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La Caperucita Roja (01: y el Viejo Verde)

en Fantasías Eróticas

La Caperucita Roja

La Caperucita Roja y el viejo verde.

Cierto día iba caminando un viejito por el bosque. Avanzaba lentamente bajo los árboles, sosteniéndose en su bastón. Estaba decidido a disfrutar ese día, pues se trataba de su cumpleaños. El decía que 78 estaba cumpliendo, jactándose de lo bien conservado que estaba. La verdad es que apenas iba a cumplir como 62, y que estaba más acabado que conservado, pero bueno, dejémoslo soñar.

Virando tras un encino estaba, cuando escuchó el alegre canto de una niña. Se escondió tras un arbusto para verla mejor, y quedó encantado con la primaveral belleza de esa niña. Una pecosa carita de ángel enmarcaba un par de bellísimos ojos verdes. Una gran capa roja cubría un cabello pelirrojo fino y sedoso. Al viejo verde se le hizo agua la boca el imaginarse la tersura de la blanquísima piel de la criatura. Como podrán adivinar, la niña era la Caperucita Roja.

El viejo sacó una bolsa de dulces chiclosos del bolsillo, se abrió la bragueta y se sacó la paloma, ya un poco parada (era un viejo calentón y libidinoso). Se le acercó a la sorprendida Caperucita que no supo que hacer al verlo acercarse.

Hola nena. Mira, si tú me agarras de aquí abajo un ratito, yo te doy un dulce.

Y se me dejo que me coja, ¿me da toda la bolsa?

¿AH? ¿QUÉ?

Si, ¿me da la bolsa entera si dejo que me coja? Es que, la verdad, agarrarle la verga por un puto chicloso… no me trae cuenta señor.

El viejo estaba con la boca abierta y cagado. No esperaba que la niña le saliera tan puta. De hecho estaba preparado para casaqueársela un poco y talvez hasta rogarle, pero para esa contraoferta no. Le pareció increíble el grado de corrupción de la juventud, y como buen viejo hipócrita, se limitó a decir lo que dice todo el mundo: "¡Qué barbaridad!", una frase cierta, pero que por cierta no deja de ser totalmente inútil.

¿Señor… entonces?- insistió la Caperucita, que traía antojo de dulces esa mañana y seguramente de algo más.

¿Eh?… Emmm… este… si, si… te doy la bolsa completa.

Entonces, la pequeñita se arrodilló en el suelo. Con una sonrisa pícara, en una expresión de calentura, tomó el pene del viejo entre sus manitas y lo comenzó a acariciar. El viejo verde apenas si podía contener el aliento. No se si alguna vez se han imaginado en esa posición. Tener una hermosa mujer arrodillada frente a ustedes, solícita a realizarles todo tipo de placeres. Creo que si. En este caso la mujer solícita era una bellísima niña de 10 años, pero el efecto en el viejo verde era el mismo.

Lentamente, la caperucita comenzó a lamer el glande hinchado del viejo, como si se tratase de un helado. Pasaba su lengüita delicada sobre el, muy despacito y con los ojitos entrecerrados. Con una de sus manitas, que estaba libre pues sostenía el miembro de su amante con la otra, comenzó a acariciar con suavidad los testículos.

Para entonces, el viejo estaba que se quemaba del calor, más todavía cuando sintió que la niña se metía la cabeza de su anciana verga dentro de la boca, enterita, mientras que con su lengüita la acariciaba, sorbiendo sus líquidos lubricantes. La juanita de la Caperucita también empezaba a manar flujos, y le comenzaba picar como le había explicado su mamá. Deseaba pasar su manita por allí y restregársela un poquito, pero las dos las tenía ocupadas arriba.

En esos pensamientos andaba cuando sintió un chorro caliente de viscoso líquido inundar su boquita, mientras el viejo se convulsionaba parado en medio de su orgasmo. La Caperucita se enojó porque no le gustó que le tirara tanto semen en su boca sin pedirle permiso. Lo cierto es que el pobre viejo ni se había dado permiso ni el, simplemente ya no se pudo contener.

Azareado, no sabía si pedirle perdón a la niña e intentar continuar. Mientras, la Caperucita se relamía la cara, limpiándose el semen y saboreándolo. No le gustó que se chorreara sobre su lengua, pero ya que todo estaba hecho, mejor era verlo por el lado amable. Además a nuestra pequeña mujerzuela le gustaba el sabor del semen. La Caperucita se puso de pié, se terminó de limpiar con la manga de su vestido, y se dispuso a tomar la bolsa de los dulces. El viejo reaccionó, porque aunque estuviera desorientado e impresionado por la conducta de la niña, tonto no era.

Momento niña, momento, ¿a dónde llevás los dulces?

Usted ya terminó señor, y me prometió que me daría los dulces después.

Si, pero solo si te dejabas coger. ¿Ya te cogí nena? No ¿verdad?

Pe… pe… pero… se orgasmeó en mi boca, viejo impotente. Yo no tenga la culpa de que usted sea impotente.

No, pero el trato era "los dulces por una cogida". No hay cogida, no hay dulces.

¡Hijo de puta!

Nada, nada nena, hay que saber cumplir con los tratos. Y tú debés ser un poco más inteligente para hacer negocios también.

A regañadientes y como la gran puta, la Caperucita se quitó su vestido floreado y se sacó el calzoncito de Winnie Pooh que traía. Quedó desnuda, con su inmaduro y lampiño sexo al aire, humedecido por los lengüetazos del viejo que vinieron al instante. La lengua del anciano hurgó entre les tiernos pliegues vaginales de la pequeñita, suaves y rosados como pétalos de rosa. Caperucita pronto olvidó su enojo cuando los hábiles conocimientos del viejo la llevaron rápidamente al orgasmo.

Luego se acostó boca arriba, abrió sus piernas y dejó que el viejo verde hiciera el resto. La penetró casi temblando de la excitación y la emoción, sin siquiera asegurarse que el delicado órgano sexual de la chiquilla estuviese bien lubricado. Con su viejo, pero aún duro, mástil la atravesó y le empezó a dar duro, como recordando viejas glorias. La Caperucita tuvo que reconocer el error que cometió al subestimar la capacidad de aquel anciano. Olvidó que el camino que lleva a su casa es centenario, pero aún echa polvo.

Luego la pequeña se puso encima del viejo. Puesta en cuclillas lo cabalgó frenéticamente. Se levantaba, sacándose casi completamente el pene del viejo de su pequeña vagina, para después dejarse caer por la gravedad, enterrándose el fierro del viejo hasta el fondo. Estaba cubierta de sudor, loca de placer, y con ansias de saborear los deliciosos dulces que el viejo traía consigo.

¡Si nena, si! ¡Así! ¡Seguí!

Le… le… ha, ha, ha… le gusta…señor?

¡Si nena, dale duro! ¡Pero con fuerza nena, con fuerza!

Ha, ha, ha, ha,… me está partiendo… ha, ha, ha, ha…

¡Si nena! ¡SIIIIIIIII… higggg… hagggg…

Ha, ha, ha, ha, ha…

Hiaggggg… huggghhhhhhrrrrrrr…

Ha, ha, ha,… ¿señor?

Harrrrggggg…

La cara de la Caperucita se puso pálida cuando vio al viejo infartándose en el piso. La lengua de fuera, los ojos crispados y una gigantesca expresión de idiota le dijeron a la caperucita que lo mejor era irse de allí lo más rápido posible. Se vistió corriendo, y se fue, pero regresó por lo dulces chiclosos. Después de todo, si se la había cogido el viejo. Si le dio un infarto antes de terminar, eso ya era problemas de el. Además si había terminado. Antes de cogerla, pero terminó.

Ella se fue donde su mamá con los dulces, pensando apresuradamente en una excusa que justificara su tardanza y su cuerpo sudoroso. "Estaba jugando con Bambi otra vez" se dijo. Pero a ver si su madre se tragaba esta, porque ya se le estaba haciendo costumbre a su niñita quedarse jugando con el venadito holgazán ese.

FIN

La Piedra.

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