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El principe de los picaros (Capítulo 3: Deseos)

en Grandes Series

El muchacho estaba sentado en el camastro de Jezabel, con las manos apretando sus propios ojos como si quisiera así contener el llanto por la perdida de su amigo Absir; el deseo de venganza o de, al menos, una explicación lógica sobre que tenían que ver Mahudaj y sus hermanos en esto martillaba su cabeza…

-         Si no te estás quieto, no podré curarte el hombro.- dijo la mujer mientras untaba un ungüento de una extrañas raíces en la articulación del chico.

-         No me lo puedo creer, ¿qué les habrá hecho el chico?- decía Hixem sin poder contener las lágrimas.- ¡Juró que mataré a Mahudaj si tiene algo que ver en esto!

-         ¡No digas tonterías! Si tú no eres capaz de matar ni a una mosca… No tienes esa sangre fría.- dijo la mujer besando la mejilla del chico.

-         Pero no puedo quedarme de brazos cruzados…

-         Hixem, la venganza es un sentimiento peligroso… Trata de pensar claramente, no te dejes llevar por la ira.- trataba de calmarlo Jezabel.- Primero tenemos que averiguar que es este escudo…

El muchacho cogió, de nuevo, de las manos de la bruja el trozo de pergamino que llevaba Absir escondido en la boca… Miró el escudo de mil formas pero no encontraba ningún sentido; nunca había visto esas formas en ninguna de las casas nobles que había visitado.

-         ¿Qué intentó robar para que le hicieran eso?- dijo la mujer.

-         Absir no era un ladronzuelo, tuvo que ser un encargo de alguien… Lo haría para impresionarme. Pero le dije mil veces que no se metiera en lios.

-         Pues parece que se metió en algo demasiado grande para él.

Al escuchar las palabras de Jezabel, el chico saltó como un resorte del camastro asustando a la mujer:

-         ¡Demasiado grande…! Eso es…- gritó el chico echándose las manos a la cabeza.

-         ¿Qué pasa, Hixem?- dijo un poco asustada su compañera.

-         La reunión en casa de mi hermana… Aquel hombre tan extraño acompañado de la guardia califal.

-         ¿Qué tiene que ver el califa en todo esto? Vamos no me asustes…

-         El otro día, Mahudaj y sus hermanos estaban reunidos en casa con otros hombres muy extraños y, sobre todo, con un hombre delgado, raro y acompañado de la guardia califal… Pensé lo mismo que tú: era demasiado grande para ellos.

-         ¿Y qué tiene que ver eso con Absir?

-         No lo sé pero, ¿Qué tenían que ver Mahudaj y su hermano en el velatorio de Absir? Quizás deba preguntarle…

-         ¡Ni hablar! Si de verdad tienen algo que ver en la muerte del chico y ven que estás interesado en saber te pondrás en peligro.

-         Son demasiado cobardes para matar a nadie…

-         Sabes muy bien que ellos no son los que se mancharían sus manos de sangre.- dijo Jezabel acariciando el rostro del muchacho.- Pero si dices que alguien con relación con la guardia califal estaba metido, también es demasiado grande para ti.

-         ¿Y qué debo hacer? ¿Quedarme de brazos cruzados?- dijo muy molesto Hixem.

-         No, pero debes aprender a ser sutil… En esta ciudad las paredes tienen oídos y los tejados tienen ojos… Lo importante es que no sepan que estás interesado; créeme averiguaremos lo que haga falta, confía en mi… Te ayudaré.

-         De acuerdo, lo haremos como tú dices…

-         Pues descansa un poco; ese hombro necesita reposo y no te conviene enfrentarte a nadie en ese estado.

El chico se tumbó en el camastro con el brazo inmovilizado y el ungüento untado en el hombro; la verdad que la tensión de los momentos vividos y el efecto anestesiante del preparado de Jezabel hizo que sus ojos se cerraran poco a poco.

                                               ************

Sabía que quizás no era la mejor de las ideas, pero la curiosidad le podía y escapó de la casa para ir al mercado; no podía evitar sentir una extraña fascinación por la figura de el llamado “príncipe de los pícaros”… Interrogó a aquella criada para saber como podría encontrarlo y sí sabía algo más de él.  No sabía más de lo que le había contado, porque aquel hombre era un misterio para casi todos. Pero, si en algún sitio podía encontrar pistas era en el mercado, donde las señoras de alta alcurnia contactaban con él.

Como la otra vez, se cubrió con ropajes de una de las sirvientas y salió entre la gente que iba al mercado; aparte de querer descubrir cosas saber el extraño visitante, tambien quería disfrutar de la vida del mercado que no pudo disfrutar la otra vez, debido al nerviosismo que provocó en Sara el incidente con aquel idiota… Sara, buff… De pensar en el enfado que tendría al enterarse que andaba sola por el mercado, le temblaban hasta las piernas. Pero la pobre ya estaba acostumbrada a las locuras de Samira y sabría entenderla; quizás estaría dos o tres días sin dirigirle la palabra, pero siempre la perdonaba.

Entró en la misma plaza de la otra vez y la gente la rodeaba por todos lados; de nuevo, sintió esa mezcla de olores de especias y tintes de ropa en su nariz e inspiró como si quisiera retener ese cúmulo de sensaciones… Sentía aquello como si fuera su casa a pesar de nunca haber visitado un mercado como ese. Pero Samira odiaba las formalidades a las que estaba obligada por pertenecer a la familia que pertenecía. Seguro que muchas personas matarían por estar en su lugar pero, sin menospreciar los lujos de los que disfrutaba, le gustaría vivir por un día la vida de cualquiera de esas personas del mercado.

Se paró en uno de los puestos de la calle adyacente a la plaza, y se dio cuenta de que había bastante menos ambiente que en la calle principal; se asustó un poco porque un hombre la miraba de forma extraña y no sabía bien porqué… Quizás se había aventurado demasiado al meterse en aquella zona. Empezó a caminar hacia el final de la calle, mirando hacia atrás y dándose cuenta de que el hombre la seguía.; la gente no parecía darse cuenta de la situación y no le parecía buena idea ponerse a gritar como una energúmena en mitad del mercado.

Encontró al final de la calle, abarrotada de puestos, un callejón sin salida entre dos montones de mercancías que parecía dar a la espalda de aquella calle; el hombre pareció despistarse y pasar de largo. No sabía bien las intenciones de aquel hombre, pero era mejor no tentar a la suerte… Quedó unos minutos sentada en aquel oscuro callejón tratando de recuperar el aliento que se le había acelerado por la situación; y justo a sus espaldas escuchó a dos hombres hablar tras una columna de cestas de mimbre apoyadas en la pared.

-         No teníamos que habernos metido en eso… Creo que se dio cuenta de que ocultábamos algo.- decía un voz grave de un hombre.

-         ¡Vamos no te preocupes! Un chaval que se dedica saltar por los tejados y acostarse con mujeres por dinero no es un problema para nosotros.

-         Pero ¿y si Yussuf pregunta por Absir? Puede sospechar que nosotros lo contratamos.

-         ¡Cállate! El chico está muerto y ya está…

-         Pero ¿y si el chico dijo algo antes de morir? ¿Y si confesó que fuimos nosotros quien le hicimos el encargo?

-         No seas idiota, Mahudaj.- dijo el otro nombre, poniendo nombre a su interlocutor, al que Samira no podía ver.- Hace ya tres días que Absir murió; si Yussuf supiera algo, ya estaríamos muertos.

-         Te dije que no teniamos que haber intentado robar los documentos; teníamos un buen trato con Yussuf y quisimos más.

-         No sé en que está metido Yussuf pero, puedes tener por seguro, que si le descubrían nosotros caeríamos con él… Lo mejor era tener algo en nuestras manos que nos diera fuerzas ante él. O, al menos, saber donde nos estábamos metiendo.

-         Puede que tengas razón, pero no me quito de la cabeza a ese pobre chico… Es como si lo hubiéramos matado nosotros y es amigo de mi cuñado.

-         ¡No empieces otra vez con tu cuñado! Demasiado que no lo maté el otro día cuando me amenazó… Que se dedique a seguir alternando con las mujeres de los mercaderes que es lo único que sabe hacer.

Samira estaba sorprendida por aquella conversación que estaba escuchando; estban hablando de un asesinato con una frialdad que la acongojaba; uno de los hombres parecía llevar la voz cantante mientras el otro parecía estar algo arrepentido de lo que habían hecho… Absir, Yussuf, Mahudaj; ¿quién eran esos hombres? Samira tenía miedo, pero a la vez una excitación grañidísima porque estaba viviendo en persona una de las grandes intrigas que tanto había leído en sus libros.

Además estaba el hecho de que hablaban del hombre que “se dedica saltar por los tejados y acostarse con mujeres por dinero”… ¡Era él! Estaban hablando de aquel misterioso hombre que ella había ido a buscar al mercado; y, lo que más le sorprendió es que dijeran que se trataba de un “chaval”… ¿Qué edad tendría? Ella lo había imaginado como un hombre maduro y fuerte y puede que fuera sólo unos años mayor que ella.

-         Y ahora trata de guardar la compostura, ahí viene Yussuf y no quiero que vea en ti ningún gesto de duda… O seremos hombres muertos.- dijo el hombre más serio de los dos.

Samira sintió una punzada de interés por saber quien era ese personaje llamado Yussuf que tanto respeto le imponía a aquellos dos hombres; se levantó muy despacio de su escondite y se asomó entre los cestos de mimbre, colocados en una delicada columna.

-         ¿Quién era ese chico?- dijo una voz grave desde el fondo del pasillo.- ¡Decidme que sabéis ya quien lo contrato!

-         No… No sabemos quien lo contrató. Ese chico no pertenecía ni al gremio de ladrones ni nada; es un ladronzuelo de tres al cuarto. Puede enterarse que en esa casa había algo de valor y atreverse a robarlo.

-         ¿Me tomas por estúpido?- dijo el hombre al que llamaban Yussuf cogiendo del pecho a su interlocutor.- En esa casa había joyas, ropajes y monedas… Y el chico fue directo a por los documentos. ¿Quién sabía de la existencia de ese documento además de vosotros?

-         Nadie…  No sé, alguien pudo escucharnos hablar aquel día en casa de Mahudaj- dijo el hombre amenazado tratando de excusarse.

-         ¿Estás diciendo que hay un traidor entre vosotros? ¡Creo que no sabéis conde os habéis metido!

-         Señor Yussuf, confiamos totalmente en nuestros compañeros y en mis hermanos.

El espigado hombre soltó a su victima y se dio la vuelta para caminar pensativa hasta situarse muy cerca de la columna de cestos donde estaba escondida Samira; el corazón de la chica latía de forma desbocada porque el hombre se situó a escasos centímetros de su escondite, pudiendo sentir su aliento… De repente; Yussuf abrió los ojos de par en par como si hubiera descubierto algo; Samira estuvo a punto de salir corriendo en ese instante, pero el hombre se giró hacía sus interlocutores… No la había visto.

-         ¿Quién era aquel chico con el que tropecé en la puerta de tu casa, Mahudaj?- dijo Yussuf caminando hacía el hombre que había permanecido en silencio hasta ese instante.

-         Es… Es el hermano de mi mujer, pero es un crío, Yussuf… Él no…

-         Es un ladronzuelo y conocía a ese chico…- sentenció el hermano de Mahudaj, provocando que éste lo mirara con pavor.- Quizás pudo escuchar algo.

-         Quiero que averigüéis lo que sabes y, de todas formas, lo quiero muerto.- dijo Yussuf.- Recordad que no quiero testigos, cuando todo esto acabé seréis recompensados…

El hombre se marchó dejando a los dos hermanos en silencio sin saber muy bien que decir; Samira veía alejarse a Yussuf y se daba cuenta que, sin ser un hombre especialmente corpulento, le acompañaba un aura de poder que estremecía a cualquiera.

-         ¿Por qué has hecho eso? ¿Por qué has sugerido que mi cuñado sabía algo?

-         ¡Él no es tu familia! ¡Nosotros somos tu familia! Recuerda eso, porque cuando estés en problemas con Yussuf acechándote, no vendrá él para salvarte.

-         Lo sé, pero le estamos metiendo en un lío…

-         ¿Lío? Solucionaremos dos problemas: Yussuf creerá que el que encargó el robo está muerto y tu cuñado no volverá a amenazarnos más.

-         Estás… ¿Estás diciendo que quieres matarlo?- dijo tartamudeando Mahudaj.- No puedo hacer eso… Es el hermano de Zahara.

-         ¡Ya lo has dicho antes! ¿Y quien te ha dicho que lo vas a matar tú?- sonrió el hermano.- En Córdoba siempre hay alguien dispuesto a hacer el trabajo sucio por unas monedas.

-         Nadie lo matará por unas monedas; es un chico muy conocido en los suburbios…

-         Nadie lo matará, a no ser que se dedique a eso…

-         ¿Estás hablando de hablar con el gremio de asesinos? ¿Estás loco? ¡Me niego a hacer tratos con ellos! ¡Ya sabes que…!

-         ¡Oh, cállate por favor! ¡Siempre ha sido un cobarde!- gruñó el hermano mayor de Mahudaj.- Siempre anda por los tejados, saltando de un lado a otro… Puede sufrir un terrible accidente y nadie se extrañará…

Samira se asustó de lo que estaban diciendo esos hombres; hablaban de asesinar a ese chico que saltaba de tejado en tejado… Ella había salido para conocer el mercado y encontrar alguna pista sobre el misterioso “príncipe de los pícaros”, como lo llamaban las criadas de la ciudad, y se había topado con un plan para asesinarlo.

Comenzó a caminar hacia atrás, para salir de aquel escondite sin ser vista; pero tropezó con una cuerda que atravesaba el callejón y que servía de contrapeso para la columna de cestos de mimbre… Provocó que aquella montaña de artesanía se derrumbara, rompiendo la barrera que la ocultaba de aquellos dos extraños.

-         ¡¿Pero qué…?- dijo aquel hombre mirando el desastre y viendo a Samira en el suelo a unos veinte metros de ellos.- ¡Serás mal nacida! ¡Nos estabas espiando!

Samira se levantó corriendo, tratando de aprovechar la ventaja que tenía para poder llegar a la muchedumbre y perderse; el hombre gruñó furioso mientras echaba mano a su cimitarra y emitía un desagradable silbido que servía de llamada a alguno de sus secuaces… La chica llegó a la calle por la que había escapado antes de su acosador y trataba de llegar a la plaza.

-         ¡Cógela! ¡Qué no escape, idiota!- dijo el hombre acompañado de Mahudaj, refiriéndose a un hombre que había al principio de la calle.

La chica vio horrorizada que aquel hombre, al que los asesinos estaban llamando, era el mismo que la había perseguido antes y le estaba cortando el paso para acceder a la plaza… Sorprendentemente no había nadie a quien pedir ayuda; detrás de ella Mahudaj y su hermano le cortaban el paso y, por delante, aquel hombre le impedía llegar a un sitio con más gente donde esconderse.

Decidió jugársela con el hombre que tenía delante, porque era uno sólo y porque parecía no ir armado, como el hermano de Mahudaj. Corrió hacía él y, en el último momento se metió debajo de uno de los puestos del mercado andando a gatas para esquivarlo… El hombre golpeó con fuerza la madera del tenderete haciendo que se quebrara sobre ella, pero Samira consiguió salir por el otro lado antes de quedar atrapada.

-         ¡Maldito seas! ¡No la dejes que se escape o te mataré!- dijo una voz desde el fondo de la calle, cuando Samira salía a la plaza, mucho menos concurrida de lo que creía.

Aquel hombre gruñó y corrió tras Samira que no podía despistarlo y, lo peor, es que la gente, por la costumbre, la estaría confundiendo con una ladrona y no le prestaban ayuda. La distancia entre ellos era cada vez más corta y decidió meterme en otro de los callejones, sin saber si había salida… Mirando hacía atrás para ver si era capaz de despistar al hombre, entró en aquel callejón con el pánico dominándola por completo, lo que la hizo tropezar con algo y caer al suelo.

-         ¡Cuidado! ¡Mira por donde vas!- dijo una voz que se resultaba conocida.

-         Lo… Lo siento…- dijo la chica mirando al chico que también estaba sentado en el suelo, quejándose de un golpe en el hombro derecho que llevaba vendado.

Hixem la miró sorprendido cuando se dio cuenta de quien era; ya era demasiada casualidad, tropezar tres veces con la misma chica y, aunque en ese momento no tenía ni tiempo ni ganas para pensar en ello, se sintió abrumado por la profecía de Jezabel.

-         Tú eres…- dijo el chico sentado aún en el suelo, mientras veía a la chica levantarse con cara de autentico miedo.

-         Lo siento, debo irme…- dijo Samira corriendo callejón adentro, sin fijarse si aún la perseguían.

Dobló al final del callejón en ángulo recto para salir a otro callejón que parecía tener salida de nuevo a la plaza; pero, justo cuando iba a llegar a la salida, y la más que probable salvación, aquel hombre apareció ante ella cortándole el paso.

Samira giró sobre sus talones para tratar de huir por donde había venido, pero el hombre fue más rápido y, cogiéndola de la muñeca, la estrelló contra una pila de vasijas de barro, que se rompieron al caer sobre ellas. La chica, aturdida, veía al hombre que se acercaba lentamente a ella y no tenía salida alguna.

-         ¡Eh, tú! ¡Deja en paz a la chica!- dijo Hixem desde el fondo de otro callejón donde había tropezado con Samira.

-         ¡No te metas! ¡No es asunto tuyo!

-         Todo lo que pasa en esta zona del mercado es asunto mío.

-         ¿Ah sí? ¿Y qué piensas hacer?- dijo aquel corpulento hombre dirigiéndose hacía Hixem y dándole la espalda a Samira.

El chico miró hacia Samira fijando sus ojos en ella; la chica, aún desorientada se fijo en la pose desenfadada de aquel muchacho… Era el idiota con que había tropezado dos veces desde que llevaba en Córdoba. Se fijó en que le hacía un gesto con la mirada para que se apartara de la espalda del hombre. La muchacha como si supiera leer el pensamiento de Hixem, ando a gatas para echarse a un lado, porque tenía dañado el tobillo y no podía incorporarse.

-         ¡Ni se te ocurra moverte, zorra!- dijo el hombre amenazando a Samira de nuevo y tratando de acercarse a ella.

-         ¡Eh, cerdo!- dijo Hixem a unos diez metros, provocando que el hombretón lo mirara enfadado y fuera de sí.- ¿Quieres una manzana?

Al decir esto, Hixem sacó una apetitosa manzana de entre sus ropajes y jugó con ella en sus manos; después, con un gesto rápido, la lanzó contra aquel hombre pero pasándole casi un metro por encima de su cabeza.

-         ¡Fallaste! ¡Te voy a matar!- gritó el hombre, que veía que la sonrisa no se había borrado de la cara de Hixem.

-         Error, cerdo…- dijo el chico negando con un gesto de su dedo.- Yo nunca fallo…

Un gran crujido sonó a la espalda del agresor, que al mirar se dio cuenta que la manzana había impactado justo en el centro de la pila más grande de vasijas de barro; sólo tuvo tiempo de taparse horrorizado la cabeza, gritando, mientras una tonelada de cerámica caía sobre su cabeza, enterrándolo.

Hixem se acercó a Samira que seguía de rodillas en el suelo, sorprendida de la habilidad del muchacho.

-         Vaya, tú eres la niña malcriada del mercado…- dijo el chico poniendo de cuclillas junto a ella, acariciando su tobillo y provocando un escalofrío en Samira,

La ayudó a levantarse sujeta entre sus brazos, sin borrar esa sonrisa que tanto molestaba a Samira pero que, por alguna razón, le resultaba tremendamente tranquilizadora en ese momento… El olor de ese chico, el tacto de sus manos, el calor de su mirada… Era anestesiante

La tensión de la persecución, el miedo que había pasado, el golpe en su espalda y  el dolor de su tobillo hicieron que la vista se nublara y se sintiera desfallecer; Hixem puso sus manos en el trasero de Samira como un gesto inocente de sujetarla; pero ella, en su mareo, sabía perfectamente que había intención en aquella caricia… Las manos del chico sujetaban su culo y ella apoyó su cabeza en el pecho del chico, aliviada...  Se sentía a salvo en los brazos de aquel chico.

Antes de perder el conocimiento miró a los ojos de Hixem y, con gesto extraño que mezclaba orgullo y agradecimiento dijo:

-         I… Idiota.- perdiendo el sentido justo después.

***************

            Despertó en su cama y se asustó por no saber muy bien como había llegado allí; vio que a su lado estaba la criada que le había contado todo aquello sobre “el príncipe de los pícaros”… La miró extrañada y un poco asustada; el dolor de su tobillo le hacía saber que no había sido un sueño.

-         ¿Cómo he llegado aquí?- dijo ella un poco desconcertada.

-         Te trajo él…- dijo la criada señalando la ventana abierta.

Samira la miró con sorpresa y se levantó, tratando de no apoyar el maltrecho tobillo, para dirigirse a la ventana; se asomó al tejado y vio allí sentado a Hixem, que miraba el cielo despejado de la medina. Miró a la criada que le sonrió y asintió con la cabeza.

-         Sal a verlo… Es muy guapo.

-         ¿Cómo me trajo?- dijo la chica en voz baja para que Hixem no la escuchara.

-         Subió al tejado y me avisó para que la recogiera en la puerta…- dijo la criada con una sonrisa.- Después me dijo que se quedaría hasta que usted se despertara. Lleva ahí casi dos horas….

-         ¿Y Sara? ¿Le vio traerme?

-         No se preocupe; sé muy bien que usted se escapó y la metí por la puerta de servicio… No sabe nada.

La chica agradeció el gesto de la criada sin despegarse de la ventana y observando a aquel chico que miraba el horizonte con el hombro vendado; despertaba en ella un extraño sentimiento de cariño y orgullo… Nunca había conocido a ningún chico tan seguro de sí mismo y que, a la vez, pareciera tan frágil.

-         ¿Me ayudas?- dijo Samira desde la ventana para que Hixem la ayudara a salir al tejado.

-         ¡Vaya! ¿Ya estás mejor, niña malcriada?- dijo sonriendo el chico.

-         Si no te importa, prefiero que me llames Samira…

-         ¡Ah! Tienes nombre- dijo el chico ayudando a la chica sentarse en el tejado junto a él.

-         Sí, y tú también: Hixem… Un nombre que da miedo.

-         ¿Da miedo?

-         Sí, no sé por qué pero a Sara, la mujer que iba conmigo en el mercado le da miedo tu nombre… Le trae recuerdos.

-         Pues no sé…- dijo el chico encogiéndose de hombros.

-         Creo que debo darte las gracias, idiota…- dijo la chica con una sonrisa.- me has salvado la vida.

-         ¿Por qué te perseguía ese hombre? ¿Y que hacías sola en el mercado?

-         Preguntas demasiado…

El chico se quedó perplejo con la respuesta de Samira, que se puso seria; ella recordaba la conversación escuchada y sabía que, si la habían reconocido, la buscarian para matarla… Pero como confiar en un chico como aquel que casi no podía cuidar de él a la vista de su malherido hombro.

-         ¿Qué te ha pasado en el hombro?

-         Me caí y me lo disloqué… Duele.

-         Sí, debe doler… ¿Y qué es ese olor tan desagradable?- dijo la chica tapándose la nariz.

-         Es un ungüento que me ha preparado Jezabel para curar el hombro.

-         ¿Jezabel?

-         Sí, una buena amiga…- dijo el chico mirando al frente.- Deberías conocerla.

-         Jaja, lo tendré en cuenta…

Los dos muchachos guardaron silencio en aquellas tejas mientras se seguía oyendo el bullicio de las calles que estaban abajo. Hixem miró a Samira fijamente, y la chica le devolvió la miraba, un poco extrañada.

-         ¿Qué miras?- dijo Samira con gesto de sorpresa.

-         ¿Crees en el destino y en las profecias?

-         Bueno, nuestra religión se basa en las creencias en las profecías de Mahoma; él es el mensajero de Alá y como tal, son veneradas sus enseñanzas.

-         Vaya, has estudiado, ¿eh?- sonrió Hixem, sorprendido.

-         Sí, digamos que he dedicado mi vida a la cultura y a estudiar cualquier disciplina que se pusiera en mi camino… Arte, letras, religión.

-         Malcriada y sabelotodo…- susurró el chico.

-         Idiota y chulo…- contestó ella golpeándolo en el hombro.

-         ¡Aughhh!- se quejó él del golpe recibido en la articulación dañada.

-         Perdón…- se disculpó Samira, acariciando el hombro en el primer gesto tierno que había tenido con el chico.

Hixem la miró quedándose colgado de su mirada; la chica tuvo miedo de rechazar esos ojos, donde había encontrado más paz que en ningún momento de su vida; era como si ese chico le pudiera desnudar el alma… Sus labios se quedaron a escasos centímetros, y Samira podía sentir el suave aliento del chico… Pero, como si por momento algo de lucidez hubiera aparecido en su loca cabeza, se separó de Hixem, rompiendo el contacto visual con él

- ¿Y se puede saber como te has apañado para destrozarte el hombro?

-         Un gato me asustó y me caí de un tejado.- dijo Hixem con naturalidad.

Samira abrió los ojos como platos y por su mente pasó lo ocurrido la noche anterior: el ruido en el tejado, el golpe fuerte… Y aquel gato andando por su ventana. ¿Era ese chico el que la espiaba la noche anterior? Tragó saliva porque una gran sensación de excitación la recorrió de una punta a otra de su cuerpo. Ella creía que la podía estar espiando el misterioso “príncipe de los pícaros” y había sido aquel muchacho. Tenía más sentido que ese chico hubiera sufrido esa torpe caída que aquel forajido al que llamaban “príncipe”, del que la criada decía que nunca fallaba en sus intentos.

Eso explicaría, también, como supo llevarla hasta su casa porque, en su primer encuentro nadie dijo nada sobre su procedencia… Pero Samira decidió no poner en un aprieto al chico, aún sabiendo que, de haber sido él, la habría visto desnuda… Tenía que admitir que le gustaba la sensación.

-         ¿Sabes? Me resultas una persona extraña…- dijo Samira mirando a Hixem.

-         ¿Y eso?

-         Tan pronto estás alegre, como una sombra de pena aparece en tu cara.

-         Bueno, no son buenos días para mí. Ayer murió un amigo mío…

-         Vaya, lo siento… ¿Era un ladrón como tú?- dijo la chica sin medir sus palabras.

-         ¡Hey! ¡Yo no soy un ladrón!

-         ¿Ah no? ¿Y qué haces en los tejados? ¿Se puede saber?

El chico la miró cortado, porque no era capaz de decirle a aquella chica que entraba en las casas de las mercaderes ricas para follar con ellas a cambio de dinero… Si Jezabel tenía razón y esa chica tenía algo que ver con su destino, no le parecía una buena forma de empezar a conocerse.

-         Da igual, pero Absir no era un ladrón…- dijo el chico molesto.

-         ¿Absir has dicho?- dijo la chica sorprendida.- ¿El chico que mataron era tu amiga?

-         ¿Quién te ha dicho que lo mataron?

-         Lo…Lo has dicho tú…- dijo Samira que se dio cuenta de que había metido la pata.

-         No. Yo he dicho que había muerto un amigo mío… No que lo habían matado.- le dijo Hixem mirándola con los ojos abiertos.

La chica no sabía como salir de aquel embrollo, porque no quería contarle a nadie lo que había oído en aquel callejón; suponía que cuanta menos gente lo supiera menos peligro correrían. Como si alguien estuviera escuchando sus plegarias, una vez sonó desde dentro de la habitación.

-         ¡Mi ama! La señora Sara está subiendo hacía aquí…- dijo la criada asomándose a la ventana.

-         Tengo que irme…- dijo Samira viendo que era posible esa vía de escape.

-         Por favor, tienes que contarme lo que sabes…- le suplicó el chico sin acercarse a ella.

-         De verdad que no puedo, Hixem- dijo ella llegando a la ventana.

-         Por favor…- escuchó en un tímido lamento que le hizo volver la cara para mirar el chico.

Aquel orgulloso chico estaba de rodillas con la barbilla clavada en el pecho, sin mirarla, y llorando de forma suave mientras sus manos tapaban sus ojos; la sensación de impotencia le superaba y la chica se quedó mirando como Hixem estaba destrozado por la perdida de su amigo… Pero, si le contaba lo que había escuchado lo pondría en peligro; y no sabía porqué, no quería ponerlo en peligro… Ese chico le hacía sentir algo especial.

-         Está bien, Hixem… Mañana te lo contaré.- dijo Samira antes de entrar.

-         ¿Dónde?- dijo el chico levantando sus ojos llenos de lágrimas.

-         Ven a buscarme a mi ventana, te estaré esperando.- dijo la chica entrando en la casa, mientras la criada cerraba la ventana tras ella.

Corriendo se metió en la cama antes de que llegara Sara, que ya estaba entrando por la puerta.

-         ¿Qué te ha pasado? ¿Me han dicho que te has lastimado un tobillo?- dijo la mujer con gesto serio.

-         Sí, me lo torcí al salir del baño.- dijo la chica sin mirar a la cara a Sara.

-         Me estás mintiendo, Samira. Te conozco desde que naciste…

-         ¡No te miento!- dijo la chica tratando que ocultar cualquier rastro de culpabilidad de su rostro.

-         Señora Sara, es la verdad.- dijo la criada.- Yo estaba con ella en el baño; fue descuido mío…

Sara miró a las dos chicas que se miraban entre ellas; sabía que las dos le estaban mintiendo, pero no podía hacer nada. Si le decía algo de lo que sospechaba a Jubair, castigarían a Samira y, sabe Alá que tormento sufriría la criada.

-         Está bien… No quiero saber nada; pero no me mientas nunca…- dijo la mujer marchándose enfadada de la habitación.

La criada se disponía a salir también, cuando la chica la sujetó por el brazo, haciendo que se detuviera.

-         Muchas gracias, eres una amiga.- dijo la chica con gesto sincero.

-         Nunca… Nunca me había llamado así nadie.

-         Mañana vendrá de nuevo, por la noche… ¿Podrías…?

-         ¿Distraer a la señora Sara? Vale, lo haré…- dijo la sirvienta con una sonrisa mientras salía de la habitación muy despacio.

La chica la miraba marchar y se dio cuenta que había encontrado una confidente casi de su edad, con la que podía compartir secretos que no podía contarle a Sara, sin miedo a reprimendas.

-         Se llama Hixem…- dijo Samira como queriendo compartir un gran secreto con su nueva amiga.

-         Lo sé… Sé quien es…

-         ¿Lo conoces?

-         Sí, es el hermano de Zahara; la mujer de Mahudaj, el comerciante de telas…- dijo antes de marcharse.

Samira se quedó blanca como la pared… ¿Zahara? ¿Mahudaj? ¡Esos nombres los había oído antes… ¡Mahudaj era uno de los dos hermanos que hablaban! Y hablaban de matar  al hermano de Zahara, su mujer. ¡Por Alá! Hixem era el cuñado de Mahudaj…

-         ¡Claro! ¡Todo tiene sentido!- dijo la chica poniéndose de pie y sufriendo una punzada en su tobillo dañado, que la hizo sentarse de nuevo en la cama.

En su cabeza empezaron encajar las piezas como un puzzle y, como si tratara de ordenar sus pensamientos, hablaba en voz baja.

-         El chaval que salta por los tejados y se acuesta con mujeres; Hixem dijo que no era un ladrón, cuando le pregunté que hacía en los tejados.

Samira se tumbó en la cama con los brazos tras la nuca y mordiéndose el labio mientras seguía pensando… Ese chico era el cuñado de Mahudaj y, él mismo, había dicho que era amigo de Absir.

 Eso explicaba lo que hacía en su tejado la noche anterior y que aquel gato provocara su caída; y también daba sentido a la habilidad que demostró con aquel matón…. “Nunca fallo” Recordaba sus palabras; las mismas que decía su amiga sirvienta para referirse al personaje misterioso: “nunca falla en sus intentos” Pensó, por primera vez, en la barbaridad que aquel chico había hecho con una simple manzana… Samira esbozó una sonrisa nerviosa, mientras se incorporaba sobre sus codos.

-         Es… El príncipe de los pícaros

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            El hombre encapuchado les abría paso por aquellos oscuros pasadizos llenos de humedad y con olor a lodo; las ratas rozaban sus pies causándole escalofríos… Aquel sitio no era un lugar para comerciantes que aspiraban a lo más alto como ellos pero era necesario para mantenerse con vida.

            Su guía los dejó en una pequeña sala presidida por una mesa de madera y tres hombres sentados alrededor de ella.

-         ¡Vaya! Los orgullosos comerciantes nos visitan…- dijo el que parecía el jefe provocando las risas de los demás.

-         No nos gusta este sitio…- dijo Mahudaj, tapándose la nariz con repulsa.

-         Cómo comprenderéis hemos tenido que fijar nuestra reunión, lejos de nuestra casa…- dijo el hombre colocándose la capucha con una sonrisa déspota.

-         Bueno no hemos venido de visita…- dijo el hermano de Mahudaj, poco dado a que le tomaran el pelo.

-         ¿Ah no? ¿Y a qué habéis venido?- sonrió el enmascarado.

-         Sois asesinos, ¿no? Pues queremos que matéis a un hombre…

(CONTINUARÁ)

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Compañeros de piso. Capítulo uno.

Compañeros de piso (Prólogo)

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La calma y la furia

El principe de los picaros (Capítulo 2: Desafio)

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El principe de los picaros (Prólogo)

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El primero en... (Morir: Capitulo 10. Final)

El primero en... (Arriesgar: Capitulo 9)

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Regreso a casa (epílogo)

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Regreso a casa (capítulo 11: Pasado y futuro)

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Regreso a casa (capítulo 8: El error)

Regreso a casa (capítulo 7: Verónica)

Regreso a casa (capítulo 6: La consecuencia)

Regreso a casa (capítulo 5: Encuentros)

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