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Que duela, que guste y que sea original

en Dominación

-Quiero verte, digo, perdón, amo, quería decir que, que esta sucia perra adoraría verlo.. Por favor... Amo.-

-Quizás me pase esta tarde.-

Colgué y fui a vestirme para salir, pensando en si Miriam me conocería lo suficientemente bien ya para descubrir la excitación bajo mi bien fingida fría indiferencia. Se cumplían casi 15 meses del contrato de esclavitud sexual que habíamos dispuesto como base de nuestra relación oficial, y ya eran unas pocas las veces que me interrogaba a mi mismo acerca de mi capacidad para sorprenderla.

-Si no puedo hacer que cada vez sea nueva, mejor me olvido.- me sorprendí hablándole al espejo retrovisor interior en un semáforo.

Pero mis dudas, sanas dudas, se disipaban casi siempre al llegar al escenario de nuestros desvaríos. Me dejaba llevar nada más abrir la puerta en un pulso entre la farsa decadente, la racionalización de todo lo que iba pasando y ese instinto, o pasión, que servía de combustible para todo lo demás.

Esta vez la originalidad empezó en que la puerta estaba abierta, o entreabierta, invitadora.

"Ya está, no puede salir a esperarme como es su obligación. Falta de respeto al amo intencionada, premeditada. Quiere castigo, ¿eh? Juguetona, hoy está juguetona" cavilé a toda velocidad, y haciendo alarde de un mal humor que nunca sabré si llegó a sentir, de un golpe abro la puerta.

Nueva sorpresa. Está ahí, en el hall. De rodillas. Desnuda. Con los ojos vendados por un pañuelo de seda roja. Su sexo es lo primero que se ve.

"¿Y si no fuese yo? ¿Y si fuese un vecino? ¿Y si yo hoy al final no me hubiese pasado por su casa? Muy juguetona. Extremadamente juguetona."

El suelo de madera está ligeramente húmedo bajo su sexo. Hay que tener práctica para darse cuenta de eso. Debe llevar así desde que me llamó. Y no creo que haya tenido ni que acariciarse. Seguro que pensar en las posibilidades la pone cachonda.

-Touché.- susurro junto a su oreja izquierda, y abre levemente la boca para jadear. Sonríe en cuanto cierro la puerta tras de mi.

No me importa reconocer cuándo me "gana". Este juego se presta a ello, y no es un golpe a mi orgullo. De hecho creo que para ella es una aliciente el saberse tan ingeniosa y ocurrente. Y si no... pues ya sabeis lo que dicen, que se puede ganar una batalla, pero aún queda el resultado de la guerra.

-Amo... estoy mojada.-

¿No lo decía? Eso podría ofenderme. No porque Miriam haya presupuesto que no me he dado cuenta de que sus jugos se han estado libando poco a poco antes de mi llegada, sino por pretender que la castigue por la suposición de haberse masturbado sin mi permiso. En fin, es suficientemente lioso, eso es lo que me molesta. Con lo fácil que es decir...

-¿Qué es lo que quiere la puta que haga con ella?-

Curiosamente, aunque ahora también pongo algo de teatro en el tono de mis palabras, igual que cuando me llamó esta mañana, es ahora cuando resulto plenamente convincente. Será que este primer lance se presta por lógica a que esté de mal humor.

-Perdón, amo. Me... mmm...-

Nota mi pene junto a su rostro, rozándola la mejilla. Sabe que la respuesta tendrá que esperar. A tientas, con algo de inexperiencia, boqueando, trata de hacerse con mi miembro, hasta que lo logra. Una vez ubicado, se concentra y fluye todo lo que ha aprendido de cómo me gusta que me la chupe. Delicioso, como siempre, sólo le falta un detalle para ser perfecto, pero lo soluciono enseguida: le quito la venda y sus ojos de color oliváceo me miran con infinita sumisión tamizada por la lascivia provocativa que tanto me agrada.

Pero no tengo prisa. Y ella ha dado el primer paso en esta sesión, no lo olvido. Aparto su cabeza de mi polla y le indico con una mirada que debe explicarse.

-Amo, esta perra le suplica -comienza, pero cambia, a la inversa de como lo hizo cuando llamó por teléfono -Me encantaría...-

La evolución que más he comprobado durante este año y pico es la de nuestra comprensión gestual. No sé si valdrá tanto como una imagen, o incluso más, un gesto. El suyo esta vez es diáfano: aparta la mirada y se muerde el labio, ronroneando casi imperceptiblemente. Quiere que la azote. Lo primero, lo de apartar la mirada, creo que es un residuo inconsciente de vergüenza, lo segundo es lo más revelador: no puede evitar, salvo por una mordaza, el morderse el labio cuando la flagelo; lo de ronronear es lo que no entiendo demasiado bien, así que me imagino que es para contrarrestar el que desvie la mirada. O simplemente para excitarme, aunque si fuera para eso, ¿por qué no hacerlo más... intenso?

Disculpad. Me encanta teorizar después de las sesiones: siempre me da la impresión de que he aprendido muchas cosas.

Penetro en la casa y ando hasta la "sala de juegos". De ella ahora mismo sólo me atañen las dos cadenas que penden, bien sujetas al techo, y algunos accesorios que no tardo en buscar en uno de los armarios. Miriam me ha seguido a cuatro patas, supongo, y debe estar esperando en el centro, a mis espaldas. Voy a coger dos pares de correas, candados y una barra separadora, pero veo algo nuevo.

-¿Y esto?-pregunto, mientras me giro y le muestro la manga de cuero negro diseñada específicamente para inmovilizar los brazos a la espalda de los sumisos.

-Ah, tenía muchas ganas de comprármelo.-explica Miriam, que efectivamente aguardaba de rodillas en el centro de la pieza. -Aún no lo he estrenado.-

Tendré que creerla. No me imagino cómo podría colocarse semejante restricción ella sola, y mucho menos cómo quitársela después sin ayuda. Me atrae la idea de probarlo, así que cojo un par de tobilleras, dos candados y la barra. Escasos minutos más tarde Miriam está casi lista, con las piernas bien separadas por la barra, y ambos brazos sujetos con la francamente efectiva y estética manga de cuero. Y digo casi porque ni yo, y espero que ella tampoco, nos dimos cuenta hasta que estuvo todo asegurado de que

1) La azotaina se ve seriamente limitada, al quedar oculta la espalda de la esclava.

2) Miriam queda inclinada al tener que sujetar una de las cadenas, no demasiado larga, a la argolla sita en el final de la manga, esto es, a la altura de la cintura de mi perrita.

¡Pero quién dijo que todo sale bien a la primera! Es más, este tipo de pifias son las que estimulan la imaginación y el talento creativo de uno, obligándole a subsanarlas con soluciones originales. Y si no, al menos practicaré mi puntería y detreza.

Voy a coger el instrumento adecuado. En eso siempre he sido muy clásico: el látigo es de amos, la fusta de amas y el gato... bueno, el gato es el gato, no le hace falta sexo. Creo. Pero hoy haré una excepción. Aunque soy hábil dirigiendo el látigo, el panorama me aconseja que escoja la fusta. Es más precisa. Y en el mapa del cuerpo de mi esclava, forzado en una postura atípica, no me agradaría que los golpes se pierdan o no lleguen justo donde deseo.

Ella me mira con extrañeza. Apenas he usado la fusta en un par de ocasiones. Sé que prefiere el látigo, mi látigo. Puede sonar descabellado, pero creo que duerme con él las noches que no la acompaño. Es más, al principio de nuestra relación pidió que lo dejara, junto con casi todos los juguetes, en su casa. Y no utilizo otro que ése. Supongo que refuerza nuestro vínculo: piensa que al menos no azotaré a otras con el mismo cilicio que a ella, y que ése la hace especial.

"No te preocupes, me esforzaré más si cabe que las otras veces para compensarte." pienso, y sonrío para transmitirle mi confianza. Confianza que termino por afianzar cuando, tras el primer azote, en su muslo derecho, y al observar que se mueve, incapaz de controlar del todo su cuerpo ante un dolor y placer que no es el acostumbrado, añado un collar ancho que, unido a la otra cadena, restrinja aún más su libertad y la impida ver por dónde van a venir los siguientes golpes.

A la media docena de golpes empieza a disfrutar, diría que a aprender. En su carita perlada de sudor, tras sus tiernos párpados, se distingue el examen que hace de cada nuevo impacto, comparándolo, memorizando las sensaciones del mismo modo que un naúfrago se aferra a los restos mortales del barco. La flexible vara prueba sus muslos, sus nalgas con profusión, acaricia los delicados pechos, estampa picaduras inolvidables en los pezones y hiende el sexo de Miriam sin ningún tipo de pudor. Si no me viera, tras cada impacto, besaría, lamería la fusta. Pero mi sentido artístico es, a veces, bastante hijo de puta.

Por fin, estalla.

-Por favor, amo.- jadea -por favor, te ruego que me folles.-

Voy a desatarla, y al sentirme tan cerca, se pone tensa. Muerde su labio con fuerza, tanta que lo hace sangrar.

"Realmente la he compensado." me felicito, y busco una mordaza limpia, brillante, y más roja que su sangre si eso es posible, para colocársela. Ironías: nunca se muerde cuando la penetro.

Ni siquiera espera a que le quite el collar o la barra, cosa que me planteaba hacer para darme tiempo y recapitular acerca de la magnífica sesión de azotes que acabamos de compartir. Se frota contra mi en un intento animal de cabalgarme a pesar de sus limitaciones.

-Está bien, está bien...- digo, con tono calmado, pero nadie se creería esa pésima actuación. Tampoco es que me importe. La cojo en brazos y la llevo a la cama en la habitación contigua, donde la dejo caer sin más. Se revuelve a duras penas, tratando de quedar boca arriba y verme bien, pero no lo logra. Es divertido, aunque algo primitivo y no propio de alguien con el tacto suficiente, el contemplarla así mientras me desvisto. Por fin me subo a la cama, la tomo por la cintura y la ayudo a sostenerse en cuclillas unos momentos que no duda en aprovechar para incrustarse sobre mi pene voraz.

Podéis imaginar el resto, pero no os privaré del final. La di la vuelta y sujetando la barra separadora la penetré por última vez mientras ese gran socio en el negocio que es el dedo pulgar le "buscaba el premio" en lo alto de su enrojecido coño. Debió encontrarlo un par de veces antes de que yo mismo me diera el gustazo de correrme a media polla, esto es, sólo con el glande metido.

Me llamarán blandengue, y sé que no es ni glamouroso, ni apropiado, pero después de descargar y teniendo a una esclava enamorada al lado durmiendo, me importa poco.

-Te quiero, Miriam.-

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