miprimita.com

069 en el castillo von Bork

en Dominación

En la aduana del aeropuerto apenas había movimiento. Unos operarios fregaban los largos pasillos de la terminal. Eran las tantas de la madrugada.

-No creo que recibamos ya ningún otro hasta mañana.-

-Ok, entonces adiós. Duerme bien, Otto.-

El jefe de la torre de control bostezó y se fue, y su compañero se quedó solo en la sala, mirando aburrido la pantalla muda del radar. Pero cuando cabeceaba por décima vez, un pitido lo sacó del sopor.

-Aquí torre de control de Söburgschtaff, aeronave que se aproxima desde sur-sureste, coordenadas X247 Y365, ¿me recibe?-

Una voz que evidentemente era africana respondió en un aceptable alemán:

-Aquí avioneta de Tobaccom Products con mercancía procedente de Zugabar. Permiso para aterrizar, por favor.-

Era extraño que una avioneta comercial aterrizase en aquel pequeño aeropuerto de tercera, construido por los nazis sólo como una de las muchas bases aéreas de apoyo que existieron durante la Segunda Guerra Mundial. El encargado se aseguró de que ningún otro avión iba a aparecer en pantalla y salió fuera a la pista. Hacía algo de fresco y cerró la cremallera de su cazadora. Entonces observó que en las inmediaciones del aeropuerto, tras las valla, había una furgoneta, aparcada junto a su propio coche, y que al verle salir de la torre de control había encendido el motor y las luces.

El cielo empezaba a clarear y un zumbido se dejó oír. Sobre las montañas se divisó un punto que crecía a velocidad constante y que pronto se transformó en la avioneta. Aterrizó revolviendo polvo y niebla y el encargado se acercó al trote. De la cabina bajó un negro y lo saludó, para enseguida abrir el compartimiento de equipajes y mercancías.

Allí había varias cajas grandes, de 150x100x50, todas idénticas salvo una que llevaba un papel adherido a la tapa. El encargado lo leyó:

"Para Fraulein D. Zay, Castillo von Bork, Alemania"

Al hombre no le sonaba para nada el nombre, pero conocía el castillo, una fortaleza medieval levantada en los tiempos del Sacro Imperio que se hallaba a unos 60 kilómetros de allí, en la frontera con la República Checa.

-¿Qué contienen las cajas?-inquirió al piloto.

-Tabaco de Zugabar.-respondió lacónicamente el negro.

De la furgoneta habían bajado dos hombres, vestidos con monos blancos, uno bajo y gordo y otro alto y fornido, y habían caminado hasta acercarse a la avioneta. El encargado se sintió incómodo al ver que uno de ellos llevaba una palanca, destinada en teoría a hacer saltar las tapas de las cajas. Pero su obligación era clara:

-Los tabacos importados están gravados con un 25%.-

-Y eso, ¿cuánto es?

Eso lo dijo el hombre gordo. El encargado hizo la cuenta mentalmente y dijo la cantidad calculada a la ligera teniendo en cuenta el tamaño de las cajas y su peso supuesto. Enseguida se dio cuenta de que no sería nada rentable para tal volumen vender el tabaco allá en Alemania, y se preocupó sobremanera. Quizás aquellos tipos quisieran meterlo de contrabando sin pagar ninguna cuota, y podían agredirlo si nos los dejaba en paz. Pero en lugar de eso, el gordo sonrió y abrió un maletín de piel que llevaba. Allí había varios fajos de billetes, contó la cantidad que había dicho el encargado y la separó.

Entonces algo ocurrió. Una de las cajas crujió ligeramente, como si algo dentro se moviese, y al encargado le pareció escuchar un gañido apagado. El gordo entonces aumentó su sonrisa y cerró el maletín con todo el dinero.

-Qué demonios... Tenga, muchacho, no vamos a regatear unos cientos de euros, ¿verdad?-

¡Unos cientos! ¡Querría decir unos miles! El gordo le ofreció el maletín al encargado de la torre quien, tras un instante de vacilación, lo tomó. Enseguida los 3 hombres empezaron a cargar las cajas en la furgoneta. Y sin entender mucho de qué iba todo eso, pero considerándose en definitiva afortunado, el de la torre de control volvió a su puesto, convencido de que aquellos tipos pretendían meter algún animal exótico en el país. Inscribió en el parte "avioneta", la procedencia, el cargamento y la hora, pero nada más. No dudaba de que si algo sucio se traían entre manos esos hombres y la policía intervenía, él se quedaría sin ese sobresueldo que acababa de ganar. Ya hacía planes de en qué gastarse el dinero cuando la furgoneta tomó la carretera y la avioneta volvió a despegar, en direcciones casi opuestas.

Por supuesto lo que había provocado el crujido era el agente Travis, quién, a la desesperada y notando el cambio en las vibraciones cuando la avioneta se posó en tierra, había intentado llamar la atención de un hipotético civil que descubriese su secuestro. Encogido como una bola e inmovilizado por varios metros de cuerda, las paredes de la caja le raspaban la piel desde hacía ya horas. Amordazado a conciencia, no paraba de gañir, hasta ahora sin éxito.

Lo primero que recordaba tras desvanecerse durante la horrible sesión de asfixia con la Reina Wanda y Sarah (ver "Los Cigarros de la Reina"), era estar en una enorme y calurosa bolsa de piel. Le habían quitado el traje de buzo, y ya le habían maniatado con firmeza. Estaba grogui todavía cuando el helicóptero bajó hasta una pista semioculta en la selva septentrional de Zugabar. Allí lo sacaron de la bolsa a empellones y lo forzaron, más bien lo encajaron, en el receptáculo destinado a llevarlo, en avioneta, hasta... bueno, hasta dónde él no lo sabía, aunque durante el vuelo se dio cuenta de que iban siempre hacia el norte. Y por el tiempo que tardaron, estaba seguro de que se encontraban en Europa. Creyó que en Albania, y temió que unos hipotéticos amigos del pérfido profesor Touba (ver Operación Emma) le hubieran raptado en colaboración con Wanda y Sarah. Pero en cuanto le llegó el eco apagado de la voz del encargado del aeropuerto dedujo que estaban en Alemania.

El último tramo del camino fue el más incómodo a pesar de ser el más breve. Además de los espantosos calambres provocados por la forzada postura que lo había mantenido quieto durante horas, la carretera por la que iban no estaba nada bien pavimentada, y la gravilla hacía temblar toda la carrocería. Con cada bache o agujero, la caja se tambaleaba violentamente y provocaba que Travis se lastimara las rodillas. Una vez, el conductor frenó bruscamente antes de una curva y 069 se empotró de cabeza contra el lado de la caja, hasta el punto de fracturársele la nariz un poco y comenzar a sangrar por ella. Eso, unido a que la mordaza apenas le dejaba respirar, convirtió los kilómetros finales de trayecto en un calvario. Pero por fin la furgoneta frenó sobre un suelo de gravilla.

Con no poco esfuerzo la caja de Travis fue descargada. Al dejarla en el suelo la empujaron y cayó de lado sobre el suelo con dos quejidos, uno de ellos humano. Inmediatamente el gordo hundió la palanca entre la tapa y el resto y apretó hasta hacer saltar la primera. El aire era frío, pero puro, alpino. Alivió algo la dolorida nariz del prisionero que se arrastró hasta el exterior ayudado por un amable tirón de su pelo por parte del tipo enorme.

-¿Qué coño le pasa al cerdo este? Fraulein lo quería intacto.- declaró el gordo al percatarse de la nariz sangrante del agente.

-Vaya mierda... Estaba entero cuando lo metimos.-

069 creyó entrever un atisbo de miedo en las palabras de sus captores, como si la tal Fraulein fuese realmente alguien temible. Los observó con atención: delincuentes ordinarios, nada relacionado con crímenes sexuales. De hecho parecían incómodos con la tarea de haberlo secuestrado en aquellas condiciones.

No descargaron las demás cajas. O eran simplemente un señuelo para evitar que se descubriese la verdadera e importante mercancía (el propio Travis), o el tabaco estaba destinado a un propósito distinto a los planes que aguardaban al agente. Sea como fuere, abrieron en la furgoneta una de las cajas y cogieron unos cuantos puros que se guardaron en los bolsillos apretadamente. El gordo incluso encendió uno, y el grandullón lo imitó al instante.

-Cof... cof... demonios, son estupendos.-

El olor penetrante y para su gusto nauseabundo del tabaco de Zugabar volvió a invadir las vías respiratorias de 069, que tosió al notar que las irritadas mucosas de su rota nariz se resentían con el espeso humo. Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero atado y amordazado como estaba, poco podía hacer. No obstante, el grandullón se fijó en él y se inclinó.

-Me pregunto qué querrá hacer contigo la Fraulein.-

La sangre goteaba en los guijarros y el enorme tipo asustó a su reo acercándole la punta incandescente del puro a las fosas nasales, como si quisiera "cauterizarlas" de un modo poco grato. Travis volteó su cuerpo para escapar de la macabra broma, presa del pánico, y se colocó mirando al gordo, que seguía chupando su cigarro ajeno a todo. Por fin, harto de oírle gañir y viéndole demasiado colorado, le quitó la mordaza.

-¡Por lo que más queráis, soltadme! ¡Avisad a la INTERPOL!-

-¿A la bofia? ¿Estás loco? Una cosa es que no quiera que te mueras aquí mismo, y otra que nos colguemos la soga del cuello llamado a la policía. Olvídalo.-

El agente insistió un par de veces, pero fue inútil. Aunque no participaran directamente del plan del que él era motivo y pieza principal, no denunciarían siquiera lo que estaba pasando. Por fin, y harto de escuchar los gemidos y gritos de auxilio de 069, le volvieron a colocar la mordaza.

-Dios, me pone los pelos de punta todo esto. A ver si viene ya esa maldita Fraulein y nos da nuestro dinero.-

-A la Frau no le gusta madrugar.- comentó el grandullón.

-A mi tampoco, pero míranos, aquí como pasmarotes con este guiñapo enclenque. Realmente debe tener algo muy elaborado, definitivamente muy elaborado, para ti. ¿A qué sino tantas molestias?-

-Así es. Será un sublima paroxismo.-

La última voz era distinta. Estaba llena de ecos, provocados por una máscara de plata con finas líneas de purpurina decorándola. La portaba una mujer que acababa de llegar en silencio junto a la furgoneta y que sobresaltó a los 3 hombres. Allí, alzada en medio de un camino entre los árboles sobre dos vertiginosas botas de tacón, aguardaba Fraulein D. Zay. Su indumentaria consistía en una gabardina larga de cuero negro rematada en el cuello por algún tipo de piel, posiblemente marta. En las enguantadas manos, lo único que se adivinaba de ella además de las piernas, traía una cadena con un collar de castigo y un látigo. Era una visión imponente, que dejó sin habla a los dos secuaces. Por fin, Fraulein volvió a hablar.

-Gracias por su servicio, caballeros. Ya pueden retirarse.-

-¿Y nuestro dinero?- dijo el gordo.

-Les di un maletín lleno.- respondió fríamente la mujer.

-Lo tuvimos que usar para coger su "paquete".-

Hubo un silencio, que se rompió con la gélida voz de la fémina:

-Ese no es mi problema.-

-Yo creo que sí.- contestó el gordo y le hizo una seña a su compañero, que empuñando la palanca se adelantó riendo nervioso hasta la negra figura. Ésta ni se inmutó, poniendo nervioso al gigantón, que finalmente lanzó un golpe descendente. Entonces la mujer levantó el látigo y atrapó con él la palanca, apartándola de su trayectoria. Lo siguiente fue un veloz movimiento que terminó con la rodilla derecha de la portentosa hembra incrustada entre las ingles del sorprendido coloso. Aullando de dolor se dejó caer al suelo y se alejó de su contrincante a rastras.

El gordo, sudando por lo que acababa de ver, sacó una navaja y apuntando con ella al rostro de Fraulein, se aproximó. Pero ella bloqueó la mano de la navaja sin esfuerzo, pero con tanta contundencia que la navaja cayó al suelo. Antes de que el obeso gorila pudiera reaccionar una tenaza con forma de mano le aprisionó del cuello. Pero no apretó con atención de estrangular. En lugar de eso, llovieron bofetadas de la otra mano sobre el constreñido y fofo rostro, hasta que sin aviso previo fue liberado de la presa y cayó al suelo. Una vez allí quiso huir arrastrándose en dirección a la furgoneta, donde a duras penas lograba incorporarse el grandullón. Pero la dómina dejó caer con destreza la cadena del collar y lo atrapó por el cuello.

-¡No, por favor, no me mate!- gritó el aterrado hombre.

-Largo de mi vista, ya.- ordenó Fraulein, y un minuto más tarde la furgoneta tomaba entre derrapes la carretera para perderse entre los árboles. Enseguida la mujer centró su atención en el alucinado Travis. Jamás había visto moverse así a ninguna mujer, ni en la cama, ni con tanta contundencia y estilo. Realmente lo tendría muy difícil si consideraba la idea de intentar enfrentarla en un combate cuerpo a cuerpo.

La mujer examinó durante unos minutos a su invitado. Travis veía la expresión hueca de su máscara y sentía miedo. ¿Qué estaría pensando? Ella dejó caer el collar, tomando la cadena para evitar que llegara al suelo, y los eslabones de reluciente acero oscilaron como un péndulo.

-Ni una estupidez.-

Le colocó el collar, con los pinchos hacia dentro, de modo que con un solo tirón de la cadena, se clavaran en el cuello de su sufrido portador. Por le pavor que tenía desde sus anteriores experiencias a la asfixia, Travis no movió ni un músculo mientras Fraulein le colocaba el collar y desataba algunos de los nudos del entramado que lo mantenía inmovilizado para permitirle andar, pero sólo a cuatro patas y aún eso con los movimientos muy limitados. Antes de empezar la marcha hacia la mansión, Fraulein comentó:

-Qué obediente te has vuelto.-

Eso dio que pensar a 069 en las horas siguientes, cuando el recuerdo de la gravilla mortificando sus rodillas y palmas durante el paseo se había mitigado. Parecía que aquella misteriosa mujer lo conocía. Y por unos instantes el miedo cedió a la curiosidad. Fue encerrado en una celda pequeña, pero con moqueta, no demasiado incómoda. Allí se estiró cuanto pudo, que no fue mucho, pero le parecía una barbaridad teniendo en cuenta el viaje en la caja.

Y hasta la tarde su enigmática anfitriona no se ocupó de él, lo cual le relajó un poco. Si hubiera sabido que la perversa Fraulein lo que había hecho era prepararlo todo para "jugar", su siesta no hubiera sido tan tranquila.

A eso de las 6 fue conducido por un pasadizo largo hasta una gran puerta de madera. La mujer se dio la vuelta y le retiró la mordaza, pero un simple ademán con el dorso de la mano convenció a Travis de que no era el momento para preguntar o pedir. Luego le colocó un antifaz que le tapó la visión. Y así entró en una gran sala de suelo de madera. Siguiendo las instrucciones de su "guía" se levantó a duras penas y fue colocado en una mesa, sentado, pues con las cuerdas no podía separar demasiado los tobillos de las muñecas. Notó que aseguraban unos grilletes en sus pies y que le desataban los nudos en una de las manos para llevarla (con alguna resistencia casi instintiva por su parte que fue reprimida con un brusco tirón) hacia atrás, por encima de su cabeza, donde fue asegurada con otra esposa. La otra mano no tardó en correr la misma suerte y al agente le vino a la cabeza la imagen de un potro de tortura listo para estirarlo, idea que le provocó escalofríos.

-Bien, agente 069, o Travis. Todo ha salido como había planeado y por fin estás aquí. Espero que entiendas que esperaba este momento con todas mis ganas, y no te negaré que ahora que ha llegado, me siento un poco nerviosa. Pero antes de empezar, o mejor, como preámbulo, me presentaré. Imagino que ya habrás oído a alguien referirse a mi como Fraulein. Pues bien, soy Fraulein Di Zay. Supongo que eso no te dirá mucho, aunque nos conozcamos de antes. Sin embargo, conozco el modo de que averigües quién soy realmente sin necesidad de que pierda el encanto del enigma.-

-Yo no quiero saberlo, sólo quiero... ¡mmphh!-

Una considerable descarga proporcionada por una pistola taser interrumpió la frase e hizo que Travis se convulsionara con fuerza, tirando de sus prisiones. Era un aguijonazo doloroso y cruel, imprevisto, pero sin duda efectivo. 069 se calló, aguantando el dolor de la sacudida mordiéndose los labios.

-Si oigo algo más que no sea mi nombre verdadero- explicó la voz retumbante- la próxima descarga no será en el muslo, sino en un sitio más sensible.-

Hubo un chasquido y aumentó el calor a un lado del expuesto agente, que dedujo, acertadamente, que Fraulein había encendido una vela. Recapacitando sobre la identidad de su implacable anfitriona, no se preparó para lo que venía: un chorro de cera fundida empezó a decorar su pecho. Aulló a pesar del aviso, y aunque no fue castigado con la temible descarga, la cera siguió cayendo. Era una sensación dolorosa, aunque enseguida se pasaba al enfriarse la sustancia con el contacto de la piel. En ese momento descubrió que no caían gotas al azar, sino que los chorros hacían hilos concretos, dibujos. ¿Qué dibujos? No, no podía ser algo demasiado grande. ¿Y si...? ¡Sí, una era una letra! Parecía la e. La siguiente también, pero estaba de lado, así que debería ser una m. Pero la primera se le escapaba. No parecía una letra sino un dibujo geométrico.

-¿No das con ello? Qué decepción. Bueno, te daré una pista más, mi inicial.-

Ésa fue la palabra clave. INICIALES, era lo que tenía escrito con cera solidificándose en los pectorales. Una e, una eme... y justo cuando daba con la solución de la primera letra, la ardiente cera dibujaba una L de caprichosas curvas góticas. El misterio estaba resuelto.

-¡PHI EPSILON MI! Luego tú debes ser... ¡Lindsey!

-¡Magnífico!- exclamó la chica, descubriendo al mismo tiempo su propia mascara y el antifaz de Travis, y dejando caer el resto de cera líquida sobre el estómago de su víctima, provocándole un espasmo.

-Mierda, soy un idiota. Debí haberlo imaginado. ¿A dónde me mandaría esa zorra de Sarah? Con su amiguita criminal, claro.-

Las bofetadas eran merecidas, pero no afectaron demasiado al furibundo agente. Lindsey lo miraba como si lo viera por primera vez con los ojos muy abiertos, de modo que las largas pestañas casi tocaban las cejas. No había cambiado un ápice, a diferencia de Sarah, que parecía haber madurado en la expresión de maldad de su carita. Pero los ojos y el cabello, y la angulosa mandíbula de Lindsey seguían allí, impertérritas, ocultas hasta ahora por la máscara.

-¿Qué quieres esta vez?-

-Algo que me puedes dar. Tú mismo.-

-Estás loca.-

-Sí, loca por la venganza, pequeño entrometido. A ella le he dedicado muchos meses, a prepararla, y vas a empezar a sentirla enseguida.-

La chica se quitó los guantes y acarició con las largas y cuidadas uñas el vientre del esquivo torturado. Quitó con ellas toda la cera, y cuando terminó hizo sus propias incisiones en la adolorida piel.

-Esto servirá de momento para que recuerdes quién es la dueña de tu vida ahora.-

La primera sesión no pudo concluir de modo más bizarro. Emborrachada por una lujuria sádica, Lindsey tomó la pistola taser y la aplicó sin misericordia en una caótica danza por el cuerpo de Travis, que gritaba como n condenado en el infierno. Pero cada grito se apagaba en un siniestro gañido cuando rápidamente el ama tiraba del collar de castigo y dejaba drásticamente sin voz a su prisionero. Como buen agente de Su Majestad, aguantó un cuarto de hora esa orgía de electricidad y ahogo antes de derrumbarse inconsciente.

Fueron unas semanas de auténtico infierno y al final 069 tenía la total certeza de que la locura se apoderaría de él. A menudo se despertaba chillando de terror en su celda y se acurrucaba en un rincón, incapaz de distinguir las pesadillas nocturnas de la pesadilla vivida en la vigilia, y así seguía hasta que Lyndsey se paseaba por allí en camisón con un candelabro, como un fantasma y lo observaba desde una mirilla, sonriendo cruel.

-Sólo ha sido un sueño.- solía decir- Pero mañana será peor incluso.-

Las humillaciones y abusos eran constantes, y dependían del gusto desordenado y cambiante de la pérfida miembro de PHI EPSILON MI. Pero en general un día consistía en un programa de tormentos destinado únicamente a mermar la resistencia de Travis, convertirlo en un pelele sumiso y, principalmente, satisfacer las inclinaciones sádicas y dominantes de Lyndsey.

Bajo la amenaza del látigo, el cautivo aprendió lo primero de todo a dar placer a su dueña. Placer visual, en primer término, haciéndole protagonista de complicadas ceremonias de humillación, y que servían de estimulante preliminar para el verdadero placer erótico que obtenía Lyndsey cuando su esclavo la hacía llegar al orgasmo con su lengua, nunca, desde luego, con su miembro.

-Basura, abre bien la boca.-

El agente 069 obedecía, temiendo que el ama descargara sobre su espalda el flexible azote de cuero. Y pronto recibía un escupitajo que bañaba su cara y le llenaba la boca. Las primeras veces que se resistió tuvo como premio tal lluvia de bofetadas que se cayó, arrodillado como estaba, provocando un paroxismo de risa en Lyndsey, que se carcajeaba de las desesperadas súplicas del sufrido sumiso. Y aún cuando aguantaba estoicamente los gargajos blancos del ama, le resultaba imposible tragarlos tal y como le ordenaba. Eso era debido a lo desprovisto de dignidad que se sentía obedeciendo mandatos tan humillantes y que a veces le hacían considerar preferible las bofetadas, pero sabía que ella se imbuía de una suerte de lujuria cuando comenzaba a descargar su mano sobre las mejillas húmedas de Travis que no se detendría hasta que no se sintiera cansada de golpearlo.

-¿Desprecias mi savia? ¡Ingrato esclavo!- se quejaba ella, pero no lo castigaba, lo cual no quería decir que olvidara la indisciplina cometida.

Llegaba la hora de la comida. No era un momento feliz. Ante sus propios ojos las sobras de la comida de Lyndsey eran mezcladas con la carne de una lata de comida para perros. Encadenado a una pared, 069 miraba con resignación. Por suerte lo habían entrenado para aguantar sin comer durante largos períodos de tiempo. Pero previsora, el ama le obligaba a no dejar ni un trocito de aquella porquería. Cuando Travis se declaraba "satisfecho", Lyndsey se acercaba y, viendo que aún quedaba más de la mitad de la comida en el plato comentaba:

-A mí no me lo parece.-

Y obligaba al pequeñajo a seguir comiendo, hundiendo incluso su cara en el plato cuando se demoraba. De hecho los primeros días el agente no consiguió acabárselo todo y fue azotado con severidad. Sentir que te desgarran la piel con el látigo mientras aún tienes nauseas de lo que has comido no es una experiencia para nada gratificante, creedme. Pero con el tiempo y haciendo de tripas corazón, terminó por lograr comerse todo.

Ese día lamió incluso el plato metálico a conciencia, desafiante.

-Muy bien, muy pero que muy bien. Pero parece que te has quedado con hambre.-

Y abrió otra lata de comida para perros. Travis no podía creérselo, se le revolvía el estómago al mirar aquella nueva montaña de asquerosa comida y no se acercó a ella.

-¿Qué pasa? Ah, ya sé, le falta algo de sustancia.-

Acumuló suficiente saliva y la dejó caer encima de la carne, apartando su precioso pelo para no mancharse. Luego dejó el plato en el suelo y dio un tirón de la correa. El inopinado "perro" lo olió y se echó a llorar, suplicando clemencia. La tuvo: amablemente Lyndsey le aplastó la cabeza con la bota sobre la comida y no dejó de pisar hasta que notó que él empezaba a tragar.

Fue una digestión horrible, sin duda. Pero lo peor en cuanto a manjares y delicatessens estaba por llegar. Esa misma noche, mientras lamía la suela de las botas de su ama con largos lengüetazos que le secaban la boca, ella comentó:

-Hoy hace una semana que llegaste al castillo. Me apetece celebrarlo con un brindis.-

Sacó un par de copas de fino cristal de una vitrina y las puso encima de la alfombra. Eso ya inquietó a Travis. La explicación se hizo evidente enseguida. No era champán lo que iba a escanciarse. Lyndsey se subió la falda dejando al descubierto su rajita, magníficamente cuidada. Se colocó encima de las copas y con cuidado y experiencia, orinó encima de ellas. El ligeramente verdoso, o amarillo, líquido cayó salpicando hasta llenar ambas.

-Frost. Salud.-

Tomó una de las copas y la acercó a Travis, quien bebió mecánicamente, incapaz ya de resistir nada más aquel día. Contenta por ello, Lyndsey... ¡se tomó su propia meada!

-Mmmmm... ¿Te extraña? Bueno, a veces Sarah y yo jugábamos entre nosotras, cuando no había machos a los que someter disponibles. Y ahora, el pastel de aniversario.-

De un armarito extrajo una especie de círculo de madera con patas. Obligó a 069 a tumbarse en el suelo y lo puso sobre su cabeza. El chico asistía a todo como un espectador ajeno, pero cuando Lyndsey se sentó en aquel sitio y vio sus nalgas abiertas, entendió y chilló angustiado:

-¡No, por favor, por lo que más quieras, seré tu esclavo, pero no, no, no, te lo suplico, esto no!-

Nunca había suplicado con tanta vehemencia, tanta que incluso Lyndsey se "conmovió".

-¿Seguro, gusano? ¿Serás un sumiso obediente, la putita complaciente de tu ama?-

-¡Sí, sí, sí, lo prometo, lo juro!-

Lyndsey lo meditó un momento. Humillar a Travis era divertido y la excitaba, pero sentía ya la necesidad de usarlo como juguete sexual. No entendía demasiado bien por qué había reaccionado tan violentamente, quizás había llegado al límite del esclavo, pero tampoco le importaba demasiado. Imaginándose a un sumiso 069 dándole placer durante horas la convenció.

-Está bien, perro. Pero tendrás que demostrarme mañana que merece la pena privarme de este capricho.-

-Sí, sí.- se apresuró a asentir el agente.

-¿Sí que?-

-Sí ama, sí mi ama, si diosa...-

-¡Jajajaja!-

Con la risa, lo que le restaba por orinar se le escapó y bañó el pecho del conmocionado hombrecillo.

Amaneció como cualquier otro día. La luz se filtraba por los ventanales del piso superior, iluminando la escalera del castillo. Allí estaba ya Lyndsey, desvelada, paseando por sus dominios. Pensar en el desenlace de todo lo que había hecho aquella semana la impedía dormir. Había visitado la celda de su prisionero en un par de ocasiones durante la madrugada, y se había sorprendido susurrándole una canción de cuna. El rostro triste y por una vez sereno de Travis la había encandilado.

-¿Qué te pasa, Lyndsey?- se preguntó, ruborizada. Y no queriendo darse la respuesta más obvia, se dijo: -Ya sé, lo que te falta es un baño para despejarte.-

Afuera, en la parte trasera, había un estanque que ella misma cuidaba. Allí fue, se quitó el camisón y sintió el helado aire de la mañana. Estremecida, deseó el abrazo de un hombre para calentarse, pero la idea le resultó tan impropia de ella que se tiró de cabeza al agua, recibiendo su gélido beso en toda la piel.

Bajo el agua recordó lo que había sucedido tras su captura, tiempo atrás. Al principio había odiado a Travis y Winnipenny con fuerza, pero ahora, al menos en lo referente a 069, había cambiado un poco su visión. De hecho de considerarlo sólo un medio para llegar a su verdadera víctima, Winni, había llegado a obsesionarse con el agente, tanto que el odio que le profesaba la hacía excitarse. Y del odio a otros sentimientos, sobre todo cuando se trataba de alguien tan peculiar como el pequeño espía sexual británico, hay un paso.

El bosque cercano estaba en calma, turbado su silencio por el agradable crescendo del piar de los pájaros al despertarse. Lyndsey se sentía estupenda, y sonreía al pensar en cómo unos cuantos sucesos azarosos, acaecidos a raíz de su episodio con el desviado hijo de cierto diplomático (ver 069 contra PHI EPSILON MI) la habían terminado encumbrando como Señora de Von Bork y muchimillonaria.

-Igual que la condesa de Montecristo, ¡jaja!-

Y como estaba feliz, se puso a cantar.

Travis despertó en su cubil. Le había parecido oír una voz de ángel que traspasaba muros y puertas para llegar junto a él y reconfortarlo. Pero una vez despierto no oyó nada.

-¡Buenos días, esclavo!- le saludó Lyndsey abriendo la puerta de golpe.

-Buenos días, ama.- contestó Travis -¿Ha dormido bien mi señora?-

-No mucho, la verdad.- dijo ella, mientras le colocaba el collar. –Pero hace un día estupendo. Daremos un paseo.-

-Excelente idea, mi ama.-

Aquella familiaridad, por extraño que parezca, no le chocaba a ninguno de los dos. Ella estaba demasiado ocupada pensando en sus propios sentimientos como para percatarse del cambio absoluto en la actitud de él. Él, por el contrario, aceptaba el nuevo estatus de sumiso, más por la palabra que había dado la noche anterior que por miedo a un hipotético castigo. Sea como sea, ambos parecían tranquilos y felices mientras recorrían, uno de ellos a cuatro patas, los alrededores del castillo.

Pararon a desayunar en un cenador. La correa fue atada a uno de los postes y Travis empezó a notar el frío. Lyndsey sacó té humeante de un termo y unas tostadas, además de dos tarros de confitura, uno de fresas y otro de ciruelas. Mientras untaba las tostadas, se percató por el rabillo del ojo de que su sumiso la observaba atentamente, y sonrió, dando por sentado que estaba admirándola.

069 en realidad miraba sobre todo las tostadas, pues tenía hambre, pero no por ello dejaba de apreciar la sutil elegancia de Lyndsey. Ésta llevaba un vestido negro que, aunque no tenía escote, por lo ajustado, bien que se adivinaban sus bellas formas femeninas debajo. También llevaba guantes de satén, negros también, un collar de perlas gruesas y encima de todo un abrigo de visón. Agradeció con un suspiro cuando ella le conminó a servirla de asiento, pues el abrigo le caía por el lomo, abrigándolo no poco aquella mañana. Y se deshizo en alabanzas cuando ella, que ya había terminado, derramó té cálido sobre el brazo de él.

-Lámetelo, perro.-

Como vio que se aplicaba en sorber, le preguntó si quería más, y cuando él dijo que sí, se levantó y vertió el resto de la taza sobre una de sus botas y añadió una cucharada de confitura, que esparció por el empeine y caña delantera del calzado. El agente lo lamió todo con ganas, agradando a su cada vez más sonriente dueña.

-Volvamos, te estás portando muy bien.-

-Gracias, ama, estoy...-pero se calló. No sabía qué repercusiones, sobre su propia psique y sobre la idea que tenía Lyndsey de su sumisión, tendría la declaración de que estaba disfrutando el inicio de aquella jornada.

Pasaron junto al estanque y allí vio Travis el camisón, junto a la orilla. Se imagino a la señora desnuda y ¡cantando! No había sido un sueño, realmente la había escuchado. La imagen le gustaba tanto que, por primera vez en mucho tiempo, se empalmó.

-¿En qué estás pensando, cerdo?- le preguntó ella.

-En... mi ama...- contestó avergonzado el hombrecillo. –Desnuda.-

-¿Te he dado permiso para ello?-

Era un tanto absurdo todo aquello, como imaginaréis. El ama, aunque estaba halagada profundamente por la sinceridad y sobre todo por descubrir lo que de pronto había nacido en su esclavo, tenía que mostrarse severa.

-Lo siento, mi ama.-

-No es suficiente. Puede que hoy me sienta generosa, pero sólo yo decido cuándo ese palito tiene que estar tieso. Y si no aprende a controlarse, le impondré una rigurosa castidad... o mejor, puede que me apetezca demostrarle que no es "el más grande del lugar".-

Aunque no era del todo claro, el significado de esas últimas palabras acojonó a Travis, y de inmediato el pene volvió a su estado normal. Satisfecha, se metieron en el castillo.

Era el momento esperado, la prueba de la sumisión de 069 a su raptora. Si estaban preparados para disfrutarla, no lo sabían, pero sentían que tenía que ser enseguida.

-Esto es un premio, más te vale considerarlo como tal.-

El apetitoso, delicioso, magnífico, divinal chocho de Fraulein D. Zay quedó al descubierto. Ella, tumbada sobre la mesa donde Travis descubrió quién era una semana antes, abrió las piernas cuanto pudo, invitando a su esclavo a servirse. Él lo miró asombrado de hallar tanta belleza en un coño y no se decidía a atacar, hasta que, incapaz de contenerse más, se lanzó sobre él y lo besó. Metió la lengua hasta donde pudo, arrancando un gemido a Lyndsey, y la sacó para lamer con fuerza los labios, separándolos. El sabor era una maravilla, manjar prohibido. No se saciaría de él jamás, pero tendría que saciarla a ella, y a ello se aplicó. Alternando rudeza y ternura, movía su lengua con pericia. El monte de Venus era el límite por lo alto, y el ano el inferior. Todo entre ellos era suyo. Las ingles fueron rebañadas a base de besos, el clítoris dulcemente flagelado con la punta de los labios, el escaso vello frotado por la nariz, que no paraba de recibir el exquisito aroma a femenina excitación.

Olvidando que deberían estar atadas, cogió con las manos las piernas y colocó encima de sus hombros. Acariciaba y estrujaba las carnes a partes iguales, desde el estómago a los pechos. Descubrió un piercing en el ombligo con el que jugueteó unos instantes, antes de tomar ambas nalgas en sus palmas y masajearlas.

Fraulein estaba en la gloria. Jamás se había sentido así, con ninguno de sus anteriores novios-sumisos, ni siquiera con Sarah. Se preguntaba, entre jadeos, si sería porque se trataba del famoso 069, el príncipe de las peripecias sexuales, o si era por otra oscura razón, pero terminó dejándose simplemente acariciar y lamer. De buena gana le hubiera dicho que la podía follar, pero para eso era aún muy pronto. Y no tenía prisa. Hasta dejó caer la cadena del collar y el látigo, símbolos de su poder.

¡Era el momento que Travis andaba esperando! Tomó la cadena y el látigo del suelo y dejó de chupar.

-¿Qué ocurre, esclavo?- quiso saber Lyndsey. Miró y vio a 069 perfectamente libre para huir y dudo. Quizás si hubiera reaccionado violentamente, las cosas se hubieran desarrollado de otro modo.

-Nada, ama. Se le ha caído esto.-y ofreció la cadena y el azote a su dueña.

Aquel gesto la llenó de alegría y lujuria. Ya era totalmente suyo. Tomó los objetos y los apartó, acarició el pelo de él y lo llevó hacia su sexo.

-¡Ahora, hazme acabar!-

Los gritos de Fraulein cuando tuvo el orgasmo hicieron temblar los vidrios de las ventanas y vitrinas.

...

-Estabas empalmado, ¿verdad?-

-Sí, ama.-

-Te advertí que te castigaría. Pero como me has hecho gozar, te dejaré elegir. ¿Quieres una semana más de castidad o entregarme tu culo?-

-Por favor, ama, disponga usted como quiera de mi cuerpo, que ya no es mío, sino suyo.-

-Entonces, ponte sobre el potro, boca abajo.-

Pero no cerró las correas de las muñecas y tobillos. Por eso cuando Winnipenny, al entrar pistola en mano en aquella sala, disparó a Lyndsey, que armada con un temible strap-on entre sus piernas se disponía a sodomizar a Travis, el agente pudo interponerse en la trayectoria de la bala. Herido de muerte, fue recogido en el regazo de ambas chicas, perturbadas, conmocionadas por aquel último suceso.

-¡Travis!-gritó Winni

-Ay... Winnipenny... ¿Cómo... cómo has podido llegar aquí?-

Entre sollozos, la ya consumada agente de la Central de Inteligencia Británica le explicó que habían revisado todas las incidencias aeroportuarias de la última semana hasta dar con el parte del empleado del aeropuerto de Söburgschtaff, y que de allí hasta dar con el castillo von Bork todo había sido muy sencillo.

-Lo siento, agente 069. Ahora creo que me equivoqué en todo.- intervino Lyndsey, creyendo que la llama del amor entre ellos había sido sólo una ilusión.-

-No, no digas eso. – repuso Travis trabajosamente –Todo fue real, al menos tanto como lo es este momento. Y no quisiera yo irme dejándote desolada. Todos, absolutamente todos, me habéis hecho inmensamente feliz en esta vida que se apaga sabiendo que sólo quedan unas pocas palabras por escribir. En ti, dulce Winnipenny, en ti también, preciosa Lyndsey. En la maquiavélica Sarah, y la no menos diabólica Reina Wanda, en el desviado profesor Touba, tan inquietante como el Doctor Gino y su mefítica ayudante. En Quincey, en la pobrecita Emma y la domadora de aquel fascinante circo. En todos, en fin, y también en ti, querido lector, deposito mis últimas voluntades, que no son más que un deseo: que no soñamos con un mundo vergonzoso, ni hemos de ser marginales. Empecemos con no sentirnos como tales, algunos ya lo han logrado y démonos cuenta de que ¿es realmente tan aberrante este nuestro modo de ver el sexo, o simplemente de jugar?

Sea como sea, "the rest is silence".

Dedicado a todos los sadomasoquistas y similares, y a Ama Beatriz, por hacer de espejo de mis veleidades.

Mas de Dr Saccher

Canto atormentado de culpa y castigo

Amor sin erre

Withe Over Black

Doralice, Mensajera del Dolor

La Princesa y su celda

Las reinas del vudú de Nueva Orleans

Encerrona en el gimnasio

Farsa cruel para Angie

Que duela, que guste y que sea original

Xiuxiu y su esclavo

Amor ácido

La doble vida de mi vecina

Blancas juegan, ganan y someten

El último juego de Belle

S.A.S: Sadomaso casero

Maná la Pantera en la selva urbana

La turista lesbiana

Cambio de ama

Función gótica

Amo al volante

Taifa de sumisión (1)

Las cadenas (2)

Las cadenas

Yo: mi mamá me mima, mi mamá es el ama

Dame un repaso

069 y los Cigarros de la Reina

El sueño de una sumisa

069. Operación: Emma

069 contra PHI EPSILON MI

La Casa de Jade

069 contra el Doctor Gino

Tu sueño de sumisión

Respuesta a una lectora sumisa

Barbazul (2)

Feminízame, ama

El internado para niñas malvadas (3)

Barbazul

Regalos envenenados

Casandra, sumisa repudiada

Perdido en ella

Venganza horrible

Aviso previo para mi sumisa

...peligrosa

Obsesión...

Voy a romperte el corazón (1)

Mi duda, mi tormento, mi redención

El internado para niñas malvadas

Mis esclavas y yo

Tela de araña (3)

El Internado para niñas malvadas

Mi antología del Bdsm (2)

Mi antología del Bdsm (1)

Menú anal

El caleidoscopio de Alicia

Exploracion muy íntima

El dolor, medio y fin

Reconocimiento de Ethan

Madolina, musa del sufrimiento (3 - Fin)

Gusanita

Madolina, musa del sufrimiento (2)

Madolina, musa del sufrimiento (1)

Cazador de mariposas

La letra con sangre entra

Dos historias de un ama (II)

Tela de araña (II)

Dos historias de un ama (I)

Tela de araña (I)

Ángel revelación (II: de la sombra a la luz)

Ángel revelación (I: del trabajo a casa)

El enema

Mi perversa Esclavizadora

Asphixya: hacia la insondable oscuridad

Color noche

Canal sadolesbo

Pesadilla fetichista

J. R o historia de un pervertido sin suerte