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El curso (1)

en Hetero: Infidelidad

La tarde pasaba muy lentamente para ella; a pesar de vivir en una casona de los años 30, remodelada por su marido y con más de diez habitaciones, las paredes se le hacían pequeñas, porque para ella eran como una prisión. Y es que Raquel era una mujer que siempre había llevado el control de su vida y ahora se sentía impotente de ver que formaba parte de una vida preparada a medida por su marido.

A veces pensaba que era egoísta por no valorar los esfuerzos que Javier, su esposo, había hecho para darle todos los caprichos; incluso llegó a pensar que, en los círculos sociales donde ellos se movían, estaría mal visto que ella se dedicara a algún oficio… Pero recordaba cuando trabajaba como comercial de Marina D´Or, para vender apartamentos de lujo y como, aunque no era el trabajo de su vida, se sentía realizada.

De hecho, así fue como conoció a Javier. Él era un ejecutivo importante en una multinacional dedicada a las inversiones de capital en el extranjero y, en una reunión comercial con su empresa, coincidió con él. Fue encantador con Raquel, a pesar de la diferencia de edad – es 12 años mayor que ella-, y de estar recién divorciado de su primera mujer,  y tras cerrar un trato de muchos apartamentos como inversión, la invitó a cenar aquella noche.

Ese fue el principio de una relación estable pero corta porque, menos de un año y medio, se estaban casando, en una boda por todo lo alto pero que ya era una muestra de lo que sería su posterior matrimonio: en aquella boda, aparte de la poca familia que asistió de parte de ella, no conocía a casi nadie por ser compromisos laborales y negocios de su reciente esposo.

Pero se acostumbró pronto a ese ritmo de vida… Gimnasio, clases de aerobic, compras a todas horas y viajes a donde quisiera, incluso sin necesidad de que él viajara con ella.

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 Ahora me diréis tonta por odiar este tipo de vida, por no estar feliz  de tener todo lo que Javier me ofrecía sólo por ser su muñequita en fiestas de postín y reuniones sociales de alto standing. Pero digamos que todo era una fachada, porque pasábamos muy pocos momentos juntos; él cada vez tenía más viajes al extranjero y, cada vez, más largos. Nuestra relación era distante, como si yo fuera uno de los adornos de sus estanterías y me sentía fatal por ser simplemente  “la mujer de”. Aquella tarde estaba dispuesta a hablar con él, porque quería trabajar en algo que me hiciera crecer como persona, que me supusiera un reto personal interesante.

-                           Buenas tardes cariño, ¿Qué tal el día?- dijo Javier dejando el maletín en el mueble del hall y entrando directamente a la cocina, sin parar en el salón a darme, siquiera un beso.

-                           Pues igual que siempre… Aburrida.- dije con desgana, intentando provocar que fuera él quien empezara la conversación.

-                           ¿Por qué no has llamado a algunas de tus amigas? ¿No tenéis nada que comprar?- dijo volviendo al salón con la corbata ya desabrochada y la camisa desabrochada.

-                           ¡No es eso! Javier es que me aburre estar aquí, todo el día sola… Quiero hacer algo…

-                           No sé.- inquirió sin prestarme la minima atención.- Pues apúntate a algo, que te entretenga.

Y dicho esto se metió en la ducha como si la conversación se hubiera acabado para él, cosa que me puso muy nerviosa. Pero bien pensado lo que había dicho no era mala idea; había muchos cursos para el fomento del empleo y podía empezar por hacer algo así… Sonreí ante las posibilidades que se abrían para mí y decidí que me pondría a ver posibilidades antes de que mi marido cambiara de opinión.

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Una semana después, la ilusión inicial se había desvanecido un poco ante las perspectivas de que no había ningún curso que no requiriera una edad máxima o una formación especifica inicial. Y las pocas posibilidades que existían eran cosas como cursos de corte y confección o de cocina, que la verdad no eran los tipos de cursos que yo viera como un gran desarrollo personal para mí.

Pero aquel día, y por sorpresa porque mi marido se había mostrado totalmente indiferente a mi búsqueda, fue él mismo quien me abrió el camino:

-                           Mira esto, cariño… Creo que te puede interesar…- dijo dejando caer sobre la mesa del salón un folleto de un curso.

Lo cogí con indiferencia, creyendo que podía ser un anuncio de una exposición de moda o de un nuevo restaurante de lujo al que quisiera ir a cenar esa noche. Pero, al tenerlo entre mis manos, vi que se trataba de un curso de gestión empresarial dedicado a emprendedores.

“Jornadas para el Fomento Empresarial basado en nuevas ideas de empleo”

-                           De… ¿De donde has sacado esto?- dijo sin dejar de mirar el folleto y leyendo hasta la letra pequeña.

-                           Son unas jornadas en las que participa mi empresa y te he apuntado…

-                           ¿CÓMOOOO?- grité levantándome del sillón y dándole un abrazo que casi hace que caigamos al suelo.

-                           ¡Tranquila mujer! ¿No es lo que querías? Para que veas que si te escuchó a pesar de lo pesada que eres…- dijo aflojándose el nudo de la corbata.

-                           Esto…- le susurré al oído mientras mi mano se apoyaba en su entrepierna.- Esto tengo que agradecértelo, ¿no?

Y es que, si es verdad que nuestra vida sexual no es que fuera para tirar cohetes, mi marido nunca rechazaba el ofrecimiento de una ración de sexo oral, por parte de su querido Raquel. Lo cogí de la mano y lo senté en el sofá del salón, dejándose caer con pesadez; abrí muy despacio el cierre de su pantalón y metí la mano en el slip para sacar su miembro y comenzar a masajearlo con mi mano.

En un momento estaba bastante duro y no dudé un momento en comenzar a lamer el tronco para poco después besar su glande descubierto. Él resoplaba quedándose quieto y mirando con gesto serio lo que su mujercita le hacía. Javier siempre había sido muy poco expresivo durante nuestras relaciones sexuales, cosa que al principio me chocaba un poco pero a lo que acabé acostumbrando con el tiempo.

-                           Y, ¿cuándo empieza esa curso?- dije mientras me metía ya su polla en la boca.

-                           Ufff… Empieza mañana mismo, he tenido que mover algunos hilos pero… Ummm… Podrás asistir.

Yo aceleraba el ritmo de la mamada, escuchando sus palabras y sin dejar de mirarlo a los ojos. Noté que comenzó a tensarse mientras su respiración se agitaba, lo que me anunciaba que su corrida estaba apunto de llegar; la saqué rápidamente y comencé a sacudirla para que se corriera bien a gusto encima de mi pijama. No es que no hubiera probado nunca el sabor de su semen, pero sabía que era una cosa que a él no le gustaba… La “doble moral” del marido que no quiere que esas cosas las haga su mujercita.

Su polla perdió su dureza casi al instante y se levantó resoplando del sofá con esfuerzo y abrochándose el pantalón mientras se lo ajustaba a la cintura; esos kilos de más que había cogido en el último año le estaban pasando factura. Yo me quedé de rodillas allí en el salón viendo como iba al baño sin decir una sola palabra; cogí mi folleto de nuevo y volví a leer con una sonrisa en los labios cada una de las palabras que llevaba escritas.

                                   ********

                                    Día 1

Me levanté por la mañana y me dirigí directamente a la ducha, mientras el sonido de la cafetera, puesta por mi marido, sonaba en la cocina.  Su puesto de vicepresidente ejecutivo en su empresa le permitía poder desayunar en casa y leer con tranquilidad el periódico y escuchar las noticias en la radio, nunca entendí la manía que Javier le tenía cogida al televisor.

Perdí el contacto con la realidad al estar bajo el agua templada de la ducha; me tomé mi momento de tranquilidad para empezar a asumir que ese día empezaría esa actividad que tanto ansiaba. Salí de la ducha y me lié en la toalla para comenzar a vestirme… Una falda de tubo, una camisa azul, unos botines y una coleta alta para recoger mi largo pelo negro.

Llegué a la cocina para coger una pieza de fruta para desayunar, sin que mi marido separara la mirada de su periódico:

-                           ¿Nerviosa por tu primer día de curso?- preguntó mirándome de arriba abajo, por un instante, sobre sus minúsculas gafas para leer.

-                           No, más bien ansiosa por empezar…- contesté mordiendo la manzana mientras cogía las llaves del Mini que mi marido me compró al casarnos.

-                           ¡Ah, cariño! Hoy no vendré a comer tengo una reunión importante hasta bien tarde.

No me gustaban nada esas repentinas reuniones, porque significaban otra tarde de aburrimiento en casa; cada vez eran más seguidas y me incomodaba que no lleváramos una vida un poco más marital y sosegada… Pero bueno, yo no elegí la profesión de Javier.

Bueno, al menos, hoy iba a ver un cambio en la rutina de mi vida; respiré hondo al arrancar el coche para ponerme en marcha, hacía las instalaciones donde se iba a impartir el curso, que pertenecían a la empresa donde trabajaba mi marido. Aparqué el coche en el aparcamiento destinado para los visitantes y me dirigí a la entrada, con mi carpeta en la mano, y observando cada rincón del edificio como si fuera un extranjero de visita turística. Iba tan despistada que estuve a punto de ser atropellada por una moto de gran cilindrada que pasó a escasos centímetros de mí; vi como aquel conductor se alejaba sin ni siquiera preocuparse por el susto que me había dado, pero la verdad que me vino bien para espabilar un poco y no entrar en el centro con esa cara de alelada;  El devenir de gente de un lado a otro, el ruido de fax y teléfono; el repiqueteo de los dedos en los teclados de los ordenadores; todo creaba un clima que me provocaba una gran ilusión.

Llegué justo al pasillo que indicaba el folleto y pude ver que había cuatro o cinco personas de distinta edad en la puerta, que charlaban amigablemente entre ellas. Yo me acerqué un poco cortada, pues la verdad que las relaciones personales nunca han sido mi fuerte, sobre todo últimamente. No tuve que iniciar ninguna conversación, porque, justo a la misma vez que yo, llegó el que parecía ser el ponente del curso que abría la puerta de una de las aulas para darnos paso.

Entramos de forma bulliciosa para encontrarnos con una seria de mesas, con sus respectivas sillas, dispuestas en forma de U para dejar ese hueco al frente a la mesa del profesor con una pantalla de proyector… Sonreí al pensar que esto era muy distinto a mis clases de instituto, que tenía un aire más “profesional”. Me senté a lado de una chica, más o menos de mi edad, que veía que era de las más dicharachera de la clase; no me preguntéis porqué lo hice, quizás fue una manera inconciente de tratar de vencer mi timidez.

-                           Hola, yo soy Mabel…- dijo con una sonrisa en la cara y alargando su mano a modo de saludo.

-                           Raquel, encantada…- contesté apretando su mano.

Como si hubiera sido una simple formalidad volvió a poner su mirada en los folios que había sobre la mesa mientras el profesor comenzaba a dar explicaciones sobre el desarrollo del curso; básicamente tenías que exponer la idea que teníamos de negocio y plantear como desarrollar la misma. En el curso había gente que quería montar toda clase de negocios, desde boutique de moda, hasta empresas de mensajería… Justo cuando le tocaba a mi compañera de al lado exponer su idea, sonaron unos nudillos en la puerta del aula.

-                           Perdón…- se disculpó la secretaria del centro, una mujer de unos 40 años, que interrumpió la clase.- Sr. Cardozo, ha llegado un alumno suplente de última hora…

-                           Por supuesto, que pase…- dijo el ponente con un gesto de conformidad de su mano.

La secretaria del centro se retiró para dejar paso a un chico de unos 28 o 29 años;  con el pelo mojado echado hacía atrás, unos vaqueros anchos y una camiseta que marcaba sus anchos hombros cultivados en gimnasio. Llevaba un casco en la mano, que reconocí al instante como el que llevaba puesto el motorista que casi me atropella en la entrada.

-                           Buenos días, perdón por llegar tarde…- dijo él, disculpándose de la clase en general y del profesor en particular.

-                           No se preocupe… Pase y siéntese.- contestó el profesor con una sonrisa.

Seguimos las presentaciones de cada uno de los proyectos, pero mi mirada se dirigía sin poder evitarlo al alumno suplente de última hora; tenía una especie de magnetismo que me impedía dejar de mirarlo. Al menos, me tranquilicé de ser la única que se sentía atraída por él.

-                           Madre mía, que barbaridad… Está bueno el tío, ¿eh?- dijo mi compañera dándome un cariñoso codazo en las costillas.

-                           La verdad que sí…- contesté sin pensar y poniéndome roja como un tomate al darme cuenta de mi distraída respuesta.

-                           Que diga pronto lo que quiere montar que yo lo financio, jajaja.- bromeó mi compañera Mabel.

Llegó el momento en el que me tocaba explicar mi idea de negocio y, superando los iniciales nervios, fui capaz de construir una exposición en condiciones sobre mis ideas sobre gestión de patrimonio y decoración de inmuebles: siempre se me había dado muy bien la decoración y, en su momento, hice un par de cursos por correspondencia, sobre Art decó y escaparitismo.

Por primera vez, noté que toda la clase me prestaba atención; esa agradable sensación de sentirte valorada por los que te rodean, de que les interesa lo que piensas y dices… Además, sentí la mirada de aquel hombre que me atendía como no había atendido a ninguna de las demás explicaciones, llegando a  apoyar los codos en la mesa en una postura de que demostrada un gran interés. Yo más que ponerme nerviosa, sentí un subidón increíble, porque la mirada de ese hombre me hacía sentir bien, como hacía tiempo no me hacía sentir ninguna presencia masculina.

Al acabar mi exposición, no pude evitar mirarlo con gesto cómplice y. el desconocido motorista me devolvió una sonrisa, sin dejar de mirarme a los ojos. Eso me gustó, porque ni miró mi cuerpo ni mi cara, sentía perfectamente sus ojos clavados en los míos.

Entonces llegó el momento de su exposición y, a esas alturas, Mabel y yo ya estábamos lo suficientemente interesadas en él como para no perder detalle de lo que iba a decir:

-                           Hola, me llamo Carlos, tengo 28 años. Estudié Arquitectura Técnica y, después, Turismo… He trabajado en algunos hoteles de la capital como relaciones públicas; ahora busco algo más tranquilo y, he decidido restaurar una casa rural que pertenecía a mis abuelos para montar una especie de hostal campestre.

-                           Muy interesante…- dijo el profesor.- Como veis no importa tanto la idea de negocio, como la forma de venderlo…

Nuevo codazo de Mabel, para llamar mi atención y comentar algo sobre la puesta en escena de Carlos:

-                           Joder, Raquel… Está bueno, tiene estudios y un hostal campestre; y lo más importante: no lleva anillo en el dedo.

Sonreí ante el análisis que Mabel había hecho de Carlos; y, como un gesto reflejo, me fijé en su dedo anular. En ese momento entendí que el anillo que yo llevaba en el dedo decía muchas cosas de mí. Estaba casada y no podía permitirme el lujo de tontear con ningún hombre que no fuera mi marido… Levanté la mirada de mi mano hacia Carlos y, allí estaban de nuevo, esos ojazos negros mirándome.

Después de dos horas de clase, se dio un descanso para tomar un café y salimos todos en tromba hacia la salida; yo me pegué a Mabel porque, si bien era un poco escandalosa para mi gusto, es la única a la que conocía. Éramos pocos en la clase, así que casi todos nos juntamos para decidir donde ir a tomar el café. Peor mi mirada estaba en la salida del centro, porque Carlos no venía con nosotros, se había quedado charlando con el profesor.

Me fui con mis compañeros a tomar el café y la charla derivó en conocernos todos un poco personalmente; algunos hablaban más de sus vidas y otros pasaban un poco por lo alto. La verdad que no me sentía incomoda; participaba con los chistes de Genaro, un simpático cuarentón que era la alegría de la reunión; con las críticas a los hombres de Lourdes, una recién separada que decía que se iba a meter a lesbiana; y las barbaridades de Mabel, que empezaba a caerme cada vez mejor. Supongo que no recordaba ya lo que eran las reuniones alrededor de una mesa de bar, sin la etiqueta de las fiestas de alto standing.

Cuando llevábamos un rato ya en el bar, vi aparecer por la esquina a Carlos que miraba hacia un lado y a otro buscándonos; yo, un poco avergonzada, me hice la despistada, pero no sirvió de nada.

-                           ¡Carlos! ¡Estamos aquí!- gritó Mabel, levantando de la silla y agitando las manos.

El chico, por supuesto, la vio y se dirigió hacia donde estábamos nosotros sentados; se acercó a nosotros y cogió una silla libre que había en una mesa de al lado y, ni corto ni perezoso, colocó la silla justo entre Mabel y yo.

-                           Vaya lo tuyo es llegar tarde a los sitios, ¿eh?- bromeó Genaro sobre las impuntualidades de Carlos.

-                           Sí, parece que hoy no es un buen día para quedar conmigo.- siguió con la broma Carlos.

-                           No te creas, Genaro. Para según que cosas, tardar mucho es bueno.- soltó Lourdes provocando las carcajadas de todos, excepto de algún despistado que no había pillado la connotación sexual del comentario.

Seguimos con las bromas, para diez minutos después volver todos a clase y seguir con el curso… El hecho de conocer un poco a mis compañeros hizo más amena la segunda parte del día, mostrándonos más interesados en la opiniones de los demás.

Antes de darnos cuenta había acabado el día y ya recogíamos nuestras cosas, cuando el profesor nos pasó una hoja para que rellenáramos nuestros emailes y nuestros teléfonos; después fotocopio esa hoja y nos pasó una copia a cada uno. Mi mirada buscó rápidamente el correo electrónico de Carlos; pues sí, allí estaba…

-                           Raquel…- escuché una voz cuando iba a salir del aula; miré hacía atrás y vi a Carlos que se ponía a mi altura.- Tú eres Raquel, ¿verdad?

-                           Sí…Sí.- contesté un poco nerviosa mientras Mabel sonreía a mi lado, como una quinceañera de instituto.

-                           Solo quería pedirte perdón por lo de esta mañana…- dijo con una  sonrisa en los labios.- Casi te atropello con la moto.

-                           No pasa nada, Carlos… También ha sido culpa mía por pasar sin mirar.

-                           Bueno, pero me dejarás que mañana te invite yo al café, ¿vale?

Dudé un momento, pensando en que estaba haciendo algo malo pero, ver los gestos de ánimo de Mabel, provocaron en mí un brote de valentía.

-                           Vale, mañana pagas tú mi café.- le dije volviendo a quedar colgada de sus ojos.

************

      Día 2

            Cuando ese día llegué al curso, estaba mucho más segura que la mañana anterior; pasar, de nuevo, toda la tarde sola con mi marido entretenido en algunas de sus aburridas reuniones de negocios me hizo valorar mucho más el momento que estaba viviendo.

            Me encontré a Mabel, justo cuando había aparcado el coche y me saludó dándome dos besos en las mejillas como si nos conociéramos de toda la vida.

-                           ¿A qué no sabes lo que estuve haciendo ayer?- me dijo con voz infantil mi amiga.

-                           Pues ni idea…- dije sorprendida por la conversación de Mabel.

-                           Pues me dediqué a agregar a todos los del curso en mi Messenger… Y allí estaba Carlos.- dijo volviendo a darme uno de sus codazos.- Oye, a todo esto; no pusiste tu correo electrónico en la hoja de contactos.

-                           No, pero es porque llevo mucho tiempo sin entrar al correo; de hecho ni recuerdo la contraseña…

-                           Niña, por dios, pues hazte otro, que es gratis.

-                           No sé, a mi eso del Messenger nunca me ha llamado la atención…

-                           Pues Raquel, la verdad a mí me viene genial… Todas las tardes en casa sola y aburrida, me conectó y charlo un rato con amigos.

-                           Bueno, quizás sea porque tengo pocas relaciones de amistad como para tener su Messenger.

-                           Creo que eso acaba de cambiar, cariño.- dijo Mabel enseñándome la hoja de contactos de la gente del curso.- Venga, mujer, que tienes de sacar del cascarón.

-                           Vaaaale, lo haré… Esta tarde me haré una cuenta…- dije provocando un abrazo de la cariñosa Mabel, a la que había conocido hace un día, pero se podía considerar una de las pocas amigas que tenía.

Entramos en clase y allí estaba Carlos, sentado en el mismo sitio de la vez anterior, y charlando con Rosa, otra de nuestras compañeras de clase, que gesticula entre risas con una de sus manos dando golpes en el hombre del muchacho.

Al entrar en el aula, su mirada buscó la mía como si presintiera que estaba allí; no sé muy bien como lo hacía, pero parecía notar cuando yo estaba cerca. ¿Y sabéis una cosa? Eso me gustaba. Ya sé que soy una mujer casada y que está mal decirlo, pero sentir que un chico, 15 años menor que mi marido, se sentía atraído por mí me emocionaba.

La primera parte de la clase pasó volada entre referencia a técnicas de marketing empresarial, aburridos balances financieros de empresas y otras explicaciones del profesor. Puedo decir que a llegar el descanso, todos suspiraban por el placer que nos causaba levantarnos y estirar las piernas y tomar un café.

-                           Raquel…- me llamó Carlos justo cuando salía por la puerta junto a Mabel y Lourdes.

Me giré para ver como se acercaba a mí; ¿ese día estaba más guapo todavía o era las ganas que tenía yo de verlo? Esa camisa de manga corta ceñida a sus bíceps de gimnasio, su pelo engominado hacia atrás y esos pantalones anchos que tanto le gustaban… Tuve que hacer fuerzas para mantener la boca cerrada y no desencajar la mandíbula.

-                           Hoy tengo que invitarte yo al café, ¿recuerdas?- me dijo poniéndose a mi altura y colocando la mano en mi hombro, lo que me causó un escalofrío.

-                           Sí, si me acuerdo… Pero como siempre eres tan tardón para salir, pues he decidido ir con ellas a coger sitio.

-                           Vaya, creo que lo de tardón no me lo voy a quitar ya en la vida.- dijo con media sonrisa.

-                           Bueno, dicen que la primera impresión es la que cuenta, ¿no?

-                           No creo que eso sea así porque mi opinión sobre ti ha cambiado en sólo un día.

Me quedé sorprendida ante la frase de Carlos y busqué la complicidad de mis amigas, pero éstas iban bastantes pasos por delante, para provocar que nosotros nos quedáramos a solas.

-                           ¿Ah sí? ¿Y se puede saber cuál fue la primera impresión que te causé?

-                           Tendrás que torturarme para que lo confiese…- dijo guiñándome un ojo.- Venga, vamos a por ese café, que tus amigas se escapan.

Sabía como dejarme siempre con la palabra en la boca; la verdad que yo estaba acostumbrada a hombres que llevaran el control, porque mi marido llevaba todo el peso de nuestro matrimonio. Pero Carlos era diferente, porque aunque parecía ser la clase de hombre que llevaba la voz cantante, tenía la particularidad que te hacía sentir importante a su lado, sin anularte como persona.

Nos sentamos todos, alrededor de la mesa; yo al lado de Mabel, y Carlos a mi lado. Cada vez me sentía más cómoda al lado de mis compañeros y era capaz de abrirme un poco más hacia ellos.

-                           Oye, Raquel…- dijo Lourdes delante de todos.- Te olvidaste de poner tus datos en la hoja de contactos.

-                           Sí, lo siento… Luego os paso los datos.- dijo un poco abochornada pero segura de querer crear vínculo con ellos.

-                           Es una forma sencilla de conseguir teléfonos de mujeres, ¿verdad, Carlos?…- bromeó Genaro ante las carcajadas de todos.

-                           La verdad que no lo sé, nunca me ha hecho falta pedir el teléfono a nadie…- soltó dándole una palmada en la espalda a Genaro.

Todos volvimos a reír a carcajadas; algunas  de las chicas con risas nerviosas, porque sabían que no era ninguna mentira que a aquel muchacho no le haría falta mucho esfuerzo para conseguir el teléfono de alguna de ellas. Yo sonreí en silencio, porque me gustaba esa seguridad que mostraba; más que otra cosa, era un orgullo por sus respuestas, como si fuera algo mío.

Volvimos, de nuevo, a la clase y Carlos hablaba con nosotras como si nos conociera de toda la vida, aunque tengo que admitir que prestaba bastante más atención a mí que a cualquier otra, pero sin ningún gesto fuera de lugar que denotara una falta de respeto. No era el clásico ligón de discoteca, sino un chico que me estaba embaucando poco a poco.

La clase acabó entre bromas de todos que hicieron un poco más amena, contando con la permisividad del profesor, que parecía estar tan cansado como nosotros de aquellas largas clases.

Salimos todos en estampida y, ya en puerta, ví que Mabel se dirigía la parada del autobús, tras despedirse de todos. Carlos que iba a coger la moto se dio cuenta y arrancando la moto se puso justo al lado de ella. No sé muy bien lo que hablaron, pero minutos después pude ver como Carlos le dio un casco y Mabel, colocándoselo, se subió a la moto. ¿Os podéis creer que sentí algo de celos de ver a mi amiga yéndose con Carlos? ¡Por dios, que soy una mujer casada!

Esa tarde, tras darme una relajante ducha me senté frente al ordenador de mi marido, dispuesta a hacerme la prometida cuenta de MSN, con la que abrirme al mundo; había como unas ganas de poder hablar con Mabel para que me contara lo de esa mañana con Carlos, o con el propio Carlos. Me dí cuenta que comenzaba a buscar en Internet la vía de escape que no tenía en mi vida matrimonial.

Una vez conectada, cogí la hoja de contactos que me había pasado mi amiga y, directamente agregue solo la dirección de ellos dos; por suerte en ese momento era mi amiga la que estaba conectada porque, la verdad, no sé si hubiera sido capaz de hablar con Carlos.

-                           ¡Chocho! Ya te has hecho esto, ¿no?- escribió Mabel nada más verme conectada.

-                           Sí, la verdad que hoy ha venido la asistenta a limpiar y no tenía nada que hacer.

-                           Joder, ¿Qué tienes asistenta y todo?

-                           Bueno sí. Cosas de mi marido que no quiere que me ensucie las manos.

-                           ¡Vaya con la marquesita! Pues mándamela un día que tengo ropa de plancha para estar hasta el mes que viene, jaja.

-                           Y tu marido no es de los te echan una mano, ¿no?

-                           Cariño, hace un año que estoy separada; así que tengo que tirar con mi hijo pequeño y con una casa yo sola.

-                           Pues no te creas que no me gustaría a mí tener un hijo, por lo menos no estaría sola todo el día en casa… Mi marido está siempre de reunión en reunión.

-                           Tendrá una querida por ahí, jaja

-                           ¿Por qué dices eso? Mi marido, el pobre, si casi no me rinde a mí y. además tienes sus cuarenta bien cumplidos…

-                           Era broma mujer, pero vamos que no hace falta ser un chaval para ser infiel. De todas formas, ahora lo entiendo todo…

-                           ¿Qué lo que entiendes, bruja? Jaja.

-                           Las miraditas que le echas al buenorro del curso… Claro, como tu marido te tiene a “dieta”…

-                           Jajaja, perdona bonita pero yo no he mirado y, además, la que se ha ido hoy montada en la moto con él, no he sido yo…

-                           ¿Nos has visto? Uff, nena, no sabes la espalda tan dura que tiene… Por dios, me pongo nada más que de pensarlo… Se ofreció a llevarme y ya está.

-                           Ya en serio, creo que ese tío no te conviene… Me había tirado los trastos una hora antes…

-                           Nena, pues entonces está solo por ti, porque a mi en ningún momento se me insinuó… Me trajo a mi casa, charlamos sobre el curso y ya está.

Por un momento pensé en las palabras de mi amiga, sobre si era posible que Carlos se sintiera atraído por mí; ¿por qué  no se podía sentir atraído por mí? Al fin y al cabo, era una mujer de 30 años, con un muy buen cuerpo esculpido de gimnasio y que podía resultar atractiva para un chaval de 28 años como Carlos.

-                           ¿Sigues ahí?- volvió a escribir Mabel.

-                           Sí, si… es que tenía el café puesto y he ido a quitarlo de la vitrocerámica.- mentí para ocultar que me había quedado absorta en mis fantasías con Carlos.

-                           Bueno, pues lo que te decía, ¿has agregado ya la cuenta de tu amante?

-                           No seas bruta mujer… No, no lo he hecho…

-                           Te diré una cosa, Raquel… Me tiré unos pocos años cuidando, como un estúpida, mi casa, y haciendo caso omiso de las insinuaciones de algunos hombres, por amor a mi marido. Y un año después me entero que me deja, porque lleva más de un año liado con una compañera de trabajo…

-                           Bueno, pero esa no es razón para que yo me líe con un tío al que conozco desde hace dos días.

-                           Oye, espera, yo no he dicho que te líes con él, solo que no lo rechaces por que sí. Admite sus halagos, juega con él… ¡Por Dios! Que es un hombre, tú sabes cuando parar, pero regálate los oídos.

Me estaba dando cuenta que Mabel me estaba haciendo pensar de forma distinta; a ver la vida de otra forma… En parte tenía razón, porque yo no le hacía daño a nadie si dejaba de Carlos jugara a ese juego de seducción y miradas.

-                           Vale, lo haré…

-                           ¿El qué…?- contestó ella al momento.

-                           Que voy a agregar su dirección… Pero, no creo que esté a estas horas.

-                           No, ahora no está; conéctate por la noche y lo pillarás

-                           Mira que bien lo sabes…- dije riendo mientras escribía.

-                           Bueno, es lo que él me dijo; que por las tardes está en el gimnasio y en la casa de campo que está reformando.

-                           Parece que es un hombre muy atareado, jaja.

-                           A mi me encanta los hombres atareados, suelen ser muy buenos en la cama.

-                           Serás zorra…

-                           Sí, sí. Todo lo zorra que tú quieras, pero ya me has dicho que lo vas a agregar, así que…

-                           Bueno, me voy a la ducha; mañana nos vemos en el curso, ¿vale?

-                           Eso, eso, y ya me cuentas que tal esta noche.

-                           Vaaaaale, besitos.

Me dí un baño de espuma relajante, dedicándome tiempo a mí misma; sabía que mi marido no vendría ni siquiera a cenar, por un mensaje que había dejado en el contestador, así que era la noche perfecta para conectarme y charlar con Carlos. Una sonrisa se dibujó en mi cara, mientras frotaba mi cuerpo con la espuma de baño; estaba recordando los consejos de Mabel y me hacían gracia: “Admite sus halagos, juega con él…”. Y me dí cuenta que estaba dispuesta a jugar.

Salí del baño y me puse un pijama cómodo para estar en casa. Me preparé un sándwich y una ensalada, y cené mientras veía la televisión. Cuando acabé y recogí la cocina, me dirigí al despacho de mi marido, encendí el ordenador y tecleé la dirección de Carlos para agregarlo. Salió como “conectado” y en su foto de avatar del msn, salía sonriendo con unas gafas de sol puestas y el torso desnudo. Para que negarlo, estaba buenísimo y no pude evitar morderme el labio, en el primer gesto que me permitía expresar sobre él. Pero, en un segundo gesto, no pude evitar buscar entre las fotos que tenía mi esposo en su ordenador y poner una mía en bikini para mi avatar. Sonreí al verme en esa foto, sabiendo que él también la vería; me excitó…

-                           Hola- escribí esperando su respuesta que no tardó en llegar.

-                           Hola, Raquel… Por fin te conectas…

(Continuará)

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