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Tela de araña (3)

en Dominación

Miedo a dormir, miedo a despertar.

Miedo a soñar que sus peores temores se hacen realidad. Miedo a que los sueños sean los ejecutores implacables del castigo del que se sabe merecedora. Un infierno de dolor sólo para ella, para la puta que se cree que puede jugar impunemente con los sentimientos de quienes la aman.

Y la amenaza constante de descubrir sus debilidades, de desmoronar el muro de hielo que es su corazón ante los demás, hasta quedarse desnuda, completamente vulnerable.

Lo sabía: no podría amar a nadie ni entregarse completamente por el pánico a dejar de ser ella misma, y también por el natural miedo a conseguir satisfacer sus más ocultas pasiones.

Y miedo a despertar...

A que la luz de la mañana, colándose en su cuarto, iluminase una masa informe de recuerdos aborrecibles, en los que ella, tirana de las emociones, no podía ser subyugada por ninguno de sus amantes. La reina sin corazón no podía ser anulada por hombre alguno, semental o tímido, bueno o malo.

Pero se hizo de día una vez más, y Vicky tuvo que reconocer con amargura que el limbo del sueño sin sueños ya no la cobijaría hasta la siguiente noche.

Lloró bajo el agua de la ducha. Apretaba con sus manos sus mejillas, hasta hacerse daño. Sólo el dolor del cuerpo daba tregua al del alma. Pero las lágrimas seguían teniendo un gusto amargo a hiel. ...

Es la hora de ir al trabajo en el gimnasio.

Ni un condenado a muerte iría al patíbulo con la tez tan lívida y el rostro tan desencajado como Vicky. Soportar en el camino los piropos de los hombres y las miradas lascivas de sus compañeros era un suplicio. ¿No se daba cuenta ninguno de ellos de que debajo de su atractivo cuerpo había una serpiente, un sapo, una alimañana que sólo merecía ser pisoteada por la alpargata de un pordiosero, acabando así sus sufrimientos?

No, no veían eso quienes se encontraron con Vicky de camino al centro de educación física; sino a una escultural chica rubia que apenas había cumplido la treintena, delgadita, como manda el canón de la moda, lo cual aumentaba su aspecto frágil y sensible, al igual que su piel pálida.

Y la tristeza de su mirada era anegada por un mar celeste que enamoraba a cualquiera.

-¡Buenos días preciosa! ¿Te has hecho algo en el pelo?-

Vicky se enfrentó a su jefe, que sonriente la miraba y recorría su cuerpo sin perder detalle de sus exquisitos pechos.

Tomó aire y quiso gritar "¡soy una zorra, trátame como a tal!, pero en vez de eso sonrío y dijo:

-Sí, me lo he peinado a la francesa. ¿Te gusta? -

-Tienes el pelo largo y precioso, Vicky. -

-¡Gracias!-

El jefe le dio un beso en la mejilla y se fue. No bien se dio la vuelta, Vicky contrajo en expresión de absoluta angustia su rostro y apretó los puños, clavándose las uñas en las palmas. La respiración le salía con dificultad. Se sentía francamente mal, como una mentirosa a la que están a punto de imponer el más cruel castigo imaginable.

No quiso seguir pensando. no hasta que terminara su jornada...

...

Se hizo la hora. Estaba ya a punto de estallar. Necesitaba más que ninguna otra cosa volver a mi casa, a lamerme en mi cubil de zorra las heridas que aquel día había causado en mi alma. O quizás lo que haría sería abrirme más las llagas para sufrir, para sentir sólo el dolor...

-Las 10 y media. Se acabó por hoy. - dijo el jefe, lanzándome otra de sus mortificantes sonrisas antes de que yo saliera a la calle.

El aire fresco de la noche la alivió no poco. Quizás por eso se distrajo y no se dio cuenta de que no necesitó abrir el auto con la llave.

En unos cuantos minutos estaría en su casa, para hartarse de llorar y lamentarse

De pronto, notó frío en el cuello, y que algo la pinchaba. Quiso girar el rostro para averiguar qué podía ser, pero una mano que era como una garra se lo impidió.

-¡Mira hacia adelante!- ordenó una voz ruda.

El instinto le hizo volver a intentar ver lo que pasaba, pero el pinchazo que notaba en el cuello se hizo más doloroso.

-¿Estás sorda, puta? ¡Que mires para adelante! -

-¿Cómo? - consiguió balbucear, confusa, y cuando miró por el retrovisor se heló la sangre en sus venas.

En el asiento de atrás un hombre fornido, muy fuerte, la tenía agarrada por el cuello, contra el cual apoyaba la punta de una navaja. Su rostro estaba cubierto por un pasamontañas oscuro.

-¡Sigue conduciendo, como si fueras al centro!-

Transcurrieron unos instantes angustiosos en los que obedeció inconscientemente las órdenes que le iba dando, incapaz de ordenar sus propios pensamientos. Por fin, haciéndose a la idea de que era víctima de un robo, se atrevió a hablar.

-Pe.. perdone. Tengo todo el dinero en el bolso. Cójalo, pero por lo qué más quiera, no me haga daño.-

Él soltó una risa ahogada, como burlándose de su propuesta.

-¿Qué es lo que quiere? ¿El coche? Puede quedárselo, de verdad. ¿Es eso lo que quiere?-

La miró por el retrovisor a los ojos y se sintió extrañamente excitada por lo que leía en ellos.

No dijo nada, pero cogió el bolso, que estaba en el asiento del acompañante, sin dejar de amenazar su cuello con la afilada hoja. Lo abrió y echó un rápido vistazo a su contenido. Cogió el monedero y tiró el resto de las cosas al suelo del auto.

-Bien, no diré que no a una propina. - dijo, aunque no se refería a ella..

-¿Entonces?- preguntó, abrumada por el desconcierto.

-Oye, cállate de una maldita vez y sigue recto por donde te diga.-

-De acuerdo, de acuerdo, claro. - musitó, queriendo demostrarle que la tenía completamente a su merced para ahorrarse el peligro.

Vagaron por la ciudad de noche durante casi media hora. Él permanecía agachado para que no lo viesen los otros conductores. Bajó la navaja hasta el costado de ella.

-Una tontería y te la clavo hasta el fondo.-

Estaba tan aterrada, que terminó perdiendo el sentido de la orientación. ¿Era esa su ciudad? No lo parecía, toda oscura, llena de callejones sombríos, de desagradables luces de neón. La sentía sucia, y a la vez ella también se sentía manchada.

-Bien. Para. Es aquí. -

Vicky detuvo el motor junto a unos apartamentos en construcción. Miró esperanzada la calle, por si veía a alguien que la pudiera ayudar...

Nadie.

El hombre salió del coche rápido, abrió la puerta del conductor y la sacó tirando del pelo.

-¡Ayyy!-

-Silencio o te acordarás de mí.-

Vicky intentaba zafarse de la mano de su captor, que la arrastraba hacia los apartamentos. Ya era evidente que se trataba de un secuestro, pero ¿con qué propósitos?

Subieron unas escaleras hasta el primer piso, y la hizo entrar de un empujón en un cuartucho en le que sólo había un sillón y una cama, y al lado de la cama, un maletín cerrado de piel que le resultó extrañamente familiar.

-Aquí está, señor.-

Entonces Vicky sufrió el impacto emocional más fuerte en toda su vida, porque al girarse el sillón, que estaba de espaldas a la entrada del cuarto, vio que en él se sentaba, cruzando los brazos y mirándola con cara de triunfo y desprecio Pedro, su ex novio.

-¡Pedro! Pero... ¿qué significa esto? -

A una señal de Pedro, el hombre encapuchado levantó con facilidad a Vicky del suelo y la colocó en la cama. Luego sacó unas esposas y le esposó una mano al cabecero de la cama.

-Listo.-

-Muy bien.- dijo Pedro -Aquí está tu dinero.-

Le dio un fajo de billetes que el hombre se apresuró en contar. Cuando terminó olió el dinero y salió sin decir nada.

Vicky vio como el hombre que la había raptado se iba, y se quedaba sola, totalmente sorprendida, junto a su ex.

-No entiendo nada. -dijo al final. -¿Por qué...? No sé, ¿qué quieres de mí?-

Pedro se levantó del sillón y dio un pequeño paseo por el cuarto, pensativo.

-Por eso lo nuestro no salió bien. Porque no entiendes. No lo entiendes, y aunque me duela creo que no lo vas a entender nunca.-

-¿Qué?- inquirió Vicky, intentando quitarse las esposas, un poco más tranquila, aunque todavía asustada. Pensaba que todo aquello era una broma de su ex novio, que lo había hecho para asustarla, o para que volviera con ella.

-Me preguntas que qué quiero de tí. Y es algo tan sencillo. Creí habértelo dejado claro cuando estábamos juntos, Vicky. Lo que quiero de ti eres tú. Te quiero a ti. -

Vicky intentó mantenerse serena, segura de poder solucionar todo el problema.

-Mira, lo nuestro se acabó. Pero, aunque existiera la posibilidad de que volvieramos, no creo que raptarme y esposarme a la cama sea el mejor modo. ¡Jeje!-

Pedro reaccionó a la risa sardónica de Vicky con violencia. Se acercó a la cama de una zancada, la miró conteniendo la rabia y al final levantó la mano, para darle una bofetada que dejó a la chica tendida en la cama.

-¡Pedro, estás loco!-

-¡Sí, loco por ti, Vicky! He intentado olvidarte, he intentado volver, y tú sigues siendo una zorra de hielo sin corazón! Pues eso se acabó, ¿me oyes? Ahora te tendré por las malas. -

Se quitó la corbata, que lo estaba ahogando, y se soltó los puños de la camisa. Cogió a Vicky por los hombros y la besó con fuerza, apretándola contra él. Vicky lloraba.

-Pedro, por favor, suéltame... déjame. -

-No, Vicky, no. Te voy a hacer mía.-

-Pero Pedro, tu y yo no...-

-¡Cálla de una vez! No servirá de nada lo que digas. Y si me obligas, te amordazaré para que no sigas hablando con esa boca de víbora. -

Vicky se calló un momento. Pedro se levantó de la cama y dio unos pasos, rascándose la coronilla, pensando. Estaba muy tenso. Tenía lo que quería, ¿tendría el valor de hacerle lo que quería?

-Pedro...- empezó a suplicar Vicky.

Él clavo su mirada en ella, intentando decidir qué hacer primero. Enseguida volvió junto al catre y cogió el maletín, del cual sacó otro par de esposas.

-No... No me pongas eso.-

Vicky se resistía. Tiraba de las esposas que mantenían su muñeca derecha aferrada al cabecero. Pedro se echó encima suyo y la obligó a extender el brazo izquierdo hasta el otro extremo.

-¡Suéltame, déjame! -

Pronto, a pesar de su enconada resistencia, se vio esposada también por el otro brazo.

-¡Suéltame Pedro, o sino...!-

Pedro pareció sorprendido un instante, pero enseguida sonriendo le preguntó irónico:

-¿O si no...qué?-

Vicky no supo que contestar. Le daban miedo los ojos inquisidores de su ex novio.

-O si no...¿qué?- volvió a repetir, burlón.

-¡Pedro suéltame! ¡Socorro!- gritó ella, mientras volvía a tirar de las inescapables esposas.

-Eres una gritona. Pero tengo la solución.-

Del maletín surgió un rollo de cinta americana, plateada. Pedro tomó un trozo, lo cortó con los dientes y se lo pegó a Vicky sobre los labios.

-¡No..mmmfff!-

Luego la aseguró con otros dos trozos más. Cuando se cercioró de que no podría gritar, se levantó de la cama y se fue un momento fuera, dejándola sola.

...

Volvió a los cinco minutos. Tenía la camiseta abierta, y la cara mojada.

Se sentó junto a Vicky y la acarició el pelo, pero ella apartó la cara. No obstante eso a él no le importó.

-Ahhh...sigues siendo la mujer más bella que conozco. Y he conocido muchas desde que me abandonaste.-

Vicky cerró los ojos, aunque quería cerrar los oídos.

-Sí, la verdad, te he buscado una sustituta durante todo este tiempo. Pero no la he encontrado. No hay ninguna mujer como tú, Vicky.-

Vicky sintió que una lágrima le rodaba por las mejillas, y por un momento su secuestrador no le pareció tan malvado, hasta que le oyó decir:

-Pero tengo que castigarte.-

¿Castigarla? ¿Qué quería decir?

Pedro se levantó otra vez y fue a por el maletín. Extrajo un rollo de cuerda, de la basta, la que escuece en las manos. Tomó el cabo y lo pasó por debajo de la espalda de Vicky, para cruzarlo después en varias vueltas justo por debajo de sus pechos, apretándolos. Vicky empezó a sentir molestias para respirar.

Luego tomó sus piernas. Vicky intentó patear, lo cual puso furioso a Pedro, que antes de atarle los muslos y toda la pierna con la cuerda, apretó los tobillos entre sí y los ligó con varias vueltas de la cinta americana.

-Tus esfuerzos son inútiles, cariño. -

Cuando las piernas estuvieron bien atadas, tomó el cabo que colgaba de los tobillos y lo ató también al cabecero de la cama, obligando por tanto a que las piernas de ella estuvieran en ángulo recto o incluso agudo sobre su cuerpo. Así su culo quedó bien expuesto en cuanto, con la ayuda de unas tijeras, la despojó de la ropa, menos de las braguitas.

-Mmm... Sabes que me gustan más las de encaje, pero éstas no están nada mal tampoco.-

Pedro sobó sin ningún escrúpulo las braguitas, y el conejo de Vicky por encima de ellas. Ella no podía creerse lo que le pasaba.

-Bueno, ¡qué demonios!-

Le arrancó las braguitas, haciéndola daño al clavarse en la piel.

-Ah... Como ha sido tu cumpleaños, te he comprado esto.-

De debajo de la cama sacó una caja de cartón. La abrió y allí había un precioso par de zapatos de tacón alto.

Pedro le quitó los calcetines de sport, y se quedó un rato embobado mirando los lindos pies de Vicky. Con timidez los acarició, rozando el empeine de ambos con suavidad.

-Siempre me han gustado tus pies. Son divinos, preciosos. Por eso te compré los zapatos.-

Tomó uno de los zapatos y lo colocó encima del pie, pero resultó que era demasiado pequeño.

-Vaya, parece que me equivoqué de talla. -

Hizo fuerza para que encajara pero no hubo modo. Eso le frustro mucho.

-¿No quieres entrar? Ya veremos si entras o no. -

Se quitó el cinturón y le hizo dar una vuelta sobre su muñeca, agarrando ambos extremos para que fuera el centro de la correa la parte más proclive a azotarle los pies a Vicky.

Ésta, haciendo un esfuerzo, consiguió ver lo que iba a pasar, y frenética empezó a moverse.

-Quieta, quieta...¡Quieta, demonios!-

La correa salió disparada y fue a impactar en las pantorrillas de Vicky. Gimió, pero apenas si se oyó un leve murmullo detrás de la cinta americana que la enmudecía.

-¿Así que esas tenemos? Muy bien, como prefieras. - dijo él, y empezó a fustigar las pantorrillas atadas.

El movimiento de Vicky hacía que los golpes se repartiesen por toda la superficie de las piernas, calentándola con sus mordiscos de cuero.

Fueron más de veinte azotes los que Pedro le propinó, pero terminó por cansarse. Entonces le retiró las cintas adhesivas de la boca, con rudeza. Vicky lloraba.

-Eres un animal...-

-No te he quitado la mordaza para oírte quejarte o llorar. Quiero que ahora mismo me pidas perdón por todo lo que me has hecho sufrir.-

-¿Yo? Estás loco.-

-Hazlo o seré mucho más cruel que hasta ahora.-

Vicky se sentía completamente dominada, pero aún conservaba algo de su altanería, así que lo que hizo fue escupirle a Pedro a la cara, provocándolo.

-¡Cerda!- gritó él y se limpió la saliva del rostro con el dorso de la mano. - Ahora verás lo que es bueno...-

-¿Qué vas a hacerme?- quiso saber la aterrada chica,

No tuvo respuesta. Pedro le Soltó las piernas con unas tijeras, y enseguida ató los cabos que quedaron colgando a las patas de la cama. Con una par de metros más de soga, inmovilizó los bellos pies de Vicky, haciéndola, aunque no quiso reconocerlo, cosquillas.

-¿Qué vas a hacerme?- volvió a preguntar Vicky, y ya era evidente que el pánico la dominaba en su tono de voz.

Pedro la sonrió y empezó a acariciarle los tobillos y las plantas.

-Vas a responderme a lo que te pregunte como una buena chica. Y si lo haces mal, o no me gusta tu respuesta...-

Cogió un palillo mondadientes y le pinchó en la planta izquierda, haciéndola gritar por la sensación.

-Empecemos. Algo sencillo. ¿Cuánto tiempo llevas sin querer saber nada de mí?-

-No el suficiente.- respondió Vicky, y enseguida se dio cuenta de que había pensado en voz alta.

Él se cruzó de hombros y le volvió a pinchar, ahora la otra planta, pero esta vez con más fuerza. Vicky gritó.

-¡Ay!-

-¿Cuánto tiempo?-

-No...no lo sé.- respondió sollozando Vicky, incapaz de concentrarse, y recibió otro agudo picotazo.

-Esto no es un juego, niña. Si te empeñas en hacerte la dura, haré que el tormento sea más doloroso. Mucho más, créeme.-

Vicky se puso a pensar, apartando a duras penas de su mente el dolor de los pinchazos. Al final recordó que cuando había dejado de contestar a las llamadas de Pedro hacía frío, o sea que tenía que ser...

-¡Fue hace un año y medio, en invierno!-

Pedro sonrió satisfecho.

-¡Bien! ¿Ves cómo no es tan difícil mi amor? Ahora sigamos. -

-No, por favor...- gimió ella.

-¡Silencio hasta que te pregunte! A ver, ¿y por qué lo hiciste?

-¿Por qué te dejé?

-Sí, ¿por qué?-

Eso no era una pregunta fácil. Vicky sospechaba por la mirada de su ex que no aceptaría la verdad, así que probó a decirle lo que seguramente le gustaría escuchar.

-Porque soy una zorra y no te merecía.-

-Ah, por eso... Es una buena respuesta. Mentira, por supuesto, pero por lo menos te has tomado la molestia de pensártelo.-

Vicky se equivocó al insistir:

-No,no, lo digo en serio. Eres un hombre increíble y yo... yo soy una cualquiera, demasiado poco para ti.-

-Bien, eso podría ser, pero dime, en ese caso, ¿no crees que siendo yo un tipo tan fenomenal como aseguras y tú una furcia del arrabal, debería haber sido yo y no tú quien decidiera qué era lo mejor para los dos?-

Vicky no supo que contestar, así que se puso a chillar otra vez pidiendo socorro: en ese juego de preguntas no podría ganar nunca.

Pedro tomó el pie derecho con la mano, sujetándolo y insertó el palillo debajo de la uña de uno de los dedos centrales. Gradualmente a como la madera perforaba la sensible carne, los gritos de auxilio de la chica se fueron transformando en aullidos de dolor y agonía.

-¡Quítamelo, es horrible!-

Vicky sentía que se desmayaría por el dolor, pero pudo oír a Pedro decirle:

-Ya ves que voy en serio. ¿Vas a ser obediente?-

-¡Sí, sí, pero quítamelo, por lo que más quieras!-

-¿De verdad?-

-¡Sí, por favor!

-Mmmm... ¿Puedo fiarme de ti?-

-¡¡Te lo suplico, líbrame de eso y seré tu esclava el resto de mi vida!!- exclamó Vicky, no sabiendo muy bien si en la agonía dirigía su suplica al cielo o a Pedro.

Él quitó el palillo y besó el atormentado dedito.

-¿Mejor ya?-

-Sí... gracias.- jadeó Vicky, aunque notaba todavía que sus nervios estaban completamente saturados por la anterior e infernal sensación.

-Esclava... Eso suena muy bien. Y ni siquiera he tenido que preguntártelo. Has sido tú la que lo ha propuesto.-

Vicky también se daba cuenta de ello. No sabía por qué había reaccionado de ese modo. Y no es que hubiera aguantado más, pero la desesperación del dolor no era del todo el motivo que la había hecho ofrecerse como esclava a Pedro.

-¿No será que en el fondo te gustaría ser mi puta y estar sometida a mis caprichos?-

-No.- respondió Vicky en un susurro, aunque la sospecha de que eso pudiera ser verdad ya no la abandonó desde ese momento.

-Piénsatelo. Si fueras mi esclava estaría todo el día pendiente de ti, de tu bienestar, y de darte una ración diaria de sexo y juegos perversos.-

Vicky no quiso saber nada más del tema y se quedó en silencio.

-Bueno, a ver si ya te valen los zapatos.-

Con trabajo, Pedro metió los doloridos pies en los zapatos y cerró las hebillas sobre los tobillos. Eran efectivamente unas dos tallas más pequeños, y comprimían los preciosos dedos, haciendo que de vez en cuando un espasmo de dolor cruzara el cuerpo de la chica. Pero era soportable.

-Bien. Creo que soy un poco fetichista. Otra ventaja de ser mi esclava es que tendrías montones de zapatos. Y de otras cosas, como ropa muy, muy provocativa.-

Vicky no dijo nada, pero en su mente se vio a sí misma vestida como una auténtica zorra, y a Pedro detrás sujetando la correa de un precioso collar de diamantes, azuzándola con un hermoso látigo.

-¿No te convenzo? Bueno, tiempo al tiempo. Puedo ser muy persuasivo.-

Soltó las esposas del cabecero para unirlas entre sí detrás de la espalda de Vicky, que curiosamente apenas forcejeó ante la que fue la mejor oportunidad de liberarse, para cerrarlas entre sí por detrás del cuerpo atado.

-Muy bien. Ahora voy a soltarte un momento las piernas para cambiarte de posición. Si me das una patada o algo, te lo haré pagar bien caro. ¿Entendido?-

Vicky afirmó con la cabeza, empeñada en seguir callada.

Pedro la colocó sobre la cama de rodillas, para seguidamente hacerla agachar la parte delantera del cuerpo. Le puso el cinturón alrededor del cuello y ató el extremo al cabecero, de modo que ella no pudiese levantar el tronco demasiado. Luego volvió a atarle los pies, sólo que en esta ocasión añadió un par de cuerdas más que juntaron los muslos con los tobillos al obligarla a flexionar las rodillas.

-Te estás portando muy bien. Creo que te está gustando. -

Le dio un azote cariñoso en el culo con la mano. El ano estaba todo expuesto, y el coño no estaba precisamente resguardado. Demasiado tarde Vicky entendió que en esa postura podría hacerle lo que quisiera.

-¿Hasta dónde piensas llegar con esto?-

-Hasta el final, desde luego. Y tú también.-

Pedro entonces tomó el maletín y de él sacó, provocando en los ojos de Vicky un miedo profundo, media docena de objetos cuya finalidad era más que evidente. Todos los puso sobre el sillón, a la vista, amenazantes.

-No pensarás...-

-Te dejo elegir el primero.-

-¡No quiero elegir!-

-Mira, como no elijas uno tú, lo haré yo, y ya sabes lo impaciente que soy a veces. Podría escoger el más terrible para acabar de una vez con tu resistencia.-

Vicky sopesó frenética los juguetes.

-Uno...-

Descartó enseguida los más grandes, por no considerar su almejita preparada para la acometida de aquellos monstruos.

-Dos...-

Los que tenían formas extrañas también los eliminó, temiendo las sensaciones que provocarían en su interior.

-Y tres...-

Sin pensárselo más gritó:

-¡El rosa!-

Se refería a un pequeño vibrador de apenas 20 centímetros de longitud, liso.

-Buena elección.- comentó Pedro, y cogió el juguete y un botecito de vaselina.

-¿Vaselina?- preguntó extrañada Vicky, calculando que no tendría ningún problema para ser penetrada por el "pequeño y simpático" artilugio.

-Sí. Para el culo.-

-¡¿Qué!?-

El grito de sorpresa de la chica fue tremendo. ¡Iba a meterle aquella cosa en su culo virgen!

-No, no, no.- empezó a negar, viendo como se acercaba inexorable su ex a sus nalgas.

-Tú eliges el qué. Yo por dónde.- le replicó él. -Relájate.-

Vicky hizo justo lo contrario: apretó las nalgas para que no pudiese penetrarla el ahora temible cilindro rosa.

Pedro observó ensimismado el culo, parado y duro. Puso una mano sobre él para sentir su textura.

-Hay que ver cómo lo tienes de cuidado. Da gusto. Seguro que te dicen un montón de piropos, con este culo de puerca.-

Vicky se sintió ofendida por la comparación, pero tenía que pensar en otras cosas. En cómo defender la virginidad de su orto, por ejemplo.

-Por favor, en el culo no. Que sea en el coño.-

-Para ese otro agujero tengo otra cosita.-

-¡No por favor, en mi culo no!- suplico gritando con todas sus fuerzas, lo que le valió ser amordazada de nuevo.

-Que escandalosa que eres.- le reprochó él - Bueno, empieza la diversión.-

Vicky notó que le untaba alrededor del ano con los dedos la sustancia lubricante. Le llegó un ligero aroma a frambuesas: vaselina perfumada. ¡Qué detalle! Le gustaban las frambuesas, y le gustaba aquel suave masaje hasta que, para su desesperación, sintió que un dedo se metía en su esfinter apretado.

-No puedes tenerlo todo el tiempo cerrado, ¿a que no?- se burló Pedro.

Movía el dedo en círculos por el interior. No había metido apenas la primera falange, pero Vicky notaba la desagradable sensación de la uña raspando el interior de su culo.

-Venga, suéltate de una vez.-

Vicky no lo hizo, y por eso le resultó un poco doloroso cuando el dedo avanzó lentamente en su interior, esparciendo el lubricante. Sentía lo mismo que cuando se tiene un ligero estreñimiento, y eso la incomodaba aún más, por no hablar de la humillación de estar perfectamente expuesta a una repentina sodomización por parte de Pedro si se le antojaba.

Decidió dejar de hacer presión y notó cierto alivio. Supuso que tendría que concentrar el pensamiento en otras cosas, pero le resultaría imposible en cuanto le pusiera el vibrador.

De pronto, antes de que terminara de acostumbrarse al dedo invasor, recibió un fuerte azote en las nalgas. Y luego otro.

-Que guarra que eres, ya te has rendido.- se mofó Pedro.

Le propinó otros dos cachetes que calentaron el lindo trasero y volvieron a hacer llorar a Vicky. ¡Su sometedor la estaba zurrando como a una niña pequeña!

-Bien, ya es suficiente. Ahora... nuestro común amigo.-

Vicky tomó aire y se quedó expectante. Un segundo, dos... Y de pronto una sensación de dolorosa plenitud se apoyó entre sus nalgas.

-¡Mmffff!-

-¡Aguanta, princesa, que esto va a ser complicado!-

Nunca hubiera imaginado Vicky que su esfinter fuese tan estrecho. Le parecía que la punta del vibrador apenas estaba metida y ya se sentía como si estuviera echando la caca más enorme y desgarradora de su vida.

Pedro dio unos golpecitos suaves en la base del vibrador, y Vicky puedo sentir los ecos de los mismos como verdaderos terremotos en su bajo vientre. Todo su ser, todos sus sentidos, estaban concentrados única y exclusivamente en el coloso que la taladraba.

De pronto le llegó un sonido, como de motor eléctrico. El vibrador estaba en marcha, pero... ¿cómo es que no lo sentía vibrar? La respuesta hizo que sus ojos se salieran de las órbitas.

-Jeje, te he engañado. - le dijo Pedro, y le mostró el vibrador rosa.

Entonces, si el pequeño consolador cilíndrico y suave estaba allí, ¿qué era lo que taladraba su orto? Rápidamente echó un vistazo al sillón y lo comprendió: Pedro había cogido sin que ella se diese cuenta el consolador de 30 centímetros que simulaba perfectamente un pene negro, el segundo más grande de todos los que había sacado. Sólo de pensar en que ese monstruo estaba en su culo incrustado la hizo convulsionarse de terror.

-Venga, venga, que no es para tanto. Al principio duele, pero en cuanto te pongas cachonda, verás como te gusta. -

Le aplicó el vibrador rosa encendido en el clítoris, y al rato Vicky notó que en su cuerpo se establecía un pulso de poderes entre la sensación excitante del coño masturbado por el pequeño vibrador, y la dolorosa del consolador negro dilatando su agujero.

 

Esa fue la clave: la dilatación del ano de Vicky. Poco a poco, pero con una aceleración gradual, notó que las paredes internas de su recto se expandían y permitían la total entrada del consolador negro. ¡Qué humillada se sintió, pero también que placer!

-Mmffff.- gimió tras la mordaza sin querer, y Pedro reconoció en ese gemido no el disgusto de la sodomización, sino el placer del orgasmo.

Le quitó la mordaza y le preguntó, seguro ya de la respuesta:

-Te gusta, ¿eh?-

-Oh, sí, que bien se siente...¡Es una locura!-

-Dime Vicky, ¿serás mi esclava?-

-¡Sí, seré tu puta, tu zorra, la perra que te lo haga todo, pero por favor, no dejes que me corra todavíiaaaaaaaa!-

Dedicado a Vicky (siento el retraso :P)

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