durante sus juegos para secuestrarlo y robarlo. Charlie es muy capaz de ello, aunque le extraña que haya decidido probar a ser sumiso. No va mucho con su carácter.

-¡Obedece!-le dice el hombre que la sujeta, empujándola hacia la cama y con la mano lista para tapar sus gritos.

Charlie la examina con atención, a pesar de su perfecta máscara de víctima. Antes de planearlo todo ya había decidido que no debería juzgar ninguna de las acciones, palabras o decisiones que tomara Angie. Al fin y al cabo en esa farsa ella no sabe más que lo que puedan hacerla creer. Podría gritarle que le ha sido infiel, o echarse a llorar, o incluso intentar alguna locura. Es lo mismo: el objetivo de ese preludio es atarla con la menor resistencia posible. Por si las moscas, ha cambiado las joyas de lugar.

A ese punto llegan. Enfadada, la mujer ordena a su secuaz que tienda a Angie en la cama y la inmovilice. Para ello se sirve de las esposas. Luego un par de pañuelos la ciegan, para por último también quedar muda cuando le ponen cinta adhesiva.

-Llévate a éste al salón.-oye Angie decir a la mujer, y luego cómo su marido es sacado de la alcoba.-Y tú, quietecita o te rajo, zorra.-

Nota entonces un objeto punzante sobre su ropa, a la altura del pecho. Debe ser el cuchillo. Un sudor frío la atenaza y la impide pensar. El silencio es espantoso durante unos minutos, hasta que oye volver a alguien.

-Dice que no hay nada más de valor.-

-¿Seguro?-inquiere la mujer a su secuaz.

-Seguro. Le he pegado bastante.-

-Joderse... Todo el plan a la mierda.-

Siguen unos segundos de silencio, hasta que Angie nota de nuevo la presión del cuchillo.

-Puta de mierda. Pues me voy a cebar contigo. Michael, vigílala.-

Un peso enorme sustituye al cuchillo, pero apenas supone un consuelo. Su captora debe tramar algo. Cuando la oye hablar por teléfono y darle la dirección de su casa a alguien, su miedo se redobla.

-Ven, que tengo una sorpresa. Una chica. La puedes hacer lo que quieras por... bueno, por tres veces lo que te suelo cobrar. Pero te aseguro que merece la pena. ¿Vale? Venga, en serio, si no te gusta cuando lo veas, te vas sin más. Sí, en serio. ¡Ok! En una hora, perfecto. Ciao.-

¿Qué demonios ha tramado esa mujer? Es sin duda algo relacionado con ella. Dichosas veladas de perversión... La imaginación entrenada para el vicio de Angie la hace elaborar rápidamente la respuesta más lógica: la va a prostituir.

-Michael, baja al coche a por el equipo.-

El peso que la aprisionaba se va. Debe haberse quedado sola con la dómina. No nota esta vez el cuchillo, pero no quiere arriesgarse: no podría hacer nada, salvo golpearse al intentar huír por el pasillo a ciegas. Debe esperar.

-Angie, ¿eh?- habla de nuevo la mujer tras unos instantes. Se gira hacia donde viene su voz y se da cuenta de que está llorando desde hace un buen rato. Jadea cuando la dómina la coge del pelo y la obliga a sentarse.

-Si no me hubieras engañado con lo de las joyas, ya nos habríamos ido. Pero tenías que ser una zorra.-

Una bofetada bastante fuerte la tira de nuevo contra el colchón. Esa mujer la ha pegado sin más. Gime y trata de gritar, en vano. Unos minutos más tarde vuelve el hombre, Michael, o eso cree, y deja algo en la habitación.

-Ok. Quédate aquí. Voy a ver al otro.-

Angie nota casi enseguida el aliento del hombre junto a su rostro. Luego su lengua húmeda lamiéndole la cara y le cuello. Jadeó, humillada, indefensa, y pataleó. Eso le costó un doloroso pellizco. Tras él... ¡La empezó a desnudar!

-¡Mmmmphhhh!-

Prenda a prenda, su carne desnuda fue quedando a la vista, hasta estar sólo en braguitas y sostén, con la camisa recogida junto a sus manos por las esposas. Entonces le dio la vuelta en la cama y le ataron las piernas a cada pata. Quesó expuesta e inmovilizada, lista para lo que tuviera que venir.

Se oyeron los pasos de la mujer regresando al cuarto. Habló en susurros, pero la pudo oír.

-Le has dado muy fuerte al otro. Estaba sangrando por la nariz.-

¡Pobre Charlie! Le debían haber dado una buena paliza. ¿Pero dónde estaban las joyas si él tampoco lo sabía? Aquello no tenía sentido.

La mujer volvió a marcharse y Michael cerró la puerta. Angie se revolvió al notar que le hacían cosquillas en el pie. Luego quiso gritar: un escozor espantoso le recorrió ambas nalgas en cuanto algo, probablemente un cinturón, le azotó el culo. Por cinco veces más fue azotada, tanto en el culo como en la espalda, los muslos y los brazos. Pugnaba por gritar pidiendo auxilio, o clemencia, completamente en vano. Entre cada azote mediaban unos segundos interminables casi más terroríficos que los propios golpes.

Tras el sexto azote siguó un minuto de incertidumbre que se disipó cuando reconoció los casi inaudibles gemidos de su torturador. La agarró de los pelos y Angie olió el inconfundible aroma de un pene a escasa distancia de su rostro. Pocos segundos más tarde un líquido cálido y viscoso la salpicó y se sintió completamente humillada: acababan de correrse en su cara.

...

Llamaron al timbre, y el silencio de la casa se quebró.

-Ya ha llegado mi amigo, putita. Y te aseguro que con él lo que te haya hecho Michael te va a parecer nada.- afirmó la dómina. -Michael, ve a abrir.-

Al rato tres hombres entraron en el cuarto. Reconoció la voz de Michael. Otro no hablaba. El tercero parecía algo asustado. Debía ser el cliente de la dómina.

-¿Y esta chica?-preguntó.

-Considérala tu esclava en cuanto me pagues.-

-Pero, es, quiero decir, ¿trabaja de sumisa?-

-Claro. Hazle lo que quieras.-

Angie se revolvió cuanto pudo, tratando así de indicar a aquel hombre que no era verdad, que la habían secuestrado.

-¿Puedes quitarle la mordaza?-

-No.-

-¿Por qué?-

-Oye, si no te gusta, te largas y ya, cariño.-

Hubo otro de esos infernales silencios que se quebró, como la esperanza de Angie, cuando oyó a aquel hombre decir.

-Tony, grábalo desde la esquina.-

-¿Aceptas entonces?-

-Sí, Ama Linda.-

-Perfecto. Pues tú diras qué hacemos con ella. ¿Quieres que la viole Michael?-

-No, todavía no. Mejor que la obligue a chuparle la polla.-

-Ya te he dicho que...-

Un gruñido ligeramente familiar interrumpió a Ama Linda, que tras un instante prosiguió:

-Está bien.-

Angie notó que alguien se sentaba en la cama y la tomaba por el mentón. Volvió a oler su pene erecto según se lo acercaba a la cara. Le quitaron la mordaza y tragó con dificultad tras humedecer sus resecos labios.

-Por favor... no...- suplicó en un murmullo.

-Ssssshhh... ten cuidado y ni se te ocurra morder, princesa.-

¡Aquella voz era la de su marido, Charlie!

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