El juego comenzó a las puertas de un antro heavy-gótico. Yo llevaba la camisa, los pantalones y una corbata completamente negras: ya me hubiera gustado llevarme la gabardina de cuero y romper corazones con mi aire "matrix", pero era demasiado agresivo y se suponía que era un inexperto aspirante a sumiso, no un castigador (literalmente).
La verdad es que el sitio parecía un tugurio fetén de viciosos, con la iluminación, la música y el atrezzo apropiado para una mazmorra medieval. La fauna era algo más moderna, pero no discordaba en absoluto con la estética general y el ambiente. Goticonas, cyberpunks, melenudos del black metal y alguna colegiala lasciva bailaban industrial o lo que les echaran. Pero no ella.
Estaba como salida de una escultura, tan perfecta en su postura de desinterés y superioridad a todo lo que le rodeaba. Incluso al tipo delgado y alto que le contaba algo al oído que tenía a su lado: un vampiro vulgar y corriente.
Me fui al otro extremo de la barra y pedí un mini de cerveza. Estaba aguada, y sabía ligeramente rancia. Procurando evitar a los que brincaban por el garito, me situé en un lugar donde pudiera examinar a mi candidata.
El vampiro de pacotilla seguía rajando, pero la expresión de ella parecía tan o más apática que antes. Me recree en su vestuario y maquillaje, realces de su belleza, e intenté buscar en los rasgos de su cara las huellas de arrebatos de ira, sonrisas maliciosas, muecas de disgusto... en fin, la antología facial de los rictus que muchas amas desarrollan.
-¡Hola, señor fúnebre!-interrumpió una voz femenina mi deleite.
Una siniestra vestida de largo y piercings en labios, nariz y orejas se me había acercado. Me sorprendí un poco y le pregunté en un susurro si nos conocíamos.
-No. Pero quiero conocer a tu cerveza.-respondió, y su aliento era el de una borracha.
Me retiré unos pasos, pero mi musa me había visto y ahora me examinaba. Ofuscado, me detuve, y la siniestra volvió a la carga. Por el rabillo del ojo vi que la que me interesaba sonreía perversamente y le comentaba algo al vampiro, que unos segundos después hacía ademán de besarla en el cuello tras retirarle el largo cabello del mismo con una brusquedad que me resultó extremadamente grosera.
-¡Quita!-
Lo dije bien alto, y me valió para que los dos parásitos, el mío y el suyo, y quienes estaban alrededor, fijaran su atención en mí. La borrachita se abalanzó sobre mí, tonteando, con la clara intención de coger mi mini y darle un trago. Lo retiré y reconoceré que muy intencionadamente hice que se derramase sobre el pantalón de brillante charol de mi musa.
-¡Lo siento, lo siento, lo siento!- me aproximé inmediatamente a ella con actitud suplicante. En su cara se dibujó la sorpresa y el enfado de inmediato.
-Pero serás imbécil, puto bastardo.-
-Es que me he tropezado.-me excusé apresuradamente -Créeme, lo siento de veras. Perdóname, por favor-
-Babosa torpe, ¡por supuesto que no te perdono, qué te has creído! Me has salpicado entera, gusano.-
Me encantaban esas palabras y vejaciones, y tan maravillado como "arrepentido", me hinqué de rodillas en el mugriento y empapado suelo delante de ella para implorar su perdón.
-Por favor, por favor, perdóname.- y sacando unos kleenex del bolsillo añadí: -En un momento te lo limpio, no te preocupes.-
-Con la lengua, debes limpiarlo con la lengua, cerdo. Sólo así aprenderás.-
Era un órdago y un orgasmo, y ya me disponía a cumplir su deseo, cuando intervino el vampiro.
-Y tienes que invitarle a una copa.-
De buena gana lo hubiera estrangulado allí mismo por reventar el climax de humillación, pero ella se adelantó.
-Tú a callar, y largo de aquí.-
Él se quedó de piedra, balbuceó unas palabras incoherentes, hasta que tomando aire, exclamó:
-No me da la gana.-
-Pues me voy yo, tranquilo.-
Y tomando su bolso, ignorándonos a mí, al vampiro, a la ya desaparecida siniestra borracha y al resto del bar, que se había hecho eco de todo lo ocurrido. Abajo el telón, lo personajes del drama ya están presentados, y yo debía comenzar el acto segundo.
...
-Oye... Que lo siento, en serio, nunca he hablado más en serio en mi vida.-
Desde luego había corrido tras ella antes de perderla. Se giró y me observó con atención antes de darme una bofetada muy fuerte que aguanté estoicamente. Como no reaccioné, me dio otra, algo más suave. Tampoco me moví, y tras unos instantes, volvió a esbozar esa peculiar y malévola sonrisa suya.
-¿Quieres que te perdone? Está bien. Túmbate y limpia lo que has tirado sobre mis pantalones.-
Dudé, no porque no fuera a hacerlo, sino porque supuse que eso le gustaría. Pero enseguida me arrojé sobre las baldosas de la calle, a la vista de todo el mundo.
Antes de llegar al cielo había dos farolas, pero la luz de una fue eclipsada al cabo por mi musa, ya casi ama. Alzó su pierna derecha y pisó con su sandalia de tacón en mi pecho, sin violencia. Me encantó sentir esa presión y ver su rostro en lo alto. Enseguida acercó la suela a mi boca y yo lamí, lamí, lamí, como un poseso. Sostenía con delicadeza su pie a un par de centímetros de mi boca y pasaba la lengua por toda la suela, sin osar tocar su piel, aunque lo deseaba vivamente. Algo de cerveza goteaba, pero apenas lo suficiente para mitigar el acre sabor de la porquería y suciedad, lo cual me hacía sentir más humillado y por tanto, más dichoso.
-Basta, perro. De rodillas.-
Obedecí y esperé. Algunos curiosos miraban, pero casi todos intentaban obviar lo que estaba sucediendo y pasaban de largo: sólo los más morbosos se recreaban viéndonos.
-¿Tienes dueña?-
-No.-
-¿Novia?-
-No.-
-No, "ama".-
-No, ama.-
-Mejor. No lo mereces, pero me apetece tener esclavo esta noche. Levanta, vamos a por un collar.-
Caminé en silencio junto a ella, pensando en lo que ella estaría maquinando. La ciudad de noche era un buen escenario para todo aquello. Después de veinte minutos de paseo, llegamos al sitio: una tienda de artículos góticos y sadomaso. Estaba cerrada, pero mi ama tenía la llave de la puerta trasera. Entramos y sin encender la luz, lo cual me fastidió, pues estaba muy excitado, buscó en un mostrador hasta dar con un collar de su gusto. En cuanto lo tuvo, salimos.
-¿No coge nada más, ama?-
-De rodillas y no hables si no te pregunto.-
Me ciñó el collar de perrito al máximo y tiró mi corbata a una papelera. La correa era una cadena plateada sencilla, cuyo extremo agarró y sin más contemplaciones echó a andar tirando de mí.
-Ama, me gustas.-
-¿Y?-
Sé que le gustó oírlo aunque se hiciera la dura. Ladré divertido e hice ademán de orinar en una farola, siendo corregido al instante con un tirón.
-Ay... ya verás, ya.-suspiraba ella, y eso me llenaba de alegría.
Sólo quedaba el último acto, y no podía pintar mejor.
...
Es casi un monólogo.
-¿Qué haces de pie? ¡De rodillas!... Quítate la ropa de inmediato. Estás cachondo, ¿eh? Peor para ti... Aún queda cerveza en mis pantalones, lame.... ¡No te toques, ni se te ocurra!-
-Lo siento, ama, perdón.-
-Puto perro lascivo, sigue lamiendo... Quítame las sandalias. Bésame los pies.-
-Por favor, ama, ¿puedo decir una cosa?-
-¿Qué?-
-Quisiera pronunciar mis votos de esclavo mientras beso sus pies. ¿Lo permite?-
-Siempre has sido un romántico.-
Estampé mis labios en el empeine derecho y comencé:
-Prometo que quiero ser su esclavo y cumplir sus órdenes, deseos y caprichos sin rechistar.-
Volví a besar, pero ahora el otro empeine.
-Por favor, ama, acépteme como esclavo y disponga de mi cuerpo para su placer.
Y regresando al pie derecho, besé por tercera y última vez.
-Y castígueme, se lo suplico, siempre que quiera. Mi placer es el dolor, y le ruego que me lo administre según su voluntad y deseo, pues no tengo derecho ni a exigir eso. Gracias, ama, por escuchar mis votos.-
-Acepto, esclavo. Han sido unos votos muy correctos. Te voy a premiar por ellos y porque ya estoy realmente caliente. Levanta... Échate, boca arriba. Las manos junto a los postes de la cama y las piernas separadas.-
Me ató. A la luz de la mesilla de noche su conjunto de charol brillaba, y sus pechos parecían inmensos. Deseé ser aplastado por uno de ellos, ahogarme intentando succionarlo. Pero me estaba vedado mientras ella no quisiese concederme privilegios. Quise llorar, de pura emoción. No sólo estaba completamente excitado, también me sentía tan suyo y por ello tan feliz... que no sé ni lo que escribo.
Su muñeca se movía en círculos, casi elipses, haciendo girar el los cilicios. Empezaron a impactar sobre mi cuerpo, en especial en mi pene. Desafiante se erguía contra aquella tormenta, y cada roce o azote sobre su cabeza me hacía arquear todo el cuerpo y apretar las nalgas para evitar correrme. A ella no le gustaría.
-Aguantas bien. ¡Jajajaja! ¿Has tenido ama antes?-
-Sí, una.-
-¿Y qué tal era?-
Jadeé, extenuado por el esfuerzo de contener mi orgasmo. Por suerte ella lo notó y dejó de flagelarme. Tomé aire y respondí, casi aullé.
-La quiero más que a nada.- gemí y grité: -¡Te quiero, te quiero, te quiero!-
Casi se le saltan las lágrimas de la emoción, pero se supo contener y para no estropear el juego, dijo:
-¿Ah, sí? Pues por infiel, te quedarás atado toda la noche. -
-Gracias.-
-Eres único, lo admito. Sólo por eso... bueno, y porque estás precioso así, indefenso, te dejaré follarme un poquito.-
-¡Guau!-
Y así, querido público, acaba este drama. Es una pena que no sea la primera vez que lo representamos, pero... tiene sentimiento suficiente para que no nos importe, año tras año, repetir esta función. ¿Cierto, ama?
-Cierto. Ahora duérmete. ¡Muac!-