miprimita.com

Madolina, musa del sufrimiento (3 - Fin)

en Sadomaso

Así pues, Madolina había salido definitivamente del status servil para convertirse en una gran señora. Consolidar su dominio sobre las personas de la mansión Greenhill fue su siguiente objetivo. Y empezó por la criada pervertida, Hanna.

Supuso, y acertó en su suposición, que la joven masoquista guardaría algunos instrumentos de tortura para consolarse. Detrás de la ropa del armario encontró una pareja de disciplinas caseras, hechas con cabos de cuerda rematados por plomos de pesca. Eligió uno, el más largo, y se sentó en el catre de su sirvienta.

Hanna observó feliz a su ama con el cilicio dispuesto a lacerar su piel. Lo conocía bien, su tiempo libre dentro de las tareas caseras de la mansión lo dedicaba por completo a mortificarse con él. Ahora sería su adorada dueña quien, sin hacer caso de gemidos o ruegos, la castigaría.

Madolina tenía una expresión hierática, fría, y en sus rasgos apuntaba ya el inicio del rictus dominante y sádico. Sacudió el flagelo contra el colchón. Hanna se estremeció.

Ofréceme tu sexo, puerca. –

La tajante orden fue obedecida al instante. Lasciva, Hanna se colocó en posición, con el ano mirando a su ama, la vagina al suelo y los ojos a la puerta de la habitación. Madolina alcanzaba perfectamente todo el trasero, costados y espalda de la chica.

La falda. Levántala. –

Sonrosadas, las nalgas juveniles fueron dispuestas a la azotaina. No llevaba bragas. A Madolina no le gustó que su putita tuviera libre acceso a su sexo. Levantó un pie y jugueteó con el tacón del botín entre el culo y el coño. Hanna se movió para que la penetrase, pero Madolina no lo consintió. Apartó el calzado y tensó las cuerdas.

Hanna casi se desmayó de placer al recibir el primer golpe. Cayeron las bolitas de plomo, granizo gris, y sembraron su delicado cutis de dolor. Gimió, en la desesperación del orgasmo. El siguiente azote desató sus pasiones por completo y la condujo hacia el éxtasis. Con el tercero, se corrió. Había esperado demasiado tiempo ese momento y no supo, o pudo, ni quiso contener las reacciones de su propio cuerpo.

Madolina propinó tres azotes más hasta percatarse de que su criada había quedado satisfecha. Enfadada, pero sobre todo sorprendida, dejó de golpear. Aunque entendía que la ausencia de tormentos era la causa de la incontinencia en Hanna, le había molestado no tener control sobre su placer. Además, ella apenas si había comenzado a sentir excitación fustigando. Un poco confusa, pero seria, se incorporó y salió de la alcoba.

Lo más pronto posible te pondré un dispositivo de castidad. –

Hanna se retorcía de gusto. Había empezado a masturbarse. Madolina cerró la puerta.

El día siguiente propuso a su marido el viaje de recién casados que deseaba. Lo había pensado durante la noche, que por cierto pasó sola, pues Lord Greenhill, como recordaréis, terminó su borrachera en la puerta del establo, y no despertó hasta la madrugada.

Iremos a Inferna. –

Lord Greenhill sintió un escalofrío. El nombre de la institución penitenciaria más temible del mundo, el símbolo de un sistema contra el que él se empeñaba en luchar, pronunciado por los dulces labios de su esposa, le sonó francamente siniestro. No comprendía como una criatura tan sublime podía nombrar ese horror sin temblar. La noche anterior, al irse a acostar junto a su mujer, un poco resacoso, no pudo evitar sentirse afligido al contemplar su belleza y pensar lo que hubiera sido de Madolina si él no la hubiera salvado de las garras de la esclavitud.

¿A In... a ese sitio? -

Sí, a Inferna. –

No comprendía el motivo de la obstinación de su mujer en visitar ese lugar, justo ese. ¿O Tal vez sí? Su mente elaboró una hipótesis: quizás Madolina deseaba compadecerse de las mujeres allí condenadas. Él no podía sentir otra cosa que piedad hacia todas aquellas muchachas, encerradas, torturadas, objeto continuo del dolor.

Está bien, iremos allí. –

Madolina sonrió y le besó, recompensándole por satisfacer sus caprichos. Luego subió a hablar con Hanna.

Dime, cariño, ¿qué es lo que te ocurre realmente? ¿No estás a gusto en esta casa? –

Madolina conocía, por supuesto, la respuesta, pero deseaba oír la historia de su criada. Mientras le masajeaba los hombros, sumisa, le contó sus sentimientos.

No es eso. Pero es que, el señor... Me exaspera su amabilidad. ¡Yo necesito correctivos, ser castigada! –

¿Y eso? –

No lo sé, pero me siento bien siendo una esclava, cuando me humillan o me hacen daño. –

Entiendo. Y mi marido no te trata como tú deseas, ¿no? –

No, pero no le puedo culpar. Soy yo la perversa. Él es bueno, yo malvada. Desde pequeña me han educado en esa creencia, en la de que soy una niña mala, la oveja negra, un grano en el culo de la sociedad. Mis tutores me pegaban continuamente, aunque no hiciera nada. Me decían "seguro que estás pensando alguna travesura". Luego vino el internado. Me portaba mal aposta para que me castigaran. Cuando la maestra me ponía de rodillas contra la pared, yo era feliz. Cuando tenía que aguantar horas y horas amordazada, con los pechos descubiertos y los brazos en cruz sosteniendo pesados tomos, a la vista de mis compañeras, a menudo me corría. Yo soy así, nacía para sumisa.

Madolina dio un sorbo a la taza de té. Su criada era consciente de su "enfermedad", y la aceptaba con alegría. Jamás había visto a nadie tan satisfecho de contar como su infancia había sido un calvario.

Sigue. –

Después entré en lo que para mí supuso el paraíso: el correccional de esclavas. ¡Eso sí que era disfrutar! Todos los días azotainas, tres veces por semana nos dejaban elegir el instrumento de castigo, fusta, bastón o vara. Obligatoriamente nos flagelaban los pies los días pares. Desnudas todo el año, sesiones interminables de humillación pública, fisting, peleas de gatas, ... De todo. Y entonces vino Lord Greenhill y, se acabó.

Hanna suspiró. Sincerarse con su ama la había dejado un tanto triste. Madolina lo comprendió.

Bien, debes saber que he programado una visita especial para nosotros, tú, el señor y yo. Entenderás entonces que hay destinos peores que el que te ha traído a la mansión Greenhill. –

Hanna alzó la vista, curiosa, pero Madolina no dijo nada más. Sólo sacó de una bolsa un cinturón de castidad y en silencio se aseguró de que su esclava lo llevara bien sujeto. Metió la llave en su escote y se marchó a organizar el viaje. Partirían al día siguiente.

Inferna está en una isla, una medida cautelar por si alguna esclava intentase la fuga. El único modo de llegar a ella es un barco de vapor que sólo pasa por allí una vez al año. El trabajo de las esclavas satisface todas las necesidades de la institución, y las cosas que no pueden producirse allí las trae ese barco, junto con nuevos cargamentos de esclavas y, más raramente, para sacar de la isla a alguna prisionera indultada o vieja.

Por suerte, pronto sería la fecha señalada para el viaje anual, y Madolina sólo tuvo que esperar unas semanas para el viaje. Lord Greenhill se mostraba nervioso. Encargó los pasajes con antelación. Eran muchos los aristócratas aficionados a visitar la prisión para observar el tormento de las esclavas. Muchos tenían allí a una exmujer, una hija, madre, amiga, amante o alguien conocido, y deseaban mofarse de su penosa situación. Algunas de las mujeres de esos aristócratas fueron en su día "residentes" de Inferna, y ahora deseaban ver el horripilante lugar desde otra perspectiva. Algo así les ocurría a Hanna y Madolina.

La travesía duraba algo más de quince días. Durante este tiempo Madolina dedicó especial atención a su esposo, al que iba poco a poco sometiendo a su voluntad. Lo provocaba continuamente, paseándose semidesnuda por la cubierta, haciéndole felaciones en público o enseñándole a complacerla oralmente. Cuando no estaba con él, se ensañaba con Hanna, que la adoraba. La azotaba con una chinela plateada hasta hacerla llorar, o aprendía bondage japonés realizando complicados nudos marineros sobre su cuerpo.

Por fin llegaron a su destino. Lord Greenhill se sintió indispuesto y rehusó acompañar a su mujer y su criada en la visita.

Bienvenidos a Inferna. – dijo el capitán del barco y guía turístico del viaje. – Comprobarán con sus propios ojos el nivel de perfección que ha adquirido el sistema penal de nuestro estado. –

De la bodega del barco bajaba una hilera de nuevas prisioneras, encadenadas todas a una larga cadena. Sus miradas eran de espanto. Desnudas, desfilaban a trompicones bajo los latigazos de los encargados de la recepción. Desde la cubierta, los visitantes se reían de ellas, y las escupían.

Aquí en Inferna desde el primer momento enseñamos a las reclusas su lugar en el sistema de las cosas. – prosiguió el capitán – Y les hacemos entender que si están aquí es por su propia culpa. Esposas infieles, hijas rebeldes, mentirosas, ladronas, todas han sido encerradas aquí por no querer respetar las reglas estrictas de nuestra sociedad. –

Entraron por fin en el recinto. No se oía, curiosamente, ningún grito. Al preguntar Madolina la causa, el capitán respondió:

Las prisioneras están amordazadas todo el tiempo, excepto para comer o chupar las pollas de los funcionarios. –

El patio principal estaba ocupado por un centenar de chicas de diferentes edades, todas convenientemente encadenadas, que trabajaban en diferentes labores: arando la tierra, cortando madera o picando piedra. Gruesas bolas de goma llenaban sus bocas, aseguradas a sus nucas con correas. Como autómatas se movían sin cesar, sudorosas, llorando las novatas, y cada cierto tiempo recibían un fiero latigazo de advertencia.

Uno de los guardianes tomó de los cabellos a una de las reclusas, muy delgada, y la arrastró hasta una columna. Allí la ató con un collar y se bajó la bragueta. La chica se revolvía un poco, incapaz de escapar. El guardián le quitó la bola de la boca y pudieron oírse unos débiles "por favor, no, por favor" Luego empezó a orinarle. La esclava debía recoger todo el líquido y tragarlo o sería severamente castigada. Lo consiguió, se notaba que estaba ya acostumbrada. El guardián apretó otra vez la correa y de una patada la mandó a su anterior ocupación.

Por supuesto – explicó el capitán mientras entraban en una estancia aparte – las chicas a veces se niegan, pero entonces deben satisfacer a otros "huéspedes" menos cariñosos. –

Estaban en una pocilga. Una barra larga de hierro con cepos tenía atrapadas a dos esclavas desobedientes. Detrás de ellas se abrieron dos puertas y salieron espléndidos verracos. El sudor de las mujeres denotaba el sufrimiento. Pronto serían montadas por los animales sin poder evitarlo. El capitán sonreía y prestaba atención a la dantesca escena. Madolina también sonreía al ver el pasmo reflejado en el rostro de su criada.

¿Qué te parece esto? ¿Crees ahora que los métodos de Lord Greenhill no son los adecuados? –

¡Oh, sí! – repuso, todavía sin poder creerse lo que estaba viendo, Hanna. –

Bien creo que hemos visto suficiente, volvamos al barco. –

Mas de Dr Saccher

Canto atormentado de culpa y castigo

Amor sin erre

Withe Over Black

Doralice, Mensajera del Dolor

La Princesa y su celda

Las reinas del vudú de Nueva Orleans

Encerrona en el gimnasio

Farsa cruel para Angie

Que duela, que guste y que sea original

Xiuxiu y su esclavo

Amor ácido

La doble vida de mi vecina

Blancas juegan, ganan y someten

El último juego de Belle

S.A.S: Sadomaso casero

Maná la Pantera en la selva urbana

La turista lesbiana

Cambio de ama

Función gótica

Amo al volante

Taifa de sumisión (1)

Las cadenas (2)

Las cadenas

Yo: mi mamá me mima, mi mamá es el ama

Dame un repaso

069 en el castillo von Bork

069 y los Cigarros de la Reina

El sueño de una sumisa

069. Operación: Emma

069 contra PHI EPSILON MI

La Casa de Jade

069 contra el Doctor Gino

Tu sueño de sumisión

Respuesta a una lectora sumisa

Barbazul (2)

Feminízame, ama

El internado para niñas malvadas (3)

Barbazul

Regalos envenenados

Casandra, sumisa repudiada

Perdido en ella

Venganza horrible

Aviso previo para mi sumisa

Obsesión...

...peligrosa

Voy a romperte el corazón (1)

Mi duda, mi tormento, mi redención

El internado para niñas malvadas

Mis esclavas y yo

Tela de araña (3)

El Internado para niñas malvadas

Mi antología del Bdsm (2)

Mi antología del Bdsm (1)

Menú anal

El caleidoscopio de Alicia

Exploracion muy íntima

El dolor, medio y fin

Reconocimiento de Ethan

Gusanita

Madolina, musa del sufrimiento (2)

Madolina, musa del sufrimiento (1)

Cazador de mariposas

La letra con sangre entra

Dos historias de un ama (II)

Tela de araña (II)

Dos historias de un ama (I)

Tela de araña (I)

Ángel revelación (II: de la sombra a la luz)

Ángel revelación (I: del trabajo a casa)

El enema

Mi perversa Esclavizadora

Asphixya: hacia la insondable oscuridad

Color noche

Canal sadolesbo

Pesadilla fetichista

J. R o historia de un pervertido sin suerte