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Tela de araña (I)

en Dominación

¿Entonces no vas a salir conmigo más? –

Ya te he dicho dos veces que no, pesada. –

¡Eres idiota! – respondió colérica Isabel, y añadió: - ¡Y me voy a ir yo sola, y me liaré con el primero que vea! –

Haz lo que te salga del coño, niñata. –

Eso significaba que ella y Manuel acababan de romper. Su idilio había durado la cifra record de... ¡dos días! Pero se había encoñado de él y le dolía que pasara de ella. No obstante, cumplió su amenaza. Era lo mejor que podía hacer. Si se quedaba sola, en casa, se pondría a pensar en lo poco que le duraban los amoríos y se echaría a llorar. Y ahora no quería pasarse horas empapando pañuelos pensando en su desgracia. Estaba furiosa, y necesitaba descargar esa furia de alguna manera. Lo mejor era irse a bailar hasta que le doliese el cuerpo.

Se vistió como una puta. Necesitaba que los chicos la mirasen, que la desnudasen al pasar a su lado, que se la comiesen con los ojos. Se lavó, peino y maquilló entera, y además se rocío de perfume, del más caro que le sisó a su madre. Cuando estuvo lista, se miró al espejo. Sonrió sin ganas.

Perfecta. Vamos de marcha, Isa. –

La discoteca estaba llena, como era de esperar un sábado noche, pero esa fue la primera vez que Isa se sintió sola entre tanta gente. Miró a ver si por casualidad encontraba algún conocido o ex-novio. Si veía alguno tenía un plan infalible: se acercaría por detrás, le taparía los ojos con las manos y preguntaría, con ese tono de niña pija que tan bien sabía hacer:

¡Hooooolaaaaa! ¿Quién soy? –

Era una táctica que nunca fallaba. Pero el plan tenía un pequeño defecto: no podía hacerlo si no había conocidos. Y esa noche, curiosamente, no vio a ninguno.

Había pasado media hora desde que entró en el local. Decidió matar el tiempo, o darse un respiro en su continuada vigilancia, y pidió un cubata al camarero. A él sí lo conocía, pero no tenía sentido intentar ligárselo: era gay hasta la médula. Así que se tomó su copa apoyada con desgana en la barra mientras rastreaba toda la pista de baile en busca de la presa.

Un grupo de chicos, probablemente universitarios, botaban al ritmo de la música máquina. No estaban mal, pero no se atrevía a acercarse. Eran demasiados y a saber lo que podrían hacer si se lo propusieran con una chica indefensa y sola. Más allá una pareja se hacía arrumacos en un sofá. El chico no paraba de tocarle el culo, apretándolo, pellizcándolo o incluso dándole algún azote suave. A Isabel le hubiera gustado ser esa chica, y no tener que preocuparse por estar sola ni siquiera un solo día. De pronto le empezó a corroer una malsana envidia y apartó la mirada, verde de rabia.

Debió seguir mirando a la desinhibida pareja de amantes y no comerse tanto la cabeza con su propia situación sentimental. Le habría ahorrado varios disgustos. Pero como ya sabemos que no fue así, será mejor que describa el espectáculo que contempló. No era algo común en esa discoteca. Quiero decir... que por la noche venía gente de diferentes tribus urbanas: pijos, punks, malotes, ... Pero el aspecto de aquella chica que fumaba un pitillo recostada en la pared de la derecha, no era el más adecuado a ese local. Demasiado agresivo, pensó Isabel. Sobre todo si lo comparaba con su sencillo (aunque insinuante) vestido rojo, de amplio escote y sus sandalias. Isabel iba a ligar con chicos, pero aquella otra chica... Iba de castigadora.

Parecía ligeramente mayor que ella, quizás un par de años más. El pelo era rojo, y no era teñida. Ojos verdes, labios perfectos pintados de violeta, y un cuerpazo de escándalo. Le ganaba con creces en pecho y en cadera, aunque su culo era menos respingón. Claro que a ella se le marcaban mucho mejor las esferas de las nalgas en los pantalones de cuero negro ajustados. Ese color era el dominante de su vestuario, al igual que el material, pues también llevaba una cazadora de cuero y zapatos muy alargados. De esos que parece que dicen "chúpame la punta".

Isabel nunca se vestiría así. No se sentía capaz de dominar una silueta tan provocativa. Pero le gustaba, la atraía. Le recordaba a un novio motero que tuvo un par de meses antes, que siempre venía con la chupa puesta a recogerla en su moto. Y no sólo a ella, pues comprobó que unos metros más allá, entre toda la gente, un par de chicos no le quitaban el ojo de encima y hacían comentarios sonriéndose. Había visto ese número antes: la iban a entrar de un momento a otro. Decidió ver cuánto tardaba la "diva" en quitarse de encima a aquellos dos muermos, y cuando quiso darse cuenta, ella la estaba mirando fijamente. La había pillado.

Inmediatamente Isabel se dio la vuelta, algo avergonzada y dio un sorbo a su copa. Pero no pudo acabar de tragar porque oyó que alguien se dirigía a ella desde detrás.

Hola, ¿qué mirabas? –

Efectivamente era la chica "motera" quien le hacía la pregunta. Isabel no supo que responder y dijo:

¿Perdona? –

Digo que por qué me mirabas. –

El tono de su voz era dulce, acariciador, pero imperativo. Le estaba exigiendo una respuesta inmediata.

Pues no sé... A ti y a esos chicos, supongo. –

¿Qué chicos? –

Esos de allí. Te habían echado el ojo. –

¿Tú crees? –

Sí.... –

La "castigadora" miró un instante hacia donde estaban los chicos, y luego le guiño un ojo a Isabel, traviesa.

Sígueme el juego y nos divertiremos un rato... –

La tomó de la mano y la arrastró hasta los varones. Una vez que estuvo delante de ellos, se cruzó de brazos y dijo muy seria:

¿Y bien? –

Los chicos estaban nerviosos. Eso, que el objetivo se les echara encima, no estaba previsto. Uno de ellos tartamudeó:

¿E..es a nosotros? –

Sí, a vosotros dos, mirones. –

Isabel alucinaba con la seguridad de su misteriosa acompañante, casi tanto como los pobres chicos, que, pillados por los huevos, deseaban que la tierra se abriese y se los tragase.

No, no, no mirábamos, de verdad. –

Isabel quiso irse, pero la otra la tenía bien sujeta por brazo, con firmeza, aunque sin hacerle daño.

Pues si os gusta mirar... ¡mirad ahora! –

Isabel notó que le soltaba el brazo, pero no para que se fuera, sino para ser el objeto central de una escena lésbica. Se puso detrás de ella y la tomó de las manos. Así empezó una vertiginosa serie de posturas, rozamientos y fingidos jadeos orgásmicos a su alrededor, sin llegar a tocarla claramente, ni con los dedos ni con los labios ni con el pubis, que eran las partes que más amenazaban con entrar en contacto con la piel de la asustada Isabel. Durante los minutos que duró la danza, la chica rodeó su cuerpo con una cadena invisible de gestos provocadores, obscenos inclusos.

Ni Isabel ni su pareja apartaron un instante los ojos de los dos mancebos. Éstos, completamente perturbados por la danza de aquellas chicas, una moviéndose activamente, envolviendo, seduciendo, dominando a la otra, pasiva, deseada, inmóvil, notaron la sangre llenar las venas de sus respectivos sexos. Isabel pudo percibir las erecciones sobre la ropa de los mozos y se sintió fuerte, tanto que en los últimos compases de la canción, y deseando saber hasta qué grado de excitación podría conducir a sus inesperados admiradores, colaboró según le indicó el instinto, meneando levemente las caderas, el cuello o los brazos para incitar, o repeler, las acometidas de la "gata negra".

Fuera hacia fresco. Ambas salieron riéndose de lo fácil que había resultado darles un calentón a aquellos dos chicos. Isabel se tranquilizó, pues consideraba que la pervertida escena que acababan de ejecutar sólo había sido un juego, un divertimento inocente. Ya no le parecía tan agresiva Eva, su nueva amiga. Sólo era una chica buscando jaleo, provocadora, pero nunca peligrosa.

Eva leyó en los ojos de Isabel esa tranquilidad y sonrió, muy satisfecha de que sus planes, improvisados escasos minutos antes, cuando se percató de la atención que había despertado en una preciosa muchacha de vestido rojo, comenzaran a tomar forma real. Se había ganado su confianza. Seguiría con esa táctica, dejando un rastro de miguitas para que la pobre incauta lo siguiese, ignorante de la trampa que aguardaba al final.

¿Vamos a otro sitio, Isa? –

¡Sí! Tengo ganas de juerga. –

Visitaron dos pubs más de la zona. En ambos se dedicaron a provocar a todo el mundo con más bailes obscenos, calentando todas las braguetas, incluso las de los porteros y dueños de los locales. Las demás chicas las odiaban y admiraban a partes iguales. Deseaban ser, como ellas, el centro de todas las miradas, pero no querían arriesgarse tanto con los hombres. Era jugar con fuego. Pero a Isabel y Eva no parecía quemarles para nada. Eva conocía las debilidades masculinas a la perfección, y las utilizaba en beneficio propio. Isabel aprendió mucho del arte de la seducción viendo o colaborando con ella. Algunas cosas quizás hubiera sido mejor que no las conociese jamás, pero...

¡Me lo estoy pasando en grande! Tengo que darte las gracias, Eva. Eres increíble. –

¡Bah! Es cuestión de práctica. –

Pues yo he salido un montón de veces de marcha y no he cosechado nunca tanto éxito como hoy. –

Eso es porque no has ido a la "escuela" adecuada. –

¿Qué escuela? –

Me refiero a que no conoces los locales más... interesantes. –

Isabel no quería perder la sensación de poder, de autoridad sexual que había conseguido haciendo travesuras con Eva. Necesitaba que ella le enseñara hasta el último secreto sobre ese terrible poder de atracción.

Por favor, muéstrame esos lugares tan maravillosos. Quiero aprender más de todos estos juegos. –

Por supuesto Eva tenía una idea algo distinta acerca de los "juegos", pero eso no le importaba. Tenía a Isabel justo donde quería. Acarició uno de sus mechones. Era rubio. Sin dejar de mirarlo, pensando en lo bien que se lo iba a pasar "amaestrando" a Isabel, le preguntó:

Así que quieres ser mi alumna...-

Sí, eso es. Dame lecciones de lo que eres capaz de hacer. –

Mmmmm... ¡De acuerdo! Te llevaré a un sitio estupendo, una especie de "templo de la lujuria". Lo malo es que está algo lejos... –

Da igual, todavía es pronto. –

Como quieras, cielo. –

Tardaron media hora en llegar a un recóndito callejón. Había una puerta de metal medio oculta.

Es aquí, entra. Verás que es un sitio muy especial. –

¿Y cómo se llama? –

La mazmorra... –

De un empujón metió a Isabel en el sitio y cerró la puerta, con un candado que había sacado del bolso.

Isa se encontró en una estancia mínima, de poco más de metro cuadrado. A sus espaldas la puerta de acero se cerraba. Oyó el clic del candado, asegurándola. A su derecha había una pared de ladrillo. Las otras dos paredes eran en realidad rejas que iban del suelo al techo. Una de ellas hacía de puerta, pues tenía una cerradura y bisagras para abrirla. O sea, que estaba encerrada en una jaula. Se lanzó hacia el portón de salida. Imposible abrirlo. Luego probó con la puerta de la jaula, con los barrotes... Nada que hacer. Se le aceleraba el pulso y comenzó a sudar. Sentía verdadero pánico. ¿Qué estaba pasando?

Eva, canturreando contenta, abrió otra puerta, la que daba a la estancia donde se encontraba la mínima prisión. Se acercó, sólo para ver el rostro pálido y trastornado de su víctima.

Hola pajarillo, parece que te he cazado. –

¿Qué es esto? –

Dejaremos las preguntas para mañana, pequeña. –

¡No! ¡Suéltame! –

Eva dio media vuelta y disfrutando al oír las súplicas, amenazas y gritos desconsolados de Isabel, se fue a la cama. Pero no a dormir. Aunque se acostó, se pasó casi toda la noche planificando el trabajo que haría con su nueva perra al día siguiente. Sólo de pensar en ello, en que podía someterla a cualquier suplicio que imaginase, mojó las braguitas. Y se masturbó con el dulce eco de los aullidos de Isabel filtrándose por los gruesos tabiques hasta su cuarto, hasta quedarse dormida, feliz y sonriente, poco antes de amanecer. Sus sueños fueron suaves, como los de quienes tienen la conciencia tranquila. Ella la tenía. Su deber, su única obligación en la vida era procurarse nuevos placeres sadomasoquistas.

Ya era casi mediodía cuando se levantó. Antes de ir a ducharse quiso comprobar cómo había pasado su esclava la primera noche de cautiverio. Se puso una bata y las zapatillas y caminó de puntillas hasta que llegó al salón-prisión. Isabel dormía profundamente, hecha un ovillo en el suelo de su celda. El maquillaje se había corrido por las lagrimas. Tenía ojeras y moratones en las manos. Seguramente habría intentado abrir las puertas y se había lastimado. El pelo rubio le caía sobre los hombros y la cara. Eva, conmovida por el estado lamentable de su perrita le pasó los dedos con mucho cuidado por el cabello mientras susurraba:

Sssshhhh... Duerme un poquito más mi niña. Lo necesitarás. –

Isabel se movió un poco y suspiró, pero no llegó a despertarse. Debía haber sufrido mucho de angustia y miedo, sola en aquel espacio ínfimo. Después de echarle una última mirada, Eva se fue a la ducha.

No solía darle importancia a esas cosas, pero en aquella ocasión puso especial cuidado a la hora de elegir su propio vestuario. Quería estar sexy para Isabel, sentir que cuando la mirase desde debajo de sus pies, aunque la temiese, la desease. Optó por un top negro que anudó sobre su ombligo, como las bailarinas caribeñas. Luego se probó dos faldas, una hasta las rodillas, de tubo, ceñida, y otra mini, mucho más cómoda y que no ofreciese obstáculos a la vista de quien la contemplase desde el suelo. Se imaginó a Isabel sorprendida al descubrir que su ama no llevaba ropa interior y se decidió por la minifalda. Lo último y más complicado de elegir fueron los zapatos. No sólo debían indicar la posición dominante de Eva sobre Isa, sino también ser funcionales, es decir, que sirvieran de elemento activo en el proceso de sumisión y tortura. Finalmente se probó unos de tacón de aguja rojos, algo viejos ya, se miró al espejo y complacida volvió al salón.

Isa no se había movido un pelo desde que le hiciera la primera visita una hora antes. Continuaba acurrucada, como un animalillo herido. Eva consideró que estaba preciosa así, pero que había que imponerle un horario estricto o se volvería perezosa. Tomó una manguera que había instalado en el fregadero y le dio presión. Apuntó el chorro de agua fría a Isabel y...

¡Ahhhhhh! ¿Qué pasa? –

Hora de levantarse, puta. –

Isabel se protegió del chorro helado cerrando con fuerza los ojos e intentando detenerlo con las manos, pero no lo consiguió. Tuvo que incorporarse con dificultad, pues estaba entumecida por dormir en la misma postura forzada toda la noche, y se pegó a la pared. El chorro cesó y pudo abrir los párpados. Enseguida vio los barrotes, y a Eva detrás, con el tubo de la manguera goteando. No había sido una pesadilla. Estaba en manos de una fémina pérfida.

El ama no se pudo contener más tiempo. La imagen de su esclava humillada, asustada y empapada le provocaba demasiados malos deseos. Tenía que saciar su sed de dolor enseguida.

Date la vuelta y pon los brazos a la espalda. –

Suéltame, te lo suplico... ¡Por favor! –

Mira niña, o haces lo que te digo o te enchufo con la manguera hasta que te ahogues. –

¡No por favor! ¿Por qué me haces esto, Eva? –

Error número uno: no dirigirse al ama con respeto y el trato adecuado.

Para ti ya no soy Eva, perra, sino tu ama. –

¿Qué? –

Un par de chorros de agua directos a la cara lograron que Isabel gimoteara pidiendo misericordia a Ama Eva.

Y ahora ¡haz de una vez lo que te he dicho! –

Isabel, llorando como una magdalena, cumplió la orden de Eva. Notó enseguida que le pasaba una cuerda entre las muñecas. Lo hacía con pausa, asegurándose de que no se soltaría. Y además apretaba cada nudo.

Tienes una piel preciosa. Será divertido ver cómo se abre con los latigazos. –

¡No! –

Isabel chilló su negativa, aterrada. Eva le tiró del pelo, molesta por la negativa, hasta que la cabeza golpeó los barrotes.

¡Sí, ama! Es lo único que debes decir. –

Isa estaba demasiado asustada ante las amenazas para responder lo que se le ordenaba. Eva se enfurecía. ¿Por qué siempre pasaba lo mismo?

¡¡Que lo digas, escoria!! –

Mmmm...Sí... –

¡¡¡Sí ama, imbécil!!! ¡Sí ama!! –

Los gritos eran de verdadera furia, y las lágrimas y lamentos de Isa no los paraban. Más bien los espoleaban. Tuvo que decirlo tres veces, a grito pelado hasta que Eva quedó satisfecha.

¡Sí ama! ¡¡Sí ama! ¡¡SÍ AMA!! –

Las manos ya estaban perfectamente atadas, y su presión amorataba ligeramente la carne de Isa hasta los codos.

Con que comprendas esto te basta: no vas a poder escapar; te voy a hacer lo que quiera; te va a doler, me aseguraré de que así sea porque lo que más me excita es el sufrimiento de mis putas; y llorando o quejándote o revolviéndote sólo conseguirás que el tormento sea más tarde y más lento. –

Lo dijo con tanta frialdad, con tanto convencimiento, que puso a Isabel los pelos de punta.

La puerta de la celda se abrió por fin, pero Isa no se atrevía a salir.

¿Tengo que ir a por ti? –

Isabel reaccionó. Eso último sonaba demasiado a amenaza. Sería mejor colaborar. Pasito a pasito y siempre pegada a la pared, todo lo lejos que fuera posible de Eva, salió. En cuanto estuvo fuera Eva la agarró de un brazo y la tiró al suelo. Isa no pudo parar la caída y quedó tendida boca abajo. Por suerte no se hizo demasiado daño. Quiso levantarse, pero Eva se lo impidió. Le pisó con el pie derecho en la espalda, clavándole el tacón de aguja.

¡Ahhhhhhh! –

¿Incómoda? Pues acostúmbrate cuanto antes porque estaré así muchas veces sobre ti. –

Y aumentó la presión. El tacón se metió más en la carne Y la desdichada esclava volvió a gritar, dolorida.

Eres una mierda. Y a las mierdas se las pisa. –

Durante un instante la dejó sola. Oía sus pasos a su espalda, no lo suficientemente lejos como desearía. Debía haber ido a buscar algo. Consiguió ponerse de rodillas pese a la dificultad de mantener el equilibrio con las manos atadas a la espalda. Cuando iba a intentar levantarse del todo, Eva volvió.

Tengo tus dos primeros juguetes. –

Sin resistencia le ajustó una banda de cuero al cuello, muy ancha y con una argolla en la parte de la nuez. Luego la obligó a abrir la boca para colocarle una mordaza de bola.

Pareces un cerdito listo para el horno. –

Isabel miró a su ama. Eva la miraba con ternura, pero también con lujuria.

Ahora eres mía. –

Esa vez sí que sintió verdadero miedo. Eva sonreía. Lo que decía no era sino la cruda realidad. Y a Isa no le quedaba otra salida que asumirla. Ya era una esclava sexual.

Bien, vamos a la sala de torturas. –

Y así, tirando de la anilla grande que pendía del cuello de Isa, la arrastró hasta su próximo destino: un infierno de suplicios y tormentos inimaginables.

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