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El Internado para niñas malvadas

en Dominación

La campana del internado para niñas malvadas sonó con fuerza, haciendo vibrar los ventanales enrejados.

-Bien, se acabó la clase por hoy. Martina, ya es suficiente castigo. –

-Gracias, profesora. - sollozó la chica que estaba de rodillas, cara a la pared, los brazos en cruz sosteniendo dos pesados tomos.

-¿Has aprendido la lección?- se mofó Elvira, ayudándola a levantarse.

-Esa no sé si la he aprendido, pero sí que sé que cuando te mandan barrer la clase a conciencia es por algo. ¡Ay! –

En sus rodillas había esquirlas y chinitas minúsculas que habían acrecentado el dolor del castigo, clavándose en la piel.

Era la hora del comedor, pero Martina se arriesgó a hacer una visita al patio para ver si conseguía darse un beso a través de las rejas con su noviete, Richie, del internado para niños rebeldes.

-¡Martina!-

-¡Richie!-

-¡Cómo me alegro de verte!-

-¿Sí? ¿Por qué? –

-Porque te quiero. –

Se dieron un besito tierno. Él hizo pasar su mano a través de la verja y le sobó un pecho por encima de la camisa blanca.

-¿Mañana a la misma hora?-

-Sí mi amor, y si no vengo, puedes darme una paliza de muerte por puta. –

-Te quiero, hasta mañana. –

 

Cuando Martina se dio la vuelta se le heló la sangre en el pecho. Don Constante, el jefe de estudios, que la deseaba y ya la había toqueteado en incontables ocasiones en el baño (una vez incluso la obligó a masturbarlo), estaba en las escaleras de acceso, con los brazos cruzados.

-Vaya, vaya... Parece que no tienes suficiente conmigo, ¿eh, pequeña zorra?-

La cogió del pelo y le retorció un brazo detrás de la espalda. Martina gritó por el dolor y empezó a suplicar. A empellones la arrastró hasta el comedor y la hizo sentarse a su lado.

 

Todas las chicas estaban calladas, las miradas fijas en los platos de repugnante merluza hervida con una salsa que parecía semen (y ójala sólo lo pareciese). Ninguna se atrevía a comer.

Don Constante se dio cuenta y decidió dar un ejemplo.

-Martina, empieza a comer para que tus compañeras hagan los mismo. –

Martina sintió una nausea y un mareo al mirar la ración, el doble que la del resto, del plato que más odiaba de cuantos engendró el diablo cocinero.

-Yo...no tengo hambre. –

-Me da igual. - la cortó Don Constante - Te lo vas a comer. –

-Por favor, señor, no me obligue. Me da asco. –

-¿Que te da asco? ¡Será posible! ¡Rechazando la comida que tan amablemente hemos preparado para ti!-

Don Constante tomó su tenedor y su cuchillo y partió un trozo del pescado, de aquella comida de moribundos y enfermos.

-Abre la boca.-

-No...-

-¡Abre la boca, puta, que es lo único que sabes hacer bien! –

Martina se echó a llorar, pero tuvo que abrir la boca, los labios temblorosos. Miraba a su alrededor y no veía ninguna cara de compasión, sólo miedo en sus compañeras y un sádico placer en los rostros del claustro de profesores.

Don Constante metió el bocado y espero paciente a que la desconsolada alumna cerrase las fauces. La reprendió, disgustado, por no paladear el manjar ni masticarlo.

-Otra vez, y ahora quiero verte sonreír mientras lo comes.-

Martina volvió a abrir la boca. Las nauseas eran espantosas, el estómago le ordenaba que no metiera nada más, pero de nuevo se vio obligada a obedecer.

-Muy bien. ¡El resto, a comer!-

Todas las chicas empezaron a comer, intentando olvidar el mal trago a base de pan y agua. Martina apenas llevaba tres bocados y ya no podía más.

-Por favor, más no, por favor...- suplicó

-Venga, venga, no seas quejica, que está muy bueno. ¿Ves? Ni siquiera tiene espinas. ¡Abre y di aaaahhhh! –

Lo que Martina dijo fue aaaaghhhh....y justo después la bilis acumulada la hizo vomitar.

-¡Pero que guarra de mierda...!- se quejó Doña Linda, salpicada por el vomito. -Señor Constante, exijo un castigo ejemplar. –

-Desde luego, Doña Linda. Me encargaré personalmente de...-

-¡No, cerdos!-

Una chica se había levantado de su mesa. Era Greta, la alumna más rebelde, secretamente enamorada de su compañera de clase y amiga Martina. Desafiante, los puños apretados como los dientes, no toleraría tanta crueldad. Aunque tuviera que servir de mártir para salvar a su amada, no dudaría ni un momento más en plantar cara a la tiranía.

-Ah... Ya salió la heroína lesbiana.- se burló Don Constante. Greta se puso colorada al ver su secreto, que tan celosamente creía guardado, desvelado.

-Pero...¿qué dice? ¡No es cierto! –

-¿No? Estas cartas de amor que encontramos en la taquilla de Martina y tu diario no dicen los mismo.-

Don Constante sacó de su maletín de cuero los documentos reveladores y Greta se sintió desfallecer, cayendo sobre sus rodillas en el suelo del comedor. Elvira dio una risotada.

-Os leeré un poco, queridas, para que sepáis con que clase de mentes pervertidas y abyectas compartís curso y quien sabe si incluso habitación.- dijo Don Constante. -Mientras, puedes ir limpiando la comida de tu amiga... a no ser que quieras que lo haga ella.-

Greta, sabiéndose perdida, decidió aceptar y salvar a su adorada amiga del suplicio de recoger del suelo su propio vómito. A gatas se acercó a la inmensa pota e hizo ademán de sacar un pañuelo para recogerla, pero Don Constante, en cuanto se cercioró de que Martina había sido conducida a un breve encierro en su cuarto, le ordenó otra cosa:

-Ah no, querida. Con la lengua. Y empieza por mi zapato, que ha caído algo de la asquerosa esa.-

Greta no se desmayó porque eso hubiera supuesto caer de bruces sobre el charco de maloliente vómito, pero se tambaleo. Uno de los fornidos conserjes de la institución se colocó a su lado y la obligó a agachar la cerviz hasta el zapato de Don Constante. Restregó su bonita cara por él, haciéndola daño, hasta que Greta empezó a limpiar con fruición los vómitos, dejando el calzado bien limpio, y luego empezó con el suelo, con el interminable pringue.

El jefe de estudios había ya empezado a leer algunas de las páginas, las más escabrosas y tórridas, del diario de Greta. Las lágrimas de la chica bajaban por sus carrillos hasta la boca, amargando aún más el sabor de la merluza regurgitada.

 

"Querido diario: hoy me he masturbado con un trozo del palo de una escoba. Le he puesto papel celofán por encima y luego me he dado un poco de vaselina en el coño. Metiéndomelo pensaba en que era la lengua de mi amada Martina la que me penetraba. ha sido maravilloso...

Hoy hago dos años en el internado. Es horrible, sueño con escaparme de aquí, con Martina, e irnos a vivir juntas... Esta noche la iré a ver a su habitación...

Ayer Martina me dio un beso. Me puse muy mojada, y fui al baño a hacerme un dedo. Espero que no me pillen, porque sino, me pondrán el cinturón de castidad..."

Don Constante dejó de leer y mandó que las chicas volvieran a sus habitaciones.

-En cuanto a ti, calentona desviada, olvídate de tocarte el conejito durante muuuucho tiempo. Terminarás de limpiar esto desnuda. Señores - ordenó, refiriéndose a los conserjes - asegúrense de que termine la labor. Luego pónganle el cinturón y déjenla en su cuarto. –

-Sí, Don Constante. –

-Yo me voy a hacerle una visita a tu amiga Martina.-

Ésta dormitaba en su habitación, la boca aún manchada de comida. Tenía la cara descompuesta por el llanto, lo cual enterneció un poco a Don Constante.

-Levántate, y acompáñame a mi despacho.

La chica se despertó, y al ver que no era una pesadilla, que Don constante estaba allí, se echó a llorar de nuevo.

-¿Quieres que sea aún más severo? –

- No, señor. -

Martina se levantó y siguió obediente a su profesor hasta el despacho. Él cerró la puerta con llave y se sentó.

-Te voy a dar una azotaina. Bájate las bragas y ponte encima de mis rodillas. -

Martina obedeció y pronto estuvo lista para sufrir los golpes. Don Constante la agarró ambos brazos con una mano mientras con la otra levantaba la faldita tableada y contemplaba el culo y bajo vientre de su alumna.

- Mmm... Delicioso. Creo que seré clemente y no te destrozaré el trasero con esto.-

 

Le enseñó una pala de madera con agujeros, el terror del internado. Martina sintió otro escalofrío.

- ¿Vas a ser buena y no vas a quejarte?

-Sí, señor. –

-Si oigo un murmullo, por apagado que sea, cogeré la pala. ¿Entendido?-

-Sí, señor. Ni un murmullo. –

-Pues vamos allá.-

La mano de Don Constante era grande, y se estampaba en toda la nalga haciendo un ruido sordo, Martina sentía los golpes cada vez más, pero era soportable. Al menos los diez primeros lo fueron. La segunda decena fue más dura, y Don Constante puso a prueba a su alumna, intentando arrancarla un quejido. En un par de ocasiones Martina tuvo que apretar los dientes o contener un grito de dolor cuando ya tenía la boca abierta, pero logró resistir. Don Constante, satisfecho, siguió azotándola a un ritmo prudente hasta completar lo que él llamaba "la tunda del culibrí": 36 azotes.

-Bien, con esto es suficiente. Ahora hazme una felación. -

Martina no se la había comido antes al Jefe de estudios, pero sí a uno de los conserjes, al profesor de deportes y, por supuesto, a Richie en aquella excursión conjunta el año pasado. Por eso no tuvo escrúpulos en meterse la pequeña polla de Don Constante en la boca y succionarla, de acariciarla con la lengua y de masturbarla con los labios y dientes hasta que se le llenó, en un lapso de tiempo que le pareció más breve de lo normal, de semen.

-¿Me lo trago, señor?- preguntó Martina, obediente, tan obediente como cansada de castigos por ese día.

-¿Eh? Sí, sí, no manches nada. Anda, vete.-

-Gracias señor.- dijo la chica, y tragó el espeso liquido.

Luego fue a su habitación y se volvió a acostar, pensando en volver a ver a su amado Richie al día siguiente, y en tentar otra vez a la suerte para que Don Constante volviera a castigarla implacablemente. Pero ella, a diferencia de Greta, no era tonta, y nunca escribiría en su diario ese secreto que tanto placer le reportaba, pues se arriesgaba a quedarse sin el chollo que suponía ser una masoquista empedernida en el internado para niñas malvadas.

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