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S.A.S: Sadomaso casero

en Textos educativos

Habían pasado muchos meses desde que estuve seguro que el onanismo corriente no me llenaría jamás. Saturación, hastío,... fuera lo que fuera, me aburría el cascarme pajas y aunque las imágenes que evocaba mientras me masturbaba eran de una calidad exquisita casi siempre, a la hora de darme placer el acto en sí carecía de significado. Tenía, deduje al final, que compaginar más profundamente la forma física del acto con su contenido evocado. Tenía, en otras palabras, que aplicar a mi cuerpo los refinados suplicios que mi mente creaba.

Por eso llamé a los S.A.S., los Servicios de Asesoramiento Sadomasoquista. Eran una agencia reciente, rama de otra empresa de scorts temáticas bastante conocida. La elegí por su respeto con el marco legal y su valoración de la discreción e intimidad del cliente. Siendo yo un personaje público, un famoso, no me interesaba, al menos económicamente, que se airearan mis gustos. Sí, es cínico cantar al amor tradicional cuando en realidad uno se pirra por sus reflejos sombríos y perversos, pero... así son las cosas.

Tras concertar la cita por teléfono, me preparé. Una buena ducha, un afeitado concienzudo, y las pocas prendas que portaría elegidas con cuidado: boxers ajustados, un batín (el look Sherlock Holmes me ha parecido que conjuga a la perfección el sibaritismo con la sobriedad en la elegancia, si es que eso es posible), unas chinelas a juego y 4 joyas, ni más ni menos: el sencillo aro en mi oreja derecha, una cadenita y una esclava a juego, y mi anillo de la suerte. Pero justo unos segundos antes de que la agente llamara al timbre, me dio por engominarme el pelo, logrando así ese aspecto tan... tan...

-Ridículo.-

Eso me soltó nada más abrirle la puerta, y me dejó de piedra. Pasó sin que se lo pidiera y cogió el teléfono de la salita. Marcó el número de la agencia y dijo:

-Melissa, entro de servicio ahora mismo... Las once y diez. Okei, ciao.-

Colgó y se giró para examinarme, pero la primera impresión que le di debió bastarle, porque siguió con su mueca de indiferencia. Yo no estaba acostumbrado a eso, y me había quedado un poco fuera de lugar, así que fue ella la que rompió el silencio.

-El servicio es por tiempo.-

-Por supuesto, disculpe. Me ha dejado usted un poco descolocado, eso es. Pero adelante.-

-¿Me permites una pregunta personal? Puedo tutearte, ¿verdad?-

-Por supuesto. Sí, sí, como prefieras.-

-A mi no me gusta que me tuteen.- declaró mientras soltaba el bolso en un sillón. -Bien, ¿has solicitado alguna vez los servicios de una dominatriz profesional?-

-No.- mentí.

-Ya... Pues bien, el servicio que noso... que yo voy a darle no tiene nada que ver, así que deseche esa idea. No habrá sexo entre nosotros, ni por dinero ni por otra razón. No soy una prostituta, ¿entendido?-

-Perfectamente.-

-De acuerdo entonces. ¿Empezamos ya?-

-Sí, por favor.- dije, intrigado por aquella mujer.

Era bella, algo mayor comparado con lo que esperaba, de cabello rubio oscuro y elevada estatura. Vestía una blusa blanca, falda y chaqueta rojas de paño, zapatos de tacón bastante alto también rojos, como el lazo de raso que llevaba en el cuello de la blusa prendido con un extravagante broche. Su actitud era fría, pero a la vez poderosa, y daba impresión de seguridad y de conocer su oficio a la perfección. Los ojos, negros, no paraban de examinar y calcular.

-Desnúdate. Por completo.-me dijo, y yo me desprendí del batín y los boxers. Ni se inmutó cuando mi pene la apuntó a la entrepierna. -He dicho por completo: las joyas también.-

-¿Por qué?-pregunté, algo turbado.

-Podrían interferir y... ¿te acuestas o duchas con ellas puestas?-

Humillado por su lógica, me quité la esclava, la cadenita y mi anillo de la suerte, pero cuando iba a hacer lo propio con el pendiente dijo que así estaba bien.

-El funcionamiento del servicio es bien simple. Te orientaré para que con los objetos que encuentras en tu propio hogar puedas satisfacer tus deseos. Es una cuestión de creatividad e imaginación, pero también hay un componente de sensatez importante: hay cosas con las que no se juega, como la electricidad, si no es conociendo bien sus riesgos.-

-Ajá, entiendo.-

-Por ejemplo, y partiendo de tu propio cuerpo, puedes procurarte placeres más elaborados que la simple fricción del pene. La inserción de un dedo o dos en el ano mientras te masturbas ya cumple un papel interesante: amplifica la sensación y supone una humillación añadida. Sentémonos.-

Se acomodó en el sofá y de su bolso sacó un cigarrillo y un encendedor. Dio unas cuantas caladas bajo mi atenta mirada hasta que volvió a hablar:

-¿Cómo te masturbas normalmente?-

-Pues me cojo el pene con tres dedos y...-

-Muéstramelo.-me cortó.

Me la pelé unos segundos con una extraña sensación: me parecía ser un espécimen de laboratorio bajo el aséptico escrutinio de una científica.

-Y mientras lo haces, imagino que recrearás tus fantasías mentalmente.-

-Sí.-gemí.

-Puedes añadir por ejemplo unos golpes con los dedos en el tronco y el glande, acordes con la imagen de una fusta castigándote el miembro.-me sugirió.

-¿Unos golpes cómo?-

-Como una toba. Como si jugaras a las chapas... no, así no- me indicó, viendo mi forma de colocar los dedos, y me mostró el modo correcto -Venga, prueba.-

Me daba vergüenza, pero logré darme un suave golpecito en el tronco del pene. Busqué su aprobación, pero parecía decepcionada.

-¿En serio has notado esa birria de golpe? Venga, date fuerte.-

Volví a darme, pero apenas si le imprimí algo más de potencia.

-Mucho más fuerte, cobardica.-señaló, y chasqueó sus dedos en el aire con tanta fuerza que sonaron. Imaginarme eso aplicado a mi miembro me angustiaba, pero también me excitaba, y como no quería aparecer como una nenaza, terminé por soltarme un buen golpe que me hizo contraer todo el pene.

-Eso está mejor. Pero debes relajarte más: el objetivo es que tu cosita no se lo espere. Ahora en el glande.-

Aquello era pedir demasiado demasiado rápido. Me di un golpecito delicado y ya fue bastante doloroso. No me atrevía a descargar ninguno más fuerte.

-Cierra los ojos, ayuda bastante.-

Seguí ese consejo, pero seguía sin ser capaz de soltar los dedos en tensión. Y de pronto, sin previo aviso, noté un horrible picotazo seguido de un escozor no menos tortuoso. ¡Me había dado el golpe ella, harta de esperar!

-¡Ay!-exclamé y abrí los ojos.

-Sigue pajeándote, que no volveré a hacerlo.-

Me hubiera encantado que lo hubiera hecho.

-Recuéstate de lado, de modo que puedas acceder tanto a tu sexo como a tu culo.-

Así hice, pero en cuanto vio mi culo meneó la cabeza.

-Al baño, vamos. Eso está imposible. ¿No te limpias o qué?-

Humillado por ella una vez más la conduje hasta el lavabo. Siguiendo sus instrucciones me lavé con agua fría y gel de baño.

-Es mucho mejor que el jabón común: escuece un poco y... su semejanza con el semen incrementa la impresión de ser una putita ansiosa por ser sodomizada.-me explicó mientras comprobaba que me aseaba con pulcritud. Cuando terminé declaró: -Lo de fuera está bien, pero por dentro nunca se sabe. Pon los dedos.-

Dejo caer sobre mi índice, corazón y anular una buena cantidad de gel. Me separé los cachetes y procedía a introducir un dedo en mi interior. Fue muy sencillo, y se escurrió con facilidad gracias a la viscosidad.

-Bueno, lávate el dedo, a no ser que prefieras olerlo o chuparlo, y vamos para el salón.-

Aún me parecía pronto para la escatología, así que me lavé las manos con agua fría. Melisa cogió del baño el bote del gel y la escobilla del water. Al verlo sentí un escalofrío, pero no me atrevía a decir nada. Regresamos al salón y me recosté como antes, bien dispuesto a jugar.

-Venga, tú mismo, campeón.-

Puso los pies sobre la mesa y se sacó un poco uno de los zapatos, dejando que se balanceara suavemente sobre su pie. Al tiempo, encendió otro cigarrillo y se relajó, aunque me controlaba por el rabillo del ojo. Yo me masturbaba con la derecha mientras los dedos centrales de la izquierda se apoderaban de mi culo. Estaba pasando un buen rato, intentando relajarme, pero no me molestó que me interrumpiera. Deseaba escuchar sus consejos siempre y en todo momento. Pero esta vez me sorprendió con algo inesperado: publicidad.

-Si no te interesa buscar o crear objetos para tu disfrute solitario, tenemos por supuesto a tu disposición productos de excelente calidad y un amplio abanico de juguetes eróticos. Desde dildos hasta esposas, pasando por bolas chinas, electrodos, vídeos...-

Lo decía con un tono tan mecánico, frío y artificial que me detuve. Me dio la impresión de que el trabajo la obligaba a hacer esas ofertas, pero que a ella no le hacía gracia terminar siendo una comercial de sexshop venida a menos. Así que antes de que continuara la letanía dije:

-Nada que no pueda encontrar aquí. No quiero... desvirtuar, esto.-

Me miró con un brillo nuevo. Seguía habiendo suspicacia y desdén en sus pupilas, pero ahora también había unas pizcas de sorpresa e interés. Pensó un poco y sacó de su bolso un largo pañuelo de seda. Enseguida pensé en la posibilidad de que comenzara la lección sobre self-bondage. Me precipité en la deducción y enseguida ella me sacó del error.

-El culo de un masoquista siempre quiere probar cosas nuevas, por raras que sean. Mira este pañuelo, muy femenino, ¿verdad? Pues va a ser tu colita de gatita viciosa. Sólo tienes que untarlo bien de algún líquido, como el gel, y...-

Pringó el foulard casi por completo y me lo pasó.

-Es un truquito que aprendí chateando. Se descubren muchas ideas interesantes así, créeme. Bien, pues expón tu culo, como si lo ofrecieras a esta voluptuosidad perversa, y métetelo.-

De rodillas en el sofá, con la cara pegada a los cojines, cumplí con sus instrucciones y el delicado pañuelo, con su maravillosa textura, ingresó en mi recto, acoplándose a mi interior.

-Procura que entre bien liso o apenas podrás meterte unos palmos. El gel y el que sea de seda son fundamentales: se desliza mucho mejor. Las telas porosas secan y no hay modo de hacerlas entrar. Puedes ayudarte con algún objeto alargado, pero cuida de no meterte todo el pañuelo o puede que luego no te lo puedas sacar. Además- y al decir esto se acercó hasta mi oreja para susurrar:- ¿No te resulta excitante el que hayas gastado 300 dólares en un pañuelo de diseño sólo para proporcionarte este placer humillante?-

Me dio un buen susto con eso, y creí que se mofaba, pero al observarla vi que hablaba completamente en serio. Sacó un libro de facturas y apuntó:

-300 dólares en concepto de foulard. Bien, ya tienes tu colita, anda un poco con ella, siéntete la perrita que quieres ser.-

Gatee y comprobé que las sensaciones entre mis nalgas eran muy interesantes. Apenas veía colgar un extremo del pañuelo, pero me imaginaba mis posaderas y me llenaba de grata voluptuosidad. Me dejó un rato así, hasta que decidió mi siguiente juego.

-Ea, pasemos ahora a preparar una noche solitaria. El pañuelo puede ser una buena introducción si no deseas procurarte algo más sólido. ¿Vamos a tu cuarto?-

-Sí, señora Melissa.- respondí, alegre. Empezaba a esbozar los versos de una canción para dedicársela. Verdaderamente se lo merecía, era única en su trabajo, y poder decir eso sin haber probado más especialistas de ese campo no me resultaba para nada exagerado. Se sentó en la cama y me explicó el meollo de la cuestión.

-Veamos. Éste es el santuario. Hay muchas, muchísimas cosas que pueden usarse, pero empezaremos por las obviedades. Algunas habrá que conseguirlas fuera. Me refiero, por supuesto a esas grandes amigas del masoquista: las pinzas de la ropa.-

-¿Traigo un par?-inquirí.

-No, trae dos pares. Si las tienes rosas, mejor.-

Esa idea ya se me había ocurrido a mí. Pinzas rosas. Pinzas de nena. Realmente todos los detalles cuentan. En la terraza elegí unas de plástico, tras comprobar su presión. No era demasiada. Regresé y la encontré revisando mis cajones mientras sus dedos jugueteaban con unas pequeñas gomas elásticas. Al verme, las dejó encima de la mesilla.

-Ea, con esto servirá. Hubiera preferido unos calcetines sudados, pero estos tipo ejecutivo valdrán. Abre la boca.-

Así hice y me metió uno de los calcetines enrollado.

-En el tema de las mordazas es de los pocos en los que haría concesiones a la parafernalia especializada. Es muy excitante el tener ropa usada saturando el gusto. Se siente uno un poco como el cubo de la ropa para lavar.-

Hizo una pausa y una explicación que yo no creí necesaria.

-Naturalmente probamos los juegos personalmente antes de aconsejarlos a los clientes. Pero no te creas que por gusto, ¿eh?-

No podía contestar. Mejor, no quería zaherirla comentando que resultaba muy hipócrita defenderse de la posible acusación de gozar probando perversiones en su empleo.

-Lo que decía.-retomó su explicación original- Que a pesar de ese añadido de placer perverso, se presenta el problema de que requiere algo de concentración el mantener la ropa en la boca sin tragarla, peligro que no se corre con una mordaza creada ex-professo. Pero... esto es lo que hay.-

Cogió el otro calcetín y lo pasó por mi boca entreabierta, asegurándolo con firmeza y dos nudos a mi nuca. No podía cerrar del todo los labios. Ella cogió otro par de calcetines del mismo tipo y me ató los tobillos.

-También puedes atar los dedos gordos entre sí, pero salvo que te pongas en posición fetal, resulta demasiado incómodo y termina distrayéndote. Además, con los calcetines es imposible. Para esto es mejor una cinta del pelo o algo por el estilo, pero ya he visto que no tienes.-

Debió arrepentirse de haberme amordazado lo primero. Ahora que sólo podía hablar ella no parecía sentirse del todo a gusto. Hubo un silencio incómodo en el que yo, tumbado, amordazado, con los pies atados y el pañuelo bien metidito en el culo, miraba al techo, procurando concentrarme en las sensaciones.

-Elige, pezones o genitales.-

Creí que se refería a las pinzas, así que le señalé los genitales.

-Ok. Hay muchos modos de atormentar el miembro. Ya has probado los golpes. Puedes emplear cosas mucho más elaboradas, pero suelen tener un problema: requieren que veas lo que andas haciendo. Y estando de noche acostado... no apetece, ¿verdad? Es mucho más socorrido, sin que ello sea menoscabo para experimentar bizarrías distintas de cuando en cuando, recurrir a sistemas más intuitivos y simples. Este calcetín es una muestra de lo que digo. Fíjate bien porque sólo lo haré una vez.-

Se colocó de rodillas en la cama a la altura de mi pubis.

-Ah, se me olvidaba.-dijo, tomando un cinturón.-Levanta el estómago. Así, muy bien. Dejas anchura suficiente como para pasar los brazos. Ponlos debajo de la espalda. Los estira un poco, pero es una sensación "zen", ¿no crees?. Ea, ya está: una restricción simple. Sí, es poco eficaz en realidad, por no decir que nada, pero es la sensación lo que buscamos. Agradable el cuero del cinto ciñendo el pecho, ¿me equivoco? Ea, ahora a nuestro amiguito. Hay que tener las piernas, sobre todo los muslos juntos. Con otro cinturón lograríamos una sujeción más firme, pero ya buscarás tú uno cuando estés solo, no perdamos más tiempo.-

Estaba excitada, pero también preocupada. Parecía darse cuenta de que cometía algunos errores, y quería ocultármelos: era orgullosa.

-Te sacas los testículos de entre los muslos y pasas el calcetín por debajo de toda la "bolsa". Ahora, anudas con rapidez, sin pasarte pero desde luego sin quedarte corto. Algunos huevos tienen las fea costumbre de achicarse o retraerse durante la excitación, y se escapan del nudo.-

Seguía explicando mientras ataba los dos cabos del primer nudo en un segundo nudo sobre la base del miembro, de modo que entre los dos hacían un ocho por cuyos agujeros pasaban mis testículos y mi pene.

-Así ya estaría bastante correcto. Depende de lo que te apetezca ahora. Puedes terminar asegurando el glande con el nudo de abajo, improvisando así un cinturón de castidad. Es divertido pero evidentemente, no puedes correrte. La otra opción que se me ocurre es que pases los dos extremos por debajo para que separen los huevos dentro del nudo. Así puedes masturbarte sin problemas y gozar de la pequeña estrangulación del miembro. Pero al pasar los extremos debajo del nudo, si no se hace con paciencia y cuidado, puede pasar que una de las bolas se salga de su "prisión". Lo voy a intentar.-

Lo consiguió, y enseguida me llegó la sensación de plenitud. Me quedaba realmente poco para que me corriera, y sus toques, aunque asépticos, como siempre, y puramente explicativos, me estaban complicando el aguantar. Recé para que no quedara mucho más.

-Dejamos por ahora el paquete y vamos a los pezones. Si no los tienes duros, un hielo o un suave masaje los pondrá en condiciones de ser atormentados. Si te mojas los dedos con saliva antes de masajearlos, lograrás endurecerlos antes. Sin embargo, debes secarlos y aplicar el tormento rápidamente. Sobre un pezón mojado es difícil trabajar, y el endurecimiento, aunque depende de la persona, no dura demasiado como para hacer tentativas vanas. Por suerte nos podemos saltar este paso: los tienes como rocas.-

Tomó las pinzas rosas y me sonrió enseñándolas. Esa parte le encantaba, al parecer. Procurando coger algo del músculo del pectoral, pero sobre todo el pezón, que era el receptor principal del dolor, me colocó ambas pinzas. Eso me encantaba y arqueé levemente la espalda: las sensaciones, primero la de que se endurecieran como buscando la mortificación por si mismos, y luego la de que no pudieran liberarse de esa deliciosa presión, se superponían y me inundaban de placer.

-Veo que te gusta.- comentó, y asentí con unos gemidos.-Veamos si conoces estos dos truquitos de mi invención.-

Primero cogió las dos pequeñas gomas elásticas. Me las enseñó mientras explicaba:

-Quizás esto sea lo más difícil de encontrar. Las gomas elásticas normales son perfectas para constreñir el pene, pero son demasiado grandes para los pezones. Éstas las puedes encontrar en algunos recipientes y paquetes. Si no, tendrás que cortar en un grosor más o menos igual al de éstas las gomas grandes, y reducir su longitud. No quedan demasiado bien los nuditos, aunque hay a quien le gustan y los asemejan a lazos para regalos. Bueno, éstas te las regalo.-

-Gracias.-musité con dificultad, tragando algo de la saliva que el calcetín en mi boca no podía absorber.

-De nada. Bueno, doblamos éstas sobre si mismas para aumentar la presión y las pasamos por las patas de la pinza. Luego las arrastramos hasta las puntas y...-

-¡Auuu!-sollocé cuando las gomas apretaron las pinzas sobre mis pezones. Era doloroso, amplificaba la presión una barbaridad.

-Sssshhh, quejica.-me riñó Melissa, y con sus largas uñas logró que las gomas saltaran de las pinzas a la base de mis pezones, aferrándose a ellas como un torniquete. El dolor de presión pasó, pero una nueva sensación se gestaba en mis tetillas. Y no obstante, aún quedaba otra sorpresa. Cogió las otras dos pinzas y con firmeza e ignorando mis quejidos de nenaza, las colocó apretando las puntas de sus compañeras. Unos dientes de plástico se acoplaron en las hendiduras, al tiempo que otros me agarraban la carne y la martirizaban sin posibilidad de desprenderme de ellos si no era manualmente. Casi sucumbo en un paroxismo de dolor al deseo de usar las manos para quitármelos, pero la mirada desafiante de Melissa me dio fuerzas: no la decepcionaría. Pero tampoco aguantaría mucho más, así que lo que hice fue tomar mi palpitante y caliente miembro y empezar a sacudírmelo. Ignoraba si ese tipo de comportamiento entraba dentro del servicio, pero no podía pensar en eso. Tenía que descargar. Ella me miraba, complacida y en silencio, hasta que al rato dijo:

-Con el orgasmo, se llenan de sangre. Los pezones, quiero decir. No es agradable tenerlos así para cuando eso pasa. Además, debajo de las sabanas las pinzas terminan siendo molestas; aunque puedes ponerlas al ras del cuerpo, tumbadas sobre el pecho. Te las voy a quitar.-

Eso fue casi tan doloroso como ponerlas, pero sentí alivio casi de inmediato, aunque seguía habiendo allí una presencia extraña.

-Mira, mira.-me indicó ella. Miré y vi mis pezones hinchados atrapados en su base por las gomas elásticas. -Ahora es el momento perfecto para darles algo de cariño húmedo.-

Me bajó la mordaza al cuello y escupí el calcetín. Tenía la boca reseca, pero ella metió sus dedos y se los chupé con la lengua. Los pasó entonces con suma delicadeza, observando en mis facciones el efecto que producían, sobre mis tetitas. Fue muy muy agradable, tanto que me corrí jadeando.

-Interesante. Sospechaba que sería placentero, pero no tanto.- murmuraba mientras escribía en la libreta el resultado de su experimento con mis pezones. Yo me estremecía.

-Bien, ahora podemos pasar a un contexto más sosegado donde se puede experimentar con fantasías no tan encaminadas a proporcionar un placer inmediato, sino que más bien son un juego introspectivo para aclarar el concepto único que cada sumiso tiene de conceptos como límite, propiedad, dominio o control. Un buen esclavo podría tragarse sus propio esperma, ya que es lo más parecido, o así lo veo yo, en cuanto a sensación de pertenencia, sumisión y humillación, al recurrente juego de castidad que imponen las amas a sus sementales y...-

-Es suficiente, ahora quiero dormir.-

Me las arreglé, pues aún tenía algunas restricciones, para coger mi cartera del pantalón que colgaba de la silla y saqué el precio estipulado, que Melissa tomó sin quitarme la vista de encima. Luego cerré los ojos y descansé boca arriba un rato, intentando recuperar fuerzas. Había sido extenuante, a la par que instructivo, y me sentía satisfecho por la inversión. Era justo lo que buscaba. Amablemente, y con tanto tacto y cuidado que casi no me di cuenta, Melissa me quitó las gomas de los pezones, el cinturón y los calcetines de la polla y los tobillos. Ronroneé de gustito cuando tiró con suavidad del pañuelo en mi culo hasta sacarlo. Me sentía un niño bueno y dichoso arropado por su mamá. De hecho me arropó y para asegurarse de que nunca la olvidaría, y de que la volvería a llamar para solicitar su sabiduría, estampó sus labios en mi frente y...

-Buenas noches.-

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