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El principe de los picaros (Capítulo : Doctrina)

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Mahudaj seguía frotando sus manos con nerviosismo, porque no sabía muy bien como habían llegado a esa situación; una cosa era intentar conseguir unas monedas o un trato privilegiado con la corte califal para el comercio de telas con palacio y otra muy distinta participar en una conspiración que llevara como daño colateral la muerte del hermano de su esposa Zahara.

Como siempre, se había dejado aconsejar con su hermano Yumel que siempre había sido el cabeza pensante de la familia… No sabían donde se habían metido y, lo peor, es que ya no había vuelta atrás, porque Yussuf no dejaría que abandonaran el plan. Pero, ¿qué plan? Él no sabía lo que ese hombre planeaba y eran meros instrumentos para conseguir un fin que ellos desconocían.

A su hermano Yumel le molestaba el hecho de que ellos tuvieran un papel tan secundario… Los aires de grandeza de su hermano mayor, que no sabía aceptar que sólo eran dos comerciantes en Córdoba que, ni siquiera, llegaban a forman parte de la élite del mercado.

Su misión en todo aquello se limitaba a preparar una casa en la medina a salvo de miradas indiscretas y procurar que tuviera posibilidad de accesos discretos al palacio califal y el Alcazar… Primero, Mahudaj pensaba que, al tratarse de un hombre del califa, podría tratarse de buscar un sitio donde poder reunirse el califa con alguna amante desconocida. Pero después se percató que Abd Al Rahman III no tenía que dar explicaciones a nadie, excepto a Alá, y podía tener a cualquier amante dentro de los muros de palacios.

Cuando Yumel le hizo saber que el cargamento que Yussuf les había pedido que introdujeran en la medina estaba ya listo, Mahudaj se dio cuenta que había algo extraño en todo aquello. Recuerda aquella noche, cuando destaparon una de las mantas que cubrían el cargamento y descubrieron armas para un pequeño ejército… La recompensa era muy jugosa y ellos, como decía Yussuf, solo tenían que “ver, obedecer y callar”.

Pero como siempre, Yumel tenía otros planes muy distintos a los de Yussuf; planteó a su hermano Mahudaj que necesitaban una garantía para no ser usados como cebo en caso de que el plan de Yussuf, sea cual fuese, fracasase… Y, así fue como contrataron al pequeño Absir; Mahudaj sabía que era amigo de su cuñado Hixem y que estaba deseando demostrarle a éste sus cualidades.

Le hicieron creer al muchacho que Hixem sabía todo y que no había aceptado el trabajo por considerarlo muy peligroso… ¡Nada como estimular el orgullo de un chico de dieciséis años para que acepte un trabajo! Absir debió pensar que si cumplía la misión que Hixem había rechazado, podría demostrarle que podía confiar en él.

Nada debía salir mal, porque Yumel decía a Mahudaj que, el pequeño Absir solo tendría que entrar en la casa y averiguar que era lo que tramaba el hombre de la extraña perilla… Para ello tenían un arma con el que Yussuf no contaba; el día de la reunión en casa de Mahudaj, le enseñaron los planos de la casa que habían encontrado con todas sus entradas y salidas hacia cualquier punto de la ciudad… Excepto una de las entradas en un pasadizo que llevaba hasta la cámara inferior: esa entrada sería la que usaría Absir.

Pero nada salió como lo habían planeado y la muerte de Absir los dejó en un mal lugar; Yussuf les dijo que la muerte de ese chico debía ser silenciada o, al menos, camuflada como un accidente. Los dos hermanos fueron al funeral del chico para tratar de ocultar cualquier prueba que indicara que lo habían matado.

Todo parecía ir bien hasta que apareció Hixem con aquella mujerzuela e hicieron demasiadas preguntas; Mahudaj trató de poner paz, porque no quería que nada de eso afectara a su familia, pero también sabía que Yumel siempre se había sentido agraviado por el ímpetu de su joven cuñado.

Y todo cambió cuando, ante las acusaciones de traición de Yussuf, su hermano Yumel desvió la atención hacia Hixem… ¿Matar a Hixem para protegerse ellos? Eso era demasiado incluso para su cruel hermano mayor.

Ya había muerto Absir y, ahora, un asesino contratado por ellos, estaba apunto de matar al hermano de su mujer. ¿Se habían vuelto locos? El chico podía ser impulsivo, incluso a veces, suplantar su papel de padre con su hija Fátima, pero era un buen chico… Siempre había respetado las decisiones de su hermana Zahara y había colmado de regalos a su pequeña hija. Con él siempre había sido muy exigente, porque odiaba que perdiera el tiempo en tantos planes absurdos de su hermano Yumel, en lugar de dedicarse a lo que verdaderamente sabía hacer: el comercio de telas y tintes y, por supuesto, a cuidar de su familia… No podía permitir que Yumel se saliera con la suya y asesinaran al joven.

-                          Zahara, ¿sabes donde está Hixem?- preguntó el hombre acercándose a su mujer, que lavaba la ropa frotándola contra la pilona de piedra que había en la puerta de su vivienda.

-                          No lo sé, dice mi madre que salió muy temprano de casa… Estará con alguna de sus amigas. ¿A qué viene ese interés?

-                          Nada, había pensado en pasar unos días en la casa que tiene mi primo en  la sierra… Y quería que tu hermano os acompañara mientras yo terminaba unos asuntos…

-                          ¿Tu primo Abdul? Llevas años sin hablar con él…- dijo la mujer dejando la ropa en la pilona y mirando a su esposo, que seguía muy nervioso.- ¿Qué ocurre, Mahudaj? No me engañes…

-                          No ocurre nada, de verdad… Sólo que llega una época de mucho lío en la ciudad y…

-                          ¡Mahudaj!- le acusó Zahara que sabía perfectamente cuando su esposo mentía.

-                          Vale, está bien… Se oyen habladurías de una visita importante en la ciudad y los comerciantes van a hacer lo que sea para cerrar tratos… Lo que sea….- mintió el hombre tratando de elaborar una historia creíble.- No quiero que Fátima y tú estéis en peligro.

-                          ¿Y tú por qué no vienes?

-                          Es trabajo, Zahara… Es mejor que Hixem os acompañe, yo iré después.

-                          ¿Y cuando quieres que nos marchemos?- dijo la mujer un poco triste pero convencida de las buenas intenciones de su esposo.

-                          Pues mañana mismo, cuanto antes mejor; que son tres días de camino.- dijo el hombre mientras frotaba compulsivamente sus manos.- Yo iré a buscar a Hixem, y vosotras lo esperareis mañana al alba en la puerta norte de la muralla

-                          Muy bien, yo prepararé las cosas para el viaje y avisaré a mi madre.- dijo la mujer besando en la mejilla a su esposo y entrando en la casa.

Mahudaj se limitó a observar como su mujer entraba en la casa; por primera vez, quería hacer las cosas bien y demostrar que podía ser un padre de familia que no anteponía la seguridad de ellos a las ganancias de un negocio… Quería poner a su familia a salvo y afrontar él, las consecuencias de sus actos porque, como decía Hixem, hay que saber cuando hay que dar la talla como persona.

-                          Lo he escuchado todo, ¿de verdad pretendías traicionarme?- escuchó la voz de Yumel que salía de una esquina donde había estado oculto.

-                          ¡Yumel! ¿Qué haces aquí?- dijo nervioso el esposo de Zahara.

-                          Pretendes huir de la ciudad…

-                          ¡Eso es mentira! Sólo pongo a mi familia a salvo.

-                          ¡Yo soy tu familia! Y pretendes que Hixem escape con ellos… ¡Sabes muy bien que debe morir! Es nuestra coartada…

-                          ¡Cállate! Nos va a oír Zahara… Y me da igual nuestra coartada, Yumel.- dijo el hombre tapándole la boca a su hermano mayor que con un gesto se liberó de la mordaza.

-                          ¿Sabes lo que nos jugamos, maldito estúpido?

-                          ¡La vida! ¿Estás loco? Poner a todas las personas que quiero en peligro por unas monedas…- dijo Mahudaj, totalmente convencido.- Viste lo que había en esas cajas: armas para un ejército. ¿Sabes donde nos estamos metiendo? ¡Esto es demasiado grande para dos comerciantes como nosotros! ¿Qué pasará si el plan de Yussuf, sea lo que sea, falla? O, peor aún, ¿de verdad crees que no nos matará una vez haya conseguido lo que quiere?

-                          Eres un paranoico…- decía Yumel con gesto contrariado.

-                          No, el paranoico eres tú… Por nuestra culpa ha muerto ese chico, Absir… ¡Por Alá, Yumel, tenía dieciséis años! ¿Y ahora quieres que cargue sobre mi consciencia la muerte de Hixem? ¡Ni hablar!- gritó Mahudaj acercándose a centímetros de la cara de Yumel en tono desafiante.- Mi familia se pondrá a salvo e Hixem es mi familia.

Tras decir esto, Mahudaj se dio la vuelta y se dirigió a la salida del callejón solitario para empezar a buscar a Hixem; cuando sólo había dado unos pasos, un fortísimo golpe en su cabeza le hizo desplomarse con la cabeza ensangrentada.

-                          Siempre has sido muy debil, demasiado débil.- dijo Yumel, cogiendo el cuerpo inerte de su hermano y escondiéndolo en el carro, entre las telas, para llevárselo de allí.

*****************

            La chica andaba bromeando con las criadas, entre los fogones de la cocina; había encontrado en algunas de ellas a las cómplices ideales para sus escapadas. Y es que Samira se hacía respetar por el trato educado que tenía con las esclavas y la simpatía que llevaba consigo durante todo el día.

-                          ¿Seguro que Sara no se ha enterado de nada?- preguntó Samira a la criada con la que más confianza tenía.

-                          No, la señora Sara está en la habitación de su tío Jubair.

-                          Tendrás que intentar que no se de cuenta de nada…- dijo la chica mientras se ponía la capucha que ocultaba su melena, para no ser reconocida.

-                          No se preocupe, ama Samira; confíe en nosotras… Y páselo bien con Hixem- dijo la criada provocando la sonrisa de las otras criadas.

-                          ¡Callaos ya, anda!- rió la chica mientras salía por la puerta de servicio hacia el exterior de la casa.

La gente se cruzaba por esa calle entre murmullos y cargados de la compra hecha en el mercado. La chica miraba a un lado y a otro un poco desconcertada; de repente no le pareció tan buena idea lo de ir al mercado. ¿Y si se encontraba a Mahudaj o Yumel y la reconocían? Comenzó a caminar hacia atrás, hasta llegar al muro de la casa de nuevo… Entre las personas, pudo distinguir la figura de Hixem al otro lado de la calle; estaba sentado en un carro de paja y jugaba con unas manzanas haciendo malabares para unos niños que reían alborozados.

Samira se tranquilizó cuando vio al chico, de nuevo, esa sensación de paz al tenerlo frente a ella. Hixem la miró con esa sonrisa que la desarmaba y pudo leer en sus labios: “Hola”. Ya no temía nada, no hay peligro si Hixem estaba junto a ella… Se despegó de la pared y caminó hacia él.

Hixem bajó del carro de un salto y se despidió de los niños, frotando el cabello de uno de ellos.

-                          Hola, ¡ya era hora! Además de malcriada, tardona…- dijo Hixem con una sonrisa.

-                          Eres un idiota.- dijo Samira devolviendo la sonrisa.

-                          Estás muy guapa, aunque tu camisola de ayer me gustaba bastante más.

-                          Eres…

-                          Un idiota.- completó la frase Hixem.- Bueno, ¿nos vamos? Hoy conocerás el mercado como debes conocerlo.

-                          ¿Estás mejor? ¿Más calmado?

-                          Bueno, supongo que entendí lo que me quisiste decir: si es algo que afecta al califa, no es de nuestra incumbencia

-                          ¿Y Mahudaj y su hermano?- preguntó Samira mientras arrebataba la manzana de manos del chico para darle un mordisco.

-                          ¡Ey, esa manzana es mía!- dijo Hixem -Y olvidemos por esta mañana a esos dos; pagaran si han tenido algo que ver en la muerte de Absir, pero como me dijiste, primero hablaré con Jezabel…

-                          Ah, sí; Jezabel…- esbozó un gesto de hartazgo al escuchar el nombre de la otra mujer, ocultándolo del chico.

El muchacho se percató del gesto de la chica, a pesar de que trató de esconderse y sonrió por crear esa sensación en ella. Mordió la manzana y se la devolvió a Samira que la cogió contenta de compartirla con él; ese simple gesto de compartir algo con una persona y comer en la calle, tan alejada de las normas que le imponían en la sociedad a la que pertenecían.

-                          Ven, te enseñaré lo que hay detrás de los puestos del mercado…- dijo el muchacho agarrando la mano de Samira y comenzando a andar más deprisa, tirando de ella.

Los ruidos de los puestos, las declamaciones de los vendedores, y las risas de las mujeres que charlaban de sus cosas. Hixem entró entre dos puestos llegando a la zona trasera del mercado; allí se amontonaban las mercancías y era un ir y venir de muchachos llenando cajas para llevarlas a los puestos.

-                          Este es el verdadero mercado, hay casi más vida aquí atrás que en las calles comerciales.- dijo Hixem que no soltaba la mano de Samira, mientras saludaba a otro grupo de niños que jugaban con unas tabas.

-                          Te conoce todo el mundo, ¿no?- rió la chica, mientras una de los críos tiraban de su vestido.

-                          Bueno, me he criado aquí… Soy algo así como su hermano mayor.- dijo Hixem, feliz de ver como Samira se agachaba para hacer cosquillas a uno de los niños, que no paraba de reír.

Siguieron caminando, y el muchacho enseñó muchos productos y muchas frutas extrañas; presentándoles a muchos comerciantes, que la saludaban con simpatía al ver que iba acompañada de Hixem. Ella se encontraba sorprendida de que nadie en todo el mercado miraba mal al chico que la acompañaba; además estaba radiante de conocer ese otro mundo que tanto anhelaba conocer.

-                          Ten, ¿quieres probar esto?- le ofreció un comerciante a  Hixem, pasándole una fruta extraña.

-                          Yo no quiero cosas raras de esas que traes, que lo pruebe ella… Por si me quieres envenenar.- bromeó Hixem, señalando a Samira.

-                          Muy bonito, ¿eso es lo que te importo?- dijo la chica con los brazos en jarras provocando la risa de los dos chicos.

-                          ¿Quieres probarlo tú?- dijo el comerciante, ofreciéndole una pequeña porción de un fruto extraño pinchado en un punzón.

Le gustaba que, para dirigirse a ella, no usaran formalismos como “señorita”, “ama”, o cualquiera de esas sandeces… Aquí no pertenecía a la alta sociedad, ni era más ni menos que nadie: sólo era Samira, la amiga de Hixem… Cogió el punzón de la mano del comerciante y, mirando a Hixem con una sonrisa, introdujo el extraño fruto de color verde en su boca.

-                          Umm, está rico… Un poco acido pero muy rico. ¿Cómo se llama?- dijo Samira, que reía viendo la cara de asco que ponía Hixem.

-                          Es un fruto que viene de Delhi, enla India; es mango verde…- trató de explicar el hombre.

-                          Pues está genial…

-                          Tienes el gusto atrofiado.- dijo Hixem sin quitar su cara de asco.

-                          Y tú eres idiota.- soltó la chica.

El comerciante rió a carcajadas por la atrevida que era aquella chica, y lo pasivo que se mostraba Hixem con ella; le parecía increíble que un muchacho como su amigo, estuviera tan obnubilado con una chica, pero la personalidad de aquella mujer es verdad que era, cuanto menos, atrayente.

-                          Vaya, nene… Parece que has encontrado la chica que te pondrá en tu sitio.- dijo el comerciante, haciendo que los dos se sonrojaran avergonzados.

-                          Creo que para ponerme en mi sitio, hace falta algo más que un “idiota”.- dijo el chico sonriendo.

-                          Sí, una vara y azotarte.- replicó divertida la chica, provocando de nuevo la risa del comerciante mientras los dos chicos se alejaban y la chica le quitaba la manzana a Hixem.

-                          Toma, Samira… Llévatelo…- dijo el hombre ofreciéndole el mango verde con un pequeño cuchillo para cortarlo.

-                          ¡Muchas gracias! – espetó la muchacha, devolviendo la manzana con desprecio a Hixem y cogiendo el acido fruto proveniente dela India.

Los dos chicos siguieron caminando por los callejones adyacentes al mercado, en ese pequeño mundo interior; caminaban sin prisa y con Samira observándolo todo como si quisiera apurar cada vistazo a cada rincón de lo que para elle era otra ciudad distinta.

-                          De verdad, no entiendo la obsesión que tienes por las manzanas…- dijo la chica mientras cortaba otro pedazo del mango verde con el pequeño cuchillo.

-                          No lo sé; supongo que es porque mi madre siempre estaba comiendo manzanas. Además…

El chico dejó caer la manzana, para dejarla suspendida en el empeine de su pie antes de que tocara el suelo; la lanzó con el pie hacia arriba, la paró con el codo y volvió a agarrarla en el aire.

-                          …Es muy manejable.

-                          ¡Vaya! ¿Todo lo usas igual?- dijo Samira sorprendida por su habilidad, sin calcular el sentido de sus palabras.

-                          ¡Samira!- rió Hixem escandalizado por las palabras de la chica.

-                          No… ¡No me refería a eso!- dijo la chica sonrojándose.- Me refería a las armas.

-                          Nunca he tocado un arma… Cosas de mi madre; es la única cosa que me ha pedido en la vida.

-                          “Nunca usar un arma”- dijo solemnemente la chica con una mano en el pecho y la otra sujetaba el mango verde con el cuchillo clavado.- Esa ley también es de mi nana… Sara, ¿recuerdas? La mujer que venía conmigo el primer día que nos vimos.

-                          Sí, me acuerdo… Supongo que no es una ley de vida tan extraña para que sea respetada por tantas personas; las armas son peligrosas y solo deben ser usadas cuando no haya más remedio… El hecho de usarlas sin mediar provocación ha provocado muchas muertes y enfrentamientos.

-                          Sí, mejor usar una manzana…- sonrió la chica dándole otro bocado al mango verde.- ¿de verdad no quieres probarlo? Es ácido, pero está muy rico…

-                          Se me ocurren otras formas de descubrir ese sabor…

-                          ¿Sin probarlo?- dijo la chica extrañada.

Hixem la cogió del brazo y con un movimiento muy rápido le colocó la mano en la espalda, para inmovilizarla contra la pared… El brazo de la chica estaba atrapado, sin dolor, entre la espalda y la pared; Hixem se acercó muy rápido y besó a Samira en los labios.

La muchacha se quedó sorprendida pero se limitó a cerrar los ojos y disfrutar de la sensación; esos labios, finos pero suaves, del chico tocando los suyos, mientras su boca se abría y mordía el grueso y apetecible labio inferior de Samira. Cuando notó la humedad de su lengua en contacto con su boca, sujetó de la cintura al muchacho como si tuviera miedo de que ese contacto fuera a acabar y no volviera jamás… Poco a poco, Hixem, se retiró dejando a Samira con los ojos semicerrados, observándolo:

-                          Es peligroso hacerle eso a una chica que tiene un cuchillo en una mano…- dijo la chica con mirada seductora.

-                          No creo que la usaras… Sueles obedecer a Sara y ella no quiere que uses armas.

-                          Tampoco quiere que venga al mercado y, mucho menos, que me vea contigo… Y lo hago.- dijo Samira, tratando de mostrar su independencia.

-                          O sea que lo usarías contra mí.

-                          Puede…

-                          ¿Sí?

-                          Quizás…- rió la muchacha.

-                          Vale, ¿sabes una cosa? El siguiente beso me lo darás tú a mí.- dijo el chico muy seguro de sí mismo.- Ahora tengo que enseñarte la otra parte del mercado, e iremos a ver a Jezabel… Si quieres, claro.

-                          Sí, sí por supuesto, pero ¿qué otra parte del mercado?- dijo Samira extrañada.

Hixem señaló a los tejados de las casas que los rodeaban en aquel especie de patio interior.

-                          ¿Pretendes que suba a los tejados?- dijo la chica sorprendida pero sin poder ocultar su ilusión.

-                          Claro, me pediste que te enseñara el mercado y lo justo es que te enseñe el mercado que yo suelo ver.- dijo volviendo a señalar el cielo.

-                          Es verdad eres el “príncipe de los pícaros”- sonrió Samira.

-                          Eres idiota…

-                          ¡Ey! Ese insulto es mío…

-                          Ven aquí, anda…- dijo Hixem agarrando de la cintura a esa niña que lo volvía loco.

La acercó hasta el muro del fondo, donde había un extraño artilugio con una cuerda colgando y un contrapeso; parecía una especia de montacargas para subir mercancías a los grandes andamios, donde las apilaban.

-                          Hi… Hixem…- dijo la chica temerosa.

-                          Tranquila, no pasa nada… Agárrate fuerte a mí y pega la cabeza en mi pecho.- le dijo el “príncipe” ayudándola a colocarse.

-                          ¿Estás seguro?

-                          ¿Ves ese taco de madera? Dale una patada, sin soltarte de mí.

La muchacha no dudo, porque ese chico nunca le había dado motivos para dudar de él, y pateó el taco que hacía de tope al contrapeso… No le dio tiempo a gritar, porque la voz no le salió del cuerpo, cuando sus cuerpos salieron lanzados hacia arriba sin perder la verticalidad a una velocidad increíble. Hixem sujeto a la cuerda y ella pegada a su pecho, con los ojos cerrados y la mano del chico en la cintura.

Escuchó un golpe que la hizo abrir los ojos y descubrió que estaba ya encima de aquel tejado; habían subido lo equivalente a una vivienda de dos plantas.

-                          ¿Co… Cómo es posible?- dijo la chica al abrir los ojos, sin poderse creer la facilidad con la que habían subido.

-                          Tú eres la que estudias, jajaja.- rió el chico, para echar a correr de repente hacia el otro extremo del tejado y saltar un pequeño hueco que había entre dos callejones.- ¡Vamos, sígueme!

-                          ¡Estás loco! ¿Cómo voy a saltar hasta allí con este vestido?- protestó la chica molesta.

Hixem la miró con una sonrisa prepotente, para provocarla; sabía perfectamente que la quería incitar, sabiendo que era lo suficientemente orgullosa para no echarse atrás ante nadie… Samira tiró lo que quedaba de mango verde y, con el cuchillo, corto su vestido muy por encima de la rodilla, dejando a la vista sus preciosas piernas desnudas.

-                          Ahora sí…- dijo Samira, dejando sorprendido a Hixem que no esperaba esa capacidad de la chica para solucionar el problema.

-                          ¿Lo vas a hacer? ¿Vas a saltar?

Por toda respuesta, la chica tomó impulso con diez pasos y saltó hacia la posición de Hixem; el chico vio que se quedaría corta y la agarró al vuelo de la mano para tirar hacia el otro tejado, quedando su cuerpo pegado al suyo.

-                          No estuvo mal, para ser la primera vez…- sonrió el muchacho y notaba a Samira temblar entre sus brazos.

-                          Dio miedo, ¿sabes?- sonrió la chica colgándose de su mirada.

-                          No te preocupes, sabes que nunca dejaría que te pusieras en peligro.

-                          Sí, lo sé.

-                          Vamos…- dijo el chico volviendo a avanzar entre las tejas y dejando a la chica suspirando, por la manía de dejarla sola que tenía ese chico.

Con la ayuda de Hixem que la aconsejaba como saltar en cada sitio y, siempre con el apoyo del muchacho, Samira aprendió a salvar algunos obstáculos menores, sin atreverse aún, por supuesto, con los saltos grandes que pudieran ser peligrosos.

Hixem se detuvo en el borde de un tejado, al final de un gran paseo; parece que daba a un patio privado, porque no se escuchaba ruido. El chico la miraba desde el borde con tan solo las punteras colocadas en el borde y los talones en el vacío.

-                          No mires…- dijo el chico sonriendo.

-                          ¿Por qué?

-                          Es una sorpresa, ponte como yo… Pero prohibido mirar.

-                          Vale, tú mandas.- dijo Samira sonriendo y colocándose igual que él, sin mirar lo que había a sus espaldas.- Nos vamos a caer…

-                          Esa es la idea.- confesó Hixem.

-                          ¿Cómo? ¿Estás loco?- dijo la chica tratando de mirar hacia atrás, pero Hixem le agarró el mentón impidiéndolo.

-                          Prohibido mirar. Cuenta hasta tres y nos dejamos caer de espalda.

-                          ¡Pero eso es peligroso!

-                          ¿No confias en mí?- le dijo el chico mirándola fijamente a los ojos.

Samira recupera la postura inicial, de espaldas al vacío, con los talones sin apoyar y manteniendo el equilibrio con las punteras… Respiro hondo, miró por última vez a Hixem para volver a mirar al frente y fue ella misma la que contó:

-                          Uno… Dos… Y tres.

Los dos chicos se dejaron caer de espaldas al vacio, cogidos de la mano; Samira sintió el vértigo de la situación para, inmediatamente, impactar en una superficie blanda: un montón de paja amontonada… Los dos chicos quedaron tumbados, con Samira sufriendo un ataque de risa y de emoción.

-                          ¡Ha sido genial!- gritó la chica que la caída la había hecho tener una tremenda subida de adrenalina.

-                          A una manzana de aquí está la casa de Jezabel…- dijo el muchacho sonriendo, apoyado en sus codos, para quedar semi incorporado.- ¿Nos vamos?

-                          Espera…- susurró la chica sin dejar de mirarlo.

-                          ¿Qué pasa?

Samira se acercó y, sujetando su nuca, lo besó de forma profunda en la boca; ahora era su lengua la que invadía la boca de Hixem que, por supuesto, reaccionó devolviendo ese beso…

                                               ***********************

-                          Sigo sin saber por qué tenemos que dejar la ciudad…- protestaba Dinah mirando como su hija Zahara metía la ropa en un baúl.

-                          Madre, hágale caso a Mahudaj; si él dice que puede haber problemas en la ciudad, lo mejor es irnos…- dijo la mujer sin parar de colocar las cosas.- Además ya sabes que si hay problemas en las calles, mejor mantener a Hixem alejado de aquí.

-                          Lo sé… Pero…

-                          Hazlo por la pequeña Fátima, madre.- dijo Zahara besando en la cabeza a Dinah.

-                          Pero, nunca he salido de esta ciudad… Ni siquiera en los peores momentos, con el asesinato de tu padre, huimos de aquí.

-                          Perdimos mucho en aquel tiempo, nos tuvimos que separar y ésta vez no quiero que ocurra.- dijo Zahara sentada junto a su madre.

-                          Pero nos volvimos a reunir.

-                          No todos, ya lo sabes…- lamentó Zahara cabizbaja

-                          Sabes muy bien que hicimos lo mejor para todos… Sé que para ti fue difícil perder a una hermana pero, al menos Hixem se quedó con nosotros.

-                          ¿Y la otra pequeña? ¿Se parecerá a Fátima?

-                          ¡Zahara! ¡Por favor! Nunca se ha hablado, en esta casa, de eso y no se va a empezar ahora.

-                          Lo sé… Pero que se oculte no quiere decir que no duela.

-                          Está bien…- dijo la anciana levantándose de la silla.- Nos iremos, pero ya no se habla más.

Las dos mujeres se pusieron a ordenar los ropajes para subirlos al carro; si todo iba bien, sólo sería unos días. Zahara seguía seria dándole vueltas a la conversación con su madre; sabía que, por muy fuerte que aparentara ser, Dinah sufrió mucho cuando tuvo que abandonar a una de sus hijas aunque fuera para ponerla a salvo… La gran mentira sobre la que se basaba la familia. El hecho de haberse acostumbrado a vivir con ese peso, no quería decir que dejara de pesar.

Una mujer entró en el salón de la casa llamando con los nudillos a la puerta.

-                          Lo siento, está cerrado…- dijo Zahara, porque en casa de Dinah se hacían remiendos de costura.

-                          Vengo buscando a la señora Dinah… No es por trabajo.- dijo la desconocida que llevaba una capucha en la cabeza que ocultaba parte de su rostro, al caerse sobre la frente.

La anciana se acercó a la mujer que había en la puerta y la invitó a sentarse; el hecho de ser una de las mujeres que más tiempo llevaba en la ciudad, hacía que muchas mujeres le consultaran sus problemas, sin ni siquiera conocerla.

-                          Dime, yo soy Dinah… ¿Qué problema te preocupa?

-                          Un problema de hace mucho tiempo…- dijo la mujer quitándose la caperuza que cubría su rostro y su cabello.- Madre, soy Sara… Su hija Sara.

******************

Samira arqueó la espalda cuando sintió las manos de Hixem entrando bajo su vestido, destrozado por ella misma; sus lenguas luchaban dentro de sus bocas como si quisieran interpretar una danza que las uniera para siempre… Las caricias del chico en su vientre y sus costados la hacían estremecer. Cree que nunca había de nada más segura que de querer que aquel chico fuera el primero: el hombre que la hiciera mujer, para siempre.

El chico subió el vestido hasta sacarlo por encima de la cabeza de la chica; sus pechos desnudos eran más bellos a esta distancia y, por supuesto, más apetecibles… Su lengua lamió uno de los pezones de la chica que acarició su cabeza mientras emitía un sonoro gemido, sobre aquel montón de paja.

Sintió la dureza que ocultaba los pantalones del chico y abrió las piernas para que Hixem se alojara entre ellas… Para ella, ya no era “el príncipe”; de hecho, en cierta manera, le molestaba que estuviera siendo mucho más amable y cariñoso con ella; le hacía sentir como si ella no pudiera darle todo aquello que él deseaba.

-                          Hixem, me siento extraña… ¿Por qué me cuidas?- dijo la chica entre suaves jadeos al sentir la boca del chico en sus pechos.

-                          ¿Cómo que por qué te cuido?- dijo el chico con una sonrisa en los labios.

-                          Sí, te he oído hacerlo con otra mujer… Y no la tratabas así, quiero que lo hagas como deseas.

-                          No lo hago así, porque tú me gustas; y me encanta hacértelo así.- dijo Hixem acariciando el vientre de la chica

-                          ¿Ellas no te gustan?- dijo la chica, mientras Hixem bajaba por su vientre besando sus costado y llegando al ombligo, donde su lengua se entretuvo jugando, y provocando que Samira se mordiera el labio.

-                          Tú me gustas más pero ¿me puedes hacer un favor?

-                          Síiiiii.- dejó escapar la chica, cuando la mano de Hixem se situó sobre su coñito.

-                          Cállate, charlatana…- dijo para dar un lametazo en aquel coñito, precioso y delicado.

Su lengua empezó a jugar, con sus labios besando el monte de Venus, hasta llegar con la punta al clítoris… Samira apretó los muslos y gimió expulsando todo el aire de sus pulmones; nunca había sentido un placer igual y se alegraba de encontrarse en manos de un amante experimentado. Aparte la confianza que sentía por ese chico le hacía entregarse sin miedos… ¡Se había lanzado al vacío por él! ¿Cómo podía tener miedo en sus brazos?

-                          ¿Sabes lo que esto significa, Samira? ¿Quieres que lo haga?- dijo el muchacho volviendo a subir y a besar los labios de la chica.

-                          Me da igual lo que signifique… Hixem, no sé que me pasa contigo… Pero algo me dice que debes se tú.

-                          Destino…- susurró Hixem en su oído.

-                          No lo sé, pero Alá me puso en tu camino…- dijo la chica sin dejar de sentir los labios de aquel hombre.- Y tendrá algún plan, algún motivo para hacerlo. ¡Hazlo!

La polla de Hixem comenzó a penetrar a la joven muy despacio hasta llegar a un pequeño obstáculo; la chica cerró los ojos con fuerzas, como si esperara un gran dolor pero, en cambio, recibió un beso suave en los labios de Hixem.

-                          Tranquila… Relájate…- dijo besandola una y otra vez.

Ella suspiró y devolvió el beso, cuando notó un pequeño escozor que le hizo morder el labio de Hixem… Él soportó el impulso mientras dejaba su miembro alojado hasta la mitad en el interior de Samira. Besó a la chica acarició su trasero y su vientre.

-                          Despacio… No te preocupes… Ya pasó.- dijo Hixem para comenzar a moverse muy suave con un metisaca acompasado.

-                          Ummmm… Me… Me gusta…- dijo la chica rodeando con sus brazos la espalda del chico que estaba sobre ella.

Suave, tierno, como si la fragilidad de Samira estuviera en peligro y él fuera la única persona que pudiera protegerla… Hixem se dio cuenta que le gustaba hacerlo de esa forma; que, quizás, la fuerza y brutalidad mostraba con algunas de sus “amantes” no eran sino una especie de “venganza” por la posición social que ocupaban. Bueno, no era una “venganza” en toda la extensión de la palabra, porque esas mujeres disfrutaban cuanto más extremo era el chico.

Pero ahora no había ninguna de esas mujeres en ese montón de paja… Era Samira, la chica que en menos de tres días había cambiado su vida, como si la llevara esperando desde el día que nació… Ella gemía cada vez más fuerte, con su boca pegado al cuello del muchacho y mordiéndolo; el chico aceleraba sus movimientos, haciendo temblar el cuerpo de Samira… Ya no había escozor, ni dolor, ni molestias; sólo oleadas continuas de placer que la hacían tocar el cielo.

-                          ¡Ah! ¡Me muero…! ¡Asíiii!- decía la chica avergonzada de liberar sus instintos, y sin atreverse a mirar a su amante.

-                          Mírame, cariño…- decía Hixem, sin dejar de penetrarla un instante.

Los ojos de Samira, entrecerrados, miraron a Hixem y tuvo de dejar salir un jadeo, al notar como estaba a punto de correrse; las manos de la chica bajaron para agarrar las nalgas de Hixem y apretar, un gesto que sorprendió a su amante y le hizo sonreír.

-                          ¿Te gusta, cariño?- dijo el muchacho entre las piernas de la chica.

-                          ¡Me… Me corrooo…!- gritó la chica agarrándose al culo de Hixem y besándolo en la boca con pasión.

El chico aceleró el ritmo prolongando el placer de su compañera, hasta el punto que casi desfalleciera mientras el sentía la llegada de su propio orgasmo.

-                          ¡Samira! ¡Me viene!- dijo el chico, saliendo de dentro de la chica para correrse sobre se vientre y sus pechos.

La leche caliente del muchacho, al entrar en contacto con su piel, hizo que la chica se estremeciera y emitiera un prolongado gemido mientras arqueaba la espalda.

Hixem se dejó caer sobre ella, untando su propio semen en su pecho; la besó con dulzura, mirándola y sonriendo.

-                          No sé como va acabar esto, pero me gusta como ha empezado.

-                          Eres un idiota…- susurró la chica totalmente agotada.

-                          Pero me quieres…- dijo el chico sin perder la sonrisa.

-                          Sí, digamos que no me desagradas.- continuó con la broma, Samira.

El chico se quitó de encima, y se tumbó a su lado. Los dos amantes se quedaron mirando al cielo, como si el silencio les ayudara a sentirse más unidos. Samira se acercó a Hixem y apoyó su cabeza en el pecho, escuchando su respiración y los acelerados latidos de su corazón; levantó su cara para tocar con la nariz la barbilla del chico, que miró hacía abajo con una sonrisa… Samira alzó un poco la cara para besarlo, de nuevo, en los labios mientras con su mano masajeaba su polla.

-                          ¿Otra vez?- dijo el chico arqueando las cejas.

-                          Cuando lo haces con otras no te quejas…- contestó la muchacha mientras aquel miembro crecía, otra vez, dentro de su mano.

-                          Pero ellas me pagan…

-                          Eres un idiota…- protestó golpeándole en la cabeza.

-                          ¡Tranquila! A ti, te haré un descuento.

-                          ¡Idiota!- gritó la chica subiéndose sobre para juguetear forcejeando.

Los cuerpos desnudos de los chicos rodaban por el montón de paja, mientras se comenzaban, otra vez, a besar con inusitada pasión…

                                  *******************

Alejandro estaba sentado en aquel banco cercano a ese muro. La verdad, estaba muy sorprendido con la actitud del chico. Sobre todo porque no parecía una mala persona, ni uno de los desgraciados a los que solía tener que asesinar; era un muchacho feliz, complacido con lo que la vida le había entregado y, sobre todo, muy activo sexualmente… El asesino esbozó una sonrisa al recordar como el chico había entrado en dos casas distintas la noche anterior y como ahora compartía un pajar con otra chica, justo detrás del muro donde él estaba apoyado.

Supuso que esa podía ser la razón por la que le habían encargado asesinarlo; quizás fuera un excesivo castigo pero él no era quien para juzgar las razones de su cliente… En el fondo le daba pena que el carácter extrovertido y salvaje de aquel muchacho se conllevara tener que morir en uno de los callejones de la medina… Para él la vida era un continuo escondite: nadie sabía quien, nadie sabía de donde venía.

Ese era el motivo por el que se sentía fascinado con la forma de actuar del joven muchacho. Su agilidad, su capacidad de usar elementos externos para ayudarse en sus acrobacias; su capacidad de oratoria y empatía para resultar simpático a todo el mundo… Hubiera sido un digno rival para cualquiera. Pero él no era cualquiera: era Alejandro dela Fuentey era el mejor asesino desde Al Andalus hasta los reinos cristianos del Norte.

            Un pequeño crujido, inaudible para muchos de los mortales, hizo que Alejandro se cubriera la cara con la capucha de la túnica que llevaba puesto y se incorporara simulando dificultad; justo a tiempo de que la pareja saliera por la puerta de aquel patio privado donde habían retozado… Alejandro, con la cara cubierta, no tenía que perseguir al chico, porque sabía muy bien que iría a acompañar a su amiga a su casa; sabía hacer bien su trabajo y conocía perfectamente a su victima.

            Observó que el chico se fijó en él, extrañado de ver allí a ese hombre; para no deshacer su mascarada, el asesino simuló una mayor dificultad a la hora de levantarse, apoyándose en un baril que había a su lado.

-                          ¡Déjeme que le ayude, anciano!- dijo el chico ayudando a que Alejandro se incorporara.- No debe usted andar solo por estas calles, son peligrosas…

-                          Muchas gracias, tendré cuidado…- susurró Alejandro, como si le costara trabajo levantar la voz.

Podía haber usado ese momento, en el que el chico lo sujetó, para clavarle una daga entre la axila y el costado; hubiera muerto en pocos segundos al tener perforado el pulmón izquierdo, pero la chica estaba allí… Ni quería llamar la atención, ni quería tener que matarla para cubrir sus espaldas.

-                          Que pase usted buen día, anciano…- dijo el chico ofreciéndole una manzana, antes de marcharse calle arriba con la chica de vestido insinuante.

-                          ¿De dónde sacas tantas manzanas?- alcanzó Alejandro a escuchar decir a la muchacha mientras se agarraba de la cintura que aquel chico y se alejaban.

Alejandro sonrió; ese chico lo sorprendía a cada momento más. Mordío la manzana… Estaba buena y jugosa. A veces odiaba su profesión, porque con los años se implicaba más con las victimas. Volvió a morder la manzana y, cuando la pareja se hubo alejado lo suficiente, se quitó la capucha y comenzó a andar normalmente en dirección contraria a ellos… Se acercaba la hora. Era el momento. No había lugar para la duda… Así era su doctrina.

(CONTINUARÁ)

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