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069 contra el Doctor Gino

en Dominación

-¿Agente Travis?-

El jefe me llamaba desde el megáfono para asignarme una nueva misión. Acomodé mi pequeño cuerpo en el excesivamente grande sillón de cuero y escuché sus indicaciones.

-Agente Travis, esta misión sólo puede desempeñarla usted. Ya hemos enviado a varias agentes femeninas sin éxito. Es por eso que tenemos que enviar a un agente masculino... disfrazado de mujer.-

-Pero, ¿de qué trata la misión?- pregunté yo, ya algo inquieto ante la perspectiva de travestirme.

-Verá, agente. Sospechamos que el famoso Doctor Fernando Gino hace operaciones de cirugía estética ilegalmente en su chalet particular. Las agentes que hemos enviado hasta ahora se han hecho pasar por ricas hartas de sus defectos, pero como ya le he dicho antes, ninguna ha podido averiguar nada sobre las supuestas actividades ilícitas del doctor.-

-Ajá. O sea, que voy allá haciéndome pasar por una de esas ricas y a ver que consigo averiguar,¿no? Ok, conforme.-

-No es tan sencillo, Travis. De hecho le hemos conseguido una coartada mucho mejor y que creemos no pondrá en peligro su seguridad... El responsable de equipo especial le dará las instrucciones al respecto.-

En el departamento de equipo especial los más fascinantes inventos creados para la Agencia se amontonaban en estanterías y mesas. Me entretuve examinando algunos de ellos, hasta que noté una mano viril tocando mi nalga. Me di la vuelta y utilizando mis privilegiados reflejos iba a asestar un golpe fatal cuando me percaté de que se trataba del encargado, el ingeniero Quincey.

-¡Coño, Travis, creí que eras Winnipenny! A ver si te compras ropa que deje más claro que eres un tío.-

-Jajaja, y tú a ver si dejas de meter mano a todo lo que se mueve, Q. Dime, ¿qué tienes para mí?-

Q cogió dos cajas, una pequeña, del tamaño de un estuche, y otra más grande, como de medio metro por medio metro y unos 15 centímetros de grosor. Q abrió la primera. Dentro había un aro de un metal parecido a la plata y una especie de cascabel prendido de una argolla. Los estudié mientras Q me explicaba:

-El aro es una versión mejorada del anillo localizador. Con él podremos saber en cualquier momento dónde te encuentras, tus pulsaciones, y si necesitas ayuda sólo tienes que pasar el dedo a través de él y una unidad acudirá a rescatarte en 15 minutos. El otro es un potente radar espectrográfico con el cual podrás descubrir cámaras secretas o estancias ocultas. En la vibración notarás si una pared o suelo es hueco.-

-Entendido Q. ¿Y dónde los he de llevar?-

Q sonrió antes de declarar:

-El aro tienes que ponértelo en el pezón, cerca del corazón. En cuanto al radar... no tiene mucha potencia, por lo cual no notarás las vibraciones a no ser que lo lleves cerca de una parte sensible.-

-Joder, Q, ¿me estás diciendo que tengo que ir con este cascabel en la lengua?-

Q negó con la cabeza antes de mirarme el paquete, y luego enarcó una ceja. ¡Así que ahí es donde iba el condenado invento, en mi glande! Sin duda esta Agencia empezaba a perder el norte, pero aún quedaba por revelar el último "invento". Q me dio la caja y dijo:

-Hace una semana el Doctor Gino publicó un anuncio en el periódico demandando una doncella para que trabajara en su chalet. Logramos interceptarlo y que no saliera publicado. Ahora lo que tienes que hacer es hacerte pasar como chacha e investigar en la casa. Sencillo, ¿verdad?-

Efectivamente en la caja grande había un conjunto de blusa, cofia, medias, liguero... en fin, un uniforme completo de doncella clásica. Viendo ya mis carnes vestidas por aquella indumentaria, bromeé.

-Vaya, ni siquiera hay unos zapatos a juego.-

-¡Error, amigo mío!- exclamó Q, y extrajo un par de zapatos preciosos, de salón. –Estoy muy orgulloso de este par. Presiona la hebilla.-

Así lo hice, y al instante los tacones se alargaron y afinaron hasta convertirse en unos vertiginosos tacones de aguja. Iba a tocar la punta cuando Q me advirtió:

-No lo hagas, tienen un potente anestésico. Úsalo si te ves muy necesitado. Bueno, Travis, por mi parte es todo. ¡Suerte, fiera!-

-Vete al cuerno, Quincey...-

La siguiente parada, en cuanto me puse el atuendo de doncella fue el despacho e Winnipenny. Le hizo mucha gracia verme así disfrazado, pro no dijo nada más que "estás muy guapo", mientras me ponía las uñas postizas, me peinaba y maquillaba. Cuando terminó, me prestó un espejo. ¡Mierda, estaba realmente buena! Me hubiera quedado admirándome un buen rato, pero Winnipenny me dijo que había concertado la cita para mí en apenas media hora. Así que suspirando, salí, metí el estuche en el bolso y llamé a un taxi.

El chalet del Doctor estaba en una zona residencial muy bonita, llena de parques y árboles. La casa era grande vista desde fuera. Me atusé el pelo y algo preocupado porque se pudiera descubrir mi verdadera identidad (una sensación a la que un espía nunca llega a acostumbrarse), llamé al timbre.

-¿Sí?-contestó una voz femenina.

-Hola, soy Antonia, Toñi, la candidata a doncella.-

El portero automático pitó y la verja se abrió. Tras un caminito de baldosas con esculturas eróticas abstractas, la puerta de la casa estaba abierta, y en el umbral aguardaba una mujer. Era alta, esbelta, de cabello castaño y ojos negros. Tenía una expresión severa, pero eso no atenuaba su belleza. Un escalofrío me recorrió pensando que bajo la falda estaba desnudo y que si me excitaba por la razón que fuese antes de terminar de ponerme el uniforme, me delataría. La mujer me recibió:

-Hola Toñi, soy Mae, la ayudante del doctor. Pase y le explicaré sus tareas para que empiece cuanto antes.-

Ya dentro de casa Mae me llevó por las habitaciones del inmenso chalet, explicándome mis labores: mayormente limpiar el polvo. Por suerte parecía completamente convencida de mi "feminidad". Fue una lástima que no tuviera ya preparado el radar, porque hubiera descubierto enseguida las estancias ocultas, de haberlas. Sería más complicado recorrer después la casa sin levantar sospechas.

Cuando terminamos de recorrer las estancias, regresamos al salón. Mae me miró a los pies y comentó:

-A partir de mañana traiga zapatos con más tacón. Al doctor le gustan.-

-Tengo otros aquí mismo para cambiarme.-

-Magnífico. Acompáñeme al servicio para terminar de prepararse y luego comience a limpiar por la recepción.-

-¿Vendrá el doctor hoy?-

-No creo que venga hasta muy tarde.-

Me metió en el servicio de damas y allí me senté. De momento todo iba bien, pero no me terminaba de gustar aquella mujer, Mae, si es que ése era su verdadero nombre. Así que haciendo gala de inmensa profesionalidad (son ya algunos años deteniendo a farsantes y sinvergüenzas los que tengo en mi experiencia) me coloqué los objetos del estuche: el aro en mi pezón izquierdo, que llevo perforado desde cierta misión en los garitos de piercing y tatoo de Shangai; y el radar en mi glande semierecto.

Pasé la argolla por encima y quedó ajustada al comienzo del escroto. Inmediatamente noté las leves vibraciones del ingenio al ponerse en marcha, pero nada tan fuerte que me hiciera sospechar de la presencia de estancias ocultas en los servicios de las damas. Luego coloqué el delantal encima: perfecto, no se notaba en absoluto. Presioné por último las hebillas de los zapatos y los tacones emergieron, impúdicos. Me puse de pie con algo de dificultad y salí para recibir la aprobación de Mae. Sería una odisea mantener el equilibrio.

-Excelente, Toñi.- comentó Mae, y noté algo de lascivia en su mirada mientras me observaba. Pero se fue a su despacho y me dejó.

Durante un par de horas anduve con el plumero por aquella casa, moviéndome con mucho tiento para no caerme. No sabía cómo se reducían los malditos tacones. Por otro lado a la media hora las microvibraciones del radar habían empezado a erotizarme poco a poco, y bajo el mandil una levísima protuberancia ocultaba la tremenda erección.

Y no encontraba nada. Por fin, harto y necesitando orinar, volví a los baños. Mae seguía encerrada en su despacho. Por error o por inercia me metí en el de hombres, levanté la falda y...

-Uaaaaaa....-

Tuve que morderme el labio para no gemir. Las vibraciones habían aumentado drásticamente nada más meterme en el baño, y todo mi miembro palpitaba cual vara de zahorí. ¡Luego allí estaba la estancia oculta! Guiándome por mi pene erecto, no tardé en encontrar el mecanismo que abría la compuerta: la pared del fondo tras el servicio de retiró dejando ver unas sombrías escaleras. Excitado por el descubrimiento, me olvidé de todo lo demás y bajé por ellas.

Daban a un lugar sobrecogedor. Aquello era peor que un quirófano clandestino, ¡era un museo de los horrores, el gabinete del doctor Frankenstein! Horribles aparejos a medio camino entre los útiles de medicina y los artefactos de tortura sexual copaban la estancia. En una vitrina sueros de los usados en el lavado de cerebros se apilaban.

-¡Qué haces aquí, Toñi!-

Me giré y vi en lo alto de las escaleras a Mae, sorprendida (claro) de encontrarme allá. Furiosa con esa perra, caminé decididamente hacia ella con la intención de dejarla inconsciente antes de llamar a los refuerzos, pero... me pisé. El tacón se hundió en el empeine lo suficiente como para rasguñar la piel. Sentí el pinchazo un segundo antes del mareo y caí inconsciente. ¡Malditos tacones de aguja!

Desperté. Al menos estaba vivo. Me habían quitado la falda, descubriendo mi secreto. También me habían quitado la blusa, y ahora el aro de llamada pendía. Quizás tuviera una oportunidad de pedir ayuda... si Mae no me hubiera atado los brazos a la espalda. ¿Dónde estaba esa perra? Le clavaría el otro tacón (pues mis mortificados pies me avisaban de que aún estaban ahí esos picos traicioneros) en el culo. Vaya, también se había dado cuenta de eso: mis tobillos habían sido asegurados a la pata de la camilla sobre la que descansaba mi torso. En definitiva el Agente Travis estaba a merced de lo que quisieran hacerle, y con su culo y miembro (del cual aún colgaba el dichoso cascabel-radar) bien expuestos.

-Debí suponer que la Agencia seguiría mandando agentes, lo que no creí es que pensaran engañarme con uno, por más que tu caracterización sea excelente.-

Delante de mí estaba el Doctor Gino, un tipo de cuerpo formidable y mirada fría. Llevaba unos pantalones vaqueros negros muy ajustados, pero nada, ni camisa ni camiseta, que cubriera sus estupendos pectorales.

-¿Cómo te llamas, agente?-

-Toñi.- respondí, confiándome a una tan absurda como hipotética careta de ingenuidad. Un pinchazo me sacó de mi error, miré a mi derecha y vi que Mae me había aplicado uno de sus mefíticos sueros de la verdad.

Por cierto que el aspecto de Mae de la última vez distaba mucho del de ahora. Ahora su atuendo conjugaba al 100% con la severidad de la mirada. O eso o el suero empezaba a trastornarme el entendimiento.

-Qué... guapa...- no pude evitar declarar, afectado ya por el ¿pentotal? Mae sonrió perversa, embutida en su corsé de dominatriz y unas botas altas ceñidas a sus muslos por diversas correas. Su chocho, apetitoso en mis alucinaciones, estaba a escasos centímetros de mi boca ansiosa. La abrí, lujurioso, pero aprovechó para colocarme un aparato que mantuviera separados mis labios. ¿Qué me irían a hacer?

-Te lo preguntaré otra vez. ¿Cómo te llamas?-

"Travis" me insistía la cálida presencia que se forma en el subconsciente cuando empieza el proceso del lavado de cerebro. Pero yo, entrenado durante días en resistir estos métodos, me negaba a contestar. Hubiera sido más fácil si hubiera podido morderme los labios hasta hacerme sangre: el dolor era el único arma efectiva contra los métodos de control mental. Pero con aquel aparejo, sólo podía jadear, hasta que al final mi garganta respondió por mí:

-Travis.-

¡Aquella mierda que me había metido Mae era realmente efectiva! O quizás lo era por estar combinada con la extrema humillación de verme en aquella situación. El doctor, complacido, volvió a preguntar:

-Buen chico. ¿Eres agente?-

-Sí.-

Se me saltaban las lágrimas al ver mi resistencia tan fácilmente sobrepasada, y Mae se burlaba de mí mientras acariciaba mi trasero.

-Lo estás haciendo muy bien, Travis. Ahora dime, ¿vendrán pronto tus amiguitos de la Agencia?-

Haciendo acopio de toda mi voluntad me negué a responder. El doctor insistió un par de veces, pero no consiguió hacerme hablar. Entonces le dio la orden a Mae de inspeccionarme para hallar micros u localizadores. ¡Si daban con el aro, estaba perdido!

Mae conectó algo a un enchufe, algo que empezó a emitir un zumbido. Lo pasó por mis brazos, mi espalda, mis piernas, mi cuello, mi cabeza... La suerte quiso que no lo acercara a mi pecho, que quedaba aplastado contra la camilla.

-No me creo que no tenga ningún chip.-

-¿Tienes algún micro o localizador por ahí?- me preguntó el doctor, pero yo seguía mudo.

-Está bien... mira en su culo. Los de la Agencia pueden creerse muy listos, a veces.-

El detector paseó por mis nalgas con su zumbido, y mi pene me anticipó lo que iba a pasar, contrayéndose y haciendo sonar el ya inutilizado cascabel-radar. Enseguida Mae metió el detector por el esfínter. ¡Qué espanto! Gimoteé como una nena de verdad, y las lágrimas volvieron a fluir, pero eso no detuvo la exploración de Mae, que durante un largo minuto escarbó con aquel endemoniado (y perversamente alargado) objeto en mi agujero.

-Nada. Ahí no está.-dijo, pero no extrajo el artefacto de mi culo.

-Tsk, tsk... Una de dos, o este idiota ha venido sin un "seguro" o lo tiene escondido en otra parte. –

Miré de nuevo al doctor. Se estaba bajando la bragueta y su enorme polla pronto vio la luz. Me agarró de los pelos y la cofia, acercándola a mi boca irremediablemente abierta. Mientras, la pérfida Mae acariciaba mi espalda y me conminaba a rendirme de una vez. En un momento tomó el aro y jugueteó con él. ¡Estaba perdido! Presa del pánico grité:

-¡NOOOOO!-

La tranca traspasó mi boca. Completamente humillado, fui vejado oralmente por el doctor Gino. Y mi única esperanza radicaba en que Mae, en sus taimadas caricias para doblegarme, metiera uno de sus dedos en el aro y diera así la señal de socorro.

Pero para entonces yo ya estaría completamente sometido...

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