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La doble vida de mi vecina

en Sadomaso

Sabía yo que la nueva vecina me iba a dar más de un quebradero de cabeza. Está... demasiado buena. Desde el día en que llegó, con su ropa informal y fashion y llenando el ascensor de olor a vainilla, todos los vecinos varones, solteros o casados, andan detrás de ella, babeando.

Yo también, no os engaño, pero soy consciente de dos cosas: las nulas posibilidades que tengo con ella, y que acabo de dejarlo con mi novia, mi primera novia además, y eso me ha supuesto un verdadero trauma. Por suerte me he volcado en el trabajo (trabajo desde casa con ordenadores) y no salgo apenas de casa, con lo que la posibilidad de encontrarme con ella es infinitamente pequeña. Un verdadero alivio. Y es que las mujeres sólo dan problemas...

De no ser por las circunstancias que he mencionado, ya habría procurado hacerme el encontradizo. Siendo que vivimos una vieja sorda como una tapia, yo y la nueva vecina, en la misma planta, no sería de extrañar que nos cruzásemos.

Pero no, ya tengo bastante con haber sucumbido al deseo de al menos saber cómo se llama mirando el casillero. Delia... Encima eso, un nombre "raro". De guarra. Luego, buscando en el google, me enteré que era la amada de un poeta romano, Tibulo, o algo así. Bueno, si la encuentro podré pasar por un tipo cultivado mostrándole la historia de su nombre.

¡Pero cómo puedo ser tan patético! ¡Anda y que la den morcilla! Por mi que no aparezca nunca ni me cruce con ella, porque no voy a ser como uno de esos lameculos que sonrían a todo lo que diga y dejan que los manipule como peleles. Ni hablar, no.

-Riiing-

Allí está ella, tras la mirilla y la puerta. Apenas ha pasado una semana desde que se ha instalado y ya quiere conocerme y acostarse conmigo. Debe ser verdad eso que dicen, que lo mejor es hacerse el duro con ellas. Pero.. ¿qué estupideces estoy diciendo? Querrá cualquier cosa, sal, azúcar, follar. ¡Joder, no! Mejor ni abro.

-Esto... ¿sí, qué quiere?-

-¡Hola! Soy la vecina del Be. ¿Podrías ayudarme, por favor? Me he dejado las llaves dentro de casa. El portero dice que las terrazas están pegadas y que podría saltar de una a otra.-

Es el momento de dejar de dar tanta pena. Me está pidiendo el tipo de hazaña que me viene de perlas para conocerla un poco. ¡Qué suerte! Abro. Mierda, ¿por qué no habré mirado antes por la ventana? Seguro que tiene la ropa interior colgada. ¡No, no, no! ¡No debo ser tan triste! Ea, abro de una vez...

-Hola... -

-¡Hola! Muchas gracias y lo siento. ¿No te interrumpo, no? Es que no hay nadie más y el portero no está en forma como para saltar. Jejeje.-

-Ah... ¿vas a saltar tú... perdón, usted?- digo, descorazonado.

-Bueno, no debería. Tengo la muñeca un poco dolorida por mi trabajo. Pero si no queda otra...-

Se hizo un incómodo silencio. Quería preguntarle a qué se dedicaba, pero me parecía fuera de lugar. Por un momento me la imaginé de pajillera, masturbando a clientes gordos en los lavabos de una disco. Ella me miraba con atención, pero a la vez sin interés. Querría mostrarse amable, pero sólo pro la necesidad. Lo más probable es que le causara indiferencia. No la culpo. Yo mismo me encuentro poco interesante. Al final reaccioné:

-Vamos a la terraza. Pase. Por aquí, por favor.-

Algo en su actitud me impulsaba a mostrarme atento y educado. Quizás era su corte de pelo, muy sofisticado, o el leve maquillaje que se había puesto, que acentuaba sus atléticos y duros rasgos. La conduje hasta la terraza y le puse un taburete. Otra idiotez muy propia de mi, porque sin él podría haberla aupado y arrimado a su cuerpecito precioso. Dándome las gracias otra vez se subió al taburete, pero al intentar subirse a fuerza de brazos, gimió dolorida y se soltó, llevándose inmediatamente una mano sobre la muñeca dolorida.

-Imposible, me duele demasiado.-

Ahora o nunca.

-¿Quiere que vaya yo?-repuse, vertiendo en mi tono la mayor naturalidad y desinterés de que fui capaz.

-Pues...- dijo ella, pensativa.- Si te ves con fuerzas.-

-Desde luego.-

De un brinco subí al taburete, y de allí al alfeizar de la terraza. Había una caída bastante importante, pero por suerte no tengo vértigo. Unos segundos más tarde resoplé al verme al otro lado.

No, no había ropa interior colgada. ¡Cachis!

-La ventana de la terraza está abierta. Luego está la cocina, y después el pasillo. Siguiéndolo hasta el fondo das con el hall y abres. ¡Ah! Y cuidado con mi perro.-

¿Un perro? Qué raro, no lo he oído ladrar desde que llegó. Claro que en cuanto me pongo los auriculares y los discos de rap, no me entero de nada... Siguiendo las indicaciones, me interno en su casa, impregnada del olor de la vainilla y de otro, algo más humano pero que no sabría reconocer. También huele a perro y oigo el ruido de unas patas, las suyas presumiblemente, rascando contra el suelo de madera y un gañido apagado. ¿Tendrá puesto el bozal? En el lavaplatos hay dos tazas, una con restos de café, y la otra con una bolsa de té en el fondo. En el pasillo se abren varias puertas, todas cerradas, menos la primera, que da a un dormitorio, y la última antes del hall, que está entreabierta. Es de ella de la que sale el ruido del perro, y en cuanto me acerco unos pasos más, saca su hocico por la abertura de la puerta. ¡Es un doberman! Gañe de ese modo tan extraño y me mira con ojos llorones. Parece pedir ayuda, pero al acercarme más, me enseña los dientes. Aunque está verdaderamente famélico, mejor no tentar a la suerte.

-¿Va todo bien?-pregunta Delia desde fuera. Debe haber salido de mi casa y esperar en el descansillo. Mejor me doy prisa. Finalmente, abro la puerta.

-Muchas gracias, has sido muy amable. ¿Cómo te llamas, por cierto?-

-Carlos.-

-Pues muchas gracias, Carlos.-

-De nada, adiós.- respondo tímidamente, y regreso a mi guarida. Guau... Delia es estupenda, es maravillosa, es guapa, es... Delia. Me paso el resto del día pensando en ella. ¡Qué lamentable, amigo Carlos! Por una tontería ya estás fantaseando. Si ni siquiera te ha dicho cómo se llama. De pronto, otra duda me surge. ¿Qué habría en la habitación que guardaba el doberman? Debe tender allí la ropa, porque si en la terraza no estaba... ¿Y a qué se dedicará para tener la muñeca hecha polvo? Demasiadas preguntas. Tantas que ya estoy llevando a cabo una idea que se me ocurrió en cuanto mi obsesionante vecina cerró la puerta de su casa.

Es ya de noche, ese mismo día, viernes. Suelo trasnochar, pero esta vez, sin música, que me impediría estar alerta, se me hace duro. Mas no me equivocaba en mis deducciones, y a eso de las 11 y media oigo que Delia sale de su casa. Se va de marcha, sin duda. Prefiero no imaginarme con quién para no ponerme de mala leche. Lo que me faltaba, estar celoso. Como si no fuera ya bastante obseso. Miro por la ventana y me aseguro de que se aleja hasta que ve un taxi, lo para y se sube. Maldita niña pija, ¿por qué no va en autobús?

Me deslizo hasta la terraza y miro. Nadie en el patio interior de la comunidad mira. Con agilidad felina, o algo así, trepo y salto hasta la terraza contigua. Ha vuelto a dejar la puerta abierta. ¡Pobre ilusa y confiada! Me río para mis adentros y penetro en la cocina. Miro en la nevera: es carnívora, algo es algo. Me caen fatal las vegetarianas. Sigo por el pasillo y dejo el dormitorio a mis espaldas. Ya lo miraré luego, en cuanto haya satisfecho mi curiosidad por la habitación que guardaba el doberman. Espero que no lo deje durmiendo allí. Por si las moscas he comprado comida para perros esa tarde. Susurro mientras me acerco a la puerta.

-Pssst, psssst. Perritoooo.... Perritoooo...-

El animal se despierta y gañe levemente. Vuelve a asomar su hocico por la puerta. Tiene la misma expresión que antes, de súplica. Sin duda está muerto de hambre. Qué cruel, Delia, no deberías tenerlo así, o dentro de no mucho tendrás un esqueleto de perro. Con mucho cuidado, por si hubiera que retirarla a toda prisa, le acerco la mano llena de comida. ¡Se vuelve loco y hunde el hocico en mi palma para tomar con avidez todo lo que le ofrezco! Tras él la habitación está oscura, terriblemente oscura, pero adivino algunos muebles en ella. El extraño olor humano viene de aquí sin duda. Es muy corporal, como sudor o cuero mojado.

-Cerbero.- leo en la gargantilla dorada que tiene el doberman en el cuello. -Muy apropiado.- añado, mientras suelto a tientas la correa que lo mantiene sujeto. Tirando suavemente de él lo saco de la habitación y lo llevo hasta el salón, donde lo dejo encerrado tras darle otro poco de comida.

-Siento no tener más, chico.- le digo, antes de cerrar la puerta, pero ya está jadeando mientras devora las pequeñas virutas de carnaza y no me presta atención. Regreso a la habitación oscura y voy palpando la pared hasta que doy con la luz.

-Madre mía... así que era esto...- digo, incapaz de contener la sorpresa.

Bajo la parpadeante luz del neón, se descubren las formas de un potro, una cruz y una especie de trono, todo ello hecho de madera y cuero negros. El potro y la cruz brillan, húmedos. De la pared cuelgan diversos objetos y elementos. El conjunto de todos ellos no ofrece más que una alternativa: o allí piensan recrear una mazmorra de la inquisición, o a mi vecina Delia le gusta el sadomaso. Miro y remiro todo fascinado, pero dos ruidos me obligan a salir pitando de allí. El primero es el de una lámpara al caer al suelo y hacerse pedazos. Mierda: debe haber sido Cerbero, ansioso por la comida. El otro es aún más sorprendente: es una voz, humana, femenina, que apagada, me llega desde el dormitorio, y que pregunta:

-Mmmm... ¿qué pasa, Cerbero? -

¡Imposible, he visto a Delia salir y coger el taxi, no ha podido regresar tan deprisa. Y sin embargo en el tono de voz no hay duda: es ella. ¡Pero cómo he podido meterme en su casa, esto es allanamiento de morada, acoso puro y duro! A toda prisa apago la luz y voy al hall, para abrir la puerta de salida lo más silenciosamente que puedo y correr de puntillas hasta mi propia morada. Allí, pegando la espalda contra la puerta, espero y rezo para que no salga, paralizado por el miedo, hasta que decido lo más sensato: irme a dormir y olvidarme de mis locuras.

Amanece como si nada hubiera pasado, o eso quería creer hasta que llaman al timbre. Aún estoy algo amodorrado y no me acuerdo de lo que pasó anoche, pero me vienen de golpe todos los recuerdos en cuanto abro la puerta y me encuentro a Delia, sonriente como el día anterior, aunque algo más seria, con Cerbero agarrado de la correa.

-Buenos días, Carlos.-

-Buenos días, Delia.- digo, sin darme cuenta de que de hecho no debería saber su nombre. Por suerte parece no caer en la cuenta y prosigue.

-Quería darte las gracias por lo de ayer. Fuiste muy amable y...-

Suspiro aliviado: sea lo que sea lo que pasó anoche, no se ha enterado. EL perro, contento de verme, se levanta sobre sus patas traseras y me planta las delanteras en el estómago, juguetón.

-¡Cerbero! -le reprende su dueña, pero yo sonrío y acaricio al chucho.

-Hola, bonito. ¿Qué tal estas?-

Como respuesta gañe de ese modo tan extraño suyo.

-Vaya, parece que le has caído realmente bien. -

-Sí, tengo empatía con los animales. Aunque no tengo ninguno en casa.-

Estupendo, creo que con ese deje de "amante de los seres vivos" he ganado algunos puntos.

-Dan mucha compañía.- dice Delia, mirando con el ceño fruncido a Cerbero, y tras dar un doloroso tirón de la correa para obligarle a bajar al suelo sigue: -Pero hay que tenerlos bien controlados, o dejan de obedecer.-

Mi mente calenturienta ya imaginaba a Delia vestida de dominatriz domando a golpe de fusta a su pobre can. Joder, qué chungo. Pobre chucho. Tal y como lo trata, no debo andar muy lejos de la realidad.

-Oiga. -pregunto por fin - ¿Por qué ladra tan raro? Parece como si le falta la fuerza. ¿No estará malo?-

-No, no está malo. Es que le hice operar la garganta para que no ladrara. No sirve para dar la alarma si entra algún intruso, pero puede arrancarte la mano de cuajo si se pone nervioso.-

-Vaya.-

-Y para que no se distraiga, lo he castrado.- añade, fríamente. -Parece mentira, pero así es mucho más leal y obediente.-

¡Hija de puta! Pobre Cerbero. No se puede envidiar tu suerte. Tu ama será guapa, pero es una cabrona de cuidado. Y sigue hablando: hoy está demasiado comunicativa. Y yo demasiado dormido aún.

-Ah. Una cosa. Ayer cuando estuve en tu casa se me debió caer un papel que llevaba encima. Una receta del médico.-

-Para lo de la muñeca.-

-Exactamente. ¿No lo habrás visto?-

-No.-respondo secamente. Pensar en lo que hace esa depravada me pone de mala uva. Quiero desayunar de una vez.

-¿Te importa que mire un momento? Te dejo aquí el perro, no sea que te manche algo.-

-No pasa nada. Pasad los dos.-

-En serio, prefiero que se quede aquí, contigo. Ayer por la noche me tiró una lámpara en el salón.-

Cerbero saca la lengua y me mira con sus ojillos tiernos. Sí, ojillos de doberman, pero tiernos; es algo curioso. Accedo y me quedo con él jugando en el descansillo. Puñetero perro, qué simpático es. Aprieta el timbre de la vecina sorda y me mira con expresión de curiosidad. La buena señora no sale. Algún día la diñará y a saber cuándo se darán cuenta las autoridades. Por fin sale Delia de casa, sonriendo y mostrándome el famoso papel. Joder, pues yo ni me había enterado de que andaba por el suelo.

-Bueno, pues ya nada más. Me voy a pasear al perro, que lleva todo el día hiperactivo. Luego se queda dormido y no hay quien lo levante, ¡y a ver quien me cuida la casa si entran los ladrones!-

-Adiós, pues.-

Por fin... o no.

-Una última cosa. Esta noche, a partir de las 10, doy una fiesta en mi casa a la que he invitado a algunos vecinos. ¿Podrías pasarte, por favor?-

-Desde luego.- respondo irreflexivamente con tal de quitármela de encima. Sonríe y se despide definitivamente, y yo, tras dos tazas de café bien cargadas y un bol de cereales que casi confundo con el paquete de la comida del perro, vuelvo a ser persona.

La noche llega demasiado rápido, pero me resisto a cumplir con lo prometido hasta que se hacen las 11. Y es que es demasiado fuerte la tentación de que Delia, en un arrebato de liberalismo, muestre a los invitados la habitación que tiene habilitada para sus veleidades. Aunque... quizás trabaje de eso. Joder, seguro que sí. Seguro que es una de esas amas que se anuncian en el periódico. Una prostituta para clientes raros. ¡La leche! Pues eso sólo puede dar problemas, desde una redada de la policía a un novio que la chulee. Eso sería curioso: una dominatriz chuleada.

Me abre la puerta el presidente de la comunidad, uno de los invitados, calvo, moreno y con un enorme bigote que oculta más bien poco su pellejuda cara.

-¡Carlos, chico! ¿Qué tal?-

Se suceden un montón de conversaciones igual de banales, tanto que recuerdo por qué no hago vida social más a menudo. Por fin veo a Delia. Se ha cambiado de peinado y viste un vestido de noche negro muy muy elegante, con adornos de pedrería blanca. Clava en mi una mirada seria, casi escrutinadora. Creo que esperaba verme antes. Disimulo el que la he visto y cojo un plato de jamón. Al menos saldré cenado.

-¿Carlos?- se me acerca Delia. Su tono de voz es distinto, muy serio y un poco grave.

-¿Sí?- digo yo, tragando apresuradamente. -Dime, Delia. Ah, bonita fiesta.-

-Gracias.-sonríe, enigmáticamente, y llama la atención de los presentes: -Queridos vecinos, un momento de atención. Quiero agradecer una vez más, delante de todos ustedes, el que saltara desde su terraza a la mía para abrirme la puerta, puesto que me deje las llaves dentro.

-Vaya, qué héroe...- dice el presidente, con ironía. Bastardo, tú también lo habrías hecho si te lo hubiera pedido esa hembra. Al menos si no supieras lo que oculta...

-Ah, creo que algunos no conocen aún a mi compañero de piso, Cerbero. - sigue Delia, y ante los atentos ojos (los míos completamente asombrados), va hasta la puerta de la habitación prohibida y la abre para salir con mi canino amigo. Pero dentro de la habitación no hay ninguna de las cosas que vi la noche anterior. Se las ha llevado a otra parte. O eso o estoy alucinando, lo cual tampoco sería extraño. Los vecinos acarician al chucho con cuidado un rato antes de que su dueña lo vuelva a meter en su cuarto.

 

Una hora más tarde el poco alcohol que queda y las chucherías ya no interesan a los invitados, que poco a poco van abandonando la casa. Es sábado, y hay modos mejores de pasar el tiempo. Yo me habría escabullido, pero me entretengo con Cerbero, sacándolo a la terraza con permiso de Delia. Así puedo cerciorarme de que realmente no hay muebles tan "especiales" como los que vi en la habitación donde está prisionero. Y así también, cuando el pesado del presidente se ha largado, soy el único vecino que queda en la casa. Delia me mira desde la cocina y me hace señas para que entre otra vez en la casa.

-Bueno, Carlos. Pues esto ya se acaba. -

-Una gran fiesta.- insisto por segunda vez. Mi conversación no es ninguna maravilla...

-Sí. Brindemos, ¿te parece?-

Sigue con esa actitud tan extraña que me choca. Prepara dos copas y escancia champán en ellas.

-Chinchin.-

-¿Por qué brindamos?-

-Por nada.-

Su mirada es magnética, pienso, mientras bebo, y sólo cuando he terminado la copa me doy cuenta de que tiene los ojos azules. Esta mañana hubiera jurado que los tenía castaños. Ay, ay, ay. ¿Se me estarán friendo los sesos con tanto ordenador?

-¿Qué... qué tal la muñeca?- pregunto.

-Perfecta. Podré volver a trabajar enseguida.-

-¿En qué trabajas?-pregunto, recordando mi duda del otro día, y ansioso por escuchar una más que probable mentira.

-Soy profesora.-

-¿De qué?-

-De paddle.-dice, con un guiño que a mí, personalmente, me parece completamente falso y lleno de sarcasmo.

Da un sorbito la champán, apenas lo suficiente para mojarse los labios y me invita a acompañarla al salón. Ha retirado la lámpara que rompió ayer Cerbero por mi culpa. Nos sentamos y hablamos un rato de nuestras vidas, de nuestros novios y novias (y ex-novias), pero yo me siento cansado, muy cansado, soñoliento. Intento no parecer descortés, pero no deja de hablar y yo quiero ir a dormir. Cierro los ojos un par de ocasiones y cuando los vuelvo a abrir veo que me mira con una curiosa sonrisa. ¿A qué está jugando?

-Me voy ya. Mañana tengo que trabajar.-

-Mañana es domingo, Carlos.- me dice. -De hecho, ya es domingo.-

-Ah... Es que yo trabajo también los domingos.-

-¿Y qué haces?-

-Trabajo con ordenadores desde casa.-respondo, notándome más y más aturdido.

-Qué chollo. Yo casi siempre doy mis lecciones a domicilio.-

-¿Lecciones de paddle a domicilio?- digo, tras recapacitar en sus palabras. Pensar se está convirtiendo en un suplicio insufrible.

-En realidad no es paddle, aunque a veces se le parece. Pero dime, ¿qué es lo que haces? ¿Eres hacker?-

Entra en mi terreno, y cometo el error de confiarme. Haciendo un esfuerzo, le explico que arreglo las conexiones de red de los clientes de mi empresa desde casa, recuperando passwords olvidados o perdidos sin necesidad de formatear.

-Ajá. ¿Y nunca te aprovechas de saber esas claves?-

-Nunca.-

-Claro. Nunca. Tú eres muy legal.-

-Ssss... sí.-

Se hace el silencio, atenuado por el sonido del reloj de pared. Estoy perdiendo la conciencia. Pretendo levantarme, pero no puedo. Es como si mi cuerpo pesara una tonelada. Delia me mira sin cesar, hasta que se levanta y se coloca delante mío, con los brazos cruzados. Trato de mirarle a la cara, pero no puedo y cierro los ojos. Es todo un alivio. noto sus dedos en mi mentón, acariciándolo. Y oigo su voz, apagándose en mi cerebro al tiempo que me quedo completamente dormido.

-Sé que fuiste tú. Lo sabemos.-

...

El despertar es violento. Siento escalofríos y miedo. ¿Dónde estoy? Está oscuro, pero noto que mi posición ha cambiado desde la última vez. Estoy echado sobre un objeto mullido de tacto suave, pero también algo pegajoso, sobre le cual mi estómago desnudo se apoya. Y no es lo único desnudo de mi cuerpo. Todo yo estoy completamente desvestido. Desnudo y atrapado. Mis muñecas y mis tobillos están atados a cuatro postes que parten, según deduzco, del objeto sobre el que estoy apoyado. Mi espalda y mis nalgas están expuestas.

Aún confuso, trato de recabar toda la información que puedo con mis otros sentidos. A mis fosas nasales llega un olor penetrante, pero no desconocido: el del sudor y el cuero. Si mi mente quería más pruebas, ya las tiene: estoy en la sala de torturas, amarrado al potro.

-Socorro...- musito, pero las palabras apenas me salen. Siento una terrible flojera. Lo vuelvo a intentar. -Socorroooo...- digo, con apenas una pizca más de volumen.

Y algo me responde. Es el gañido de Cerbero, que me llega desde el salón. Y enseguida la voz de Delia, o eso me parece.

-¡Quieto! Demonios, nadie diría que te he castrado yo misma.-

Y lo más aterrador es que una voz que es muy semejante, pero que no es la misma, la responde:

- Creo que ha oído a Carlos espabilarse. Vamos.-

Un repiqueteo de tacones es lo siguiente que llega a mis oídos. Trato de soltarme y de gritar, pero no tengo nada de fuerza. ¡Esa puta me ha drogado! Y cuando digo ésa, debería decir ésas, porque cuando se abre la puerta del cuarto no es una, sino dos, las figuras que se recortan al trasluz y que desde mi posición apenas puedo distinguir.

-Socorro... soltadme.- gimoteo, y yo mismo me oigo con un tono bajo y patético.

-Jaja. ¿Qué es lo que dices?- ríe una de las dos mujeres. -Enciende la luz, Delia.-

¿Quién es ésa mujer? El neón parpadea y veo las piernas, cuatro, dos y dos, de mis captoras. Se acercan y se inclinan, para provocarme otra terrible sorpresa.

-¡Gemelas!-consigo gritar, pero me tapan la boca enseguida al notar que el efecto de la droga empieza a dejar de hacer efecto.

-Trae una mordaza.- ordena una de ellas, la que no es Delia, a la otra. -Sí, así es. ¡Muy listo! O más bien, ¡muy tonto! ¿Cómo imaginabas que no nos daríamos cuenta de que fuiste tú quien entró el viernes en casa?-

Mientras me ponen la mordaza, una de esas típicas bolas de goma con una correa para asegurarla, me informan: si no hubiera dejado caer la comida del perro por toda la casa, podría haberme escaqueado sin más. Cierto que el fallo principal fue de ellas, de dejar la ventana de la terraza abierta. Pero cuando una de las dos se queda en casa, no suelen preocuparse de esos detalles. Cuando al día siguiente, además de encontrar al perro en el salón en vez de en el cuarto, vieron las migas y cayeron en la cuenta de que existía la posibilidad de que hubiera sido yo el intruso a través de la terraza.

-A Cerbero no le damos de comer casi para que esté atento. Sólo si cumple nuestras órdenes le damos comida. Pero tranquilo, que contigo no tendremos problemas, ¿verdad?-

-¡Mmmmppfff!- me quejo tras la mordaza.

-Ssssshhh. Guarda tu aire para algo más útil.- dijo Delia, y pasándole una pala de madera de las que colgaban de la pared a la otra, explicó: -Tienes suerte de que todavía tenga la muñeca débil desde que rompí una de éstas- refiriéndose a la pala- en el culo de uno de nuestros clientes. Pero Cynthia- y por fin supe el nombre de la otra hermana -sabrá hacerte recordar que no hay que colarse en casa ajena.-

Empezaron a llover los golpes, horrísonos y terriblemente dolorosos, desde el primero hasta el último, y no fueron menos de veinte. Yo temblaba sobre el cuero del potro con cada uno de ellos, incapaz de asimilar lo que estaba pasando. ¡Joder, me estaban azotando un par de amas sádicas gemelas! Seguro que había en el mundo quien pagaría una fortuna por ese tratamiento, pero a mi en ese momento ni por todo el oro del mundo querría seguir allí. Pero yo no tenía elección, ni escapatoria, y recibí aquel tormento enteramente.

-Bueno.-explicó Delia mientras su hermana acariciaba mi dolorido trasero con sus uñas. -Luego tuve que inventarme la excusa del papel del médico. Claro que no lo perdí en tu casa: lo llevaba en el bolsillo, y fingí encontrarlo. Sólo necesitaba entrar en tu casa para averiguar si había alguna prueba de que habías sido tú el fisgón nocturno.-

-Podrías haberte librado si hubieras sido más cuidadoso.- apostilló Cynthia, deslizando con fuerza sus garras por mi piel hipersensible, y provocándome espasmos de dolor. -Si no hubieras dejado la comida del perro en la cocina, bien a la vista... Pero tú no tienes perro, ¿verdad?-

-Aunque pronto vas a serlo.- terminó Delia, sonriendo con malicia.

Me soltaron las manos y entre las dos las volvieron a atar con unas cadenas que colgaron del techo. Eso era nuevo, pero estaba yo como para preguntarme cuándo habían puesto escarpias y tacos en el techo y cómo habían hecho para ocultar aquel museo del suplicio durante la fiesta. Trasudaba una barbaridad por el miedo y la tensión. Podrían hacerme cualquier cosa, y lo harían sin dudarlo.

-Ok. Nos queda mucho tiempo de entrenamiento por delante. Creo que resistirás más que la mayoría, pero eso sólo será más doloroso para ti y divertido para nosotras. Al final serás un sumiso tan o más entregado que Cerbero. Por cierto, Cynthia, tráelo.-

Delia comprobó que yo estuviera bien sujeto. En cómo hacía las cosas vi que tenía una asombrosa experiencia y control. No era el primero, me temo. Pero yo, un neófito en aquellas artes del sufrimiento, no podía ni imaginar apenas para qué servían algunas de las cosas que adornaban el lugar. Eso no fue obstáculo para que se me contrajera el ano cuando sobre sus braguitas blancas, Delia aseguró una especie de falo artificial lleno de bultos y de grosor espantoso. Era evidente, a no ser que quisieran hacerme presenciar una rocambolesca escena lésbica, que pretendía penetrarme con él. Me sacudí violentamente, en vano, mientras se acercaba. Grité, en silencio, cuando noté la punta en mi ano. Y casi me desmayo cuando noté que traspasaba la barrera de mi esfínter. Aquello duele horrores, y la sensación subsiguiente, que es como si se tuvieran el peor estreñimiento de tu vida, no le va a la zaga. Eso obviando la completa humillación a que era sometido, y que había perlado todo mi cuerpo con un sudor pegajoso, del mismo tipo del que había impregnado aquella maldita habitación.

-¡Sufre, perro!- me gritaba Delia, y no ocultaba la lasciva satisfacción que la dominaba. Cynthia entró con Cerbero. Ójala pudiera entenderme con él sólo con la mirada: quizás me habría devuelto el favor que le hice. Pero no, aquella comunicación entre animal y persona siempre sería de un sólo sentido. Los bultos del falo artificial machacaban mi recto, dilatándolo y haciéndome pasar una agonía insufrible.

-Ea, Cerbero, bonito. Diviértete. Vamos.-

Cynthia achuchaba al perro hacia mi pene fláccido. Cerbero lo olisqueó y sacó la lengua para darme un fuerte lametón. ¡Joder, no, amigo, no! Empezó a lamerme la polla y yo a llorar. Aquello era demasiado: enculado y con un perro haciéndome una felación. Pero la naturaleza seguía su curso y pronto estuve perfectamente empalmado.

-Venga, quejica.- me regañó Cynthia. -Tienes suerte de que las salchichas no le gusten demasiado. Podría haberte arrancado tu juguete de un bocado. Y eso sería una pena.-

-Una verdadera lástima.- intervino Delia, pellizcándome con los dedos los pezones y obligándome a contraer los músculos del ano sobre su monstruoso "juguete". -Ponle ya el sargento.-

¿Eh? ¿A qué se refería? Miré a duras penas con mis ojos empapados y vi que Cynthia apartaba al ansioso Cerbero de mi y lo sujetaba a la pared por medio de su correa. Luego cogió una especie de enorme pinza de metal con tornillo para cerrarla: un sargento de carpintería. ¡Y me lo puso en los testículos! Empezó a cerrarlo despacio, muy despacio, pero no tanto que mis huevos no sintieran el frío del metal cuando las dos piezas que se cerraban entraron en contacto con la piel. Grité, me sacudí y tratando de salvar mis cojones del martirio, porque aquello sólo podría terminar conmigo castrado de un modo muy doloroso, intenté hacer llegar a mis amas mi súplica. Parecieron comprender, porque Delia le dijo a Cynthia que parase. Ésta obedeció, y sostuvo el peso de la herramienta mientras la otra me quitaba la mordaza.

-Ojo con lo que dices, que de ello dependen tus bolas, perro.-

Resoplé tomando aliento y ladré. Creí que les gustaría oír eso. Se rieron, pero de una bofetada, Cynthia me dijo que dijera lo que tuviera que decir antes de seguir con el proceso.

-No, por favor- me deshice en sollozos.- Lo que queráis, pero no me castréis, os lo suplico. Seré vuestro perro, lo juro. Pero por favor, no me los arranquéis.-

-No sé... Eres un mentiroso. No creo que podamos fiarnos de ti.- repuso Delia, empujando su pelvis contra mis nalgas y haciéndome gemir de dolor.

-Por favor, por favor... Lo juro. Vuestro perro más obediente. -sólo pude decir, al borde del desmayo.

-¿Tú qué dices, Cynthia?- dijo Delia tras unos segundos. -¿Lo ponemos a prueba?-

Delia se lo pensó durante un buen tiempo, y sin previo aviso dejó que el sargento cayera, tironeando de mis genitales con una fuerza desgarradora. Clamé, atravesado por el dolor, y di mis huevos ya por perdidos. Pero no, seguían allí, martirizados. Cynthia había quitado el sargento.

-Lo ha aguantado bastante bien. Creo que... podemos probar. Si no nos convence, ya sabe lo que le espera.-

-¿Has oído eso?- me dijo Delia al oído. Maldita, no te burles de mi. Vas a convertirme en un despojo, en un animal. ¿Qué más quieres? ¿No es suficiente humillación? ¿No te parece un castigo lo bastante horrendo como para que compense mi lamentable curiosidad? Y no obstante, me sentía agradecido, así que, al limite de mi aguante, musité.

-Gracias, amas, gracias...-

-Qué bien suena eso siempre que lo dicen con sinceridad, ¿verdad, Delia?-

-Verdad, hermana. Me está empezando a caer bien este blando. Será un buen perro, un semental incluso si se porta bien. Sssshhh- me hizo morderme la lengua antes de que dijera algo. -Ya no será necesario que hables. Mañana, después de la operación, ladrarás casi igual que Cerbero. Pero mejor eso que no perder tus atributos, ¿no crees?-

-Ah, una última cosa, antes de que empieces a usar la lengua exclusivamente para menesteres más serviles.-dijo Cynthia.-¿Por qué te dejó tu novia?- y me apretó uno de los pezones con saña.

-¡Ay! Porque hablo en sueños...-

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La Casa de Jade

069 contra el Doctor Gino

Tu sueño de sumisión

Respuesta a una lectora sumisa

Barbazul (2)

Feminízame, ama

El internado para niñas malvadas (3)

Barbazul

Regalos envenenados

Casandra, sumisa repudiada

Perdido en ella

Venganza horrible

Aviso previo para mi sumisa

...peligrosa

Obsesión...

Voy a romperte el corazón (1)

Mi duda, mi tormento, mi redención

El internado para niñas malvadas

Mis esclavas y yo

Tela de araña (3)

El Internado para niñas malvadas

Mi antología del Bdsm (2)

Mi antología del Bdsm (1)

Menú anal

El caleidoscopio de Alicia

Exploracion muy íntima

El dolor, medio y fin

Reconocimiento de Ethan

Madolina, musa del sufrimiento (3 - Fin)

Gusanita

Madolina, musa del sufrimiento (2)

Madolina, musa del sufrimiento (1)

Cazador de mariposas

La letra con sangre entra

Dos historias de un ama (II)

Tela de araña (II)

Dos historias de un ama (I)

Tela de araña (I)

Ángel revelación (II: de la sombra a la luz)

Ángel revelación (I: del trabajo a casa)

El enema

Mi perversa Esclavizadora

Asphixya: hacia la insondable oscuridad

Color noche

Canal sadolesbo

Pesadilla fetichista

J. R o historia de un pervertido sin suerte