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Solos en casa (Cap 1: ¿Que me estás haciendo?)

en Amor filial

-         Procurad portaros bien, no queremos encontrar ésto hecho un desastre cuando volvamos.- dijo Elena, la madre de los chicos, al salir por la puerta hacia el coche.

Luis, el padre, se entretuvo dentro mientras cogía las llaves del auto y agarraba dos de las voluminosas maletas.

-         No sé tu madre para que lleva tanta cosa; ¡es solo una semana!- se quejó a su hijo Mario, que lo miraba con una sonrisa en los labios.- Espero que no la liéis mucho o, al menos, que todo esté bien cuando volvamos, ¿eh?

Marta, la hermana, se acercó a su padre y le dio un beso en la mejilla. A sus 23 años se había convertido en una chica preciosa, que se parecía mucho a su madre cuando era joven; con su pelo moreno largo y ondulado, con el flequillo corto cayendo sobre la frente. Un cuerpo muy bien proporcionado, con unos pechos grandes pero bien colocados, unas piernas largas y torneadas y un culo ancho pero respingón de las horas de aerobic que hacía en el gym, a pesar de nunca le había gustado.

-         Sí, papá, no te preocupes. Todo irá bien.- dijo la chica sabiendo que con esa voz melosa su padre no le negaba nada.

-         Marta, cariño… Que te conozco; me da igual que organicéis una fiesta de las vuestras, pero que no tengan los vecinos que llamar a la policía.- dijo el padre sacando de su cartera dos billetes de 100 euros.- Esto para la fiesta, para que no os gastéis el dinero que os ha dejado vuestra madre en bebidas.

-         ¡Muchas gracias, papi!- dijo Marta abrazando a su padre.

-         Y tú, Mario, cuida de tu hermana…

-         Vale, papá- dijo dándole también dos besos.

-         ¿Por qué tiene que cuidar mi hermano de mí? ¡Es más pequeño que yo!- protestó Marta arrugando el entrecejo.

-         Porque no me fío de ti un pelo, enana…- le dijo el padre apretándole una de las mejillas.- Me voy ya, que tu madre se va a enfadar.

El padre se marchó, saludando de nuevo, mientras los dos hermanos se quedaban solos en casa; Marta observó a su hermano sentarse en el sofá y ponerse sus auriculares. Siempre vivía pegado a ese iPod, aislado del mundo por lo que era difícil entablar conversación con él… A veces se preguntaba, en broma, si su hermano no habría sido fruto de un desliz de su madre con otro hombre.

Mario tenía 19 años, un pelo moreno rapado muy corto y un cuerpo espigado pero muy fibroso más por genética que por práctica de algún deporte, que ella supiera. Siempre había sido el ojo derecho de sus padres, porque llevaba las notas perfectas y cumplía con sus obligaciones en casa, aunque luego los fines de semana, volvía tan tarde o más que ella… No hubo enfados cuando se presentó con el piercing en su lengua y en la ceja; Marta lo veía injusto, pero sabía que Mario era un buen chico que cumplía con lo que sus padres mandaban y, además, siempre la había cubierto en sus líos.

Lo que sí le sacaba de quicio era la música que escuchaba y su extraña manera de vestir; siempre vestido con ropa ancha de equipos de rugby o de baloncesto y esos pantalones, sujetos con la correa y que dejaban ver gran parte de sus boxer. Y la música era lo más raro del mundo: nombres extraños de grupos americanos, de esos que gritaban en vez de cantar y que aporreaban la batería como si le fuera la vida en ello.

-         Mario, despierta…- sacudió Marta a su hermano que estaba con los ojos cerrados escuchando la música de los auriculares.

-         Dime, pesada…- dijo el chico mirando discretamente el escote de la camiseta de su hermana que estaba inclinada para hablarle.

-         Voy a organizar una fiesta…

-         Vale, ¿y a mí qué?

-         Bueno, como tienes que vigilarme, supongo que deberás quedarte aquí conmigo.

-         Papá no dijo vigilarte, dijo cuidarte… Es distinto.

-         Pero, ¿vas a salir? ¡Venga! ¿Por qué no te quedas aquí con tu hermanita y sus amigas?- dijo la chica sentándose en las rodillas de su hermano que no se inmutó

-         Tú lo que quieres es que traiga a mis amigos a tu fiesta, para las leonas de tus amigas.- dijo muy serio el chico sin mirar a su hermana, porque miraba sus piernas.

-         ¿Me estás mirando las piernas, hermanito?- rió Marta al ver la mirada de su hermano.

-         Pues sí, eres muy guapa y tienes un cuerpazo…- sonrió el chico levantando a su hermana de encima.- Pero no me lies, que conmigo no te funciona tu voz melosa.

-         Jajaja, eres un pervertido… ¡Venga porfa, venid a mi fiesta!- dijo Marta, abrazando a su hermano por la espalda y pegando sus tetas a él.

Sabía que ponía nervioso a su hermano y no podía evitar una pequeña sensación de morbo; todo lo achacaba a las hormonas de la edad que hacían que el chico se sintiera atraído por cualquier mujer apetecible. Pero siempre había visto las miradas de su hermano como algo que no le preocupaba; de hecho algo bastante excitante, pero carente de peligro. Por supuesto, por su cabeza no pasaba el pensamiento de hacer nada con él, porque sabía que Mario sabría mantener el límite, además de la más que posible nula experiencia del chico en el terreno sexual; pero no dejaba de pensar si no era un poco enfermizo esa situación.

-         ¡Está bien! Se lo diré a estos, pero no te prometo nada.- dijo el hermano tratando de liberarse de su hermana, porque se estaba empalmando.

-         ¡Gracias hermanito!- dijo Marta separándose también y dándole un manotazo en el culo.- Tú tampoco estás nada mal, ¿eh?

Mario se quedó helado mientras su hermana subía las escaleras contoneando las caderas; sabía que Marta jugaba con él, que lo hacía por el simple capricho de sentirse deseada; como si no le fuera suficiente con tener detrás de ella y de sus amigas a casi toda la facultad… Él sonreía porque su hermana no sabía nada de él y jugaba, como con otros chicos de su edad, a escandalizarlo con temas sexuales que él conocía de sobra.

Subió a su habitación mientras escuchaba el agua de la ducha, donde estaba su hermana. Se agachó para recoger las braguitas que Marta había dejado tiradas por el pasillo; sabía que eso no lo hacía como provocación, nunca llegaba hasta ahí, sino por lo desordenada que era… La tuvo en su mano un instante, se le pasó por la cabeza acercarse para olerlas, pero se arrepintió: no estaba tan enfermo. Las colgó del picaporte de la puerta de la habitación de su hermana y se encerró en la suya.

Marta salió de la ducha liada en la toalla; al apagar la música que tenía puesta en el aseo, escuchó la insoportable música que escuchaba su hermano y resopló.

-         Desde luego como tenga para todo el mismo gusto…- dijo la chica saliendo del baño y viendo sus braguitas en su puerta.- Vaya, ya está aquí el hermanito ordenado…

Sonóla Blackberryque llevaba en la mano y respondió a la llamada, porque era su amiga Sara.

-         Dime…

-         ¿Ya se han ido tus padres?- dijo Sara desde el otro lado de la línea telefónica.

-         Sí, sí… Hace un rato.

-         ¿Y vamos a hacer esta noche la fiesta?

-         Sí, te iba a llamar ahora… Acabo de salir de la ducha.- dijo Marta, secándose el pelo con una toalla sin desliarse la otra del cuerpo.- Quedamos para hacer la compra, ¿no?

-         ¿Van a venir tu hermano y sus amigos?- dijo Sara, interesada en saber.

-         Pues no sé, yo ya se lo he dicho pero ya sabes lo rarito que es… Dijo que hablaría con ellos.

-         Tía, dile que vaya contigo a hacer la compra y así lo vas convenciendo.

-         No va a querer…

-         ¡No seas gilipollas!, sabes muy bien que eres su ojito derecho… No es capaz de decirte que “no” a nada.

-         ¿Y ese interés en que venga mi hermano?- dijo algo celosa, Marta.

-         Bueno, siempre es bueno conocer gente nueva…- rió Sara.

-         ¡Serás zorra!

-         Jajaja, no te enfades… Te juro que tu hermano está vetado.

-         ¡Más os vale! Sólo es un chaval…

-         Sí, sí… Un chaval, si tú supieras el chavalito…- dejó caer su amiga.

-         ¿Qué es lo que tengo que saber?

-         Nada, nada… Sólo llámame con lo que sea…

-         ¡No seas cabrona, Sara! ¿Qué tengo que saber de mi hermano?

-         ¿De verdad crees que tu hermano es virgen? Anda, cuando sepas la hora me llamas.

-         ¿Y tú como sabes eso?- dijo Marta, sorprendida sin obtener respuesta porque Sara había colgado.

Marta estaba a medio camino entre intrigada y enfadada con sus amigas; todas eran una cotillas y no quería que su hermano fuera uno de los tíos con los que ellas jugaban… Decidió hacer lo que su amiga le había dicho y pedirle a su hermano que fuera con ella a comprar; tenía razón en que Mario, casi nunca le negaba nada.

Se puso un pantalón corto de deporte y una camiseta de tirantes sin sujetador debajo y fue a avisar a su hermano. La música infernal de su hermano resonaba en todo el pasillo y Marta volvió a suspirar; abrió la puerta del dormitorio, haciendo que el volumen llegara a sus oídos de forma más directa.

-         Oye, Mario…- dijo Marta, sin que su hermano la escuchara y antes de mirar.

Marta se quedó estupefacta al ver la escena que había ante ella; la música a todo volumen, el ordenador encendido reproduciendo una película porno donde una rubia estaba mamando una polla de forma compulsiva, y su hermanito masturbándose muy despacio una enorme polla entre sus manos. Por un instante, no supo que hacer aunque Mario no se había dado cuenta de nada, porque tenía unos auriculares puestos, para que el audio de la película no se escuchara… Un escalofrío recorrió la nuca de Marta que no podía dejar de mirar esa polla sacudida por su hermano. Salió de la habitación sin hacer ruido y se metió en su cuarto, cerrando la puerta con el seguro.

-         Joder, joder… Joder…- repetía Marta que se había echado en la cama.

Se sentía extraña, porque nunca había visto a Mario como un hombre; era como si su pensamiento bloqueara esa parte masculina de su hermano… Él no se masturbaba, él no veía porno… ¡Y una mierda! Acababa de verlo haciendo una paja brutal. Sintió que se mojaba y la sensación le hizo ruborizarse. ¿Cómo había llegado a eso? ¿De verdad se sentía excitada por ver a su hermano? Ahora entendía como se sentía Mario cuando ella jugaba con él a esas inocentes provocaciones.

El corazón de latía a cien por hora y, no sabía porqué, su cabeza le decía que no se alejara de su hermano; quería estar cerca de él, interesarse por sus cosas… ¿Una obsesión repentina?

Se puso unos vaqueros de talle bajo, una camiseta de tirantes y una rebeca, porque empezaba a hacer algo de frío en la calle; sin atreverse a ir, de nuevo, a la habitación de Mario le mandó un mensaje conla Blackberrypidiéndole que la acompañara a hacer las compras para la fiesta de esa noche de viernes… No contestó, pero en menos de dos minutos llamó a la puerta de su habitación. Marta pensó que eso debió haber hecho ella, para no llevarse la tremenda sorpresa que se había llevado.

-         Pasa…- dijo Marta que aún no era capaz de controlar los latidos de su corazón.

-         ¿Para hablar conmigo tienes que usar también el móvil?- dijo Mario muy serio.- Que sí, que voy contigo a comprar, ¿estás lista?

-         Sí…- dijo la chica que miraba a su hermano de forma extraña, seguía esa sensación de morbo y alucinamiento.

-         ¿Se puede saber que te pasa? ¡Venga que no tengo todo el día!- dijo Mario cogiendo de la mano a su hermana y levantándola de la cama donde estaba sentada.

Una media hora después ya estaban empujando un carro por los pasillos del supermercado, viendo las estanterías de las bebidas… Marta había ido todo el camino callada y eso, aunque le venía bien porque era más reservado, sorprendió a Mario. De todas formas, nunca se había metido en los problemas de su hermana pero le preocupaba esa actitud distante.

-         Oye, ¿cuántos van a venir a la fiesta?- dijo el chico empujando el carro mientras su hermana echaba dos paquetes de patatas.

-         No mucha gente… Vamos, iban a venir Sara, Elisa y Merchu…- dijo Marta que seguía seria sin mirar a su hermano.- No es un fiestón, solo comprar unas botellas y poner música.

En ese momento, en uno de los pasillos se encontraron con David, uno de los amigos de Mario; era un antiguo compañero del colegio que había mantenido la amistad con él y hace tiempo que tocaban en un grupo de música… Se saludaron chocando fuerte sus manos y acercando sus hombros, como en una especie de saludo de habitantes del Bronx que despertó la primera sonrisa en Marta.

-         ¿Qué pasa, David? Estaba hablando con mi hermana de que nos hemos quedado solos; vamos a hacer un botellón en mi casa, ¿te apuntas?- dijo Mario, mientras David miraba a su hermana.

Ese pantalón vaquero ceñido, esa camiseta que dejaba ver un buen escote, a pesar de la rebeca abrochada; Marta siempre había sido una chica que había llamado la atención de los amigos de Mario. Él tenía que aguantarse, porque era parte por el morbo de ser la “hermana mayor de su amigo” y parte por la actitud provocadora de ella. Le gustaba jugar con esos chicos… Pero, ahora, no era así porque Marta ni siquiera se había parado a observar a David, lo cual extrañó a Mario.

-         Sí, supongo que sí… Tampoco teníamos nada planeado, ¿no? Así descansamos para el sábado.- dijo David, mirando sin reparo a Marta.- ¿A qué hora habéis quedado?

-         Pues no lo sé… Son las amigas de mi hermana. ¿A qué hora habéis quedado, Marta?- dijo Mario.

-         A las once…- dijo la hermana que, por primera vez, miraba a David pero sin iniciar ninguno de sus tonteos.

-         Ya lo sabes, David.- dijo Mario que miró aún más preocupado a su hermana.- ¿Puedes llamar tú a éstos? Con las compras no me va a dar tiempo.

-         No te preocupes, he quedado con ellos en las pistas de skate para tomar una cerveza, ¿te vienes?

-         No, paso… Hoy estoy con mi hermana.- dijo Mario, provocando que Marta lo mirara sorprendida, a la vez que una sensación extraña llegaba a su pecho.

-         Vale, vale… Yo también lo haría…- rió David mirando el culo de Marta mientras se iba.

-         ¡Lárgate, si no quieres cobrar!- dijo Mario riendo por la ocurrencia de su amigo.- ¡A las once, recuerda!

David levantó el pulgar por toda respuesta, mientras se perdía entre la gente del supermercado; Mario no tardó en fijarse de nuevo en la expresión vacía de su hermana, sabía que le pasaba algo porque no era normal que no hubiera hecho ningún comentario jocoso sobre las miradas de David y, mucho menos, que no se hubiera insinuado… Nunca había tenido la confianza para hablar con su hermana de sus problemas, pero era porque nunca había hecho falta; el carácter jovial y desenfadado de Marta siempre había sido inmune a cualquier preocupación o, al menos, a que se notara en el exterior.

-         Marta, ¿te pasa algo?- dijo Mario, parando el carro, que ya estaba cargado de cosas que Marta había ido echando.

-         No seas pesado, ¿qué me va pasar?- dijo de malos modos la chica.- Además, ¿desde cuando mi hermano se preocupa de lo que me pasa o no?

-         Está bien… No sé para que me meto, ¡haz lo que te de la gana!- dijo el chico empujando el carro de mala manera y llegando a la caja.

El silencio permaneció entre los dos, mientras ponían las cosas en la cinta de la caja, pagaban y lo volvían a meter en el carro para llevarlo al coche.

-         Lo siento…- dijo Marta, cuando iban camino de la salida.- Mario, tómate una cerveza conmigo.

-         No me gusta la cerveza…- dijo Mario con cara de pocos amigos.

-         ¡Vamos, nene! Quiero pedirte perdón, no me hagas que me tire al suelo y patalee, sabes que lo haría.

Mario suspiró y sonrió ante la perspectiva de que su hermana Marta estaba tan loca que era capaz de hacer eso… Miró a su alrededor y vio una mesa alta de la terraza de un bar del centro comercial, bastante vacío.

-         De acuerdo…- dijo el chico empujando el carro hacía la mesa, pero sorprendido porque su hermana no hizo ninguno de sus gestos cariñosos, que solían avergonzarle, cuando le daban la razón.

Pidieron una cerveza y una coca cola y se sentaron en la mesa alta; los dos hermanos se miraron, sin decir nada, y dieron un sorbo a cada bebida.

-         ¿Qué piensas de mí?- dijo de sopetón Marta, haciendo que Mario casi se atragante con la coca cola.

-         ¿Cómo?- contestó con otra pregunta el hermano.

-         No es tan difícil… Quiero saber que opina mi hermano de mí.- dijo la chica mirándolo a los ojos.- ¿Crees que soy una calientapollas?

-         Pero, ¿qué dices, Marta? ¡No me preguntes esas cosas!

Marta le cogió la mano a su hermano, que había hecho el amago de levantarse; ese gesto hizo que el chico se sentara de nuevo, pero no que mirara a la cara de su hermana.

-         Para mi es muy importante saber lo que piensas…

-         Pero, ¿por qué dices que eres una calientapollas? ¿Quién te ha llamado así?- dijo el chico enfadado.

-         ¡Vamos, Mario! Yo sé muy bien lo que algunos de tus amigos piensan y otros tíos; a nosotras nos gusta jugar con chicos y seducirlos… Ya sabes…

-         No, no sé… Te recuerdo que yo no me muevo por los mismos sitios que tú.

-         ¿Te molestan mis juegos? Cuando soy cariñosa contigo… Esta mañana me mirabas las piernas… ¿Te excito?

-         ¿¿Pero que dices??

-         Habla más bajo, idiota.- dijo la chica poniendo la mano en la boca de su hermano, mientras la gente miraba por el grito del chico.

-         Vale… Pero, no me puedo creer que me estés diciendo esto.

-         No es tan difícil de responder. Sólo quiero saber si alguna vez te he molestado haciendo esas cosas.

-         No… O sea, sí… ¡No sé!- dijo el chico de forma atropellada.- ¡Eres mi hermana, por dios!

-         Bueno, vale…

-         ¿Esto es uno de tus juegos?

-         ¿Cómo puedes pensar eso, Mario?- contestó muy ofendida y con lagrimas en los ojos, levantándose.

Llegaron a casa otra vez casi sin hablar; los dos hermanos enfadados y, sobre todo ella, que aguantaba el llanto. Mario se sentía incomodo, ya que nunca había discutido con su hermana; el aspecto desenfadado de ella siempre había superado cualquier riña de hermanos. De hecho, le desesperaba que siempre riera a pesar de las discusiones… Él era más dado a enfados y a tener días malos, en los que se encerraba en su habitación y no quería saber nada del mundo. Esos días, para Marta, era como un fantasma, como si no existiera.

Pero, esta vez, era Marta la que se encerró en su habitación mientras Mario colocaba las cosas que habían comprado; no era como las otras veces, que lo hacía para librarse del trabajo, sino que estaba realmente enfadada. Y lo peor, es que era con él… Y él quería mucho a su hermana, porque para Mario siempre había sido el espejo en el que mirarse socialmente, aunque para sus padres dejara mucho que desear.

Cogió un botellín de cerveza bien frío de la nevera y subió al cuarto de su hermana, que tenía la puerta cerrada. Solo se escuchaba la música de Amaral, grupo que él particularmente odiaba; llamó con los nudillos a la puerta y la voz de su hermana le dijo que pasara. Mario entró y Marta estaba echaba en la cama dándole la espalda y con un short puesto que mostraba buena parte de sus nalgas. Resopló sin hacer ruido al ver esa imagen; ¿qué si le excitaba? ¡Pues claro que le excitaba! Nunca había tenido pensamientos obscenos con ella, pero no podía evitar que le gustara el cuerpazo de su hermana.

-         ¿Qué quieres?- dijo enfadada Marta sin mirar a su hermano, y siguiendo con la cabeza pegada a la almohada.

-         Traía una cerveza para que nos la tomáramos.- se excusó Mario sin avanzar desde la puerta.

Marta se incorporó de la cama y uno de los tirantes de su camiseta se bajó mostrando su hombro, donde los ojos de Mario se clavaron: siempre había sido la parte de una mujer que más le había gustado. Ella se secó las lágrimas que corrían por sus mejillas.

-         ¿Estás llorando?- dijo compungido Mario, que se sentía culpable.

-         Olvídalo, siéntate aquí.- señaló la cama Marta que le había encantado que su hermano diera el paso de querer hablar con ella.- Creí que no te gustaba la cerveza.

-         Y no me gusta…- sonrió Mario, mientras se sentaba y le daba un trago a la cerveza, poniendo una cara extraña por el sabor amargo.

-         ¿Por qué has venido?

-         Me tienes preocupado… Sé que quizás es una gilipollez y que no debo meterme en tus asuntos, pero no soporto verte así. Siempre has sido la alegría de la casa, y estás como ausente… Y después dices lo de calientapollas. No sé, no quiero que ningún tío te haga daño.

-         No es nada de eso, ¿de verdad crees que me importaría que un tío me dijera calientapollas?

-         Entonces, ¿qué te pasa?- dijo el chico al que Marta le había quitado la cerveza para beber.

-         Te he visto…

-         ¿Qué me has visto? No te entiendo…

-         Esta mañana… Te he visto haciéndote una paja.- dijo la chica con naturalidad.

Mario abrió los ojos como platos mientras le levantada de un salto de la cama; pareció querer decir algo, mientras seguía pálido como un muerto, pero se dio la vuelta y se dirigió a la puerta.

-         Por favor, Mario no te vayas… No es ninguno de mis juegos…- susurró Marta, haciendo que su hermano se detuviera y la mirara desde la puerta.- Por favor…

El chico volvió a  sentarse en la cama, mientras en su cabeza bullían miles de ideas… Le arrebató la cerveza de las manos a su hermana y casi se la bebió de un trago.

-         Te juro que ha sido sin querer… Ya sabes que siempre entró sin llamar, pero no podía saber que…

-         Joder, Marta es que es muy fuerte… Lo siento, yo…

-         No pasa nada, sólo quería saber si mis roces de antes han tenido algo que ver.- dijo la chica mirando para abajo.

Entonces fue cuando el chico comprendió todo. Marta creía que esa paja había sido por ella, quizás se sentía culpable por haber sido ella la causante de eso. Y, la verdad es que,  no era el caso… De hecho, nunca lo había sido. Aunque ahora la idea de masturbarse pensando en su hermana había aparecido en su cabeza.

-         ¿Por eso era todo lo de calientapollas y eso? ¿Por eso has estado así de rara? ¡Marta, por favor! ¡No me masturbo pensando en ti!

-         O sea, que no te gusto.- dijo Marta sonriendo y mordiéndose el labio.

-         Hermanita, no juegues…- dijo Mario que sabía el cambio de actitud de su hermana.

-         Vale, vale… Sólo es que me he quedado helada; o sea, entiéndeme. Tú para mi eres una ameba…

-         ¡Ah, gracias!- dijo Mario ofendido.

-         Joder, no te enfades… Me refiero a que eres mi hermano; sigo viéndote como aquel enano que rompía cosas por casa, que dormía en mi habitación y que jugaba con juguetes… Y, de repente, te veo con… Bueno, ya sabes… Con eso en la mano…- dijo haciendo el gesto simulado de una paja, agitando la mano.

-         Sigo sin saber, por qué supones eso… Marta, me has pillado haciéndome una paja… Pero, nunca he pensado en ti, te lo juro… Tengo 19 años, ¡me mato a  pajas! Me has pillado, lo siento.- dijo el chico sonriendo.

-         Me ha gustado…- dijo Marta.

-         ¿¿¿Qué???- se escandalizó Mario, haciendo que Marta se diera cuenta del sentido que había tomado de sus palabras.

-         No, no, espera…- dijo la chica ruborizada.- Me refiero que me ha gustado, ver que ya no eres una ameba. Me ha gustado que eso haga que hablemos en serio, por primera vez, en nuestra vida… Estoy orgullosa de mi hermano y me gustaría que confiáramos más el uno en el otro.

-         Ah, vale… Me has asustado…

-         ¡Venga! No seas tan engreído… ¡No las tienes tan grande!- bromeó Marta.

-         Marta, ¡por favor, déjalo ya!- dijo el chico incomodo.

-         Bueno, que sepas que te voy a seguir tocando el culo y haciendo lo que me de la gana…- sonrió Marta echando la cabeza en las piernas de Mario que, sin poder evitarlo, dio un respingo.- ¿Te puedo preguntar una cosa?

-         Verás tú… Te veo venir…- dijo el chico sabiendo que el sexo era uno de los temas de conversación favoritos de su hermana.

-         ¿Qué es lo que no sé de ti? Sara me dijo que si supiera algo de ti… ¿Qué es?

-         ¿Sara? ¿Tu amiga? ¡Te juro que no he hecho nada con ella!

-         ¡Ah! Pero, ¿has hecho algo con alguna?

-         ¿Y a ti que te importa?- dijo el chico levantándose riendo, dejando caer la cabeza de su hermana sobre la cama, y saliendo de la habitación.

Marta se levantó de la cama y echó a correr detrás de su hermano, que ya iba por el pasillo, riendo… Se lanzó en la espalda de Mario montando a caballito y agarrándose a su cuello. El chico, instintivamente, echó las manos hacia atrás para coger a su hermana de las piernas, desnudas por el short, y subirla bien.

-         ¿Qué haces, loca? ¡Nos vamos a caer!- rió Mario, que iba camino de la ducha.

-         ¡Venga, dímelo! ¡Por faaaaaa!- gritaba Marta sin descolgarse de su hermana.

-         Vale, vale… Pero bájate, que me haces daño… - se excusó que empezaba sentir como el roce de los muslos de su hermana en los costados empezaba a gustarle demasiado.

La chica se descolgó con una risa traviesa, mientras miraba a su hermano dando saltitos delante de él. Mario sonrió, porque cuando Marta se ponía así con su pose de niña buena caprichosa era capaz de conseguir de su padre o de él lo que quisiera.

-         Está bien… Tienes derecho a dos preguntas. Pero no pienso decirte el nombre de nadie, ¿de acuerdo?

-         Vaaaaale…- dijo Marta, no muy conforme con las normas impuestas por su hermano y poniéndole morritos.

-         Venga, pregunta- dijo Mario, dentro del cuarto de baño con la puerta abierta.

-         Cuando dice Sara que si yo supiera, ¿se refiere a que no eres virgen?- dijo la chica con una sonrisa.

-         Sí, se refiere a eso…

-         ¿¿No eres virgen??

-         No, no lo soy… Y esa ha sido tu segunda pregunta.- dijo haciendo el amago de cerrar la puerta.

-         ¡Ey, ey! ¡Eso es trampa! ¡ha sido la misma repetida…!- protestó Marta, poniendo el pie para evitar que su hermano cerrara la puerta.

-         Venga, última oportunidad… Una más…

-         ¿A cuantas te has follado?- preguntó la chica dejando alucinando a Mario, que no sabía que contestar.- Has dicho nada de nombres, pero a eso si puedes responder.

Mario seguía serio mirando a su hermana que estaba allí plantada; ante la pasividad de su hermano, Marta levantó su mano con dos dedos extendidos para indicarle si esa era la cantidad… El chico sonrió ante la ocurrencia de su hermana.

-         No he preguntado…- dijo Marta riendo.

El muchacho miro a su hermana, su cara de muñeca, sus piernas y esa mano extendida. Acercó su mano a la otra de su hermana y la hizo levantar las dos manos, mientras Marta no sabía lo que hacía… Después cogió la mano izquierda que acababa de hacer que levantara y le hizo desplegar la palma con los cinco dedos, mientras le mantenía firme la otra mano con los dos dedos que ella había sugerido.

Marta se miró las manos, alucinada… Fue a decir algo y se encontró con la sonrisa de su hermano mientras le cerraba la puerta del baño en las narices. ¿Siete? ¡Debía estar bromeando! La cabeza de Marta trataba de asimilar la información, mientras pensaba en posibles candidatas.

-         ¡Joder, pero si el niñato ha follado más que yo!- dijo Marta mientras se marchaba hacia su habitación.

Se tumbó en su cama como estaba antes, pero esta vez sin lágrimas en sus ojos; seguía con esa media sonrisa pensando en las conquistas de su hermano. Pero, ¿qué tenía de especial para haberse llevado al huerto a siete tías? Bueno, guapo sí era pero su carácter tan reservado y cortante, a veces… Lo que más le intrigaba es que Sara supiera eso y que su hermano no quisiera dar nombres. ¿Sería alguna de sus amigas? Eso era imposible, porque siempre salían juntas.

Se sentía alterada por haber descubierto esta nueva faceta de su hermano; ella lo creía vergonzoso con las mujeres y resultó todo un follador… Bueno, esa noche en la fiesta con sus amigas podría tratar de adivinar quien había podido ser. Se mordió el labio al pensar que empezaba a excitarle la idea de pensar en su hermano haciéndolo con alguna de ellas. Saber que las caricias sobre él tenían reacción y que no era un simple niño al que calentaba sino todo un hombre plenamente desarrollado.

Volvió a su cabeza la imagen de su hermano masturbándose mientras veía esa escena porno en su ordenador… Y, de repente, una idea pasó por su mente: su ordenador. Él estaba en la ducha y ella podría cotillear mientras, para tratar de ver que escondía allí su hermano… Pegó su oreja a la puerta del baño y aún se escuchaba el agua de la ducha; su hermano era un adicto a las duchas interminables y cuando cortara el agua, aún tendría cinco minutos para salir de su habitación.

Entró en la habitación, mientras reía y tarareaba la canción de Misión Imposible… Miró la habitación perfectamente ordenada de su hermano, cosa que la hizo reír porque esa era la imagen que siempre tenía ella de él: chico ordenado, meticuloso. Después miró sorprendida todos los pósters que adornaban su habitación y todos eran grupos musicales extraños de esos que él escuchaba.

-         ¿Slipk… Slipknot?- trató de leer uno de los posters, mientras encendía el ordenador y veía sorprendida a esos hombres con mascaras horrendas y esos monos de color rojo.- ¿Eso es un grupo de música o una peli de miedo? ¡Madre mía!

El ordenador se inició y Marta se sorprendió al ver, de fondo de escritorio en la pantalla, una foto de su hermano sin camiseta y tocando la guitarra eléctrica con una expresión desatada; tenía un  tatuaje justo bajo el ombligo y ella nunca se había dado cuenta. ¿Ese era su hermano? Parecía una persona totalmente distinta; nunca había visto a su hermano así. Con una tipografía extraña, al pie de la foto había escrito un nombre: Limbo… Miró a los posters y vio que, en todos, aparecía el nombre de las bandas.

-         ¿Mi hermano toca en un grupo de música?- dijo Marta, sorprendida de descubrir cosas que desconocía de su hermano.

Fue mirando algunas carpetas, sin descubrir nada más que documentos de texto de la universidad y algunas fotos y canciones de esos grupos… Hasta que encontró otra carpeta más escondida con fotos de chicas desnudas; a casi ninguna se le veía la cara por lo que era de suponer que eran amateur. Marta estaba alucinando con las poses de esas chicas, que no eran mayores que ella: muy explicitas y morbosas. Iba pasando las fotos hasta que descubrió una  carpeta nueva donde había una foto de un primer plano de una polla; era de un tamaño respetable, de hecho bastante grande con el capullo brillante y durísima, que no cabía en la mano que la rodeaba. Se quedó anonadada de esa foto y, más aún, cuando vio el tatuaje que había sobre el pubis… Unas alas de un ángel y una letra japonesa…Minimizó rápidamente la ventana de la foto y ese mismo tatuaje era el que su hermano llevaba sobre el ombligo. Volvió a abrir la foto, mientras sentía como su short se mojaba. ¡Estaba viendo una foto de la polla de su hermano!

Tuvo que cerrarla sin pensarlo, porque estaba empezando a sentirse mal de haber entrado allí. Pulsó el botón del ratón para cerrar la carpeta y, cuando se disponía a cerrar las fotos, saltó la siguiente foto de una chica y fue cuando Marta creyó que se moría… ¡Era su amiga Merchu!, en tanga y chupándose sus propios pechos con cara de viciosa mirando a la cámara.

-         ¡La madre que la parió! ¡Será zorra!- dijo Marta fuera de sí, sintiendo una sensación de celos que nunca había experimentado con ninguno de los tíos con los que había estado.- ¿Pero que coño es esto?

La hermana de Mario se terminó de escandalizar cuando vio en el fondo de la foto, aquel póster de aquellos enmascarados con el mono rojo… Miró la foto y se giró para ver la pared de la habitación de su hermano. ¡Concordaban! ¡Esa foto se la había hecho en esa habitación! Pero, ¿cuándo? ¿cómo? ¿por qué?

Escuchó como se cortaba el agua de la ducha y se dio prisa en apagar el ordenador, para dejarlo todo como estaba… Salió de la habitación a toda prisa y se refugió en la suya cerrando con el seguro.

El corazón le latía a mil por hora… Todas esas imágenes se agolpaban en la cabeza mientras se tumbaba en la cama: la polla de Mario, las fotos de esas chicas y, sobre todo, la de Merchu… En su mente se reproducían, como si hubiera estado presente, las imágenes de su hermano haciendo esas fotos a su amiga y hasta se imaginaba como esa zorra se habría follado a su hermanito.

Metió su mano en su short mientras con la otra acariciaba una de sus tetas; parecía como si no pudiera controlarse y algo en su interior le pidiera a gritos desahogarse… Merchu de rodillas comiéndole la polla a su hermano mientras amasaba sus huevos cargados de leche. Y Marta se machacaba el clítoris mientras mordía la almohada… Su hermano tumbado en la cama indefenso mientras su amiga lo cabalgaba de forma frenética, clavándosela hasta el fondo… Y ella gemía en voz baja con la mano mojadísima de los jugos de su coñito… No podía evitarlo, estaba apunto de llegar al orgasmo y abrió la mesilla para sacar el vibrador que tenía guardado entre la ropa interior. Se lo metió sin dejar de acariciar su clítoris y, con los ojos en blanco, notando como una espectacular corrida nacía en sus ovarios… Imaginando a Merchu recibiendo la descarga de Mario en sus tetas, con esa cara de viciosa que tenía en la foto… Ya no pudo evitarlo más, y se corrió; mordiendo la almohada y arqueando la espalda. Sintiendo un placer abrasador como hacía tiempo que no sentía y unos espasmos acompañados de las vibraciones de aquel dildo que la dejaban deshecha.

-         Marta… Ya está libre el baño…- escuchó la voz de su hermano al otro lado de la puerta, sin poder contestar porque estaba acabando de correrse con las piernas cruzadas.- ¿Me oyes? ¿Estás bien?

-         S… Sí…- dijo la hermana con la voz entrecortada y con la boca abierta para que no se notara su respiración agitada.

-         No tardes mucho que no quiero que te escaquees, me tienes que ayudar a preparar las cosas… Que la fiesta es idea tuya…- dijo Mario alejándose de la puerta de su hermana, que permanecía cerrada

-         Sí, sí…- dijo Marta en posición fetal en la cama.- Preparo la ropa y me ducho.

-         Vale, estaré en mi habitación…- dijo el chico, tras lo que Marta escuchó cerrarse la puerta de su habitación.

La chica permaneció tumbada en la cama, de nuevo mirando hacia el techo; giró su cabeza hacia el espejo de pie que había en un lateral de la habitación, y donde podía ver perfectamente su reflejo. Con sus tetas al aire, de rosada aureola y el short empapado mientras sujetaba el vibrador en su mano.

-         ¿Qué me estás haciendo, Mario?- susurró con gesto preocupado mientras observaba a esa mujer que había en el espejo; después esbozó una morbosa sonrisa, se mordió el labio llevando sus manos a su cabeza para revolver su cabello y volvió a repetir con otro tono totalmente distinto de voz- ¿Qué me estás haciendo… Hermanito?

(CONTINUARÁ)

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