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El principe de los picaros (Prólogo)

en Grandes Series

Aquella mujer lamía con gula el miembro del chico como si no hubiera probado nada igual en años, cosa que no era cierta… De hecho, Hixem ya había estado en otras ocasiones, no solo en los aposentos de esta noble de la familia de los ziríes, sino en las de otras muchas nobles que habían corrido el boca a boca sobre las increíbles aptitudes sexuales del joven muchacho.

Pero hablando de boca, tenemos que centrarnos en el duro miembro del muchacho entrando en la boca de la mujer, que mamaba el tronco, ensalivaba la cabeza de aquella polla de un respetable tamaño mientras la pajeaba con ambas manos.

-                          Llevabas tiempo sin venir a verme, Hixem…- decía la mujer cercana a los cuarenta años y totalmente desnuda mientras chupaba con ansía su polla.

-                          Lo siento, mi señora… Pero los pobres estamos muy ocupados buscando formar de sobrevivir… Uff- decía el chico que pasaba la veintena por muy poco.

-                          Sí, claro… Seguro que te matas a trabajar, jaja… Con lo que te damos mis amigas y yo puedes vivir perfectamente.

-                          ¿Está usted celosa, mi señora?- dijo sonriendo el chico mientras la mujer se concentraba en devorar sus huevos.

-                          ¿Yo, celosa? ¿Por un muerto de hambre como tú? ¡No me hagas enfadar, Hixem!- dijo la mujer levantándose y mostrando su cuerpo desnudo, muy bien conservado.- ¡Levántate, esclavo y desnúdate!

-                          No se equivoque, señora… Yo no soy su esclavo; de hecho, usted me llama porque sus esclavos son eunucos y no pueden darle lo que yo le doy y que no le da su esposo.

-                          ¡Eres un descarado!- sonrió mordiéndose el labio inferior al ver como el chico se desprendía de su camiseta.

El muchacho, sin tener un cuerpo fornido, si estaba muy bien definido y sus músculos destacaban en su piel morena curtida por el sol de la ciudad andalusí… Sus grandes ojos marrones de color almendrado y sus labios carnosos tras esa barba descuidada le daba un aspecto muy atractivo para aquella mujer acostumbrada a la perfección en la forma de vestir en los hombres.

-                          Ven aquí y fóllame…- dijo la mujer tumbándose en la mullida cama de paja y enseñando su coñito totalmente depilado, costumbre típica de las mujeres musulmanas.

-                          Así está mejor, mi señora... Con educación.- dijo el chico sonriendo y metiándose entre las piernas de la mujer para penetrarla de una sola estocada.

-                          ¡Alá! ¡Qué buenoooo…!- gimió la mujer rodeando con sus brazos decorados con tatuajes de henna la espalda de su amante.

-                          No me meta a dios en esto, señora… Eso es blasfemar…- dijo el chico mientras empezaba a follarse a la noble musulmana con sus piernas apoyadas en los hombros.

-                          ¡Síiiiii! ¡Sigueeee! ¡Eso essss….!- decía la mujer totalmente descontrolada.- ¡Cómo te echaba de menos!

-                          No mienta,  mi señora…- decía Hixem con sus manos agarrando los muslos de la mujer.- Lo que vos echaba de menos es otra cosa…

-                          ¡Eres un…!- dijo la mujer provocando que el chico sacara su miembro de su coño.

-                          ¿Soy un qué?- rió el chico que le gustaba ver sometidas a esas mujeres que después no se dignaban a mirarlo cuando lo veían por el mercado, si iban acompañadas de sus lacayos.- Pídamelo…

-                          ¡Por Alá bendito! ¡Sigue…! ¡Estaba a punto de correrme!

-                          ¿Qué quiere?- decía el muchacho disfrutando de la excitación descontrolada de la mujer.- ¡Dígalo!

-                          ¡Tu polla, mal nacido, quiero tu polla!

El chico arremetió de nuevo contra la mujer, penetrándola y empezando a follarla de forma bestial; la señora casi estaba en un gemido continuo, sintiendo aquella enorme polla entrando en su coño y rozando su útero… Los huevos del chico rebotaban en su sexo hacían un sonido semejante a un chapoteo, provocado por la humedad de su cueva.

-                          ¡Me voy a correr, Hixem! ¡Sigueeee…! ¡Aláaaaaa!- gritó la mujer corriéndose con la polla de aquel chico y mojando las sábanas.

Hixem se incorporó y, sin darle tiempo a reaccionar, empezó a correrse a  grandes cañonazos sobre las grandes tetas de aquella mujer. Ella, lejos de molestarse,  comenzó a restregarse el simiente por la piel como si se tratara de un ungüento venido de lejanas tierras de Oriente.

-                          Ummm… Eres un cerdo, pero me encantas…- dijo la mujer sonriéndole al chico y sacando una bolsita con algunas monedas.

Justo cuando Hixem se subía el pantalón, antes de coger la bolsa con las monedas, la puerta de los aposentos de la mujer se abrió a la vez que Hassam Ibn-Nassir, el esposo de la mujer, vestido con ricos ropajes adornados con hilo de oro y telas llegadas desde Damasco,  entraba hablando en alto:

-                          Esposa mía, mi favorita… Ya estoy aquí y te traigo regalos de… ¡Por las maldiciones de Abderramán! ¿Qué está pasando aquí?- gritó el gordinflón noble al ver a Hixem ante la cama de su esposa.

-                          ¡Por fin has llegado, mi amor! ¡Este sucio bastardo me ha violado!- se defendió la mujer mostrando a su esposa toda la leche que había sobre sus desnudos pechos.

-                          ¿¿¿QUÉEEE?- dijo Hixem con los ojos como platos.

-                          ¡Maldito hijo de una víbora! ¡GUARDIAS!- gritó el hombre tratando de abalanzarse sobre el intruso.

Hixem esquivó al orondo agresor con una pasmosa facilidad, haciendo que éste cayera sobre su infiel esposa encima de la cama.

-                          ¡Ayyy! ¡Me aplastas, amor!

-                          ¡Lo…Lo siento!- decía el hombre tratando de incorporarse pero volviendo a caer.

En ese momento dos guardias entraron en la habitación armados con dos cimitarras y el uniforme de la casa noble del señor de la casa.

-                          ¡Cogedlo! ¡Quiero sus pelotas en una bandeja!- gritó el hombre a la vez que uno de los guardias saltaba hacia Hixem.

El chico se agachó para esquivar el golpe del guarda, para levantarse inmediatamente y hacerlo caer de bruces. Tuvo que rodar sobre sí mismo para evitar que la cimitarra del otro guarda le cortara la cabeza y agarrandolo del tobillo lo hizo caer de espaldas sobre la alfombra que cubría el suelo.

-                          ¿¿¿Qué estáis haciendo, inútiles??? ¡Matadlo!- gritaba el cornudo pataleando en la cama mientras su mujer se tapaba las tetas con la sábana.

El guardia que se levantaba del suelo intentó agarrar a Hixem dando un grito intimidador, justo cuando el chico trataba de huir por la ventana de la habitación situada en la segunda planta del palacete… La finta del muchacho hizo caer por el tejado al soldado que se agarró como buenamente pudo a las tejas; justo cuando el chico iba a escapar por esa ventana, miró hacia atrás, observó al matrimonio en la cama y volvió a entrar de un ágil salto.

-                          ¡Aléjate de mí, asesino!- gritó el marido escondiéndose tras su mujer.

El joven hizo un amago de golpear para, de forma rápida y casi imperceptible, coger la bolsa de monedas que seguía en la mano de la señora.

-                          Muchas gracias, mi señora…- dijo Hixem para besar a la mujer en los labios, que escondía una sonrisa de la mirada de su marido, y volver a saltar hacia la ventana para escapar.

Justo cuando pisaba las tejas, se estaban incorporando los dos guardas que, uno dentro y otro fuera, seguían en el suelo. Hixem tuvo el tiempo justo de empujar al del tejado para que cayera al vacío hacia una pileta grande de agua que había abajo.

El fuerte ruido de la zambullida atrajo la mirada de los extraños que veían a ese chico correr por los tejados, sin camisola mientras un soldado salía por una de las ventanas del palacete de la familia Ibn-Nassir. El propio Hassam se asomaba después para gritar:

-                          ¡A mí la guardia! ¡Al ladrón! ¡Escapa!

Mientras Hixem corría por los tejados hasta la zona del mercado central, los soldados del sultán lo perseguían desde abajo sin perderlo de vista, a pesar de que el chico saltaba con habilidad asombrosa de azotea en azotea.

Se dejó caer entre la muchedumbre, sobre un montón de paja y se intentó escabullir de sus perseguidores que lo seguían tocando unos silbatos para que la gente se apartara; pero aquello era su territorio y todos conocían al pícaro de Hixem… El chico sacó de la bolsa de monedas dos monedas y se las dio a unos niños con harapos que estaban junto al puesto de especias; los seis críos comenzaron a interponerse en el camino de los guardas pidiéndoles limosna para que Hixem pudiera escapar.

Al llegar a la tienda de tejidos de Abdul, éste le dejó una chilaba para que se la pusiera y pudiera disfrazarse; se sentó en mitad del puesto de telas de Talek y los guardas pasaron de largo.

-                          Algún día te cogerán…- dijo el viejo Talek mientras Hixem le devolvía la chilaba.

-                          No se preocupe, anciano… No pasa nada…- le dijo mientras pasaba por su lado y entraba en la destartalada casa que le servía de morada.

Un viejo camastro, un baúl destrozado y la ropa amontonada en un rincón; se desnudó totalmente y se metió en un barreño lleno de agua…Unas manos femeninas cogieron un paño del interior del barreño y lavaron su espalda.

-                          No sé por qué te empeñas en hacer esto, Hixem. Algún día tendrás un disgusto.- dijo la anciana mujer.

-                          No se preocupe madre, es divertido… Además siempre he cumplido la promesa que le hice: nunca he cogido un arma en mi vida.- dijo el chico cogiendo de la barbilla a la mujer que lo miraba acontecido.

-                          Lo sé, eres un buen chico… Pero pronto te conocerá toda la ciudad y tendrás que huir…

-                          Nunca la dejaré, madre. Esta es mi casa y esta es mi gente…- dijo el muchacho con una sonrisa.- Ahí tiene las monedas; cómprele algo bonito a Fátima, ayer fue su cumpleaños…

-                          Sabes que a tu hermana no le gusta que le des caprichos a la niña.

-                          Mi hermana está celosa de que los regalos se los haga a su hija en lugar de a ella.

Hixem salió del barreño mientras su anciana madre le alcanzaba un paño con el que secarse; la desnudez del chico que era admirado por muchas de las nobles de la ciudad, hacía sonreír a su madre… Estaba tan orgullosa de él.

                        ***************

            Aquel portón se abrió haciendo un peculiar ruido de madera crujiente; el angosto pasillo, alumbrado por unas pocas antorchas de tea, tenía un aspecto inquietante como si ocultara secretos entre los rincones oscuros donde no llegaba la luz del fuego. Los acelerados pasos del espigado hombre resonaban por el pavimento adoquinado y alisado con arena, dando cuenta de la urgencia de aquella visita al anfitrión de la casa. Mirando a ambos lados como si temiera que alguien pudiera verlo, a pesar de estar en aquel pasillo secreto que muy pocas personas conocían, abrió otra portezuela para entrar en la gran habitación… La estancia estaba decorada con bellos tapices y grandes cojines ornamentados con bordados de seda; el techo era una bóveda altísima con motivos arabescos y dos pilares gigantes que sujetaban el cerramiento.

Los gemidos de una chica resonaban en la habitación y llamaron la atención del visitante, haciendo que sus pequeños ojos negros se fijaran en la tremenda escena que había ante sí.

            Una muchacha con las manos atadas sobre una mesa era sodomizada por un enorme esclavo africano; el gran miembro del hombre penetraba a la mujer como si fuera un cuchillo enterrándose en el vientre de su victima y los gritos de la chica daban la impresión de que no era precisamente placer lo que estaba sintiendo.

-                          ¡Hombre, Yussuf! Ya era hora de que me visitaras…- dijo el anfitrión que se limitaba a mirar el espectáculo de la violación mientras comía dátales y una esclava con un espectacular tatuaje de una serpiente en su espalda, le pajeaba su insignificante polla.

-                          Sabes muy bien que no lo haría si no fuera estrictamente necesario… No me gustan tus sádicos juegos.

-                          Jajaja, vamos hermano… ¡Cómo has cambiado! Tú fuiste quien me enseñaste a disfrutar de estos placeres… Desde que vives en palacio ya no quieres divertirte.

-                          Abdalah, te he dicho mil veces que debes cuidar las formas… En estos momentos no nos interesa llamar la atención; las cosas están cambiando y tenemos que seguir en la sombra.

Mientras aquel hombre atusaba su larga perilla con su huesuda mano, observaba como su gordinflón hermano recibía una felación, con los salvajes gritos de la otra chica de fondo.

-                          Bueno, lo entiendo, pero déjame un momento; con tu palabrería no me correré en la vida…- dijo el hombre para sujetar la cabeza de la chica y marcarle el ritmo de la mamada.- Tómate algo o deja que una de mis esclavas te ayude a relajarte.

Una de las mujeres de la sala, como si hubiera recibido una orden directa se acercó a Yussuf y acarició su pecho cubierto por aquella tunica negra; el hombre dio un tremendo golpe a la chica haciéndola caer al suelo sangrando por la nariz.

-                          He dicho que no me gustan tus juegos… Cuidado, Abdalah; no te conviene ser un incordio para nuestros planes. Ahí tienes tus obligaciones… No nos falles.- dijo el hombre volviendo a salir por el pasadizo dejando antes un papiro junto a las piernas de su hermano.

Los gritos de la mujer se seguían escuchando cuando Yussuf salió por el otro lado del pasillo, negando con la cabeza.

-                          Estúpido cabeza hueca…

**************

            Los caminos que cruzaban Sierra Morena no eran una transito agradable para ninguna de las caravanas que solían viajar por la zona; Samira, acostumbrada a sus cómodos aposentos en su pequeño palacio en Sevilla, refunfuñaba disconforme con la decisión de su tío de trasladarse a la capital del califato. A pesar de que su tío le concedía todos los caprichos desde que se hizo cargo de ella cuando sus padres murieron cuando era una niña, sabía que no podía llevarle la contraria en esto… Siempre había sido una chica rebelde, lo que le había traído muchos quebraderos de cabeza a su tío Jubair, por sus continuos enfrentamientos con algunos hombres. No admitía su papel inferior respecto a esa sociedad tan machista…

Jubair se sentía responsable en parte por haberla tenido tanto tiempo alejada de la realidad… Samira había estado demasiado tiempo enfrascada en sus libros de historias y leyendas, convirtiendo en una chica muy culta para su edad pero muy alejada del canon de mujer obediente que imperaba en Sevilla.

De hecho, la petición de mano que un rico mercader hizo de su sobrina fue lo que motivó a Jubair a marchar de la ciudad, porque rechazar la propuesta era un insulto para la familia del hombre, pero él no estaba dispuesto a casar a su sobrina con un vejestorio que la quisiera para un pordiosero harem… Su sobrina podría elegir con quien compartir su vida. Algo impensable en ese tiempo que corría

Por supuesto, de los motivos del cambio de residencia no sabía nada Samira que suponía que era debido a razones mercantiles; los negocios de su tío siempre habían sido prósperos en Sevilla, enriquecido por el comercio de seda traída desde Damasco, pero el hecho de que él abrazara hace tanto tiempo la religión cristiana, haciéndose morisco, le había creado algunas enemistades en las facciones más extremistas de la ciudad.

            Samira seguía sufriendo los saltos de la caravana por aquellos caminos montañosos…Sabía que el ejercito del rey cristiano había limpiado de ladrones y asesinos las tierras por las que viajaba, y que por sus rasgos árabes y su piel morena no tendría ningún problema en la capital de Al Andalus… Su tío era de una noble familia  y no le faltaría un buen cobijo en casa de algún rico mercader de la ciudad.

-                          ¿Sigues enfadada por el cambio de ciudad, Samira?- dijo el hombre acariciando la rodilla desnuda de su bella sobrina.

-                          Sabes que nunca me ha gustado que decidan por mí y Sevilla me encantaba…

-                          Pero, cariño… Era necesario, además te vendrá bien conocer la capital.

-                          Bueno, tío, yo respeto tu decisión pero no esperes que me guste.

-                          Mi primo nos dará una casa igual que la que tenías y tu esclava viene contigo.

-                          No pasa nada, tío…- dijo la chica con una sonrisa comprensiva en los labios.- Todo lo que me has dado siempre ha sido bueno; seguro que esto tambien.

En ese instante la bella ciudad de Córdoba aparecía ante sus ojos en el horizontes; Samira contuvo la respiración de ver el contorno de aquella fastuosa urbe, capital de un imperio, morada de Abd Al-Rahman  III, el primer califa omeya de Córdoba… Conocía muy bien la historia que se contaba sobre aquel al que llamaban con el sobrenombre de aquel que hace triunfar la religión de Alá;  aunque había logrado el esplendor del emirato independiente de Damasco y convertirlo en un califato propio, se decía de él que gobernaba de manera despótica y cruel con sus enemigos y con todos aquellos que no siguieran sus designios. Aparte se decía que se había entregado desvergonzadamente a los placeres y que no predicaba precisamente con los dogmas de Mahoma.

 Por otro lado a la chica le atraía mucho saber como era esa ciudad por dentro, sus secretos, sus rincones de preciosas callejas llenas de mitos y olores a azahar. Porque Sevilla era una gran ciudad mercantil que usaba el río al-wadi Al-Kabir como centro de operaciones, pero Córdoba era la ciudad de las ideas, de la cultura pero también de los subterfugios y la corrupción. Recordaba haber leído:

“Cuidado amigo visitante, no hay ladrones pero sí sabandijas

            Que con los oscuros rincones de la medina,

     Murmullan traiciones, planean intrigas…

        No buscan comida sino el ansia que les ilumina”

Jubair miraba de forma disimulada las piernas desnudas de su sobrina y la redondez de sus pechos bajo la tela; se avergonzaba de ello, pero en realidad no hay nada malo, puesto que Samira no era su sobrina, aunque ella no lo supiera… El viejo mercader la compró cuando era una niña pequeña a un tratante de esclavos, con vistas a convertirla en su concubina cuando creciera lo suficiente. Pero fue tal el cariño que le cogió a la chiquilla, tanto su esposa como él, que la trató casi como la hija que nunca tuvieron. Su esposa antes de fallecer le pidió que nunca le dijera la verdad, que le contara aquella historia sobre que era una sobrina que habían recogido tras la muerte de sus padres… Era una mentira piadosa, porque sus padres en realidad habrían muerto en cualquier asedio de las tropas del califa a cualquier poblado y ella podía tener una vida completa sin importarle el pasado.

-                          ¿En qué piensas? Te has quedado muy callada.- preguntó su tío mirando las piernas de su sobrina, y tapando la incipiente erección de su vieja polla,

-                          No hay ladrones pero sí sabandijas…-repitió la estrofa la chica que miraba por la apertura de la carpa que cubría la caravana.

-                          No debes creerte lo que dices esas cantinelas, debes tener cuidado porque a lo mejor no hay grandes ladrones pero sí ladronzuelos y picaros que te embaucan con una mirada.

-                          Tío, no ha nacido el hombre capaz de embaucarme a mí.- sonrió la chica.

*******************

Cuando Hixem abrió la cortina que daba entrada a la vieja casa, las miradas de los ocupantes fueron hacía él. Las amigas de su hermana murmuraban a pesar de que, por su bien, no podían hacer ningún comentario delante de sus maridos.

-                          ¡Tío Hixem!- gritó la niña de unos diez años que estaba sentada sobre las piernas de una de las mujeres.

-                          ¡Hola, mi Fátima!- dijo el chico cogiéndola en brazos y levantándola.- ¿Te dio la abuela tu regalo de cumpleaños?

-                          ¡Síiii! Muchas gracias, tío…- dijo la chiquilla abrazando al musculado chico.

La mujer que tenía en brazos a la niña se levantó y se separó del circulo de mujeres para acercarse a Hixem que seguía con la niña en brazos.

-                          Sabes que no me gusta que vengas aquí vestido así.- protestó la mujer cercana a los treinta y pico años con un gesto de reproche.

Hixem soltó a la niña en el suelo y se observó separando los brazos. Los pantalones anchos atados con un cordel, que hacían que cayeron lo suficiente para mostrar su abdominales marcadas y sus recias caderas; un chaleco como única prenda superior, y que también dejaba al descubierto son brazos y su pecho moreno, con aquel pañuelo cubriendo su pelo que desentonaba con su desaliñada barba.

-                          ¿Qué pasa? Voy vestido, ¿no?- dijo sonriendo Hixem.- ¡No seas gruñona, hermanita!

-                          ¡Hixem! Sabes muy bien que cuando hay invitadas en mi casa, los maridos se pueden sentir ofendidos.

-                          Pues yo creo que ellas lo agradecen.- dijo el chico mirando al círculo de mujeres y guiñando un ojo provocando las risas nerviosas de algunas de las mujeres.- Además son las familias de los hermanos de tu esposo, hay confianza.

-                          ¡Por favor, hermano! Soy tu hermana mayor y merezco un respeto…

-                          No seas tonta, sabes que te respeto; sólo he venido a ver a Fátima.

-                          Debes saludar a Mahujad…- dijo la mujer refiriéndose a su marido.

-                          ¡Vale! No te preocupes…- dijo el chico dándole un beso a la niña y entrando en otro aposento de la casa.

En aquella gran sala, estaban sentados cinco hombres, entre ellos Mahujad, el marido de su hermana… Estaban sentados en el suelo con unos pergaminos desplegados en el suelo y murmurando; al ver entrar a Hixem, el marido de su hermana mayor se levantó como un resorte.

-                          Hola Hixem, ¿qué haces aquí?- dijo con gesto nervioso y frotando las manos, mientras sus hermanos tapaban con una tela los pliegos abiertos

-                          Vine a ver a tu hija, ¿qué es todo esto, Mahujad?- dijo en voz baja cuando el hombre se había alejado lo suficiente de sus interlocutores.

-                          Cállate…- dijo el hombre tapando la boca de su cuñado.- Son negocios y ya sabes que no quiero que te metas en ellos.

-                          Mira, me da igual los líos en los que te metas pero si, por un casual, llegan a afectar a mi hermana o a la niña…

-                          ¡Mahujad! ¿Qué está pasando? ¡No queremos distracciones!- dijo uno de los hombres sentados en el suelo mientras miraba de forma intimidatoria al marido de Zahara, la hermana de Hixem.

-                          Lo siento, enseguida se marcha…- dijo el hombre haciendo reverencias a su interlocutor.- ¡debes marcharte, Hixem por favor!

-                          A veces pienso que tus hermanos y tú no sabéis donde os metéis…

-                          No hables nada con nadie de esta reunión…

-                          Demasiado grande, Madujah, demasiado grande para vosotros… Hemos nacido para pasar desapercibidos.- murmuró el chico mientras se dirigía a la puerta de la casa.

-                          ¡Madujah!- volvieron a llamarle la atención desde la reunión, esta vez uno de sus hermanos.

-                          ¡Voy, voy!- dijo mirando con nerviosismo al hermano de su mujer.- Sabemos lo que hacemos, marchate…

Hixem asintió poco convencido porque ya había tenido que sacar de algún lío a su cuñado, cuando uno de sus fastuosos proyectos se venía abajo… Corrió la cortina de la puerta delantera de la casa mirando con desconfianza al hombre que amenazaba a su cuñado y, al girarse para salir, chocó de frente con alguien que entraba con paso acelerado. El hombre, de rostro afilado, muy marcado en los pómulos y una peculiar perilla, se atusaba la barbilla con su huesada mano, acompañados de dos guardias calífales.

-                          ¡Aparta, idiota!- dijo uno de los guardas apartando al chico con un brazo, mientras Hixem bajaba el rostro para evitar ser reconocido, pues podía haber tenido ya algún enfrentamiento con alguno de esos guardas.

El larguirucho visitante, vestido con una tunica negra y un pañuelo color rojo, lo miró arqueando una ceja; Hixem le devolvió la mirada con una sonrisa.

-                          Amigo, relaje ese entrecejo que le van a salir arrugas…-dijo el chico provocando que uno de los guardias hiciera el amago de golpearlo.

El hombre levantó un brazo para evitar que agredieran al chico, haciendo que los dos guardas se cuadraran como si estuvieran ante un alto cargo del gobierno. Después esbozó una extraña sonrisa.

-                          Eres atrevido…- le dijo con una voz de parecía sacada de una tumba.- Pero me has caído simpático, márchate

-                          Señor Yussuf, por fin ha llegado.- escuchó decir a su cuñado desde dentro, mientras todos se levantaban a saludarlo.

El tal Yussuf seguía mirando a Hixem con esa sonrisa, mientras uno de los guardas se echó mano a la daga… El chico, sin dejar de mirar al hombre y devolviéndole la sonrisa, salió de la casa perdiéndose entre el bullicio del mercado.

Hixem siempre había pensado que su cuñado era demasiado tonto para dar algún golpe certero; pertenecía al gremio de mercaderes, pero siempre aspiraba con sus hermanos a conseguir una riqueza que lo hacía ponerse en peligro más de una vez. El chico que era firme defensor del bienestar de sus amigos del mercado, veía como las “conspiraciones” de Madujah y sus hermanos podían poner en peligro esa tranquilidad en la que vivían… Nunca se había preocupado, porque eran tan torpes que nunca llegaban a cumplir con sus pretensiones, pero el hecho de que ese tan Yusuff estuviera con ellos, lo preocupó… ¿Qué hacía un consejero de palacio o un cortesano, acompañado de dos guardas califales, tratando con aquellos incompetentes?

-                          Demasiado grande… Demasiado grande…

         ******************

El chico, de unos dieciséis años, corría despavorido por las callejas del barrio judío de la ciudad de Córdoba… Se detuvo y se apoyó contra una esquina mientras respiraba pesadamente tapándose con una mano la herida que tenía en el vientre… Se suponía que solo tenía que entrar en aquella casa para coger el pergamino que le habían dicho; también se suponía que no habría nadie en la casa porque estarían en una celebración en palacio…

Ahora una vez que había conseguido despistar a los dos guardias de la casa y que llevaba escondido el pergamino en el bolso de tela que colgaba de su cuello… Nunca había hecho caso a Hixem en lo de no aceptar encargos de los mercaderes, porque esos no eran sus problemas y solo podría acarrear desgracias. “Las problemas de los ricos que los solucionen los ricos” le decía su amigo, al que veneraba como si fuera su hermano mayor.

-                          Lo… Lo siento, Hixem…- susurró el chico mirando su mano ensangrentada de tapar la herida, aún sabiendo que su amigo no podía escucharlo.

Escuchó un crujido de una madera muy cerca de la esquina donde estaba escondido y el griterío de esos dos guardias que lo perseguían;  sacó el pergamino y, rompiendo un pequeño pedazo, lo dobló y lo metió en su boca… Después hizo un último esfuerzo para escapar, levantándose del suelo con un quejido y corriendo sujeto a la pared hasta el fondo del callejón.

Sabía que no podía dirigirse a su casa para no atraer a los guardas a su casa, porque podrían tomar represalias contra su familia, y esa era una de las normas que su maestro le había enseñado… Justo cuando giró la esquina chocó de bruces contra aquel gigantesco negro que lo hizo caer de espaldas. Recordó otro de los consejos de su mentor: “Nunca andes por callejones que no conozcas, siempre tienes que saber que estás pisando”

-                          Perdóname…- dijo el chico con lágrimas en los ojos.

La mano del guarda negro aprisionó la garganta del muchacho y lo levantó del suelo como si fuera una pluma; el chico pataleaba mirando a su ejecutor y notando como sus ojos de llenaban de lágrimas mientras la boca se le secaba y el aire no entraba en sus pulmones… Quizás fue hasta un gesto de misericordia el que no muriera asfixiado; un desagradable crujido, y el cuello del chico estaba roto.

El guarda lanzó el cadáver a un rincón de aquel oscuro callejón como si fuera un desecho, tras recuperar el pergamino que guardaba en el bolso de tela.

                            **************

Hixem caminaba por plena Juderia, cuando las estrellas ya iluminaban el cielo de la medina; le encantaba pasear por los puestos cerrados de los mercaderes y ver esas calles vacias que horas antes estaban atestadas de personas afanadas en sus trabajos artesanos. Para los habitantes de esa zona no era peligroso caminar a esas horas porque todos se conocían… Tampoco debían temer el acoso de los guardas califales porque muy pocas veces se dignaban a entrar en la zona a esas horas; el chico suponía que si no podían extorsionar a los puestos del mercado por estar cerrado no valía la pena.

-                          ¡Hixem!- le llamó una voz femenina mientras lo agarraba de un brazo y lo metía en una de las casas.

-                          ¡Me has asustado, Jezabel!- dijo el chico dentro de la casa mirando a la espectacular mujer, de unos treinta años, que había delante suya.

Con una tela cruzada en la cintura, que dejaba escapar casi la totalidad de sus impresionantes tetas hasta llegar al ombligo, culmen de su belleza femenina… Sus increíbles ojos marrones parecían  hipnotizar y luchaban por llamar la atención que sus muslos descubiertos y su pelo castaño por la cintura tenían de por sí.

-                          Casi tengo que secuestrarte para que vengas a verme…- dijo la mujer abalanzándose en los brazos de Hixem y comiéndole la boca con mucha lengua.

-                          Lo sé, Jezabel… Pero ya sabes que no tienes buena fama precisamente en la medina- dijo el chico correspondiendo al beso y agarrándo el culo de la mujer.

-                          Ummm, que manos tienes…- gimió la “secuestradora”.- ¿Lo dices porque dicen que soy bruja?

-                          No me gusta que digas eso…- dijo el chico mordiendo el cuello de la mujer que se quejó con un morboso lamento.

-                          ¡Asíiiiii! Pero es lo que soy, Hixem… Soy una bruja, sabes que adivino cosas…

La mujer se separó de él y se puso a bailar sensualmente mientras se desataba el cordón de la tela para quedar, de repente, totalmente desnuda ante él. El muchacho mantuvo la respiración porque, aunque se había follado muchas veces a Jezabel, nunca se acostumbraba a ver su cuerpo desnudo… Ella se dio la vuelta para apoyarse en la pared y mostrarle esas nalgas que serian capaz de resucitar a un muerto. Su coñito mojado asomaba por debajo de sus piernas y movía sus caderas en una danza hipnótica.

-                          A mi nunca me has adivinado nada…- dije el chico sonriendo y sin perder de vista ese trasero.

-                          Porque nunca has querido que te eche las runas…- dijo Jezabel azotando su culo de una palmada.- Además puedo adivinarte algo ahora mismo: me vas a follar…

Como si hubieran soltado los estribos a un caballo salvaje, Hixem se acercó a Jezabel y, poniéndose de rodillas tras ella; separando esas nalgas metió su boca entre ellas para que su lengua llegara a aquel coñito que lo tenía obnubilado.

-                          ¡Ahhhhh! ¡Cómo te echaba de menos, cariño!- gimió la bruja mientras apretaba su trasero contra la boca del invasor.

La mujer apretaba sus pechos con lujuria mientras el joven le comía el coño, como si la vida se fuera en ello.

-                          Parece que has estado entrenando, ¿eh? ¡Madre mía!- se quejaba ella a punto de correrse.

-                          Siempre se encuentra alguien de quien aprender…- dijo Hixem levantándose y sacando su polla del pantalón que dijo en sus tobillos.

-                          ¡Eso es! Fóllame… ¡Hazlo de una vez!

El joven pícaro no se hizo de rogar y paseó su polla, de arriba abajo, por la entrada del coño de su amante hasta meterla de una sola estocada.

-                          ¡Arghhhh!- gritó Jezabel abriendo los ojos como platos y dando un chillido que podía alertar a los vecinos.

-                          Cállate…- susurró Hixem tapándole la boca y emprendiéndola con ella a pollazos.

El sexo entre ellos solía ser así; arrebatos salvajes y casi rozando la violencia pero demostrándose un cariño y un respeto que pocas parejas en la época podían alcanzar… Hixem sentía entrar su polla en aquella cueva sin ninguna dificultad y los gemidos de Jezabel llenaban la habitación.

-                          Déjame montarte… Quiero follarte yo…- dijo Jezabel haciendo que su amante sacara su increíble polla y se tumbara en aquella manta que le servía de camastro.

Su polla llena de los jugos de ella, apuntaba al techo; la bruja estaba más enamorada del increíble atributo de Hixem que  de él mismo, pero al fin y al cabo no era amor lo que buscaban entre ellos… Ella aparte de la brujería, también tenía relaciones con algunos ricos mercaderes durante sus sesiones. Y, precisamente por eso, de vez en cuando le gustaba pasar una noche con Hixem: para recuperar su confianza en las aptitudes amatorias de los hombres.

Ella se montó a horcajadas sobre Hixem y se fue clavando, poco a poco, su polla hasta los huevos… Aguantó la respiración al llegar al tope y empezó a cabalgarlo muy despacio con sus manos apoyados en el musculoso torso de su amante… Hixem la miraba asombrado, porque ninguna mujer en la ciudad – y se había acostado con muchas- follaba de esa forma y llevaba el control de la situación como Jezabel.

-                          ¡Así, así, más…!- dijo la bruja botando ya salvajemente en su montura.- ¡Me encanta tu polla! ¡Ahhhhh!

-                          ¡Fóllame! ¡Más fuerte!- decía el chico que levantó sus manos para agarrar las tetas de la hembra que tenía sobre él.

-                          ¡Quiero que te corras dentro de mí! ¡Dámelo todooooo!

La cabalgada, con las manos en los pechos y la boca de las dos uniéndose en un húmedo beso, se prolongó durante casi quince minutos; los dos cuerpos calientes y perlados en sudor se movían de forma compulsiva por la inminente llegada del orgasmo para los ambos.

-                          ¡No aguantó más, Jezabel! ¡Me corroooooooohh…!- anunció Hixem para dando un caderazo empezar a derramarse en el coño de la mujer que lo montaba.

-                          ¡Eso es! ¡Síiiiiiiiiiii! ¡Echamelo! ¡Lléname!- decía la mujer moviéndose y arqueando la espalda al correrse sintiendo el semen del chico entrando en su interior.

La mujer descabalgó al muchacho y cayó a su lado, los dos con la respiración agitada… Acarició el cuerpo desnudo de Hixem y lo besó en la mejilla en un gesto de cariño que gustó al chico.

-                          Al final tenías razón…- dijo el chico riendo.

-                          ¿Cómo?

-                          Adivinaste… Te follé…- dijo poniendo las manos tras la nuca.

-                          Déjame hacerlo…

-                          ¿El qué?

-                          Echarte las runas…

-                          Sabes que no me gustan esas cosas.

-                          Pero crees en ellas, siempre me lo has dicho.

-                          Sí y las respeto demasiado.

-                          Una sola vez…- dijo Jezabel con una sonrisa y cogiendo el vaso de madera que contenía las runas.

-                          Está bien…- dijo el chico dándose por vencido.

Jezabel se sentó en postura de flor de loto y, tras susurrar unas palabras ininteligibles al interior del vaso, lo sacudió y lanzó las runas…. Las movió una vez en el suelo y las fue separando; su cara mudó de color y Hixem la miró preocupado, incorporándose sobre sus codos.

-                          ¿Qué ocurre, Jezabel?- dijo el muchacho a la bruja que mirara las runas con cara de desconcierto.- ¿Ves algo?

-                          Veo muchas cosas, cariño… Muchas cosas…- dijo mirándolo con una sonrisa.

(CONTINUARÁ)

            

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