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Tu sueño de sumisión

en Dominación

Te enamoraste de Sizuka. Perdidamente. Sí, porque fue tu perdición.

Sois jóvenes y guapos. Pero ella además tiene algo único y especial. No sabías qué, sólo podías intuir su existencia en su mirada. Si te hubieses detenido en hallar esa particularidad, podrías haber corrido un destino diferente. Pero su cuerpo adolescente, fresco, bello hasta la exquisitez, te embotaba los sesos. En el continuo deleite que fue aplicar tus sentidos en la contemplación de Sizuka durante aquel último curso del instituto, germinó en ti un amor desesperado y una lascivia irrefrenable.

-Sizuka-chan....- dijiste el día del examen final, en la cafetería- Tengo un secreto que contarte. Ha esperado ya demasiado tiempo.- dijiste, serio.

-¿Sí?- inquirió su cándida voz, contrastando con la fría seriedad de tu declaración. Por última vez antes de comprender su significado, viste el extraño brillo de su mirada.

-Sizuka-chan, yo...- comenzaste a decir, pero te interrumpiste unos segundos para, gentilmente, recoger el pañuelo que ella había dejado. Se lo diste y con una gran sonrisa hizo que te olvidaras de lo que tenías que decirle. Te observó con atención mientras tragabas de golpe el resto de tu café y cuando carraspeabas, intentando encontrar el valor que te faltaba, te dijo:

-Lo sé. Éste no es el lugar adecuado. Ven al cuarto de la limpieza dentro de diez minutos y allí hablamos.-

Te dio un beso en la mejilla y se fue por el pasillo, con un contoneo entre ingenuo y provocador. Su figura, vestida de uniforme de colegiala azul marino con corbatita roja y camisa blanca, era un fetiche constante en tus fantasías, ¿me equivoco? Y quizás pensabas poner en práctica alguna de ellas en el cuarto de la limpieza. Oh, sí, en eso seguro que me darás la razón.

Según caminabas por el corredor, te resultaba más difícil pensar. En tu cabeza las imágenes de Sizuka se volvían borrosas. Sin duda los nervios te estaban jugando una mala pasada. No, pero ellos no te arruinarían tu gran momento. No...

Caíste desmayado. Y en la oscuridad de la inconsciencia la única luz era la mirada de Sizuka.

-Mmmm...-gimes. Ahora.

Es extraña esa sensación. ¿Ésa? Ésas, cierto. Perturbadoras. La cabeza aún te pesa, pero ahora curiosamente no evocas su rostro. La pantalla de tu mente está en blanco. Pero pronto los reflejos y el instinto van a llenarla de frenéticas visiones de ti mismo.

No puedes mover los brazos, que están a tu espalda. La boca la tienes abierta, pero no emites sonido, porque algo la obstruye. Una molestia que en cuanto centras tu atención en ella se convierte en agudo y lacerante dolor te lega de las tetillas. Estás recostado boca abajo sobre una mesa, pero tus piernas cuelgan. ¿En serio? No, llegan al suelo, pero en un ángulo extraño. Y toda tu piel está algo más fría.

-¿Mmmmm?-te preguntas, confuso. Ves bien la puerta enfrente tuyo, la de un aula. Estás dentro. Enseguida sientes miedo, pánico. Estás inmovilizado, y la sensación de frío ya sabes que se debe a que estás desnudo.

O casi.

Respiras entrecortadamente. Los pezones son una fuente de suplicio. Algo los atormenta. Quieres levantarte, y apoyando tus pies en el suelo a través de esos ¿zapatos?, te impulsas. Pero no te alzas apenas unos centímetros. El dolor se vuelve extremo, tirante. Y te percatas de que tu cuello está rodeado por una correa, y que esta va, tirante, al extremo de la mesa, perdiéndose por el borde de tu izquierda.

Gritas "¡Socorro!", pero esa mordaza es completamente efectiva. Tus manos se mueven, pero las muñecas y los antebrazos hasta casi los codos están juntos, pegados o atados. Crees que atados, En cualquier caso, a conciencia.

El tropel de sensaciones, las nuevas que vas descubriendo y las anteriores que vas clasificando e identificando, te resulta demasiado difícil de asimilar. Tu cuerpo reacciona. Te sientes, sobre todo, vulnerable, y también expuesto.

Aún hay sensaciones que no interpretas. Tus piernas están vestidas con algo, hasta algo más arriba de los muslos. En tu cintura hay algo, similar a lo que aprisiona tu cuello. Y la más inquietante de todas, es el entorno de tu pene. Un sólido artificial está en contacto con él. ¿Hasta qué punto? No lo sabes, porque ya estás buscando una salida a este absurdo. ¿Es un sueño? ¿Por qué estás así?

-Hola.-

Es la voz de Sizuka. La buscas con la mirada y la ves. A tu derecha, junto a la mesa. ¡Te va a ver desnudo, te ha visto ya! Te llena la vergüenza, y tu pene se encoge, pero el cuerpo en contacto con él apenas si reacciona a ello. Sigue allí. Y Sizuka, o alguien que se parece mucho a ella, con su misma voz, a la que apenas has visto un instante en lo que te has despertado a esta extraña y bizarra pesadilla... no, no te engañes, es ella.

-Jaja. Estás... ¡guau!-

Notas algo nuevo. Una superficie lisa y dura se coloca bajo tus testículos. Los toca directamente, pero el resto del pene siente su contacto a través de otro cuerpo distinto. ¿Qué es eso, por dios? Te eleva los huevos un momento, un segundo después un dolor muy desagradable, que compite con el de los pezones, te invade: te han dado un golpe en los testículos.

-Me excita ver tu pito enjaulado.-

¿Tu pito enjaulado? Sí, la sensación se corresponde. Todo el miembro está dentro de un objeto... de una jaula. La sientes en toda la superficie, incluso en la punta del glande que sobresale del prepucio. Es como si estuviera en una pequeña caja, compactado contra las paredes de la misma. No es doloroso, pero intuyes que puede llegar a serlo si te pones cachondo...

¿Qué está haciendo Sizuka? Debería liberarte. Tratas de girarte para verla. Pero dos cadenas delgadas unidas a tus pezones por sendas pinzas lo impiden. Te echas a llorar tras sentir el espantoso tirón, que multiplica la ya de por si insufrible sensación de tener el pezón apretado, mordido, por una presión inescapable.

-Querías follarme, ¿eh? Así me demostrarías ese amor tan profundo que sientes por mí. Tsk, tsk, nene malo. Sólo te voy a follar yo. Verás qué divertido es.-

Su voz te hiela la sangre. ¿Pertenece a la del ángel que adoras, o al demonio? Un escalofrío te recorre, mientras forcejeas inútilmente. De pronto, otro dolor se instala en tu carne. Un golpe seco en el culo, propinado por, casi lo podrías jurar, el mismo objeto que antes castigó tus huevos.

-¡Quieto! No quisiera... pegarte mucho aquí.-

Con el objeto, que casi visualizas y que por tamaño imaginas como muy similar a una paleta de ping-pong, acaricia tus nalgas. Luego la parte posterior de uno de los muslos recibe una caricia distinta, la de un tacto suave: dedos, los dedos de Sizuka. El otro muslo sigue percibiendo la pala. Pero ambas caricias, en su trayectoria descendente, llegan a una frontera: la prenda que te cubre las piernas y que ya logras identificar con unas medias.

"¡Qué tipo de humillación es ésta, Sizuka!" gritas para ti mismo, y la mordaza deja escapar unos débiles gemidos. "Atado, con mi polla en un artefacto espantoso, medias de mujer, travestido y... ¡sí, hasta zapatos de tacón! ¿Sizuka? ¡Qué demonios significa esto, socorro!"

Efectivamente, tus pies están calzados por unos zapatos de elevado tacón. No descargas mucho peso en ellos, pero aún así lo notas. Deduces también enseguida que lo que tienes en la cintura es un liguero.

La imagen que de ti mismo tienes resulta... En fin, busca tú mismo el adjetivo. Mientras lo haces, Sizuka parece dispuesta a darte ¡por fin! Alguna explicación a todo eso. Está junto a tu cabeza de nuevo.

-Te voy a violar, nene. Mira. Esto es lo que va a penetrar tu culo.-

Entre tu cara desencajada por el terror y el maquiavélico rostro de Sizuka, se interpone, sobresaliendo de su mano delicada, un monstruoso consolador de por lo menos siete centímetros de diámetro en su parte más gruesa y casi 30 de longitud.

-Relájate, que te voy a ir dilatando poco a poco hasta que te quepa.-

Si era un orden, perdió su sentido en cuanto el primero de los dildos destinados a agrandar tu esfínter lo transpuso sin contemplaciones. No era gordo, apenas más que un par de lápices. Puede que incluso fueran lápices. No lo sabes. Pero Sizuka los introdujo en tu recto sin mayor problema. Tú en cambio, te sentiste violentado irremediablemente. El ano se contrajo sobre los invasores, pero no fue capaz de mantener ningún control sobre ellos, y a los pocos segundos Sizuka los retiró.

-Bueno, bueno, vamos a ver qué tal aguantas una polla como la tuya. Nada especial, por otra parte.-

Te humillaba, descalificando el tamaño de tu pene. Éste, encerrado quién sabe por cuanto en su cárcel, no reaccionó, pero lo sentías.

Poco a poco, y con la colaboración final de tu parte, que no veías el momento en que terminase el tormento, te penetró con el segundo consolador. No llegaba a ser dolorosa, pero era muy desagradable la sensación. Sizuka hizo girar sobre si mismo y sobre l base el artilugio dentro de tu culo, buscando una especie de masaje que obligase a los músculos a dilatarse. Si fue efectivo o no, sólo lo supiste cuando el tercer consolador lo sustituyó.

-Éste ya hay que lubricarlo, cariño.-

Sí, algo viscoso había en la punta del objeto que presionaba la entrada de tu esfínter. Debió parecerle suficiente a Sizuka, que sin piedad empujó la base hasta hacerlo entrar. En un punto el lubricante dejó de hacer efecto y la textura rugosa, trabándose en la sensible mucosa rectal, te hizo entrever el infierno. Te apoyaste sobre los tacones y a pesar de dejar en tensión, con el consiguiente suplicio, las cadenitas de los pezones, te pusiste tieso. Sizuka paró al ver tu resistencia, extrajo el objeto, untó la parte que aún no estaba en tu ano de lubricante, y lo volvió a empujar entre tus amordazados aullidos de agonía.

-¡Muy bien! Ha costado, pero ya está. Sólo queda el último.-

Llorabas desconsolado con el dolor concentrado en aquella maldita parte de tu cuerpo. Sizuka se percató y te miró. La miraste. No había nada de compasión sincera en esos ojos. La que había era una burla, una máscara del brillo que tanto te extrañó antes de hoy y que ahora por fin tenía palabras para describirse: puro sadismo.

-Venga, no llores. Te dejaré un buen rato con éste. Y como estás siendo un niño muy bueno, te voy a dar un premio entretanto.-

Tiró de una de las cadenitas y aullaste en silencio por el espasmo de dolor. Sizuka se relame cada vez que gritas. No lo hagas. Se coloca a tu espalda y con sus dedos toca tus testículos, sopesándolos. Te gusta, sabe como hacerlo, pero... oh, no, la erección es tan inmediata como imposible. ¿Resultado? Sizuka riendo con tu pene en su mano, ocupando un mínimo espacio, y dentro de la caja todo el desahogo que pensabas que podrías tener con ella en el cuarto de la limpieza, convertido en una dolorosa y humillante frustración.

Ella pretenderá después que en ese momento nació su sumiso. Pero se adelanta a los acontecimientos. No caigamos en el mismo error.

Te extrae el consolador con trabajo. Tu culo parece replegarse un momento, pero lo sientes dado de sí, dolorido. ¿Um? Un dedo untado en lubricante te penetra enseguida, y llena todas las paredes de sustancia, Sale y vuelve a entrar, con más de esa sustancia. Es agradable, pero pensar en el motivo de su uso... te aterra.

-Un segundo.-

Sizuka sale. Es tu oportunidad. Te mueves de todos los modos posibles, sin éxito, intentando no tirar de los pezones. Por fin, y a pesar del dolor, tiras de ellos. Sientes como si se fueran a desgarrar, es demasiado, sin fuerzas y jadeando te dejas caer en la posición inicial. Que venga ya esa perra y acabe con esto. Si no quiere, no escaparás.

-¿Listo? ¡Sonríe!-

Un flash te deslumbra. Miras y lo compruebas: ha traido una, no, dos cámaras. Una de fotod y otra de vídeo. ¡Lo va a filmar, con una finalidad que excede en crueldad a cuanto puedas imaginar! Te revuelves histérico, pero te vuelve a fotografiar. Está alienando tu vida, con esas fotos puede hacer de ti lo que quiera.

Tres fotos más y parece satisfecha de momento. ¿Qué toca ahora? Lo temes, en tu desesperación aún hay hueco para el pánico ante lo desconocido. Ha cogido su bolso. Saca cosas.... maquillaje. ¿Para...? Para ti.

-Cierra los ojos o te los saco.-

Obedeces, llorando a lágrima viva. Pero eso no impide que ponga rímel y sombra en tus pestañas y párpados. Luego te da colorete y lápiz de labios, éste con mucho tiento y paciencia, pues tu boca amordazada impide florituras de esteticienne.

-¡Perfecta! Les vas a encantar.-

¿A quiénes? ¿A tus padres? ¿A tus amigos? ¿A tus profesores? O puede que a otros, a individuos depravados que paguen por ver travestis sumisos. ¡O puede incluso que esas fotos estén destinadas a anuncios de contactos, y que Sizuka piense prostituirte! Mirando sus ojos incluso esta última opción no parece descabellada. Tu amada es un ente que ya no pretendes comprender... Te ha sobrepasado en apenas una hora.

Se pone tras la cámara de video y gira la pantalla digital. Ya está grabando. T ves de lejos, pero no lo suficiente como para no distinguir tu bizarro aspecto. Ningún ser humano con dignidad estaría en esta situación. Y tú parece encaminado a sobrepasarla. Sizuka cambia la cámara de sitio, sin dejar de filmar tu cuerpo humillado, y la sitúa a tu espalda, sin duda enfocando a tu culo.

Fueron dos minutos que has querido borrar de las efemérides de tu cuerpo. El recuerdo de tu ano, siendo traspasado por le último y monstruoso consolador es demasiado vívido. Espantoso. Creíste morir, sobre todo cuando, aún a la mitad de su recorrido en tus entrañas, Sizuka se acercó con la cámara en tu frente y te enfocó el rostro desesperado riéndose de "lo puta que era esa perra sumisa".

Sizuka ya ha terminado. Tu culo tiene incrustado el falo descomunal, y pararte a describir las sensaciones que te produce es masoquista. No, te someterás, simplemente. Le perteneces, con esa cinta y esas fotos has pasado a ser suyo, su juguete, una propiedad más como un perro... pero tú ni siquiera tendrás posibilidad de escapar.

-Bien, te considero bastante listo, así que obviaré lo que te puede pasar si no me complaces, esclavo.-

Suelta el cierre que asegura las cadenitas de tus pezones. Notas algo de alivio, más que nada psicológico, al poder mover el torso libremente sin miedo a arrancarte las tetillas de cuajo en un agónico estertor. Pero las pinzas prosiguen en su sitio, carniceras. Toma la correa de la mesa y con un movimiento firme te levanta. El equilibrio sobre los tacones resulta complicado, pero por suerte dura un instante. Tira de la correa hacia abajo y intuyes que quiere que te postres. Lo haces, obediente. Cuando estás de rodillas, te quita la mordaza. Espera unos segundos, sin duda para aplicarte un rápido y firme correctivo si te pones a chillar o algo así. No es necesario. Callas y tragas por fin saliva sin dificultad.

-Bien, bien, aprendes muy rápido. Ahora...-

Señala a sus pies. Tienes que improvisar la respuesta adecuada a su deseo. Esperas que sea la correcta... te echas sobre el suelo y lames, presa de la desesperación, los zapatos de colegiala de Sizuka.

Ya está...

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