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Mi antología del Bdsm (1)

en Sadomaso

Relatos cortos basados en mi pequeña (pero selecta) colección de fotografías bdsm.

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Harto de ver su cara dulce y angelical, decidí ponerle una máscara que nos recordara, tanto o más a mí que a ella, que era sólo una esclava, una furcia de usar y tirar.

Era de latex, blanca, y tenía una abertura a la altura de la boca con forma de labios vaginales. Se me ocurrió adornarla con unos anillos, para darle un aspecto aún más kinky.

Zorra, píntate bien, como la ramera que eres. –

Sí amo. –

Se puso sombra de ojos verdes y carmín rojo pasión.

Suficiente. Ahora... ponte esto. –

Le di la máscara y se la puso sin rechistar. Sus ojos, manchados los párpados por completo de maquillaje, me miraban, las pestañas largas, y su boquita roja aparecía entre los labios simulados de goma. Me sacó la lengua.

Perfecto. Ahora tengo una puta con dos coños que follar. ¡De rodillas! –

Obedeció. Me miraba, provocadora. Me bajé el tanga y le mostré la verga, bien tiesa, lista para ser adorada por sus labios de puta barata. Le puse una mano detrás de la cabeza y la empujé hacia mí. Pronto me estremecí de placer al notar mi pene calentado por su boca, penetrándola hasta el fondo.

Me la empecé a follar. Aferraba la piel de mi sable de modo que me masturbaba con cada embestida. No era una felación normal, su lengua estaba demasiado quieta. La separé de mí para observarla.

Allí estaba, silenciosa, como riéndose tras su máscara de cara de coño. Me sacó otra vez la lengua y hizo girar un par de anillos al hacerme burla. No lo pude aguantar. Volví a clavarle mi tranca, más rápido que antes, y a bombear. Y cada cierto tiempo, volvía a apartar su cara de mi bajo vientre para deleitarme con su provocadora lengua y su mirada.

Me corrí dentro de su boca. Se lo tragó todo, fue el momento en que más noté el movimiento de su lengua. Cubrió el glande con ella, sorbió, y lo limpió con esmero. Exactamente lo que se esperaba de ella.

Cuando quedé satisfecho, me abroché el pantalón, le di una bofetada a aquella cara anónima y sonriente y cogí el lápiz de labios para escribir sobre su frente: "puta".

 

Lo que más la humillaba no era el permanecer de pie, los pechos anillados al aire, el talle ceñido por un corset que la impedía respirar y andar con normalidad, y una mordaza de bola llenando su boca. Total, no tenía nada que decir...

Ni siquiera le importaba sostener la cadena en su mano enguantada, colgando del collar de perra, ni el no llevar bragas, aunque sí unas medias y liguero negros. No, eso le daba más o menos igual. Eran los caprichos del amo y sólo tenía que cumplirlos. Eso de hecho la satisfacía, la gustaba.

Porque lo que realmente la humillaba era haber descubierto su faceta masoquista y sumisa a los cincuenta años, y que cada vez que su amo la daba un azote en el culo para recordarle su lugar en el mundo, ella no se echaba a llorar, agradecida.

¿Había secado sus lágrimas la frustración de una juventud lozana llevando una vida sexual ordinaria?

No me importa. Vas a salir de paseo así. - dijo el amo, equivocando la tristeza de los ojos de Julia con la vergüenza.

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El calor hace que el ajustadísimo vestido de vinilo violeta se adhiera como una segunda piel al cuerpo voluptuoso de la esclava.

Le gustaría un poco más de libertad, pero tiene las manos atadas, al igual que los tobillos, y ambas articulaciones están enlazadas por un cabo de cuerda blanca.

Las medias empiezan justo donde termina el vestido. Nota las hebillas metálicas del portaligas calientes.

¿Y dónde está el ama? La ha dejado ya mucho tiempo sola para que meditase sobre su mal comportamiento y desobediencia. La esclava quiere verla, sentirla cerca, pendiente de ella, aunque sólo pueda ver sus delicados pies y tobillos.

Por fin, la señora vuelve. La esclava ve los zapatos de tacón afilado pararse junto a ella, y detrás de la media oscura, el tatuaje que tanto la excita besar cuando su dueña le ordena adorarle los pies.

Bien, escalva desobediente. ¿Has reflexionado sobre tu conducta? –

¡Sí ama! He sido una muy mala esclava que merece un severo correctivo. –

Así es. Pero más importante que eso es el propósito de no volver a desobedecerme. –

Sí, ama. Lo siento... –

Finge un poco estar de verdad compungida, porque en realidad está muy feliz de tener los pies de su divina señora tan cerca, al alcance de su lengua y labios.

¿Volverás a hacerlo? –

No, mi ama, lo prometo. –

¡Júralo! –

¡Lo juro, ama! –

Bien, ahora puedes besarme los pies. Después te aplicaré el castigo conveniente a tu falta. –

La esclava no cabe en sí de gozo. Cierra los ojos y deja que sus labios se estampen en un cálido, cálido beso, sobre el tatuaje: un cuchillo rodeado por los anillos de una serpiente.

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Al ver aquel traje-prisión, todo de cuero, asegurado por innumerables correas, tuve la primera erección.

Todavía no. - me reprendió el ama, y apoyando la punta de la fusta sobre mi glande hizo bajar al pene rebelde.

Pronto mi cuerpo empezó a acoplarse a la piel. Los brazos y las piernas quedaron apretados por un único cilindro de la deliciosa materia. Después, la capucha fue colocada con cierto esfuerzo sobre mi cabeza.

Bien, mírate. - me indicó la señora, y ayudándome a avanzar saltitos, me colocó delante de un espejo.

Me volví a empalmar al verme encerrado, atrapado por la negra piel, pero esta vez una barrera de rígido cuero impedía casi por completo que mi pene se levantara. Eso era molesto, por no decir doloroso.

¿Te gusta?- quiso saber mi ama.

La miré, pues también la reflejaba el espejo. Me estaba examinando detenidamente, relamiéndose. Su fetichismo por la piel era igual que el mío. Sus pupilas dilatadas indicaban lo excitada que estaba.

Sí. - respondí, y miré hacia mi bajo vientre para intentar descubrir algún signo, un bulto que revelara mi erecta condición. No lo hallé.

Ella cerró las cremalleras y ajustó al límite, a petición mía, las correas. Guiado por sus manos fui conducido al salón. Allí me sostuvo para que pudiera recostarme. Me sentía muy indefenso, completamente expuesto, pro paradójico que parezca.

Abre la boca. - me ordenó, y cuando obedecí me penetró hasta la garganta un gruesa mordaza en forma de falo doble.

No tardó en estar ajustado sobre mi rostro. Aunque la máscara impedía un poco la visión, podía ver el pene de goma negra brillante saliendo de mi boca y apuntando obsceno hacia el techo.

Cerró la última cremallera, la de los pies, y ajustó la última correa, la de los tobillos. Ya estaba completamente prisionero, y el saberlo aumentó mi frustrada excitación.

Mmmfff...- gemí, incapaz de contener la voluptuosidad.

Chsstt. - me hizo callar el ama.

Entró en mi ángulo de visión, sonriente, y se quedó un buen rato mirándome, a mi cuerpo enfundando en cuero, y a los ojos, que era la única parte de mi anatomía que era visible en aquella situación. Intentaba, supongo, leer en mi mirada y calentarse adivinando lo que me pasaba por la cabeza en esos momentos.

Fue a por un habano. Me mostró como lo descapullaba y encendía. Dio unas caladas profundas y siguió contemplando el espectáculo, su obra, satisfecha.

Vamos allá.- dijo, y se puso justo encima de mi cara.

Vi entonces que debajo de su gabardina negra no llevaba más que las botas. Su cúpula del amor estaba lista para aposentarse sobre el falo aprestado en mi boca. Se arrodilló y fue dejándose caer sobre mí. Noté pronto que el pene tocaba sus muslos, y que asistido por sus manos enguantadas se introducía en su sagrado agujero.

Mppffff...- volvía gemir, tratando de mantener rígido el falo artificial para facilitar la penetración.

Los más de veinticinco centímetros de consolador oral-vaginal perforaron su húmeda (a mi nariz llegó el olor de hembra en celo que desprendía su más deseada parte) cueva, hasta que noté la presión de sus muslos sobre mi rostro, relajando sus músculos por completo despacio, dándome tiempo tanto a acostumbrarme como a disfrutarlo.

Ahhhhh....- jadeo, al sentirse completamente llena por el consolador.

Me apenaba no verla (ya no veía absolutamente nada desde que las faldas de su gabardina tocaron el cuelo y cubrieron como un edredón impenetrable mi cabeza y sus piernas), pero saber que la estaba satisfaciendo, era compensación suficiente.

Noté que tocaba un par de cremalleras a la altura de mis pezones. Las abrió y enseguida recibí unas gratificantes caricias y masajes con sus deditos enfundados de cuero. La sensación era indescriptible. Moví ligeramente la cabeza, dejándome llevar por la libido, y ella reaccionó pellizcándome ambos pezones.

Jugó con ellos un buen rato, hasta que noté algo muy distinto. Una repentina quemadura insufrible en la piel circundante a uno de ellos que me hizo estremecer, aunque no conseguí otra cosa debido a mi completa inmovilidad. Se repitió en el otro pezón la misma dolorosa sensación y comprendí, llorando ya, que estaba apagando su puro en mi piel.

Luego sentí alivio, un ligero soplo sobre las quemaduras, mus suave. Ella estaba soplando como cuando te haces una herida. Imaginé su bello rostro, sus mofletes ligeramente hinchados y los labios formando una O para dejar caer sobre mis pezones la brisa de su pecho y me enternecí. Era como una madre curando a su retoño de una caída.

La sensación mejoró. Su lengua entraba en contacto con las tetillas y los labios las humedecían, traviesas. La erección me estaba haciendo sufrir como nunca. Nunca pensé que un hombre sentiría tanta excitación si le lamían los pezones.

Y de pronto creí morir, porque noté perfectamente que apoyaba su mano sobre mi paquete comprimido. Me había advertido el hecho de que el extremo inserto en mi boca del consolador doble me presionaba el paladar, indicando que mi ama se inclinaba hacia delante, pero ¿en qué terminaría? Dejé de pensar y sólo sentí...

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