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El principe de los picaros (Capítulo 2: Desafio)

en Grandes Series

La mujer estaba agarrada a las sabanas que cubrían la cama, apretando sus puños y mordiendo su labio inferior tratando de que sus gemidos no retumbaran en la habitación; mientras el cuerpo musculoso y perlado por el sudor de Hixem arremetía contra ella, provocándole un placer indescriptible. Su polla entraba en el sexo de la mujer como si fuera cuchillo en mantequilla y el chapoteo llenaba los silencios de la habitación.

-                          ¡Cada día eres mejor! ¡Por Alá, fóllame duro!- dejaba escapar la mujer entre sus labios.

-                          Será el entrenamiento o la práctica…- sonrió el chico cogido de las caderas de aquella mujer y follándola con fuerza.

-                          ¡Quiero que seas mío y de ninguna más!- decía la mujer frunciendo el ceño y apretando con las manos el culo de Hixem contra su coño, para hacer más profunda la penetración.

Hixem se echó sobre la espalda de la mujer y, mordiéndola en el cuello y tirando de su pelo la seguía penetrando con ahínco; le gustaba sentirse deseado por aquellas ricas mujeres… Le encantaba sentir el poder que tenía sobre el deseo incontrolable de aquellas mujeres que buscaban el placer fuera de sus círculos sociales. Eso le demostraba que no eran tan distintos, aquellos ricos mercaderes, en sus palacios hechos con el sudor y la sangre de muchos esclavos.

-                          Sabes que mi esposo pagará bien, pero tienes que venir más a menudo… Ummm.- dijo la mujer notando como le llegaba un tremendo orgasmo.

-                          ¿Quieres ser mi fulana?- insultó Hixem, sintiéndose incomodo con ella, puesto que nunca había despreciado a ninguna mujer.

-                          ¡Síiiii! ¡pídeme lo que quieres pero fóllame!- decía aquella rica mujer, totalmente desnuda pero sin desprenderse de sus alhajas de oro.

Algunas de las mujeres con las que vendía su cuerpo le resultaban tremendamente egoísta y malcriadas e Hixem odiaba que se gastaran grandes cantidades de dinero en su propio placer, en perfumes y joyas, con cuyo valor, podrían alimentar a media ciudad… El caso de aquella mujer, era algo distinto porque todo era permitido por su marido. Al contrario de muchas de las otras señoras con las que alternaba, ella tenía el permiso de su esposo para que Hixem satisficiera los deseos que él era incapaz de satisfacer… Eso le hacía tener la tranquilidad de no tener que huir por los tejados perseguido por los guardas, pero le hacía sentir mal porque era un mero instumento de placer de las clases altas.

Quizás siempre lo era, pero el hecho de que con las otras mujeres engañara a los esposos, le daba esa sensación de estar profanando el honor de aquellos hombres que vilipendiaban y maltrataban a la gente del pueblo y del mercado.

Uno de los dedos de Hixem comenzó a acariciar, sin previo aviso la entrada del culo de aquella mujer que abrió los ojos como platos.

-                          ¡Nooo! Sabes que eso me vuelve loca, ni se te ocurra…¡Arghhhh!- no pudo terminar la mujer, cuando el dedo del chico se introdujo en su culo mientras su polla seguía martilleándole el coño.

-                          Dime que quieres que pare…

-                          ¡Ni se te ocurra!- gritaba la mujer fuera de si, mientras sentía palpitar la polla de su amante dentro de su coño.- ¡Correte! ¡Quiero tu leche dentro de mí!

-                          ¡Eso no, sabes que nooooo!- dijo Hixem sacando su polla y comenzando a correrse sobre la espalda y el trasero de aquella mujer, mientras su dedo seguía penetrando el culo.

Los dos cuerpos cayeron desechos sobre la cama mullida de cojines; la mujer soportaba el peso de Hixem que resoplaba por el esfuerzo hecho; se echó a un lado y se limpió con un paño mientras miraba al techo.

-                          No entiendo esa manía de no darme tu simiente.- dijo la mujer mirándolo entornando los ojos.

-                          Tú misma lo has dicho: simiente…- dijo sin atisbo de enfado el chico.- Te vendo placer, pero no soy un semental; ni por asomo quiero que engendres un hijo mío.

-                          La vida de una esposa favorita es difícil en esta ciudad… Nuestros deseos de se madres no son tenidos en cuenta.

-                          No lo entiendo…

-                          Verás… Los hombres, para traer su descendencia, tienen a sus concubinas que suelen ser mujeres más jóvenes que sus esposas que son usadas para engendrar un hijo varón. Muchas de ellas, tras cumplir su cometido son abandonadas después de arrebatarles al niño.

-                          Eso es una barbaridad, pero normal entre vosotros…- suspiró el chico con los brazos tras la nuca y sin dejar de mirar al techo.

-                          ¿Entre nosotros? No, mi niño… Te hablo de las familias nobles y de la realeza. Mi marido, aunque no lo creas es distinto.

-                          Sí, al menos se preocupa de tu placer y no me manda asesinar…- rió el chico.

-                          Mi esposo sufrió unas extrañas fiebres en África hace muchos años y es impotente… Siempre sufrió mucho por ello, por no poder satisfacerme; hasta que escuchamos hablar de tus… dotes. Yo soy feliz y él es feliz…

-                          Parece un buen hombre…

-                          Sí, es un buen hombre… Ahora debemos tener cuidado, porque ha acogido a un viejo amigo mercader de Sevilla.

-                          No te preocupes, sabes que siempre salgo por la ventana…

-                          Sí, lo sé… Y me encanta…- dijo la mujer acariciando el miembro de Hixem, mientras él se levantaba de la cama.

-                          ¿Otra vez?- dijo el chico arqueando las cejas.

-                          Sabes que serás recompensado…- sonrió la mujer.

Y el chico se echó sobre aquella mujer, de nuevo, que lo recibió con las piernas abiertas de par en par…

                                   *****************

“Oir y callar” Era la ley más preciada que Samira había recibido nunca de su sirvienta Sara… Y ahora estaba oyendo los gemidos y gritos de placer de la dueña de la casa al otro lado de la pared del baño donde ella se encontraba.

Ella, totalmente desnuda, metida en la templada agua que había en aquella bañera, se sentía excitada por lo que imaginaba estaba haciendo la pudiente señora de la casa. La sirvienta del palacio que la enjabonaba podía notar como los pezones de la chica se ponían erectos y como la respiración se agitaba. Sus miradas se cruzaron, como si la bella Samira le pidiera explicaciones sobre lo que ocurría; pero la sirvienta se limitaba a encoger los hombros y a sonreir.

Mientras los gritos de la mujer iban en aumento, las caricias de la esponja de la sirvienta la hacían experimentar una extraña sensación; no era la primera vez que había disfrutado de las caricias de una esclava porque, en aquella época, era muy normal que las jóvenes se satisficieran así, para evitar que pusieran en peligro su honor. Pero el hecho de la banda sonora que la acompañaba con el sexo tan brutal del que parecía disfrutar aquella otra mujer, la hacían humedecer su coñito, aún estando bajo el agua… Como una autómata, cuando la mano de la sirvienta se metió bajo el agua acariciando el interior de su muslos, Samira abrió instintivamente sus piernas para que los dedos de la joven sirvienta la acariciaran su sexo… Echó la cabeza hacía atrás y un escalofrio la recorrió cuando sintió algo que nunca había experimentado: los labios de aquella esclava africana rodearon una de sus pezones y comenzaron a lamer con parsimonía.

-                          ¡Ummmmmm!- dijo escapar Samira sin poderse creer estar cayendo en manos de aquella excitación.

¡Sí, más fuerte! ¡Fóllame! ¡Así, así!. La palabras que llegaban desde el el otro lado de la pared la tenían con una calentura como nunca antes había sentido; sus caderas se movían para acompañar los dedos de la esclava en su coño y su mano, sin poder evitarlo, acariciaba la cabeza que mamaba su pecho con fruición.

El orgasmo le llegó como una oleada a la misma vez que escuchaba un prolongado gemido de la mujer y un ronco gruñido del hombre que era capaz de darle tanto placer… Samira no era muy experta en temas sexuales, pero aquello habían sido casi cuarenta minutos de incansable sexo a un ritmo vertiginoso.

La esclava siguió enjabonando a la chica como si nada hubiera ocurrido, como si fuera una parte más de su labor de higiene, mientras Samira recuperaba el aliento; en la estancia de al lado sólo se escuchaban ya los susurros de los amantes que eran inaudibles para la chica… La sirvienta se levantó y se secó las manos; después cogió una de las grandes toallas de lino y esperó a Samira para envolverla y secarla con suaves caricias.

-                          Muchas gracias… Ha sido…- dijo Samira, en un pequeño acceso de timidez y vergüenza.

-                          No es nada, señorita… Es nuestro trabajo.- dijo la chica que parecía, sin embargo haber disfrutado tanto como ella.

-                          Perdona que te pregunte, pero… ¿Esto es normal? Estos gritos y estas… aventuras.- dijo la chica sin saber como hablar del tema, porque sabía que el señor de la casa se había ausentado con su tío a una reunión de mercaderes.

-                          ¿Las visitas? Bueno, señorita yo no puedo hablar de eso…- dijo la sirvienta sonriendo.

-                          Tranquila sólo te preguntaba si son muy seguidas esas visitas y como es que el señor no sospecha.

-                          Bueno, las malas lenguas dicen que el señor lo permite; es el precio a pagar por ser una mujer tan ardiente.

-                          ¿Pasan muchos hombres por su alcoba?- decía la chica muy curiosa y divertida.

Mientras hablaban, Samira podía notar la mirada de la sirvienta a su cuerpo y como le brillaban los ojos; se veía que la mujer disfrutaba del cuerpo de las mujeres más que como una simple tarea más de su trabajo. Esa mirada le gustó a la chica que había aprendido a usar sus armas de mujer para conseguir lo que quería y ahora veía que tenía el mismo efecto en el sexo femenino.

-                          No, bella Samira. Sólo es un hombre…

-                          Pero en el servicio no hay hombre, excepto el porteador y es eunuco.

-                          Nunca lo verás entrar en ninguna de las casas.

-                          ¿Ninguna de las casas?

La mujer rió como se tuviera en su poder un relevante secreto y eso ejerciera una atracción de aquella joven hacia su persona.

-                          Se dice que es el amante de muchas de las mujeres de los mercaderes ricos, incluso de gente de la nobleza del califato… Entra por las ventanas y por los tejados, porque lo hace a escondidas de los esposos. Gana dinero a cambio de satisfacer a esas engreídas mujeres.

-                          Vaya… Por lo que parece es bueno en lo que hace…- dijo pensativa la chica.

-                          No podría pagarlo, bella Samira… Además sólo lo hace con gente ya casada.

-                          ¿Por quien me tomas? No pensaba en hacerlo, pero me llama la atención… ¿Y como es? ¿Cómo se llama?

-                          Nadie lo ha visto y todas dicen saber como es… Es alto o quizás bajo para poder escurrirse por los tejados. Fuerte para enfrentarse a los guardias, o delgado para escabullirse de sus cimitarras…

-                          ¡Vaya! Todo un  misterio…

-                          El príncipe de los picaros…- susurró la sirvienta, como si temiera que las paredes escucharan sus palabras.

-                          ¿Cómo lo has llamado?- sonrió la chica muy sorprendida por la leyenda que acompañaba al misterioso visitante de su anfitriona.

-                          El príncipe de los picaros… Una amiga de una amiga mía sí lo vio en el tejado y dice que cree que, en realidad, pertenece a la nobleza o incluso a la familia del califa porque tiene porte de príncipe. Así lo llamamos nosotras… Yo sé que es uno de los nuestros.

-                          ¿Uno de los vuestros?- dijo Samira, intrigada.

-                          Sí, un pícaro… Alguien de la nobleza no es capaz de escapar así de los guardias por los tejados; es alguien que nos protege, nunca roba a los pobres y se dice que nadie dirá nunca quien es.

La sirvienta se marchó dejando a Samira pensativa mirándose en el espejo y, despojándose de la toalla que la cubría, comenzó a peinarse su cuidada melena con suavidad. Miraba su reflejo en el espejo y le encantaba su cuerpo moldeado, aunque siempre decía que no le gustaba su trasero; sabía  que despertaba el deseo de muchos hombres y ella nunca había tenido ningún interés en ninguno, pero ese “príncipe” era distinto.

Nunca había oído disfrutar así a una mujer, como a la anfitriona tras aquellos muros. Y aquel misterioso personaje era el causante de todo aquello; además esa leyenda que le acompañaba le hacía más deseable.

-                          El príncipe de los picaros…- murmuró Samira excitada mientras seguía peinándose su larga melena.

 

************************

            Hixem salió por la ventana de la habitación, dejando a la mujer tumbada en la cama descansando de la intensa sesión de sexo que habían tenido; desde el tejado miró al horizonte y vio que estaba anocheciendo, tenía que volver sino quería ganarse otra bronca de su madre. El hecho de que el marido de la señora lo supiera todo, no era excusa para dejarse ver entrando por la puerta; de hecho, debía ser más cauto que en otras casas… Pero la tranquilidad que le daba no tener que vigilar si lo veían salir le permitió sentarse en aquella zona del tejado.

            Con sus piernas cruzadas y las manos tras la nuca se tumbó en el tejado para ver el claro cielo de la ciudad y los ruidos de las calles abarrotadas de gente, camino del mercado. Es una cosa que le encantaba: ver la vida de la ciudad de las alturas, porque desde allí todos eran iguales… No había ricos ni pobres; altos ni bajos. Se preguntaba si sería así como Alá los vería a todos. Nunca había dudado de las enseñanzas de Mahoma, pero se preguntaba si ese dios, de verdad permitía las injusticias que se hacían con su pueblo.

De repente, una melodía lo atrajo desde una ventana; una dulce voz que cantaba unos versos que le traían recuerdos y no sabía de donde:

“Luna que me mira, luna que me cuida…

Mar que te acaricia y estrellas que vigilan…

El sueño de mis niños debe ser tranquilo

Felices para siempre, ya estarán dormidos…”

Como si algo surgiera en su cabeza, esa melodía y esos versos despertaron recuerdos del pasado en él… No sabía cuando, ni quien, pero él había oído esa canción; se la cantaba su madre de pequeño y la escuchaba a su hermana para dormir a Fátima… Era una canción hecha por pobres y que no pegaba en un palacio como aquel.

Algo le impulsó a asomarse a esa ventana y se quedó petrificado con lo que vio: una espectacular joven desnuda de espalda, peinándose el cabello hasta la cintura… No sabía que la señora de la casa tuviera una hermana, porque aquella chica no podía ser una sirvienta por lo lujoso del baño.

La canción seguía resonando en los oídos de Hixem y sus ojos se clavaban en ese culo, para él perfecto, que era de las pocas partes del cuerpo de la chica que no cubría su melena… Entonces, se fijó en el reflejo del espejo y vio los pechos de la chica, la cadera, ese ombligo que era un autentico pozo del deseo y su cara…

¡Su cara! Allí estaba con los ojos cerrados la chica con la que tropezó en el mercado; aquella que Jezabel le dijo que sería su destino… Aquella que lo llamaba “idiota” y no lo hacía enfadar. Y no podía negarlo: era bellísima. Se quedó sin saber que decir, con una presión en el pecho como si fuera la primera mujer desnuda que veía en su vida, pero es que era lo más parecido a una diosa, si eso no fuera una blasfemia.

Estaba tan absorto en aquella imagen que no se percató de ninguna presencia hasta que algo se posó sobre su hombro; Hixem reaccionó con un gesto evasivo para ver a escasos centímetros de él a un gato callejero que dobló el lomo en tensión ante la amenaza del intruso.

-                          ¡Joder!- gritó asustado el muchacho y tropezando en el tejado.

-                          ¿Quién anda ahí?- gritó Samira asustada, tapándose con la toalla y dirigiéndose a la ventana, donde vio una sombra y un crujido.

El hecho percatándose de la muchacha se aproximaba pero no recuperado del traspié anterior, trató de incorporarse para volver a  tropezar y, esta vez, pisar en el filo del tejado para caer al vacio, dando con su costado en las tejas.

Samira se asomó al escuchar el ruido de un golpe; por dentro deseaba encontrar a ese desconocido en el tejado, aunque no podía creer que aquel, al que llamaban el “príncipe de los picaros” tropezara en el tejado espiándola… Se asomó, sujetando la toalla contra su pecho y lo que vió la desoló: un gato callejero jugaba con las tejas y saltaba de un lado a otro muy nervioso.

-                          Gato travieso…- dijo la chica con un pequeño atisbo de lastima por no encontrar lo que de verdad deseaba.

Cuando escuchó el sonido de la chica entrando otra vez, Hixem trató de soltar su mano de la cornisa de la que estaba colgando, tratando de no dañar su maltrecho  hombro golpeado. Cayó al suelo de culo y echó su mano a la articulación que se había salido de su sitio; un dolor insoportable en el hombro que colocó mordiendo su camiseta y tirando fuerte de su muñeca hacía fuera. ¡Crack! Todo colocado, pero se tuvo que sentar en el suelo para soportar el mareo que le dio por el dolor.

Misma mujer, dos tropiezos… Y un destino. Tenía que hablar con Jezabel.

                                   *****************

            Yussuf estaba sentado, sobre sus propias rodillas, con la cabeza inclinada ante aquellos dos hombres que le miraban de forma grave; por primera vez en su vida sentía que era inferior a sus dos interlocutores… Sólo el califa se hacía sentir eso o, mejor dicho, le hacía sentir eso… Cuando el puesto de visir fue entregado a otro y la educación de su hijo Al-Hakem encargada a aquel maldito erudito de Granada, sintió de Abd Al- Rahman lo había traicionado. ¿Cómo le pagaba así tanta dedicación a la construcción del califato? Sus trabajos sucios para limpiar sus deslices que ponían en peligro su gobierno; sus asesinatos entre las sombras de cualquier disidente del régimen.

            Y precisamente por eso, según el califa, no podía prescindir de sus servicios en las sombras y darle el puesto que tanto anhelaba… Yussuf se sintió ultrajado, como si su origen humilde y militar fuera óbice para conseguir sus objetivos; y fue entonces, cuando los enemigos del califa empezaron a no parecerle tan deleznables. Empezó a  creer más en la fortaleza de Córdoba que en la figura de un califa que se dejaba llevar por sus impulsos y sus amistades.

            Un hombre así no podía regir el destino de un bastión tan importante como Córdoba; asesinar al visir atraería todas las miradas hacia él, porque era el más firme candidato a sucederlo… Y, ni aún así, las tenía todas consigo.

            Su venganza iría más allá; le costó trabajo contactar con ellos, pero la dinastía de los abasíes que gobernaba en  Damasco y que ya había echado a los Omeyas de allí asesinando a toda la familia hace casi dos siglos, estaba dispuesta a tomar las riendas de Córdoba si la situación era insostenible.

-                          Seguimos esperando y se nos acaba la paciencia.- dijo uno de los hombres que miraban con desdén a Yussuf, tras hablar en otra lengua con el hombre que le acompañaba.

-                          Estoy dando los pasos adecuados, señor.- dijo el espigado hombre mientras miraba al hombre que hablaba en idioma extraño.- Pero hay que ser cautos, no nos interesa llamar la atención.

El hombre que estaba en segundo término, con su traductor delante, comenzó a hablar sin que Yussuf entendiera nada; su tono de voz era suave y embaucador, como si cada una de sus palabras no fueran sentencia sino sugerencia. El antiguo aspirante al puesto de visir comprendía porque aquel hombre había sido mandado por la familia abasíe para hacerse cargo de aquella misión. Si él daba miedo entre la guardia y los pequeños ladrones de la ciudad, este pequeño hombre era capaz de causar panico a cualquier ser humano por muy importante que fuera su cargo.

-                          Creemos que estás enfocando el problema desde el lado equivocado.- dijo el traductor trasmitiendo los pensamientos de su mandamás.- Abd Al- Rahman sofocará cualquier rebelión en los suburbios con mano dura, por muy entregado a los placeres de la carne que esté.

-                          Lo sé, pero el hecho de que pierda el control de las calles, puede hacer que desvíe su atención de los reinos cristianos.

-                          ¿Y de verdad crees que eso nos interesa?- comenzó a hablar en la misma lengua el pequeño hombre que hasta ahora se había limitado a usar el traductor.- El avance de los enemigos de Alá y su ejército de infieles no nos permitiría hacernos fuertes. El califa debe seguir ganando sus batallas… Y solo darle el golpe de gracia cuando estemos preparados para tomar el control.

-                          ¡Pero asesinar al califa es una locura! Eso provocará una guerra civil y que los reinos cristianos se nos echen encima.

-                          No lo mataremos hasta no tener el poder…

-                          Pero Abd Al-Rahman nunca entregará el poder estando con vida.

-                          A no ser que sienta que le es arrebatado aquello donde tiene puesto todas sus esperanzas…

-                          Un momento, ¿Usted quiere…?

-                          A Al Hakem, el heredero del trono del califa…

-                          Pero eso es casi imposible… Vive recluido en el Alcazar.

-                          Ese es tu problema… Debes hacernos llegar hasta él.

Yussuf tragó saliva sintiendo que quizás, todo aquello le venía grande; quizás no había sabido medir las consecuencias de su traición y conspiración. Pero, ya era demasiado tarde para echarse atrás, porque Abd Al- Rahman lo desollaría vivo si se enterara de lo que había tratado de hacer.

No había remedio: Al Hakem era ya hombre muerto.

                              *****************

-                          ¡Jezabel! ¿Dónde estás?- dijo Hixem abriendo la puerta de la casa con cara acontecida y su hombro inmovilizado por el dolor.

-                          ¡Hixem! ¡No puedes entrar así en mi casa!- dijo la mujer saliendo de una de las habitaciones, tapándose con una sabana.

Lógicamente se encontraba “trabajando” con algún mercader; para su propia sorpresa, Hixem lo vio como algo normal de un oficio cualquiera… Veía con muchos peores ojos lo de sus dotes adivinatorios, aunque últimamente tenía más razones para creer en ellos.

-                          Tengo que hablar contigo.- dijo con evidente gesto de dolor y de impaciencia.

-                          ¿Qué te ha pasado, cariño?- dijo la bruja tocando la articulación del chico que se retiró con fastidio.

-                          Me caí del tejado…

-                          ¿Qué te has caído de un tejado?- gritó la mujer sorprendida, porque la agilidad de Hixem no permitiría que le cayera de las alturas.

-                          Baja la voz, no sé con quien estás ahí dentro.

-                          Vale, ¿pero que ha pasado?- susurró la mujer.

-                          Me vuelto a tropezar con mi destino… ¿Quién es esa chica, Jezabel?

La mujer sonrió un poco más tranquila, sabiendo que el gran problema de Hixem era que aquella joven le tenía desconcertado… Ella tampoco sabía a ciencia cierta lo que las runas habían querido decir, porque solo se veía que esa chica tendría mucho que ver en la vida de Hixem. Pero lo que le extrañaba es que parecía haber estado destinada a él, formando parte de su existencia desde siempre. El destino de que dos personas nacieran para estar juntas, era algo que ella no entendía…

-                          No sé quien es esa chica, Hixem.- dijo la mujer acariciando el rostro del muchacho.- Pero tengo que trabajar; dame unos minutos y luego hablamos, ¿vale?

Hixem asintió un poco más calmado; el hecho de sentir ese cariño especial por Jezabel era porque siempre sabía darle los consejos necesarios y las palabras correctas… Se dio la vuelta y salió de la casa sentándose en la puerta para esperar a que la chica terminara su trabajo.

Desde donde estaba podía escuchar, perfectamente, los gemidos de la mujer al ser penetrada por su cliente; tan bien como la conocía, Hixem podía asegurar que fingía como una experta y una sonrisa se dibujaba en su cara… No hay nada que haga más feliz a un hombre que el que le hagan ver que es un amante excepcional. Aunque sea mentira.

-                          ¡Hixem, Hixem…!- escuchó la voz de uno de los chicos del mercado.

Miró extrañado al fondo de la calleja de donde venía corriendo un muchacho de su misma edad, que se paró ante él doblando las rodillas para recuperar el aliento.

-                          Tranquilo, respira… ¿Qué te pasa?

-                          Absir… Es Absirl…- dijo el chico con lágrimas en los ojos.

-                          ¿Qué le pasa a Absir?- preguntó levantándose del suelo de un salto.

El pequeño Absir era como su hermano pequeño, siempre había cuidado de él y le había negado cualquier intención de dedicarse, como él,  los pequeños hurtos… A sus dieciséis años recién cumplidos, lo había tenido que sacar que algunos líos con los guardas y siempre volvía a desobedecer.

Su madre confiaba totalmente en Hixem, porque sabía que nunca dejaría que Absir hiciera algo irresponsable; todos sabían lo que Hixem era, pero respetaban el hecho de que nunca dejara que los chicos del mercado hicieran lo que él.

-                          Lo han encontrado muerto en la parte norte de la muralla…

-                          ¿¿Qué dices??- gritó el chico echándose las manos a la cabeza.

-                          Se ha partido el cuello… Su madre me ha dicho que te buscara.

-                          Vamos…- dijo Hixem totalmente deshecho.

Cuando los dos muchachos llegaron a casa del chico, la muchedumbre se arremolinaba ante la entrada y los llantos traspasaban los muros de la vivienda. El viejo Tarek fue el primero en abrazar a Hixem y tratar de consolarlo, aunque el chico no derramaba ni una sola lágrima… Estaba tan desolado por sentirse culpable de todo aquello; tenía que haber estado allí, cuando Absir quiso salir aquella noche.

-                          ¡Hixem! ¡Mi hijo! ¡Está muerto!- gritó la madre de Absir, echándose en brazos de  Hixem al verlo entrar en la casa.

-                          Lo… Lo siento… Yo…- tartamudeó Hixem que con los ojos buscó a su propia madre que estaba en otro de los lados del patio interior de la casa.

-                          ¡No me dejan verlo hasta que no preparen el cadáver! ¡Es mi hijo, por favor Hixem! Diles que me dejen verlo…

Absir era hijo único y la madre quedó viuda en una de las incursiones de Abd Al Rahman en el Magreb, donde utilizó a soldados inexpertos. Así que la madre, consideraba a Hixem como el hombre de la casa, porque siempre cuidaba de su hijo.

-                          Siéntate, por favor… Déjame que hable con el medico y ya hablaremos.- dijo el chico entrando en la sala y dejando a la madre del chico en brazos de su propia madre y de su hermana.

-                          ¡Espera, nene!- lo llamó su madre separándose de las demás mujeres para hablar con su hijo.

La anciana cogió con fuerza a su hijo del antebrazo y lo llevó a un extremo del patio, como si tuviera un secreto que contarle del que no querían que nadie se enterara.

-                          ¿Qué ocurre, madre?- dijo el chico preocupado.

-                          Dime que no has tenido nada que ver en esto…

-                          ¿En qué? ¡Cómo se te ocurre pensarlo siquiera!- dijo el chico muy molesto porque su madre sospechara que él hubiera permitido que algo le pasará.

-                          Hixem, aquí pasa algo muy extraño… Ahí dentro está Mahudaj con uno de sus hermanos y se han hecho cargo del cadáver cuando lo han traído. Todo es muy extraño, cariño…

El chico se sorprendió porque, verdaderamente era muy extraño que su cuñado hiciera nada sin esperar nada a cambio y, menos aún, por uno de los chicos del mercado de los que trataba de mantenerse alejados para que no le afectaran en su posición social.

-                          Vale, madre… No te preocupes, yo lo averiguaré, pero acompaña a la madre de Absir.- dijo el chico mientras se disponía a entrar en la casa, donde estaba el cuerpo del chico.

-                          ¡Hixem, espera!- escuchó la voz de Jezabel que lo llamaba desde la entrada, sin atreverse a pasar, ante la mirada de las mujeres de la casa.

El chico miró a su madre como pidiéndole que permitiera a  aquella mujer, de reputación tan calamitosa entrar. Dinah, como una de las mujeres más respetadas de la zona, tomaba las decisiones que creía correctas y eran obedecidas por todas… Con un gesto sutil, aún no estando muy convencida de ello, las mujeres de la puerta dejaron pasar a Jezabel, pero sin dejar de mirarla con desprecio.

-                          Lo siento mucho, de verdad…- dijo la mujer llegando al lado de Hixem y de Dinah.

La madre de Hixem la miró con gesto impenetrable y con desdén; el hecho de dejarla pasar lo hacía porque su hijo, también necesitaba apoyo en aquellos momentos y, sabía muy bien, que aquella mujer se lo prestaba.

-                          Ten cuidado, Hixem…- dijo la madre alejándose hacia la madre del chico muerto.

Cuando los dos entraron en la sala, tanto Mahudaj y su hermano estaban terminando de amortajar el menudo cuerpo de Absir. Parecieron ponerse nerviosos al ver aparecer a Hixem, lo que extrañó mucho al chico, tanto como que estuvieran allí.

-                          Mahudaj, ¿qué hacéis aquí?- dijo el chico mirando a los ojos a su cuñado.

-                          Tratar de disimular todo esto… No nos interesa a nadie que esto salga a la luz…- dijo el hombre frotando las manos nervioso.- Sería malo para los negocios y los guardas vendrían a hacer preguntas.

-                          El chico se partió el cuello, saltando en los tejados…- dijo con desagrado el hermano de su cuñado.- Estaría robando algo…

-                          ¡No te permito que hables así de Absir!- dijo Hixem cogiendo del pecho aquel hombre al que solo conocía de verlo un par de veces en casa de su hermana Zahara.

-                          ¡Tranquilo, Hixem! Estamos todos en el mismo bando…- trató de tranquilizarle su cuñado.

-                          De acuerdo, pero tened respeto por el chico… Nunca ha hecho nada malo, ni se ha manchado las manos de sangre; algo de lo que algunos de los que hay aquí no puede presumir.- dijo mirando a los dos hombres que se miraron entre sí.

Jezabel aprovechó el momento de tensión para acercarse al cadáver de Absir para analizar el rostro y el cuerpo del chico.

-                          ¿Qué estás haciendo?- dijo algo molesto el hermano de Mahudaj al ver a la chica tocando el cuerpo inerte del amigo de Hixem.

-                          Sólo me despedía de él…- dijo Jezabel con lágrimas en los ojos.- ¿Acaso no tengo derecho?

Hixem se sorprendió porque Jezabel no conocía de nada a Absir y, por supuesto, no tenía razones para llorar por su muerte… De todas formas, igual que sabía cuando simulaba al gemir durante sus sesiones de sexo, sabía interpretar su llanto falso, cuando la mujer se volvió a abrazar al cadáver dandole besos en el rostro.

-                          Bueno, el cuerpo ya está amortajado… Ahora dejad que su madre lo velé.- dijo Hixem acercandose a Jezabel.

-                          De acuerdo, solo queríamos que la madre no lo viera con esa fractura abierta en el cuello… La caída tuvo que ser terrible.- dijo Mahudaj

-                          Vamos, mujer… Es hora de irse, y dejar sola a la familia.- dijo Hixem cogiendo de la cintura a su amante y sacándola de la habitación entre llantos, mientras su cuñado y su hermano los seguían.

Mahudaj se acercó a su esposa y le dio la ropa que Absir llevaba puesta, metida en un saco, que debía ser quemada;  la madre de Absir, acompañada de algunas otras mujeres, entre ellas Dinah y Zahara, entraron a velar el cadáver.

Jezabel se ofreció a llevarse el saco con los ropajes para quemar y salió del patio, tirando de la mano de Hixem.

-                          ¿A qué ha venido eso, Jezabel? ¿Qué ocurre?

-                          Me pareció algo extraño que esos dos estuvieran arreglando el cadáver.

-                          Quizás sea verdad  que tratan de no llamar la atención de los guardas.

La mujer metió la mano en su prominente escote y sacó un pequeño trozo de pergamino doblado y húmedo, que Hixem miraba con expectación.

-                          Esto estaba en la boca de Absir…- le dijo pasándole el pergamino que tenía un extraño escudo o emblema familiar árabe.

-                          ¿Esto que es?- dijo el chico un poco confundido.

-                          No lo sé, pero parece que era algo que tu amigo quería que encontraramos.

-                          ¿En qué te habías metido, enano?- dijo Hixem mirando al suelo como si tratara de preguntarle a su difunto amigo.

-                          Eso trataremos de averiguar porque, lo que está claro es que Absir no murió cayendo de un tejado y rompiéndose el cuello.- dijo la mujer sacando la camisola del chico llena de sangre en la parte del abdomen.- Y que esos dos venían a ocultar las pruebas sobre el cuerpo.

Hixem cogió la prenda en las manos viendo las manchas de sangre y sintiendo como la rabia lo consumía.

-                          Por eso lo amortajaron ellos, por eso quisieron que quemaran las prendas, cuando siempre lo desnuda la madre…- razonó Hixem dándose cuenta de que su cuñado sabía eso.

-                          Ahora tienes que tranquilizarte porque aquí hay mucho más que la muerte de un chico en un tejado.- dijo Jezabel mostrando de nuevo el trozo de pergamino.- Y si quieres, lo averiguaremos.

(CONTINUARÁ)

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