Casi siempre que vuelvo a casa del trabajo lo hago canturreando o silbando. Y es que, en cuanto termino mi jornada laboral, me pongo a pensar en lo que me espera.
¿Y qué me espera? Una preciosa pareja de esclavas encargadas de limpiar, cuidar y llenar de lúbrica fantasía mi hogar.
Dejo el coche en el garaje, y enseguida, al ruido de mi llegada, sale Raquel, la doncella.
-Bienvenido a casa, mi amo y señor.- me saluda en cuanto me ha abierto la puerta.
-Hola Raquel.- la respondo, y miro su atuendo mínimo y provocador buscando algún defecto.
-Date la vuelta.- le ordeno- ¡Ajá! Ese lazo es nuevo, ¿verdad?-
-Sí mi amo, ¿es bonito?-
-Sí, ¿te lo has hecho tú?-
-No, ha sido Marta.-
Voy a entrar en la casa, pero Raquel me detiene.
-Perdón, señor. He observado que tiene los zapatos sucios.-
Es cierto. Apenas es una mancha, pero Raquel la ha localizado sin dificultad.
-¿Me permite que se la limpie, señor? Sólo será un momento.-
-No, ahora no. Mejor dentro. Traeme las zapatillas al salón.-
-Como guste, mi amo.-
Sale disparada hacia las dependencias, y yo penetro en el umbral de mi casa. Un rico tufillo me llega de la cocina. ¿Será acaso...?
-¡Qué bien huele! ¿Qué es?-
La voz cantarina de Marta me responde:
-¡Patatas asadas a la pimienta!-
Entro en la cocina. Allí, vestida únicamente con el delantal, está Marta, la cocinera. Su pelo moreno, espeso y rizado, oculta sus bellos rasgos en parte. Se lo aparto con una mano, mientras ella sigue muy atareada controlando los fogones.
-¿Cómo está mi favorita?-le susurró, antes de besarle la mejilla.
-Bien, mi señor.- responde, aunque noto que no lo dice muy convencida.
-Huele que alimenta.-
-Gracias, mejor sabrá, mi señor.-
Pongo mi mano izquierda en su culo desnudo, mientras con la otra la tomo por la cintura para apretarla. Tengo una leve erección que quiero que sienta. Me froto para excitarme, y no tardo en conseguirlo.
-Luego te montaré un rato.-
-Sí señor. Gracias. - contesta, pero sigue sin ser del todo sincera.
Voy al salón y me siento en el sillón. Raquel ya está allí con las zapatillas. Se arrodilla, me quita los zapatos y los deja a un lado. Me calza las cómodas zapatillas y luego pasa a limpiar con cuidado los zapatos. Usa betún, un trapo y un cepillo. En un periquete, la mancha ha desaparecido. Entonces me bajo la bragueta del pantalón y dejo salir el pene.
-Hazme una tranquila.-
Sin mediar palabra pero siempre sonriente, Raquel empieza a masturbarme. Durante unos segundos su pequeña mano me acaricia el glande, pajeándolo. Pronto se mete todo en la boca y empieza a chupar, con destreza. Me dejo un rato, pero no consigo relajarme tanto como para olvidar que algo raro pasa con Marta.
-Raquel, ¿qué pasa con tu compañera?-
Raquel se saca mi miembro de la boca para responder, pero continua exprimiéndolo con la mano.
-Está rara porque hoy se le acaba el ser tu favorita.-
-Ah, es eso... Qué tontería.-
-Sí, es tonta.- afirma Raquel, dejándome deducir que entre las dos hay una rivalidad encubierta.
-La castigaré entonces. - comento, esperando su reacción.
Raquel se vuelve a meter mi pene entre los labios y succiona con fuerza, provocándome una contracción de placer.
-Mmmmm... No tan rápido, esclava.-
Raquel me mira y creo leer cierta burla en sus ojos, no sé si fruto de la satisfacción de ver cómo me está satisfaciendo oralmente o por el gustazo de ver a su enemiga atormentada.
-Señor, la comida ya está.- me informa Marta desde el quicio de la puerta.
Me giro un poco y veo que en su expresión se dibuja el desencanto. Seguro que prefería ser ella y no Raquel la que estuviese en ese momento entre mis piernas.
-Perfecto. Ahora voy.-
Raquel apura para hacer que me corra, así que la aparto la cabeza con rudeza. Mientras con una mano la sostengo, con la boca abierta, a escasos centímetros de mí, con la otra termino de masturbarme para eyacular sobre el rostro ligeramente aniñado de Raquel. Pronto el semen escurre por su rostro.
Me levanto, y Raquel se dispone a seguirme, pero con un gesto le indico que hoy ella no come. Suspira y se va limpiar el polvo.
En la cocina Marta me espera para acomodarme en una silla. Me sirve vino en una copa. La ignoro por completo mientras como, así que permanece de pie con las manos cruzadas a la espalda, balanceándose ligeramente.
-Cántame algo.- le sugiero.
-¿Ahora, mi amo?- pregunta. Efectivamente, no está muy contenta hoy.
-Sí... O te haré cantar de otro modo.- digo, frío e implacable. Mis órdenes no se discuten, mis sugerencias casi que tampoco.
Marta se aclara la garganta, pero se da cuenta de que no sabe qué cantar.
-Ehhh... ¿el señor tiene alguna preferencia musical en particular?-
-¿Tanto tiempo conmigo y aun no conoces mis gustos?-
Me está enervando. Si tiene un mal día es mi problema, si no obedece será ella quien los tenga. Por fin empieza a tararear una canción desconocida, para ella y para mí. Está haciendo tiempo para elegir un buen tema, lo sé. Más le vale que sea bueno...
-Yo... soy rebelde porque el mundo me hizo así...-
¡Buena elección! pienso para mis adentros, y disfruto de su deliciosa voz hasta que noto que se va convirtiendo en un murmullo. La miro. Está llorando.
Es el momento en el que hay que dejar de lado los protocolos y guiarse sólo por los sentimientos. No sólo soy su amo, también su amante. Y lo que necesita es comprensión, apoyo, y un tierno abrazo que no tardo en regalarle.
-Venga, venga... No llores.-
-Es que... es que...- solloza
-Lo sé, pero no tienes que preocuparte. Que ya no seas mi favorita no significa absolutamente nada. Es solamente el trato que hemos hecho entre los tres. ¿Verdad, Raquel?-
Tal y como sospechaba, la doncella nos estaba espiando detrás de la puerta. Avergonzada por haber sido descubierta in fraganti, echa la mirada al suelo y entra con pasos cortos en la cocina.
-No está bien espiar. Y menos cuando tu compañera, tu amiga, necesita afecto.-
-Lo siento amo, yo...- intenta disculparse Raquel.
-No hay disculpas que valgan. Ponte de rodillas y pide perdón. Y que sea sincero.-
Raquel se postra en el suelo y susurra:
-Perdón, mi amo.-
-A mí no, idiota, a Marta.- la corrijo.
Raquel parece sorprendida. Marta, aún abrazada a mí, también, aunque parece más contenta.
-Pero...-
-¡Que le pidas perdón, zorra!- la interrumpo con toda la violencia y firmeza que consigo reunir.
Raquel mira al suelo y dice con un hilo de voz:
-Perdón, Marta.-
-¿Te ha parecido lo suficientemente sincera?- le consulto a Marta
-No.- se apresura a decir, y sonría malévola a la humillada doncella.
-¿Has oído eso? Vuelve a disculparte y esta vez de corazón.-
Raquel mira con odio a Marta, pero al final se derrumba ante mi severa amenaza y casi como una suplica exclama:
-¡Por favor, Marta, perdóname!-
-Así mucho mejor.- declaro -Ahora bésame las zapatillas y retírate.-ordeno.
-Gracias mi amo y señor.- dice Raquel compungida, agacha su cara hasta mis pies, estampa un dolido beso sobre el empeine de las zapatillas y rápidamente se va a recapacitar a su alcoba.
-Gracias, mi amo.- dice Marta cuando la otra se ha ido. Ahora sí que noto en sus palabras la dulzura y entrega de un corazón sumiso a mí y al amor.
Pero aún hay mucho que hacer. El escarmiento de Raquel ha de ser ejemplar, y también he de disciplinar a Marta para que ambas se sientan unidas por los lazos indisolubles de una esclavitud compartida.