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El principe de los picaros (Cap 12: Desastres)

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              Las calles de la medina estaban oscuras y los postillos de los ventanucos cerrados; el soldado daba pasos atropellados ante los empujones que Alejandro le daba desde atrás. Sabía que no hacía bien llevando a ese hombre hasta el palacio de Abdalah, pero tenía razón en parte que no iba a jugarse la vida por unas pocas monedas… Aunque su muerte podía ser muy cruel si Yussuf se enteraba de lo que estaba haciendo; sólo de imaginar a Omar abalanzarse sobre él, hacía que las piernas le temblaron. Pero, ¿qué posibilidades tenía este asaltante de entrar en el palacio y flanquear a todos los guardias apostillados antes de llegar a esa bruja?

-                          Hemos llegado, bajando esas escalinatas que bajan a las viejas catacumbas hay una puerta que te conduce al pasillo de acceso.- dijo el soldado que había decidido llegar hasta el final, para salvar la vida.

Alejandro echó mano a su cinto muy lentamente y el soldado, desarmado, se quedó pálido al ver la reacción de aquel desconocido.

-                          ¡Prometiste que no me ibas a matar!- dijo asustado poniéndose de rodillas.

-                          Desnúdate…- dijo muy tranquilo Alejandro dela Fuente.

-                          ¿Quéee?

-                          ¡Que te desnudes!

-                          ¿Pretendes entrar ahí haciéndote pasar por guardia? ¡Estás loco!- dijo el soldado mientras se quitaba el uniforme.

              Mientras aquel hombre se ponía su uniforme, el soldado echó un ojo al cinto con la espada que había dejado sobre las escalinatas; podría cogerlo en un descuido y asestarle un golpe mortal a aquel intruso. Quedaría como un héroe delante de Abdalah y puede que consiguiera los monedas suficientes para abandonar esa ciudad que, según lo que había oído, no sería un lugar seguro a partir de mañana.

-                          Ni se te ocurra.- le advirtió Alejandro que ya había sacado la cabeza por el hueco de la camisola y veía las intenciones del soldado.- ¿Cuántos años tienes, hijo?

-                          Veintiseis…- dijo el guardia temeroso del sosiego con el que hablaba ese hombre.

-                          Aún eres joven para empezar una nueva vida; fui mucho tiempo soldado del ejército de Ordoño y solo vi muertes, guerras e insultos… Antes que te des cuenta no servirás para eso, pero serás tan viejo que no sabrás hacer otro cosa.- decía Alejandro mientras terminaba de vestirse y el soldado lo escuchaba anonadado.- Encima eres soldado de un solo hombre; no defiendes una idea, una bandera, un credo… Sólo la codicia de un ser inmundo que no piensa en lo que te pueda pasar.

-                          ¿Cómo sabes que no defiendo ninguna bandera?

-                          Ya te he dicho que he sido soldado; este no es el uniforme de ningún ejercito y, mucho menos, de la guardia califal.- dijo el hombre señalando las ropas que ahora llevaba puestas

-                          Tienes razón…

-                          Créeme, no pasarás a la historia y te harás rico haciendo cosas como las que estabas haciendo en casa de esa bruja… Sólo eres un trozo de carne a las ordenes de un loco que solo vive para mirarse el ombligo.

-                          Bu…Bueno, nunca lo había visto así…

-                          Como ves, no te he quitado la vida; creo que te he dado otra nueva…- dijo Alejandro sonriendo.- ¡Coge mi túnica y lárgate de aquí!

             Un leve crujido se escuchó en la puerta a la que llegaban las escalinatas y el guardia se sorprendió porque sabía que eran soldados saliendo para alguna otra misión; podía ser su salvación, aunque este hombre había cumplido su palabra de dejarlo con vida… No sabe porqué lo hizo pero, en ese instante, algo le dijo que hacia lo correcto:

-                          ¡Cuidado! ¡Escóndase! Alguien viene…- dijo el soldado cogiendo de la muñeca a Alejandro y ocultándolo entre las sombras de un callejón cercano.

              De las escalinatas salieron a las calles de la medina, cuatro guardias y un enorme hombre de piel negra, que sorprendió a Alejandro por su tremenda estatura y musculatura. Las puertas se cerraron a sus espaldas y aquellos hombres se perdieron entre la oscuridad de las calles de Córdoba.

-                          Gracias…- dijo Alejandro con una sonrisa.

-                          Digamos que estamos en paz; tú me dejas con vida y yo te la salvo a ti.

-                          ¿Quién era ese grandullón?- dijo Alejandro viendo la silueta alejarse.

-                          Es Omar, el guardián personal de Abdalah y, ahora de Yussuf… Tienes suerte de que no esté ahí dentro cuando quieras entrar… Lo he visto partirle la espalda a un hombre con sus propias manos, como si fuera un trozo de leña seca.

-                          Bueno, quizás si que sea mejor que no éste.- sonrió con una seguridad que tenía alucinado al pobre soldado.- Nunca se sabrá… ¿Cuántos guardias crees que habrá dentro?

-                          No habrá mas de diez… Abdalah está con Yussuf en la casa del río, y casi toda la guardia se está preparando para…- dejó la frase cortada como si a estas alturas no le hubiera contado suficientes cosas a aquel desconocido.

-                          No te preocupes, no estoy interesado en los planes que tenéis tus amigos y tú…

-                          ¡No son mis amigos!- dijo el muchacho.

-                          Bueno, da igual; sólo me interesa encontrar a esa mujer… Necesito hablar con ella.

-                          Sigo diciendo que estás loco y, lo más seguro es que no lo consigas pero suerte.- dijo el soldado estrechando la mano de ese hombre, que vestía su uniforme.

         Alejandro bajó las escalinatas y miró el portalón que daba acceso a ese palacio subterráneo; era fácilmente visible desde el exterior, lo que le hacía pensar que esta clase de ejércitos privados vivían con el permiso de la guardia califal… Tantos abusos por el simple hecho de que no se rebelaran contra el poder establecido, permitiéndoles los saqueos y asesinatos que quisieran para enriquecerse.

-                          ¡Oye!- escuchó la voz del soldado desde lo alto de las escalinatas.- Necesitarás esto…

         Le arrojó un objeto con una cadena que Alejandro agarró al vuelo: era la llave que aquel portalón… El hombre metió la llave en la cerradura y la giró sonando un leve crujido. Se giró para agradecerle la ayuda a aquel hombre, pero ya no estaba; se encogió de hombres y le deseo mentalmente suerte, para empezar una nueva vida, eso que él nunca pudo lograr.

         Empujó con fuerza la puerta, lo que le costó bastante trabajo. Con los años había perdido fuerza y algo de agilidad, lo que había sustituido por una mayor astucia y habilidad por la experiencia. Pero añoraba los días en que no sufría esos terribles dolores de espalda, después de cada misión… Bueno, si todo salía bien, ésta seria la última; y, si no salía bien pues, lamentablemente, tambien…

-                          ¿Cómo vienes sólo? ¿Y tu compañero?- dijo un soldado que estaba al otro lado del pasadizo al que daba aquella puerta.

-                          No hemos tenido suerte en casa de la bruja.- dijo Alejandro que entre el uniforme de soldado que llevaba y que andaba por el pasillo, cuyas sombras le ocultaban el rostro, le permitió acercarse al hombre que iba en su encuentro.

-                          ¿Habeis encontrado algo?- dijo el otro soldado ya muy cerca de él y armado con una lanza.

-                          No… Algo, no… Han encontrado a alguien…- dijo el intruso que miró a los ojos al asustado soldado que se dio cuenta de inmediato que ese hombre no era de los suyos.

-                          ¡Guardias! ¡Arghhhh!

          Antes de que pudiera reaccionar, Alejandro lo sujetó por el hombro haciendo girar para ponerse a su espalda e inmovilizarlo por el cuello; con su espada corta le cortó el cuello con rapidez para que el cadáver cayera al suelo… Otro dos guardias salieron de un pasillo de al lado al escuchar el aviso de su compañero. Al verlo en el suelo y a ese otro soldado con la espada llena de sangre no lo dudaron.

-                          ¡Vas a morir!- gritó uno de los soldados mientras corría hacia él.

          Alejandro cogió la lanza de su primera victima y la lanzó para atravesar el pecho de su atacante que, del impulso cayó de espaldas muerto… El grito del otro soldado le avisó por donde iba a atacar y le dio tiempo a esquivar la cimitarra que blandía. El segundo golpe tuvo que bloquearlo, pero la fuerza del impacto hizo que su espada corta cayera al suelo, quedando desarmado.

-                          Te has metido en la boca del lobo, estúpido…- dijo el soldado, mientras otros tres salían del pasillo que ahora estaba a su espalda cerrándole el paso.

          De nuevo atacó el soldado con la cimitarra, haciendo que el viejo asesino se agachará para esquivar el golpe; en segundos, sacó una daga de su bota y la clavó en el muslo del soldado, haciéndola girar y desgarrando todo el músculo… Alejandro reaccionó justo a tiempo de esquivar, por muy poco, el arma arrojadiza de otro guardia que rozó su costado, rompiendo el uniforme y arañando su torso.

          Aquel hombre tocó la sangre que manaba de esa herida superficial y sonrió mirando a su agresor.

-                          Me has herido… Pocos lo han hecho; o me estoy haciendo viejo o eres muy bueno…- dijo Alejandro cogiendo su espada corta del suelo.

          Aquel soldado se abalanzó con la cimitarra en alto y con un grito ensordecedor; Alejandro saltó hacia un lado y giró sobre sus talones para, con una finta, quedarse a sus espaldas… Una patada en la la parte trasera de la rodilla y el soldado se derrumbó, para que es asesino le atravesará el corazón, desde la espalda con su arma.

-                          Malas noticias, amigo… No soy tan viejo y tú no eras tan bueno.

           El último soldado corrió asustado ante ese hombre que se había abierto paso, dando muerte a tres de sus compañeros; entró por aquel pasillo que giraba la esquina, con Alejandro siguiéndolo caminando… Lo bueno de una fortaleza es que era muy difícil entrar pero también lo era salir.

           Giró aquella esquina entrando por una puerta cubierta de ricos tapices a una sala inmensa llena de cojines y alfombras; unas mesas presidían la estancia con comida como para un ejercito de elefantes. Pero lo que más llamó la atención del asesino, que llevaba en una mano su espada corta ensangrentada y en la otra la daga, era la recobrada valentía de aquel soldado que huyó, flanqueado ahora por otros dos compañeros armados.

-                          No más de diez…- recordó Alejandro la frase de aquel soldado, mirando hacia los lados y dándose cuenta que, a simple vista, parecía tener razón.

-                          ¡Ataquemos los tres a la vez! ¡Rodeadlo!- dijo uno de los soldados que parecía llevar el mando.

-                          ¿Dónde está Jezabel?- dijo el asesino limpiando la sangre de la espada con la tela del uniforme que llevaba.

-                          ¿Te refieres a la amiguita de Omar?- dijo uno de los guardias.- Se está recuperando de la última visita de nuestro gran amigo negro; parece que con el tiempo le cogerá cariño a su polla… Aunque por ahora no hace nada más que gritar… Pero cuando Omar no está ya estoy yo para calmarla…

           Los tres soldados rieron mientras rodeaban a Alejandro; él frunció el ceño al escuchar las palabras de ese cerdo… Habían violado a esa mujer y esa era una de las cosas que más odiaba en este mundo; de hecho, fue una de las razones por las que dejó de ser soldados. Las victorias en las batallas daban paso a los saqueos y las violaciones de todas las mujeres y niñas de las aldeas conquistadas; no se podía creer que un ejercito que luchaba bajo el signo de la cruz de Santiago, por la cristiandad fuera capaz de tan abominables hechos.

          Cuando el primer guardia que estaba situado a su espalda atacó, Alejandro paró su golpe con la espada corta, pateó la espinilla de ese soldado pero antes de poder asestarle el golpe de muerte, otro de sus compañeros vino en su ayuda y tuvo que rodar sobre su cuerpo para escapar de la encerrona… Llegó hasta tocar con la espalda en la mesa de comensales que había en el centro; usó la comida como arma arrojadiza, lo que hizo que los soldados rompieran esa formación que habían hecho frente a él.

          Eso es todo lo que necesitaba y, acercándose rápido a uno de ellos, esquivó el primer golpe y clavó la daga en su cuello. Ante el ataque desesperado del segundo guardia, usó el cadáver del guardia como escudo y, cuando su compañero clavó la espada en el torso del muerto,  dio un corte en su pierna y le arrojó el cadáver encima para hacerlo caer al suelo.

-                          ¡No, no por favor! ¡Piedad!- gritaba el último de los guardias en pie y el bravucón que se había burlado de Jezabel.

-                          ¿De verdad pides piedad? ¿A estas alturas pides piedad?- dijo Alejandro que, sin pensárselo, atravesó el vientre al acobardado guardia con su espada corta.- Pídele piedad a tu dios, cuando lo veas…

         Se giró hacia el último de los guardias con vida que trataba de quitarse del cadáver de su compañero de encima; con mucha rabia, Alejandro quitó el cuerpo de encima y puso la espada en el cuello del soldado.

-                          ¿Dónde la tenéis, cerdo?- dijo muy furioso.

-                          A…Allí… En aquella puerta…- dijo señalando una pequeña puerta justo a su lado.

          Alejandro se puso de pie y abrió muy despacio esa puerta por si hubiera un guardia escondido; la escena que vio ante él le hizo recordar sus peores momentos en el ejercito: aquella mujer estaba atada por las muñecas con una cuerda que caía del techo. Su preciosa espalda desnuda estaba rasgada por innumerables latigazos y sangre seca caía entre sus muslos… Aquel hombre tuvo que retirar la mirada un segundo y dio un paso atrás para salir de esa habitación; miró al hombre que estaba herido en el suelo.

-                          Es… Está viva… Te juro que está viva…- balbuceó entre sollozos.

          Alejandro se agachó y abrió en canal a ese cerdo hasta la garganta, viendo como se iba ahogando con su propia sangre… Después dejó su espada corta en el suelo y volvió a entrar en la habitación; se acercó al cuerpo de aquella mujer y cortó las cuerdas, descolgándola del techo.

-                          Má… Mátame…- balbuceó Jezabel.- Porque ella lo hará…Os encontrará y lo hará

-                          Ya están muertos, Jezabel… Soy Alejandro dela Fuentey vengo a sacarte de aquí.- dijo cogiéndola en brazos y saliendo de aquella sala dando una patada a la puerta.

           Cruzó con rapidez la sala llena de cadáveres con esa malherida mujer desnuda en brazos que sollozaba débilmente. No había tiempo que perder si quería salir de allí sin llamar la atención… Justo cuando se encaminaba hacia el portalón, escuchó el leve crujido que indicaba que estaban abriendo la puerta; se dio la vuelta corriendo y caminó en sentido contrario, hacia el fondo del pasillo dejando la sala ahora a su izquierda. No sabía si había otra salida, pero no tenía más remedio que ocultarse.

-                          ¿¿Qué ha pasado aquí??- se escuchó el grito de un guardia al encontrar el primer cadáver.

            Alejandro reconoció más pasos entrando en el pasadizo, demasiados soldados para enfrentarlos y sabía que no tardarían en encontrarlo. No podía luchar con ellos y, mucho menos, con Jezabel en ese estado.

-                          ¡Vosotros, salid a la calle y buscad por los alrededores! ¡Los demás recorred el palacio y vigilad la puerta sur!

            ¿Puerta sur? Eso significaba que había otra puerta; Alejandro caminó por donde iba con la esperanza de encontrar esa puerta antes de que lo atraparan; escuchaba los pasos cada vez más cerca y Jezabel pesaba cada vez más… Aquel laberinto de pasillos lo estaba desconcertando y no sabía si se estaba acercando o alejando de la salida. Y, entonces, vio que el fuego de las antorchas prendidas de la pared sacudía sus llamas hacia él.

-                          ¡Viento!- dijo Alejandro, sabiendo que si había viento es que había una salida al fondo del pasillo donde se encontraba.- ¡Vamos, Jezabel, aguanta estamos cerca!

             Al fondo del pasillo vio una puerta abierta, lo que le causó extrañeza pero no era el momento de pensar sino de actuar… Salió al exterior justo cuando escuchó las voces de los guardias a sus espaldas.

-                          ¡Aquí está! ¡Lleva a esa fulana!- gritó un guardia llamando la atención de la guardia.

             Alejandro salió desesperado sin saber muy bien donde podría esconderse con rapidez, con Jezabel para no ser descubierto; pero lo que vio lo dejo anonadado, porque había un carro de un solo caballo justo ante la puerta. De ese transporte oportuno se bajó ese soldado que le había ayudado a entrar.

-                          ¡Déjame que te ayude!- dijo el hombre cogiendo de sus brazos a Jezabel y subiéndola a la parte trasera del carro.- ¡Rápido, tenemos que huir!

              El magullado hombre subió al carro, justo cuando el salvador dio un latigazo al caballo para que arrancara al galope. Los soldados salían detrás viendo como el carro se alejaba por el camino y sin poder alcanzarlos con sus lanzas.

-                          ¿Qué haces aquí? ¿Por qué me has ayudado?- dijo Alejandro tratando de recuperar el aliento.

-                          No sé porqué sabía que lo conseguirías…- dijo el hombre sonriendo mientras Alejandro acariciaba el pelo de Jezabel, que había perdido el conocimiento, en la parte trasero.- Además ya era hora de luchar por una idea, un credo…

               Alejandro sonrió feliz por la bendita ayuda de ese muchacho al que estuvo a punto de matar hace unas horas. Dejó a Jezabel un instante mientras le indicaba a ese extraño amigo, donde tenía que llevarlos… No muy lejos de allí, a las afueras de la muralla interior.

                                                                        ***********************

-                          Los chicos están vigilando los tejados, pero Jezabel sigue sin aparecer…- dijo Nadir, visiblemente afectado.

-                          ¡Maldita mujer! ¡Es una cabezota que se empeña en no decir nunca donde va! ¡Y lleva un día desaparecida!- gruñó Samira, tirando las cosas que había sobre la mesa.

-                          Toda su casa estaba destrozada, pero estaba la guardia califal y pudimos buscar ninguna pista.- dijo el chico mirando al suelo.

Los muchachos que había en la cocina de la casa de Samira guardaban silencio, porque no querían pensar en lo peor; viendo el estado en el que estaba la casa era de suponer lo que habría ocurrido a Jezabel.

-                          Hay algo extraño en todo esto…- dijo Saqeb que había estado callado todo el rato.- Si lo que sabemos es que había un hombre muerto, ¿qué sentido tiene llevarse el cadáver de Jezabel?

-                          Ocultar el crimen…- dijo Nadir.

-                          Pero ¿han dejado el cadáver de un hombre y  no el de la dueña de la casa? Así no podrá pasar por un simple robo…- dijo Saqeb que estaba sorprendiendo a todos con sus razonamientos.- A no ser que…

-                          ¡Esté viva!- gritó Samira muy feliz de albergar al menos una esperanza.

-                          Bueno, ahora tenemos que seguir buscándola, pero hay que estar atentos para saber cuando empiezan los disturbios; sin su información no lo sabemos…- dijo Sara que escuchaba la conversación sentada en una silla, cosiendo aquella prenda de su padre que tanto le tranquilizaba.

            Samira se levantó y empezó a colocarse el cinto con las dagas y la espada corta en el lateral, su capa con capucha y apretarse las botas… Sara la miraba con el corazón acelerado; sabía que tenía que apoyar a la chica y que había demostrado unas habilidades increíbles, pero le ponía tan nerviosa que se pusiera en peligro. La veía vestirse con esa capucha como hacía su padre, el abuelo de Samira e Hixem, cuando iba a cazar y sentía que la vida es un círculo caprichoso que nos pone una y otra vez en la misma tesitura… Destino, como diría Jezabel.

-                          ¿Dónde nos espera Zohan?- dijo la chica a Nadir.

-                          En la entrada a las alcantarillas que hay en la zona Este de la muralla.

-                          Muy bien… Saqeb, ocúpate de organizar las patrullas; lo normal es que traten de rodear el mercado para que los disturbios no se acerquen al Alcazar. Ya sabes donde están las trampas y los chicos saben usarlas…

-                          ¡Ya sé que saben usarlas! ¡Demasiado bien lo sé!- dijo el chico mirando las señales de su cuerpo mientras Nadir aguantaba la risa.

-                          Bueno, está bien es hora de marcharse…- dijo Samira acercándose a Sara y besándola en la frente.

-                          Ten mucho cuidado, por favor…- dijo la mujer sosteniendo la capa entre sus manos.

-                          ¿Ya la has terminado?- dijo Samira tratando de cambiar de tema, para evitar preocupaciones.

-                          Es la cuarta vez que la termino; después la descoso y vuelvo a empezar.- dijo la mujer mientras iba a la habitación de la costura, con Samira detrás, y colgaba la capa de un soporte vertical.

-                          Después de esta noche se acabaran tus preocupaciones para siempre y no tendrás que descoserla nunca más.- dijo la chica abrazando a Sara.

-                          Eso espera, hija mía…- soltó la mujer sin darse cuenta, aunque Samira se lo tomó como un apelativo cariñoso.

-                          Pienso volver mañana, así que prepárame el desayuno.- bromeó Samira, sacándole la lengua a Sara y saliendo de la habitación.

           La mujer se quedó sola en esa habitación mirando esa prenda que nunca volvió a usar nadie pero que era el único vínculo que la unía con el pasado; quizás, como decía Samira, después de esta noche sería el momento de dejar atrás ese pasado.

-                          ¡Vámonos, tenemos mucho trabajo!- dijo Samira a sus dos amigos mientras se dirigía a la puerta de salida a la calle.

           Los tres chicos salieron y Samira les indicó como tenían que prepararse; después Saqeb se marchó escalando por un canalón hacia el tejado más próximo y Nadir acompañó a Samira.

           De una esquina cercana salieron un grupo de soldados de Abdalah, que habían visto la escena desde las sombras.

-                          ¡Esa es la chica!- dijo uno de los soldados tratando de salir tras ella.

-                          No, espera…- dijo otro de mayor rango con una sonrisa.- Esa es su casa; esperaremos a que empiecen los disturbios… Porque en los disturbios hay saqueos y terribles acontecimientos… ¡Preparaos, vamos a empezar!

            Aquel grupo de soldados se comenzó a quitar el uniforme y a vestirse con ropajes negros que disimularan su procedencia, pero que les valiera para reconocerse entre ellos… Los disturbios estaban a punto de comenzar.

                                    **********************

             Yussuf estaba en la casa del río viendo como Al Ghub y sus hombres se preparaban armándose para entrar por el pasadizo de la noria en el Alcazar… Ver toda aquella potencia militar dentro de Córdoba le impresionó, porque ni el mismo ejército califal tenía ese sentido de la disciplina… Al igual que el califa, su ejército había caído en la autocomplacencia de sentirse el más poderosa en millas a la redonda. Ningún intruso, en su sano juicio, osaría atravesar sus fronteras con intenciones hostiles… Por eso creía que el plan de empezar esta conquista desde dentro de las murallas había sido increíblemente astuto.

             Abd Al Rahman se había marchado hace tres días exactos por que estaría ya en Carmona atendiendo esa reunión que le distraería lo suficiente para que fuera demasiado tarde para reaccionar; Yussuf conocía perfectamente al califa y sabía que sería difícil de derrotar incluso una vez conquistada la medina, pero el ejercito abasí podría usar contra él sus propias murallas.

-                          Señor, Omar está preparado para acompañarle al Alcazar con los guardias.- dijo uno de los soldados, ante la atenta mirada de Al Ghub.

-                          ¿Por qué tiene que venir ese perro con nosotros? ¿Hay algún problema?- dijo el dirigente militar abasí.

-                          Ninguno, simple protección personal.- dijo Yussuf que le estaba ocultando a Al Ghub lo que aquel chico les había contado antes de morir.

            Dar a conocer que unos simples crios ladronzuelos querían poner en peligro su plan y, más aún, que habían conseguido un acceso al Alcazar podía dar la impresión de que Yussuf no tenía controlado a sus hombres. No podía demostrar debilidad ante los abasíes, porque si no se lo comerían vivo.

-                          ¿Cuándo empiezan las revueltas?- dijo Al Ghub mirando a Abdalah que devoraba una piña como quien se come un racimo de uvas.

-                          Cuando estéis… Preparados… Uno de mis soldados, Glup, dará… La señal desde el tejado.- dijo el gordo sin dejar de comer.

-                          Está bien… Pues nosotros estamos preparados para ir hacia la entrada de la noria en el río.- dijo el militar totalmente uniformado

-                          Marchad, yo salgo de inmediato al Alcazar; tengo que entrar antes de que comiencen los disturbios, después bloquearan el acceso.- dijo Yussuf, mientras Al Ghub marchaba.- La señal será una flecha de fuego al cielo: los disturbios comenzaran y ustedes entrareis en el pasadizo hacia el Alcazar.

-                          Muy bien. ¿Sabes? Me gusta tu forma de actuar. Lastima que no toda tu familia sea igual.- dijo Al Ghub a Yussuf mientras observada a Abdalah sentado chupándose los dedos de los restos de piña.

              El militar marchó hacia el río, siempre por detrás de los edificios para no cruzar el puente, donde habría guardia califal y no se querían ver envueltos en los disturbios; además un escuadrón de veinte hombres con un uniforme distinto por la ciudad podía llamar la atención.

-                          ¿Sabes ya donde está esa fulana?- dijo Yussuf a Abdalah cuando el militar estuvo lo suficientemente lejos para no enterarse; era otra de las cosas que no quería que se enterara.

-                          N… No… Pero han dejado de buscar, como dijiste, para centrarse en los disturbios.- dijo el hombre que buscaba otra pieza de fruta.

-                          ¡Deja de comer!- dijo Yussuf dando un manotazo a su hermano menor.- Y trata de averiguar como consiguieron entrar en tu fortaleza…

-                          De…Debían tener ayuda desde dentro, porque es imposible que supieran donde estaban las puertas de entrada y mucho menos la puerta oculta de atrás.

-                          Lo que más me preocupa es que son más peligrosos de lo que creíamos; esa tal Samira y ese pequeño grupo de críos… Ellos solos no pueden haber provocado esa matanza…

-                          Dicen mis hombres que al menos tuvieron que ser diez, porque no dieron oportunidad de defenderse…

-                          Bueno quien quiera que sean, tus hombres deberán controlarlos en el mercado… Omar y yo con otros guardias califales, fieles a mi, vigilaremos las caballerizas donde da ese pasadizo.

-                          ¡Por Alá! ¿Cómo se les ocurre entrar por las alcantarillas? ¡Que asco!

-                          ¡Ahí te mandaré a ti como algo salga mal! ¡Aún tienes que pagar como esa zorra te estuvo sacando información durante tanto tiempo, mientras pensabas con la polla!

            Abdalah se quedó callado un instante, mientras se ponía de pie y dejaba sobre la mesa el cuchillo que usaba para cortar la fruta. La verdad que la traición de Jezabel le había dolido muchísimo, sobre todo porque Yussuf había tenido que intervenir de nuevo.

-                          De todas formas, aunque se haya escapado… Esa zorra pagó bien por todo lo que hizo, ¿verdad? Ya está todo solucionado…- dijo Abdalah, sonriendo, poniendo la mano en el hombro de Yussuf..- Siempre estás ahí para solucionar las cosas.

            Yussuf enfureció al escuchar las palabras de su hermano; volvía a no darle importancia a las constantes meteduras de pata que hacía… Nunca se daba cuenta de las consecuencias de esos descuidos podían ocasionar; de hecho, si no llega a ser porque él estaba ahí para limpiar los rastros de sus destrozos. Pero ya estaba cansado de las irresponsabilidades de ese hombre que no conocía las consecuencias de sus actos. Cogió la mano que había en su hombro y la retorció.

-                          ¡Aghh! ¡Yussuf! ¿Qué estás haciendo?- gritó el hermano menor gimoteando como un crío.

-                          ¿Te parece gracioso? ¿te divierte que tenga que estar pendiente de lo que haces o dejas de hacer?

-                          ¡Nooo! ¡No me río! ¡De verdad!- dijo Abdalah muy asustado.

             El hermano mayor, arrastrándolo cogido de esa muñeca retorcida, apoyó el brazo del gordo en la mesa y cogió el cuchillo que acababa de soltar.

-                          A partir de ahora, vas a aprender a preocuparte por algo más que por las tetas de esas fulanas y porque te coman la polla.- dijo poniendo el cuchillo sobre el dedo meñique de su hermano.

-                          ¡No! ¡Yussuf, por favor!

-                          ¡Y dale con “por favor”!- dijo enfadado Yussuf que, con un gran golpe con el cuchillo, cortó el dedo de Abdalah que comenzó a gritar mientras sangraba de forma aparatosa.

-                          ¡Arghhhh! ¡¿Qué has hecho?!- decía el gordo sentado en el suelo viendo su dedo separado de su mano, mientras sollozaba.

-                          Míralo por el lado bueno… Te quedan nueve ocasiones más para meter la pata, antes de que te corte el cuello…- dijo Yussuf cogiendo la barbilla de su hermano.- ¿Entendido?

-                          Sí… En…Entendido, lo siento…- dijo sin parar de sollozar y liando su mano en un trapo para cortar la hemorragia.

-                          Y ahora levántate y prepara a tus hombres… Vuelve a tu palacio y espera allí acontecimientos…- dijo Yussuf mientras con un gesto hacía que Omar lo siguiera.- Nosotros vamos hacia el Alcazar.

                                                                         ***********************

            Zohan esperaba en la entrada Este de las alcantarillas, cuando vio llegar a Samira con Nadir; seguía sorprendido de la agilidad que demostraba esa chica, porque nunca había visto a una mujer hacer esas cosas que ella hacía. Sabía que había sobrevivido tanto tiempo evitando las confrontaciones con los guardias y dedicándose a asaltar caminos, lejos de las armas de los soldados de la ciudad; pero la valentía que esa chica demostraba para defender a los mercaderes y encontrar a los asesinos de Hixem, le hizo recapacitar… ¿Qué menos que ayudarla a entrar en el Alcazar? El recuerdo de su viejo amigo y rival lo merecía.

-                          ¿Vosotros dos solos entrareis?- dijo sorprendido el muchacho.

-                          No nos hace falta nadie más; sabemos como entrar y como salir y nadie tiene porque vernos…- dijo Samira muy convencida.- Cuantos menos seamos más difícil será que nos descubran.

-                          Tú misma… Eres la que va a entrar ahí.- dijo Zohan encogiendo los hombros y abriendo una vieja cancela dijo- ¿Entramos?

            Samira asintió con la cabeza, dejando que Nadir pasara primero; la chica se quedó observando a Zohan que miraba al cielo preocupado

-                          ¿Qué ocurre?- dijo Samira sin saber muy bien a qué venía ese gesto.

-                          Lo que sea que vayan a hacer, ya ha empezado…- dijo señalando al cielo.

             La chica miró en la dirección que señalaba el dedo de Zohan y vio un flecha de fuego volar verticalmente. Tragó saliva, porque empezaba una lucha desigual donde sabía que había pocas posibilidades de salir vivos; solo esperaba que Saqeb consiguiera salvar a cuantos más mejor.

-                          ¿Vamos?- dijo Zohan con una sonrisa, señalando la verja abierta de las alcantarillas.

-                          Sí, vamos…- susurró Samira, nerviosa por primera vez.

                                                                  ************************

-                          ¡Hey, mira eso!- gritó uno de los chicos a Saqeb mientras señalaba aquella flecha volando en el cielo.

          Al joven pícaro no le dio tiempo ni a pensar la respuesta, cuando escuchó un tremendo golpe en el centro de la plaza; dos guardias califales estaban volcando unos puestos del mercado tirando toda la mercancía al suelo… Uno de los guardias arrastraba a una mercader del pelo mientras ella gritaba; la gente empezó a correr de un lado a otro, mientras dos hombres vestidos con ropajes oscuros, cogían a otro guardia que había en otra punta y lo asesinaban a cuchillazos.

-                          Ha… Ha empezado…- susurró Saqeb para rápidamente reaccionar.- ¡Chicos, vigilad en los tejados por donde vienen y ya sabéis las defensas!

           Todos los chicos comenzaron a volar de tejado en tejado buscando el sitio por donde llegarían tanto la guardia califal como los soldados camuflados de Abdalah; lo que no sabían es que entre la guardia califal tambien había infiltrados que apoyaban a Yussuf por lo tanto los que volcaron el puesto y se ensañaban con la mercader pateándola, no serian atacados por ellos.

           Un comerciante de una casa cercana al ver la paliza que recibía esa mujer trató de separarlos pero el soldado califal clavó su daga en el cuello del valiente sin pensárselo.

-                          ¡Por Alá!- dijo Saqeb viendo la escena.- Esto es peor de que esperaba… ¡Vamos!

-                          ¡Vienen por aquí, Saqeb!- gritó uno de los chicas señalando el puente por donde venían un grupo de guardias califales del Alcazar.

-                          ¡Ya sabéis lo que tenéis que hacer! ¡Atacadles para que os sigan a los callejones donde hay menos gente inocente!

            En la plaza ya había algunos guardias que llegaban directamente de las patrullas de otras zonas de la medina y se enfrentaban a algunos transeúntes que empezaban a seguir los disturbios. Los hombres de Abdalah enfrentaban a esas patrullas, mientras otros prendían fuego a algunos puestos del mercado para crear más confusión aún.

            Dos de los chicos se prepararon justo a la salida del puente que venía del Alcazar para recibir con piedras a los guardias… Cuando llamaron su atención cuatro de ellos salieron detrás de ellos, mientras corrían hacia los callejones de al lado.

-                          ¡Venid aquí, malditos enanos!- gritaba uno de los guardias mientras los seguían hacía una de las plazas interiores.

            Cuando los guardas llegaron a esa plaza interior no podían creerse que los chicos hubieran desaparecido; miraban desesperados hacia todos lados y la plaza estaba vacía, hasta que miraron hacia arriba: una gran red cubría el cielo de la medina.

-                          ¿Pero qué…?- dijo uno de los cuatro guardias que había.

-                          ¡Sorpresa!- gritó uno de los chicos justo en el borde del tejado con un cuchillo.- ¡Ahora!

             Los dos chicos cortaron dos cuerdas que sujetaban la red y una avalancha de piedras cayeron sobre los guardias que quedaron destrozados por las pedradas.

-                          ¡Ha funcionado!- dijo uno de los chicos dando saltos de alegría.

-                          Sí, pero el trabajo que nos hemos dado cogiendo piedras durante dos meses para que acabe en diez segundos…- dijo el otro viendo como alguno de los guardias aún se movía malherido.

             Al otro lado del tejado, hacia la plaza, los chicos trataban de ayudar a la gente que era atacada tanto por la guardia como por los hombres de Abdalah… Los cadáveres de muchos inocentes, incluidos niños, se amontonaban en las calles. Los muchachos apedreaban desde los tejados a todos los agresores. Así uno de los chicos saltó sobre la espalda de uno de los infiltrados de Abdalah agarrándose en el cuello y tratando de apuñalarlo; pero otro guardia se lo quitó de la espalda lanzándolo al suelo y cortándole el cuello con su cimitarra.

-                          ¡Noooooo!- gritó Saqeb, al ver morir a uno de sus amigos, desde un tejado cercano donde estaba lanzando piedras a algunos hombres que quemaban los puestos.

            Cogiendo la cuerda que Samira les hacía llevar en el cinto para deslizarse por una de las cuerdas y soltarse pateando al asesino y haciéndolo caer.

-                          ¡Te voy a matar, mono saltarín!- dijo el guardia levantándose y corriendo detrás de Saqeb que corría hacia la zona trasera del mercado.

            Sabía que Samira les había prohibido el enfrentamiento directo con los guardias pero la cabeza le bullía con la idea de matar a ese guardia con sus propias manos… Pero, corrió por ese callejón mientras lo perseguía en guardia.

-                          ¡Aquí no hay salida! ¡No vas a escapar!- dijo el guardia sin dejar de correr tras él.

-                          ¡Ahora!- gritó Saleq y una cuerda se tensó de forma violenta ante el cuello del perseguidor para que estrellara su espalda contra el suelo adoquinado.

-                          ¡Ughh! Cof, cof… ¿Qué… es eso?- dijo el hombre echándose manos al cuello, que tenía un corte de lo fuerte del impacto.

-                          ¿Duele, verdad? Créeme, yo lo sé…- dijo Saqeb poniendo sus rodillas en el pecho del destrozado guardia.- Pero esto te va a doler más.

           Y, con la espada corta que llevaba de atravesó el corazón tantas veces como su rabia le pidió.

-                          ¡Para, para, para…!- le dijo otro de los chicos, sujetándolo.- ¡Queda mucha gente por ayudar y éste ya está muerto!

-                          Tienes razón… Vamos…- dijo el chico mientras se alejaba del primer hombre que mataba en su vida.

           Aquello era una locura cuando volvieron a la plaza principal; los gritos de la gente, el fuego quemando los puestos; muchos encerrándose en sus casas, pero las puertas eran destrozadas por los hombres de Abdalah, para arrasar con todo.

-                          Son demasiados, es imposible…- susurró Saqeb desanimado.

           Pero comenzaron a llover piedras desde otro lado de los tejados; Saqeb miró sorprendido hacia donde venía esa inesperada ayuda: los amigos de Zohan habían llegado y luchaban en campo abierto con los agresores. El chico apretó los dientes, sujetó con fuerzas su espada y dijo:

-                          Perdóname, Samira, pero tengo que luchar…

           Y gritando se lanzó contra el primer grupo de hombres de Abdalah que se enfrentaban con los amigos de Zohan.

                                   ************************

            Zohan condujo a Samira y a Nadir al final de los laberínticos pasillos de las cloacas, justo donde acababa uno de los pasadizos.

-                          Esto no tiene salida…- dijo Nadir mirando la pared que había ante ellos.

-                          Nadie dijo que fuera a ser facil y limpio.- sonrió Zohan mirando una rejilla que había en el suelo.

-                          No lo dirás en serio…- dijo el chico con cara de asco.

           Samira, por toda respuesta, se agachó para tratar de levantar esa rejilla que estaba bastante más dura de lo que esperaba.

-                          ¿Vais a quedaron ahí mirando? ¿O me vais a ayudar?

-                          Por supuesto…- dijo Zohan agachándose para ayudar a la chica.

-                          A mi no me dijo nadie, nada de ratas y entrar por canales de aguas.- protestó Nadir ayudando también.

            Una vez abierta, sin pensárselo, Samira bajó la trampilla, llenándose de agua hasta las rodillas, y teniendo que estar de inclinada para que su cabeza no diera en el techo.

-                          Tú primero…- dijo Nadir que seguía sin quitar la cara de circunstancias

-                          No, a partir de aquí, seguís vosotros solos…- dijo Zohan.- Yo he cumplido con mi promesa de guiaros hasta la entrada.

-                          ¿Qué?- dijo Nadir, mientras ya avanzaba Samira allí sola.- ¿Nos vas a dejar solos en esa cloaca sin saber a donde nos lleva?

-                          ¿No notas el olor a cuadra? Esas aguas diluyen todo lo que arrojan en las caballerizas… Sólo tenéis que seguir recto, y llegareis a ellas.

            Nadir masculló algo entre dientes mientras se metía por aquella trampilla que antes había usado Samira.

-                          ¿Sabes una cosa, Zohan?- dijo el chico antes de bajar- Aunque vivas cien años más que él, nunca serás mejor que Hixem.

            Y el chico bajó dejando solo a Zohan allí arriba, que se quedó perplejo y avergonzado de la provocación del muchacho.

- Maldito crío…- susurró mientras bajaba por la trampilla detrás de ellos.

                                                                       ************************

            Un extraño olor a sándalo y a opio inundaba aquella extraña habitación; despertó en un camastro incomodo que no conocía, con la mirada fija en las vigas de madera carcomida que sustentaban el techo. Jezabel miró a su derecha y, al tratar de incorporarse, se mareó un poco a la vez que unos pinchazos atravesaron su espalda… Entonces fue consciente de sus heridas en la espalda y de que no estaba en el mismo lugar donde había despertado las últimas veces. Había en el centro de la estancia una mesa con muchos trapos llenos de sangre que caían al suelo y se asustó hasta el punto de buscar nerviosa con la mirada si estaba ese enorme esclavo negro que la torturaba.

            Se incorporó aún sobreponiéndose sus mareos y muy nerviosa mirando a todas las esquinas de la habitación; allí sentado sobre en el suelo había un hombre de unos treinta años que la miraba con sorpresa. Ella no hizo el ademán de tapar su cuerpo desnudo, solo cubierto por las vendas que cubrían sus heridas en la espalda, pero se acurrucó en una esquina del camastro con pánico.

-                          Tranquila… Estás a salvo… Somos amigos…- dijo el soldado acercándose muy despacio al camastro de la mujer.

           Ella miró desesperada a los lados de la cama y cogió un cuchillo, que seguramente se usaba para cortar los trapos, y amenazó al extraño.

-                          No te acerques…- dijo Jezabel rebelándose contra su situación.- ¡Por Alá, que te rajaré!

-                          Es… Está bien, no te preocupes, Jezabel… Espera.- dijo aquel extraño.

-                          ¿Cómo sabes como me llamo?

-                          Bueno, te he visto muchas veces en el palacio de Abdalah…- dijo el hombre avergonzado de los recuerdos que tenía.

-                          ¡Quiero irme de aquí! ¡Y tú me vas a ayudar!- dijo la mujer fuera de sí, tratando de ponerse de pie empuñando el cuchillo.

-                          ¿Estás loca? ¡No puedes salir de aquí!- dijo el hombre pensando en lo que le esperaba allá fuera.

-                          ¡Me da igual si matan intentando escapar!- dijo la mujer, pero al dar dos pasos se volvió a marear y casi cae al suelo.

-                          ¡Jezabel!- dijo el hombre cogiendo a la mujer antes de que cayera.

           En ese momento, Alejandro entró en la casa y vio la escena del chico sujetando a Jezabel y tratando de volver a llevarla a la cama.

-                          ¿Qué ha pasado?- dijo el hombre acercándose al antiguo soldado de Abdalah.

-                          Ha tratado de levantarse y escapar; está asustada.

-                          Bueno, no te preocupes… He traído comida, ¿puedes descargarla del carro?- dijo Alejandro, mientras se sentaba en la cama y acariciaba el pelo de la bruja.

            Miraba su cuerpo apenas cubierto con esos paños, el trabajo que constó curar todos esos latigazos y los desgarros en su entrepierna… Sus años en el ejercito le enseñaron a practicar ayudas a los heridos, pero nunca había tratado a una mujer. Las dudas y remordimientos que tenía por haber tratado de asesinar a ese chico le hicieron buscar a alguien relacionado con él y que le ayudara a saber más de él: una especie de penitencia cristiana por lo que había hecho.

            Jezabel comenzó a recuperar el conocimiento y trataba de situarse de nuevo en aquella habitación. Antes de que pudiera centrar bien la vista escuchó una suave voz que le dijo:

-                          Jezabel, tranquila… Me llamó Alejandro dela Fuentey ya estás libre.- dijo aquel hombre que Jezabel recordó de la estancia donde estaba atada.

-                          ¿Por qué… Me ayudas?- dijo la mujer que tenía que admitir que disfrutaba de las caricias en el cabello de ese hombre; el primer gesto cariñoso que recibía en mucho tiempo.

-                          Digamos que quizás necesito algo de ti…

              La mujer miró extrañada a aquel enigmático hombre que le hablaba mirándola directamente a los ojos. Sentía que era un buen hombre, y ella siempre había tenido un sexto sentido saber esas cosas.

-                          Muchas gracias por la ayuda… Y, de verdad, que no sé como puedo satisfacerte.- dijo haciendo aspavientos con sus manos para mostrar el lamentable estado en el que se encontraba.

-                          ¡No, por favor! No me refería eso…- dijo el hombre sonriendo.- Sólo necesito tu ayuda con una cosa pero para eso tengo que saber una cosa; ¿de verdad eres bruja?

            Jezabel no comprendía a donde quería llegar ese tal Alejandro pero le intrigaba; no sabía porqué el hecho de que un hombre se hubiera preocupado por ella, hubiera puesto su vida en peligro para salvarla y la hubiera curado le daba, al menos, el beneficio de la duda.

-                          ¿Y qué tiene que ver que sea bruja, como tú dices, para poder ayudarte?

-                          ¿Sabes algo del ritual Kavi del salmo gitano?

-                          ¿El ritual Kavi?- dijo la mujer sintiendo un pequeño escalofrío.- ¿Sabes lo prohibido que es eso? ¿Los problemas que puede traer?

-                          Por eso necesito la ayuda de la bruja más guapa de Córdoba.- dijo Alejandro con una sonrisa y Jezabel no pudo evitar, por primera vez en su vida, ruborizarse.

                                                                          (CONTINUARÁ)

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