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El principe de los picaros (Cap. 9: Determinación)

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            Las dos mujeres llegaron, escondidas entre las sombras y huyendo de la vigilancia de los guardas de Yussuf, a casa del comerciante donde vivía Samira junto a su tío. La chica seguía llorando desconsolada y tuvo que ser Jezabel la que llamó, de forma insistente, a la puerta trasera de las criadas para no llamar la atención de los guardas.

-         ¿Qué ha pasado, niña Samira? ¿Qué hace usted en las calles?- dijo sorprendida y con cara de sueño aquella criada con la que Samira había cogido tanta confianza, que fue la que abrió la puerta.

-         Ahora mismo no es el momento de dar explicaciones.- aclaró Jezabel, echando a un lado a la criada.- ¿Dónde está Sara?

-         La señora Sara está durmiendo en su habitación, por supuesto. Es tardísimo.- decía la criada sin dejar de mirar a Samira que seguía llorando pegada a la espalda de aquella mujer.

-         Quiero que me hagas un favor.- dijo Jezabel, cogiendo de la mano a la sorprendida criada.- Debes despertar a Sara y decirle que baje aquí a hablar conmigo.

          La criada asintió decidida con la cabeza; aunque el plan era complicado para ella, porque despertar a Sara a esas horas podía resultar un desastre para su futuro en esa casa, sabía que algo grave ocurría. Y había cogido un gran cariño a la niña Samira, como para no hacer lo que fuera por ella.

-         Pero Jezabel… Yo…- balbuceó Samira que no quería marcharse a su habitación.

-         Por favor, niña. Tienes que ser fuerte; ahora mismo lo importante es que nos pongamos a salvo.

-         Lo han matado, Jezabel… Han matado a…

-         ¡Cállate! No quiero que nos relacionen con eso, puedes poner en peligro a Sara, a tu tío… Y no quieres eso, ¿verdad?- susurró la bruja acariciando la mejilla de la chica.

          La chica la miraba tratando de contener las lágrimas; pero el simple recuerdo del chico que la había enamorado, con el que había pasado esa noche que debía de ser la primera de muchas noches ya no estaba.

-         Tenemos que hacer algo… No pienso estar escondida mientras los asesinos de Hixem están ahí fuera.

-         ¿Y que piensas hacer? ¿Salir hay a matarlos?- dijo Jezabel enfadada, con la temeridad que mostraba la chica. En el fondo pensaba que era tan testaruda como Hixem; lógico por otra parte, dado que eran hermanos.

-         ¡Pero tenemos que hacer algo!

-         Ahora mismo esperar… Eso no es asunto nuestro; por fin he descubierto lo que traman esos desalmados y créeme que es mucho más peligroso de lo que creíamos. No debemos meternos ahí.

           Sara bajó a la sala donde estaban las dos mujeres; venía solo tapada con manto y con cara de preocupación porque la criada la había despertado diciéndole que era por un tema muy importante relacionado con Samira y Jezabel.

-         ¿Qué pasa? ¿Estás bien, Samira?- dijo la mujer asustada y abrazando a la chica que volvió a llorar.

-         Ella está bien…- dijo apesadumbrada Jezabel.- Pero ha ocurrido algo terrible.

           El simple gesto de aquella mujer hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Sara; sabía que alguna desgracia había sucedido y que tenía que ver con aquel estúpido plan de su hijo Hixem.

-         Hixem…- dijo Samira que seguía apoyada, entre lágrimas, en el hombro de su nana.

-         Sube a tu habitación…- susurró de forma grave Sara a la chica que la miró desconcertada.- Hazme ese favor, tengo que hablar con Jezabel… Por favor, mi niña.

           La actitud serena y esa media sonrisa de Sara tenían totalmente asombrada a Samira, que sabía que quería tranquilizarla pero no entendía su actitud fría y condescendiente. Acaba de ver morir al amor de su vida y lo que le hacía falta no eran palmadas en el hombro, necesitaba expulsar esa rabia contenida.

-         Pero Sara…

-         Samira, mi niña, ¿Cuándo he hecho yo algo que te perjudique? Sé lo que sientes, créeme…- dijo cogiendo la barbilla de la chica.- Pero ahora, sube a tu habitación y te prometo que hablaré contigo luego y escucharé todo lo que tengas que decirme.

           Samira la miró entendiendo que Sara trataba de calmarla y que tenía razón al decirle que nunca la había abandonado; siempre se había preocupado de escuchar sus inquietudes, sin coartar sus opiniones y se sentía en deuda con ella. Tenía que hacerle caso en sus recomendaciones, y subir a su habitación.

-         Está bien, Sara…- afirmó la chica besándole la mejilla y cogiéndose del brazo de la criada que había avisado a Sara y que seguía esperando a la entrada de las cocinas, donde tenía lugar la reunión.

-         Luego subiré…- dijo la mujer mirándola con cariño y centrándose en Jezabel, una vez que la chica salía de la habitación.

           Sara observó en silencio a Jezabel, que la miraba sin saber muy bien como empezar; la mujer cogió una de las sillas y, retirándola de la mesa, se sentó para escuchar lo que la bruja tenía que decirle.

-         ¿Qué le ha pasado a mi hijo?- dijo con una tranquilidad que sorprendió a Jezabel.

-         Fue a por Mahudaj y lo sorprendieron…

-         ¿Está muerto?- dijo de forma fría.

           Jezabel asintió aunque no podía entender que aquella mujer se tomara la noticia con esa actitud tan ausente y despreocupada. Ella la cogió de la mano como tratando de calmarla.

-         Ahora lo importante es poner a Samira a salvo, y tratar de que no la encuentren. Después ya veremos lo que hay que hacer.- dijo Sara mirando hacía el techo.

-         ¿Lo que hay que hacer? ¿A qué te refieres?

-         Jezabel, a veces en la vida hay que saber dar un golpe en la mesa; es algo que aprendí de mi padre y, desgraciadamente, nunca supe entenderlo.

-         ¿Piensas enfrentarte a ellos? ¡Por favor! ¿Sabes lo que estás diciendo?

-         Claro que lo sé, pero si nos quedamos escondidas nos encontraran; porque siempre lo hacen…

-         Eso es imposible, no saben quienes somos.

-         ¿Os vieron?

-         Sí, pero no nos pudieron reconocer.

-         Buscaran a alguna mujer que estuviera relacionada con Hixem, con Mahudaj, con su hermano…

           Jezabel se quedó pensando en el razonamiento de aquella mujer y, la verdad, es que no era nada descabellado. Quizás seguían estando en peligro y esperar no era la mejor opción, pero podía haber otras opciones.

-         No quieren matar al califa, quieren secuestrar al heredero Al Hakem; y lo harán desde dentro. La idea es sacar al califa de la ciudad para debilitar la guardia del Alcazar mediante revueltas en la ciudad.

-         Si no hay revueltas, no habrá distracciones en la guardia.- dijo Sara mirando a Jezabel a los ojos.

-         Pero, ¿de verdad quieres meterte en eso? ¿quieres poner en peligro a Samira? ¿No tienes bastante con que hayan matado a tu hijo?

-         ¡Pero ya estoy harta! No pienso quedarme de brazos cruzados… Hixem me enseñó una valiosa lección en el poco tiempo que pude disfrutar de su compañía. Somos solo bultos que estorban en el camino de esos caprichosos políticos y asesinos; hacen cualquier cosa por lograr sus objetivos sin importarle familias, niños ni mujeres…

-         Mira yo he cumplido con lo que debía, que era poner a salvo a Samira.- dijo la mujer levantándose de la mesa donde se había sentado para escuchar a Sara.- Eso es lo que le debía a Hixem.

-         Lo entiendo, no te pido que nos ayudes…

-         ¿Nos? ¿Acaso piensas meter a Samira en esto?

-         Yo no pienso meter a nadie, pero ahora subiré a esa habitación y ¿qué crees que me pedirá ella? La conoces bien y sabes que no querrá esconderse…

-         ¡Pero tu deber de madre es tratar de salvarla!

-         ¡No me hables de deberes de madre! El deber de una madre es estar al lado de un hijo; y mi hijo ha sido asesinado ahí fuera y yo no estaba a su lado… Estoy harta de esconderme, mi hija me tendrá a su lado.

           Jezabel se alejó de la mesa y se acercó a la puerta sin decir ni una sola palabra. Se quedó mirando la puerta, sin ser capaz de mirar a Sara; trataba de buscar alguna explicación a esa decisión de Sara de afrontar una especia de venganza. El silencio en las cocinas era abrumador y Sara seguía sentada como si esperara unas palabras por parte de Jezabel.

-         ¿Sabes una cosa? Yo quería a Hixem con toda mi alma; lo vi crecer, hacerse un hombre… Y sé que él estaba enamorado de su hermana, aunque no supiera que lo era.- dijo la bruja abriendo la puerta de salida de la casa.- Os ayudaré… Se lo debo a él.

           La bruja se marchó dejando sola a Sara en las cocinas que cogió un manzana del frutero que había sobre la mesa y la mordió… Siempre le había encantado esa fruta.

                                                                *********************

           Samira estaba semidesnuda sentada en la cama con las rodillas pegadas al pecho; ya no lloraba, quizás porque ya no le quedaban lágrimas o porque quería sustituir ese sentimiento de tristeza  por uno de rabia. Porque nadie podía decirle que el sentimiento de dolor y el deseo de venganza fuera una idea temeraria.

           Habían matado al hombre que amaba delante de sus ojos y, aunque Yumel había muerto a sus manos, quedaban muchos implicados. ¿Quién era ese enorme hombre negro que había atravesado a Hixem? ¿Y tenía algo que ver con ese plan para asesinar al califa? En ese instante, recordó que Jezabel sabía donde había ido Hixem, que dijo que sabía la verdadera razón que perseguían ellos. Podía ser una buena forma de empezar… Pero no podía marcharse, porque Jezabel estaba abajo, porque había prometido a Sara que la esperaría y porque no estaba preparada aún para afrontar lo que le esperaba.

-         Ya estoy aquí.- dijo Sara entrando por la puerta, mientras mordía una manzana.

           Samira esbozó una triste sonrisa al reconocer ese gesto despreocupado mordiendo la fruta, una imagen típica de Hixem. De hecho la actitud tan calmada de su nana le recordaba a la que tenía su chico aquella tarde que pasaron juntos, a pesar de saber que Mahudaj estaba implicado en la muerte de su amigo Absir.

-         No pienso llorar, ¿sabes?- dijo Samira mirando a la mujer.

-         A veces es bueno llorar, pero otras veces no sirve de nada.- dijo la mujer sentándose en la cama.

-         Lo han matado y era una persona buena; sólo trataba de liberar a su cuñado.

-         Ser un temerario no es ser un valiente.- sentenció Sara.

-         ¿Qué quiere decir eso?

-         Es una frase que solía decir mi madre, la misma a la que no le gustaba que usara armas.

-         Sara, yo maté a Yumel…- dijo la chica sin atreverse a mirar a Sara.

          La mujer apartó el pelo de la cara de la muchacha en un gesto cariñoso, le limpió los restos de lágrimas que quedaron en sus mejillas y la miró a los ojos.

-         Mi padre también decía que las armas estaban para usarlas cuando era necesario, para defender a tu familia.

-         Pero, quiero vengarme de esas personas pero ¿cómo lo hago?

-         La venganza no es sentimiento que te pueda ayudar; sustitúyelo por sentido de justicia.

-         Sea venganza o justicia no sé como afrontarlo, porque estoy sola en esto…

-         No estás sola en esto… Jezabel y yo estamos a tu lado, pero tienes que prometernos que harás las cosas con cabeza y haciéndonos caso.

           Samira se levantó de la cama y ando hacia la ventana, desde observó los tejados donde había aprendido tantas cosas con Hixem;  esa noche recortada en los edificios de la medina y la luna brillante al fondo…

-         ¿Por qué?- preguntó Samira girándose de nuevo hacia Sara.

-         No sé a que te refieres, mi niña…

-         ¿Por qué me ayudas en esto? Siempre has tratado de evitarme riesgos y ahora estás dispuesta a asumirlos por mí

-         Siéntate, mi niña… Tengo algo que contarte.

           La mujer veía como la chica se acercaba de nuevo a la cama y trataba de asimilar como iba contarle parte de ese secreto; nunca había pensado contárselo, y mucho menos en estas circunstancias, pero podía ser un buen momento… Aunque, ¿algún momento era bueno para sincerarse después de tantos años? Quizás no había que contarle toda la verdad.

-         Hace mucho tiempo yo tuve un hijo en mi vientre…

-         ¿Cómo? ¿Fuiste madre?

-         Lo fui y lo soy; mi niña, cuando una mujer es madre lo es para toda la vida…- dijo Sara mirando a su propia hija a los ojos.- Da igual que no esté a tu lado, o que lo esté… Lo sientes presente, sientes su calor, sus ojos, su tacto.

-         Pero no recuerdo ningún crío contigo…

-         Es una historia triste… Nada más nacer, el pueblo donde yo vivía fue destruido y decidí que se fuera con un familiar que lo protegiera, porque junto a mí podía correr peligro.

-         Tuvo que ser duro.

-         Sí, lo fue… No sabes cuantas veces me arrepentí de hacerlo y cuantas veces me dije que hice lo correcto.

-         Y después entraste a trabajar con mi tío Jubair.- adelantó Samira, a la que la historia desconocida de su nana le ayudaba a evadirse un poco.

-         Sí, tu tía siempre fue muy buena conmigo; entré en esa casa como criada, pero me puso a cargo de tu cuidado cuando ella enfermó. Fue como un regalo de Alá tenerte cerca.

-         Por eso me tienes tanto cariño… Ves en mí a tu hijo perdido.

           Sara la miró, pensando en que claro que veía en ella a su hijo perdido; no era uno, sino dos los hijos que perdió. Pero Alá permitió que la pusieran a cuidarla. La “tía adoptiva” de Samira sabía el parentesco, aunque Jubair no, e insistió en que se hiciera cargo de ella… Pero Sara le hizo prometer que nunca le diría a la chica que era su verdadera madre. Sabía que quizás era una idea que la atormentaría de por vida, pero si algún día tenían que separarse, quería que Samira fuera educada en una familia sin problemas. La chica creció feliz, con su madre al lado sin saberlo y todas las facilidades de una familia pudiente.

           Y, ahora, allí estaba ella dispuesta a confesarle la existencia de su hermano, pero sin decirle que lo era… Decirle que ese chico que acababa de morir, era tan importante para ella como para Samira. Quizás más…

-         Pero el futuro te depara muchas sorpresas.- dijo la mujer con una triste sonrisa.

-         ¿Viste a tu hijo después? Debía ser un niño guapísimo, como su madre.

          Sara miró a la chica dándose cuenta del cariño que aquella muchacha sentía por ella; la trataba como a una madre, como a alguien de su familia… Sin serlo; al menos, sin saberlo. Samira, por su parte, se sentía feliz por la historia que estaba escuchando porque, aunque Sara siempre se había portado genial con ella, siempre le había parecido ver una sombra de tristeza en su cara, una especie de cicatriz en el alma que no la ayudaba a dejar atrás el pasado.

-         Sara, ¿por qué no lo trajiste con nosotros? Seguro que mi tía y mi tío te lo hubieran permitido. Y yo lo hubiera tratado como a ti… Sería como tener un hermano mayor

-         No es tan fácil, cariño.- dijo la mujer, sorprendida de la idea descabellada de hija de tratar a Hixem como un hermano.- Ya era un chico muy apuesto cuando lo conocí. Sentía que había hecho la vida sin mí y no debía inmiscuirme.

-         ¡Vaya! Entonces es mucho mayor que yo.

-         No, tiene tu misma edad…- decía Sara que seguía acercándose a la verdad, sin saber como la afrontaría Samira.

-         ¿Mi misma edad? Pero, entonces ¿cómo lo reconociste?

-         Su nombre… Yo le puse su nombre. – dijo la mujer mirándola a los ojos.- Y la primera que escuché como lo llamaban supe que era él.

-         ¿Sí? ¡Que emocionante! ¿Y que hiciste? ¿Cómo se lo tomó?

-         No se lo dije… Me asusté, salí corriendo de allí.

           Samira se quedó perpleja porque reconoció esa escena que Sara estaba describiendo; una punzada en el corazón la hizo apartarse asustada de aquella mujer. Su mentón temblaba como si estuviera apunto de llorar, y veía Sara mirandola suplicante para que no huyera de ella.

-         Hi… ¡Hixem!- gritó la chica levantándose de la cama y pegando la espalda a la pared como si tratara de poner distancia con aquella mujer que la había criado.

-         Sí, cariño… Hixem es mi hijo; te juro por Alá que yo no sabía que estaba vivo, ni donde podía estar…- dijo la mujer levantándose y acercándose a ella.

-         Por… Por eso me decías que no me acercara a él… ¿Por qué no me lo dijiste?- dijo Samira, haciendo un gesto de desplante a aquella mujer.

-         Juro que te lo iba a contar, sobre todo al saber que tú y él…- cortó la frase bajando la cabeza.

-         ¿Qué nos amabámos? ¿Qué ese chico era lo más importante de mi vida? ¿Cómo pudiste ser tan egoísta de no decirlo y dejar que muriera sin que supiera que su madre estaba aquí?- dijo la chica muy enfadada.

           Sara se quedó mirando a la chica, analizando lo que había dicho; sabía que Samira era una chica muy impulsiva, como su abuela Dinah, y que muchas veces decía las cosas sin pensar. Pero aquellas palabras eran hirientes hasta en esas circunstancias. La mujer se dio la vuelta y se dispuso a marcharse de la habitación sin mirar atrás; unas lágrimas escapaban de sus ojos y no quiso mirar a la chica, pero antes de salir de la habitación:

-         Lo siento… Siento haberte hecho daño, pero más daño me he hecho a mi misma… Ese chico es mi hijo y, por mucho que sientas por él, nunca sentirás lo mismo que yo.- dijo Sara con pesadumbre pero con resentimiento en su quebrada voz, para salir de la habitación, escaleras abajo.

           Samira se echó en la cama de la habitación, ya arrepentida de lo que le había dicho a su nana… Era la madre de Hixem; ¡su madre! No podía creerse que el destino le hubiera puesto a Hixem en su camino. La mujer a la que más quería en su vida era la madre del chico al que más había amado. Se hizo un ovillo y se puso a llorar mientras recordaba los gestos de Hixem: sus caricias, su sonrisa, sus besos… Entonces comprendió que Sara tenía razón: si ella sentía esa desazón, ¿qué podía sentir una madre al morir su hijo antes de poder decirle que lo quería?

           Poco a poco, la presión de ese día tan agotador la terminó de derrotar. Se fue durmiendo con lágrimas secos en sus mejillas, medio desnuda y sobre aquella cama tan grande para una sola persona.

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                                                       الاِنْسان عدو ما يجْهل

                                    -El hombre es enemigo de aquello que ignora-

            ¿Sientes todo lo que te rodea? No basta con mirar, sino observar… Eso es tocar, pero también es rozar; es oír pero, sobre todo, escuchar… Eres parte de un todo, y eres dueño del tiempo… ¿Sientes ahora todo lo que te rodea? ¡Muy bien! Veo que vas comprendiendo…

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           Sentía frío y se dio cuenta de que estaba desnuda; no reconocía el sitio donde estaba, pero sabía que no debía de tener miedo… Algo la protegía… Era una especie de lago y el agua le llegaba hasta  la cintura; sus pezones erectos por la sensación de humedad.

           Frío y una luz brillante al otro lado del lago; algo la impulsaba caminar hacia allí… Un susurro continuo que entonaba una canción en un tono muy grave, pero no distinguía las palabras, porque no parecía decir nada. Pero ella se acercó para tratar de escuchar o, al menos, de saber el lugar de procedencia de esa voz que le daba esa sensación de paz.

           Y allí estaba, un hombre desnudo y fuerte… Su cuerpo estaba lleno de tatuajes de henna; desde el pecho hasta las piernas. El pelo sobre la cara, tapando su rostro… Pero esa sensación de paz le resultaba tan familiar… Iba a pronunciar su nombre cuando, sin explicarse como, aquel hombre desapareció. Ella no se asustó, sólo miro hacia arriba, a un cielo son estrellas, y cerró los ojos. Sintió un aire frío erizando su piel y un leve cosquilleo en su nuca. Aquel hombre estaba detrás de ella, aunque no se atreviera a mirar.

            Sus manos atraparon sus pechos desde atrás y sus labios besaron su cuello… La mujer se humedeció en un instante, sintiendo cada poro de su piel expandirse. Lo fuertes brazos de aquel hombre la rodeaban y la acercaban él. Sentía palmitar su sexo pegado a su trasero y un jadeo escapó de los labios de la chica.

            La giró y reconoció esos ojos pero, ¿eran verdes? Parecían brillar en la oscuridad; sus labios se pegaron y sus lenguas se enfrascaron en una danza de salvaje pasión… Notaba su corazón latirle en la boca; sentía aquellas manos agarrando su trasero para subirla sobre él. Allí de pie, como si la tuviera apoyada contra un muro invisible, la penetró. La chica lo rodeó con sus piernas, como si quisiera que nunca se escapara; sentía su miembro entrar en ella con una delicadeza increíble mientras aquella lengua no dejaba de besarla, de lamerla, de chuparla.

           Los jadeos de los dos no tenían sonido en aquel extraño lugar sin eco… Ella mordía el cuello de su amado y él gruñía acelerando las embestidas. Esos ojos verdes esmeraldas la miraban y la hacían sentir los espasmos del tremendo orgasmo que estaba naciendo en sus ovarios. Se apretó a su espalda, al correrse para sentir las andanadas de esperma de aquel hombre en su interior…

           Después como si hubieran viajado en un simple pestañeo, estaba en su cama con ese hombre a su lado. No había muebles, ni paredes alrededor… Podían ver toda la medina vacía bajo ellos, como si flotaran en el aire. El hombre tatuado le acariciaba el pelo y se sonreía. Esos ojos dejaron de brillar y reconoció los marrones ojos de ese chico que llenaba su alma.

-         No estás sola, Samira… Nunca te dejaré.

-         Lo sé, Hixem. Sé que no me abandonaras.

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            Yussuf entró en al casa que habían preparado para los visitantes; estaba muy malhumorado y tenía los puños apretados. Era un hombre al que le gustaba tener todo bajo control y, cuando algo cambiaba sin que él lo supiera, se ponía nervioso.

            El enviado de los abasíes, totalmente vestido de negro, lo observaba enarcando las cejas con sorpresa. No sabía muy a que venía aquella actitud, pero sonreía con suficiencia.

-         ¡Te juro que, a veces, mataría al califa con mis propias manos!- dijo Yussuf sentándose al lado del enviado.

-         Si fueras capaz de hacerlo no nos tendrías de aliados.- dijo el hombre que bebía agua de un cántaro.

-         ¡No estarás tan tranquilo cuando sepas que ha retrasado el viaje! ¡Tres meses!

-         No debes incomodarte, ha sido idea nuestra… Hay que calmar las cosas.

-         ¿Idea vuestra? ¿Pero a qué estáis jugando?- dijo muy enfadado Yussuf.

-         Cuidado con tu actitud, Yussuf.- dijo el hombre mirándolo amenazante.

           Yussuf sonrió ante el gesto de aquel hombrecillo, lo que sorprendió al invitado; se acercó muy despacio a él para, en un rápido movimiento, cogerlo del pecho y estrellarlo con la pared.

-         Creo que estás confundiendo la hospitalidad y el respeto por el miedo y el temor… No te tengo miedo; ni a ti, ni a todos los ejércitos de tu sultán. Quizás crees que puedes manejarlo todo a tu antojo, pero Abd Al- Rahman es cruel y despiadado con sus enemigos y si descubre algún gesto de duda en los tuyos os destruirá… Porque el mundo no será lo suficientemente grande para que os escondáis

           El enviado cayó al suelo cuando lo soltó Yussuf; parecía sorprendido por el cambio de actitud de que aquel hombre que creía tener bajo control… No contaba con que aquel hombre tuviera las agallas de enfrentarse a él, pero se daba cuenta que el cargo que tenía junto al califa no era por ser de acaudalada familia.

-         Y, ahora, vas a contarme los motivos de ese aplazamiento y después le vas a decir a la familia abasí que  cualquier cambio que hagan, me lo van a comunicar primero… Recuerda que, para mí, no vales más que un trozo de carne del mercado. ¿Entendido?- dijo Yussuf tan cerca del enviado que podía notar su nerviosa respiración.

-         En… Entendido…

-         Pues empieza a contármelo todo.

                                                             ************************

           Había cerca de diez personas follando en una increíble orgía en aquel fastuoso salón del palacio subterráneo; sobre una de las grandes mesas llenas de comida, una mujer estaba siendo follada por uno de los soldados… En el suelo había otras parejas fornicando como animales en celo, y algún que otro trío.

-         ¿Sabes? No sé como la gente puede vivir sin esto.- dijo Abdalah, mientras empujaba la cabeza de Jezabel contra su polla, la cual mamaba con ahínco.

-         No debes caer en la tentación de que ésto controle tu vida, Abdalah…- dijo la mujer sacándose la polla de aquel gordo de la boca.

-         Mientras seas tú la que estás aquí es muy posible que eso sea así…- dijo el hombre.- Los hombres hemos nacido para el placer, para la diversión…

           Jezabel miraba como, delante de sus ojos, una mujer de grandes tetas cabalgaba a otro hombre de edad mediana; el chapoteo de los sexos llenaban la habitación y las tetas de la chica se sacudían cada vez que se movía sobre él… Al otro lado de la sala, en la puerta, dos soldados permanecían impasibles ante la imagen, haciendo la guardia. La mujer sonrió al pensar lo que debía estar pasando por la mente de esos hombres, mientras veían como muchas mujeres eran folladas delante de sus ojos y ellos no podían participar.

-         Eres cruel con tus guardas… El otro día no dejaste a dos de ellos que acabaran de disfrutar de mí; y ahora, tienes a aquellos dos mirando el espectáculo y con cara de desear no estar vivos.- dijo Jezabel divertida.

-         Ese es uno de tus errores, querida… Tienes que tener claro cual es tu sitio; somos como los animales que están por encima. Ellos solo son instrumentos para conseguir nuestros fines.

-         O sea, que cuando dejan de servirte te deshaces de ellos.

-         Jaja, esa es la parte divertida…- rió el hombre mientras la mujer lo seguía masturbando ante las escenas de sexo.- Muchos de esos guardas formaban parte del ejercito del califa, pero fueron desechados por Al Mughira, el hermano de Abd Al-Rahman.

-         He oído que cuando el califa no está le deja el mando a él; debe de ser alguien de su entera confianza.

-         ¡Es un maldito engreído! Él es el culpable de que mi hermano no esté en el escalafón… Cree que Abd Al-Rahman le dejará bien situado cuando muera, pero el califa prefiere a Al Hakem; es tan estúpido que no sabe que su sobrino está por delante de él.

-         Hablando de Al Hakem... Según lo que me contaste, queda menos de una semana para la salida del califa de la ciudad. No entiendo como puedes estar tan tranquilo y perder el tiempo en estas orgías, cuando quedaran tantas cosas que hacer.

-         Jaja, no te preocupes, mi princesa…- dijo el orondo hombre dandose importancia.- La reunión del califa se ha pospuesto tres meses; hemos decidido tomarnos más tiempo para prepararlo todo.

           Jezabel tuvo que disimular su sorpresa ante esta valiosa información que estaba recibiendo del estúpido hermano de Yussuf… Se limitaba a pajear su insignificante polla, mientras sonreía viendo como las parejas seguían follando. De todas formas, no podía excitarse como hubiera sido normal en ella, porque tenía la mente puesta en captar cuanta más información mejor.

-         ¿Tres meses? ¡Vaya! La espera para lograr lo que te propones va a ser dura…

-         Estás muy interesada en mis planes…- dijo Abdalah mirando a Jezabel, lo que le hizo temer ser descubierta.- ¿Es qué acaso te estás pensando mi oferta de ser mi favorita, cuando tenga mis tierras?

-         Quizás… Ya sabes que siempre me ha gustado tu estilo de vida.- mintió Jezabel, que no se podía creer lo sumamente idiota que era aquel hombre.

-         No te preocupes, sólo es que nuestros aliados no quieren que Abd Al- Rahman sospeche nada.

-         Una maniobra de distracción…- dijo la mujer parando de masturbar al hombre para quedarse pensativa.- Si el califa piensa que la fecha es indiferente no albergará dudas sobre las intenciones de sus familiares. Una vez que todo está preparado dentro de la ciudad, da igual que se posponga la reunión

-         Sí, se me ocurrió a mí.- dijo Abdalah que buscaba sorprender a Jezabel, aunque no sé había enterado muy bien del porqué del retraso.- Será dentro de tres meses, en la primera luna del verano.

-         Mmmm… Se me va a hacer eterna la espera.- sonrió disimulando Jezabel, mientras bajaba su cabeza para volver a mamar la polla de Abdalah, una vez coinseguida la información.

           Los gemidos del hermano de Yussuf, se mezclaban con los jadeos de la sala… Una de las chicas arrodillaba recibía las descargas de leche caliente de dos hombres, en pleno rostro. Mientras otra de las chicas seguía siendo follada encima de aquella mesa de fruta.

-         ¡Buff! Creo que esto no está lo suficientemente bien pagado…- susurró uno de lso guardas que vigilaban la puerta sin poder participar, mientras veían como los miraba una mujer que gemía con la boca abierta mientras era penetrada por ambos agujeros por dos invitados.

-         Ni todo el oro del mundo lo paga…- dijo el otro guarda mientras suspiraba sintiendo una gran erección bajo su uniforme.

                                                ****************

                                                 الصبْر مِفْتاح الفرج

                                   - La paciencia es la llave de la solución-

 

                 No te dejes llevar por los impulsos de la ira, porque esos impulsos te harán perder el control de tus emociones. Los gestos de tus enemigos te darán pistas sobre su forma de actuar, de atacar… Ataca sus miedos y sus deseos… No hay mayor arma en un hombre que la paciencia… Si es imperturbable tu rostro, es invencible tu alma… Recuerda: respira hondo y demuestra tu talento…

 

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            Samira despertó mojada; de nuevo, había soñado con él… Y todo era tan real que despertaba con el anhelo de encontrar esos brillantes ojos verdes a su lado. Pero sólo eran sueños, como si fuera lo que el destino les hubiera regalado para permitirles estar juntos.

            Esa noche se había visto en un tejado de la medina; no sabía reconocer de que zona de la ciudad, porque no había nada alrededor que le sirviera de referencia. Sólo recordaba la misma sensación de paz y se veía a ella misma mirando al horizonte desconocido. De nuevo, notaba como se le erizaba la piel y, sin mirar, notaba la presencia de ese hombre a su lado. No hacía falta que mirara, porque él agarro su mano, acarició sus nudillos y besó su muñeca.

            Esta vez, venía oculto bajo una capucha pero, al mirarlo, se quedó colgada de esos ojos verdes de brillo especial. Samira sonrió y notó como él le devolvió la sonrisa, volviendo a mirar hacia el límite del tejado.

-         ¿Qué quieres mostrarme?- dijo ella esperando alguna respuesta por su enmudecido acompañante.

-         Sé lo que pretendes hacer… Pero prométeme que tendrás cuidado.- susurró él, sin mirarla los ojos.

-         No me pasará nada, sé que estarás ahí para protegerme.- dijo Samira apretando la mano del chico encapuchado.

            Samira se subió a horcajadas sobre el hombre que había a su lado y, como si de repente no hubiera prendas entres ellos, fue introduciendo aquel mástil caliente en su interior. Un gemido sordo salió de sus pulmones al sentir toda la virilidad del hombre invadiéndola; arqueó la espalda hacía atrás, mientras se sujetaba a su cuello y él besaba sus pechos. Comenzó a moverse de forma suave y acompasada, haciendo giros con sus caderas sin permitir que un solo centimetro saliera de ella.

           Abrió los ojos para ver una ternura casi dolorosa en los ojos brillantes de aquel chico; era su chico, su amor, su destino…Las manos fuertes apretaron su trasero como si quisieran evitar que se moviera, mientras resoplaba con dificultad. Sonrió al pensar que hasta en este extraño mundo sin límites ni fronteras era capaz de llevarlo al éxtasis.

           Él mordió su cuello y rozó su ombligo con una caricia gentil. Pasión y ternura en dos gestos cómplices. Se quedaron quietos un instante, y se observaron; la chica lo empujó para hacerlo tumbarse sobre aquel tejado, que ahora parecía lugar más íntimo del mundo. Apoyó las manos en su pecho y comenzó, ahora sí, a cabalgarlo cada vez más rápido. Los suspiros se hicieron jadeos y los jadeos se mezclaron con gemidos… Y llegaron sus orgasmos simultáneamente como una banda sonora que rivalizaba con la belleza de aquella noche andalusí: un manto de color púrpura con estrellas celestes.

                                                                    *******************

            Sara estaba sentada en la mesa de la cocina cosiendo una prenda, mientras las criadas daban vueltas alrededor de ella preparando el almuerzo que tendría lugar dentro de unas horas. La mujer estaba pensativa porque su vida se había derrumbado en menos de dos noches: las noches que llevaba Samira sin bajar de su habitación… Su hijo había sido asesinado tan sólo unos días después de reencontrarse con él. Y Samira tenía razón: ni siquiera se había atrevido a decirle que le quería y que estaba allí con él.

            Además Samira, su otra hija aunque ella no lo supiera, la había rechazado después de tantos años a su lado… No entendía la actitud egoísta de Sara y el gesto de desprecio de aquella chiquilla le había hecho más daño que un hierro candente en el mismísimo corazón… Cuando notó que las primeras lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos, se levantó para dirigirse a una habitación contigua a las cocinas. No quería que nadie la viera llorar, porque ella era la fortaleza, el pundonor de aquellas chicas.

            Se sentó en una silla que había en ese cuarto dedicado a la costura, mientras cosía aquella capa con capucha que, algún día le habría gustado que Hixem usará…Era tan parecida a las usó su abuelo cuando era cazador. A pesar de la muerte del chico, había decidido continuar con la costura como un homenaje, como un método de calmar esas ansias de gritar y llorar… Pero, no puedo evitarlo y tirando la prenda sobre la mesa que había en la pequeña habitación, se tapó los ojos con ambas manos y se puso a llorar en silencio.

-         Nana, no llores…- escuchó la voz de Samira detrás suya.

           La mujer se giró en la silla muy sorprendida de escuchar la voz de su hija; después de dos días sin bajar era como si un muro se hubiera levantado entre ellas. Sus manos temblaban sin atreverse a levantarse de la silla y contenía las lágrimas mientras una expresión lastimera surcaba las arrugas de la edad.

-         Perdóname, nana Sara…- le pidió Samira arrodillándose ante ella y, sujetando sus temblorosas manos entre las suyas, le dijo.- Sé que has sido toda tu vida una valiente, porque debes de ser muy valiente renunciar a un hijo porque creas que es lo mejor para él. Hixem se crió en una familia libre, en lugar de entre esclavos. Lamentó haberte hablado así… Siempre has sido una madre para mí, por eso no entendía como podías haber privado a él de todo ese amor, cariño y educación que a mí me has dado.

          Sara la escuchaba aguantando la respiración, como si no pudiera creerse que aquella chica que había salido de sus entrañas se pareciera tanto a su abuelo… La forma de razonar, la manera de expresarse y el sentir de su mirada.

-         No estamos solas, nana… Tu hijo está con nosotros; no sé como explicártelo, pero lo siento cerca de mí, protegiéndome… Ojala hubiéramos tenido la oportunidad de saber que pensaba él de todo esto… Pero era un chico tremendamente feliz con su madre adoptiva… Ahora no es hora de llorar, Sara. Es hora de luchar… Porque me dijiste que no estaba sola en esto, ¿verdad?

-         Nunca has estado y nunca lo estarás…- dijo la mujer abrazando a su hija con una fuerza que sorprendió a la propia Samira, de puro sentimiento.

           La puerta de la habitación se abrió con fuerza, haciendo que las dos mujeres se asustaran… Jezabel entró como una exhalación y las miró mientras trataba de recuperar el aliento.

-         ¡Por fin os encuentro!- dijo la bruja con una sonrisa en los labios.

-         ¡Me has asustado! ¿a qué vienen esas prisas?

-         Las cosas han cambiado… El plan ha cambiado.

-         ¿Qué plan ha cambiado? ¿Teníamos algún plan?- dijo Samira mientras Sara observaba secándose las lágrimas.

-         No me refiero a nuestro plan, sino al suyo… La salida del califa de la ciudad se ha retrasado a dentro de tres meses.

-         Jezabel, creí que no querías que nos metiéramos en eso…- dijo la chica asombrada.

-         Alguien me dijo que llega el momento de dar un paso adelante y no dejar que nos traten como a sacos de paja.- dijo la mujer mirando a Sara, sonriendo.

-         Pero da igual que sean tres meses… Seguimos siendo tres mujeres solas contra esos asesinos.- dijo Sara apesadumbrada.

-         No da igual… Tenemos tres meses para conseguir aliados, para  prepararnos…- dijo Jezabel poniendo la mano en el hombro de Sara.

-         ¿Aliados?- dijo la mujer mayor, sin saber a qué se referían.

-         Aliados…- reafirmó la bruja mirando a Samira que abrió los ojos como si hubiera captado la idea.

                                                                    **********************

            Samira salió por la ventana de su habitación hacia el tejado que por primera vez pisó junto a Hixem; al fondo el horizonte de la medina que en nada se parecía al de su sueño… Llevaba el pelo recogido en una cola enredada con el pincho que le sirvió como arma. Sus pantalones de montar que se habían convertido en parte de su uniforme y una camisola que aunque marcaban sus bonitas tetas, no era tan sugerente como el atuendo de la otra vez, visto el éxito que tuvo entre los chicos.

            Pensando en lo aprendido la otra vez, llevó un cinto de cuero para poder usarlo sobre las cuerdas, sin tener que desprenderse de la camisola o sin usar la de alguno de los chicos. Escuchó un leve crujir a unos cuantos metros de ella… Se giró sin miedo y con parsimonia y vio a uno de los chicos que la acompañaron la ora vez,

            Era aquel muchacho serio que juró venganza por la muerte de Absir. La miraba con respeto y con un gesto de la cabeza le indicó que mirara a su derecha… Samira miró y lo que observó la dejó helada: al menos, ocho chicos recortaban sus siluetas en el horizonte sobre los tejados de las casas adyacentes.

-         Sabemos que Hixem ya no está… Jezabel nos lo dijo. Tú eres ahora nuestra princesa.- dijo el chico en un susurro de voz.

            Después miró hacia los chicos e hizo un extraño sonido parecido a un silbido; los muchachos hicieron todos a la vez un gracioso gesto de reverencia. Samira inspiró aire mirando hacía el cielo y, sin avisar, comenzó a correr hacia el otro extremo del tejado… El chico la siguió corriendo tras ella. El salto era más grande de lo habitual pero ella no pensaba saltar en diagonal; ésta vez el chico no la advirtió porque sabía que no la haría dudar.

            Llegó al borde, contrajo los músculos de sus piernas; los puntas de los pies justo en el borde para tomar impulso y los ojos abiertos mientras usaba sus brazos como contrapeso al balancearse… Y fue en ese mismo momento cuando lo sintió: como en sus sueños, la piel de le erizó. Porque con ella estaba él, ayudándole a dar el salto… En su interior, como la fuerza que necesita el desaliento.

            Los chicos aguantaron la respiración al ver a la chica ejecutar ese salto y colar por el aire. El muchacho que la perseguía se detuvo sin atreverse a saltar, sorprendido por el atrevimiento de la chica… Ella cayó al tejado del edificio de enfrente, con las rodillas flexionadas y las palmas de las manos apoyadas en las tejas. Su rostro cubierto por los mechones de pelo que caían sobre sus mejillas; se incorporó y miró a su alrededor para ver como la observaban los chicos.

-         Tres meses…- susurró la “princesa de los pícaros”, viendo como su piel estaba aún erizada- Estaré preparada…

(CONTINUARÁ)

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