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Maná la Pantera en la selva urbana

en Dominación

Bienvenido a la jungla, a mi jungla, a mi baobab de metacrilato, cable de cobre, hormigón y sillones en imitación de piel. Bienvenido una vez más, Rey de las Altas Finanzas.

Así me digo cada día al penetrar en el edificio de mi compañía, de cuyo capital soy virtualmente único responsable y administrador. Es una sensación que alguna vez roza la euforia, bordea el clímax, acaricia la apoteosis. Sin duda es mejor que el sexo, supera en intensidad y calidad al mejor orgasmo que haya tenido nunca. Encumbrado, no me extraña que los buitres más abajo se peleen y revoloteen por la carroña de poder que les dejo.

Gime mi poltrona de placer al recostarme en ella, en el último piso, tan por encima del techo de la ciudad que sólo los ángeles en sus nubes podrían decir que tienen mejor vista desde sus oficinas. Y aún así, creo que me envi...

-Don León, tiene una visita esperándole en-

-¡QUÉ TE HE DICHO SOBRE INTERRUMPIRME HASTA EL MEDIODÍA!-rujo por el interfono, enajenado por la ira de haber sido interrumpido en mi mejor momento introspectivo.

Pasan unos minutos, casi media hora y vuelvo a relajarme, pero me durará poco ese beatífico estado. Llaman a la puerta del despacho y se filtra la voz asustada y tímida de mi secretaria, Luisa.

-Señor León, por favor, es muy importante.-

Esa niñata me ha cansado ya. La voy a echar tal bronca que no pararé hasta verla llorar. Pero al abrir la puerta, me encuentro algo inesperado... pero deseado.

-Buenos días, señor Da Silva. Debo pedirle disculpas por presentarme así de improviso, pero le ruego entienda que un asunto que no puede esperar me trae a su presencia.-

Quien ha dicho eso no es otra que Manabiya Naongui, o más occidentalmente "Maná la Pantera", mi más preciada clienta. Encantado por tenerla, la hago pasar y cierro la puerta de mi despacho.

-¿Y bien?-digo, interesado por sus nuevas.

La Pantera mira por los ventanales a la calle, a más de doscientos metros más abajo. Son las 9:24, y el sol de invierno apenas ha hecho clarear el cielo, pero ya pelean, irreconciliables, la blancura de las nubes con el ébano de la piel de Maná, color que su espeso abrigo de pieles y botas de caña alta acentúan con reflejos sedosos y brillantes respectivamente.

-Vengo.- comienza su discurso – a adquirir el total de la compañía.-

-Breve. ¿Y qué oferta piensa hacer para ello?-

-Pues tras pensarlo mucho y detenidamente, creo que encontrará cómo más que generoso el privilegio de venir junto a mí en este instante y besar la punta de mis botas.-

"Realmente es una oferta suculenta." Pienso y me incorporo de mi poltrona. Desde luego, aceptaré, pero me obliga el juramento hipócrita a tontear con los accionistas. Tras unos pasos erráticos me sitúo frente a ella y la examino, pero me ignora, distraída en limar sus largas uñas pintadas de rosa fuerte. Me arrodillo, pues, y rozo con mi cara la pulsera de platino que le tributé cuando comenzó a "comprar acciones". Suspiro sobre su muñeca, queriendo besarle el huesecillo saliente tan sexy que mantiene la joya inclinada, para finalmente, postrádo con humildad, acariciar un segundo con labios temblorosos la afilada punta de su calzado.

-Te piensas poco los negocios. No sé cómo no se ha ido a pique toda la empresa hace tiempo.- señala, eludiendo mi contacto y caminando hasta mi sillón para sentarse en él. –Mmmm... pero tienes talento para elegir el mobiliario.- añade, acomodándose sobre el confortable asiento. Cuando ya ha terminado, posa sus piernas encima de la mesa, de mis cosas, tirando al suelo, dudo que inintencionadamente, mi foto con el Presidente del Gobierno. Daría realmente mucho por servirle de escabel.

-La mesa no es cómoda.- comento.

-Lo suficiente.- responde.

-¿No preferiría utilizar mi espalda?-

-Quizás. Pero no te lo mereces. Digo más: no tienes con qué pagar ese privilegio. Acabas de darme la compañía. No te queda nada.-

Pienso, excitado, pero la visión de sus piernas fabulosas sobre mis dominios me resulta demasiado perturbadora para concentrarme en artificios retóricos. Sus brillantes botas me enloquecen, tanto que sería capaz de...

-Parece que el suelo está sucio fuera.- observo, sin declarar mi verdadero interés para no descubrir mi juego.

-Hay mucha suciedad, sí.- afirma Maná. –Pero viniendo en taxi no hay ocasión de mancharse mucho.-

-Ah, por eso las cáscaras.-

-¿Qué cáscaras?-

-De pipas. Creí que estaba prohibido comer en los taxis.-

-Lo está, pero sé convencer a los hombres para que hagan excepciones. Y las pipas me encantan.-

Hubo un silencio que yo no rompería, hasta que la Pantera se decidió a comprobar que no mentía: en el tacón de una de sus botas y en la suela de la otra había restos de su fruto seco favorito. Imagino que no queriendo ir hasta la moqueta para quitárselas, consintió por fin en mi tácita propuesta.

-Limpia las suelas y los tacones y te permitiré servirme de escabel un rato.-

-Sí, señora, será un placer.-

Gateando llegué hasta la mesa y allí, de rodillas de nuevo, esperé a que alargara la primera de sus piernas para ponerme su bota al alcance de la lengua. La saqué y dejé que retozara por la suela, llevándose a cada lametón un poco de porquería y un mucho de satisfacción. En tres lametones estuvo limpia y cambió de pierna con elegancia. Fueron entonces mis labios los que se aplicaron en besar el hermoso tacón hasta dejarlo inmaculado.

-Muy bien. ¿No deberías haber sido limpiabotas en vez de directivo?- se mofó, pero yo estaba contento. Me puse a un lado, a gatas, y esperé a que girara el sillón para reposar sus pantorrillas en mi lomo, lo cual no tardó en hacer. Fue maravilloso. Para aprovechar la comodidad, decidió usar el interfono para pedir a Luisa que le trajera un café solo y una palmera de chocolate. Me extrañó que Luisa accediera sin consultarme a mí, pero no me pareció mal: después del bufido de antes, no querría contradecir ninguna orden.

Lo estupendo de nuestra relación eran los silencios. Abundaban, y no nos hacían sentir incómodos. Todo lo contrario: imaginábamos los pensamientos del otro con bastantes visos de verosimilitud. Pero en aquella ocasión, y aunque el cuidado de sus uñas parecía darle cuantas satisfacciones necesitara, tenía el pálpito de que quería que yo hablara.

-¿No sería mejor limarlas primero y luego pulirlas?-

Silencio, reprobatorio.

-¿Las de los pies son también rosas?-

-No.-

Más silencio. No estoy muy imaginativo esta mañana. Tendré que improvisar. Cuidando de no molestarla, me coloco sus tobillos en los hombros y procedo a quitarme la corbata y la camisa.

-¿Qué haces?-

-Oh, venga, somos viejos conocidos, ¿no me irá a negar un préstamo?-

Suelto la hebilla del cinturón con una mano y haciendo verdaderos equilibrios, consigo quitarme los pantalones y los zapatos. Pero cuando voy a volver a colocarme en posición, rompe en carcajadas.

-¡Qué payaso eres! Venga, quítate los calcetines y calzoncillos y de paso descálzame.-

Obedezco presto: no, no tiene las uñas de los pies pintadas.

-No he traído pintauñas, lo siento.- se disculpa, y debo conformarme, que no es poco, con que plante sus pies en mi pecho. Transpiran bastante, y están calientes. Deseo tocarme y empiezo a hacerlo. No me dice nada: buena señal. Sacudo mi pene con violencia, los ojos cerrados y una mano sosteniendo los pies de la Pantera. La corrida en el parqué es salvaje, pero cuando voy a limpiarla, Maná me detiene:

-Ya has visto suficiente por hoy, y como me figuro que no vas a hacer nada, gandul blanquito, en todo el día, al menos no estorbes. Ten ponte esto y quédate muy quieto. A no ser que prefieras limpiar tu polución con el palo de la fregona en el culo.-

Me coloca un antifaz que me impide la visión por completo y tal y como ha ordenado, aguardo inmóvil. La oigo hacer llamadas y hablar en algún idioma africano. Me excita horrores la idea de que haga pasar la compañía a manos de empresas de familiares suyos en el continente negro, que dilapiden el capital en lujos perversos y sibaritas. La junta exigiría mi cabeza enseguida, y yo tendría que confesar mis lujuriosos negocios para evitar lo inevitable: la cárcel, la ruina y la ignominia para el resto de mi miserable vida.

Llaman a la puerta. Debe ser el desayuno. Oigo que se levanta, pero no andar, pues descalza sobre la moqueta, la Pantera es inaudible a pesar de sus contoneos. Lo que sí percibo es el tintineo de la pulsera al chocar con la bandeja de metal. Luego regresa al sillón, aunque noto algo extraño. Creo que me está observando, o siento su presencia muy cerca, pero cuando habla parece estar lejos.

-Va siendo hora de caldear el ambiente.-

No la oigo levantarse, pero ha colocado su mano en mi mejilla. Parece que quiere que abra la boca. Demasiado tarde, cuando ya he obedecido, huelo el humo del tabaco: deja caer las pavesas de un cigarro en mi lengua doliente. Gimo, dolorido y sorprendido, antes de balbucear.

-¿Dehde cuando fuma?-

Todo esto es raro. Me contesta, pero desde una distancia que parece la del sillón.

-Calla y sé un buen cenicero humano.-

Me agarra con dos dedos la lengua y me la saca de la boca. Sus uñas son mucho más cortas, y por fin caigo: no es Maná. Eso no impide que una colilla incandescente sea apagada en mi órgano más terriblemente sensitivo.

-¿Aba? ¿Quié esá en el esbaso?-

-Yo, cerdo arrogante, tirano.-

Es Luisa, mi secretaria, la que me ha quitado el antifaz, y también la que ha torturado mi boca. Me mira con asco, odio e infinito desprecio. Yo miro a la Pantera, que se está poniendo las botas para marcharse.

-Ea, hasta luego, parejita. –

-¡Maná!-

-Sssshhh, la dejo a ella al mando. ¿No te parece lo más normal, si era tu secretaria? Da igual. Luisa, haz como te he dicho, ¿vale? ¡Ciao!-

La Pantera se ha largado y yo temo por mi integridad hasta que vuelva. Luisa medita, con cara de furia, sobre el modo mejor de dirigir las cosas y obtener algo de "venganza", pero al final.

-Qué demonios.-

Me asesta una patada en la entrepierna que me deja fuera de combate, agonizando en el suelo y gimoteando. Ella aprovecha para ordenar las cosas sobre mi mesa y hacer algunos arreglos.

-Subida de sueldo del 300%... ná, no seamos tímidas, del 1000%. Voy a cobrar más que tú, ¿qué te parece?-

-Excelente.- jadeo –Hay que cuidar a los empleados.-

-Desde luego. Y a partir de ahora, harás las labores de limpieza en mi salita, y te asignaré una hora al día para complacerme como más me parezca: masajes, manicura, y cunninlingus si te portas bien. Si te portas mal, bastardo, puede que te use como cojín y tengas que limpiar mi entrada trasera.-

-Una gran responsabilidad, señora Luisa.-

-Señorita, que a mi nunca ningún macho me ha puesto el yugo, no te equivoques. No se puede decir lo mismo de ti, ¿eh? Ven, que quiero que te acuerdes de todo esto, no vayas a pensar que es un sueño o un jueguecito.-

Me arrastré a su presencia y me incorporé a duras penas. Lo primero que hizo fue abofetearme.

-Eso por gritarme esta mañana, gallito.-

Luego cogió la placa con mi nombre y rango, una de metal alargada y delgada, y me golpeó con ella los costados y una vez el glande.

-Hay que fastidiarse lo puerco que eres. ¿Te gusta que te peguen, eh? La tienes bien dura.-

Por último me plantó el sello entintado de la empresa en la frente, las mejillas, las nalgas... Se divertía haciéndolo, y cuando se cansó me ordenó servirle de mesita para dejar la bandeja con el café y algo de bollería mientras ella miraba la ciudad a través de los amplios ventanales.

-Yo debería ser la directiva, no un eunuco como tú.-

Maná volvió, con los brazos llenos de bolsas de tiendas caras. Enseguida mandó a Luisa a su puesto habitual. Tras unos minutos, cuando ya se me pasó por completo el dolor en el vientre por la patada, la hice saber mi ingenua inquietud.

-¿De verdad vas a quedarte como dueña de la empresa?-

-No.-

Suspiré aliviado. En el fondo no quería que aquello fuera más allá de la fantasía y la farsa. Por eso me dio mucho que pensar en aquella trepidante jornada lo que Maná la Pantera añadió a lo que acaba de responder.

-Soy tu dueña. Es mejor y más divertido.-

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