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Canto atormentado de culpa y castigo

en Dominación

Volver al hogar. Ver a la mujer amada. Como cada día. Como todos los días. Seguía queriéndola, pero no me daba cuenta. Ni de que el tedio me había vuelto vicioso. Ni de que ella sufriría si se enterase. Ni de que ella intentaría arreglar lo nuestro. Y desde luego, no me di cuenta de que ELLA violaría la intimidad de mi pc...

-... igual que tú has violado mi inocencia.-

Lo vi al final del pasillo, como un condenado ve el cuerpo del delito: mi portátil abierto. No estaba encendido. Ya no, pero algo se movía en la pantalla: mi propio y sorprendido, después confuso, y por fin aterrado, reflejo en la oscilante superficie de los cds. Temía saber qué cds eran ésos, pero la incógnita de por qué pendían, colgados por un filo hilo de un modo siniestramente patibulario, no me dejaba musitar la respuesta.

Aquello era un escenario. Una tragedia iba a comenzar y yo sólo podía rezar para acabar cuanto antes con la angustia de saber si yo sería el protagonista o un mero espectador.

Un repiqueteo lúgubre introdujo a la heroina en escena. Saliendo del cuarto de baño, ella, mi amor, transmutada en mariposa perfecta y desgarrada. Hizo una mortaja de sombras brillantes para ceñir el pecho que yo había apuñalado, y sobre tacones de catedral gótica se alzó al cielo, donde su cabello de ocaso sangriento (ójala de aurora azafranada) escondía entre sus llamas el rostro que sin duda había llorado.

Estaba preciosa.

-¿Te gusta lo que ves?-

Se sentó frente a mis pecados y me miró en el reflejo delator.

"Gracias, gorgona de fuego, por conceder a esta parodia de Perseo un instante de ficción carnal antes de hacerle piedra con tus ojos vengadores"

-Sí, pero...-

-¡Pero no hay peros, cariño!-

Terrible

-He visto lo que eres-

Se gira

-No quieres lo que soy-

En pie

-Seré lo que quieres-

Oh... dioses, es tan bella.

- Y haré que lo lamentes. Me has hecho daño. Me has matado. Es mi turno...

"...inmolada en un altar de cuero, pasión fatal y dolor. Y si no lo pudiera contener dentro de sí, ¿lo escanciará sobre mí?"

-Perdón.-

-Eso está bien. ¿Pero sabes qué estaría mejor? "Perdón, ama Dido."-

-Perdón, ama Dido.-

-Dilo otra vez.-

-Perdón, ama Dido.-

-¡De rodillas!-

-Perdón, mi ama Dido.-

Cae un telón de silencio y a nadie se le escaparía que este round ha terminado con K.O. Pero no hay árbitro ahí para evitar que la vencedora se ensañe con el derrotado. Se sienta, sus piernas se balancean, como un péndulo ávido de carne viva.

-Es el primer paso. Ahora, puedes besar mis zapatos...-

En su empeine tatuado, velado como una reliquia por una fina media, cifro todo lo que de ella, y apenas por unos instantes, me pertenece. ¿Conseguiré algo más y por más tiempo? "Ése", me digo mientras cierro los ojos y me dejo caer suavemente hacia adelante para que el sello de mi condena se estampe en el lacre impío de mis labios. "Ése va a ser un pensamiento muy recurrente en lo sucesivo."

-...la próxima vez tendrás que suplicármelo.-

Miro hacia arriba mientras sus palabras, que no oigo, sólo obedezco, me ordenan desnudarme. Allá, en lo alto de la pira, mi reina arde en mil zarcillos de lava, pero sus ojos son Némesis. Son Furias coronadas de rímel. Me recordarán mi culpa a todas horas: ya la están grabando, a golpe de escoplo, en mis retinas penitentes.

-Y por si ya se te había pasado por la cabeza la idea de escapar.-

Clica un candado frío, clausurando el collar que me declara, pública e impúdicamente, como suyo. Allá donde vaya, allá donde me esconda, todos podrán saber que soy un esclavo, un prófugo. Yo lo sabré, y me relamo al ver que cuelga la llave de una fina gargantilla que esquía por sus pechos hasta la dulce caverna de Amaltea.

"¿Y ya? ¿Y yo"

Pero ella me calma. Tira de la anilla, del collar, de mi cuerpo y de todo lo demás que queda allí que antes hubiera llamado "mío" haciéndome seguirla hasta la cama. Me recuesto y espero paciente a que espose mis muñecas al cabecero. Cuando ha acabado, me acaricia desde el pubis hasta el cuello, pero se reserva mis labios para los suyos.

-Ni te imaginas, por más que hayas fantaseado con esto, lo que me gusta tenerte así.-

Me lame, marcando su territorio, designando las zonas de caza que más tarde, aunque quizás demasiado pronto para mi gusto, dará rienda suelta a sus caprichos. Huelo, y me extraña que hubiera podido olvidar ese olor, su excitación invadiéndome, convirtiéndose en la mía. Y por fin, trepa sobre mí para demostrarme del modo más simple cómo son y van las cosas entre nosotros.

Yo abajo, ella arriba.

-Va a ser un camino sin retorno. Sólo podrás pararte o avanzar por el sendero que yo te marque. Y creeme...-

-¡Aaaahh...ay!-grito, cuando retuerce uno de mis pezones.

-Sé cómo hacer que avances.- sonríe, mientras sus crueles dedos viajan desde mi pecho hasta su intimidad, y de allí a su boca, para cerrar ese triángulo de las Bermudas al obligarme a lamerlos. -¿Entendido?- Asiento, invadido. -En la completa oscuridad, incapaz de moverte, irás descubriendo los nuevos ejes alrededor de los que gira tu mundo, y sabrás que soy yo quien los mueve.-

Mi pene protesta. Lo he relegado durante todo este rato al olvido: tal es el poder de Dido sobre mí. Pero al rozar, y sólo un iluso creería que descuidadamente, sus muslos y culo contra él, he comprobado el doloroso grado de erección que tengo. Querría evitarlo, no sé por qué, pero gimo. Dido ensancha el arco de sus labios, divertida, y se inclina hacia adelante, dejando que suavemente toda ella repose sobre mí: su vientre, sus JODIDAMENTE FABULOSAS TETAS, y sus brazos y manos.

-Mmmmm... - me mortifica, exhalando su cálido aliento de néctar a ridículos centímetros de mi boca. Quiero besarla. No puedo. Ni eso ni prácticamente nada; sólo escuchar. -Puede ser un camino largo... o no tanto. Y puede que tenga final, o no. Depende de ti. Sí: de tí. Porque empezarás siendo sólo un mueble, un objeto inanimado que utilizaré a mi antojo. En ese tiempo me aseguraré de que - y me arañó la sien con la uña - ahí dentro sólo queda lo que yo quiero y necesito que haya. Luego, serás mi mascota. Un gusano a mis pies o un perro al que domésticar. Quizás, pero no creo...-

-¡Ama!-grité, pues había pasado, tan "descuidadamente" como antes, el tacón de su zapato demasiado cerca de mis genitales.

-Sí, definitivamente no creo que te deje correrte alguna vez mientras seas sólo un triste perro. Tranquilo: tendrás tu desahogo, ¡tanto que casi lo odiarás! cuando llegues a merecer que te considere mi puta. ¡Ah! Entonces exploraremos todo lo que no te habías atrevido ni a hurgar... al menos a juzgar por lo que he visto hasta ahora.-

Se refería a los cds. Fría, quizás recordando mi falta, me contempló durante un minuto interminable. Yo evitaba su mirada, pero era algo casi imposible.

-Por fin, llegarás a ser mi esclavo.-

Ése era el camino, la senda de que hablaba. Una metamorfosis que, en su infinita ternura, Dido había decidido que fuera mil veces más dolorosa (pero, ¿se puede cuantificar el dolor en el corazón de una mujer?) que la que yo la había obligado a padecer, asegurándose así de que la deuda estaría saldada con creces. Sin embargo, sentía que faltaba algo, y mientras la miraba, con un descaro ajeno a las esposas, al collar y a las galas de dómina que adornaban a mi amada, pregunté.

-Ahí no acabará mi camino.-

Dido pareció turbada por primera vez. Hubiera jurado que esperaba que yo dijera eso (y decir sólamente eso era lo mismo que insinuar todo lo demás que ambos pensábamos), pero que no estaba preparada para oírlo. Un resquicio microscópico en su muralla revelaba que, efectivamente, tras aquellas paredes de perfidia, piel y lencería fetichista, latía, y tal vez más fuertemente que nunca, su corazón.

-No. Más allá del perdón, podrás ser mi amante y mi semental. Como...-

-...antes.-

Empezaba una vida que sólo había sido fantasía, y a la que ella y yo trataríamos de convertir en pesadilla, ya incluso antes de comenzarla, para recorrer a la carrera el espinado sendero más allá de cuya meta, si todavía no habían muerto del todo quienes éramos, todo nuestro amor tendría sentido. Se enderezó sobre las rodillas y dejó caer su sexo sobre el mío, devorándolo.

"Redención, tal vez."

Pensaría en ello muchas veces después, pero entonces tuve que dedicarme a otros quehaceres. Porque aún no sé cómo será el famoso odio cartaginés... pero la última y violenta manifestación de su amor está sorbiendo ahora mismo hasta la última y violada gota de mi libertad.

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