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El caleidoscopio de Alicia

en Dominación

Linda despertó temprano. ¿O es que había dormido algo aquella noche? Sólo recordaba el perfume del ama, inundando toda la habitación, y su respiración suave y tranquila, llegándole en dulces ecos que parecían inocentes, pero que salían de un pecho malvado y perverso.

Linda, los brazos atados a conciencia a la espalda, las rodillas flexionadas por culpa de una cadena que unía sus muñecas y tobillos, y la boca sellada por una mordaza de bola, no había suspirado de placer precisamente aquella noche.

Amaneció por fin. Desde su posición en el incómodo jergón al lado del armario, observó al ama incorporarse en la cama. La sábana se deslizó hasta su cintura, descubriendo el camisón negro, hermoso. Hubo un bostezo, y otro. Linda también bostezó, contagiada por la visión de su dueña, y la pelota de rojo chillón se introdujo un poco más entre sus labios, mientras que la correa se frotaba contra las doloridas comisuras.

Mmmmm... ¿Qué tal has dormido? –

Mmppfff. –

Ah, perdona. –

Alicia se puso en pie, se calzó las chinelas y fue a soltar a su esclava. Abrió el candado y retiró la mordaza. La sumisa doncella se frotó las mejillas aplastadas y las articulaciones rígidas. Cuando estuvo algo recuperada, el ama se percató de las enormes ojeras que lucía.

¡Qué barbaridad! ¿Es que no has dormido nada, putita? –

No, ama. No he sido capaz de conciliar el sueño. –

Peor para ti. –

A veces Linda no entendía la crueldad de su señora. Era demasiado repentina, imprevista, y por eso le dolía más que un sistema de humillaciones planificado. Miro a sus pies, triste.

¿Qué haces, holgazana? ¡Ve inmediatamente a preparar mi desayuno! –

¡Sí ama! –

Mientras Alicia se duchaba, Linda, desnuda excepto por las muñequeras, las tobilleras y el cinturón de castidad, fregaba los platos de la noche anterior y ponía a calentar leche y agua, y un par de tostadas. Había bechamel, fría, en uno de los platos, y la lamió. Ayer Alicia no la dejó probar los canelones.

En la ducha Alicia disfrutaba del relax que proporcionaba el suave masaje de una guante exfoliante. Pero no llegaba a todas las partes de su cuerpo, así que llamó a Linda:

¡Linda! Ven al baño. –

¡Voy señora! –

Sin darse cuenta de que tenía la boca manchada de bechamel, la esclava detuvo todos los utensilios de cocina (el microondas y la tostadora) y fue al servicio. Nada más entrar tuvo un escalofrío al contemplar el cuerpo desnudo de su ama. Perfecto.

¿Sí, señora? –

Alicia se dio cuenta de la bechamel. Seria dijo:

Toma, el guante, y masajéame la espalda. Y ya hablaremos luego de la desobediencia.-

¿Señora?-

El ama no contestó, pero enarcó una ceja a modo de desaprobación. Una vez más la había defraudado golindreando con la comida. ¿No se tomaba en serio el servicio, o la amenaza de castigo? Linda, inquieta se puso el guante y se metió en el baño, detrás de ella. Le retiró el pelo y comenzó a pasar los dedos sobre el cutis precioso, eliminando las impurezas y revitalizándolo.

Mi ama, ¿qué he hecho de malo? –

No seas cínica y recapacita. –

Linda enseguida trajo a su recuerdo la recientísima falta de haber comido bechamel, pero... ¿cómo se había dado cuenta el ama? Por imposible desechó esa idea y empezó a forjar otra mucho más retorcida: la señora la ponía nuevamente a prueba, en uno de sus caprichos.

Tengo la conciencia muy tranquila, mi señora. Si he cometido algo sancionable, no ha sido por mala voluntad sino por ignorancia. –

Bla, bla, bla.... Perra, eres una mentirosa. –

Alicia se hartó de la desfachatez de su sierva e interrumpió la sesión de masaje. Se puso el albornoz ante la desconcertada Linda, que temblaba por el rubor y la incomprensión. Luego, para hacerla daño de verdad y mostrarle en que mentía, se acercó a ella, recogió un poco de la bechamel con un dedo, y se lo enseñó.

¡Lo siento, lo siento, ama, lo...! –

Alicia no espero a oír la tercera disculpa. Levantó la mano y asestó una tremenda bofetada sobre el compungido rostro.

¡Silencio, perra mentirosa! –

La ira la dominaba, y el deseo de vapulear a la suplicante Linda no se mitigó hasta que ésta cayó sobre sus rodillas para abrazar llorando las de ella.

¡Por favor ama, perdóname, te lo suplico! –

Normalmente era necesaria más de un sollozo para conmoverla, pero en esta ocasión la sinceridad y el temor de la sumisa aplacaron el instinto castigador con celeridad. Alicia tocó el mentón de su criada y la obligó a levantar la vista hacia ella. La examinó, buscando en su mirada, en sus lágrimas y en su compostura tanto la sinceridad como el arrepentimiento. Lo halló, así que decidió ser un poco más dulce:

Te castigaré con la disciplina que mereces. No seré demasiado severa, pero sí lo suficientemente dura como para que no vuelvas a recaer en el error. –

Sí ama, gracias. – suspiró, aliviada, Linda – No volveré a incumplir ...-

Calla- la interrumpió. – No quieras ganarte mi indulgencia con más palabrería o con promesas que no puedas luego cumplir. –

Sí ama, yo sólo quería decir... –

¡Silencio, puta! – gritó Alicia, logrando reducir a un murmullo agitado la respuesta de la doncella – Lo que más me ha dolido es que me mintieras. Pero no te preocupes, que no te daré la oportunidad de volver a hacerlo hasta dentro de bastante. Sígueme. –

Linda vio como su ama se daba la vuelta. Estaba confusa y no la siguió. Alicia se enfadó de nuevo ante el retraso y volvió sobre sus pasos para, con un buen capón, conminarla a cumplir sus órdenes.

Fueron hasta el dormitorio. Allí el ama la ordenó permanecer de rodillas mientras ajustaba la correa de la mordaza, reduciendo su longitud.

Abre bien la boca. –

Linda comprendió que iba a ser amordazada durante un largo período de tiempo. Eso la exponía más a la rigurosidad de los castigos, pues le sería imposible suplicar al ama que se detuviese cuando alcanzase ciertos límites de dolor. Pero también comprendió que se lo había ganado.

Aaaaaaahhhhh... –

Muy bien. –

Los labios rojos de carmín envolvieron en un inescapable beso la pelota de goma. Luego las correas se clavaron sobre sus pómulos y nuca, cerrándose como un cepo debajo del nacimiento de la cola de caballo. Respirar se volvió un poco más complicado, y los quejidos que escapaban del a prisión de caucho y cuero eran apenas más audibles que la caída de una pluma.

Alicia, satisfecha, acarició la cara constreñida de la esclava. Le gustaba.

Tal vez hubieras preferido que te lavara la lengua con estropajo y jabón de lagarto. –

Linda negó vehementemente con la cabeza.

Así me gusta. Ahora, vam... voy a desayunar. –

Linda se levantó y fue corriendo hasta la cocina. La leche, el agua para el té y las tostadas estaban a medio hacer, o más bien otra vez fríos. Preocupada, volvió a prepararlo todo, esperando en cualquier momento la reprimenda por su tardanza de parte del ama.

Pero Alicia es comprensiva, y si percibe que la esclava realmente tenía difícil realizar una tarea, no la reprende. Además, apenas tiene apetito.

Sólo el té con leche, deja las tostadas, Linda. –

La esclava suspira aliviada y al rato sirve el té, con un chorrito de leche, a Alicia. Ésta está absorta pensando en su novio. Linda conoce la mirada soñadora de su ama y el motivo que la causa, y aunque debe aceptarlo, no puede evitar sentir celos. Así que se pone delante del ama, los dedos entrelazados sobre el cinturón de castidad. Quiere que se fije en ella. Alicia sale de su ensimismamiento y entiende las intenciones de su esclava.

¿Qué haces ahí quieta, como boba? Ve a por la correspondencia. –

Linda está desolada. Le da vergüenza bajar a la portería desnuda. Va a obedecer, resignada la orden, pensando en que su exhibición a los ojos del conserje o de quien quiera que pase por allí a esas horas es parte de la disciplina. Agacha la cabeza y se dispone a salir. Alicia, satisfecha con la resignación de la sumisa, dice:

Ponte el uniforme. –

Se refiere al uniforme de doncella con que de vez en cuando, en las ocasiones que quiere dar un aire más "señorial" a la casa, obliga a vestirse a Linda. Ésta última asiente agradecida. A decir verdad, la diferencia entre ir desnuda y embutida en el minúsculo y provocador conjunto de chacha es mínima, pero a ella le parece suficiente. Instantes después está en la cocina con el uniforme y sus complementos colgando de una percha.

Alicia sonríe: le gusta ver vestirse a su esclava. Linda primero se quita las muñequeras y las tobilleras con la ayuda de una pequeña llave que el ama ha dejado sobre la mesa. Luego procede a colocarse las braguitas. Son blancas, y se meten traviesas entre las nalgas de la doncella un poco más de la cuenta para compensar la falta de espacio que provoca el cinturón de castidad. Después se abrocha el liguero y sube las medias por sus piernas. Se traban un par de veces.

Esta noche te depilaré otra vez. – informa Alicia.

Por fin se coloca el vestido. Sus pechos pronto notan la presión de la tela sobre ellos. El ama ayuda a su sumisa subiéndole la cremallera de la espalda. Lo último que queda es ajustar la cofia, el mandil de volantes y los zapatos de tacón. ¡Lista!

Linda va a usar la llave para abrir el candado que asegura su mordaza, pero el ama la detiene, seria.

Ese es tu castigo hoy. Irás así... ponte otra vez las pulseras. –

De nuevo Linda siente el pudor. Con la mirada llorosa intenta hacer comprender a su dueña el sufrimiento que la atenaza. Ir abajo y exponer los signos de su servidumbre es mucho todavía para ella. Pero el ama, impasible, la ignora. Así que, haciendo de tripas corazón, Linda sale de la casa, como un cordero que fuese al matadero.

Alicia se ríe oyendo una tertulia matinal por la radio. Hablan de la liberación de la mujer y sus derechos.

Ah, si éstos supieran hasta donde he llegado yo por el camino de la liberación. –

Suena el timbre. Apaga el aparato y se levanta, apurando de un sorbo el té con leche. Estaba realmente bueno. Apunta mentalmente la marca de la bolsita antes de tirarla a la basura. El timbre vuelve a sonar, insistente.

¡Vooooooyyy! –

Es Linda. Está atacada de los nervios. Alicia esboza una cruel sonrisa y entreabre la puerta, asegurada con cadenita.

¿Sí? ¿Qué desea? –

¡Mmmmpppfff! –

¿Cómo dice? No, no quiero comprar nada. –

Y cierra la puerta. Por la mirilla, mordiéndose los labios, disfruta al ver la cara colorada de su esclava mirando a todas partes, segura de que el resto de vecinos la están viendo. Ridiculizarla delante de terceros es un deleite al que empieza a acostumbrarse la pérfida dómina. Después de un rato la deja entrar.

Linda se echa a llorar en cuanto Alicia cierra la puerta a sus espaldas. Deja caer un par de cartas al suelo, y enseguida la acompaña el rostro. Baña con sus lágrimas las chinelas del ama, que la observa de pie arrastrarse por el parquet del hall. Cuando vuelve a levantar la vista, el escaso maquillaje que sobrevivió a la noche se ha corrido a causa del llanto, dándole un aspecto realmente deplorable.

Vaya por dios. ¡Qué desastre! –

Alicia se pone en cuclillas y saca un pañuelo. Moja una punta con la lengua y con él limpia un poco las facciones de Linda.

Anda, vamos a pintarte otra vez. –

Linda se levanta y enjuga algunas lágrimas. Alicia toma las cartas del suelo. Una que es del banco la desecha inmediatamente. La otra es de su novio. La abre con prisa y la lee. Detrás suyo, Linda se siente fatal. A la humillación se añaden otra vez los celos.

¡Qué bien! Roberto vuelve esta tarde de Gijón. –

Las dos van al tocador del ama. Linda evita mirarse en el espejo. Alicia la adereza con colorete, rimel y sombra de ojos, poniéndola realmente guapa. Mientras, le cuenta lo que piensa hacer, muy ilusionada:

Voy a llamarle a la hora de la comida para que venga esta tarde a tomar algo. Tengo muchas ganas de verlo, de abrazarlo, de besarlo... ¡Y seguro que me ha traído algún regalo! Es tan majo mi Roberto... –

Linda se siente morir oyendo a su ama. Alicia sigue contando las maravillas de su novio, como un tábano, picando el ánimo de la doncella, mientras la peina. Adorna su cola de caballo con un lazo rosa grande.

Ya está. Ahora limpia la casa entera, puta de mierda. –

Linda sale disparada, pero no puede evitar que el ama le de un azote en el culete, que el vestido apenas cubre.

¡Rapidito o le pediré a Roberto que te sodomice en mi presencia! –

Esa amenaza es aterradora. Linda va al cuarto de limpieza y saca la escoba, la fregona y el quitapolvos. Alicia la sigue y la reprende:

Ah no. Hoy usarás la escobilla y limpiaras el suelo con una bayeta. –

Linda obedece. Pronto se encuentra a cuatro patas, recogiendo las miguitas de pan de las tostadas que el ama no ha querido comerse con una escobilla más pequeña que una brocha para pintar. Después, de rodillas, friega, uno por uno, los azulejos de la cocina. Alicia ya no la vigila. Se ha ido a ver la televisión.

Dos horas más tarde, Linda ya está terminando sus tareas domésticas con la limpieza del polvo. Esgrime el plumero por todo el pasillo, acariciando con sus plumas los jarrones. Alicia está anotando en su cuaderno las impresiones que le ha causado esa mañana su esclava. Apunta todo lo referente a su educación, a la disciplina y al acondicionamiento de su anatomía.

Linda casi ha concluido. Alicia mira por los rincones, admirada de la pulcritud que su doncella ha conseguido.

Bien, muy bien. Está todo impecable. –

Mmppfff. –

Pero queda un sitio por limpiar. Alicia lo sabe tan bien como la esclava.

Termina limpiando el tocador. – ordena el ama.

De todas las tareas que le encargaban, sin duda la que "ella" más aborrecía era limpiar el gran espejo "de la vanidad" en el tocador del ama. Porque mientras lo hacía tenía que mirar en lo que se había convertido en manos de una mujer dominante. Al aplicar el paño húmedo sobre la lisa superficie, creía oír siempre las risas de la dómina. Y "ella" lo único que podía hacer era llorar en silencio.

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